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El Irrepetible-Absoluto y su interacción divino-humana

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    1. Análisis del Einmalig-Keineswegs
    2. Necesidad de la irrupción del Irrepetible-Absoluto: Verbum caro factum est
    3. El Irrepetible-Absoluto y su normatividad
    4. El Irrepetible-Absoluto y el Abba: la interrelación en Cristo entre su singularidad, su libertad, su receptividad absolutas y "su tiempo"
    5. El Irrepetible-Absoluto y la Revelación
    6. El Irrepetible-Absoluto como camino hacia Dios
    7. Conclusión
    8. Bibliografía

    Introducción

    Considerando la propuesta de la materia, la cuál permite una amplia gama de temas cuyo margen sea Lo Cristiano; los temas que más se acercan a tal iniciativa, o que, mejor dicho, lo expresan más cabalmente, son los que giran entorno a la persona de Jesucristo. De allí que he considerado abocarme en su persona, la cual es la figura más representativa, eminentemente, que abre, confirma y vivifica toda la realidad que implica el término "cristiano".

    El presente trabajo, si bien no puede dejar de sumergirse en toda la riqueza que la teología ha incorporado al contemplar la persona de Cristo, tampoco pretende desarrollar un esquema puramente cristológico; sino que intenta un abordaje a la consideración de Jesucristo, que desarrolla el teólogo suizo, Hans Urs Von Balthasar, en cuanto lo considera el Irrepetible-Absoluto.

    Tal visión es realizada desde la dinámica de la encarnación acontecida en la Historia. De allí que los puntos a tratar manifiesten tal dinámica que repercute en aquel sujeto fáctico-histórico, el cual se ha convertido en el "blanco" de la obra salvífica de Dios.

    La exposición mostrará un descensus, que va desde el tratamiento de la segunda persona de la Trinidad, tanto en su dinámica esencial (1-2-3) e intradivina (4), como en su relación con el hombre (5-6). Aunque ningún tema estará desligado del factor "historia", ya que H. V. Balthasar quiso tratar el tema desde la Teología de la Historia, integrará líneas teológicas que marcan fuertemente la cristología.

    1. Análisis del Einmalig-Keineswegs

    "Quien emprende la consideración de lo histórico en su conjunto, debe asignarle, si no quiere caer en un mito gnóstico, un sujeto general que obre y se manifieste en lo histórico, y que a la vez sea una esencia universal normativa".

    En la propuesta de esta densa consideración, en la cuál el teólogo suizo, Hans Urs Von Bhaltasar, manifiesta el estudio que realizará sobre una visión teológica de la historia, es necesario abordar el tema del Einmalig-Keineswegs (Irrepetible-Absoluto) no para quedarnos en una mera cristología que degrade toda la realidad que implica la humanidad, sino más bien, todo lo contrario, para comprender la misma realidad de modo pleno desde la excelsa obra de la Encarnación del Verbo, ya que el cristianismo es la "concentración de la realidad, historia y persona en la humanidad de uno de nuestra raza de hombres".

    En la propuesta del Einmalig (Irrepetible) podemos realizar previamente una mirada desde la metafísica del hombre en general. Entendemos por irrepetible aquello único en su realización que ha tenido un acontecer propio en el tiempo aportando una novedad. De allí que el hombre se realice en su concreción "aquí y ahora" en la innovación que aporte a su existencia desde su situación esencial de sujeto libre.

    Pero en él esa irrepetibilidad es relativa ya que esta ligado a la universalidad de su esencia humana que comparte con otros, sin que esto sea negativo en su intensión, ya que, "desde la historia, lleva al concepto más misterioso de una comunicación y comunión de todas las personas libres de idéntica esencia metafísica, en esa esencia, de tal manera que si esa esencia se representa como realizada históricamente, debe realizarse en una comunidad de destino de las personas que la integran" (Vemos por ejemplo al pueblo de Israel).

    En todo caso, más allá de toda conclusión de carácter social, es objetivo considerar que hay una solidaridad que conecta a todos los hombres, la cual debe ser asumida desde la libertad, y que por lo tanto, las decisiones de cada uno tienen su repercusión en la humanidad, de allí que mi realización incumba a todos en tal humanidad que fue, es y será.

    Vemos también, en el misterio de Dios la irrepetibilidad, pero dándose en Él en sentido eminentemente pleno, ya que Él es el ipsum esse per se subsistens imparticipado, que en la realidad absoluta y única de su esencia le es propia la originalidad plena de su ser.

