Por lo visto, la idea de "logia" se refiere más bien a una colectividad de masones y no tanto al lugar físico en donde éstos se reúnen actualmente, de ahí que existan "templos masónicos" o lugares físicos de reunión de una o más logias. Esto es lo que parece desprenderse de la entrevista realizada al señor Sierra, pues éste admite que sus lugares de reunión se denominan "templos" masónicos, y añade que la voz "templo" significa "saber" o "taller", dado que un masón era originalmente un constructor. Dichos templos tienen un decorado especial, con muchos adornos y figuras simbólicas, pues la masonería es una institución que trabaja a través de símbolos y alegorías y presupone que dentro de tal simbología se encierran todos los sistemas de perfeccionamiento del ser humano. Tales símbolos nacieron en los pueblos primitivos, en la cuna de la civilización de la humanidad, y los masones los han actualizado para que estén acorde con nuestra época. Un ejemplo lo tenemos en la "cadena" que se sitúa alrededor de cada templo masónico, donde cada uno de sus eslabones representa a un hermano masón y donde la totalidad de los eslabones simboliza la unión perfecta (mera suposición) que existe entre los masones. Otro ejemplo lo vemos en la mesa que se encuentra en el centro del templo masón, la cual tiene 3 columnas con 3 luces; es el ARA o especie de Santa Sanctorum del templo, donde se colocan una escuadra, un compás y una biblia. Aquí la Biblia no se usa como libro religioso o sagrado (esto es, no como guía divina para la humanidad ni como revelación que conduzca a establecer una relación amistosa con el Todopoderoso), sino como libro de moralejas o enseñanzas morales del que pueden extraerse muchos secretos de la masonería; las "palabras sagradas" de la Biblia significan, para los masones, conceptos místicos que sólo ellos llegan a conocer y que están inmersos en el texto bíblico en relación con el origen antiquísimo de su escritura (una sabiduría ancestral, si se quiere, de la que sólo quedan reliquias). Otro ejemplo remarcable es un cuadro con una escuadra, un compás y la letra G (como el de la figura de la página 3), símbolo distintivo de la masonería, en donde el masón se pertrecha mentalmente para afrontar la vida, pues con el "compás" trazará caminos perfectos y con la "escuadra" posiciones rectas.
Los masones celebran reuniones de carácter cerrado llamadas "tenidas", por motivos de discreción de la institución. En dichas "tenidas" se trabaja con un ritual especial, con un libro que recibe el nombre de "liturgia" y que contiene la forma de trabajo para cada grado de la masonería (aprendiz, compañero y maestro). Dicha liturgia es sólo para el uso de los masones, aunque un masón no debería contentarse con ser un genio encerrado entre cuatro paredes, ni un orador a puerta cerrada, sino que también tiene que hacer que el mundo profano conozca las excelencias de la masonería. Por ese motivo, en las "tenidas" se confeccionan conferencias para difundir la doctrina de la institución y se convocan ceremonias y certámenes de tipo cultural, artístico, filosófico y así por el estilo, de cara al público profano o externo.
En un principio, en determinados países, la masonería influyó para lograr la libertad de las personas sometidas a tiranía y vejaciones por líderes sociales y gobernantes, y consecuentemente se atrajo persecución. Por lo tanto, muchos masones fueron aprisionados y otros ajusticiados. En estos ambientes, la masonería no tuvo más remedio que hacerse hermética, cerrada y secreta, y esto dio paso a muchas leyendas negras. Pero actualmente, la masonería no es una sociedad secreta, sino discreta. Todo individuo es libre de pertenecer o no a la masonería, y si es masón puede retirarse de la institución cuando quiera.
Siendo la masonería una institución que predica la libertad, no admite en su seno a las mujeres y en ese sentido las discriminan. No obstante, los masones no consideran esta actuación como una discriminación propiamente dicha, sino más bien como una salvaguarda necesaria de la estructura universal de la masonería, cuyo andamiaje protocolario proviene de la Edad Media y no se puede modificar fácilmente sin poner en grave peligro los fundamentos sobre los que se soporta la institución. Pues la masonería nació hace muchos siglos, de tal manera que sus leyes, sus rituales y sus formas de trabajo son elementos que, aun en la actualidad, pertenecen realmente a máximas o principios sumamente antiguos: los llamados "landmarks", especie de estatutos que estipulan que todo candidato a la iniciación debe ser varón, libre, mayor de edad y sin mutilaciones que le impidan el cumplimiento de sus deberes masónicos. La masonería era en sus orígenes una institución abocada a la lucha, y la mujer de antaño no tenía preparación para esto, ni libertad como persona para tomar iniciativa en ello; ella misma era culturalmente pasiva y reacia, en general, a afrontar semejantes retos masónicos. Pero actualmente, dado que sería una temeridad cambiar las normas de base de la institución, pues eso implicaría antes que nada la tarea presumiblemente imposible de tratar de consensuar a todos los Grandes Maestros masónicos de todo el mundo, de cara a establecer nuevas leyes o actualizar las ya existentes (un trabajo que además no contaría con ninguna seguridad de éxito en vista de que se correría el riesgo de disolver la componente tradicional masónica, tan fuertemente ligada al masonismo que sin ella se tambalearía peligrosamente el edificio institucional)… actualmente, pues, lo que se está haciendo es auspiciar lo que se llama Agrupación Paramasónica, en donde las mujeres trabajan en igualdad de condiciones que los varones.
