En este contexto arriba Rosas al gobierno, luciendo una imagen redentora y dispuesto a ensalzar y endiosar su figura hasta las más extremas fracciones. Comienza entonces, con la construcción de un orden unánimemente federal, expresándose notoriamente en la vida social, que se vio ceñida totalmente bajo el emblema de la lealtad federal, un período de dominio total de las masas, tan acorde con la relación paternalista del patrón con la peonada. Su condición como imán de la plebe y el vulgo, del sector gauchesco, le adjudicó un pasmoso y portentoso rol: Rosas asumiría el cometido de mandatario y excelso dirigente de lo que devendría en un evidente e irrecusable gobierno populista. Esta actitud generó, como contrapartida, el extraviado desprecio por el "olor a pueblo" que se advirtió en buena parte de la oposición, en cuyas filas se ubicaban gran cantidad de profesionales e intelectuales, de esfera ilustrada, provenientes de la ciudad (y aquí encontramos una nota que marcó en multiplicidad de casos a lo largo de la historia argentina esta dicotomía extrema, que en muchos casos no atinó a un de punto equilibrio adecuado). La persona del dictador fue endiosada con enfermiza obsecuencia y sumisión y este obsesionado engrandecimiento contó con el apoyo y acompañamiento de una cruenta y despiadada represión hacia los sectores reacios a efectuar este enaltecimiento. El bien denominado terrorismo de Estado llevado a cabo por Rosas para satisfacer los fines impuestos por su gobierno, fue acarreado por la Sociedad Popular Restauradora, también conocida como "La Mazorca", cuya función estribaba en impíos y brutales ataques a opositores o, al menos, "desobedientes" con el objetivo de aterrorizar a la sociedad y apaciguar cualquier intento de sublevación manteniéndola así bajo un control que, aunque haya surtido efecto por el simple hecho de la indiscutible y duradera permanencia de Rosas en el gobierno, manifestó su debilidad a la hora de la caída del dictador, ya que resulta imposible desconocer que una parte importante de la sociedad iba quedando excluida y engrosaba las filas de la oposición.
Rosas supo, además, alcanzar la adhesión de los sectores más humildes mediante su fluído y "cordial" contacto con los representantes de la Iglesia católica. Mientras los unitarios quedaron identificados con las medidas anticlericales de Bernardino Rivadavia, Rosas gustaba asociar el federalismo con una estricta observancia de la fe católica; restauró iglesias y permitió el regreso de dominicos y jesuitas. Esto le valió el apoyo de buena parte del clero local, que se transformó en importante sostenedor de su figura: habitualmente se oficiaba misa colocando la imagen del Restaurador junto al crucifijo. Para Rosas, la institución eclesiástica era una de las más importantes garantías del orden social y político. Es por esto que la controló rígidamente: se reservó el derecho de patronato, en lo relativo al nombramiento de sacerdotes, y mantuvo a distancia la jurisdicción papal.
Incursionándonos en su postura ante las perspectivas de la añorada unidad nacional, los pactos interprovinciales, resultantes de un método político que se mantuvo ininterrumpidamente hasta 1853, son documentos fehacientes que evidencian el deseo de las partes signatarias por constituir un país organizado y sentaron las bases para la futura disposición más adecuada de la nación y el territorio, a fin de lograr el "engrandecimiento de la República"; a pesar de mantenerse en el poder largos años, Rosas no organizó el país, aunque impidió la disgregación del territorio, contuvo la anarquía y habituó a los gobernadores provinciales a aceptar las directivas del gobierno central. Si bien esto puede recalcarse como rasgo positivo, la impronta del legado conferido por Rosas no pudo ser ignorada por los hombres que lo sucedieron y resultó inquebrantable: ya llegado el régimen al ocaso, su conductor dejaba en herencia los resultados de una política económica compacta y consistente que le había otorgado el respeto de los sectores extranjeros beneficiados a través de un creciente dominio de la economía nacional. Así y todo, resulta inadecuado ignorar que Rosas se halló en medio de una encrucijada que consistía en su propia contradicción en cuanto a la preferencia por políticas provechosas para el capital externo o, más bien, en favor de comerciantes y estancieros nacionales. Frente a este altercado, en cierta instancia se inclinó hacia los intereses locales, acoplándose al proteccionismo, que, consecuentemente, motivaría y enardecería una serie de bloqueos económicos, efectuados por Francia e Inglaterra, que instaron al gobierno nacional a la supresión y eliminación de estas medidas económicas. En medio de las guerras y los diversos conflictos y enfrentamientos políticos, el gobernador de Buenos Aires, hacendado antes que nada, no había encontrado las mínimas dificultades para proteger los intereses económicos propios y ajenos, actitud que le valió el reconocimiento de las clases dominantes; nunca comprometió las ganancias de productores y comerciantes y echó mano de recortes presupuestarios y congelamientos salariales para compensar las dificultades del tesoro provincial. El fusilamiento de Camila, puso en duda su reputación y desencadenó su caída.
