Algunos lineamientos teóricos sobre la dualidad democracia-totalitarismo (página 2)
Enviado por Carolina Bracco
La ideología totalitaria se basa en diferentes instrumentos para ser difundida, y ellos son, el principio del líder y éste en relación a las masas, el partido político, los medios de control social y los mitos y símbolos. Existe un sólo discurso, el discurso del líder, de ese otro que todo lo puede y lo sabe, quien posee una verdad divina, revelada, que no falla, ya que predica con mentiras y profecías autocumplidas.
El vínculo de unión entre el líder y la masa es denominado por la psicología de las masas como lazo libidinal, ya que es de origen sexual, las masas aman al líder y el líder ama a las masas, pero con la particularidad de que la meta de la pulsión sexual está inhibida: el elemento sexual se reprime, y el vínculo queda fundamentado por las fantasías: el líder está enamorado de la masa. Esta fantasía no es comunicable, se reprime, y sobre esto opera la manipulación psicológica, sobre lo reprimido. Está sostenida en la creencia de que el líder ama a todos y es amado por todos. El líder es alguien completo e inmortal que asegura en y por amor contra la muerte y la castración. Las masas adhieren a alguien que viene a salvarlas.
Es importante resaltar que "Las masas (…) potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas muy numerosas personas neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y rara vez acuden a votar" ya que, comenta Arendt, los movimientos totalitarios demostraron que estas masas podían ser fácilmente mayoría en cualquier sociedad democrática que funcionara –por ello mismo- según normas establecidas por una minoría.
El hombre-masa de las sociedades modernas se encuentra así aislado, atomizado, desamparado y proclive a llenar ese vacío con el amor de y hacia el líder.
El totalitarismo en el poder utiliza la administración del Estado para lograr la dominación global -con la pretensión de pertenecer a una civilización superior con la obligación moral de civilizar a los demás- y se maneja en un marco de permanente ilegalidad, multiplicando sus organismos destruyendo así toda clase de responsabilidad y productividad. El líder totalitario se comporta como un conquistador extranjero dentro y fuera de su país, da igual, la finalidad es hacer superfluos a los hombres.
Lo que nos devuelve a nuestro punto de partida, ya que "A la verdadera naturaleza de los regímenes totalitarios corresponde el exigir el poder ilimitado. Semejante poder sólo puede ser afirmado si literalmente todos los hombres, sin una sola excepción, son fiablemente dominados en cada aspecto de su vida"
Carl Schmitt y la política entendida como la oposición amigo-enemigo
Carl Schmitt es un crítico de la sociedad de masas surgida luego de la Segunda Guerra Mundial. Lo que más critica este autor de las instituciones modernas es la combinación entre principios de la democracia y principios del Estado de derecho, es decir, la confusión creada por el liberalismo entre lo político y lo jurídico.
Para Schmitt –contrariamente a lo que se puede observar en otros filósofos políticos contemporáneos, como Claude Leffort y Hannah Arendt- la democracia es símbolo de homogeneidad, de igualdad social. La democracia es entonces el gobierno del pueblo y existe en su presencia pública. Es la identidad entre gobernantes y gobernados. Donde tienden a borrarse todas las diferencias, ya que toda democracia descansa sobre el principio no sólo de la igualdad entre iguales sino también sobre el tratamiento desigual de los diferentes.
La democracia requiere, por lo tanto, primero, homogeneidad, y, en segundo lugar –en caso de ser necesaria- la eliminación o erradicación de lo heterogéneo". El soberano es aquel que decide sobre –y no en– el estado de excepción, cuando no se da una situación tal que es imposible de resolver mediante las leyes. De allí que la soberanía se identifica como el atributo de la estatalidad, el derecho supremo e ilimitado de mandar: el monopolio de la decisión. El Estado es lo político por excelencia.
La soberanía puede recaer en dos sujetos -el pueblo o el monarca- por eso hay sólo dos principios de legitimidad: de identidad del pueblo consigo mismo-principio democrático- y de representación –principio monárquico.
