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El poder de la oración

Enviado por Agustin Fabra


  1. Presentación
  2. La oración
  3. El camino hacia Dios
  4. Tipos de oración
  5. Cómo se debe orar
  6. ¿Sobre qué debemos orar?
  7. El Padrenuestro meditado
  8. ¿Cuándo debemos orar?
  9. Frutos de la oración

"Y cuando oren no sean como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos por los hombres; en verdad les digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mateo 6:5-6)

Presentación

Un día, cuando el ser humano fue consciente de haber recibido de Dios la facultad y el don de un corazón que podría ser a semejanza del de Dios, y cuando su mente comenzaba a percibir la grandeza de lo que le rodeaba, fue cuando el hombre comenzó su búsqueda de Dios, de ese Ser que todos presentimos que existe aunque no lo veamos, y que sin El no hubiera sido posible la perfección de lo creado, de lo que somos y de lo que nos rodea. Y entonces quiso comunicarse con Dios al comprender que sin esa comunicación su corazón seguiría sintiendo un gran vacío. Y esa comunicación directa entre Dios y el hombre es la oración.

La oración

La oración nació en el corazón de cada persona al cuestionarse su soledad, aún cuando estuviera rodeado de miles de personas. Es entonces cuando comienza su búsqueda de la dimensión espiritual, ya que el ser humano es más que un análisis científico y que la simple racionalidad: el hombre está hecho a la imagen de Dios en lo espiritual y, por ello, Dios nos ha capacitado para vivir con Él, de quien proviene nuestro espíritu, nuestra alma y nuestra mente, precisamente para percibir y conocer a Dios.

Orar es abrir el canal espiritual del alma para que ésta se llene de una espiritualidad de la que antes carecía, y así pueda transmitir a Dios el sentimiento de su espíritu con toda su acumulación de sensaciones, experiencias y deseos. Además la persona, al empezar a relacionarse con Dios por medio de la oración, empieza una relación personal e íntima con El que ya no abandonará porque su propio espíritu encontró la respuesta de Dios y sintió su amor.

No existe un tipo de oración superior a otra, como tampoco hay una mejor y otra peor. La oración no es un fin en sí misma sino un medio para establecer nuestra conexión con Dios y con su amor. Si Dios es capaz de transmitirnos su energía divina a través de la oración, son indiferentes el credo religioso o la filiación espiritual de la persona que ora. Lo importante es el efecto que la oración tenga en cada persona; si eleva su nivel espiritual, si provee paz a su corazón, o si te llena de amor, es que tu comunicación con Dios es efectiva.

El camino hacia Dios

Actualmente, cuando la persona comprende que el Espíritu Santo está en su corazón, es que el mismo Espíritu Santo ha limpiado espiritualmente el nuestro. Es entonces cuando deseamos abandonar nuestras preocupaciones mundanas para así elevarnos a un plano superior; a la dimensión espiritual donde está Dios. Si el ser humano practica esta relación con Dios de forma constante, ha nacido de nuevo en su mente, en su alma y en su corazón para vivir teniendo a Dios en su vida, tal como estaba proyectado en la voluntad divina desde la creación del mundo. La persona que así se comporta estará guardada para la vida en la resurrección de los muertos. Es cierto que todas las personas resucitarán un día, pero sólo estarán en la gloria de Dios los que hayan vivido en la esperanza de Su misericordia.

Tipos de oración

En la oración el cristiano desnuda ante Dios su alma. Glorifica a Dios por su divinidad, agradece las gracias y los beneficios recibidos, y pide por sus necesidades y pro sus preocupaciones. De ahí derivan las cinco principales clases de oración: de glorificación, de acción de gracias, de súplica, de intercesión y de contemplación.

edu.redGlorificación es la forma más desinteresada de oración. Cuanto más limpia e irreprochable sea la persona, más claramente se refleja en ella la suprema perfección de Dios y, al reflejarse, involuntariamente suscita palabras de glorificación y de alabanza. El obispo ortodoxo Teófanes el recluso, conocido también como Teófanes el eremita (Gueórgui Vasilievich Góvorov, 1815-1894), dijo que "la oración de glorificación no es una fría contemplación de la naturaleza divina, sino un vivo sentir de la misma, con goza y admiración".

