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Renacimiento Espiritual desde la Psicología Transpersonal. Pensamientos y emociones


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El Discernimiento del Espíritu
  3. El Principio y Fundamento del Espíritu
  4. De la Libertad o del Libre Albedrío del Espíritu
  5. Conclusión
  6. Bibliografía

Introducción

¿Por qué hablar de un Renacimiento Espiritual?, ¿Qué importancia tiene o qué repercusiones conllevan para un aprovechamiento del alma y de la mente, siempre considerando el horizonte transpersonal? Dichos cuestionamientos serán esclarecidos a lo largo del presente escrito. En un primer término, a manera de justificación, se pretende llegar al Renacimiento Espiritual no como una vía del conocimiento, sino como una herramienta para repensarse y redescubrirse – como ser humano, como hombre, como ser creacional – en la existencia que ofrece e invita a vivir el espíritu. Ahora bien, una vez dada dicha explicación, nos percatamos de que una vida y la existencia misma, no puede poseer semejante categoría, si no se considera el horizonte espiritual. Nuestros objetivos dentro del presente escrito, es llegar a esclarecer lo siguiente, para comprender dichas categorías sentientes, a saber:

1.Descubrir que ante el espíritu se ciernen dos fuerzas poderosas (las invitaciones que hace una energía luminosa y las invitaciones que hace un horizonte oscuro);

2. Entender que ante la psicología transpersonal, no basta una teoría o una idea simple, sino un Principio y Fundamento (esto como una búsqueda del fin para el cual estamos parados en ésta existencia) y

3. Valorar que para el espíritu, lo fundamental es la libertad sobre el discernimiento, aspecto que es en donde se cierne el renacer, aquel renacimiento que nutre una óptica diferente, una visión compleja del universo, de la existencia, de la relación con los otros, con el otro y con lo Otro – este último como la entidad omnipotente que rige el cosmos y nuestra noción de lo divino, pero más aterrizados en el concepto aristotélico del Primer Motor.

Con las ideas escritas anteriormente, podemos justificar el presente trabajo sí como una reflexión sobre el renacer del espíritu desde las libertades que le son concedidas en la psicología de lo transpersonal, pero sobre todo, como una justificación de que el hombre – mero pretexto reflexivo – puede encausar sus emociones, a sí mismo y cambiar su entorno, siempre creyendo en que puede tener una nueva oportunidad para renacer espiritualmente desde los tres pilares que presentamos: El Descubrimiento de nuestro Espíritu, El Entendimiento del Principio y Fundamento Espiritual y la Valoración justa de lo que implica un discernimiento complejo universal.

Ahora bien, para que se comprenda mejor en el presente estudio la descripción de cómo se manejan dichos conceptos, vamos a presentar nuestra piedra fundante, es decir, nuestro hilo conductor. Bien, dentro del Despertar Espiritual o dentro de un Renacimiento Interno, distinguimos aquello que hemos denominado el Principio o Fundamento. Distingamos: El hombre ha sido creado para amar, auto realizarse, actuar en el mundo y considerar una entidad divina que encauce su vida – sea la categoría que sea mientras lo enaltezca y lo apasione – y mediante todo ello pueda ser feliz con lo que le rodea y con los que lo interpelen. Así, todas las demás cosas que existen en el universo, son precisamente entes con los cuales puede lograr descubrir el fin para el cual está presente en la existencia; de donde se sigue que tanto ha de usar de las cosas cuanto le ayuden para alcanzar ese fin, y tanto ha de apartarse de ellas cuanto le impidan lograr esa auto realización, aspecto que contemplamos según el desarrollo de A. Maslow. De aquí se sigue lo siguiente: en la espiritualidad no deseemos más riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, nada, ya que al final, lo que enaltecerá el corazón, la mente, el alma y, sobre todo, al espíritu, será descubrir poco a poco nuestro fin, para qué fuimos creados, cuál es nuestra misión en el terreno que nos toca hacer que dialogue tanto realidad con individuos. Esto es precisamente el Principio y Fundamento en el Renacer Espiritual, en aquella labor de invitar al ser humano a que se descubra en lo más llano de su condición, con su historia propia, con sus defectos, virtudes, capacidades, debilidades, tal cual, pero siempre en contexto, si, pero en un contexto antropológico, psicológico, en un lugar donde ni la modernidad ni la cultura de avanzada obnubilen la conciencia, el pensamiento y sobre todo la condición primigenia del hombre, es decir, la condición de ser, de estar en el mundo.