Sociedad y Opresión en la Época de Rosas
A partir de la película Camila pudimos efectuar un análisis sobre la sociedad porteña y la vida política argentina en los últimos años de la gestión de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires. El film ofrece de manera muy ilustrativa una muestreo general de los distintos estratos sociales y de la manera en que transcurre su vida, enmarcando todo ejemplarmente en esa peculiar coyuntura política argentina del año 1849. Camila es una joven muchacha, hija de un gran hacendado federal, jefe de una familia de la aristocracia argentina. Pertenece su familia al estrato social más elevado y por supuesto goza de todos los privilegios a los que esa clase tiene acceso. Participan, por ejemplo, en suntuosas reuniones a las que acuden poderosísimos estancieros, muchas veces hasta el mismo Rosas. En la película se advierte que toda la vida está impregnada del régimen rosista, aunque paradójicamente Rosas en persona no aparezca jamás. Tal es así, que en la vida porteña prevalece, sobre toda conducta, un omnipresente sentimiento de intimidación, que Rosas logra hábilmente infundir mediante su cuerpo militar, La Mazorca, encargado de "restaurar las leyes". En la película se respira un aire de dictadura, de represión y de silencio, que se entreve a nivel de distintos ámbitos: en las calles o en la intimidad de la familia, entre otros.
Hay una serie de escenas que consideramos de vital importancia debido a que a través de ellas, principalmente, la película expresa e inspira una noción panorámica de aquella sociedad porteña, envuelta en aquel clima dictatorial: se trata, en primer lugar, de la escena en la cual el obispo le hace notar al cura Ladislao que no está vistiendo la obligatoria divisa punzó, ante lo cual el cura pretexta que se la ha olvidado. El obispo entonces saca de su bolsillo una de esas cintas rojas y se la coloca cuidadosamente al cura, mientras le comenta que él siempre lleva alguna para casos de emergencia; por último le aconseja, con falsa gentileza, que no vuelva a incurrir en un descuido semejante. Esta escena hace una magnífica alusión a una de las medidas tomadas por Rosas en su gestión: el uso obligatorio de la divisa punzó. Esta cinta roja debía colocarse del lado izquierdo del pecho; los civiles y eclesiásticos usarían el distintivo con la palabra federación y los militares con "federación o muerte". Este decreto discriminatorio de Rosas cuya finalidad era señalar visiblemente a los adeptos y la los disidentes del régimen, nos obliga hoy a establecer una asociación con otro régimen que tuvo lugar más de un siglo después, en términos temporales, y en términos espaciales a varios kilómetros de distancia . Se trata de la Alemania nazi, que de la misma forma, por decreto, hizo colocar a los judíos de Varsovia obligatoriamente sobre sus brazos una estrella de David trazada en tela, a los efectos de discriminarlos del resto de la sociedad. Por otro lado, no eran diferentes los destinos que les eran reservados a los disidentes de ambos regímenes.
El destino de los opositores de Rosas es también un tema tratado por la película. Nos parece interesante citar una escena que consideramos una de las más impresionantes y conmocionantes del film, y que ilustra sin rodeos el accionar más que morboso de la Mazorca. Se trata de la escena en la que la policía impide el tránsito de una calle porque está colgada en lo alto la cabeza de un hombre. Ese hombre, frecuentado por Camila, era un vendedor de libros censurados por el régimen.
Uno de los méritos más importantes de esta película, como ya hemos mencionado, es el de saber expresar aquel sentimiento general de intimidación, de temor, de represión, presente en todos los ámbitos de la vida cotidiana de la época. La escena que hemos comentado recién da cuenta de una dictadura que estaba en las calles, que de pronto obstruía el paso a algún lugar, estrechaba las libertades, asesinaba a un conciudadano. Los hombres se saludaban al grito, también debidamente impuesto, de "viva la federación".
Pero la sensación de prisión y de sometimiento también imperaba en la privacía de los hogares, encarnada en la figura del padre. El film nos permite conocer la conformación y la intimidad de una familia miembro de la aristocracia argentina. La intimidación se impartía en la unidad funcional de la sociedad, la familia; cada una constituía un pequeño régimen dentro del gran régimen. En la película hay una escena que ejemplifica esa conducta cotidiana desde un simple almuerzo familiar. El padre, autoritario y severo, y los demás hombres, dirigen la conversación y tienen derecho a efectuar discursos largos y libres, plenos de opiniones y consideraciones personales. Las mujeres, en cambio, comen atentas y callan. El ejemplo de mujer sumisa y obediente de la época, lo da la madre de Camila, y el ejemplo de subversión, es tanto el de Camila, como el de su abuela, que había tenido amoríos con el virrey y había sido condenada a reclusión perpetua. Es en ésta reunión familiar, que Camila viola las reglas propias de la mujer de la época, no solo en el sentido de que expresa su opinión sino también en la dura crítica que realiza al régimen de Rosas (al que el padre de Camila, como todo buen terrateniente de la época, adhería). A su vez, el padre de Camila la instiga a casarse ("El matrimonio es el orden, ni una mujer ni un país pueden vivir sin orden"). Está claro que Camila no quiere adquirir esas "cualidades", que se rehúsa con vehemencia a quedarse en silencio y a aceptar. Ella es la que está en contra del "orden establecido" en esa sociedad y en esa familia. Y siendo igual a su abuela, (porque así la califica su mismo padre), es de la misma manera eliminada de la sociedad; Camila es ejecutada; su abuela, recluída en la habitación más retirada de la casa. De este modo pensaban y actuaban los hombres dirigentes de la política argentina de entonces. Ellos son los que mandan buscar y ejecutar a Camila y a Ladislao; y entre ellos se encuentra el poderoso hacendado, el padre de Camila. Esto, creemos, deja en claro los intereses que prevalecían ante todo en el espíritu de estos hombres, quienes, al parecer, eran bien capaces de renegar de una hija y de abandonarla, embarazada, a una muerte deshonrosa, en virtud de no alterar sus ambiciones megalómanas de poder político y económico, enmascarando como principio moral lo que en realidad no era más que una soez y penosa avidez de riqueza. Inclusive en un momento unos hombres intentan impedir la ejecución de Camila evocando a las leyes, que no permitían tal castigo a una mujer encinta. Pero el temor a mostrar debilidad ante los Unitarios es más fuerte y el mismo Rosas firma una carta en la que se deja bien en claro el inexorable destino de los dos amantes.
