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Diario trágico de una joven maestra. 25/10/01 a 09/04/02


  1. Sábado 25 de octubre. Despedida definitiva del pueblo de Funsa
  2. Viernes 31 de octubre. Mi madre y Arturo únicas razones de mi vida
  3. Domingo 2 de noviembre. Regente de una escuela en una ciudad vecina a Bogotá
  4. Domingo 14 de diciembre. Víctima nuevamente de la aristocracia clerical y política
  5. Miércoles 17 de diciembre. Excomulgada, calumniada y rechazada
  6. Domingo 21 de diciembre. Calumnias mordaces de los católicos
  7. Jueves 25 de diciembre. Lanzada a la miseria
  8. Domingo 18 de enero. Mendicidad, prostitución o muerte heroica
  9. Jueves 5 de abril. Una batalla desesperada contra la miseria y la muerte
  10. Viernes 6 de abril. Una carta de Sofía
  11. Sábado 7 de Abril. El cura Cansino, Arturo y doña Mercedes

(Entrega 8)

Del libro FLOR DE FANGO de José María Vargas Vila

Sábado 25 de octubre. Despedida definitiva del pueblo de Funsa

El jueves en la mañana nublada y fría, con mi madre en un coche abandonamos el pueblo. Carlos apostado en el puente que limita el caserío esperaba para despedirnos. Hicimos detener el carruaje nos saludamos efusivamente y volvimos a agradecerle su oportuna, valiente y generosa intervención, gracias a la cual estábamos con vida.

Al despedirnos sentí la presión virilmente suave de su mano, su mirada triste, su voz acariciadora que dijo ¡se nos va la maestra inocente y nos queda el cura cínico! Como en éxtasis contemplaba a la que según me decía era la primera ilusión bella de su vida. Envuelto como en efluvios y ensueños lo fui perdiendo de vista en el horizonte, mientras un viento helado azotaba nuestros rostros y arremolinaba en el cielo nubes poliformes de tempestad.

Al atardecer llegamos a Bogotá al mismo cuartito de mi madre en casa de las señoritas Rodríguez. Las personas sin fortuna presentimos las vicisitudes, nos acostumbramos al dolor, amamos la muerte. Entrecerrados los párpados en una tarde plácida y fría, como muchas tardes bogotanas, exploraba el país de los recuerdos. Evocaba el dolor de tristezas pasadas irremediables.

Con la profunda nostalgia de los desterrados recordaba con insaciable avidez las alegrías y dolores de los últimos días, desde mi feliz llegada al pueblo hasta la asonada clerical.

Acostumbrada a las luchas del dolor trataba de ver a lo lejos perspectivas siniestras sin asustarme. Pero mis recuerdos persistentemente regresaban a los hechos del viernes al anochecer en la iglesia y al intento de lapidación del domingo por la tarde.

En un cielo cambiante de colores el sol desaparecía hundiéndose entre las nubes, en las lontananzas de un paisaje distante, y sus últimos rayos tristes como besos de anciano moribundo acariciaban mi cabellera y mi frente.

La melancólica figura de Carlos en pie, en el puente del camino, su pasión y sus afanes, me torturaban el alma. Compadecía el martirio de su amor sin esperanza. Me sentía amada, pero yo no podía amarlo. El cielo es testigo de que quise acercarme a él a consolarlo, a ser la confidente de su pasión ardiente, a brindarle una amistad sincera pero no podía hacerlo. El tormento de su corazón sencillo era remordimiento para mi alma.

Viernes 31 de octubre. Mi madre y Arturo únicas razones de mi vida

Arturo vino a visitarme este fin de semana. El amor, la confianza, el apoyo tanto de mi madre como de Arturo son las únicas y hermosas razones para sobreponerme a este destino aciago.

Domingo 2 de noviembre. Regente de una escuela en una ciudad vecina a Bogotá

¡Que alegría!, después de tantos dolores y tristezas. El director de Instrucción pública, conocedor de la auténtica verdad de mi problema, me dio de inmediato un nuevo nombramiento para regentar una escuela de una ciudad populosa cerca a Bogotá.