    Ahora bien, en la consideración del Keineswegs (Absoluto), vemos un término aplicado a Dios desde su total infinitud, pero ¿de qué le serviría al hombre si sólo queda relegado al plano de lo "supra-trascendente" inalcanzable? ; si, desde la perspectiva de la propuesta inicial, buscáramos la respuesta en el mismo hombre ¿no nos decepcionaríamos de que en el afán de comprender su existencia y su historia, no es capaz de trascenderlas buscando una síntesis total de las mismas en él mismo?. Es clara la problemática al ver que "ningún individuo podría elevarse dominadoramente sobre los demás, sin poner en peligro metafísicamente la humanidad de los otros y sin destronarla de su dignidad".

    Por otra parte Dios "no necesita "historia" para llevarse como mediador hacia sí mismo". En consecuencia, vemos dos peligros al abordar la temática desde una polaridad que mira un extremo sin considerar al otro, donde peligraría la autosuficiencia divina o la particularidad humana.

    Consecuentemente, el desarrollo expuesto hasta ahora, no es para quedarnos en una abstracta elaboración gnoseológica, donde el análisis del Irrepetible-Absoluto sea para alcanzar una comprensión sintética de la historia, sino, para que, desde su propia realidad, podamos captar, desde nuestra pobre capacidad, toda la riqueza que expresa en su accionar salvífico-redentor.

    2. Necesidad de la irrupción del Irrepetible-Absoluto: Verbum caro factum est.

    "Después de la caída de estos (Hombres), alentó (Dios) en ellos la esperanza de la salvación (Gén., 3, 15) con la promesa de la redención".

    Podemos decir que se puede ver un "quiasmo" entre las realidades de la salvación y de la redención, donde "la esperanza de la salvación" esta propuesta desde "la promesa de la redención. Ello supone que sería un error identificar ambos puntos. La salvación no supone la inserción del pecado del hombre (por la aceptación libre del mismo por parte del hombre) sino el hecho de ser creatura, con lo cual, en su situación limitada, no puede alcanzar su plenitud sino desde aquello que lo trasciende, de allí que siempre estuvo llamado a ella, aún en su situación primordial (Adán-Eva, en sentido figurativo). "Anunciar la salvación es anunciar la vida en todas sus dimensiones". En cambio, la redención sí supone la introducción del pecado en la historia, de allí que es posterior al designio salvífico de Dios. Por lo tanto, ambas deben darse en el hombre, el cual es limitado y esta herido por el pecado; si acaso quiere trascenderse en orden a su plenificación.

    Para superar la finitud fáctica-histórica, que supone la esencia humana (profundizada por la situación de "caída"), es necesario que alguno, lograra en sí, un enlace intrínseco con el polo de lo esencial universal. "Para superar ese límite hacía falta un milagro que para el pensamiento filosófico resulta inhallable e inimaginable: la unión entitativa de Dios y el hombre en un sujeto, que, como tal, sólo podía ser algo irrepetible absolutamente, porque su personalidad humana, sin ser quebrantada ni violentada, sería asumida en la persona divina que en ella se encarnaba y manifestaba". Tal unión conlleva la realidad del centro óntico del hombre en el centro óntico de Dios, sin ser desintegrado, sino, plenificado. Y tal realidad, la vemos en la "unión hipostática".

    A lo largo de la historia se han visto diferentes herejías con respecto a la consideración de este punto. Tanto el arrianismo como el docetismo, y demás concepciones erróneas que no vienen al caso, han sido interpretaciones unilaterales de la realidad bi-dimensional de la encarnación del Verbo, quitando lo propio de la redención, que mira la naturaleza del hombre, en su situación creada y normal, sin trasladarla a un orden más alto de ser y sin considerar la persona del redentor como mera apariencia de hombre.

    Ahora bien, considerando que el Unigénito nos permite el enlace con lo divino al ser a la vez el Primogénito, vemos la prioridad de la acción en Él mismo, en el hecho de interrelacionar su irrepetibilidad con la multiplicada realidad humana, al realizar el descensus a tal realidad, ya que "siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, asumiendo condición humana y apareciendo en su porte como hombre" (Fil. 2, 6-7). Esto conlleva la ascensio de la naturaleza humana a Dios. "Solo entonces se hace comprensible… que en la irrepetibilidad de Cristo pueda estar incluida la redención de nuestra multiplicidad".

    3. El Irrepetible-Absoluto y su normatividad

    Desde la vida de Jesús, sería reducida la mirada sobre su acción como una simple liberación del pecado. En Él se conjugan la realidad de la salvación y de la redención en una integridad que lo conforma como portador de plenitud para el hombre: Él mismo es salvación. De allí que al "hacerse carne" (Jn. 1, 14) asume la compleja finitud humana abriendo las puertas al hombre a una nueva relación con Dios. Por lo tanto, vemos que al hablar de salvación cristiana contemplamos toda la situación del hombre, no sólo su situación de pecado sino su misma esencia humana necesitada.

