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La edad del “criticón”: Período desconcertante para todos

Enviado por Felix Larocca


  1. Nos hemos tropezado con el sexo — como actividad
  2. ¿Qué pasa en esa cabecita? (¿"en cuál"?, preguntaría el bromista)
  3. Pero, ¿qué debemos hacer?
  4. Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad del salto final
  5. En resumen
  6. Bibliografía

edu.redEducar es asistir activamente a un proceso de emancipación. Aunque a muchos de entre nosotros y ellos mismos les pese, tenemos hijos, con un sólo propósito final: para que crezcan, forjen sus vidas propias y se alejen de nosotros. Ese es el proceso evolutivo en el que van adquiriendo sus nociones de autonomía y se van produciendo rupturas con las dependencias a los padres.

La edad del aceptar que son maduros es frecuentemente el momento en que ese choque generacional es más espectacular y, en ocasiones, más difícil de comprender para los padres y más dolorosa para los adolescentes — que pueden aún, tener treinta años de edad.

Partamos de lo obvio: los hijos no vienen con un manual de instrucciones, y cada uno es un ser único e irrepetible que, para ser comprendido, requiere de sus padres y aun de sus hermanos, mucha paciencia, capacidad de escuchar y dotes de observación.

El ser humano, ya hemos precisado, tiene una triple dimensión: biológica, psicológica y social. En el adolescente se producen repentinamente cambios en las tres dimensiones, lo que causa el desconcierto del propio joven y el de su familia. Aunque la transición de la niñez a la edad adulta pueda durar muchos años, la edad de la emancipación suele venir acompañada de un cambio de carácter, a veces profundo. (Véanse mis lecturas al respecto).

Comienza el adolescente percibiendo una apariencia física diferente: los rasgos infantiles dejan paso a un cierto desgarbo y desproporción en las formas corporales, surge el vello, la maduración de las gónadas sexuales da lugar a las primeras menstruaciones en las hembras y a las primeras eyaculaciones en los varones. De pronto, los niños se topan con un cuerpo extraño y deben acomodarse a la nueva circunstancia: se ven "metidos" en una anatomía casi adulta que les resulta ajena y les inquieta sobremanera.

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El cuerpo se convierte en algo nuevo, que debe ser minuciosa y constantemente calibrado: las sesiones de espejo se hacen interminables, cualquier cambio — espinillas, vello, cambio de voz en los varones, la menstruación y el crecimiento de los senos en las hembras — se convierte en un contratiempo y comienzan las reflexiones y, a veces, los incesantes cuidados corporales para aceptarse a uno mismo y para ser bien visto por los demás.

En esta edad, distinguirse de los demás no es normalmente un objetivo. La mayoría de los adolescentes, en esta fase de la edad de la metamorfosis, se muestran rebeldes a las consignas pero obedecen sumisamente los dictados de la moda juvenil más convencional.

Nos hemos tropezado con el sexo — como actividad

Con la maduración sexual, surge la atracción por el otro sexo y el descubrimiento de esa entidad extraordinaria que llamamos "el amor". Es un momento que se vive muy atribuladamente y que se percibe como un descubrimiento espectacular. Con la evolución de las costumbres, se han modificado las conductas de los adolescentes respecto al sexo. Ahora, ellas también toman la iniciativa. Los modos y estrategias de seducción son más abiertos y directos, y se activan tanto por los varones como por las hembras. Este descubrimiento de la sexualidad conduce a la exploración del placer que produce practicarla, a solas o en compañía.

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¿… y después… qué…?

En la República Dominicana existe una dimensión especial de este fenómeno y es el "matrinoviazgo"; que consiste en el apareamiento temprano entre adolescentes jóvenes, envueltos en relaciones exclusivistas y que, con la anuencia familiar culminan en un matrimonio — tan aparatoso como efímero. (Familiarity breeds contempt — and children. Mark Twain [1835 – 1910]).

