¡Loco! No eso no, asentó la Sra. Tezania, acariciando su gato y mirando fijamente sin mirar, musitaba palabras poco entendibles, pero cuando las decía, hablaba con un tono que daba miedo, los demás invitados solo la miraban.
Las historias de la Hornera tenían prendidos a todos, los perros en esa noche no dejaban de ladrar, y la neblina espesa empezaba a calar, aun así don Tiburcio prosiguió, muchos años después por las riberas del río Tizón, se oían escuchar cantos, alegorías, que nadie sabían de donde provenían, especialmente en noches de luna llena, las mujeres mas ancianas decían que espíritus malos recorrían esas tierras, otros decían que por que no tenían ningún templo, ninguna iglesia la maldad recorría en los alrededores para recoger las almas en penitencia, algunos mas comentaban que eran los espíritus de los aventureros que venían por la joya de la cueva y que habían fracasado en su intento.
Curioso de saber en que consistía la joya de la cueva Táleb pregunto: ¿y si yo busco las joyas, don Tiburcio cree que la encuentre?, como un alarido grito la Sra. Tezania, ¡la muerte!, con una mirada perdida miro sin mirar y acariciando su gato, balbuceo, la muerte entre labios pronuncio… la muerte.
Por esa noche había sido todo, donde Tiburcio bien casando y casi ebrio dijo, bueno amigos este viejo quiere dormir y este aguardiente me hace ver doble, así es que mañana escucharan otra historia de mi, como pudo se paro de su mecedora, tomo sus bastón y camino hacia su casa, a la mañana siguiente la noticia era; DON TIBURCIO DE LA ORCA HA MUERTO, el era un hombre conocido y toda la gente del pueblo le quería, además de que en sus tiempos mozos era muy filantrópico con la gente que cruzaba por la ribera o por el pueblo , siempre se hablaba bien del viejo Tiburcio como le conocían sus contemporáneos, recio, fuerte y muy humilde a sus 90 años tubo que darle de comer a los gusanos, ellos tan bien tienen hambre.
Esa tarde Táleb, estaba inconsolable, lloro mucho, estaba triste el cuenta cuentos había muerto, ya no habría quien le llene de imaginación, esa tarde el tenia que hacer algo, en sus mente estaba la ultima historia contada una noche antes, esa idea de buscar la cueva y encontrar las joyas se le estaba metiendo como codicia que recorría cada centímetro de su ser.
Por la noche fue a velar y a orar por el alma de don Tiburcio, el muerto tendido en una mesa con cirios a su alrededor y un fuerte olor a copal, enrarecía el ambiente, curiosos, amigos, familia y demás colados esperando al café y las galletas, esa noche tenia reunido ante él a más publico de lo que hubiera querido, lastima que sus ojos ya no verían eso.
De su muerte decían cada cosa, las comadres del pueblo especialistas en eso no esperaron a enterrarlo, algunas hasta dijeron que le había caído la maldición, por que la noche anterior los perros no dejaron de ladrar, además de que había contado los secretos ocultos de la Hornera, cosa que por eso la maldad había regresado al pueblo, muchos más mitos se crearon alrededor de él, algunos decían que era un sobreviviente de aquella cueva, que por eso había vivido varios años, en realidad nadie supo lo que paso con el viejo Tiburcio.
Don Tacho quien también había escuchado la historia un día anterior sorprendido por la noticia, no fue a trabajar, al contrario se ofreció en todo lo que hiciera falta en el sepelio de su amigo, quien lo conocía desde la infancia, por tal razón el andaba movido, buscando esto lo que fuera necesario.
Esa noche fue fría, los perros no dejaban de ladrar, el viento corría gélido por las calles polvorientas del pueblo, estrugidos y ruido de las maderas se escuchaban sonar, nadie tenia ganas de salir, excepto quienes estaban en el rosario, pero entre todos ellos había uno que tenia ya varios litros de alcohol en su cuerpo, después del rosario, salio directo a una cantina a comprar licor y emborracharse, jamás lo había hecho y eso tenia sorprendido a su familia, en su interior tenia la idea fija de buscar el tesoro perdido, conocía el lugar por que desde chico solía ir a pescar por esa zona y sabia por donde llegar, pero el temor de perderse lo tenia inquieto tal vez fue por eso que bebió para tener valor y poder emprender una aventura que no se conocía el final.
