Rose Bertin
Marie-Jeanne Bertin, conocida como Rose Bertin, vio cómo su carrera de sombrerera y modista ("marchande de modes") se disparaba cuando María Antonieta, la joven reina de Francia, la convirtió en su "Ministra de la moda". Junto a la soberana, esta costurera tendría una gran influencia en la moda de su época e implantaría las bases de la alta costura.
Encargada por Luís XVI de organizar los placeres de la Corte, María Antonieta se apasionó especialmente por la moda. Para garantizar el éxito de sus apariciones públicas, la reina no dudaba en recibir a la plebeya Rose Bertin a solas para recibir sus consejos estéticos, aunque ello significase transgredir las normas de etiqueta.
Así pues, Rose Bertin influenció la moda de su época lanzando sin cesar nuevas tendencias, como el Gran Vestido de Corte ("Grand Habit de Cour"), los tocados altos o los vestidos campestres de muselina con que María Antonieta se vestía en Trianón. Todo ello hizo que muy pronto se la considerase la "Ministra de la moda".
Amiga íntima de la reina, su posición le permitió convertirse rápidamente en la primera sombrerera y modista del reino y amasar una considerable fortuna. Entre sus clientes se encontraban la familia real, la retratista Elisabeth Vigée-Le Brun, el Marqués de Lafayette e incluso algunas reinas extranjeras. Sin embargo, en vísperas de la Revolución, mientras el pueblo moría de hambre, numerosos panfletos denunciaban a Rose Bertin como una "fabricante de lujo corrompida y corruptora".
En los primeros días de la Revolución, los modistas se inspiraron en los acontecimientos para confeccionar nuevas colecciones como las ligas "a la Mirabeau", o los sombreros "a la Desmoulins". Reticente, Rose Bertin rechazó crear vestidos "a la igualdad" o las pañoletas "a la constitución", y tan sólo sacó algunas escarapelas. Por otra parte, tras el encarcelamiento de la familia real, la modista continuó entregando prendas a María Antonieta, aunque más modestas. Las últimas prendas que llevó la reina, durante su traslado a la Conserjería, las había realizado "Le Grand Mogol", el establecimiento parisino de Rose Bertin.
Tras la ejecución de María Antonieta, Rose Bertin se exilió a Londres para escapar al Terror y no volvió a Francia hasta febrero de 1795. Pero la Revolución arrasó su fama y transformó la moda: sus artículos, representativos de los abusos de la monarquía, eran rechazados. Rose Bertin cayó en el olvido hasta su muerte, el 22 de septiembre de 1813.
Maria Antonieta
En una ocasión, José II de Austria comentó que el complicadísimo tocado de su hermana, la reina María Antonieta de Francia, era «demasiado ligero para sostener una corona». Se refería a un sofisticado peinado creado por su peluquero, Léonard, llamado pouf y que consistía en una altísima peluca adornada con todo tipo de artificios. Lo cierto es que el emperador de Austria no andaba demasiado equivocado. La pasión de María Antonieta por la moda fue una de las causas del odio que le profesaron los franceses y de su imagen de mujer frívola y derrochadora.
Pero no sería justo hacer recaer sobre la reina de Francia toda la culpa de la extravagancia o la pasión por la indumentaria que reinó en Versalles. Ya en el siglo XVII, la corte francesa se regía por una escrupulosa ley de la indumentaria que codificaba la forma de vestir para cada ocasión. En los últimos años del reinado de Luis XIV predominaron los vestidos austeros, de colores oscuros, reflejo del rigor moral que quiso imponer el anciano monarca, pero a su muerte todo cambió. Hombres y mujeres se fueron olvidando de los tonos severos, como el negro o el marrón, para decantarse por otros más llamativos. En lugar del paño se introdujeron telas suntuosas y lustrosas, como el terciopelo, la seda o el brocado. Los vestidos femeninos adquirieron líneas más sueltas y vaporosas, y también más insinuantes. Esta nueva moda fue el reflejo de un cambio cultural más amplio, el de la transición del barroco al rococó, un período este último caracterizado por el espíritu exuberante y excesivo que invadió Versalles y París, «la Corte y la Villa», y que desde allí se exportó al resto de las cortes europeas.
