Desde un punto de vista antropológico, sin embargo, no existe todavía resurrección de un "cuerpo", sino de un "durmiente", es decir, de la totalidad humana. La nefesh permite continuar la identidad personal mientras que el ruah infunde la nueva vida.
Josefo (historiador judío nacido el año 37 d.C., en Jerusalén; murió hacia el 101) llegará a decir, que "las almas puras subsisten después de la muerte y alcanzan un lugar altísimo en el cielo".
· Antigüedad:
Platón:
Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. De acuerdo a la teoría de las ideas, nuestra realidad se divide en dos grandes polos. Uno el ideal, eterno e inmutable y sobre todo el único real, mientras que por el otro lado tenemos el mundo sensible, múltiple, imperfecto, sometido a la corrupción y por sobre todo una mera imitación de aquel mundo perfecto. Tal mundo sensible no nos permite acceder a lo verdadero, puesto que no es más que una simple imitación, y por ello lo debemos negar constantemente.
Concordando con su propia teoría, Platón escinde al hombre en dos elementos distintos: alma y cuerpo. La primera se caracteriza por ser racional e inmortal, mientras que el cuerpo es sensible, mortal e imperfecto. Ambos han sido unidos accidentalmente, de tal forma que el cuerpo se ha convertido en una especie de cárcel para el alma, ya que le impide acceder a las ideas siempre verdaderas. De tal forma la actividad central del hombre ha de permitir la liberación del cuerpo, para poder acceder total y completamente al mundo de las ideas. En tal sentido la filosofía debe entenderse como una preparación constante para aceptar la muerte.
Una muerte que se entiende como paso a un estilo de vida mejor. En efecto, Platón, aceptando ciertas creencias órficas y pitagóricas, asume la teoría de la trasmigración de las almas. De acuerdo a esto, los hombres deben llevar una vida orientada hacia el bien supremo, haciendo caso omiso de los placeres o sensaciones corporales, para no confundir su verdadero destino y acceder al mundo ideal del cual provienen. El alma, a través de diversas vidas, irá logrando separarse cada vez más de sus deseos corporales, preparándose para la separación definitiva y posterior vida en el mundo ideal.
La forma de acceder a esta perfección continua sólo se consigue si el hombre es capaz de acceder virtuosamente a la idea de bien. Para ello debe atender al orden interno suyo, descubriendo (en realidad, recordando) en sí mismo lo más divino que existe: su propia alma.
Antropología Órfica:
También afirmaron la inmortalidad del alma, pero para ellos el alma era un demonio y el cuerpo su cárcel; el demonio solo a costa de los sufrimientos que ofrecía la vida podría volver tras muchas reencarnaciones a ser bueno y recuperar el cielo eterno; esta teoría los indujo a su gran odio al cuerpo.
Epicuro:
Según este filósofo el alma se compone de átomos muy sutiles, redondos, lisos, extendidos por todo el cuerpo. Por una parte el alma es principio de movimiento y de reposo para el cuerpo, por otra parte principio de nuestras diferentes actividades intencionales: la percepción, el "pensamiento" (entendido como la imaginación creadora) la opinión, y los sentimientos.
En la muerte, los átomos del alma se separan de los átomos del cuerpo, lo cual entraña el final de la vida consciente. Este fenómeno totalmente normal y natural no es doloroso y no justifica ningún temor. La lucha contra la angustia delante de la muerte es el segundo tema principal de la predicación epicúrea que repite sin cesar: "mientras vivimos, la muerte no está, y cuando está nosotros ya no estamos más", o más brevemente: "la muerte no nos concierne".
· Medioevo
Tomás de Aquino:
Tomás de Aquino, recogiendo la visión aristotélica, insiste en el hecho de que hay en el hombre una doble unidad de cuerpo y alma: unidad de naturaleza y unidad de ser. Unidad de naturaleza en cuanto que el hombre actúa como una sola naturaleza humana; unidad de ser en cuanto que cada hombre es solamente un ser singular. Por tanto, el cuerpo y el alma espiritual no existen como dos seres, ni el hombre puede concebirse como la unión de dos seres que existen en un primer instante por cuenta propia. Santo Tomas insiste en el hecho de que no hay un alma vegetativa y sensitiva distinta del alma espiritual.