Oídos sordos y memoria olvidadiza fueron mis prevenciones contra el cariñoso recibimiento, los reconocimientos a mis méritos y las frases rumorosas que despertaba mi belleza en la nueva escuela. En mis ratos libres me entretenía con los dulces recuerdos de aquellos viernes en que Arturo llegaba a Funsa anhelante a besar mis manos. De aquellas horas en que ambos platicamos bajo la mirada cariñosa de mi madre Natividad. Con la belleza de aquel valle idílico, con la poesía de aquel paisaje querido, con el rumor de música soñada, venía a mi mente la figura de aquel adolescente, de aquel joven, dominando un panorama de belleza rara. La melancolía de su voz rítmica y fuerte era el himno de mi vida. La mirada de aquellos ojos grises, a veces ventura inmensa pero fugitiva. Estos recuerdos alzaban el vuelo y revoloteaban en mi imaginación como bandadas de palomas.

Domingo 14 de diciembre. Víctima nuevamente de la aristocracia clerical y política

Anoche asistí al baile de fin de año organizado por la municipalidad a los empleados oficiales. Gasas, tocados, joyas, nadando en un mar de luz y alegría. Buena parte de la noche la pasé junto al piano cantando melodías apasionadas. Me sentía espléndida, triunfante, feliz.

De pronto sentí como la punta de dos puñales que se clavaban en mi espalda desnuda. Eran los ojos de doña Mercedes, que como persona importante de un pueblo vecino había sido invitada al baile. Tan pronto entró al salón, reconoció mi voz me ubicó y como una flecha llegó a donde estaba.

Cuando terminamos la canción, se oyó su voz como el roznido de una gata herida que gritaba: ¿Qué hace esta mujer aquí? ¿Quién la invitó? ¿Me invitan para venir a bailar con la querida de mi esposo? ¿Con la corruptora de mi hijo? ¿La mujer que fue sacada a piedra de Funsa por vivir con el hijo del alcalde y por calumniar al señor cura?

Llamó a sus hijas y abandonó el salón. La ola de aristocracia parroquial salió detrás de la importante dama que huía. Sola, asombrada, afrentada, con mi mirada traté de buscar a alguien que me amparara, que creyera en mi inocencia.

Solo veía alrededor mío, rostros indignados, miradas obscenas o burlonas, sonrisas insultantes y oía un tropel de injurias, y el epíteto infamante de puta en boca de algunos hombres. Lo último que recuerdo fue que salí sola del salón, llegué a la casa corriendo y abracé a mi madre, mientras en mis oídos retumbaba como el ruido de una tormenta, el infame epíteto que me lanzaron algunos hombres.

Mi madre permaneció el resto de esa noche en vela cuidándome. Al despertar al día siguiente angustiada me solicitó: ¡Cuéntame hija mía que sucedió anoche! Empezaba mi relato cuando llegó Arturo. Como me lo había prometido, por no poder viajar el sábado, madrugó el domingo.

¡Desahogué mi dolor con mi madre y Arturo! Esta aristocracia clerical no lapida con piedras pero hiere de muerte con insultos injurias y calumnias. Los notables y los mandos medios pretenciosos y serviles no tienen personalidad propia, se mueven en la dirección del viento que sople. Como las serpientes van tras el ruido que oyen y muerden y matan a quien se atraviese en su camino.

Decidí no seguir siendo víctima del odio y el desprecio de los importantes, de los farsantes con poderes religiosos o políticos. Vencida decidí volver a Bogotá. Arturo nos ayudó a preparar el regreso.

Miércoles 17 de diciembre. Excomulgada, calumniada y rechazada

Conciente ahora del silencio y la aversión de la población que había agasajado mi llegada, a la madrugada de aquel lunes caluroso, bajo un cielo plomizo que anunciaba tormenta, los tres en bestias, emprendimos el ascenso lento de los cerros.

Cuando descendíamos a la sabana se desató una recia tempestad que iluminaba el horizonte con resplandores de incendio y llenaba el ambiente de estruendos ensordecedores. Arturo mantenía un silencio lúgubre mientras con mi madre elevábamos oraciones al cielo para que amainara la tormenta. Entró la noche, las quebradas que atraviesan el camino se crecieron, los caballos se rehusaron a cruzarlos y tuvimos que desmontarnos para pasarlas.