Una vez entendido el Principio y Fundamento, la psicología transpersonal nos obliga a mirarla de frente, sin máscaras, esto es: no estamos ante una corriente religiosa, tampoco nos enfrentamos con una tendencia espiritista ni mucho menos nos abarca como una cultura de masas, tal como lo hizo el new age en su momento. Si con el Principio y Fundamento de la Espiritualidad vamos descubriendo al hombre como ser que es y como ente que se hace en el mundo, descubriendo en todo momento el valor de sus decisiones, entonces la Psicología Transpersonal lo lleva, inevitablemente, a mirar hacia esas otras realidades, hacia aquellas otras fases de la existencia, siendo principalmente dos: El espacio de la intangibilidad existencial (esto como una suerte de mundos que a los que nos invita a vivir el espíritu) y el espacio que propician los puentes entre vida reflexiva y vida paralela a la realidad en sí (como el caso de aquellas fantasías y mundos casi oníricos donde se contempla todo un despliegue del espíritu tanto en significado como en significación). Con todo ello nos queda en claro una cuestión: no podremos entender a la Psicología Transpersonal desde una categoría fuera de lo espiritual, fuera del yo-reflexivo, fuera del yo-discerniente. Siempre nos come y hasta se pude decir que nos abruma el espacio externo, la vida cotidiana con lo rutinante de su día a día. Allí se ofusca el espíritu, ya no nace fluido en tales condiciones, pero es aquí donde el reto para la Psicología Transpersonal entra de lleno al rescatar esa vida, al reactivar la existencia desde su condición de suyo, es decir, desde lo espiritual, desde ese despertar o desde esos múltiples despertares que se cristalizan en el renacimiento del ser, del alma y desde las posibilidades que tiene y que manifiesta el yo-sentiente.

Ahora bien, presentados los hilos conductores y las ideas capitales del presente escrito, nos vemos forzados a manifestar cómo se desarrollará la problemática reflexiva. La teoría nos ayuda y nutre para manipular a la práctica, y desde la labor como psicoterapeuta, se descubre que no se puede llegar a la persona, a ese ser en circunstancias difíciles si no es por la vía de lo transpersonal. Aquí podemos decir que el desarrollo se centra primero en teorizar lo que se ha distinguido en la práctica, como los elementos efectivos para liberar al hombre desde su problemática y poderle otorgar así, una respuesta o una resolución a sus atizadores internos. Por ello, hablar de un Principio y Fundamento, el discernimiento de espíritu y la libertad del ser para descubrirse espiritual, es crucial en el trabajo que reclama la actividad de una psicología que ha brincado los terrenos del mero y simple psicoanálisis, ya que ha logrado un paso más profundo en la libertad del ser, esto es, el horizonte transpersonal. Y de este modo es como se logra explicar la descripción del presente trabajo, donde no hay más que una teorización de lo que vive el ser en terapia, desde captar con palabras aquellas agitaciones que lo dominan, para así lograr una purga de todo aquello que no sea o no llegue a la fibra más profunda del ser, de lo transpersonal.

En resumen, donde ya no existe la teoría y las palabras, es cuando se encuentra al ser. De este modo vamos cayendo en un profundo descubrimiento: no somos aquello que decimos ser y somos catalizados por el impulso que nos acerca a aquello que sí somos en verdad. Aquello que decimos ser nunca es lo genuino, lo verdadero, ya que la máscara y la personificación son las armas – valgan que son venenosas y negativas para nutrir la esclavización del ser – con las que nos defendemos en sociedad, en el mundo, en las situaciones donde la conveniencia y la no genuinidad son portales necesarios para ser en alteridad con aquella sociedad que nos come y nos debilita, en tanto que va destruyendo nuestro verdadero ser, nuestro horizonte espiritual y nuestro verdadero yo. Por ello, aquello que decirnos ser nunca lo somos, ya que en lo que se dice, siempre habrá vaguedad y lo diáfano abarcará los espacios. En tanto que lo verdaderamente propio yace en el fondo de nuestras personas. Allí solo llega la noción espiritual y es allí donde estriba el anclaje con lo transpersonal.

Desarrollo Temático

El Discernimiento del Espíritu

Hemos visto que no se puede suscitar la presencia de la psicología transpersonal, si no se considera al espíritu, a ese universo interno y aquella categoría que va más allá de la persona misma. Para nutrir este apartado sobre cómo se suscita el discernimiento del espíritu, observemos lo que propone Jorge Ferrer al respecto. Él comenta que el nivel de lo transpersonal se alcanza por medio de este desarrollo espiritual, el cual consiste en trascender la identificación (del espacio, las cosas, los seres, aquellos otros que me rodean, los significados, los tiempos y los lugares) con el cuerpo y la mente para lograr un nivel más grande, más profundo de conciencia, pero de una conciencia que se funde en la noción de considerar al todo (personas, lugares, tiempos, espacios, cosas) como una impronta del espíritu que se aferra la vida reflexiva. Desde esto que propone Ferrer, nos percatamos de que, efectivamente, para que esté dada la trascendencia de la conciencia, es prioritario abarcar a las personas y todo lo que se hermana con el momento de entablar un contacto con el otro. Notemos:

Las Personas: Gracias a los otros, yo me puedo ubicar en el mundo, en el aquí y en el allá. Por los demás es que puedo acceder a la alteridad desde el cuerpo y desde el espíritu. Se trata de discernir el espíritu con las personas y para ser con el otro.

