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Entre palíndromos y retruécanos: cuando el aparato social se pone en marcha


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    El Hombre, ser sociable y social por naturaleza, estructura sus relaciones en función de sus propios intereses particulares. Esta paradoja presenta la constante lucha interior de cada uno de los hombres y por consiguiente, de la humanidad toda. A lo argo de la historia del conocimiento han surgido teorías y escuelas que defendieron al hombre como individuo y también como integrante de un todo social; lo que manifiesta diferencias profundas y concluye por establecer categorías o "clases", grupos sociales que detentan tales o cuales características.

    A pesar de ello, ningún hombre escapa de la interacción con otros hombres. Y es de esta interacción de donde surgen los rasgos distintivos pertenecientes a cada grupo. Estos rasgos se constituyen en la superestructura social, en la marca que diferencia a los grupos humanos. Marca conformada por costumbres, jerarquías, creencias, rituales, valores, entre otras representaciones sociales, las que, en su conjunto cristalizan una determinada ideología.

    La literatura, manifestación humana, no escapa de esta superestructura social. Aprehende y refracta todos estos rasgos valiéndose del juego estético del lenguaje. Es en este juego donde el autor y el lector responden con su vida por aquello que han vivido y comprendido a partir de sus experiencias. Es así que también toda producción literaria está cargada de ideología, aunque esta puede no ser la del propio autor, sino que él se encarga de reflejar la ideología dominante en el grupo social al que pertenecen sus personajes.

    Julio Cortázar es un autor que siempre ha respondido tanto con sus experiencias como con su concepción de la vida y el mundo a través del proceso creador. La visión laberíntica de la vida y el deseo de escapar, lo llevarían a convertirse en el Minotauro de sus propios personajes. Esta concepción se ve reflejada en varios de sus cuentos, "La isla a mediodía" o "Instrucciones para John Howell" son ejemplos donde Marini y Rice, escapan dejando muy lejos sus propias persecuciones.

    En otros relatos, la alienación del hombre por el hombre, como en "Casa tomada", o la metamorfosis (destructiva) del hombre en el hombre mismo, dejan surgir sus más profundos instintos y donde el conocimiento ni la lucha por la vida no alcanzan para escapar del laberinto en el que los propios personajes se han encerrado.

    En "Adán y raza, azar y nada", Cortázar propone un doble juego estético, el literario y el lingüístico. Este último, expresado en anagramas, palíndromos y retruécanos, en los cuales aparecen espejos, identidades reflejadas, y por ello mismo engañosas, que encierran las contradicciones del ser y del espíritu, como el palíndromo que preocupa al protagonista, "Atar a la rata", el que según su consideración es "pedestre y pegajoso", porque cómo él, lector de Baudelaire, puede obsesionarse por un juego de palabras tan poco significativo. Ahora bien, este juego de opuestos estructura el cuento en función del poder y del conocimiento. El poder que da la fuerza bruta, y el poder que surge del conocimiento. Ambos son una dicotomía, el resultado de la reflexión en un espejo, que nos muestra dos imágenes de una misma realidad.

    El espejo se convierte así en un elemento fundamental de la ideología del relato. Los personajes existen si los "miran", pero no son a ellos a quienes miran en realidad, sino a sus imágenes, este conocimiento es engañoso, pues está dado por los sentidos. De esta existencia reflejada y engañosa depende la vida o la muerte: "Adán es nada", Adán es el Hombre, el Hombre es la nada, "L’être et le néant".

    En el cuento, los personajes son el reflejo de una época histórica que enfrentó dos realidades, dos imágenes que refractaban el poder, cada una de ellas con una ideología definida y opuesta a la otra, aunque ambas mostraran rostros humanos, compenetrados con su pensar y su sentir, capaces de llevar sus ideales (o sus anti-ideales) hasta las últimas posibilidades de la existencia. Se enfrentan guerrilleros y militares. Los primeros, huyen y los segundos son sus perseguidores, por eso los personajes se confunden en la búsqueda infructuosa de una libertad que se estanca en Calagasta, un lugar también estancado en la montaña, supuestamente en Catamarca (por el juego toponímico, ya que en esa provincia existe una localidad llamada Collagasta).

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