Llegamos a Bogotá, las señoritas Rodríguez se negaron a recibirnos en su casa por que habían sido informadas de la excomunión de Luisa por sus escándalos con viejos y jóvenes y las calumnias a un sacerdote. El rumor de escándalos calumniosos me había precedido. Arturo consiguió posada cerca.

Ayer martes logramos establecernos en una humilde vivienda en un barrio solo y triste en las afueras de Bogotá.

Domingo 21 de diciembre. Calumnias mordaces de los católicos

Los diarios opositores al gobierno y los periódicos católicos, con frases veladas y reticentes despertaron una santa indignación en la población católica contra mí: ¡Que espantoso cinismo de esa mujer! ¡En una misma familia sedujo al padre y al hijo! ¡Querida de un anciano y corruptora de su hijo! ¡Con sus concupiscencias de hembra ofreció su cuerpo incitante frente al altar a un joven y virtuoso sacerdote! ¡Como no pudo seducirlo, lo calumnió, lo difamó! ¡Y tuvo el atrevimiento de seguir dirigiendo una escuela de niñas, de presentarse en el baile de gala de la municipalidad!

Algunos fueron más lejos: ¡la tentadora!, ¡la seductora!, ¡la serpiente social, la meretriz!

El director de Instrucción pública aunque me recibió con cariño y trató de ayudarme, no pudo hacer nada por mí. ¡En ningún pueblo querían tenerme como maestra de sus hijas! Era necesario esperar que pasara esta ola denigrante de calumnias y difamación.

Jueves 25 de diciembre. Lanzada a la miseria

Ha empezado el terrible problema de la vida, conseguir el pan de cada día. Mi madre me observa con tristeza y me abraza en este desamparo de la vida. El choque de esta brusca realidad está acabando con mis sueños, con mis recuerdos felices, con la esperanza. Solo permanecen los recuerdos dolorosos y los porvenires tristes. Solo hay insulto, sevicia, acecho a mi dignidad, calumnia a mi honra. Ya había visto el hambre sentarse a nuestra mesa y a la enfermedad velar el lecho de mi madre. Ahora veo acercarse la miseria, espectro espantoso, hermano de la muerte.

Domingo 18 de enero. Mendicidad, prostitución o muerte heroica

En la semana pasada de este nuevo año estuve intentando conseguir clases a domicilio. No conseguí ninguna. Mi nombre es muy conocido como el de una anatema. Mis falsos escándalos han sido propagados copiosamente. En nombre de una moral manipulada me han cerrado todas las puertas dignas y me dejan abiertas solo las de la prostitución o las de la mendicidad. Proposiciones atrevidas en estos aspectos brotan de todas partes, pero he cerrado mis oídos a estas sugerencias malignas y he decidido acabar de vivir y morir con heroísmo.

Mi madre trabaja con la plancha todo el día y parte de la noche para sostenernos. Yo le colaboro trabajando como una sirvienta humilde cuando encuentro esta oportunidad. Arturo me esquiva, no volvió a visitarnos.

Jueves 5 de abril. Una batalla desesperada contra la miseria y la muerte

El oficio acabó con mi madre y cayó a cama, enferma de tuberculosis hasta ahora incurable. Así permanece desde hace dos meses. He vendido o empeñado todo: joyas, trajes, libros… En el cuarto solo queda una cama en la que dormimos juntas, una silla vieja y algunos enseres de cocina. Debemos dos meses de arriendo y nos están echando a la calle. Mi madre permanece tendida en la cama, como dormida, mientras la fiebre la devora.

El tinte rojo de sus pómulos da un aspecto engañoso a su rostro demacrado y sufriente. Su cabellera que empieza a encanecer se adhiere a sus sienes con el sudor viscoso. Su respiración es anhelante y su sueño inquieto. Después de sus accesos de tos, enjuago sus lágrimas, limpio el sudor de su rostro, tomo el medicamento, levanto su cabeza suavemente, le digo mamá su cucharada. Abre sus ojos, intenta sonreír, acerca sus labios secos a la bebida y la toma de un sorbo. La acomodo en la almohada y me siento a su lado a esperar con dolorosa ansiedad el efecto de la droga. Así, en vela paso casi todas las noches, al lado de mi madre, hasta que me sorprende una nueva mañana. Sigo librando una batalla desesperada contra la miseria y la muerte.

