La siguiente hipérbole es: "La mulata adolescente, con sus teticas de perra, estaba desnuda en la cama. Antes de Aureliano, esa noche, sesenta y tres hombres habían pasado por el cuarto. De tanto ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a convertirse en lodo" (128). Esta exageración se inscribe en el hecho de la gran crueldad de la abuela de la chica, que le obliga a prostituirse como pago a un descuido que ocasionó el incendio de su casa. La crueldad es tal que precisa de un número hiperbólico: sesenta y tres. Por otra parte, el hecho de que el aire se convierta en barro es un signo de la gran actividad sexual a la que estaba obligada la adolescente. Es importante señalar la fuerza de la adolescente y su sumisión ante el destino. Además, el hecho de que el personaje perverso sea una abuela amplifica la realidad literaria, ya que no era nada corriente un personaje –la abuela- que siempre había tenido buena fama y, desde luego, pesaba su condición de femenino. Todo esto crea la gran barbarie. De ahí que un lector tradicional se sorprenda.
La tercera hipérbole es un rasgo que define a José Arcadio Buendía, el cual "conservaba su fuerza descomunal, que le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas" (76). Como él es el fundador de la familia y, además, de Macondo, tiene que poseer alguna característica propia de un héroe y la fuerza física es muy apropiada a este tipo de personajes de leyenda. Cuando José Arcadio está en plena vejez todavía conserva esta característica: "no supo en qué momento se le subió a las manos la fuerza juvenil con que derribaba un caballo" (134). Parece que el tiempo no le afecta, como a cualquier héroe. Sin embargo, cuando pierde la razón le atan a un árbol, pero para esto "necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio" (155). Ya se sabe, el héroe siempre es héroe y no decaen sus facultades. Incluso poco antes de morir todavía es un personaje hiperbólico, por eso su esposa "pidió ayuda para llevar a José Arcadio Buendía a su dormitorio. No sólo era tan pesado como siempre, sino que en su prolongada estancia bajo el castaño había desarrollado la facultad de aumentar de peso voluntariamente, hasta el punto de que siete hombres no pudieron con él y tuvieron que llevarlo a rastras a la cama" (215). Por lo tanto, la idea que saco es que la exageración y el heroísmo van de la mano en el caso del fundador de los Buendía. Y hay que añadir el poder sobre el cuerpo, el subir de peso si quería. Este rasgo es extraño en un héroe, pero en Macondo todo era factible. Por norma general, los personajes significativos de la novela presentan rasgos hiperbólicos.
La hipérbole también define a un descendiente de José Arcadio Buendía, del mismo nombre. En su caso recoge elementos de la literatura popular como la escatología, que tanto impresionan a los lectores timoratos. De él se dice que "se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las flores". La construcción de esta oración impresiona al lector, al mezclar lo escatológico -las ventosidades- con lo delicado -las flores-. Esto está dentro del quehacer literario de Márquez, el cual "no distingue desde el principio entre lo trascendental y lo inmanente, entre lo extraordinario y lo ordinario" (M. Palencia-Roth). Los elementos soeces los recoge nuestro literato de la tradición literaria y le sirven para caracterizar al personaje. Tras una larga ausencia de Macondo, José Arcadio regresa. Su retorno trae a la memoria al héroe de Homero, pero en el caso que nos ocupa lo paródico rompe lo heroico, aunque no del todo. La narración del regreso es interesante: "tuvieron la impresión de que un temblor de tierra estaba desquiciando la casa. Llegaba un hombre descomunal. Sus espaldas cuadradas apenas si cabían por las puertas. […] su presencia daba la impresión trepidatoria de un sacudimiento sísmico" (165). Parece que anuncia que va a suceder algo importante. En su descripción física hay elementos que no concuerdan con los de un héroe clásico: "los brazos y el pecho completamente bordados en tatuajes crípticos" (165). Tampoco muchas de sus costumbres corresponden a un héroe: "En el calor de la fiesta exhibió sobre el mostrador su masculinidad inverosímil, enteramente tatuada con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas" (168). Lo que sí le corresponde del modelo heroico es su grandísima fuerza física, que en un principio exhibe en un burdel, lugar nada heroico: "Catarino, que no creía en artificios de fuerza, apostó doce pesos a que no movía el mostrador. José Arcadio lo arrancó de su sitio, lo levantó en vilo sobre la cabeza y lo puso en la calle. Se necesitaron once hombres para meterlo" (167). La conclusión es que Márquez creó este personaje como contraposición a los héroes (léase el coronel, Úrsula, etc.). En la realidad literaria existen los contrarios, porque de lo contrario no sería completa, como en la vida misma.