El alma espiritual, al tener una perfección superior, puede desarrollar todas las funciones del alma sensitiva y de la vegetativa. Hay por tanto en el hombre una sola alma, una forma substancial, directamente responsable de todas la perfecciones que se manifiestan en el hombre, desde la parte vegetativa hasta la contemplación más elevada, y desde los deseos elementales de comer y de beber hasta el amor más sublime.
Probada ya la resurrección de los cuerpos por la revelación, podemos dar una razón evidente. Como se probó en el libro II de Contra Gentiles (cfr. capítulos 55, 68; 70-71) las almas humanas son inmortales y permanecen después de la muerte de los cuerpos, desligadas de ellos. Tal como se dijo en el mismo libro (Cap. 56, en el que se refiere a la unión del alma y del cuerpo como forma y materia) el alma se une naturalmente al cuerpo, porque es esencialmente su forma, de ahí que el estar sin el cuerpo es contra la naturaleza del alma. Esta situación contra naturam no puede ser perpetua, de ahí que el alma no estará separada del cuerpo perpetuamente. Como el alma permanece para siempre, es preciso que de nuevo se una al cuerpo, esto es, que resucite. Es en razón de la inmortalidad del alma que se ve necesaria la futura resurrección de los cuerpos.
Lo que aquí se está dando es una razón que la hace, desde el punto de vista racional, muy conveniente, pero el acto mismo de la resurrección no es un acto natural, en sentido estricto, en cuanto que requiere la acción todopoderosa de Dios, porque el cuerpo, de suyo, por su propia naturaleza, no resucitaría. Es Dios quien, en vista de la perfección del alma, hace resurgir la vida en el cuerpo, es por su poder que esto sucederá al fin de los tiempos, conviene reparar en la idea que señala en el capítulo 81 de CG IV, de que la muerte es algo accidental que acaece al hombre como castigo por el pecado. El detenernos en esta idea nos puede ayudar a entender mejor el porqué de la resurrección del cuerpo, como también el que ésta ocurra por la acción de Cristo y no de un modo natural.
Se demostró (Cáp. 92 del Compendio) que el alma racional excede a las posibilidades de toda la materia corporal, como lo prueba su operación intelectual que ejerce sin el auxilio del cuerpo. Para que una materia corporal le haya podido ser convenientemente adaptada ha sido necesario añadir al cuerpo cierta disposición por cuyo medio esta materia conviniera a la forma. Esta disposición, superior a la naturaleza corporal, le fue concedida solo por Dios al cuerpo humano, para que se conservara incorruptible y para que pudiera convenir así a la perpetuidad del alma, y permaneció en el cuerpo humano durante el tiempo en que el alma del hombre permaneció unida a Dios.
Al separarse el hombre de Dios por el pecado, convino que el cuerpo del hombre perdiese también aquella disposición sobrenatural por medio de la cual estaba sujeto inmutablemente al alma y, así, el hombre incurrió en la necesidad de morir. Vistas las cosas desde esta perspectiva, el cuerpo tenía, en razón del alma para la cual existe, una disposición, infundida sobrenaturalmente por Dios, a la inmortalidad. En SCG IV, 81, dice Aquino que la incorruptibilidad del cuerpo no era natural respecto al principio activo, aunque lo era en cierto modo respecto al fin; es decir, el cuerpo de suyo no es incorruptible, pero Dios lo hizo incorruptible con objeto de proporcionar la materia a su forma natural (el alma) que es el fin del cuerpo. De acuerdo con esto, la separación del cuerpo del alma es un hecho accidental y contra naturaleza, porque es natural que el alma esté unida al cuerpo y es, en cierto modo, natural que el cuerpo fuese dotado de incorruptibilidad, por las razones que se expusieron.