Los Lugares: Cada lugar es diferente y ellos son los escenarios donde toma sitio la película de nuestra vida. En los lugares es en donde nos ubicamos y en donde el espíritu va registrando, desde la memoria, los encuentros con los demás.

Los Tiempos: Ellos nos refieren el momento en el que pasan determinadas cosas, cuestión que va registrando el espíritu para trascenderlo a todo momento. El espíritu, al trascender el tiempo, realiza una especie de síntesis de todo lo significativo que representa el acto de existir.

Los Espacios: En los espacios reseñamos los encapsulamientos históricos de la existencia. En ellos se hallan perfectamente las palabras, las energías, las presencias y las memorias de todos aquellos espíritus con los que ha dialogado el alma.

Las Cosas: Meros objetos que le refieren al espíritu que es posible ir más allá de ellas, de su mediación, de su categoría, de su mediatización, pero que al mismo tiempo hacen tomar conciencia al hombre de cuán efímera puede ser la existencia

Con tales conceptos, podemos contemplar que las categorías de la psicología transpersonal sí van más allá de lo meramente inmediato, pero que de cualquier modo, toman cierto arraigo con los conceptos de la realidad, tales como el tiempo y el espacio. Con ello, observamos que Anthony J. Sutich ha relacionado la gama de lo transpersonal con cuestiones relacionadas a experiencias místicas, vivencias cercanas al fin último (la muerte), memorias de supuestas vidas pasadas (posibles reencarnaciones), estados no ordinarios de la conciencia, sentimientos de mística fusión con la energía del otro, procesos creativos, sincronicidades, capacidades psíquicas, etc. Cuestión interesante y más si se considera que el espíritu, en su renacer constante, debe afrontar la realidad del discernimiento.

¿Por qué aquello del discernimiento, del discernir? Constantemente el espíritu se enfrenta a invitaciones diversas, propuestas que lo llevan de un lugar a otro, de una decisión a otra, de una situación grave a una situación no de peligro para la vida del mundo interior. Y en el más candente de los casos, a una encrucijada para optar por el mal o por el bien; casi como decir que el espíritu debe decidir si ingresar a la ciudad de la Jerusalén celestial, o a la Babilonia pagana. Dentro de los postulados de Sutich, según lo capta Ferrer, pareciera que aquello de las capacidades psíquicas y los conceptos que giran en torno de los estados no ordinarios de la conciencia, son, en definitiva, las directrices por las que el espíritu se pudiera ceñir a los aspectos que relacionados con su propio discernir. Para notar el espectro del desarrollo de la conciencia, muy en la línea de A. Sutich, el discernimiento capacita al espíritu y a esos niveles lejanos de la conciencia interna, a distinguir cuando se está pensando y actuando congruentemente, pero sobre todo, cuando se está construyendo en pro de la trascendencia espiritual. De igual manera, el discernimiento del espíritu se presenta como una eterna búsqueda, que es incansable y profusamente agotadora, ya que el acto de discernir nos puede despertar nuevos estados de conciencia, los cuales nos pueden guiar – vía la memoria – para redescubrir un mundo pleno de significación, más allá de lo meramente tangible; así, nos vamos a ir adentrando en el terreno eminentemente afectivo-espiritual. Sin embargo, el discernimiento del espíritu desde lo transpersonal, exige hacer un examen de conciencia de aquello que nutre el renacer espiritual y aquello que lo debilita. Es aquí donde nos abocamos a considerar aquellas energías luminosas y a las energías oscuras, que son, propiamente hablando, las que guían al espíritu en determinados momentos. No basta tener conciencia de todo esto, ni sólo responsabilizar a la conciencia de ello, sino que la involucración del espíritu va completa en la disyuntiva de las energías antagónicas.