Es obligatorio para un masón creer en Dios, pero cada masón determina la manera en que acepta es ta creencia y es libre para adaptarla a su cultura, preparación educacional y criterios personales. Por eso, para los masones, Dios es denominado Gadu (Gran Arquitecto del Universo), una abstracción que permite concretizar la creencia en la deidad según los distintos intereses personales. Es por esto que en la masonería tienen cabida individuos de distintas fes, conviviendo en unidad masónica: católicos, protestantes, budistas, mahometanos, anglicanos, ortodoxos, teósofos, esoteristas, cabalistas, socialistas, demócratas, republicanos, etc. Para que un individuo pueda ingresar en la masonería sólo se exige que sea libre y de buenas costumbres o de buena moral, esto es, de personalidad limpia e integral.
Según el profesor Sierra, Maestro masónico citado en el apartado anterior, los masones creen en la inmortalidad del alma humana, siendo esta creencia un dogma obligatorio para todo masón. Sin embargo, al igual que la creencia en Dios, el concepto de "alma inmortal" tiene para el masón un tinte sumamente abstracto en el sentido de que admite cualquier interpretación que se pueda dar a dicho concepto: desde la idea aceptable de que la inmortalidad se refiera a pervivir en la memoria histórica de manera honorable, o en el recuerdo familiar entrañable, o a dejar huella (aunque sea anónima) mediante un "trabajo bien hecho" y sus consecuencias, o a cualquier legado valioso para la posteridad, etc.
En armonía con estos datos, la revista española "Más Allá de la Ciencia", nº 250, bajo el título de "Rituales funerarios en la masonería", expone en parte: «La muerte constituye para los masones la iniciación suprema. Tanto que no sólo celebran solemnes ceremonias cuando uno de sus hermanos deja este mundo, sino que uno de los principales ritos que debe pasar el neófito es una muerte simbólica. El mito de la muerte y la resurrección es la base de la búsqueda iniciática de la masonería tradicional, que aspira a transformar al individuo y a mejorar sus cualidades morales. Sin embargo, en el curso de los rituales ningún precepto hace alusión explícita a la inmortalidad del alma o a la vida en el Más Allá. La masonería deja hablar a los símbolos. La verdadera maestría está reservada a aquéllos que han traspasado las puertas de la muerte.
La masonería ha establecido ritos para los principales acontecimientos de la vida del masón. Entre éstos no podían faltar los relacionados con la desaparición física de un hermano miembro que ha pasado al "Oriente Eterno" (la muerte). El presidente de cualquier ritual funerario masónico suele alegar respecto a ello: "Nuestra cadena simbólica no podría romperse, pues ella se reforma cuando un eslabón se rompe. Permanecemos para siempre unidos y a esta unión pertenecen aquéllos cuyas manos fraternales no podemos estrechar. Han desaparecido, pero para nosotros no han muerto". A continuación se proclama algo así como: "La francmasonería no profesa ninguna doctrina concerniente a la vida futura. Deja hablar a los símbolos. Éstos nos sugieren que no somos en la vida sino aprendices y compañeros, estando la verdadera maestría reservada a aquéllos que han cruzado las puertas de la muerte. El gran misterio de nuestros destinos últimos no se nos desvela antes de la hora de la iniciación suprema (…). Más allá de la tumba comienza para nosotros la noche sagrada, de la que sería impío profanar el misterio. Ante ese misterio inclinémonos humildemente, conscientes de nuestra ignorancia y de la infinitud de aquello que sobrepasa a nuestro conocimiento". Y, tras una pausa, el presidente continúa más o menos: "Hermanos, meditemos sobre nuestra impotencia para penetrar en los secretos del Más Allá. Rindamos homenaje a aquéllos que nos han precedido en la noche a la que iremos cuando llegue nuestro turno". Finalmente, después de esta alocución, la palabra de esperanza circula a lo largo de la cadena que forman los miembros, mediante dos cortas frases: "Nada muere. Todo está vivo". Algunos talleres masónicos, en el momento de citar a los integrantes de la logia en su constitución, nombran a sus hermanos desaparecidos con el fin de conservar el recuerdo de los compañeros que se "fueron"; y, a cada nombre, el Venerable responde: "Pasado al Oriente Eterno"».