edu.redLa oración de acción de gracias es expresada por la persona por los beneficios recibidos de Dios. Ella nace espontáneamente en un alma agradecida y sensible, como fue el caso de que cuando Jesús sanó a los leprosos, sólo un samaritano regresó para darle gracias al Señor (Lucas

17:17-18).

edu.redLa de súplica es el tipo de oración más difundida. Es suscitada en el ser humano por la plena consciencia de su debilidad. A causa de las pasiones y de los pecados, nuestra alma está enferma y endeble. Por ello es imprescindible pedirle a Dios por el perdón de los pecados y su ayuda para vencer nuestros defectos. A veces la súplica es suscitada por un peligro amenazante que se cierne sobre nosotros, o a causa de una gran necesidad. La súplica en la oración en estos casos es inevitable a causa de nuestra vulnerabilidad y es grata al Señor. Pero si nuestras oraciones tienen preeminentemente el carácter de una súplica y no se escucha en ellas nuestras voces de alabanza y gratitud, ello testimonia el insuficiente nivel de nuestro desarrollo espiritual y moral.

edu.redLa de intercesión es la oración por otros. Un intercesor es uno que toma el lugar o suplica por el caso de otro y pide a Dios por aquella persona. La intercesión evidentemente es importante debido al énfasis que Jesús colocó en ella en su propio ministerio terrenal. Su importancia también se revela en diferentes partes de la Biblia, llenas de historias de hombres y mujeres que experimentaron resultados poderosos a través de una eficaz intercesión. A través de una intercesión eficaz se puede entrar en el mundo espiritual desde cualquier parte. Las oraciones de intercesión no tienen limitación de distancia pues pueden penetrar lugares humanamente inalcanzables e incluso pueden cruzar barreras geográficas, culturales y políticas. Incluso puede afectar el destino de individuos y ayudar a salvar las vidas y almas de hombres y mujeres, y puede extender el Evangelio del Señor alrededor del mundo mientras se intercede en oración.

La oración de contemplación es cuando aparece de una manera vivenciada, como experiencia, la receptividad, la escucha, la santa pasividad, la actitud vivenciada del hágase tu voluntad, el estado de confianza… Entonces cesa la verbalización, y uno queda sumergido en esa vivencia sin palabras, sin pedir nada, solamente descansando en el estado de quietud o en el perfume de lo sagrado. En realidad la contemplación no es algo difícil ni de otro mundo. Lo que es difícil es mantenerse ahí durante las veinticuatro horas del día, durante toda la vida… eso es ser un santo… Pero acceder a ese espacio cada día por algunos momentos más o menos largos, no es algo difícil. Con el paso de los años ese estado se irá haciendo más frecuente y más permanente.

Los restantes tipos de oración frecuentemente se unen entre sí. La persona ruega a Dios por sus necesidades y, simultáneamente, le glorifica por su magnificencia y benignidad, agradeciéndole este lazo de unión que es la oración. Otras veces simplemente le abrimos nuestro corazón y nuestra alma, sin necesidad de palabra alguna, y en otras oramos por nuestros semejantes. Las más solemnes oraciones de alabanza se transforman a veces en súplicas conmovedoras y, por el contrario, en ocasiones ruegos plañideros a Dios pidiendo ayuda se resuelven en un cántico de agradecimiento y de alabanza.

Además de los tipos de oración mencionados, hay otras varias que se adecúan a nuestro estado de ánimo en determinados momentos, como pueden ser la oración escrita, la leída, la de acogida, la rezada, la auditiva, la visual, la de abandono o la de desprendimiento . Un compendio de los diferentes tipos de oración se encuentra en los Talleres de Oración del sacerdote jesuita Ignacio Larrañaga.

"Cerca está Yahvé de los que lo invocan, de todos los que lo invocan con sinceridad. Cumple los deseos de sus leales, escucha su clamor y los libera" (Salmo 145:18-19)

Cómo se debe orar

En primer lugar debemos indicar que existe una diferencia abismal entre rezar y orar. Rezar es repetir una oración que otra persona ha pensado, expresado o escrito con anterioridad. Orar, en cambio, no es repetir, sino hacer oración. Por consiguiente orar es crear oración basándonos en sentimientos propios, en emociones íntimas, en dificultades y problemas personales, y no solamente es reproducir las expresiones originadas en la mente de otra persona. Orar es tener experiencia propia; no ajena. Rezar es, al contrario, repetir la experiencia ajena sin tener, en la mayoría de las ocasiones, esa experiencia íntima con Dios que nos provee el hecho de orar.