Es interesante, por último, echar un vistazo sobre la institución eclesiástica en el régimen rosista. Testigo y cómplice de las carnicerías libradas por La Mazorca, la iglesia se encontraba del lado de los poderosos y de los soberanos, actitud, ésta, que habría de repetirse en muchas ocasiones, según enseña la historia. Para mencionar un ejemplo, aquel comportamiento de la iglesia, cómplice de un poder dictatorial, de facto, es el mismo que mostró durante el proceso militar de los años 1976 – 1983, en Argentina.
Perón/Rosas – Comparación de Dos Dictadores Argentinos
Cuando analizamos un hecho es absolutamente necesario no sólo comprenderlo, revisarlo, dimensionarlo en la realidad que dicho hecho plantea, sino en la realidad misma que condicionó su aparición. De esta manera, resulta imprescindible aceptar e investigar los sucesos históricos que apuntalaron la formación de Camila, porque son éstos los que le dieron forma, sentido y contundencia. Toda obra de arte resulta un frío espejo, ante el ojo crítico, del momento en que salió a la luz.
La película de María Luisa Bemberg "Camila" fue creada y presentada al público en 1984. Siquiera más de dos años eran del final de la última dictadura militar. Las eternas dudas y discusiones que la figura de Perón suscitó en el pueblo argentino fueron, desde su aparición como líder político, y a través de la historia del país, factores que condicionaron – y aún condicionan- las mentes argentinas, su política, su arte. Pero el gobierno sanguinario de las juntas, su crueldad, despiadada hasta el extremo, motivó ya durante la dictadura misma la aparición de movimientos culturales (tales como el teatro Parakultural); arte que se postulaba, a manera de protesta, contra la insanía y el sadismo, y que habría de persistir luego de la asunción de Alfonsín, ya no como estandarte de lucha, sino como avivador de la memoria. Estos temas, pues, están latentes en las obras de numerosos artistas de la última mitad de siglo, y en particular los últimos 30 años.
Camila está, por lo tanto, teñida por una temática que es imposible evitar a la hora de ser analizada. La postura de la directora y creadora del filme, consciente y comprometida, la condujo a jugar con una de las "verdades" más familiares y conocidas por el país, transmitida por los revisionistas, y es la de la trilogía San Martín- Rosas- Perón. A partir de esta conexión Bemberg realiza un relato alegórico, en el cual la figura de Rosas es equiparable a la del presidente Juan Domingo Perón.
Pero, aparte de otras similitudes entre las dos figuras, que los que crearon la "trilogía" bien se encargaron de encontrar, la importancia de esta analogía reside en la actitud cobarde, sanguinaria frente a la oposición, actitud que compartieron estos personajes con el gobierno del proceso, y que produjo estragos en la población a través de persecuciones a grupos disidentes. Persecuciones perpetradas por grupos curiosamente similares, cuyo parecido no supieron ver los revisionistas: la mazorca, la AAA, y las fuerzas paramilitares del proceso. "Yo no decido, sólo ejecuto las órdenes que me imponen" se justifica un guardia de Santos Lugares frente a los ruegos de Camila.
En un país en el cual "ni un chingolo se mueve sin que lo sepa el Gobernador", Camila constituye un personaje anacrónico, por cuanto no representa tan sólo a la jovencita que desequilibró a la sociedad rosina de 1849, sino a todo embrión generacional que amenaza con romper las estructuras de un sistema corrupto el cual ya nada puede hacer por sostenerse a sí mismo. Camila fue intolerable para el pueblo de Rosas porque significó, al rebelarse, la inminencia de la caída del Gobernador, la aparición de un grupo de ideales nuevos, que arrasarían con la necedad y brutalidad de la restauración, que en sus últimas épocas no devino en otra cosa que en la paranoia misma de la AAA o del proceso.
Autor:
María Luisa Bemberg
Sebastián Brarda
Julián Szpilbarg
Pilar Bustos
Santiago Sorter
4to 5ta CNBA
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