· Contemporáneo
Heidegger
El hombre es un decir inconcluso, un proyecto incompleto que debe asumir la muerte como fin radical. Estamos arrojados a un mundo que es nuestro espacio y posibilidad de realización y, por lo tanto, puede ser considerado un utensilio, un instrumento que utilizamos para realizarnos. En la medida en que nos servimos del mundo y lo instrumentalizamos para nuestras acciones y proyectos, creamos una relación con él que varía dependiendo no sólo de los condicionantes históricos y temporales, sino con cada individuo. El hombre crea mundo, hace mundo, dependiendo del uso y de los fines que lleve a cabo.
Heidegger advierte de los peligros de la técnica cuando ésta menoscaba nuestra relación originaria con el ser y nos hunde en la facticidad de los entes, instrumentalizándonos a nosotros mismos y dejándonos atrapar por los propios objetos que hemos creado. Nuestra existencia es preocupación surgida de la angustia de vernos proyectados en un mundo en el que tenemos que ser a nuestro pesar. Provenimos de una nada y nos realizamos como un proyecto encaminado hacia la muerte, por eso, la angustia es constitutiva del Dasein, porque es la condición de un ser caído y solitario que no puede contar con Dios ni remedio alguno a su condición. Debemos hacernos responsables de nuestra propia vida, asumir nuestra propia muerte sin dejarnos fagocitar en nuestra relación con los objetos y sus funciones. La vida inauténtica nace del ocultamiento de lo terrible de nuestra condición. La autenticidad consiste, según Heidegger, en reconocer que somos un ser para la muerte, única vía de acceso a la libertad.
Ricardo Yepes Stork
El hombre, se podría decir, es el único animal que sabe que va a morir. Pero eso no es un hecho indiferente, un mero dato. Morir en cambio es una seguridad que en general se rechaza incluso cuando aparece como algo ficticio y no es extraño que la muerte (de un familiar, de un amigo, de un extraño) nos tome siempre por sorpresa. Es un dato porque sabemos que siempre ocurrirá. Pero a menudo también parece algo incomprensible y trata de olvidarse. Sabemos que todo hombre ha de morir. En cambio lo que no podemos entender es que precisamente nosotros muramos.
La muerte
Nos desagrada la idea de que las personas dejen de existir, pero comprobamos a diario que esto ocurre y que un día nos tocará a nosotros. Así muestra la muerte su rostro paradójico: es algo natural y lógico, y a la vez horroroso; algo al mismo tiempo inevitable: "la muerte es de algún modo algo natural, pero también de algún modo algo innatural".
El desagrado del hombre ante la muerte forma una unidad indisoluble con el rechazo al dolor y al sufrimiento. Esto es así porque todo ellos son males, es decir, privaciones de lo que nos es debido. La muerte es el mayor de todos los males, pues "para los vivientes vivir es ser" y morir es dejar de ser.
La muerte pequeña
"El ocultamiento sistemático de la muerte operado en nuestra sociedad presenta dos características: la privación de morir y la reducción de la conducta de duelo. Ya no se muere públicamente, sino aislado y narcotizado en un hospital. Hoy no solo se oculta sistemáticamente su estado al moribundo, sino que la mayoría de la gente desea para sí una muerte rápida y sin dolor, un morirse sin enterarse". Como si morir fuera algo obsceno.
En la sociedad en la que vivimos la muerte esta técnica y empresarialmente organizada la medicina querrá decir por que ha muerto la victima o el paciente, pero ni ella ni la sociedad se preocupara de cómo lo ha hecho, en las ocasiones en la que la visita de la muerte es algo esperado, se procura arrebatar al enfermo su propia muerte con la benévola intención de que "no sufra". Para ello se le narcotiza y se le mantiene en la ignorancia acerca de su propia situación: es la muerte estúpida en la cual uno muere sin darse cuenta, sin asumir libre y responsablemente lo que le está realmente sucediendo.
Este modo de morir es lo que R. M. Rilke llamó la muerte pequeña: un suceso irrelevante en el conjunto de la sociedad y del universo: la muerte se trivializa, pasa a ser una "defunción" por la que el enfermo causa "baja" o la víctima "ingresó ya cadáver". El morir ya no es algo que me ocurra a mí y que yo asumo, sino que es un producto más de consumo, otra forma de vivir de un modo abstracto, generalizado.