Dentro del renacer espiritual que se está proponiendo, desde la psicología transpersonal, cabe mencionar que Michael Washburn, muy desde las corrientes espirituales y místicas, ha comentado que lo transpersonal se visualiza como un objetivo en sí mismo, distinguiendo que corresponde a una parte del nirvana, y por lo tanto es liberador, ya corta las ataduras que impiden el vuelo del espíritu por encima de la conciencia. Aquí observamos que el discernimiento da paso al aspecto de la emancipación, de auto realización y de auto liberación interior. Con ello notaremos que en la noción de Maslow, aquella que se ciñe a dar un cauce a las emociones, cobra fuerza al considerar al hombre auto realizado como un ente que ya de suyo ha logrado aquella fusión entre renacer de la conciencia, con el despertar de su espíritu. Por otra parte, es necesario decir que para ir registrando el discernimiento del espíritu, el examen de conciencia diario no debe faltar. En el renacer y en el despertar espiritual, es básico alejarse de aquello que lo impide, como lo que significa, a dicho respecto, el mundo, lo banal, lo pasajero, lo superficial, lo superfluo, lo fatuo, lo ya cosificado. La revisión que podemos hacer de nuestra conciencia, ayudará a no permitir o a rescatar, a aquel espíritu que para hacerlo florecer, necesita los espacios y los tiempos de la interioridad, no de la exterioridad. Así, la revisión de la conciencia, posibilitará que ese despertar espiritual sea continuo e inacabable. No obstante, la voluntad será un factor que habrá que conquistar, ya que es ella la que regula una condición contemplativa de una condición dionisiaca. De esta manera, es como el espíritu va a ir discerniendo, contemplando desde el mundo interior aquellas categorías que son diáfanas y aquellas otras donde si se halla y si se puede encontrar la expansión de una horizonte trascendental, aspectos que enfatiza enormemente Maslow.

Un aspecto interesante, es notar cómo el espíritu no podrá discernir si se encuentra fuera del mundo. El mundo y la realidad son la materia de la cual se hace la vida, y por dicho binomio, el espíritu se acrisola en la materia para trascenderla con fuerza. Pareciera una paradoja, pero a pesar del contra discurso, el renacer espiritual debe estar anclado en ser contemplativo en la acción. Únicamente contemplando desde la acción, ese espíritu podrá discernir y decidir qué hacer con aquello que se le cierne por delante. Qué personas, lugares, tiempos, espacios y cosas serán elementos que moverán al espíritu a ensancharse y a emanciparse para crecer y trascender a estas mismas categorías.

Con estas ideas, ahora entenderemos mejor aquello del Principio y Fundamento del espíritu, lo que implica, lo que representa y lo que significa para el despertar y para el renacimiento espiritual, siempre desde la consideración de los valores últimos, la conciencia unitiva, el éxtasis, las experiencias místicas, la auto realización, el significado último, la trascendencia del yo, la unidad, la conciencia cósmica, la sinergia entre individuos y especies, la felicidad y lo sagrado.

El Principio y Fundamento del Espíritu

Expusimos con anterioridad que el espíritu se nutre desde la realidad, y las personas, los lugares, los tiempos, los espacios y las cosas, son los elementos que conforman el horizonte desde el cual va a discernir sobre la plenitud de la existencia. Con ello, a modo de reiteración, digamos que el Principio y Fundamento del espíritu se centra en lo siguiente: el hombre ha sido creado para amar, auto realizarse, actuar en el mundo y considerar una entidad divina que encauce su vida – sea la categoría que sea mientras lo enaltezca y lo apasione – y mediante todo ello pueda ser feliz con lo que le rodea y con los que lo interpelen. Así, todas las demás cosas que existen en el universo, son precisamente entes con los cuales puede lograr descubrir el fin para el cual está presente en la existencia; de donde se sigue que tanto ha de usar de las cosas cuanto le ayuden para alcanzar ese fin, y tanto ha de apartarse de ellas cuanto le impidan lograr esa autorrealización. De aquí se sigue lo siguiente: en la espiritualidad no deseemos más riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, nada, ya que al final, lo que enaltecerá el corazón, la mente, el alma y, sobre todo, al espíritu, será descubrir poco a poco nuestro fin, para qué fuimos creados, cuál es nuestra misión en el terreno que nos toca hacer que dialogue tanto realidad con individuos. De este modo, es crucial entender que de lo que se trata es de ser feliz, pero desde la genuinidad y no desde la ilusión de felicidad que sabotea el corazón, la mente y el alma. Que el renacer espiritual nos lleve a buscar ese fin para el cual fuimos creados, es la meta, es el esclarecimiento de todas las dudas y cavilaciones. En corto, ser feliz es tan solo el umbral al que aspira el espíritu, y más allá de la felicidad ontológica, yace una categoría superior, que es más que feliz, es la categoría de la trascendencia de la felicidad misma. Es decir, nos estamos refiriendo a un estado de la conciencia en donde el yo-interno y la energía del espíritu, trascienden todo tiempo, espacio, lugar, cosa y persona. Es la unión del espíritu. Es haber hallado el Principio y Fundamento del espíritu.