    Es necesario ver que la unión del Verbo con la naturaleza humana es de por sí salvífica, siendo norma de todo hombre, debido a que obra en la historia. Así, "la irrepetibilidad absoluta de Dios, que se une con la humanidad de Jesús, se sirve, para tener lugar, de la irrepetibilidad relativa de esta personalidad histórica, dada por el ser humano". Por lo tanto, el Redentor es único por su participación en la irrepetibilidad divina. Además, en Él se integra la irrepetibilidad con las leyes normativas de la naturaleza humana, las cuales a él se someten y ordenan sin ser eliminadas.

    Ahora bien, tal normatividad, histórica-salvífica, no se da sino por su irrepetibilidad, ya que radica en ella "la revelación de la libre y concreta voluntad de Dios sobre el mundo" que obra en la historia por la irrepetibilidad de la unión hipostática de la irrepetibilidad de Jesús de Nazaret, el Verbo de Dios. Asombrosa realidad de la "conexión" del polo de lo humano y lo divino manifestada en la persona de Jesucristo.

    "Jesucristo prueba que ha de ser, en cuanto el irrepetible, el Señor de todas las normas de la creación, tanto en el dominio de lo esencial cuanto en el de la historia".

    Su generalidad está en lo particular. Podemos decir que Él mismo es historia, punto central y originario de lo histórico desde donde emana toda la historia, después y antes de él mismo y en donde conserva su centralidad. "Cristo se hace así, para la comunidad primitiva, el criterio según el cual todas las vicisitudes humanas pueden ser releídas y valoradas: este singular es la norma de la historia".

    Verdaderamente la luz de Cristo nos muestra la verdad novedosa, que estuvo desde siempre, de que "todo fue creado por Él y para Él" (1 Col. 1, 16). Además, Él está engendrado en el eterno hoy y por tanto consuma su obra en el tiempo de una sola vez y para siempre, lo que esto da lugar a tratar el tema de su singularidad, tanto en la dimensión operativa, como en la dimensión esencial de su persona.

    4. El Irrepetible-Absoluto y el Abba: la interrelación en Cristo entre su singularidad, su libertad, su receptividad absolutas y "su tiempo".

    Cuatro consideraciones claves convienen remarcar en la relación entre Jesús y su Padre; consideraciones que no permiten que la cristología se quede en un sutil "cristomonismo barthiano" sino que expresan la trascendencia de Cristo en sí y por su absoluta apertura al Padre.

    1. Persona difícilmente entendida a lo largo de la historia ha sido Jesucristo. "Signo de contradicción" (Lc. 2, 34) por su doctrina, sus obras y su persona. Considerando a Olegario González de Cardedal, podríamos demarcar tal singularidad en torno a "su autoridad personal, derivada de la forma concreta de su existencia, de su predicación, de su libertad para estar ante Dios y ante los hombres, de la manera de su vivir y de su morir; el hecho de su resurrección, sentida e interpretada por los apóstoles como la respuesta de Dios a la acción de los hombres, glorificando a Jesús y constituyendo Señor del mundo a quién ellos habían humillado y desterrado del mundo dándole muerte; su dimensión divina, por la cual él vive la común humanidad en un nivel tal de plenitud, que nos vemos obligados a confesar que es Dios mismo quién está presente en Él, operando desde Él y viviendo en Él; por lo cual podemos al tiempo decir que Él esta en Dios, opera desde Dios, es < Dios con nosotros> ".

      En último termino "la singularidad de Jesús emerge de aquella ultimidad personal", que se da por el hecho de ser irrepetible absoluto, segunda persona de la Trinidad que realiza la salvación humana. De allí que la singularidad de Cristo adquiere y posee una soberanía absoluta e inalcanzable por parte del hombre, siendo propia la obra de Él, y de nadie más.

    2. Singularidad
    3. Libertad, Receptividad y "el tiempo" de Cristo.

    Por otra parte, si quisiéramos mantenernos en un desarrollo que siga expresando la ilimitada riqueza de la obra del Verbo en su encarnación, podrían encontrarse ciertos riesgos de caer en una visión mecanicista del mismo donde no se lo vería más que desde la pura funcionalidad e instrumentalidad. De allí que podemos deducir la necesidad de referirnos a la libertad absoluta de la acción de Jesucristo. "La autodeterminación fundamental viene a traducirse así en el nivel de las múltiples decisiones de todo momento, más o menos conscientemente poseídas: es el nivel de la libertad < situada> o < empeñada> , o sea, de la libertad vista en la tensión dentro de la amplitud trascendental de la opción fundamental y la finitud de la posibilidad presente de la situación concreta".