Al comenzar la oración la persona debe dejar de lado sus habituales ocupaciones y preocupaciones; concentrar sus pensamientos dispersos como si cerrara la puerta de su alma a todo lo terrenal y mundano, y luego dirigir toda su atención hacia Dios. Contemplando la faz del Señor e imaginando vívidamente su magnificencia, el orante se compenetra necesariamente con la profunda conciencia de su dignidad e indigencia. Recordemos siempre que "al orar es necesario imaginar toda la creación como nada frente a Dios, y a Dios único como todo" (Juan de Kronstadt, 1829-1908).

La humildad del cristiano no engendra desaliento ni desesperación. Por el contrario, se une con la fe firme en la verdad y omnipotencia del Padre celestial. Sólo la oración con fe puede ser escuchada por

Dios (Mateo 21:22). Debemos recordar el legado y la promesa de Jesús de que es necesario siempre orar sin abatirse: "Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá" (Lucas 11:9). Los ejemplos evangélicos de la mujer cananea rogando a Jesús por la curación de su hija (Marcos 3:8-11), de la viuda desamparada que obtuvo justicia de un juez injusto (Lucas 18:1-8) y casos similares, dan testimonio de la gran fuerza y poder de la oración.

Tal vez la oración no sea escuchada de inmediato. El orante no debe perturbarse por ello ni caer en el desaliento: se trata de una prueba, no de un rechazo. Si El no abre prontamente las puertas de su misericordia, es necesario "aguardar con una esperanza luminosa" (Juan Crisóstomo, 347-407). El verdadero cristiano continuará su oración con ahínco y con fuerza hasta tanto logre atraer hacia sí la gracia del Señor. Así lo hizo el patriarca Jacob, el cual decía al Desconocido que luchaba con él: "No te dejaré hasta tanto no me bendigas" (Génesis 32:27), y realmente recibió la bendición divina.

Si Dios es nuestro Padre celestial, entonces todos nosotros somos hermanos. El sólo aceptará nuestra plegaria cuando nos encontremos en relaciones realmente fraternales con los demás, cuando eliminemos todo rencor y enemistad, cuando perdonemos las ofensas y nos reconciliemos con todos nuestros hermanos: "Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas" (Marcos 11:25).

¿Sobre qué debemos orar?

"No seas irracional en tus peticiones para no provocar la ira de Dios con tu irracionalidad. Mas sé sabio para merecer los dones gloriosos. Pide lo muy valioso a Aquel para quien la avaricia es ajena, y recibirás de Él lo muy valioso según tu deseo razonable. Salomón pedía sabiduría y con ella recibió también el reino terrenal, porque pedía razonablemente al gran Rey. Eliseo pedía la mayor gracia del Espíritu, comparable a aquella que tenía su maestro, y su pedido no quedó insatisfecho. El que pide insignificancias al Rey, rebaja su honor" (Isaac de Nínive, monje ortodoxo, 640-700).

El supremo maestro de la oración es Jesús. La oración acompañaba todos los acontecimientos más importantes de su vida terrena. El Señor oró al recibir el bautismo de Juan, pasó toda la noche en oración antes de la elección de los Apóstoles, también oró durante la Transfiguración, en el huerto de Getsemaní ante su inminente captura y cuando estaba en la Cruz. Bajo la impresión de la figura inspirada de Cristo orando, uno de sus discípulos se dirigió a Él con el ruego de "Señor, enséñanos a orar" (Mateo 6:9). Y en respuesta a este pedido, Jesús les dio una oración breve por su extensión, pero rica en contenido. Aquella divina e incomparable oración que hasta el día de hoy unifica por sí misma a todo el cristianismo, es el Padrenuestro u Oración del Señor.