En otro aspecto, el Principio y Fundamento no basta por sí solo. Es necesario tener una consigna, es decir, a qué le voy a dedicar mi devoción, cuál va a ser mi motor que impulse la trascendencia, qué va a significar en mí el hallar y darme cuenta del valor de mi autonomía, libertad y fuerza espiritual. La consigna, como parte del descubrimiento que implica la valoración del Principio y Fundamento, es crucial. En ella van inmersos los deseos más profundos del alma y del corazón. Si por ejemplo digo que mi Principio y Fundamento es amar con pasión y ser justo en el dar y en el servir, entonces mi consigna gira en torno de hallar a la divinidad en todo lo creado y en todos los que están presentes. Aquella divinidad, como primer motor o como fuerza cósmica, es la que me posibilita ser justo, ser servicial y poder amar. Justicia, servicio y amor, tres conceptos que emanan desde las aguas tranquilas del espíritu, desde aquel horizonte que puede acceder a trascender la vida entera. Desde esta perspectiva, el carácter humano toma fuerza y mayor presencia, dejando un poco atrás el aspecto científico, tal como lo sostiene Albert Ellis, quien desde la psicología cognitiva y humanista ha cuestionado el estatus científico de la psicología transpersonal, ya que la relación con lo místico y lo religioso es inevitable.

Dentro de la proposición del Principio y Fundamento del espíritu, encontramos que para que se suscite la trascendencia del mismo, debe estar encallado en la realidad total y absoluta. Esto es, no puede haber reflexión alguna sobre el Principio y Fundamento, si no consideramos la problemática del hecho de existir, del sufrimiento, del padecimiento, de la insatisfacción, de la desesperación, de la carencia total o de la ausencia absoluta de felicidad. Considerando estos rubros, nos percataremos de lo difícil e importante que es lograr esa felicidad espiritual. No obstante, el psicólogo transpersonal Stanislav Grof, al discutir las bases conceptuales de la psicología transpersonal, ha descubierto, tal como lo enuncia, que se suscita un bajo nivel de reflexión sobre el lado oscuro de la naturaleza humana y el sufrimiento humano, entre los principios teóricos transpersonales. Definitivamente la psicología transpersonal nunca nos va a hablar visceralmente del una determinada naturaleza oscura, pero al tratar acerca del espíritu, es inevitable considerar aquella otra fuerza que se separa de las energías luminosas. ¿Por qué? Si el espíritu se cierne en la realidad, entonces siempre está en contacto con lo bueno y con lo malo; de esta manera, para potenciar ese renacer y esa trascendencia propia, necesita conocer acerca de los influjos que puede emitir el lado negativo de la naturaleza humana y del sufrimiento que conlleva. Con ello, el espíritu se hallará en el crisol ideal, donde no todo será la luz, sino también habrá sombras. Sólo así el renacer espiritual será genuino, ya que tendrá en su conocimiento el poder de la luz y de la oscuridad, el poder de la realidad y el poder de la trascendencia; y en un momento dado, la noción del fin último – la muerte – y la noción del bien primigenio – la vida –.

Ahora bien, en este punto, cabe mencionar la aplicación de las Estructuras Transicionales que sostiene Ken Wilber, a saber: la identidad del yo, la concepción del mundo, las necesidades y la moralidad. Con estos elementos, el horizonte espiritual capta los pilares en los que puede (y debe) combatir para hallar su verdadera sustancia, una vez que ya se ha puesto en la realidad y ha dejado atrás sólo la contemplación como tal. Recordemos que el despertar espiritual debe ser contemplativo en la acción, esto es, renacer al espíritu desde la realidad, desde lo tangible, e incluso desde la cotidianeidad rutinante. Así, tenemos – según Wilber – la identidad del yo, esa noción con la que se hermana la conciencia y desde la cual se identifica, en un primer plano, al espíritu. Con la concepción del mundo, nos hallamos ya en el terreno donde el espíritu comienza a reconocerse en esa realidad que bien lo puede ayudar a mantenerse vivo, o bien, se enfrenta con aquel espacio donde encuentra el crisol que lo corrompe. Es en este punto donde los influjos negativos abordan al espíritu, donde los lugares, los espacios y los tiempos se contraponen a los deseos más profundos y sublimes del universo interior. En lo tocante a las necesidades y la moralidad, elementos enunciados por Wilber, distinguimos que no dejamos de estar divididos entre lo que queremos y lo que tenemos, entre lo que podemos y debemos, y entre lo que es el espíritu y lo que significa ser espiritual.