    Por lo tanto, vemos que la autoposeción absoluta de su persona y de su obra le permiten la absoluta soberanía, donde "el rango del mandato y de la obediencia, de la entrega y de la aceptación, depende de la libertad del que actúa. Puede mandar en la medida en que es una cosa con su voluntad; lo que presupone, claro está, que su voluntad sea una misma cosa con la norma del justo querer. Puede darse a otro en la medida en que se posee. Puede recibir a los demás en la medida en que está en sí mismo. Eso significa: puede cumplir todos esos actos en la medida en que es persona y realiza su personalidad".

    "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha enviado" (Jn. 6, 38). En Jesús, la negatividad ("no hacer mí voluntad) fundamenta una mayor positividad ("hacer la voluntad del Padre"). "Su esencia, en cuanto Hijo del Padre, consiste en recibir de otro, del Padre" todo, y recibirlo de forma que todo lo posea en sí haciendo uso de todo como propio, "pero no en una superación del recibir, sino como su confirmación perdurable, eterna, que le funda a Él mismo".

    En consecuencia, esto le otorga su Yo, su interioridad y su novedad personal absolutas; donde vuelve a confirmarse su total irrepetibilidad, siendo sólo Él "imagen, palabra y respuesta". En el acto de la receptividad también adquiere toda la voluntad soberana de Dios, sobre el mundo asumiendo todo propiamente.

    En su eterna conciencia de Hijo, al encarnarse no pierde tal apertura, sino que progresivamente la va asumiendo, siendo un hombre abierto a Dios, en definitiva "El Hombre". Pero en Jesús se da una superación del hombre, denotándose en la relación entre Él y el tiempo, ya que "la receptabilidad para todo lo que viene del Padre es lo que para el Hijo se llama tiempo en su forma de existir como criatura, y funda temporalidad".

    Por ello, vemos que se abre un nuevo panorama de la encarnación del Verbo. Al ser el Hijo eterno, asume en su encarnación la temporalidad, debido a que la transforma en manifestación de su absoluta y eterna filialidad. Tal filialidad no significa apropiación de lo dado sino posesión en y por Dios, y a Él ofrecido, para ser devuelto en la eterna reciprocidad, de allí que buscar diferencias entre su existencia temporal y la celestial, sería mirarlo desde una "esquizofrenia existencial".

    El Hijo siempre fue, es y será Hijo, y es lo propio de Él el serlo.

    Al decir que Jesús posee tiempo significa que asume totalmente la voluntad del Padre, y esto no es una simple reseña, sino un punto que ilumina las raíces y consecuencias más profundas del alejamiento del hombre de Dios. El mismo hombre salta el tiempo creado, ordenado, providenciado y predestinado de Dios, o sea que no asume la verdad que Dios le dio sobre su libertad la cual debe ir descubriendo la senda que Aquél puso en su existencia. Dios ha determinado desde siempre todo bien para el hombre, pero éste, debe encontrarlo a su debido tiempo. Por lo tanto, la obra del Hijo, como Salvador, es la reordenación de ese erróneo apresuramiento del hombre (no sólo el pecado original) el cuál ha considerado la búsqueda de su felicidad en algo que no era Dios.

    Cristo es la verdadera existencia que debe ser seguida, asumida y aceptada. De aquí, que el testimonio neotestamentario acentúe su paciencia, su humildad, su permanencia, su sometimiento, su obediencia, su docilidad, etc. Por ejemplo, la relación entre Jesús y "su hora" (Jn. 2,4) expresa aquello que llega a su debido momento, sin poder ser atrasado o apresurado, ni siquiera con su conocimiento (Mc. 13, 32), y esto, porque "el Hijo quiere recibir del Padre su hora tan nueva, tan inmediatamente nacida del amor originario y de la eternidad, que en ella no esté visible ninguna huella ni marca de dedos sino en cuanto de la Voluntad del Padre". En cuanto Dios podría conocerla, pero se guarda el derecho por ser Hijo. "Su perfección es su obediencia que no se anticipa… y decir < sí> al Espíritu Santo, que transmite como mediador la voluntad del Padre para cada instante", el cual es acogido desde la absoluta libertad. Por lo tanto, podemos decir que "Dios no tiene otro tiempo para el mundo sino en el Hijo, pero en Él tiene todo tiempo". De allí que el tiempo verdadero es y debe ser aquel en el que el hombre se encuentre con Dios, y no el irreal, el cual es el perdido en la proyección hacia la nada.

