Los primeros pasos de la vida en nuestro planeta, durante varios miles de millones de años, no debieron ser lo que se dice un éxito, pues dependían de las eventuales descargas eléctricas recibidas, y estas primeras moléculas morían una vez consumida esa energía circunstancialmente adquirida. Por tanto la vida, precaria pero persistente, tuvo que aprender a conseguir la energía necesaria por medios propios, alimentándose por sí misma, y desarrollar una forma elemental de metabolismo, que no podía ser otra forma que practicando el canibalismo, es decir, aprendiendo a asimilar otras moléculas vivas similares cargadas de energía. Algunas moléculas orgánicas, que dieron origen a los vegetales, desarrollaron otro medio menos "agresivo" a través de la fotosíntesis, aprovechando directamente la energía irradiada por el sol, pero tenía el inconveniente de permanecer arraigas en la tierra.
Este largo proceso coincide plenamente con el pasaje bíblico del Génesis, pero expuesto en una síntesis que engloba sucesos de los orígenes de la vida hasta épocas recientes de la evolución natural. En efecto, el "hombre" (primera forma de vida) surge del "barro" (materia inorgánica) y es animado por el "aliento divino" (descargas eléctricas), para ser puesto en el "Paraíso" (en una naturaleza abundante en alimentos, tras haber desarrollado la capacidad de alimentarse). En cuanto al necesario canibalismo inicial, el Génesis también lo expone como el mito de la manzana, o la capacidad de la vida de alimentarse y obtener energía de otros organismos similares y que según este relato fue la causa de nuestro "pecado original", pero también podemos relacionarlo con el mito del asesinato de Abel por Caín.
Naturalmente que al aprender a alimentarse no se cumplen las previsiones "teóricas" de la serpiente de "vivir eternamente", pues a pesar de que los primeros microorganismos iniciales son capaces de alimentarse por sí mismos y tienen una vida más larga, al mismo tiempo la propia búsqueda de alimentos supone la realización de un trabajo que consume energía y el desgaste del propio organismo, lo que le causará la muerte, o la "disfunción", de sus mecanismos vitales. Esta es la "maldición" inherente a la vida, el "pecado original" según el relato bíblico, o la incapacidad de evitar el desgaste de los organismos vivos hasta el extremo de ser incapaces de retener la necesaria energía para mantenerse vivos. Por tanto, la muerte de un organismo es la causa de su disfunción, por desgaste natural, pero también por causas no naturales, como enfermedades o accidentes.
Por qué se desarrolló la vida la capacidad de alimentarse y prolongar de esta manera su supervivencia no tiene una sencilla explicación, pero la tendencia de la materia en caos es a "evolucionar" formando compuestos más complejos y estables, para lo que necesita nuevos recursos provocados por la propia evolución. Eso mismo sucedió tras la supuesta gran explosión y la rápida inflación de la energía en caos por el espacio, dando origen a sustancias complejas con masa, capaces de gravitar ordenadamente y de esta forma llegar a formar las estrellas, las galaxias y las constelaciones.
Por tanto, si la naturaleza inorgánica desarrolló la capacidad de adquirir la energía por medios propios fue sencillamente por que "era necesario que lo hiciera", dado que ciertas sustancias no podía estabilizarse sin convertirse en "organismos", causa general que impulsa a toda forma de evolución.
Lo asombroso de este proceso es que tras millones de años de reiterados fracasos, un primer organismo vivo (una vez más el mito de Adán) fue capaz de preservar la vida recién adquirida hasta nuestros días. Es decir, que cada uno de nosotros de forma individual tenía la oportunidad de llegar a vivir desde ese primer instante, y naturalmente si estamos vivos es porque nos ha llegado esa oportunidad después de 20 ó 30 mil millones de años.
Sin embargo tan larga espera se resumirá en un brevísimo espacio de tiempo, en la mayoría de los casos no superior a 100 años, mientras que algunos microorganismos apenas vivirán unos cuantos segundos, lo que parece un capricho de la naturaleza sin demasiado sentido.