Ahora bien, si dentro del renacimiento espiritual no se considera una cierta noción sobre autorrealización, entonces nos preguntaremos hacia dónde está encaminado el Principio y Fundamento del espíritu, porque si no es para la búsqueda de su propio encuentro, entonces ¿Para qué? Si el ser humano se realiza por completo y cumple con todas sus expectativas de vida – las que se ha trazado en su proyecto existencial –, encontramos que el contacto con el espíritu será mucho más profundo, elocuente y trascendente. Si el espíritu está llamado a renacer desde una constante felicidad y una tenaz autorrealización, el ser humano con mayor razón está destinado a construir y labrase un destino, si, pero siempre desde considerar que tiene una fuerza grande a su lado, el espíritu mismo.

En último término, diremos que en el Principio y Fundamento del espíritu se localiza una categoría grave, e incluso en la misma tesitura de importancia que la autorrealización y la felicidad; nos referimos a la libertad del espíritu. Con esta noción, el hombre no sólo se va hallar más allá de lo meramente humano, de lo que solamente atañe al Principio y Fundamento, sino que va a acceder a una categoría que se encuentra insertada en todas las nociones psicológicas, filosóficas, teológicas, antropológicas, sociológicas, estéticas e incluso históricas; nos referimos a la libertad como tal. Si dicha condición, en términos mundanos es ya de suyo una oportunidad para ser en el mundo, dentro de los terrenos de la espiritualidad, nos estamos abocando a algo inmensamente rico en significación y en trascendencia. No hay categoría mayor que la libertad. Desde ella, el Principio y Fundamento es posible en esta noción de autorrealización y de equilibrio, con lo que el ser humano tiene del mundo, para lograr el fin que lo conduce a estar parado en la existencia. De esta manera, cabe mencionar el concepto de la libertad, pero desde lo que implica en el despliegue del espíritu, es decir, lo que está concedido al libre albedrío, en cuanto a la elección que va haciendo el espíritu.

De la Libertad o del Libre Albedrío del Espíritu

Para el renacimiento espiritual, la noción de libertad es crucial. El espíritu es libre de ser, de sentir y de volcarse donde sienta más consolación o más devoción. Está llamado a la libertad porque trasciende todas las nociones que detentan al hombre, como el espacio y el tiempo. El espíritu trasciende el espacio y el tiempo desde la libertad, y es desde el libre albedrío que puede discernir libremente sobre aquellas invitaciones que vienen, tanto de lo luminoso, como de lo propiamente oscuro. Pero ¿Por qué la libertad sobre el discernimiento? Para que el espíritu pueda discernir la vida con sensatez y con suma inteligencia, la libertad debe ser una condición dada, inminente. Dentro de las propuestas de la psicología transpersonal, se sabe que no se deben de tomar decisiones si el espíritu no está en paz, tranquilo y sereno. Tanto la sensación como la noción de la libertad, propician que el espíritu se encuentre en un estado tal, que le permita claridad para decidir lo mejor y con gran responsabilidad. Nunca debe el espíritu tomar una decisión en tiempo intranquilo, jamás, ya que ser así, a la libertad se le entenderá no como un elemento positivo, sino como – erróneamente – un catalizador que llevará a situaciones impulsivas. Por ello, la libertad sobre el discernimiento debe ser muy cuidadosa, ya que puede resolver el horizonte del espíritu, pero al mismo tiempo, puede problematizar ciertas condiciones espirituales. Es necesario retomar en este punto, que la libertad presenta un universo complejo, aquel donde al renacimiento espiritual lo acompañan las concepciones en torno de los otros, de lo otro y del Otro. Para el renacimiento espiritual, es necesario considerar la presencia de aquello que está más allá de lo humano – postulado básico de la psicología transpersonal –, y por ello, la relación que pudiera guardar el espíritu del hombre en relación a las presencias inconscientes de lo llamado lo otro, se tornan esenciales. Tal es así, que dentro de las hebras de gracia que atraviesan la creación, el espíritu necesariamente tiene que encontrarse con aquello que deviene en la alteridad. Los otros, lo otro y el Otro (aquella presencia cósmica superior al hombre), figuran como los agentes que posibilitan aquella libertad, estado que desea sobremanera el espíritu mismo. ¿Por qué? El espíritu, para que renazca y despierte en los nuevos parámetros de consciencia, voluntad y memoria, necesita de los otros; no puede ser sin la realización y sin la problemática del espacio vital que abraza a los seres, a todos, en comunidad, con las respectivas leyes que rigen lo social, lo antropológico, lo psicológico, lo natural y lo histórico. Así, el espíritu, ganando esa interacción y esa interrelación con el medio, puede ser auténticamente libre y puede discernir los signos de los tiempos para beneficio del propio ser, ya que no se está engañando en una soledad corrosiva, ni en ideas equivocadas de que puede ser libre y puede renacer desde una voluntad egoísta, egocéntrica y solitaria. Para que el espíritu pueda ser libre y discernir correctamente la existencia, necesita de los otros y del Otro; de ninguna manera puede llegar a estos niveles desde una soledad desolatoria. En este punto, cabe aclarar que el espíritu puede ser completamente libre en soledad, si su relación con el Otro es profunda y rica en contemplación. Con ello, la presencia de aquel puerto cósmico no solo propicia la liberación del espíritu como tal, sino que lo acerca a la contemplación de los otros seres, mismos que aspiran a la libertad y que nutren al espíritu en cuestión de esa capacidad de ser en el mundo de manera libre y solidaria, libre y creativa, libre y crítica, pero sobre todo, libre para saber elegir hacia dónde se puede llegar a la autorrealización que propone Maslow.