El Padrenuestro nos enseña explícitamente acerca de qué debemos pedirle a Dios en oración. Pero el Padrenuestro debe ser orado, no rezado. Aunque sea un texto copiado literalmente de las palabras de Jesús al discípulo que le pidió que les enseñara a orar, debemos hacer precisamente esto, orar. Desafortunadamente el Padrenuestro lo hemos memorizado de tal manera que lo recitamos casi inconscientemente, sin darnos cuenta del valor intrínseco que por sí mismo posee. El Padrenuestro debe ser meditado palabra por palabra y frase por frase mientras lo estamos orando. Sólo así lograremos aplicar su significado a nuestras vidas y comprender aquel hágase tu voluntad que nos enseñó Jesus, y entregarnos enteramente a la voluntad de Dios, tal como El hizo cuando estaba orando en el Getsemaní, sabiendo ya el duro final terrenal al que debía enfrentarse. En lugar de rebelarse contra Dios al conocer el sufrimiento que le esperaba, tuvo el valor de decirle al Padre: "… mas no sea como yo quiero, sino como Tú quieras" (Mateo 26:39).

El Padrenuestro meditado

Aquí analizaremos y meditaremos cada una de las diferentes partes de la oración que Jesus nos dejó: el Padrenuestro. Nuestra meditación personal debemos efectuarla sobre las distintas partes de esa oración, después de haber oído la lectura del texto introductorio de cada sección del Padrenuestro. Pidamos a Jesus que nos enseñe a rezarlo con el espíritu filial con que El lo rezo, y con el espíritu filial con que quiso que también lo rezáramos nosotros. Después de cada reflexión a cada frase del Padrenuestro, es aconsejable que elevemos al Señor nuestra oración personal sobre aquella reflexión en concreto.

Padre: Dios es Todopoderoso, eterno, infinito en todo, pero quiere que al dirigirnos a Él le llamemos Padre y pedirle que sienta que El es mi Padre. Padre que pensando en mí y amándome, creó todas las cosas: el sol con su luz y calor, la tierra con tanta variedad de vida, el mar, las montañas, los ríos, las plantas, las flores, los frutos, el aire que respiramos, los alimentos que consumimos…. Todo lo hizo y lo sigue haciendo pensando en mí, mirándome, amándome. El formó mi cuerpo, con sus miembros y sentidos, y me los conserva; mi alma con el entendimiento, memoria y voluntad. El me hizo hijo suyo con la gracia santificante; me da su vida, me hace imagen suya viva, su hijo, y quiere mirarse a sí mismo en mí, como un padre cariñoso se mira en el hijo que se le parece. El me dio a su Hijo para que me hiciera su hijo y me lo sigue dando todos los días para que sea mi alimento, fortalezca mi vida y perfeccione su imagen. El se me quiere dar todo en herencia; El mismo será mi felicidad, viéndole, poseyéndole, amándole, gozando de Él y sintiendo el amor infinito del Padre que se vuelca en mí.

¡Cuánto me ama mi Padre!

REFLEXION: ¿Como he correspondido a tanto amor de Dios? ¿Me he portado como un buen hijo?

¿Cuántas veces le he ofendido, le he vuelto la espalda, le he desobedecido? ¿Cómo he de corresponder a partir de ahora? Siendo un buen hijo. Debo vivir y sentirme como un hijo muy querido de Dios, someterme del todo a la voluntad de Dios como lo hizo Jesucristo; amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia, estimándolo más que todas las cosas, prefiriendo su voluntad a todo lo demás. Toda mi vida deberá estar dirigida solo a Dios.

Nuestro: Dios es Padre, no solo mío, sino también de todos. A todos ama, a todos ofrece su vida y su gloria. Por todos se sacrifico, murió y se quedo en la Eucaristía. Quiere que nos amemos todos como hermanos, hijos del mismo Padre. No puedo amar a Dios si no amo a mis hermanos, sus hijos. Amarlos con el corazón de Dios, como Dios ama. Amar a todos, como Dios ama y derrama sus bendiciones sobre todas las personas, buenas y malas. Quiere que pidamos por todos para que todos pidan para cada uno. A pedir por mí mismo me mueve la necesidad; a pedir por otros me mueve la caridad, que es más agradable a Dios. Pediré por todos: por los cristianos, por los que no creen y por los que rechazan a Dios o a Jesucristo, para que pueden decir con nosotros: Padre Nuestro.