    Ahora bien, cabe proponer un nuevo punto que emana de todo lo tratado hasta ahora pero que a la vez completa y expresa una relación de estrechez entre la existencia de Jesucristo y su obra. Ambas dimensiones se identifican en Él y revelan el porque de su caminar en este mundo.

    5. El Irrepetible-Absoluto y la Revelación

    "En Jesús, Dios ha sido un alguien con quien los humanos han podido convivir, o quizá, mejor, pudiéramos decir que Jesús es la necesaria humanidad de Dios para poder Él ser connatural y solidario con sus criaturas. Condescendencia, cercanía, oferta y presencia de Dios acontecen para los humanos en Jesús en una radicalidad tal para Él y para nosotros, que Él se define a sí mismo como humanidad, palabra, Hijo de Dios".

    Con Olegario G. De Cardedal se podría ver muy solapadamente lo que se viene desarrollando. Pero es necesario tratar el tema por el cual todo lo anterior tiene su dasein: La Revelación; ya que sin ella difícil hubiese sido al hombre llegar a los postulados mencionados. Pero, la Revelación no es algo, sino alguien, "Jesús de Nazaret [el cual] se convirtió… para los cristianos en la potenciación suprema del hombre".

    De allí que hay que mirarla desde dos aspectos: Desde la dinámica divina (Jesucristo en cuanto Revelador y Revelación) y desde la dinámica humana (Correspondencia del hombre: la Fe).

    1. "Dios sólo establece su relación con el mundo allí donde Jesucristo es Él mismo el centro de esa relación, el contenido y cumplimiento de la eterna Alianza". Tres características de Jesucristo que claramente denota H. U. Von Balthasar; de allí que Dios al revelarse a los hombres lo hace de una manera insuperable en su Hijo. Por tanto esto hace suponer que Jesucristo es el Revelador del Padre, pero no de manera extrínseca sino intrínseca.

      El punto central para la intrinsicidad de la revelación en la persona de Jesús se debe a la unión hipostática. "Debido a ella "no hay nada en Él que no sirva a la autorrevelación de Dios". La relación con el Padre en lo intratrinitario es tan absoluta que el Verbo en cuanto Hijo "nunca entiende y aplica su modo de ser persona como algo excluyente, sino sólo como el lugar de recibir y de la respuesta", acarreando que su autoconciencia no se objetiva en Él, al encarnarse, sino que "la tiene sólo para regalarla al Padre y a los hombres"; por lo tanto Él puede ser la Palabra y el Verbo de Dios. "Cristo es la luz como vida, gracia, verdad. La vida, la gracia, la verdad habitan en el Hijo, que en cuanto verbo de Dios está en Dios y es Dios, y vienen al mundo a través del Hijo".

      Un conflicto que la Iglesia ha tenido que superar ha sido el de la aparición del gnosticismo el cual miraba a un Dios, considerado puramente como trascendencia espiritual, que en su total superación de lo fáctico, solo podía ser alcanzado por el pensamiento que lo hallaba sólo como espíritu. Pero, ésta, a la vez que muchas otras líneas heréticas de matiz espiritualista o racionalista, no han sido absolutamente contraproducentes para la misma Iglesia, sino motivo de una fructífera superación donde, en este punto, ha reafirmado siempre la necesidad de relacionar la revelación con el "lugar" donde se lleva a cabo, la Historia, ya que eso señala la Encarnación.

      "No puede ser simplemente Dios como el actor que obra en el mundo; debe ser un trozo del cosmos, un momento de su historia y, además, en su punto cumbre. Y esto es lo que afirma también el dogma cristológico: Jesús es verdaderamente hombre, verdaderamente un trozo de la tierra, verdaderamente un momento en el devenir biológico de este mundo, un momento en la historia natural humana, pues nació de mujer (Gál. 4, 4)". Con estas palabras Karl Rahner expresa bellamente la radicalidad que implica afirmar la historicidad del Verbo Incarnatio.

      Ahora bien, Cristo, concentración de los misterios de encarnación, salvación, redención y revelación, ¿podría tan solo trocar la conciencia del hombre en su "afán" de levantarlo de la situación que empecinadamente está?; ¿podría "amarrarle", aunque sea un momento, la libertad para arriarla hacia Él?.

      Su amor lo impide, el amor de Dios por la creación lo impide desde su soberana y absoluta libertad y potestad. Quizás muchos piensen que el gran error de Dios fue haber creado al hombre con un "pedacito" de sí, o sea haberlo hecho a su semejanza, por tanto, haberlo hecho persona.