Ya con Stanislav Grof y con Michael Washburn, observamos cierta vinculación y una interesante propuesta que liga la libertad del espíritu con la expansión del ser, la cual invita a experimentar una realidad mayor y más significativa. Aquí, la discusión que suscita Washburn, nos lleva a considerar si la libertad – desde lo más tabla rasa posible y lo menos desde su posición metafísica – nos puede acercar a esa posible realidad paralela, aún mayor y más rica en conocimiento espiritual. Si de la libertad dependiera la realización espiritual, tendríamos una gama revuelta de emociones y un desorden grande en la sensibilidad. Se trata de acceder a la libertad, si, pero desde nuestro horizonte espiritual enmarcado en aquella otra realidad trascendente. Y aquí la "otra realidad" se presenta como un camino y al mismo tiempo como un vehículo para ser en alteridad, pensar en alteridad y trascender con el ser desde esta óptica vital. De tal manera que si dejamos ser, si soltamos al espíritu, si le permitimos acercarse a esas otras realidades más edificantes, vía la libertad, entonces descubrirá espacios y significados absolutamente volcados en cuestiones más allá de la inmediatez, es decir, descubrirá y se reconocerá pleno en realidades que consideren o tomen en cuenta la pervivencia positiva de las emociones, el peso de lo que implica el fin último (la muerte) en la esencia humana y encontrará ciertos elementos de la intertextualidad que se puede apreciar entre conceptos como "mundo" y "hombre", "cosmos" y "deidad", "vacuidad" y "nihilismo", "creación" y "praxis". Por dichas ideas, la otra gran realidad a la que renace el espíritu, se presenta como una existencia que no solo lo hace libre, sino que también lo incorpora a determinadas contemplaciones para alcanzar el amor, la autorrealización y una estable felicidad.

Dentro de los postulados transpersonales, observamos que los teóricos otorgan cierto peso a las interacciones que tiene la psique, en relación con nuestro sentido de identidad y de cómo podemos trascender al ego. Pues bien, esto relacionado con el problema del libre albedrío del espíritu, viene a redondear perfectamente dicha idea. Notemos: nuestra psique se ubica con cierto patrón de identidad, hacia donde pertenece, hacia donde reconoce y hacia donde se sigue desarrollando. De este modo, el espíritu, vía la identidad, se hermana con la psique desde aquel despertar de la consciencia espiritual. Y es desde el libre albedrío donde la psique trasciende a la libertad misma y al ego, el cual funge como el capataz del horizonte místico-espiritual, como aquella presencia que impide al espíritu aterrizar en la mística de su introspección, reflexión y valoración. Por ello, trascender al ego, ir más allá de esa presencia apabullante que tiende a ofuscar al ser, es una operación crucial si se desea acceder a un renacer espiritual. Casi como decir que removemos las máscaras, las apariencias, el super yo y nos abocamos a ofrendar lo más hondo de nuestra humanidad, lo que es la parte más genuina y en la que no se puede engañar a la verdadera esencia, siendo esta, el espíritu.