Por tanto parece evidente que la vida tiene como una de sus principales funciones el desarrollar formas orgánicas estables, o individualidades (individuos) espacio-temporales partiendo de sustancias que carecían de esta capacidad. Desde la primera molécula orgánica, cada ser vivo constituye un organismo independiente y único hasta su muerte, y durante este breve periodo de tiempo tiene que aprender a alimentarse y a reproducirse; información que transmite a sus descendientes contenida en el ADN, o información genética básica presente en todas las células de un tejido.
La evolución de las diversas formas de vida no cambia lo fundamental de este cometido, y el ser humano es el último eslabón de una larga cadena de "individuos", fruto del éxito de la misma evolución de los seres vivos desde sus orígenes.
Pero dejando ya a un lado los aspectos históricos de este relato, lo que tenemos es un hecho relevante y fundamental, como es que todo organismo vivo debe de estar compuesto de materia y una determinada contingencia de energía asociada y retenida por esa materia, a lo que llamamos "energía vital". Los organismos mantienen esa energía en forma de campos electromagnéticos, que fluyen en torno y a través de la propia materia de forma ordenada y estable, mientras el organismo tenga actividad vital. Como hemos visto, esta energía debe ser constantemente renovada a través de los alimentos también orgánicos y en las plantas por medio de la fotosíntesis. Esta energía es la responsable de la "individualidad" de todo organismo, pues sin ella el organismo perdería su capacidad de permanecer "organizado", unido a sí mismo, para dispersarse y deformarse, proceso de corrupción tras la muerte de los organismos.
De manera que se mire por donde se mire, en una cosa viva no hay más que materia, que retiene energía en reposo con campos electromagnéticos estables, y energía activa que retiene la materia en forma de campos electromagnéticos también estables pero fuera de la estructura atómica de la materia.
La interacción entre ambos es evidente: la energía activa es asimilada progresivamente en forma de nueva materia, que acumula esta energía en campos electromagnéticos estables (cohesión atómica), impidiendo así su liberación y facilitando la "unidad material del individuo". Por tanto, esto prueba que la tendencia natural de toda forma de evolución es hacia la "estabilidad" gracias al "orden", una tendencia que será asimilada incluso por nuestro comportamiento social.
Cada una de las partes de un organismo, materia y energía, tienen una función vital fundamental: en la materia se "almacena" el conocimiento (ADN) y en la energía se "genera" ese conocimiento (Psique, alma o mente, dependiendo del contexto propio de la evolución del lenguaje). Por tanto todos los organismos vivos tienen "psique", concepto descrito ya por Aristóteles, que no son más que los procesos cognoscitivos que tienen lugar en la energía. En el transcurso de la evolución y con la aparición del sentido de la visión, en esta misma energía se proyectarán las imágenes retenidas en la memoria física, es decir, es el lugar donde surge la imaginación, y, posteriormente, en un nuevo salto en la evolución, se causarán los pensamientos que darán origen a la conciencia.
En el desarrollo ontológico del lenguaje a la primera forma de energía sin el sentido de la visión se la denominó "psique", lenguaje natural o primitivo, o "alma vegetativa" según Aristóteles; posteriormente, y con el sentido de la visión, se denomina "alma", lenguaje teológico o religioso; y finalmente, con la impresión de las formas de las cosas, lo llamamos "mente", lenguaje filosófico o intelectual. Pero lo cierto es que estos tres fenómenos suceden en la energía que retiene todo organismo vivo, y dejan de suceder una vez que un organismo pierde su vitalidad, o fallece, y por tanto ya no necesita de esa "energía vital".
De manera que de acuerdo a esta simple reflexión ni la psique ni el alma ni la mente, que son una misma cosa en tres contextos distintos, deben sobrevivir tras el fallecimiento del un organismo. Pero la energía consumida permanece en reposo, "presa" en la materia inerte, o simplemente muerta. Este sería el proceso lógico que debe de acaecer después de la muerte.
Por tanto, si insistimos en buscar algo "inmaterial" que sobreviva a la muerte, tan sólo lo tenemos en la energía que permanece en la propia estructura atómica de nuestra materia fallecida. Pero en ausencia de energía vital, el organismo fallecido deja de ser un individuo para ser parte del todo que constituye la materia inerte. De manera que esa energía deja de ser "nuestra energía" para ser nuevamente parte de la energía del universo, pero integrada en la materia ya muerta.