      Pero, qué alegría la del hombre que descubre esto; que ensancha la mirada limitada sobre sí en pos de una superación que está a su alcance, si es que camina a su fin verdadero, donde redescubrirá la plenitud vital que implica ser persona, a la luz de la "Persona". Todo quedará en el misterio de lo que implica ser persona, y en los que estén implicados en tal situación existencial. Pero dejando de lado todo análisis subjetivo conviene abocarnos a la objetividad de la relación entre la salida al encuentro de Dios y la decisión del hombre de responder a ello.

    2. Jesucristo en cuanto Revelador y Revelación
    3. Correspondencia del hombre: La Fe

    "Comunicación de Dios mismo es, por tanto, comunicación a la libertad e intercomunicación a la libertad e intercomunicación de los sujetos cósmicos plurales. Esta autocomunicación de Dios se dirige necesariamente a una historia libre de la humanidad, sólo puede acontecer en una aceptación libre por parte de los sujetos libres y, por supuesto, en una historia común.

    La comunicación de Dios mismo no se hace de pronto acósmica, dirigida solamente a una subjetividad aislada. Es histórica de cara a la humanidad y se dirige a la intercomunicación de los hombres, pues sólo en esto y a través de esto puede acontecer históricamente la aceptación de la comunicación de Dios mismo"

    Con K. Rahner vemos, por tanto, que la revelación de Dios interpela a la libertad del hombre; y, eminentemente, Cristo, Salvador y Revelador irrepetible absoluto, interpela, por la irrepetibilidad de su persona, de sus obras y de su mensaje, totalmente, al hombre; así, su vida lo confirma, donde fue objeto de rechazo y de aceptación radicales. De allí, que el término Salvador, indique "aquella subjetividad histórica en la que el suceso de la comunicación absoluta de Dios mismo al mundo espiritual está ahí como irrevocable en conjunto".

    Pero, es consecuente, proponer la aceptación humana de lo desarrollado ya que "la simple luz de la razón no basta para iluminar esta obra y se puede comprobar de un modo irrefutable que todo aquel que intente dominarla mediante esa luz no le hace justicia" .

    La fe, en cambió, "ve esa forma [lo revelado que transforma] tal como es, y de un modo tan palpable que la evidencia de la verdad de la cosa brilla en la cosa misma y a partir de ella". Ella posee una "velocidad de intuición", en cuanto capta desde la inmediatez. La fe es don de Dios; y más allá de toda mirada puramente antropológica del hombre que naturalmente posee un grado de "creencia", el cual le permite elegir, decidir y por tanto caminar, aquélla accede a un plano que hace trascender la mera mirada humana de lo fáctico en una "credibilidad" que confía en un postulado sobrenatural.

    Pero hay que aclarar que, al ser un don de Dios ofrecido al hombre, éste, en su recepción, como naturaleza racional, no puede basarse en una pura captación intuitiva de lo que lo trasciende, sino que su racionalidad, que está en la temporalidad, se mueve discursivamente en la búsqueda de toda verdad. De allí todos los esfuerzos que manifiesta la historia acerca del diálogo entre la fe y la razón.

    En la correspondencia entre la revelación y su acogida la luz interior, en su disposición, necesita totalmente de la forma objetiva de la revelación para encontrar su propio contenido, contenido que es acogido no sólo en la fides quae, siendo lo revelado una pura objetividad, si no también, a través de la fides qua, donde, por tanto, lo objetivo de lo revelado transforme la subjetividad del que lo acoja, sin que el contenido quede en una pura inmanentización (encerrándose en una pura lógica humana) ya que sigue conservando su objetividad.

    Vemos por tanto, sin querer desarrollar un análisis gnosceológico de la fe, que Dios otorga aquello por lo cual quiere que se lo busque, pero ¿ de qué le valdría un mero acercamiento a lo que quiere que sea conocido si en concreto el hombre sigue su rumbo sin horizonte?. ¿ Cuál es el contenido de la revelación que transforma al hombre?

    El Irrepetible-Absoluto, en su persona, su obra y su palabra, obran en la revelación ya que todo Él es la revelación. Por ello en la acogida por la fe de lo revelado se acoge al mismo Jesucristo, no sólo en cuanto Redentor, sino también, en cuanto Salvación; "en Jesús [se recibe] de Dios el don de la vida, del conocimiento, de la inmortalidad y de la santidad, porque Jesús no [es] un mensajero más en la sucesión veterotestamentaria de los profetas o sapiencial de las filosofías, sino que en Él Dios mismo está visitando a su pueblo". Por lo tanto, el misterio de Cristo, no se queda en una simple manifestación sino que es transformación de toda la persona en su integridad, de allí que el punto siguiente proclama a Cristo como el camino perfectísimo hacia Dios y una clara dilucidación de las virtudes teologales, que corrigen su visión errónea y expresan tres grandes dones que Dios le dió al hombre para, por Cristo, ir hacia Él.