Otra hipérbole que interesa es la del coronel, en lo que se refiere a datos numéricos, ya que "promovió treinta y dos levantamientos armados". En este número hiperbólico se asienta el héroe, pero acto continuo pierde su carácter de tal cuando el narrador añade: "y los perdió todos". Así pues, no es propiamente un héroe, porque desconoce la victoria. También pierde su carácter heroico puesto que tuvo "diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas". Ningún héroe literario se jactaría de esta promiscuidad. Por otra parte, el destino de sus hijos no puede ser más trágico: "fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años" (179). Pero los números muestran a un militar, mitad héroe, mitad antihéroe. Aunque no gana batallas, es invencible personalmente: "Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento" (179). Y ni siquiera es herido, lo cual es bastante exagerado. En esto es un héroe, un personaje sobrehumano. Incluso un intento de envenenamiento lo supera: "Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar a un caballo" (179). Su suerte llega al extremo de que incluso cuando se dispara a sí mismo, para salvar el honor al haber perdido todas las guerras, no consigue matarse: "Se disparó un solo tiro de pistola en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital" (180). Parece como si los dioses le protegieran, a pesar de que el coronel hacía la guerra sin convicciones políticas y, como confesó, por orgullo ( aquí si es un antihéroe). Pero en esto Márquez no sigue el modelo antiguo de héroe, el cual no se suicidaba y luchaba por la justicia. Nuestro héroe no tiene ideales.
La siguiente hipérbole corresponde a la muerte de José Arcadio, en concreto al olor de la pistola. Su asesinato está rodeado de una aureola de misterio y elementos mágicos (el desconocimiento del asesino y sus móviles, la sangre que emana de su oído y va a avisar a Úrsula). Pero lo que aquí interesa es que un elemento tan insignificante como el olor pueda adquirir una gran importancia. En este punto conviene recordar una idea de Lotman, a saber, que "un texto artístico es un significado de compleja estructura. Todos sus elementos son elementos de significado". Pues bien, parece que nuestro escritor quiere mostrar que cualquier cosa puede ser una hipérbole en su universo ficcional, hasta un olor determinado, como es el caso que comentamos: "Tampoco fue posible quitar el penetrante olor a pólvora del cadáver" (209). Como consecuencia de esto, los personajes caen en las siguientes excentricidades: "Primero lo lavaron tres veces con jabón y estropajo, después lo frotaron con sal y vinagre, luego con ceniza y limón, y por último lo metieron en un tonel de lejía y lo dejaron reposar seis horas" (209). Se produce tal desesperación a causa de este olor que incluso se llega a pensar en un gran disparate: "Cuando concibieron el recurso desesperado de sazonarlo con pimienta y comino y hojas de laurel y hervirlo un día entero a fuego lento, ya había empezado a descomponerse" (210). El olor parece indicar algo en el texto, de ahí su persistencia: "Aunque en los meses siguientes reforzaron la tumba con muros superpuestos y echaron entre ellos ceniza apelmazada, aserrín y cal viva, el cementerio siguió oliendo a pólvora hasta muchos años después" (210). Así pues, puede ser un indicio de algo: nos quiere comunicar algo. Otros personajes también destacan por el olor, como es el caso de Pilar Ternera.
No quiero terminar este breve análisis de las hipérboles sin hablar de Melquíades, uno de los personajes importantes de la novela, hasta el punto de que él es quien escribe la historia de la familia antes de que acontezca. Este personaje se asemeja a un narrador omnisciente, pero su misterio va más allá como reconocen todos los personajes. Lo más interesante es la siguiente cita, con relación a la hipérbole: "Pero la tribu de Melquíades, según contaron los trotamundos, había sido borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano" (113). Ciertamente Melquíades está más allá de lo humano. No olvidemos que lo hiperbólico está más allá de lo común, y lo transgrede. Este personaje, a modo de un Dios, crea el futuro, igual que un escritor crea un texto. Pero se diferencia del Dios y del escritor en que, inevitablemente, muere.
Pero seria injusto sugerir que todo lo que Cien años de soledad rinde al lector es el placer de la fábula y la invención inagotable. El libro es placentero y cristalino al nivel de su escritura, pero es también doloroso y cruel, y no solo por episodios como el de la huelga. Porque tras la vida del coronel Aureliano Buendía, la historia de su estirpe y la saga de Macondo, es algo en verdad trágico y horrible, como en ese territorio de maravillas y hazañas agitadas, el Mal anidaba como un reptil ponzoñoso y cómo, durante un centenar de años, los Buendía intentaron vencer las fuerzas demoníacas que los acosaban, sin conseguirlos.
Cien años de soledad es la versión latinoamericana de la eterna tragedia humana, esa lucha que el Ángel libra con el demonio.
El relato adopta una apariencia virtualmente lineal, apenas hay una moderada retrospección en las primeras cien páginas cuyo eje es el momento en que "años después, el coronel Aureliano Buendía enfrenta el pelotón de fusilamiento", escena que débilmente despista al lector porque el coronel no muere en esa ocasión. Pero en realidad el tiempo de la novela no es sucesivo o cronológico, sino cerrado. El presente, el pasado y el futuro pueden ser narrados en un tiempo a cualquier tiempo por el narrador, porque el objetivo narrar cada uno. Por eso, el tiempo en Cien años de soledad es circular. La novela tiene una declaración asustante que se desarrolla y explica de manera lógica, que ninguna otra explicación puede ser posible. La manipulación del tiempo y creación de un sistema total no permite la medida de tiempo en una concepción lineal.
El pasado se repite en el presente y el futuro es previsible porque, de alguna manera, ya ocurrió. El tiempo no existe en Macondo, está congelado.
Ursula es el personaje que tiene la mas clara conciencia de vivir en una dimensión intemporal, propia de los sueños: cuando José Arcadio Segundo concibe el loco proyecto de establecer un sistema de navegación, el comentario de Ursula es " ya esto me lo se de memoria". Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio (como la historia de la humanidad, quien comete los mismos errores una y otra vez). En otra ocasión, cuando Aureliano Triste expone su plan para instalar un ferrocarril " que era descendiente directo de los esquemas con que José Arcadio Buendía ilustró el proyecto de la guerra solar Ursula confirmó que el tiempo estaba dando vueltas en redondo"
La acción concentra la espesa historia de Macondo en un tiempo inmóvil, donde mil cosas pasan y mil cosas vuelven, y sostiene la presencia de varios protagonistas, que se alternan en el primer plano y el trasfondo temporal, sin perder en ningún momento la tensión narrativa. Ese en uno de los prodigios de la novela, la manera cómo el autor ah enlazado las fastuosas aventuras de sus múltiples personajes sin dejarse un respiro y, a la vez, sin hacerles perder su individualidad.
Del mismo modo que durante un decenio largo el drama de Colombia radicó en el permanente estado de violencia, del mismo modo lo plantea García Márquez en Cien años de soledad. El país vive en estado de violencia permanente, ya sea declarada, ya sea enterrado, amenazante, y es normal que sea el sustrato anímico que alimente su narrativa.
La violencia puede admitir variadas explicaciones posibles. Pero en cambio, tiende a concentrarse en uno solo: la violencia política. Por eso en la obra que en esta obra es concomitante de la opresión política, aunque una y otra están como interiormente desmesurada de su irrupción primera, sino que se han revestido de un carácter institucional, hasta componer un tejido diario de las vidas humanas. Los personajes se sorprenden cuando adquieren conciencia bruscamente da autoconciencia de esa situación en que existen.
Por ejemplo en la página 93 de cien años de soledad esto se puede advertir en el siguiente fragmento: "cuatro soldados al mando suyo arrebataron a su familia una mujer que había sido mordida por un perro rabioso y la mataron a culatazos en plena calle. Un domingo, dos semanas después de la ocupación Aureliano entró en la casa de Gerineldo Márquez y cos su parsimonia habitual pidió una tazón de café sin azúcar. Cuando quedaron solos en la cocina, Aureliano imprimió a su voz una autoridad que nunca se le había conocido. "Prepara los muchachos" dijo. "Nos vamos a la guerra". Gerineldo Márquez no lo creyó.
-¿Con qué armas?- preguntó.
-con la de ellos- contesto Aureliano.
El martes a la medianoche, en una operación descabellada, veintiún hombres menores de treinta años al mando de Aureliano Buendía, armados con cuchillos de mesa y hierros afilados, tomaron la por sorpresa guarnición, se apoderaron de las armas y fusilaron en el patio al capitán y los cuatros soldados que habían asesinado a la mujer".
La violencia y la opresión estan siempre pesando, y se han integrado a la vida como condición humana y desde entonces operan una sutil transformación de los hombres. Y García Márquez plasma de una manera estupenda la relación que hay entre la estructura político-social de un determinado país y el comportamiento de sus personajes.
En esta novela los hombres están condicionados por el medio social en que se han desarrollados, en una inextricable interacción que les permite reconocer su efecto perjudicial cuando se llega al extremo de distorsión violenta, y por lo tanto de reaccionar con la misma fuerza, pero que por lo común les dirige en su comportamiento sin que tomen nítida conciencia de la significación oscura de sus actos.