Por otro lado, no hay razón alguna para creer que la energía, activa o en reposo, retenga algún conocimiento en sí misma excepto su polaridad. La energía no tiene otra experiencia de sí misma que la de su positividad o negatividad, pues necesariamente siempre debe de haber la misma energía positiva que negativa, polaridad que la energía retiene en el transcurso de su existencia. Pero necesariamente debe ser, en esta energía activa que mantiene la individualidad de un organismo, donde tienen lugar todos los fenómenos "psíquicos", "espirituales" o "mentales", según sea su grado de evolución, pero ninguno de estos fenómenos podemos decir que sea "sobrenatural", pues no puede haber nada fuera de la propia naturaleza; es decir, fuera de la materia y de la energía.
De manera que después de que nuestra oportunidad de estar vivos haya concluido, lo único que queda de nosotros es la memoria física de lo que hemos sido en una determinada cantidad de nueva materia, que se suma a la materia total del universo. Pero esa memoria física de nuestra pasada individualidad no puede ser restaurada como un nuevo individuo, entre otras razones por la segunda ley de la termodinámica, que establece que algo disperso no puede volver a concentrarse. Pero también por algo todavía más simple de entender, y que forma parte de esta reflexión: si la vida es todo lo que está vivo, la vida sólo puede surgir de la propia vida; en tanto que si la muerte es todo lo que está muerto, la muerte solo puede surgir de lo que está muerto. Es decir, ni de la vida puede surgir la muerte, ni de la muerte puede surgir la vida.
Pero este axioma también solemos plantearlo de este otro modo: si la vida concluye en la muerte, la muerte debe concluir en la vida. Sin embargo este argumento, que considera la posibilidad de la "reencarnación", puede rebatirse simplemente diciendo que mientras vivir es hacer algo, morir es no hacer nada; y aquello que no hace nada no va a ningún sitio ni puede concluir en ningún lugar.
Un buen ejemplo de esta situación lo tenemos en un rito religioso de encender una vela en memoria de algún difunto. Lo que hacemos es tomar el fuego de las velas ya encendidas, pero una vez agotada la nuestra, ésta no se reencarna en otra vela ni tiene posibilidad de hacerlo. Nuestra vela ha agotado su probabilidad de estar encendida y ya no volverá a tener una nueva oportunidad, a pesar de que tanto el fuego mismo como la cera misma sigan existiendo en otras velas encendidas también temporalmente. Como reza el dicho popular: "No hay más cera que la que arde".
Pero a pesar de este último razonamiento, es evidente que no podemos aceptar que la muerte no transcurra en el tiempo, pues si toda la vida que está transcurre junto con toda la muerte que está, la muerte necesariamente transcurre en el tiempo gracias precisamente al transcurrir de la vida. En otras palabras, que no podemos concebir que algo sea y no esté vivo. Reflexión que cuestiona la misma teoría de la "Gran explosión" como causa del universo, pues hemos visto que el universo para transcurrir debe de estar "vivo", o simplemente no transcurriría en el tiempo. Por tanto, todo lo que es, está necesariamente vivo y muerto al mismo tiempo, pues el tiempo en sí mismo sólo transcurre por causa de las cosas vivas, y no de las muertas, pero ambas transcurren en un mismo tiempo y espacio. Por lo tanto la muerte sólo es posible si hay vida.
Pero entonces ¿qué es el universo? Sea lo que sea debe de contener necesariamente vida, y por esta razón debe contar con dos formas de ser de su energía: la pasiva y la activa. La primera proporciona cohesión a su materia y la segunda a su peculiar forma de estar o soportar alguna forma de vida interior o por encima de la nuestra, sea la que sea y como sea.
Una hipótesis perfectamente razonable es que el universo se trate de un planeta habitado perteneciente a un sistema estelar en un supuesto "exouinverso", o universo exterior, en cuyo caso su origen sería similar a del resto de los planetas. Hipótesis que mantiene muchos aspectos en común con la teoría de la supuesta "Gran explosión".