La "construcción de un mundo inmaterial interior", que se exige en el rito de iniciación, no puede menos que estar apoyado en los conceptos medievales de "mundo interior" actualmente desfasados de cara a establecer formalidades organizativas, y lo mismo ocurre con las nociones masónicas impregnadas de los elementos alquimistas de "tierra, aire, agua y fuego", que sin duda se han tomado para apellidar las 4 pruebas o viajes iniciáticos. No obstante, son muchas las rancias organizaciones, ya religiosas, académicas o seculares, que al presente, a pesar de los adelantos científicos y tecnológicos acaecidos, siguen posicionadas en criterios anacrónicos que, por interés de pervivencia egocéntrica, lastran el mejoramiento evolutivo grupal. En esa línea continúan vivas formas trasnochadas que hablan contra las organizaciones que las auspician, como el celibato, los dogmas de fe, los protocolos monárquicos, la sacralización de las banderas, etc.
Igualmente, la premisa de que las "emociones y las pasiones ciegan al individuo", y que por ello la denominada "prueba del agua" se plantea para intentar erradicar los parásitos emocionales que estropean la consecución de trabajos de índole superior, señala hacia una ignorante asunción institucional de la vida afectiva (asunción no obligatoriamente individual, como se ha mencionado, y que merece el espaldarazo para algunas logias por permitir que a nivel personal se pueda optar por soslayar esa premisa; pues actualmente se sabe, gracias a las neurociencias, lo importante e imprescindible que es el papel de las emociones en la toma de decisiones de una mente racional). En este sentido, conviene hacer notar las repercusiones que ha tenido (y tiene) el desprecio de la clase intelectual tradicional hacia la componente emotiva, el cual sigue vigente en la teología de las grandes confesiones religiosas, donde se concibe al Creador como un ser desprovisto de emotividad y consecuentemente inaceptable tal y como se presenta en el denominado "Antiguo Testamento"; aunque esta fijación teológica, desde la óptica de la verdad revelada por las sagradas escrituras, es una perniciosa aberración.
Otra premisa muy discutible, a la luz de los conocimientos científicos actuales y bíblicos, es que "la verdad habita en el interior del alma" y por eso la denominada "prueba de fuego" se provee para ayudar al individuo a encontrarla. Desde luego, semejante creencia filosófica colisiona terriblemente con el punto de vista bíblico, al no tener en cuenta la verdadera condición actual de la humanidad, tanto a nivel individual como colectivo. Básicamente, la sagrada escritura, de principio a fin, señala recurrentemente que la condición de la humanidad se encuentra en estado de imperfección o desequilibrio, por lo que del interior de los individuos sólo puede brotar el error y el autoengaño, amén de una visión simplista de la realidad que se cumple incluso en el estado de perfección, por causa de las limitaciones inherentes al entendimiento humano. Por ende, la visualización auténtica de la realidad humana se halla básicamente alejada de cualquier inteligencia que no sea la del Creador Todopoderoso; y más para el hombre de hoy, que se mueve en total desencuentro con las revelaciones bíblicas en general, por lo que tiende inexorablemente hacia un alejamiento irrefrenable de su bienestar, en una deriva pecaminosa que, consecuentemente, evoluciona hacia su propia autodestrucción. Empero, no se puede decir que sea el masonismo la fuente de la doctrina mística de la verdad interior; en todo caso éste sería una víctima más de la embestida de esa enseñanza antibíblica, gestada por las filosofías griega y oriental y acogida y propagada en Occidente por las teologías pseudocristianas.
Una peligrosa consecuencia de la búsqueda mística de la verdad interior, supuestamente residente en el "alma" o atisbable mediante ella, es la exploración o sondeo de ambientes o medios que hipotéticamente facilitan la extracción de esa misteriosa sabiduría espiritual, auxiliándose de rituales y trances psicofísicos. Frecuentemente la Biblia advierte, a lo largo de toda su trayectoria textual, que esas "vías" de acceso al "conocimiento" son, en realidad, trampas encubiertas que alejan de Dios. Entran dentro de lo que la parapsicología pretende elucidar por medio del método científico, sin conseguirlo; pues, como bien atestigua la sagrada escritura, esa parafernalia mística se adentra en ámbitos malsanos transitoriamente permitidos a causa de una controversia legal universal que nos atañe pero cuyo hipocentro pertenece a una realidad que está vedada a nuestros ojos (por motivo de nuestras limitaciones físicas) y que abarca inteligencias sobrenaturales que actúan en oposición al Creador, hasta un tiempo futuro en que serán eliminadas. Masonería y más allá.
Autor:
Jesús Castro.
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