REFLEXION: ¿He vivido ese ideal de fraternidad? ¿Considero, amo y trato a los demás como hijos de Dios y hermanos míos? ¡Cuántos egoísmos y cuanta falta de amor! Buscando mi propio gusto en vez de buscar el bien de los demás. ¿Cómo tengo que vivir el amor a los demás? Como el buen samaritano o, mejor aún, como Jesús, Nuestro Señor?

Que estás en el cielo: Dios está en todas partes, pero en el cielo muestra de un modo especial su gloria, su bondad, su amor; allí hace felices a sus hijos con la felicidad perfecta. Por eso quiere Jesús que elevemos nuestra mirada al cielo cuando oramos. Allí esta nuestro Padre. La casa del Padre será mi casa, allí veré a mi Padre lleno de amor, le amaré, le poseeré sin temor alguno de perderle, y sentiré el amor infinito del Padre. Quiere Jesús que al orar elevemos nuestros corazones al cielo, que busquemos lo de allí. Allí estaré con Jesús, sentiré su amor infinito y sus predilecciones conmigo. Aquella será nuestra felicidad sin fin. El deseo de alcanzar el cielo nos ayudará a ser más pobres al tener nuestro corazón libre de todas las cosas; más obedientes, buscando siempre y haciendo solo la voluntad de Dios.

REFLEXION: ¿Vivo con el corazón en el cielo o mas bien estoy siempre mirando las cosas de la tierra? Buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo; saboread las cosas de arriba, no las de la tierra.

Santificado sea tu nombre: Santificar el nombre significa santificar a la persona. Que todos alaben, estimen y amen a Dios; que obedezcan sus mandatos, reconozcan su majestad y, sobre todo, su bondad y misericordia. Que con nuestra vida santa mostremos que Dios es santo y ayudemos a otros a santificarse y así muestren con su vida que Dios es santo. ¡Cuántos no le conocen y le niegan! ¡Cuántos de los que le conocen no le aman ni le obedecen porque no le conocen bien! Si realmente le conociéramos no podríamos menos que amarle. Debemos amarle sobre todas las cosas y amarle también por su bondad y misericordia infinita porque, siendo lo que somos, nos ama como padre cariñoso.

REFLEXION: ¿Cómo es mi vida de santidad? ¿Con mi vida animo a otros a que sean santos?

Venga a nosotros tu Reino: Dios reina sobre todas las creaturas y, de un modo especial, en las almas de los justos por medio de la gracia; y en los bienaventurados en el cielo, por la gloria. Reinara al fin del mundo sobre todos. Pedimos que todos reconozcan el reinado de Dios, que vivan como fieles súbditos suyos, que se sometan a sus leyes; que por todo el mundo se extienda su reinado de amor, de verdad y de paz. Pedimos que nos lleve a su Reino glorioso en el cielo.

REFLEXION: ¿Trabajo con mis palabras y mi ejemplo por extender el Reino de Dios? ¿Ayudo a otros en el apostolado? ¿Soy súbdito fiel a Cristo Rey? ¿Guardo sus leyes? ¿Amo y vivo su Evangelio? ¿Procuro imitarle lo más posible?

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: Que todos hagamos la voluntad de Dios; todo lo que El manda y todo lo que le agrada, con toda perfección y amor, como lo hacen los santos en el cielo. Ellos ven a Dios cara a cara, ven el amor infinito que les tiene y le aman con todo el corazón. No desean otra cosa sino amarle y, por amor, sólo quieren la voluntad de Dios. Así también todas las personas amemos a Dios y sólo deseemos y hagamos lo que es Su voluntad y agrado. Que en mí y en todos se cumpla la voluntad de Dios; que aceptemos con amor y gusto lo que Dios desee de cada uno de nosotros, sea agradable o desagradable, con total y plena confianza en El, que es mi Padre y que sólo desea mi bien. Que todos los acontecimientos los recibamos de la mano de Dios, que quiere o permite esas cosas para nuestro bien. Como Jesucristo en el huerto, digámosle: "No se haga mi voluntad, sino la tuya"; todo como efecto del amor total a Dios.