A pesar de mi lucha por conservarla, mi madre se me va poco a poco. Así como vivió, silenciosa, resignada y triste. El hambre y la muerte velan al borde de este lecho. Me ha tocado mendigar el alimento para cada día y los remedios de mi madre. Con una falda raída, envuelta en un viejo pañolón y unas botas en estado deplorable, pero todo limpio, recorro algunas pocas casas de almas caritativas pidiendo un socorro.

A las casas de las personas que se creían más cercanas a Dios no volví. No me ayudan con nada, me insultan, me tratan de mujer pecadora, de calumniadora, de excomulgada. Las señoritas Rodríguez no volvieron a recibirme, insistían en llevar a mi madre de caridad a un hospital para retirarla de su hija maldita. De acuerdo con mi madre me negué a entregarla a la caridad de los extraños y continuamos nuestra senda dolorosa.

Estaba temiendo por las vidas de mi madre y Arturo. Supe de la grave enfermedad de Arturo y a la cabecera del lecho de mi madre pensaba también en aquel otro enfermo querido que era la mitad de mi existencia.

Viernes 6 de abril. Una carta de Sofía

Acabo de recibir esta carta de Sofía:

"Señorita Luisa:

En nuestra casa triunfa el odio. Mamá Mercedes vence a todo el mundo, nadie resiste a su voluntad dominadora. A mí, como vara que dobla el soplo del viento, me tocó inclinar la cabeza ante su querer despótico. Tendré que casarme con Simón. En una de sus grandes haciendas, pasaremos la luna de miel, yo paseando mis tristezas secretas, dejando marchitar mis sueños. ¡Estoy vencida! ¡Cuánta falta me hace usted! Todos me son contrarios. Todos me han abandonado. Mi madre me sacrifica por ambición; mi padre me deja sacrificar por egoísmo. ¡Germán me abandona! No pudiendo hablar conmigo, terminó por declararme culpable.

Arturo… ¡pobre hermano mío! ¡Es tan débil! Además en estos días ha sido asaltado por un verdadero acceso de fervor religioso. El presbítero Cansino su antiguo preceptor, ha regresado de Europa; todos sus discípulos han ido a recibirlo. Arturo fue también: después ha vuelto a su intimidad, desde entonces ha cambiado inmensamente. Casi no viene con nosotros; pasa el tiempo en casa de su maestro, en unión de otros amigos, entregado a ejercicios piadosos, pues el presbítero Cansino es el padre Espiritual de todos ellos.

Mi madre está muy satisfecha con todo esto. Arturo se había olvidado algo de las prácticas religiosas y su antiguo maestro ha vuelto a atraerlo a ellas. Es un sacerdote muy piadoso; ama mucho a los jóvenes. Si viera usted como los acaricia y los besa. ¡Ah, los ama mucho!

Desde que ha vuelto con él, Arturo no me habla ya de resistencia. Últimamente me ha aconsejado la sumisión completa. El carácter independiente de Germán; su negatividad rotunda de ir a los ejercicios espirituales del presbítero Cansino y frecuentar sus relaciones, ha sido la causa de que Arturo le tome aversión, y mi madre, instigada por aquel sacerdote lo odia cada día más.

¡Así he quedado sola! ¡Estoy vencida! Dentro de tres días seré esposa de Simón; usted sabe mi secreto…

¡Dios mío! ¡Dios mío, que desgraciada soy!

Sofía"

Sábado 7 de Abril. El cura Cansino, Arturo y doña Mercedes

Esta carta no solo me sorprendió profundamente sino que también me alarmó. Mi alma enamorada presiente el peligro. Desde la llegada del presbítero Cansino he notado un cambio inmenso en Arturo. Sus visitas fueron menos frecuentes, su actitud temerosa. Se mostraba más reservado al juzgar la conducta de su padrastro. Evitaba hablar de asuntos de su casa. Caminaba con aire devoto. Entraba a nuestra habitación, avergonzado y como furtivamente. Eludió el tema de la calumnia. Me contaba que veía con frecuencia al cura Serrezuela y que era muy amable con él. Al preguntarle por qué se había demorado tanto en volver, me explicó que había estado en un retiro espiritual y como prescripción sacerdotal le habían ordenado dejar de verme por cierto tiempo. La actitud de Arturo, su acceso de raro misticismo me dejó adivinar la espantosa verdad, lo estaban retirando de mí, me lo estaban arrebatando. Su conciencia débil cedía ante la influencia de su antiguo maestro. El cura Cansino se interponía entre los dos, nublaba el sol de nuestros amores.