    6. El Irrepetible-Absoluto como camino hacia Dios

    1. "La descripción del Hombre-Dios… no debe suscitar la impresión de que la au-

      toconciencia de Jesús es absorbida por la conciencia del Logos. Nada puede ser más plenificador y regalador, para la naturaleza y la personalidad del hombre, que este supremo prototipo [hecho ejemplar] de un hombre en general que se hace arquetipo [idea ejemplar] para todos los demás precisamente porque su mismidad no se convierte en tema…, sino, de modo radical en oración".

      Con estas palabras, cargadas fuertemente de contenido teológico, H. U. V. Balthasar expresa claramente la mediación de Jesucristo como el más vivo y verdadero camino hacia el Padre. Por ello podemos decir con él que Jesucristo mismo es oración; sólo Él cumple la identificación entre la apertura al Padre en su eterno y la receptividad de su ser. Y por ello, nos acoge en el ofrecimiento santo y total a su Padre. Él es el Hombre que ofrece todo y se ofrece todo al que todo le ha dado, de allí que es el prototipo de todo hombre para Dios.

      En su inserción en la historia "Cristo no se puede poner en el mismo plano que la de Adán ni la de los redimidos… [Él], como idea prístina del hombre ante Dios…, ha subordinado tanto lo modal como lo categorial a su irrepetibilidad… [Su tiempo] es plenificación del tiempo de Adán, puesto que, yendo más allá de la gracia de éste, es acceso a Dios, esto es, apertura para el mundo de la eterna interrelación personal de Padre e Hijo en el Espíritu". Por ello, el tiempo de la historia, el cual está marcado por el pecado, es reconocido y asumido para que con su tiempo lo llene a aquél otro de sentido.

      "Jesús, al acoger en sí mismo el sí, el amén de Dios al mundo, devolviéndole con un amén al que nos podemos unir todos los creyentes…, se ha constituido en canon personal de la fidelidad y en fuente de fidelidad". ¡ Que gran regalo Jesús nos dejo a través de su persona mediante la fidelidad, la cual no es sólo ejemplo, sino una realidad intrínseca que le compete a todo creyente y que debe ser descubierta y asumida!. En ello radicará la realización de uno como persona y como creyente.

      Visto el camino, sólo queda andarlo, vista la señal sólo queda ponerse en pie y acudir en pos de responderle dejándose iluminar. Caminar con fe, confiar con esperanza y vivir en el amor.

      Si el hombre pudiera armonizar estas tres características fundamentales de todo cristiano, viviría en un constante y progresivo ordenamiento hacia Dios. Fe, Esperanza y Caridad (amor), son tres virtudes que la Iglesia llama teologales por su origen directo en Dios, las cuales como don, o sea gracia objetivada, son ofrecidas al hombre. Las mismas son valiosas "herramientas" en la peregrinación hacia Dios mismo.

      Sería edificante, expresar a continuación, con San Pablo, el cual "aparece como difícil amigo…, y como inignorable guía", la relación y lugar propio de las mismas virtudes.

    2. Arquetipo y Prototipo
    3. Fe, Esperanza y Amor

    La existencia histórica cristiana se desarrolla mediante la "fe, esperanza y amor (1 Cor. 13, 13). Pero hay consideraciones negativas que afectan a la realidad de las dos primeras virtudes, ya que se piensa, que en el pasaje de lo temporal la fe y la esperanza dejarán de tener sentido funcional. El pasaje paulino muestra otra concepción muy diferente: "El amor lo disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Cor. 13, 7); . Vemos, por tanto la integralidad del amor que supera la fe y la esperanza, pero no descartándolas sino integrándolas.

    En la plenitud "la esperanza… sería la disposición del amor que queda abierto a lo infinito… sabiendo que Dios para él es el siempre mejor; la fe… sería la actitud de la criatura que se ofrece y entrega, con ello ofrece y entrega también toda verdad y evidencia propias, prefiriendo en amor la verdad de Dios, siempre mayor y más verdadera, a la propia".