La política, para Schmitt, se ve reducida a la oposición amigo-enemigo como expresión de la realidad -y no ideal- política. El enemigo es aquel que amenaza nuestra forma de vida, la de nuestro pueblo, los otros pueblos son nuestros enemigos; el anti-pueblo. El enemigo es siempre externo.
Pensado lo político como una esfera más – junto con la esfera económica, moral, científica, etc.- es algo genérico, por lo que cualquier cosa es potencialmente política, politizable o politizante. En todos los ámbitos de la vida hay conflictos; cuando éstos llegan a un umbral de intensidad que implica violencia física, entonces se politiza el conflicto. En el horizonte de la política está el enfrentamiento, la hostilidad, la guerra. Si bien lo político no se reduce a la guerra, sin guerra no hay política, ya que no hay distinción amigo-enemigo. La guerra presupone la existencia previa de la decisión política de quién es el enemigo, así:
"Si los distintos pueblos, religiones, clases y demás grupos humanos de la Tierra fuesen tan unidos como para hacer imposible e impensable una guerra entre ellos, si la propia guerra civil, aún en el interior de un imperio que comprendiera a todo el mundo, no fuese ya tomada en consideración, para siempre, ni siquiera como simple posibilidad, si desapareciese hasta la distinción entre amigo-enemigo, incluso como mera eventualidad, entonces existiría solamente una concepción del mundo, una cultura, una civilización, una economía (…) no contaminados por la política, pero no habría ya ni política ni estado. Si es posible que surja tal ´estado´ del mundo y de la humanidad, y cuándo, no lo sé. Pero ahora, no existe"
Democracia y (o vs.) Totalitarismo. Comentarios sobre la teorización de Claude Lefort
En "La invención democrática" Claude Lefort analiza la especificidad de la democracia en contraste con el totalitarismo a partir de una descripción fenomenológica de aquello que la democracia es y no de aquello que debería ser.
La primera diferencia que señala Lefort entre democracia y totalitarismo es el lugar del poder. Mientras en los regímenes totalitarios hay un partido que se presenta detentando la legitimidad por fuera de toda ley positiva, encarnando la ley de la historia; en las democracias el lugar del poder aparece como un lugar esencialmente inocupable, infigurable; puramente simbólico. Así, el totalitarismo resulta –y es- una transmutación del orden simbólico.
La lógica propia de este tipo de forma de gobierno supone que no hay saber, poder o ley que le sea externo; es decir que estas tres esferas se encuentran condensadas. En la democracia, en cambio, la separación de saber, poder y ley anuncia que el poder perdió su trascendencia y se afirma de forma independiente frente al saber y la ley. Así como el poder no puede fijar su materialidad definitiva, así tampoco la ley puede hacerlo y el saber tampoco puede encontrar otra validación que quedar supeditado a la propia disensión de los saberes.
En el totalitarismo, la lógica de identificación entre pueblo, partido y dirigente máximo da la representación de una lógica de sociedad homogénea, una sociedad sostenida sobre la negación de la diferencia. La generalización de la lógica de la equivalencia –veíamos también en Laclau- es la misma negación de lo político. La otra forma de negar lo político es la lógica de la diferencia absoluta, la supresión de las particularidades: el totalitarismo.
Frente a esta imagen de la sociedad homogénea, la puesta en escena de la representación que se da en el régimen democrático es, por contraste, una sociedad que sólo se muestra como "una" a través de su diferenciación.
A través de esta contrastación entre totalitarismo y democracia ésta última se nos revela como la expresión misma de la sociedad, que en su forma misma preserva la indeterminación y la pone en escena en la competencia permanente de los saberes, en la falta de fundamento para la ley y en la competencia por el poder, resaltando así su división constitutiva. Es en la legitimación del conflicto político que se juega en la escena pública donde se halla el principio que va a dar lugar a la dinámica de legitimación del conflicto social en todas sus formas. La democracia -lo propio del régimen democrático- es justamente que anula la figura de la alteridad pero no anula la dimensión de la alteridad.