REFLEXION: ¿Está toda mi vida centrada en la voluntad de Dios? ¿Cuántas veces prescindo de su voluntad y busco mi gusto, mi egoísmo, y también me impaciento cuando las cosas no salen como yo deseo? ¿En todas las ocupaciones diarias busco siempre lo que le agrada a Dios, para que así se haga en mí su voluntad?

Danos hoy nuestro pan de cada día: Tenemos muchas necesidades corporales y espirituales mientras vivimos en esta vida. Pedimos el pan, la comida, y todo lo que necesitamos para el cuerpo. Pedimos que nos dé hoy nuestro pan de cada día. Debemos fomentar la confianza en el Padre y no angustiarnos por el futuro. A los hebreos en el desierto les dio Dios el maná de cada día; al día siguiente ya no servía y debían esperar el nuevo maná de aquel día y así, de esta forma, aprendieron a confiar en El. Jesús quiere también que confiemos en el Padre. Es cierto que tenemos que trabajar para conseguir el pan de cada día, pero sin ansiedad ni congoja, sino con confianza en Dios. Pediremos también el pan espiritual, necesario para conservar y fortalecer la vida de la gracia santificante, que es la gracia que necesitamos para hacer el bien y evitar el mal, y para que nuestras acciones tengan valor sobrenatural. Pidamos que nos vaya transformando en El; para que el Padre vea en nosotros una imagen cada día más perfecta de Él.

REFLEXION: ¿Cómo está mi confianza en Dios? ¿Me contento con lo que Dios me da cada día, o ando angustiado por lo que me pueda faltar mañana? ¿Cómo estoy con respecto a mi trabajo, con angustia e inquietud deseando siempre ganar más para así asegurar mi futuro, o con paz confiando en Dios?

Perdónanos nuestras ofensas: Todos somos pecadores y necesitamos de la misericordia de Dios. Todos tenemos culpas y necesitamos pedir perdón. Dios, nuestro Padre, está deseando otorgarnos ese perdón; El nos conoce y nos ama; quiere que cada día nos arrepintamos de nuestros pecados y ofensas y que le pidamos perdón. Y si actualmente no encontramos en nosotros pecados más o menos graves, si tenemos al menos defectos, debilidades, faltas e indelicadezas con el Señor, y debemos pedir perdón por todo ello por haber desagradado a nuestro Padre que tanto nos ama. Una falta mía puede ser que desagrade más al Padre que pecados más grandes en otros, por lo mucho que me ama y siente mi desagradecimiento. Tengo que pedir perdón, con verdadero arrepentimiento, de todo pecado y ofensas.

REFLEXION: ¿Vivo en actitud de arrepentimiento y detestación de mis pecados? ¿Fomento la pureza de mi alma?

Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden: Es la condición que Jesús pone para perdonarnos a nosotros. Quiere que tengamos un corazón grande como el de nuestro Padre, que con tanta facilidad nos perdona; que sepamos excusar las faltas de otros como el mismo Jesús hizo en la cruz; que no demos vueltas en nuestra cabeza a las ofensas que nos hayan hecho, sino que procuremos olvidarlas.

REFLEXION: ¿Cómo cumplo con mi obligación de perdonar a todo el que me ofende? ¿Soy fácil para perdonar o soy vengativo, que deseo que le suceda algún mal al que me ofendió y me alegro si le sucede?

¿Niego la palabra a alguien, le trato con indiferencia o le rehúyo si en alguna ocasión me ofendió? Dios me perdonará así como yo perdone. Tengo que ser generoso en perdonar, para que también Dios sea generoso conmigo.

No nos dejes caer en la tentación: Hay tentaciones que son pruebas de Dios y sirven para nuestro bien. Hay tentaciones que nos inducen al pecado. Hemos de pedir siempre que no caigamos en pecado ni en falta deliberada, ya que todo ello ofende siempre a Dios. Somos débiles y por nuestras propias fuerzas no podemos sostenernos sin pecar, por las muchas inclinaciones torcidas que tenemos en nuestra naturaleza. Necesitamos pedir gracia a Dios para no caer, pero hemos de pedirla con humildad y con confianza.