    Ambas están en una apertura hacia lo absoluta, la esperanza hacia el Dios siempre mejor y la fe, hacia el Dios como dador infinito. Por ello se ve que en tal apertura a lo total "ambas cosas son en su núcleo modos auténticos del amor", el cual, tanto en la vida eterna como, en la vida terrena, sigue y seguirá siendo el normador de todo hombre, ya que, él mismo a imagen del Hijo, que recibe el amor del Padre y corresponde a ese amor en el ordenamiento de todas las cosas como Irrepetible–Absoluto, también ordena a Dios toda la realidad del hombre.

    Fe, Esperanza y Amor; tres términos que podrían caer en mera conceptualización si no se los considera como potencializaciones de la realidad humana. Sólo el misterio de la libertad de cada uno podrá adherir o no, a ellos y por ende a Jesucristo. Pero adherir a Él significa, principalmente, reconocerlo como el Irrepetible-Absoluto, el cual enlaza la eternidad y el tiempo. "Si el acto de existir del hombre Cristo se funda centralmente en una visión temporal…, entonces el imitador no logra realizar nada de ese acto, y su carácter prototípico y arquetípico se vuelve dudoso por ello mismo…. Si de Cristo se dice que es fundador… y perfeccionador… de la fe, eso no puede entenderse en sentido de una mera causalidad práctica, sino que debe querer expresar una causa ejemplar operante".

    En la imitación de la fidelidad obediencial y de la paciente renuncia de Jesús, características que permiten a Jesús estrechar la mano de Dios con la del hombre; se ve en total profundidad lo que significa cree, esperar y amar. "Solo así se abre la verdadera intimidad de la imitación, en la participación de una análoga vida espiritual" a la que invitan la persona, la obra y los hechos del Irrepetible-Absoluto, Jesús de Nazaret, Verbo e Hijo del Dios eterno.

    Conclusión

    La visión de Cristo como el Irrepetible, que a la vez es el Absoluto, permite una gran interacción de temas que ayudan a su vez a expresar la realidad de este Dios que se encarna. ¡Cuanta riqueza hay en este sublime misterio!, misterio del "universal concreto, irreductible a una universalidad vaga y abstracta", y que expresa el punto más fecundo del diálogo entre la fe y la razón.

    Sería provechoso que se vean trabajos de investigación desde la puntualización teológica-histórica sobre la Cristología de la historia, la cual depurada de toda visión errónea barthiana exprese la absoluta belleza de la obra de Cristo. Muchas puertas se podrían abrir en este intrincado mundo, surgiendo fervorosos personajes que, así como H. U. V. Balthasar, sueñen, piensen y desarrollen una teología que ilumine toda la realidad humana. Es posible hacerlo, así como para este teólogo suizo, fue posible una nueva mirada de lo teológico matizado desde lo estético, en donde en el culmen de lo bello en sí se cobija el rostro de Dios.

    Ayudar al hombre de hoy es compromiso urgente e imprescindible, mucho más en el cristiano. Desde el enfoque tratado se puede dar mucho sentido a la existencia humana, la cuál muchas veces no reconoce su propia dignidad y a lo que está llamada.

    El Irrepetible-Absoluto abre sus brazos como firme faro que orienta a lo propio, a lo esencial, a lo salvífico-redentor que es descubrir que "todo fue creado por Él y para Él" (1 Col. 1, 16). De aquí, que el hombre asume el lugar que le corresponde en la creación y entra a participar en la dinámica del Hijo eterno, de su total receptividad al Padre.

    Bibliografía

    • Hans Urs Von Balthasar. Teología de la Historia. Ed. Guadarrama. Madrid. 1959.
    • Hans Urs Von Balthasar. Gloria. La Percepción de la Forma. Vol. I. Ed. Encuentro. Madrid. 1985.
    • Olegario González de Cardedal. Jesús de Nazaret. B.A.C. Madrid. 1978.
    • Olegario González de Cardedal. Elogio de la Encina. B.A.C.. Madrid. 1978.
    • Karl Rahner. Curso Fundamental sobre la Fe. Ed. Herder. Barcelona. 1979.
    • Romano Guardini. Realidad Humana del Señor. Ed. Guadarrama. Madrid. 1960.
    • Bruno Forte. Gesu de Nazaret, storia di Dio, Dio della storia. Ed. Paoline. Roma. 1982.
    • Francisco de Mier. Salvados y Salvadores. Ed. San Pablo. Madrid. 1998.
    • Ricardo Ferrara. El Misterio de Dios. Ed. Sígueme. Salamanca. 2005.

     

    Presentado por:

    Pablo Balario

    Pontificia Universidad Católica Argentina

    "Santa María de los Buenos Aires"

    Facultad de Teología

    Carrera: Bachillerato + Profesorado en Teología

    Materia: Teología Fundamental III

    Revelación