Como a las doce de la noche salio de su casa, llevaba una botella de aguardiente, una mochila donde llevaba herramientas, una pala y una caja de cigarrillos, Táleb se había armado de valor, cruzo la calle principal del pueblo, por casualidad y sin esperarlo se encontró al Tacho por una calleja, este le hablo a Táleb, no contesto el siguió su camino, le volvió a hablar y no respondió.
Tux quedaba atrás, oscura, fría y triste con olor a muerte de un hombre legendario, entre …los alborotos de los pueblos casi olvidados.
El buscador de tesoros estaba ebrio de todo; de aventuras, de poder, de curiosidad hasta de fantasías, como pudo y sin saber como había llegado hasta la entrada de la cueva, tenia la obsesión de saber que podría pasar, que le esperaba tal vez solo era una ilusión contada por un viejo que hoy yace entre los umbrales del recuerdo, aun ebrio empezó a escalar la primera parte, muy accidentada, el licor en su sangre le hacia hacer movimientos torpes, que casi lo mandan al borde del precipicio, pero su deseo no lo hizo desistir, al entrar a la caverna por el esfuerzo que había hecho le había bajado la borrachera y el preguntarse como mas juicio que hacia ahí, la duda le perturbaba, ya estaba enfrente su destino, la Hornera le esperaba.
Ya había caminado varios metros dentro de la cueva, sobrio llego a sentirse cuando escucho lamentos de personas, con una linterna de aceite quemado iba alumbrándose para dirigir sus pasos, la humedad de la gruta le provocaba escalofríos que recorrían su cuerpo de la punta de los cabellos hasta las uñas de los pies, entraba a un mundo de misterios sin saberlo, estaba en el umbral de sus sueños.
Tubo momentos desesperantes hasta el grado de querer regresar, la misma humedad provoco que su linterna sin esperárselo se apagara y prendiera, algo no estaba bien, su sexto sentido lo indicaba, empezó a sudar frió y una emoción atroz recorría su cuerpo, el interior de la fosa parecía interminable, en ese instante llegaron imágenes de su niñez. la voz pertinente de su madre que le exigía más de lo que él podía dar, en el trabajo, la escuela, la casa, la voz de la chica a quien él amo y nunca pudo besar, el perro con quien compartido siempre sus relatos y las historias de Don Tiburcio, que en pocas horas iba hacer comida para gusanos, el rostro desarticulado de doña Tezania y las muecas de expresión de don Tacho, esos recuerdos lo tenían absorto de la realidad sin darse cuenta que había llegado al centro de la cueva, de pronto estaba a oscuras , sin protección, nada lo guiaba, oscuro, en silencio tenebroso, frió, sin dirección que seguir, fue tal el miedo que cualquier ruido alteraba sus nervios y el compás de los latidos de su corazón bombeaba sin ton ni son, de pronto el silencio invadió el lugar, silencio más que la muerte misma…
En el pueblo se oía las campanas de la tristeza, por todos lados buscaban a Táleb, su familia no sabia que hacer, Don Tacho comento haberlo visto la noche anterior rumbo al río, alguien por ahí dijo: el Táleb se encontró mujer hermosa de singular cuerpo y belleza indescriptible la cual siguió, alguien más dijo que termino muerto a orillas de río por andar de briago, ahogándose en el río.
Lo cierto es que en el pueblo empezaba a suceder cosas raras que nadie se explicaban, algunos pescadores, habían encontrado cabellos cristalinos, aromas nunca antes conocidos, a orillas de los ríos, sucesos como lo de los gallos que ya no quiquiriqueaban por las madrugadas, corrientes de frió gélidos al pasar las doce de la noche, la muerte de dos recién nacidos, la desaparición de dos niños algunos días atrás, estos y otras cosas tenían de un hilo al pueblo de Tux, la gente no dormía a gusto.
Táleb despertó y la primera impresión que vio fue una mujer delgada, de ojos radiantes, de tez, clara, de cabellos dorados, de voz angelical, al instante creyó que estaba muerto y que eso era el paraíso lleno de ángeles, a los lejos escucho risas, el olor a mirra, la algarabía de los niños, la comida sobre las mesas, fruta de todas las regiones del mundo, carnes, verduras, vinos.