La muerte pequeña trivializa al hombre y le niega un destino, porque ignora su dignidad y su personalidad irrepetible. Es evidente que este modo de morir es muy poco humano: es una simple desaparición, extinguirse.
La muerte grande
Frente a la muerte estúpida hay que decir que "la conciencia de la propia muerte convierte la propia vida en un drama real y no fingido". Para una persona capaz de asumir el carácter dramático de la existencia, la muerte tiñe la vida con la luz melancólica del ocaso porque pone de relieve su carácter efímero.
La experiencia subjetiva de la muerte se experimenta como término y final de la propia vida en ella tensada y recapitulada. Una vida lograda produce, en el momento de morir, el sentimiento de que se ha cumplido con el propio destino; uno puede entonces morir en paz.
El trance supremo de la muerte exige una preparación: es una situación única, porque se hace balance de lo vivido y nos sitúa en el umbral del más allá. Por eso, la muerte es la suprema seriedad ineludible, y la actitud de la persona en ella es de una elevación que no se da en ningún otro momento anterior. Morirse es algo muy serio; hay que aprender a morir, asumir el trance y poseerlo: esto es algo que hoy no se enseña. Para empezar a aprenderlo, es necesario aprender bien en qué consiste morir.
¿Qué es morir?
"La interpretación de la muerte es algo que depende de la concepción que se tenga sobre el hombre y sobre su existencia corporal." Primero conviene evitar el error dualista, tan frecuente a lo largo de la historia, según el cual la muerte del hombre es simplemente la muerte del cuerpo y la liberación del alma. Según esta concepción el hombre no muere.
Por eso contradice la profundidad de nuestras experiencias: necesitamos del cuerpo para disfrutar, y vivir es algo maravilloso. Un planteamiento no dualista es afirmar que "en la muerte no muere ni el cuerpo del hombre ni su alma, sino el hombre en sí mismo", es decir, la persona. La muerte "no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo", la separación del organismo de su principio vital. Quien muere es el hombre entero, no su cuerpo.
La muerte es la "pérdida" del alma por parte del cuerpo, o lo que es lo mismo, morir es perder la vida. La muerte ha de ser considerada decididamente, en cuanto que es la separación violenta de dos cosas que por naturaleza habían de estar juntas (el organismo y su principio vital e intelectual). Por lo tanto, el hombre muere porque su alma y su cuerpo se pueden separar, lo cual quiere decir que no están suficientemente unidos. Es precisa alguna debilitación de la unión del alma al cuerpo para que pueda acontecer la muerte, pues en otro caso, siendo el alma inmortal, el tránsito sería eterno".
La pretensión de la inmortalidad
El hombre sabe que en un "mundo perfecto" no le tendría que corresponder morir. En la tradición bíblica se dice que la muerte se introduce en el mundo por el pecado, es decir, por culpa del hombre, no por mano de Dios. Por eso nos parece un desorden. El hombre tiene una pretensión de inmortalidad, porque es capaz de amar y querer siempre seguir amando: "podemos amar porque somos inmortales, pero sabemos que somos inmortales porque podemos amar". Todavía más, somos capaces de arriesgarnos a perder la vida, y perderla de hecho, por defender aquello que amamos. Lo amado puede ser más valioso aun que la propia vida, y puede incluso darnos fuerza para despreciar el mayor de los males: la muerte.
La pretensión de la inmortalidad aparece también con nitidez en una justificación última de la felicidad: "nos encontramos en una situación sumamente extraña: la felicidad es necesaria, pero si tiene que terminar con la muerte, es un engaño, es ilusoria, la felicidad tendría un elemento intrínseco de falsedad". La felicidad tiene que ser una actividad perfecta, sin miedo a perderla, o no existe en modo alguno.