En esta búsqueda de sentido para con la libertad del espíritu, es necesario retomar que en la psicología transpersonal, entendida como la cuarta fuerza desde la conceptualización que desarrolló Maslow, se tiene un panorama mucho más amplio y mucho más profundo, para captar cuestiones relativas a la trascendencia de esta libertad que emancipa al espíritu. Las fuerzas anteriores a lo transpersonal (el conductismo, el psicoanálisis y la psicología humanista) captaron con cierta perspectiva, no endeble más sí distante, a lo que deseaba llegar la noción del libre albedrío en el espíritu. Desde esta idea de acceder a otras realidades más elevadas – y por qué no decirlo, más genuinas –, el sentido que cobra hablar de aquella liberación de lo interno, no se queda solamente en aspectos tocantes a lo cosificado, sino que precisamente se engancha a postulados que se hermanan con lo propiamente transpersonal. En esas "otras realidades", de las que por cierto Stanislav Grof considera como trascendentales, el ser se coloca cara a cara con su renacimiento espiritual, mirándose en la posición de optar por esa libertad, por esa emancipación que lo ennoblezca. La libertad conduce a las mencionadas realidades mayores, si se desea conceptuar a éstas como superiores a los espacios de acción en los que el espíritu no tiene mucha cabida, como lo es la mundanidad y el pensamiento epicureista. Pero, ¿Cuál es la razón por la que la libertad misma puede conducir a estos estados mayores de existencia?, ¿Acaso no se puede acceder a esas otras realidades mayores, si no es por la vía de la libertad? Dichos cuestionamientos problematizan nuestra discusión, pero al mismo tiempo nos revelan cierta simpleza en la propuesta. Distingamos lo siguiente: cuando un espíritu se halla encadenado a la inmediatez, al consumo desesperado de sinsentidos y a la constante laceración de su sustancia, se convierte en un ente incapaz de volar, de renacer, de despertar y de ser sensible a la dimensión transpersonal, a lo que está más allá de lo mundanamente humano. Observamos entonces, que se convierte en esclavo de lo diáfano y de lo ininteligible para el horizonte trascendental. En tanto que, si es un espíritu que se vuelca en la libertad, entonces desde esa categoría que posee – aquel gran libre albedrío – puede acceder a esas "otras realidades", que serían más bien, excelentes estadios del alma, rincones ideales para renacer desde lo libre, lo verdadero, y en un momento dado – tal vez muy lejano – desde una antropología filosófica permeable, vivencial, tangible, aplicable. Todo para acercarse a esa otra gran realidad con la que merece dialogar el espíritu. A dicho respecto, Ken Wilber comenta que existe una disolución progresiva de la que él llama la Gran Cadena del Ser, y que a nuestro propósito, ejemplifica bien este paso del espíritu, que va del despertar, pasa por la libertad y desemboca en una realidad mayor. Veamos cómo lo plantea Wilber: "[…] la materia o forma, se disuelve en el cuerpo (o en sensación, luego en percepción, más tarde en impulso) y el cuerpo se disuelve en la mente – primero en la mente ordinaria – luego la mente ordinaria se disuelve en la mente sutil – o dominio del alma – y el alma termina disolviéndose en la esencia causal o espiritual" (1992, p. 209, comp por Doore). De este modo, la libertad en el espíritu, lo lleva a atravesar tres reinos o estadios básicos, que según Wilber se ciñen al dominio del alma, el de la mente y el cuerpo o materia. Consecuentemente, en estos estados intermedios, el alma – según su virtud y su sabiduría – reconocerá las dimensiones superiores (es decir, aquellas otras grandes realidades), y entonces permanecerá en ellas. O bien, las puede desconocer y huirá de ellas (como lo dice el Principio y Fundamento del espíritu en el "tanto cuanto"). Así terminará "descendiendo" la Gran Cadena del Ser hasta verse forzada a adoptar un cuerpo físico ordinario y, en consecuencia, a renacer.

Finalmente, cabe mencionar que es desde la libertad que el espíritu puede manifestarse en toda su totalidad. Con la libertad puede acceder a la Gran Cadena del Ser y a esas realidades mayores, que a nuestro parecer están más cerca de lo metafísico que de lo pragmático, dada su condición de perfeccionamiento trascendental. A esas "realidades mayores" aspira el ser, el alma y todo renacimiento espiritual, ya que en ellas se cristalizan los deseos de aquella emancipación total, tanto para la trascendencia, como para la capacidad de discernir y de captar aquella invitación de ser una energía sensible (desde su Principio y Fundamento). De esta manera, hemos captado la idea de ese renacimiento espiritual desde la psicología transpersonal, que no es otra cosa que la propia decantación del ser en la interminable libertad cósmica, propia de esas "otras grandes realidades" a las que está llamado el espíritu para ser con los otros y con el Otro.

Conclusión

Resultados y Efectos en la población y para la Psicología Transpersonal

Recomendaciones y Prospectiva

Vimos con anterioridad los conceptos en torno del renacimiento espiritual desde la psicología transpersonal, y cómo estos se van desarrollando para potenciar al espíritu. Sin embargo, lo más interesante fue percatarnos – desde la labor como psicoterapeuta – de los efectos y resultados que tiene en la población el hecho de aplicar las directrices que sugiere lo transpersonal para con lo espiritual.

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