Entre todos ellos reconoció el gato de ojos bicolor, rondando por ahí, escucho la risas de los piratas que bailaban al compás de la lira, la flauta y la voz dulce de una mujer casi transparente por el tono de piel que deleitaban a todos en la fiesta, empezó a recordar las historias de don Tiburcio, reconoció todos los personajes narrados por él, y se dio cuenta que él estaba entre esos personajes.
La voz que escuchaba muy recerca y a veces mucho muy distante parecía prenderlo de la imaginación, aun no creía si estaba en la realidad o si estaba muerto, -toma peregrino este brebaje para que retomes tus fuerzas y te puedas marchar, -allá te necesitan-, como pudo bebió, con tanta insistencia que aun no terminaba el ultimo trago, cayo exhausto y con mucho sueño…
Por la Tarde en el pueblo de Tux, estaba congregado para despedir a don Tiburcio que iba a ser presa de los gusanos, mucha gente asistió a su sepelio. El chisme era la desaparición de Táleb y los gritos extraños que provenían de la casa de Tezania, Don Tacho quien sepultaría a su amigo, conmocionado no se pudo contener y hablo en el cementerio sobre la vida de un gran señor, toda la gente lo escucho, pero lo que más llamo la atención fue, al decir que el hombre que iba a ser enterrado se llevo un secreto a la tumba que muy pocos saben, sobre la maldición del pueblo cada ciento ochenta y cinco años, en un lugar desconocido que solo el viejo conocía, aparecía la maldición en forma de cánticos y risas.
El lugar a donde había llegado Táleb o estaba alucinando o era como esas historia , una cueva gigantesca, donde música, algarabía, cánticos, risas, mujeres perfectas danzaban, algunas se pasaban peinando sus cabellos dorados, otros mirando largo tiempo en el espejo, había también animales exóticos, rarezas y un lugar muy sagrado donde rendían tributo, a una mujer anciana pero aun muy bella descubierta solo la mitad del cuerpo y la otra totalmente oculta, miraba las danza que en su honor se ofrecían, ella estaba en un trono muy exótico llena de joyas, esta sobre una pirámide de tesoros de diferentes formas, alhajas, collares, cetros, monedas, esfinges, todas de oro y plata, una belleza de joyas indescriptibles, Táleb muy desconcertado por saber que ocurría, exclamo ¡las joyas del Hornal! solo miro por largo tiempo hasta que otra mujer se acerco diciéndole – así es entraste, a la cueva maldita, tu curiosidad te ha hecho caer, y no es nada de fantasía es la realidad, en ese instante llegaron cuatro mujeres mas, armadas como guerreras, tomaron a Táleb de los brazos, lo condujeron al centro, donde estaba un cenote de agua que provenía del mar azul, la música y algarabía termino, un silencio se escucho, Tiranna mujer de todos los tiempos, reina de los mares, princesa del futuro y hada de todas las maldiciones, yo te ordeno que regreses de donde veniste, que hables lo que viste y que regreses para que no dude tu alma de lo que viste aquí, que nadie intente entrar por estos tesoros que son los trofeos de luchas ganadas al destino, nuestro cruel destino, a cambio de esto te daré la libertad de vivir allá de donde tu vienes, si haces lo contrario acabaras como estos: enseguida aparecieron, los piratas, las tropas, el cazarecompensas, el viejo Tiburcio y la silueta de él, todos muertos en el intento: este lugar es sagrado, y maldito, tienes la oportunidad de decirles a los tuyos allá de donde tu vienes, hazlo y serás libre y si no nuestra maldición reinara ciento ochenta y cinco años sobre tu pueblo.
Al otro día Táleb fue encontrado a las orillas del río Tizón, desnudo, con marcas en todo el cuerpo, con una estatua en forma de pez entre sus manos, muy brillante, más precioso que el oro, además de tener un tatuaje marcado en el hombro en forma de sirena, estaba inconsciente pero con vida, nunca supo cómo salió vivo de aquel lugar, pero el pueblo de Tux estaría en paz ciento ochenta y cinco años y las joyas de la Hornera estarían resguardadas por sus amas, las sirenas encantadas.
Yeralt Ali.
Omar Juárez Vázquez
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