En este supuesto, el universo tendría el mismo final que tendrá nuestro planeta tras la muerte térmica del sol, siendo parte de una estrella supernova, reiniciando el proceso una vez más. Pero dado que no es sino un astro dentro de un exouniverso, este colapso no afecta al espacio y el tiempo en sí mismos, que en este supuesto deben ser razonablemente infinitos. Por tanto, simplemente podemos decir que, pese al colapso del universo, la vida y la muerte seguirán "estando" en alguna parte y en algún tiempo. Pero mientras razonablemente a la muerte no le sucede ninguna "otra vida", a la vida le sucede inevitablemente "otra muerte". Punto y final de nuestro "ser en este mundo", pese a que de alguna manera, gracias a nuestras cenizas, sigamos "estando en este mundo". Pero al no estar vivos, nuestros restos carecen de energía vital, y por tanto no son posibles los fenómenos de la imaginación ni de la conciencia; es decir, no sólo no seremos conscientes de que "estamos muertos", sino que tampoco podremos imaginar que "estamos vivos".
Esta conclusión no parece muy alegre pero tampoco es triste, porque si bien no concede ninguna esperanza para una vida sobrenatural, tampoco prueba que deba de haber un padecimiento o felicidad eterna posterior por causa de nuestro buen o mal comportamiento en este mundo. Este argumento deja sin una de las bases de la moralidad religiosa fundamental y que se supone deben ser motivo para que llevemos una vida ejemplar, pero es evidente que nuestro comportamiento no puede ser recompensado o castigado después una experiencia irreversible, como es la muerte, sino que esta recompensa o castigo debe producirse cuando tenemos la capacidad de sufrirlo o gozarlo; es decir, si creemos que debe de haber un cielo y un infierno, estos deben de estar aquí en la tierra, y experimentarse durante la vida y no después de la muerte. Por otro lado, aún hoy se siguen cometiendo atroces crímenes contra la humanidad con la esperanza de una hipotética recompensa en el más allá.
Otro de los aspectos extraordinarios de la muerte es que vamos a tener la oportunidad única de experimentar el "efecto" contrario de un fenómeno sucedido por primera vez hace 30 ó 40 mil millones de años, cuando tuvo lugar el suceso inverso al de la muerte, la descarga de una determinada energía que avivó unas sustancias muertas, obligándolas a "trabajar y padecer" para mantener esa vida recién adquirida, sin que por ello se pudieran librar de la muerte. Suceso narrado por el Génesis de forma alegórica y considerablemente alterada. De manera que con la muerte llega por fin la "paz" a las sustancias que hacen posible la vida, volviendo a su estado anterior, y que sólo el azar y la accidentalidad fueron la causa de su catarsis vital, que para millones de seres vivos ha sido, y aún hoy sigue siéndolo, una experiencia extremadamente dolorosa e infeliz.
No obstante, tras la extraordinaria experiencia de morir, que debe tener sin duda una "agradable sensación de paz y descanso", seguimos siendo parte de la vida misma, pues es innegable que todas las imaginativas teorías sobre mundos celestiales, reencarnaciones y resurrecciones de la carne deben tener algún fundamento, ya que se trata de ideas concebidas gracias a la intuición, y por tanto deben tener una razonable explicación.
La única explicación de una posible "vida en otro mundo", no sólo razonable sino científica, es que pese a estar muertos cada molécula de "nuestras cenizas" contienen una cantidad de energía en reposo procedente de la conversión de energía vital en nuestra materia ya fallecida. Esta energía "capturada" se liberará cuando suceda el colapso térmico del sol, y una vez convertido en supernova, esa energía se "reencarnará" en nueva materia viva, cuando la evolución del nuevo sistema astral permita la consolidación de nueva vida en un nuevo planeta, es decir, en un "nuevo mundo".
Pese a lo razonable de esta hipótesis, nada hace suponer que esa energía recuperada contenga algo más que el signo de su polaridad, con lo que puede comenzar todo el proceso una vez más, pero ni el más remoto recuerdo del ser humano al que perteneció en "una vida anterior".
Autor:
Jaime Despree
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |