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Globalización e integración Social

Enviado por fgarcia


    1. Posibilidades para la región ante los desafíos de la globalización
    2. Asignaturas pendientes: educación, empleo, pobreza  
    3. Potencialidades de la integración regional

    Posibilidades para la región ante los desafíos de la globalización

    Después de una década de haberse comenzado un pronunciado y creciente proceso de globalización y liberalización, es correcto afirmar que América Latina y el Caribe es una de las regiones que más ha experimentado los efectos de dicho proceso. A la complejidad de la adaptación a los cambios derivados de las transformaciones del sistema mundial se añadieron los cambios internos, llevados a cabo por los países de la región individualmente en respuesta a las nuevas condiciones externas, produciendo una serie de efectos de desestructuración y reestructuración en todos los niveles y sectores económicos y  sociales, que han afectado una vez más la estabilidad de las sociedades de la región.

      Cuando no se había concluido de absorber  los fuertes costos del proceso de reforma económica, reajuste social y de apertura al exterior e inserción internacional, y cuando se esperaban recoger los frutos prometidos por los esfuerzos realizados para modernizar las economías, privatizando todo lo privatizable, restringiendo el juego de las burocracias estatales, promoviendo la competitividad aún a costa de incrementar el desempleo y las ocupaciones marginales, estallaron nuevas crisis que pospusieron, una vez más, el momento del disfrute.  

      En esta última situación se pusieron de manifiesto las debilidades del nuevo orden internacional "globalizado", que fue incapaz de detener las acciones financieras especulativas y de controlar los desajustes estructurales internacionales. Y a pesar del comportamiento de los países de la región, que habían alcanzado en algunos casos las más altas calificaciones, que corresponden a los mejores alumnos de la clase, la especulación y la crisis financiera, comercial y social se instalaron en su seno y afectaron fuertemente a la más grande economía latinoamericana: el Brasil y por extensión a los demás países del MERCOSUR, generando conflictos comerciales y crisis de confianza entre los socios, que se encuentra en vías de superación.

     Asignaturas pendientes: educación, empleo, pobreza  

      El impacto de los procesos de apertura y globalización presentan, sin duda, aspectos positivos como la difusión de nuevos valores, la defensa del medio ambiente,  la  protección a las minorías, la igualdad de géneros. Sin embargo, la difusión de modos masivos e indiscriminados de cultura y consumo que también vienen incluidos en el proceso, suelen involucrar aspiraciones insatisfechas y generar tensiones sociales de difícil solución, al menos para el grueso de las sociedades subdesarrolladas de la región.

      Los efectos negativos de estos procesos se superponen a las profundas fallas estructurales en los países de la región, que se exteriorizan en una realidad secular de pobreza, exclusión social y desigualdad social. Si bien se logró una reducción gradual en los niveles de pobreza existentes en la "década perdida", que descendió del 41% de los hogares en 1990 al 36% en 1997, el número de pobres se mantuvo por encima de los 200 millones de personas hasta 19997 y aumentó durante la crisis, en magnitudes  todavía desconocidas".[2] Cerca de la mitad, de ese total que no puede cubrir sus necesidades fundamentales, vive en la indigencia. Y esta realidad, obvia y lamentable, es estructural y no un simple producto de un fenómeno reciente. 

      En el caso de los países de la región, a las dificultades intrínsecas de la coyuntura, se añaden estructuras sociales muy imparciales, que se expresan en indicadores de distribución de la riqueza mucho más desiguales que en el resto del planeta: por un lado, mientras la clase media representa entre un 50 y 60% de la población en los países industrializados, en América Latina es menos del 20% del total; por otro lado, en la región se incluyen los países con la mayor brecha de ingresos en el mundo: por ejemplo, en el caso de Brasil y Guatemala, el 10% superior de la población absorbe casi el 50% del ingreso nacional, mientras que el 50% inferior de la escala apenas gana algo más del 10%. En general, en toda la región. la brecha entre el 10% superior y el resto de la población refleja el lento y desigual progreso en el nivel y la calidad de la educación. Peor aún, la distancia entre el ingreso de profesionales y técnicos y el de trabajadores de menor calificación ha aumentado cerca de 50%, lo cual supone una fuerte concentración del ingreso en función del nivel de educación. Evidentemente, el desafío de la equidad en la región no se puede limitar a la reducción de la pobreza, sino que debe abarcar también la igualdad de oportunidades y la distribución del ingreso, mediante la adopción simultánea de políticas en las áreas demográfica, ocupacional y educacional

      A pesar de los logros en materia de crecimiento económico, se han registrado en muy pocos países modestos avances en la reducción de la pobreza y persisten elevados niveles de desigualdad que han tendido a acentuarse, incluso, en casos con altas tasas de crecimiento. Tampoco se ha podido reducir la desocupación ni mejorar la calidad del empleo. El desempleo abierto se elevó en muchos de ellos, en tanto que aumentaba el empleo en actividades que tienen un reducido producto por persona. El 84% de los nuevos empleos se han generado en el sector informal, caracterizado por la baja productividad e ingresos.

      Para amplios sectores de la población latinoamericana y caribeña ha sido y será imposible aprovechar las oportunidades de la apertura y la globalización, y aún simplemente usufructuar, en realidades limitadas el llamado "efecto de demostración", si no median políticas explícitas que refuercen la complementariedad entre transformación productiva y equidad, entre competitividad y cohesión social. El aprovechamiento de la globalización parece ser un lujo que está fuera del alcance del grueso de la población de los países en desarrollo.

      Frente a los riesgos que se han ido subrayando, con un proceso de globalización que se transforma de fenómeno en ideología y genera políticas que actúan sobre la realidad y que no es funcional a los intereses de los países, el desarrollo con equidad y la política social deberían ser perseguidos con una visión integral, o sea, las políticas educativas, sociales, de salud y de empleo deben diseñarse en el marco de una política para el desarrollo humano integral. Si se desea consolidar la estabilidad democrática y las perspectivas de progreso económico, en el futuro inmediato se deberían poner en práctica políticas que contribuyan a acelerar el crecimiento e incrementar la inversión, que refuercen el vínculo con la generación de empleo y faciliten el acceso al capital, la tecnología y la organización empresarial a las pequeñas y medianas empresas, responsables de la mayor parte del empleo en los países de la región.

      A pesar de sus dificultades, estos problemas serían relativamente superables si su solución no estuviera indisolublemente unida a los problemas y limitaciones estructurales de nuestros países: es muy difícil jugar a ser modernos y seguir utilizando los métodos más precarios para comunicarse, producir, resolver los conflictos y aspirar a estar incluidos en el mundo globalizado. Al respecto, no es fácil para los países de la región montarse en este viaje hacia la globalización con "handicaps" tan importantes como los que resultan de una insuficiente infraestructura, una administración pública que no concluyó su reestructuración, por lo que sigue siendo sobredimensionada e insuficiente a la vez y un sector empresarial que, en muchos casos, sigue percibiendo su actuación a partir del sostén y de la ayuda del Estado.

     Potencialidades de la integración regional

      Todos los países de la región, desde América Central y el Caribe al Cono Sur, han persistido, desde varias décadas atrás, en la búsqueda de los caminos adecuados para lograr grados crecientes de integración con sus vecinos y, más en general, han exteriorizado su voluntad y decisión para participar en un proyecto de integración para toda la región.

      Como lo demuestran las diferentes experiencias de integración regional en Europa, el Asia-Pacífico e incluso en la región, son las relaciones comerciales y económicas con los países vecinos las que tienden a las mayores tasas de crecimiento y a las mayores incidencias relativas. En el caso europeo, que contribuye con un 36% al comercio mundial, el 60% de sus exportaciones son de carácter intra-regionales.[4] Aunque en otra escala, las exportaciones intralatinoamericanas, a nivel de las subregiones, han crecido con tasas elevadas y con una participación de manufacturas sustancialmente  superior al comercio con el resto del mundo. 

      A partir de mediados de la década del ochenta y durante la última década, con la consolidación de la democracia en América Latina y el Caribe, que ha posibilitado un diálogo más franco y fructífero entre los diferentes países y sus sectores sociales, políticos, universitarios y culturales; la coincidencia de las políticas económicas nacionales en torno del reajuste, las privatizaciones, el rol del mercado y la apertura al exterior; y la percepción de que la integración resulta ser una adecuada plataforma para una mejor inserción en la economía mundial se hicieron posibles progresos considerables en los diferentes esquemas de integración de la región, particularmente en el MERCOSUR, que por sus dimensiones y sus logros se transformó en un ejemplo paradigmático de éxito.

      Sin embargo, la crítica coyuntura internacional actual está desnudando numerosas debilidades de los diferentes procesos subregionales, por su sesgo comercialista. Se puede tener la convicción de que así como se han superado otras situaciones críticas, se encontrará el camino para seguir avanzando. Así quedarán superados devaneos como los que ahora preocupan a la región: ¿Con quién y cómo negociar? ¿Cómo afrontar los costos de la crisis de una manera solidaria y reduciendo al mínimo posible las fricciones y los perjuicios?

      A la hora de hacer un balance de la situación, no deberían perderse de vista los éxitos logrados, especialmente en el caso del MERCOSUR, como: la transformación de relaciones de rivalidad y conflicto en relaciones de amistad y cooperación; los logros en materia de comercio e inversiones recíprocas; el mantenimiento de la continuidad constitucional en uno de sus miembros, estructuralmente afectado por casi cuatro décadas de gobierno dictatorial.

      Aunque no se examinarán aquí las diferentes alternativas, el rumbo que, afortunadamente, han comenzado a seguir los gobiernos involucrados es la vía de la profundización, como única manera de que se proyecte hacia el futuro el MERCOSUR y con él la expectativa de que la región tenga en el concierto internacional una voz propia e independiente. En lo inmediato se trata de romper los círculos viciosos que genera la integración meramente comercialista, proponiéndose objetivos y acciones en otras materias, como la coordinación y armonización de políticas, el desarrollo de la infraestructura y la colaboración en otros campos de la integración cultural, social y científico-tecnológica. Pero, y sobre todo, dándole al proyecto integracionista una dimensión social y política de largo aliento.

      De este modo se estará generando una nueva dinámica, más virtuosa, que responda a la naturaleza compleja del proceso de integración y a la necesidad de preservar lo que se denomina el "paralelismo" en la construcción de una Comunidad de Naciones y por sobre todo, que contribuya a la preservación de un principio esencial que se debe mantener, por encima de todas las circunstancias: la solidaridad, que es un concepto esencial para diferenciar a un proceso de integración verdadera de una simple articulación de mercados.

      Como reflexión final, cabe señalar, que no obstante las promesas de los ideólogos liberales de la globalización, las perspectivas económicas mundiales son bastante inciertas y los desequilibrios, asimetrías e inestabilidades puestas en evidencia en la reciente crisis financiera, están afectando severamente a América Latina y el Caribe. Y aunque es evidente que tales efectos no son  imputables sólo al proceso de globalización, es igualmente necesario hacer esfuerzos adicionales, a nivel de gobiernos, organismos y sociedades civiles para que, dentro de la región, se revisen las distorsiones del modelo de desarrollo adoptado y sus implicaciones sociales tan excluyentes y desfavorables y se encuentren los caminos que conduzcan a su superación.

      

    Gaston Amor

    Diego Garcia