Es el derecho, los derechos, los que hacen las veces de dimensión de la alteridad del régimen democrático. Para ser legítimo el poder debe serlo conforme al derecho. El derecho nunca puede estabilizarse en una afirmación de un derecho natural pre-político. Los derechos humanos aparecen así como aquellos que ligan un principio universal del derecho a tener derechos, que al mismo tiempo no permite un más allá de la definición del acontecimiento del advenimiento de la referencia a los derechos.
La democracia se instituye en esta disolución de la certidumbre. En esta indeterminación, concluye Lefort, es que debe ser debatida y cuestionada.
Es la propia sociedad democrática en su dimensión política la que posibilita el advenimiento del totalitarismo; ya que son sociedades sin fundamentos, indeterminadas -imposibles, en palabras de Laclau- , esto puede tornarse insostenible y está dada la condición de posibilidad de caer en la utopía de la unidad reencontrada, el pueblo-uno.
En la democracia la idea de pueblo unificado sólo existe en el discurso político. El individuo, en tanto ciudadano, participa en la deliberación sobre lo que es justo o injusto, lo legítimo e ilegítimo en el espacio público. El lugar del poder tiene que mantenerse en sintonía con el espacio público: el proceso de legitimación es permanente.
En el totalitarismo no hay espacio público, ergo, no hay política.
Sintetizando, para Lefort las características propuestas para el totalitarismo son:
- un poder sin límites, un cuerpo y un poder al que nada le es exterior;
- la condensación de las esferas de la democracia, la suposición de que el poder está completo en sí mismo;
- una sociedad sin historia en la que lo social el anterior a la práctica de los hombres;
- un régimen determinado en tanto instituye el sentido de lo social, representa el fantasma del pueblo-uno, de la unión substancial y se postula como una representación real ; y
- está fundamentado por las leyes de la historia.
Mientras que la democracia se caracteriza por:
- la desimbrincación de las esferas de saber, poder y ley;
- entender al poder como un lugar vacío;
- la indeterminación, sin fundamentos de certidumbre;
- la posibilidad del autocuestionamiento;
- ser una representación simbólica, aceptada como tal, vacía y parcial;
- ser una sociedad unida en su división; y
- poseer un espacio público en donde los principios están siempre en debate.
Comentarios finales
Hemos repasado brevemente las principales teorizaciones contemporáneas sobre las nociones de democracia y totalitarismo.
No debemos olvidar que, como destaca Arendt, el totalitarismo es un fenómeno de nuestro tiempo, creado por la sociedad de masas y cerrando el espacio entre los hombres.
Sólo definiendo, tal como lo hace esta autora, la política como la forma de ser del los hombres podemos pensar en una democracia no como la forma menos imperfecta de política, sino como un espacio verdaderamente público, producto de la solidaridad y no del vacío entre los hombres.
En esta línea la homogeneidad social es imposible e indeseable, ya que la pluralidad es lo que humaniza al hombre, la que lo politiza en su ser con los demás.
Bibliografía
- Arendt, H: ¿Qué es la política? Fragmento 1, ed. Paidós, Barcelona, 1997.
- Arendt, H: Los orígenes del totalitarismo, ed. Alianza, Madrid, 1987.
- Bernstein, R: El mal radical, una indagación filosófica, ed. Lilmod.
- Freud, S: Psicología de las masas y análisis del yo, ed. Amorrortu, 1988.
- Kirpatrick, J: Dictadura y contradicción. Racionalismo y razón en política, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1983.
- Lefort, C. La invención democrática, ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1990.
- Schmitt, C. The Crisis of Parliamentary Democracy, ed. Cambridge, MIT, 1988, p.9. Citado en Borón A. y González, S: "¿Al rescate del enemigo? Carl Schmitt y los debates contemporáneos de la teoría del estado y la democracia" en Borón, A. (comp.) Filosofía política contemporánea, ed. CLACSO, Buenos Aires, 2000, p. 151.
- Schmitt, C: El concepto de lo político, ed. Folios, Buenos Aires, 1984. pp. 50-51.
Carolina Bracco
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