Hoy, pocos adolescentes ven el sexo, como de antes se veía, como algo perverso o pecaminoso. Sin embargo, se esconden casi lo mismo que lo hacían sus mayores, pero no temen tanto la práctica de la "actividad del sexo" por el placer de tenerlo. Aunque para los padres, la actividad sexual de sus hijos adolescentes es, ante todo, un problema de conciencia moral, "pero si son tan jóvenes que…", de estilo, "en nuestra época, el sexo era una cosa más romántica, más elegante…" y, fundamentalmente, de riesgo, "mira que si la dejas embarazada" o "si te quedas encinta, ¿qué harías con un niño a los 14 años?". Pero para muchos adolescentes, el sexo es una aventura apasionante por la que merece la pena asumir ciertos riesgos imprudentes. Esta manera tan divergente de vivir la sexualidad frena la implantación de una educación íntima eficaz para los niños. Prohibir drásticamente o anatematizar las relaciones sexuales propicia que las realicen con conciencia de culpa, que no soliciten la información necesaria y que corran riesgos perfectamente evitables, como las enfermedades contagiosas y el embarazo no deseado. Pero, tolerarlas sin inhibiciones y con licencia, conduce al desastre.

Tanto educadores como padres deben proporcionar a los adolescentes informaciones claras y completas, primando, en su caso, la recomendación de un sexo consciente, responsable, seguro y placentero — fácil de decir, pero no de hacer. La edad del cambio es una fase en que, por otra parte, los jóvenes necesitan comprobar las posibilidades y habilidades de lo que perciben como nuevo continente físico, su propio cuerpo. Por ello, la práctica de deportes, que a muy pocos atrae, es (dicen algunos puritanos confusos) particularmente aconsejable en esta edad.

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¿Qué pasa en esa cabecita? (¿"en cuál"?, preguntaría el bromista)

En el adolescente, la procesión va por dentro: su psique, sus emociones, son un hervidero de problemas, inseguridad, dudas y contradicciones. No sabe quién es ni lo que quiere, se ve inestable en sus propósitos. En sus conductas visibles, reacciona de una forma sorprendente: se muestra testarudo, obstinado en las discusiones, lleva la contraria casi por sistema, habla poco y cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a gritos, como quien está seguro de todo y acaba de descubrir la verdad de las cosas. Discute sólo para ganar, para hallar en la lucha dialéctica esa firmeza de la que carece.

Todo esto, que los educadores, a menudo, ignoran — por ser ignorantes ellos mismos, fue descrito hace muchas décadas por Erikson y Anna Freud — pero, es que los educadores ni educan ni se educan — observaría, con certeza, el exegeta.

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No lo inevitable…

Mientras crece, el adolescente en crisis, "necesita eliminar al padre", derrocar la autoridad, establecer su hegemonía propia. Por eso es argumentador, rebelde sin causa. Pero cree que sólo esa ruptura traumática le va a conducir a la emancipación emocional, aunque les place mantener la monetaria de modo indefinido. Con esa oposición sistemática están reivindicando ante los adultos el "yo no soy tú". Necesitan ser autónomos y que se les reconozca como seres independientes en algunas cuestiones — pero no todas. Pero a la vez, y esto confunde a los padres, es frecuente que no se muestren responsables para lidiar con sus estudios, ordenar su habitación, buscar un trabajo o racionalizar sus gastos personales. La batalla está asegurada — como asegurada está la derrota de algunos padres inadecuados.

Los padres les amonestan "si quieres hacer tu vida y ser independiente para todo: estudia y organízate mejor" y ellos responden con un lacónico y polivalente "el único problema es que no me comprendes". Los adultos también fuimos adolescentes, pero nunca vivimos en la edad en que hoy viven nuestros hijos. Hace más de 40 años vivíamos una dictadura, no había más que una estación de televisión, no existían los ordenadores ni el Internet, en la escuela las clases no eran mixtas, se pensaba que la masturbación era pecado, las familias de cuatro, seis hijos y más hijos eran lo normal, los jóvenes despertaban al sexo en la veintena y no había preservativos ni educación sexual alguna, el trabajo abundaba, el rock era cosa de desquiciados, casi nadie viajaba en vacaciones y sólo iban a la Universidad unos pocos elegidos — Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia — Partamos de ello, y estaremos más capacitados para entender el mundo interior de nuestros adolescentes, y más motivados para observarles con atención y escucharles con paciencia, contacto y entendimiento. Ahora bien, aunque podamos ceder en cosas para ellos importantes (apariencia externa, gustos musicales y aficiones, amistades, horarios en días festivos…) hemos de mostrarnos firmes en lo fundamental: respeto a padres y hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y hogareños, salud, industria y seguridad personal… Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan una referencia, unas certidumbres que alivien su estado de duda y les sirvan de orientación. (Véase mi artículo: Adolescencia: Quo vadis?…).

