RESUMEN
En el trabajo se analiza el problema de la relación del pensar para con el ser, en sus múltiples aspectos. Se trata de fundamentar, con el método analítico, la necesidad de su solución. El punto de vista del autor es que lo real, el ser, existe fuera e independiente del pensar y que, a la par, es cognoscible.
INTRODUCCION
El término "metafísica" es ampliamente utilizado. Fue introducido por primera vez por Andrónico de Rodas (siglo I a.n.e.), traductor y recopilador de la obra de Aristóteles. El se encontró con un manuscrito de Aristóteles que hablaba de cosas que estaban más allá de los libros de la física, los juntó y los llamó metafísica (de "meta" que significa "más allá"). Este término tuvo rápidamente amplia aceptación.
Una definición inicial de la metafísica pudiera ser lo que está más allá de lo físico como tal, de lo sensible o físico, de lo que es interior. Pero esta definición no agota ni conceptualiza verdaderamente a la metafísica. En teología es costumbre llamar metafísica a la "ciencia" de las primeras causas y lo verdaderamente universal, "ciencia" de los principios del ente, etc. Otra definición de metafísica pudiera ser la de que es la teoría del ser. Esta se acerca más a la realidad de lo que se entiende en filosofía por metafísica. Pero pensamos que no es suficiente. La teoría del ser tiene un nombre: ontología. Hegel usa el término metafísica para designar aquella forma de pensar que considera la realidad inmutable (sin movimiento), inconexa, etc., en oposición a la consideración dialéctica, de la cual él es representante.
Nosotros dejamos el término metafísica para designar aquella parte de la filosofía que aborda el problema de la relación del pensar para con el ser, de los presupuestos iniciales de que arranca el pensamiento filosófico, y que son premisas de todo el pensamiento y problemática ulterior.
DESARROLLO
I.- Para filosofar hay que tener tiempo libre. Esto no significa que el hombre dado a la vida cotidiana no requiera, no consuma, no se alimente espiritualmente del quehacer filosófico. Este hombre asimila la filosofía como un producto ya hecho de forma subliminal. Esta en su mesa, en su puesto de trabajo, en el amor que cultiva, en la amistad que profesa y en todas las cosas que hace. Tampoco significa que el hombre cotidiano no produzca filosofía. A la par que consume cierta filosofía, la produce. Pero no de forma consciente. El hombre que convive con otros hombres se comporta. Este comportamiento es tal que lleva dentro determinada filosofía. La vida cotidiana impone raseros, paradigmas conductuales que el hombre elabora y proyecta, y que brotan de la sociedad como semilla en tierra fértil. Pero esta filosofía así mirada es de poca clase. Es un filosofar que no tiene dentro la búsqueda de lo trascendental, de lo problémico, etc., de lo que es la razón de ser de la filosofía. La filosofía como producto elaborado de forma consciente es un hecho para las personas que hacen de ello un modo de ser de su vida, es decir los filósofos. Por ello, podemos simplificar el asunto y decir que el hombre cotidiano va a la filosofía como el personaje que va a la peletería a comprar un par de zapatos.
Cuando este personaje llega a la tienda no se preocupa por las condiciones en que tuvo lugar el proceso productivo de tal objeto. A él sólo le interesa el acomodo de la mercancía (el par de zapatos) a los fines que persigue, la adecuación a su finalidad. La filosofía es, de por sí, una mercancía más. Los productores de esta mercancía son los filósofos. Los demás sujetos son simples consumidores de esta mercancía. Tal es la ley de la división social del trabajo.
Pero sucede que el consumidor se queja. Esta tesis no es un supuesto que introducimos para dibujar el cuadro del quehacer filosófico. Es un juicio categórico que expresa la realidad de los hechos. En la peletería –nos dice- no está el par de zapatos que yo necesito. Y este par de zapatos de que el consumidor habla es la filosofía. Pero no la filosofía en general, sino la filosofía que el hombre consumidor, el hombre del siglo XXI necesita.
Para ilustrar esta queja citemos las palabras del filósofo José Antonio Marina. Este nos dice: "¿Dónde está la filosofía en este fin de siglo?. El siglo que fenece ha vivido bajo la influencia de Marx, Nietzsche, Freud, Husserl, Heidegger, Russell, Popper, Sartre y algunos más. Si echo un vistazo a los últimos treinta años, no encuentro ninguna obra filosófica excepcional. La filosofía vive momentos bajos. Ha perdido su relación con el mundo de la vida, se ha transformado en un producto de exquisitos y, lo que es peor, se ha vuelto escéptica y desengañada, desconfía en que puede alcanzar la verdad, y se contenta con estudiar su pasado, la historia de sus momentos de esplendor. Se ha convertido en una viejecita melancólica que recuerda con nostalgia sus éxitos de antaño. Necesitamos sacar la filosofía a la calle y comprometerla a la solución de los problemas de todos los días. Nada de escribir para especialistas: hay que filosofar para el ciudadano común. Esta tendrá que ser la gran revolución filosófica, que creo que está a la vuelta de la esquina" (1). Claro que esta "percepción" del estado actual de la filosofía puede someterse a crítica. No todo es como lo pinta este señor. Pero en su imagen de conjunto hay un elemento racional: la filosofía no satisface las exigencias del mercado.
Cuando el consumidor llega al mercado lo que encuentra es una tienda, un almacén de sistemas filosóficos. ¿En qué medida consume una filosofía, es decir un sistema? En la medida en que este sistema está en condiciones de satisfacer sus necesidades. No importa que el consumidor consuma varios sistemas. También el comprador de zapatos consume distintos pares. De hecho el hombre tiene en su casa varios pares de zapatos. Los tiene porque distintos son los fines que a diario se propone. El hombre común y corriente no está adscrito a ningún sistema filosófico en específico. El se relaciona con ellos como se relaciona con los pares de zapatos. Es el filósofo el que se adscribe a una filosofía como se adscribe el fabricante de zapatos al par en cuestión. Por tanto, al elaborar un sistema filosófico, el filósofo debe saber que está en la obligación de ir a la competencia del mercado, y que está en la obligación de elaborar un producto que esté en condiciones de satisfacer una demanda determinada.
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