REFLEXION: No basta con pedir, tengo que evitar las ocasiones de pecado. Si por mi culpa o negligencia me pongo en peligro de ser tentado, desmerezco la gracia de Dios y, entonces, el enemigo o mi propia sensualidad me empujan al pecado. ¿Pongo yo los medios para no caer en pecado? ¿Evito las ocasiones?

¿Sacrifico mi lengua, la vista y el oído antes de caer en pecado? ¿Fomento pensamientos o deseos de pecado? Sería una burla pedirle a Dios que me libre de tentación y, al mismo tiempo, ponerme yo mismo en peligro de pecar.

Y líbranos del mal: De todos los males, naturales y espirituales. Que nos libre del pecado y del infierno, que son los verdaderos males. Los males físicos, como enfermedades, dolores, muerte, etc. pueden ser bienes para el alma. Que nos libre del demonio, que ronda buscando a quien conquistar; que no nos dejemos engañar ni seducir por él. Pero debemos también ayudar a otros en cuanto este de nuestra parte, para que tampoco caigan en ningún mal. ¡Cuántos males de toda clase hay en esta vida como fruto del pecado original, y de nuestros pecados personales que cometemos, de nuestros egoísmos, soberbias e iras! Bueno es que pidamos a nuestro Padre que nos libre de todos los males. El nos librará de todos cuando nos lleve a su Reino, donde no habrá ningún mal y donde gozaremos de todos los bienes en el gozo de Dios.

REFLEXION: Esta es la mejor petición que podemos hacer: que nos lleve a su Reino para vivir con Él. Allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos, alabaremos y gozaremos. Como dijo Agustin de Hipona, "eso será el fin sin fin".

Y terminemos dándole gracias a Dios por habernos permitido vivir esta oración del Padrenuestro de esta forma meditada. Prometámosle al Señor poner en práctica en nuestra vida todo aquello que El nos ha enseñado en esta oración, y roguémosle por su ayuda para que le seamos fieles hasta el fin de nuestros días. Y finalicemos la oración con esta petición:

Que el Señor nos bendiga y nos proteja.

Que el Señor nos mire con agrado y nos muestre su bondad. Que el Señor nos mire con amor y nos conceda la paz.

¿Cuándo debemos orar?

Jesús, por medio del apóstol Lucas nos dice: "Orad sin cesar y en todo momento" (Lucas 18:11). Es necesario orar en aquellos momentos luminosos y elevados cuando el alma experimenta una visita de lo alto; se vuelve hacia el cielo y siente la necesidad de la oración. Es necesario también orar en las horas destinadas a la oración, a pesar de que para nosotros sea un sacrificio hacerlo en aquel momento o no estuviéramos dispuestos para hacerlo. De otra forma se perderá la capacidad de la oración personal, de la misma forma que una herramienta se oxida por falta de uso.

Para que nuestra alma conserve la frescura religiosa, es necesario fijarse la meta de orar de manera regular, independientemente de si deseamos hacerlo o no. Además, con la oración personal debemos comenzar y terminar cada buena acción. Pero además de la oración personal, íntima y privada, debemos colaborar en ocasiones en la oración pública o de grupo. De ella decía el Señor que "donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo entre ellos" (Mateo 18:20). Pero debemos hacernos partícipes de la oración en grupo glorificando y alabando a Dios con una sola boca y con un solo corazón, lo cual posee una gran fuerza espiritual. Pero en esas ocasiones oremos por el bien común, por las necesidades colectivas y del grupo, y dejemos nuestras necesidades personales para el momento de nuestra comunión íntima y personal con el Señor mediante nuestra oración personal.

Frutos de la oración

La oración prepara nuestro corazón y lo capacita para la recepción de la influencia divina, lo cual nos producirá frutos abundantes de virtudes y de perfeccionamiento personal. La oración atraerá sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo y, con ello, fortificará en cada uno de nosotros la fe, la esperanza y el amor. La oración ilumina la razón, fortifica la voluntad para las buenas intenciones y consuela el corazón en tiempo de pruebas. Por medio de la oración nos llegará todo aquello que sea beneficioso para nuestro verdadero bien.

"Y todo lo que pidáis con fe en la oración, lo recibiréis" (Mateo 21:22)

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Autor:

Agustin Fabra