Los tres pecados de los Buendía
El primero es el pecado original que hay en los Buendía, el fundador del pueblo, está casado con su prima Ursula Iguarán, y desde el primer de su matrimonio viven espantados ante la posibilidad de engendrar un hijo con cola de cerdo: " ya existía un precedente tremendo. Una tía de Ursula, casada con un Tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que paso toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió después de haber vivido cuarenta y dos años en el puro estado de la virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta".
Cuando todos pensaban que lo de tener hijos con cola de cerdo no es mas que una vulgar creencia, el hijo con cola de cerdo nace: es el último Aureliano, que muere comido por las hormigas, poniendo fin a los Buendía, pues eran una estirpe condenada, y con ellos el pueblo.
El segundo pecado es el incesto, hay relaciones incestuosas realizadas y potenciales, que unen a hermanos, tias y hasta bisnietos que con parientes anteriores en tres generaciones: Arcadio desea a su propia madre; la sombría y temible Amaranta tendrá confusas relaciones con Aureliano José, su sobrino carnal, y con otro José Arcadio, bisnieto de un hermano suyo; Finalmente el penúltimo Aureliano engendra en su tía Amaranta Ursula, al Aureliano monstruoso que los venía esperando desde hace 100 años.
Y el tercer pecado, pero el mas característico de esta familia es la soledad. Los varones, casi sin excepción, son marcados con el signo de la soledad. Por ejemplo, el Coronel Aureliano Buendía, llora en el vientre de su madre, lo que para ella es una incapacidad para el amor. Su adolescencia lo hizo tranquilo y solitario, y el siempre toma refugio en estar solo, y para entretener su soledad emprende la guerra, pero pronto comprenderá que ese no es el remedio para acabar con este pecado. Cuando regresa un día a casa, da instrucciones estrictas que nadie, incluyendo su madre, puede acercarse a él a menos de diez pies. Cuando se sienta en un cuarto, un circulo lo aísla de los otros. En su incapacidad para amar, se empuja mas y mas a la soledad que, para el es como la muerte. Es tan miserable en su soledad que trata de matarse, pero su destino no es la muerte sino que el aislamiento.
La vida de los gemelos, Aureliano y José Arcadio IV Segundo, que la soledad no solo es un estado de sofocación social, y que también es una relación humana especial, y que, sobre todo es una necesidad. Por ejemplo, Aureliano tiene lastima de sí mismo, porque su vida tiene una norma de repetición: vive entre el deseo y la abundancia, entre la virtud y la hipocresía. Siempre se confunde con sobre su estado de aburrimiento y utiliza a la tristeza como mecanismo para combatir a su soledad y sentirse un poco más humano. En cambio su hermano gemelo no reacciona de la misma forma y no hace nada para eliminar su soledad, ya que es condenado a vivir apartado de los otros Buendías, no importa lo que hace. Prácticamente es un desconocido en su propia familia y siempre es confundido con su hermano, para mostrar la relación irónica en la relación de los gemelos. García Márquez entierra un gemelo en la sombra del otro.
Los tres pecados configuran una sola imagen: el Mal, el destino infame que los Buendía tienen que cumplir. Generación tras generación, tienen la esperanza de estar resistiéndose y escapando al hado maligno que los persigue y termina por destruirlos tras un decenio de persecución.
Es un lugar ardiente, cenagoso, fuera del tiempo, arruinado y lleno de historias fantásticas.
Contar Macondo era una tarea imponente porque es un lugar mitológico. Todo allí es posible: seres mas que centenarios, varones que procrean gozosamente hasta la ancianidad, apariciones y diálogos con espíritus, alfombra que vuelan, ascensiones en alma y cuerpo al cielo, monstruosidades y destrucciones sobre-naturales.
Pero este mundo de realidades mágicas se ve afectado cuando entra el mal en Macondo, las guerras civiles y la fiebre del banano solo traen desgracias y muertes. Así, lo imaginario y lo real se enlazan con la historia de Colombia y con los males que afecta a toda Latinoamérica.
Esta obra refleja la capacidad literaria de García Márquez, quien en un solo pueblo y en tan solo cien años ha podido reflejar, claro está de manera exagerada, los problemas de la humanidad a lo largo de su historia. Ya que el tiempo parece cíclico y el hombre sigue cometiendo lo mismos errores una y otra vez.
- Asedios a García Márquez, Editorial Universitaria, Chile 1971.
- Estructura del texto artístico, Editorial Istmo, Madrid, 1978.
- Internet: www.google.com
- Revista La Nación, 6 de octubre de 2002.
Muñoz, Martin.
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