Arturo me contó que desde los once años en que se internó en su colegio, aquel sacerdote fue su confesor, tomó la dirección de su alma y la modeló según su propio querer. Conoció el inicio de sus sensaciones, el despertar de sus pasiones, los tiernos e inquietos secretos de su sexualidad naciente. Llegó hasta el fondo de su conciencia. Con ojo inquisidor lo seguía hasta en las intimidades secretas de su vida. Ya egresado del colegio, el presbítero viajó a Europa y Arturo se liberó de él, recobró su personalidad, se enamoró de mí. A su regreso doña Mercedes fue a contarle el trance angustioso en que se hallaba, se quejó de la soberbia de Arturo, de su indocilidad. Me describió como una tentadora atrevida, una seductora impía que había corrompido a su hijo.

Ante aquella revelación el cura palideció de rabia, un rencor celoso contra mí lo ensoberbeció y prometió que vencería a aquel monstruo que había corrompido a su antiguo alumno a quien amaba tanto.

Arturo me contó además que en vano el cura Cansino lo había asustado con los castigos en esta tierra y los tormentos en la otra para que confirmara que había sido seducido, y que había tenido contacto pecaminoso conmigo. Le confesé nuestro bonito amor y le juré que no habíamos delinquido. El cura sin embargo le explicó que había que cortar con esta relación para evitar consecuencias funestas.

El presbítero Cansino estaba dedicado a reestablecer las antiguas directrices de educación en el colegio para poder cumplir con la obra de Dios, para formar moralmente a los retoños de la alta sociedad bogotana:

  • Evitar la intoxicación del placer y desarrollar en los jóvenes miedo natural a la mujer, por ser degradadora de la conducta de ellos y primeras piedras de sus escándalos.

  • Clasificar el amor carnal como un crimen, una falta irredimible, una debilidad humillante, un estigma, un castigo.

  • Crear una obsesión de espanto por el placer.

  • Mantener el conocimiento del sexo bajo un misterio velado.

  • Despertar odio a la sexualidad, al amor y enseñarlos a vivir en un sueño místico como los ángeles.

  • Que el amor está prohibido y solo la amistad pura es una virtud.

Se celebraban fiestas religiosas continuamente. En ellas se oía solo anatemas contra el amor y contra el mito llamado mujer. Se promovía el odio a la sexualidad, el miedo a la mujer. Se cantaba el himno a la amistad, se llamaba desesperadamente a una fraternidad engañosa y estéril.

En este círculo de horror, en esta atmósfera de odio al amor, a la sexualidad, logró el presbítero Cansino encerrar a su exdiscípulo y a algunos de sus excompañeros de estudio.

Doña Mercedes suplicó al cura Cansino ayuda también para arreglar su matrimonio con Matilde y así retirarlo definitivamente de mí.

El presbítero conocía el estado de los negocios del señor de la Hoz. Sabía que ese matrimonio lo salvaría de una ruina inminente. No podía permitir la quiebra de un personaje tan importante, esto sería un rudo golpe para el partido de oposición al gobierno y para la iglesia. Su deber era lograr el matrimonio de Arturo y Matilde para evitar un colapso político y religioso. La pasión sectaria y religiosa estaba por encima de todo lo demás.

Arturo resistía como una víctima fascinada por su victimario, hacía esfuerzos por no dejar destruir el ensueño de su amor. Cuando me visitaba comprobaba que aún me amaba con pasión. Pero cuando salía de la casa sentía remordimiento de conciencia, inquietudes, dudas horribles en el alma. Recordaba las advertencias del cura Cansino y se preguntaba ¿Hice mal en verla? ¿Ésta mujer será en verdad una pecadora vulgar, que codicia mi primacía sexual? ¿Una ambiciosa que desea encumbrarse conmigo para gozar de mi estatus y mi riqueza? Mi madre, mi padrastro, mi maestro y confesor, el padre Serrezuela, todos me prohibían este amor, para todos es un crimen!

 

 

Autor:

Rafael Bolívar Grimaldos