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¡Salud!

Cuando se educa a un adolescente, hay que hacerlo a largo plazo. Si hemos mantenido en esta etapa una actitud de escucha y comunicación, combinando el afecto con las concesiones y la firmeza, es muy probable que vuelvan a la normalidad de la vida familiar. Porque, desde esa serenidad adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro que es.

Así, quizás, aprenderán algo…

Pero, ¿qué debemos hacer?

Flexibilidad e inteligencia El empuje que cada adolescente experimenta para no perderse el estado de ebullición mental y física que su edad y cambios corporales le generan es tan fuerte que los adultos poco pueden hacer, más allá de recabar información sobre sus hábitos. Entonces tenemos la influencia del medio social tan llena de riesgos que los padres pueden adoptar posiciones extremas: prohibición total, protección excesiva, obsesión por saber todo lo que hace el hijo o hija… La flexibilidad es la actitud más inteligente: no porfiemos por las cuestiones menores, pero defendamos una posición firme, aunque razonada, sobre ciertos hábitos que atentan contra la salud, la seguridad o el ritmo de algunas diversiones que impiden que cumplan con los estudios o que se alimenten y descansen correctamente. Nos resulta difícil comprender por qué van en masa, bailan al mismo ritmo, visten igual y escuchan la misma música. Pero es su seno social, que sienten como protector de sus inseguridades. Ahí están a gusto en sus miedos. Se defienden frente a un mundo adulto que consideran agresor. Es sumergido en esa matriz de masas donde algunos van incubando su proceso de emancipación. En períodos posteriores, dejarán de necesitar a la masa protectora de sus amigos e irán solos y libres. Esperémosles con las puertas entreabiertas, pero sin perder el hilo de por dónde y cómo se va tejiendo ese proceso de construcción personal. (Véase: Identity: Youth and Crisis por E. Erikson).

Más que nada, esperemos que muestren responsabilidad y que muestren señales de querer ganarse la vida — no sólo de rebeldías.

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Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad del salto final

Hay algunas manifestaciones típicas de esta edad que preocupan a los padres: el fracaso escolar, el inicio en el consumo de alcohol y drogas, las conductas marginales, la falta de deseos de trabajar, ese aislamiento de todo y de todos que puede exigir la intervención de un psiquiatra… Lo cierto es que cada adolescente es todo un mundo que hemos de conocer, y podemos ayudar en esta etapa, si actuamos como sigue:

  • Mantenernos bien informados de cómo evolucionan sus sentimientos y emociones, su cuerpo y sus relaciones sociales, hasta un punto cuando ya son muy viejos para depender de nosotros económicamente

  • Permanecer abiertos a la comunicación con él o ella, en cualquier circunstancia, que sea legítima

  • Descubrir qué les preocupa. Escucharles con paciencia e interés, ayudarlos con consejos y con firmeza

  • Facilitar su emancipación, cediéndoles paulatinamente cuotas de libertad y de responsabilidad — nunca dejarlos sentir que tenemos una obligación de dejar que sean para siempre niños dependientes de nuestra ayuda

  • Mostrarnos flexibles en lo que entendamos accesorio, y firmes en todo lo fundamental

  • Sepamos, en términos educativos, esperar (mirando a medio plazo) y procuremos, siempre, ponernos en su lugar. Para ello, debemos conocerle, tener el soporte decidido de un esposo y respetarse mucho a uno mismo

En resumen

La adolescencia y sus conflictos son resultado de nuestra civilización — porque, recordemos, esa etapa es invención nuestra — y su entendimiento requiere educación y entrenamiento.

Padres y, asimismo educadores, que permaneciendo ellos mismos adolescentes en sus comportamientos, no pueden servir ni de guías ni de modelos a sus propios hijos y pupilos — por ello fallan en esta misión tan crítica, para los jóvenes que serán herederos del futuro.

Madres que viven obsesionadas con la juventud perenne, lo que la sociedad les exige y el Ritmo Social, y papás que se abandonan al sexo promiscuo y a la multiplicación serial en las calles, no son maduros para poder esperar guiar a sus propios hijos.

Pero, para eso les sirve el Ritmo Social. Porque ahí, en ese mundo ficticio de la publicidad y de la propaganda comprada, pueden fungir a ser los "mejores padres" — aunque sólo sea en sus fantasías abultadas de adolescencias inconclusas y de conflictos irresolutos.

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca