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Una historia de solidaridad real


    Una historia de solidaridad real

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    Parte de nuestro aprendizaje social lo desarrollamos en base al conocimiento de diversas historias de la cuales llegamos a tener conocimiento, ya sea de manera formal e informal y que nos dejan lecciones de una u otra forma.

    Hay historias que provocan placer y entretenimiento, hay otras más que nos provocan indignación, por otro lado existen otras historias que generan tristeza y finalmente nos encontramos con otras historias que provocan una reflexión personal. Permítanme compartir una de estas últimas.

    Por todos es sabido que en la frontera de México con Estados Unidos, para ingresar a territorio estadunidense se forman largas filas de vehículos en espera de ser revisados por los agentes aduanales estadunidenses.

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    Junto a las largas filas de automóviles que se mueven muy lentamente, deambula una cantidad indefinida de vendedores ambulantes que ofrecen a los automovilistas varados momentáneamente una gran variedad de mercancías que van desde alimentos chatarra, memorias USB, cuadros con figuras religiosas, hasta figuras de ornato.

    En días pasados viajé en mi automóvil rumbo a la frontera con Estados Unidos con la intención de ingresar a ese país por la ciudad de Nogales. Al llegar a la línea fronteriza, tal como temía me encontré una larga fila de automóviles por lo que decidí armarme de paciencia y esperar mi turno.

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    Estando en "modo de espera", observé que del automóvil que estaba delante mío que portaba placas de Arizona, se bajó del lado del copiloto una señora de apariencia latina, abrió la cajuela y empezó a trasladar varios objetos (envueltos en forma burda en grandes trozos de papel) al interior del asiento trasero de su carro.

    Me llamó la atención esa acción porque yo acababa de hacer exactamente lo contrario, es decir para facilitar la inspección aduanal, las bolsas que traía en el asiento trasero las coloqué en el interior de la cajuela de mi automóvil, de tal forma que estuvieran fuera de la vista de propios y extraños.

    Dicha persona tardó bastante en mover varias bolsas y envoltorios de papel de la cajuela al asiento trasero, toda esta acción mientras el automóvil avanzaba a vuelta de rueda y por fuera del vehículo se sentía un viento helado y caía una ligera llovizna, clíma típico de la frontera mexicano-estadunidense durante estas fechas.

    Una vez que esta persona terminó de cambiar de lugar los objetos mencionados ingresó nuevamente a su vehículo pero ahora en el asiento trasero mientras el vehículo avanzaba lentamente y se detenía por largos períodos.

    Cuando pasó un vendedor ambulante al lado de este automóvil ofreciendo sus productos (cacahuates garapiñados, dulces y otras golosinas), una mano asomó por la ventana del vehículo llamando al vendedor, se hizo un intercambio de palabras y apareció de nuevo esa mano portando un envoltorio de papel grande que resultó ser una chamarra para niño.

    De inmediato el vendedor ambulante intentó ponerse la chamarra pero como era para un niño no le quedó, al ver esto, la persona dentro del vehículo sacó su brazo portando en sus manos un par de zapatos masculinos usados, que fueron entregados al vendedor ambulante que los recibió con una gran sonrisa y ligera expresión de sorpresa.

    Haciendo malabares con sus mercancías y los objetos recibidos que mantenían sus manos ocupadas, el vendedor ambulante sacó de entre los bultos que cargaba una tira de cacahuates garapiñados y con una gran sonrisa los entregó a los ocupantes del interior del vehículo a manera de intercambio, al mismo tiempo que con la otra mano con un alto grado de dificultad sacaba un teléfono celular y hacia una llamada.

    No pasaron dos minutos cuando llegó una mujer (otra vendedora ambulante), que se acercó al automóvil que delante de mí avanzaba lentamente hacia la línea fronteriza, cruzó unas palabras con el vendedor ambulante que se retiró para continuar con la venta de sus productos.

    La recién llegada intercambió palabras con quienes estaban dentro del vehículo e hizo la seña del número 3 con su mano derecha, ya que la izquierda la mantenía ocupada con diversos objetos, inmediatamente recibió tres envoltorios de papel del interior del vehículo y sin abrirlos se retiró con señales de agradecimiento y sonriendo ampliamente.

    El automóvil avanzó cinco metros, yo detrás de él sin perder de vista los acontecimientos ya que me encontraba en una posición privilegiada, prácticamente en primera fila de un espectáculo.

    Cuando pasaron dos vendedoras ambulantes fueron llamadas por los ocupantes del vehículo para entregarles un sombrero de mujer dentro de una bolsa, una bufanda larga de color negro y otros objetos que fueron recibidos con entusiasmo y grandes muestras de agradecimiento por las vendedoras.

    La escena se repitió por otras tres ocasiones, los ocupantes del vehículo regalaban bultos envueltos rudamente en forma de papel (que resultaba ser ropa usada por lo regular) o simplemente artículos al descubierto a los vendedores ambulantes, hasta que finalmente llegaron otros vendedores que no tuvieron la fortuna de los primeros porque ya no les tocó nada, pero aún así al percatarse de la acción no dudaron en obsequiar a los ocupantes del vehículo parte de sus mercancías, al mismo tiempo que charlaban amistosamente y entre sonrisas como si fueran grandes conocidos. Se podía percibir un ambiente de alegría entre vendedores ambulantes y ocupantes del vehículo, porque sonreían y de manera esporádica soltaban una carcajada.

    Entonces fue que comprendí toda la acción, ese ambiente de camaradería se logró gracias a que los ocupantes del vehículo con placas de Arizona que se disponían a cruzar la frontera ingresando a Estados unidos, eran mexicanos que vivían en ese país y que se habían preparado para cruzar la frontera ingresando a México para que al regresar a territorio estadunidense pudieran obsequiar presentes (objetos usados) a los vendedores ambulantes.

    Es decir, mexicanos que a pesar de vivir en otro país no olvidaron sus raíces y sobre todo que mantenían sentimientos de solidaridad con los vendedores ambulantes por ser parte de los desposeídos.

    Ser testigo en primera fila de esta acción me conmovió al grado tal que me emocioné gratamente y compartí la alegría de los vendedores ambulantes que se sentían tomados en cuenta por personas desconocidas al grado de que les regalaron diversos objetos.

    En un momento dado hice el intento de grabar esa acción, pero un destello de cordura me detuvo al pensar que probablemente lo tomarían a mal los buenos samaritanos, ya que estaba justo detrás de ellos y ellos podían verme de la misma forma que yo podía verlos a ellos.

    Por ello sólo me dediqué a observar pensando que lo mejor sería que describiera esa escena por escrito, tal como lo estoy haciendo en estos momentos para compartirlo con otras personas acompañado de algunas reflexiones personales.

    Estando de observador de esta conmovedora escena, recordé el inolvidable discurso de José Mujica el Presidente de Uruguay quien se ha convertido en símbolo mundial contra la tentación del poder y lo que éste implica por su estilo de vida austera que para algunos resulta difícil de creer.

    José Mujica dijo en su último discurso en Ecuador una que encierra una gran verdad: "por más jodido que estés, tienes algo que compartir con los demás" y al recordarlo pensé que lo que estaba atestiguando en la frontera de México con Estados Unidos afirmaba la plena veracidad de esta frase, porque estos buenos samaritanos, los mexicanos ocupantes del vehículo con placas de Arizona, no se veían luciendo ropa cara o de marcas exclusivas, ni el vehículo era de modelo reciente, al contrario era de modelo atrasado y evidenciaba que necesitaba mantenimiento en varias de sus partes.

    Pero al mismo tiempo también pensé que al repartir esos objetos estas personas dieron algo mucho más que objetos materiales a los vendedores ambulantes, les dieron algo más que fue precisamente lo que generó ese ambiente de alegría y camaradería.

    Les dieron una sensación de apoyo, un sentimiento de esperanza, un acto de solidaridad, momentos de alegría y de compañía.

    Fue en esencia un acto de solidaridad con el excluido, con el marginado, con el segregado, con el objeto de una violencia económica que proviene de la estructura de un sistema social que promueve la desigualdad social y que ésta última es resultado y se fortalece por la impunidad de la élite en el poder que se ahoga en sus riquezas mal habidas y no les importa el sufrimiento de millones de personas y que está protegida por la enorme corrupción que contamina tanto funcionarios públicos como cuerpos policiacos e instituciones gubernamentales que se supone deberían la procuración del bienestar del pueblo mexicano.

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    Pero al mismo tiempo me dieron una lección a mí y a todos los que fuimos testigos de esa noble acción: una lección que se puede sintetizar en la forma siguiente: podemos compartir lo que tenemos, aunque sea poco, ya que hay mucha gente necesitada.

    Aunque tengamos poco, algo podemos dar y hacer felices momentáneamente a otras personas, porque siempre encontraremos a otros que tienen mayores carencias que las que tenemos nosotros, aquellos que hemos sido afortunados por nuestra familia o nuestro esfuerzo personal, no debemos olvidarnos que somos parte de una comunidad, que tenemos y compartimos una identidad colectiva, que con nuestro esfuerzo contribuimos al desarrollo de nuestra comunidad y que dentro de esta existen otras personas. Que son parte de la misma y que han sido excluidos, marginados por la estructura de este sistema.

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    Debemos valorar lo que tenemos y dejar de pensar que no tenemos nada, porque en realidad si tenemos algo. Esta lección me indujo a la reflexión personal "si todos nos deshiciéramos de parte de nuestras posesiones materiales, sobre todo de aquellas que ya no usamos y que solo las mantenemos por una equivocada idea de bienestar y las compartimos con los más necesitados, daríamos momentos de alegría a quienes tienen menos que nosotros".

    Muchos de nosotros tenemos ropa que no usamos, calzado que está arrumbado y varias pertenencias que sólo ocupan espacio en nuestros domicilios. Por una falsa sensación de seguridad tendemos a acumular diversos objetos que no utilizamos y que bien podrían satisfacer las necesidades de otras personas.

    Sé de antemano que la caridad no es la solución a los grandes problemas sociales, no debemos dejarnos engañar por la idea de que la solución está en dar caridad porque no resuelve el problema de raíz. Es lo que hace el gobierno mexicano con sus programas de asistencia social a través de los cuales brinda una mísera ayuda económica mensual a quienes viven en condiciones de pobreza extrema.

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    La solución está en el cambio radical del sistema capitalista en el que vivimos, que presenta una crisis cada vez mayor y que no encontrará solución alguna. http://www.monografias.com/trabajos101/madre-todas-crisis-y-urgencia-del-cambio-social/madre-todas-crisis-y-urgencia-del-cambio-social

    No basta con el cambio de un partido por otro, de un personaje por otro, no debemos generar falsas ilusiones, necesitamos desarrollar la convicción de que debemos cambiar de raíz este sistema económico y político que promueve la desigualdad social.

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    Necesitamos combatir y acabar con la corrupción, la impunidad y con quienes salen beneficiados de las mismas, que no son otros más que los que nos gobiernan y la iniciativa privada nacional y extranjera.

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    Pero también sé esta es una lucha larga en la que millones de personas marginadas sufren aquí y ahora padeciendo hambre, desnutrición y carecen de lo idispensabley no pueden esperar a que en México se dé una revolución que cambie las cosas.

    El acto de compartir lo poco que tenemos nos ayuda a desarrollar sentimientos de solidaridad y generosidad para con los demás. Contribuye a que aprendamos a valorar lo que tenemos y reflexionemos acerca de la forma como somos manipulados por la publicidad en esta sociedad de consumo.

    Nos ayuda a despojarnos de la ideología individualista en la que se nos ha formado que nos impide compartir, ser solidarios y generosos. Esta ideología individualista y competitiva nos genera una miseria psicológica que nos produce enormes sentimientos de soledad y aislamiento, aún cuando estemos rodeados de una multitud. Es la misma ideología que nos genera sentimientos mezquinos y nos hace ser egoístas, insensibles e indiferentes al sufrimiento ajeno.

    Aunque parezca increíble, la solidaridad se presenta con una mayor frecuencia entre los desposeídos, entre los pobres, mucho más que en los ricos, los que tienen todo.

    Quizá sea porque el dolor nos une, el sufrimiento nos sensibiliza y nos hace ser solidarios con quienes están atravesando por lo mismo que nosotros. Recordemos que de grandes tragedias han surgido grandes hombres y mujeres que dan todo de sí para ayudar a los demás, pero sobre todo, las grandes tragedias traen consigo cambios colectivos.

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    http://www.upsocl.com/inspiracion/le-dio-un-hombre-sin-hogar-100-dolares-y-lo-siguio-para-ver-como-lo-gastaba-no-creeras-lo-que-pasa-despues/

    El ejercicio de la solidaridad nos permite comprender que la mayor felicidad está en el hecho de compartir y no en el hecho de consumir o poseer.

    Nos damos cuenta de que los objetos materiales no proporcionan por sí mismos la felicidad, al contrario, el culto al consumismo sólo trae mayor pobreza psicológica. La felicidad la alcanzamos realmente cuando interactuamos con los demás, cuando intercambiamos ideas, emociones, sentimientos y sobre todo cuando hacemos felices a otros.

    El acto de compartir es algo que aprendemos desde niños cuando se nos enseña a compartir nuestros juguetes con nuestros hermanos y amigos, pero lamentablemente después al crecer lo olvidamos cuando enterramos al niño que llevamos dentro nuestro y nos hacemos adultos, olvidando nuestra espontaneidad y autenticidad para actuar como según nosotros los demás esperan que actuemos en función de los roles que ocupamos en los diferentes grupos sociales a los que pertenecemos.

    Al desarrollar los sentimientos de solidaridad, generosidad y compartir lo que tenemos con los demás, sobre todo con el necesitado, crecemos psicológica, emocional y socialmente, porque superamos un nivel de enajenación social que fomenta la sociedad de consumo que nos hace creer que tenemos identidad en función de nuestras posesiones.

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    Dejamos atrás la idea que nos fomenta la sociedad de consumo de que somos más mientras más posesiones acumulemos. Con el acto de compartir crecemos como seres humanos y engrandecemos a la humanidad porque nos hacemos solidarios unos con otros.

    Por esto mismo, les invito a que revisen su guardarropa, calzado y otras posesiones y vean que artículos pueden donar a personas que actualmente padecen enormes carencias. Les aseguro que alrededor nuestro hay personas con grandes necesidades y de igual forma puedo asegurarles que todos tenemos objetos que en realidad ya no usamos y solo ocupan espacio en nuestros domicilios.

    Les invito a que vivan la experiencia de brindar felicidad a otros con un bajo costo económico que les dejará un gran de satisfacción y comprobarán con ello que la verdadera felicidad no radica en el acto de tener varias posesiones, sino que en realidad se encuentra en el acto de desprendernos de ellas para compartirlas con otros.

    Finalmente les comento que el sufrimiento que millones de personas experimentan en pleno siglo XXI, por motivos de marginación económica, solo terminará cuando terminemos con este sistema y construyamos uno nuevo, en el que verdaderamente prevalezca la igualdad social, la democracia y la justicia.

    Para lograrlo tenemos que combatir la corrupción, la impunidad y comprometernos en un proceso de cambio colectivo, participando en los diferentes grupos, organizaciones y movimientos colectivos que luchan por cambiar este sistema.

     

     

    Autor:

    Oscar Yescas Domínguez