El hombre "aspira a seguir viviendo indefinidamente, a no morir nunca, a eludir no esta muerte que amenaza, sino toda muerte". Hay en él algo inmortal, sin embargo, el mismo es mortal, puesto que, como hemos visto, quien muere es el hombre, y no simplemente su cuerpo. En el hombre hay un núcleo espiritual que no es destruido por la muerte, sino que pervive más allá de ella. Se trata de la inteligencia y las potencias espirituales, que son indestructibles por ser inmateriales. LA capacidad humana de superar el tiempo indica que hay en el hombre algo que está más allá de éste. Las notas que definen a la persona indican que el núcleo de ella tiene carácter espiritual, es decir, inmaterial.
Pues bien, sólo es mortal aquello que tiene cuerpo. El hombre es mortal. Sin embargo, el alma humana, que no es el cuerpo, sino el principio vital de éste, no, pues tiene un núcleo inmaterial. Luego hay que concluir qué éste permanece después de la muerte en una existencia separada del cuerpo. "Todos los autores consideran que la práctica de rituales (enterramientos) implican una creencia en alguna inmortalidad de cierto tipo. Creencia es tan antigua como la conciencia de la muerte, se piensa en el momento mismo en que el ser humano descubre que es mortal, se piensa a sí mismo como inmortal, de manera que el primer conocimiento de la muerte supone ya la negación de que en ella parezca el hombre absolutamente"; esto es una demostración empírica de la pretensión de inmortalidad. La muerte siempre ha significado para la humanidad un marcharse de este mundo y habitar en "otro", el mundo de los espíritus; es precisamente lo que la religión ilumina. Donde el conocimiento racional no puede llegar por sí mismo, la creencia proporciona una certeza tranquilizadora y al mismo tiempo inquietante.
Más allá de la muerte
"La muerte es un mal, y por eso desagrada", hay dos ideas que giran en torno a esta idea.
- Si el espíritu humano es incorruptible e inmortal, la muerte es para él necesariamente traumática, "algo que no es posible que se haya pensado y planeado para ese final".
- Si la persona muere, pero algo – su alma - sobrevive, esa supervivencia es de algún modo incompleta e imperfecta, en cuanto no está en ella el hombre entero, sino solo su espíritu.
- Respecto de lo primero, hay que decir que no parece natural que el hombre muera, puesto que en él hay algo que no puede morir: la muerte acaba con la persona, pero no con el espíritu. Parece plausible pensar que, si la muerte no es natural, sea un mal provocado por el hombre mismo, un castigo por la falta cometida en el origen; así lo piensa la tradición bíblica. También se encuentra en otras culturas como en la griega, los hombres parecen tener conciencia de que la muerte es algo que no debería ser así, que no pertenece a nuestra naturaleza: algo se ha tenido que romper en un equilibrio originario para que tengamos que pasar por ese trauma.
El cristianismo proporciona precisamente esta explicación, según la cual la muerte no es un mal absoluto, como quieren los nihilistas, sino relativo. Contemplada así, la muerte deja de ser una aniquilación del que muere y pasa a tener el carácter medicinal propio de las penas, con lo cual de algún modo se suaviza y deja espacio a esa esperanza de inmortalidad.
- la segunda cuestión saca a relucir la doctrina de la reencarnación según la cual las almas de los muertos se reencarnan en otros cuerpos tras la muerte. "El alma se une naturalmente al cuerpo, por que es esencialmente su forma. Por lo tanto estar sin el cuerpo es contra la naturaleza del alma y nada contra la naturaleza puede ser perpetuo. La inmortalidad, pues, de las almas exige, al parecer, la futura resurrección de los cuerpos".
Bibliografía
ü http://168.96.200.17/ar/libros/dussel/filosofia/cap6.pdf
ü http://www.ricardodiaz.org/archives/2006/04/platon_3.html
ü http://www.scielo.cl/scielo.php
ü Fundamentos de Antropología, un ideal de la excelencia humana, sexta edición, Ricardo Yepes Stork y Javier Aranguren Echevarría.
ü ¿Qué es el hombre?, esquema de una antropología filosófica, Coreth Emerich.
ü Gevaert: la existencia corpórea de l hombre (cuadernillo de la materia)
Autora:
María Belén Berzero
Argentina, Santa Fe
23 de Octubre de 2007
Universidad Católica de Santa Fe
Departamento de Filosofía
Lic. en psicología
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