La moda femenina
En el siglo XVIII, la ambición de toda dama que se preciara era impresionar en la corte con su vestido, un empeño en el que la competencia era muy dura. El esplendor y la etiqueta de Versalles no permitían a las grandes damas utilizar el vestido más que una vez; en caso de querer repetir debían introducir obligadamente alguna ligera modificación. El gusto por los trajes femeninos espectaculares se tradujo en la vuelta a las faldas excepcionalmente amplias, sostenidas con un armazón interior. El guardainfante, signo distintivo de la moda española del siglo XVII, diseñado en un principio para ocultar los embarazos, renació en la primera mitad del siglo XVIII en una modalidad francesa, el panier, término que en francés significa «cesta», en referencia a la forma de cesta invertida que tomaba la falda. El panier –llamado en castellano tontillo– podía alcanzar dimensiones considerables, hasta 5 metros de diámetro. Algo que no dejaba de causar inconvenientes, como el que dos damas no pudiesen pasar a la vez por una puerta o no pudieran sentarse juntas en un carruaje. A diferencia del guardainfante español del siglo XVII, el panier francés desplazaba el volumen de la falda a las caderas, con lo que resaltaba la silueta de la mujer. A esto también contribuía el uso del corsé, que elevaba el busto, ajustaba el talle y estrechaba la cintura. Iba atado con cintas a la espalda, por lo que una dama de la nobleza precisaba de la ayuda de una sirvienta para vestirse. En cuanto a la ropa interior, las damas solían llevar una larga camisola de tela ligera hasta las rodillas, así como enaguas, que iban desde la cintura a los tobillos.
La variante más conocida de este tipo de moda cortesana fue el llamado «vestido a la francesa», que triunfó en Francia en la década de 1740, de la mano de Madame Pompadour, la favorita de Luis XV. Se caracterizaba por una falda menos exagerada que vestidos anteriores, lo que permitía una mayor movilidad. Madame de Pompadour también puso de moda el uso de volantes y lazos, y gustaba de realzar el cuello con un terciopelo adornado con una flor o una joya. Los trajes, tanto de damas como de caballeros, solían adornarse con encajes, preferentemente de Chantilly o Bruselas, por ser más dóciles y fáciles de trabajar. Las medias, de seda o algodón, se sujetaban con ligas de encaje o seda bordada.
Informalidad y coquetería
En torno a la década de 1760 se introdujeron una serie de vestidos femeninos algo menos formales. Uno de ellos fue la robe à la polonaise, el «vestido a la polonesa», como se lo conoció en España, llamado así porque se puso de moda durante la guerra que Francia sostuvo con Polonia. Era de cuerpo ceñido y se caracterizaba por la falda abullonada por detrás gracias a que podía fruncirse mediante un cordón. Más corto que el vestido a la francesa, dejaba a la vista una enagua y los tobillos, lo que lo hacía más práctico para caminar. Otro vestido que se puso de moda en Francia fue la robe à l"anglaise, el «vestido a la inglesa», ejemplo del creciente gusto por todo lo inglés entre las clases bienestantes francesas. Este vestido incluía elementos inspirados en la moda masculina, como la chaqueta corta, con amplias solapas y manga larga, tomada del redingote, una prenda a medio camino entre la capa y el abrigo.
En la apariencia de una dama, tan importantes como el vestido en sí eran los accesorios. En cualquier ceremonia oficial las damas debían cubrirse manos y brazos con guantes, si iban sin mangas. Sólo en verano se les permitía utilizar mitones, un tipo de guantes que dejaba al descubierto la mitad de los dedos. Los caballeros, sin embargo, sólo empleaban los guantes cuando salían de viaje. Pero si algún accesorio era importante para cualquier dama era el abanico. Las costumbres licenciosas de Versalles se encubrían con el arte del disimulo y el abanico permitió desarrollar un lenguaje gestual que servía para comunicarse a la hora de la seducción. Por otra parte, hay que señalar que el abanico no era un accesorio exclusivamente femenino. Los caballeros solían utilizar modelos más sobrios, especialmente en las grandes ceremonias.
Cotizadas modistas
No fue frivolidad todo lo que rodeó a la pasión por la apariencia en la Francia del siglo XVII. Por el contrario, al albur de la moda nació una importante industria textil, heredera de las políticas proteccionistas de Colbert, el célebre ministro de Luis XIV. Las llamadas manufacturas reales dieron lugar a una pujante industria sedera en Lyon, mientras los avances técnicos y los progresos en el ámbito de los tintes favorecieron la iniciativa privada y la creación de numerosas fábricas de medias, sombreros y lencería. Baste decir que la manufactura textil de Christophe-Philippe Oberkampf, en Jouy-en-Josas (Yvelines), contaba en 1774 con 900 obreros. Los emprendedores y trabajadores supieron plantar la semilla que hizo de Francia, y más precisamente de París, la capital de la moda europea a lo largo de los siglos XIX y XX.
Entre los profesionales de la moda francesa del siglo XVIII hay que destacar a Marie-Jeanne Bertin, conocida como Rose Bertin (1747-1813). Pionera de la «alta costura» francesa, abrió su propia tienda de modas en París en 1777 y rápidamente se convirtió en la modista preferida de la aristocracia. Su consagración definitiva la debió a la duquesa de Chartres, quien le presentó a María Antonieta. La reina, entusiasmada con sus diseños, le abrió un taller propio en Versalles donde Rose, nombrada «ministra de la moda», creó novedosos modelos para la reina, como el llamado Grand habit de cour. Su cercanía a la soberana le dio renombre internacional y sus vestidos se exportaron a las cortes de Londres, Venecia, Viena y Lisboa, entre otras. La modista, además, creó unas muñecas que iban ataviadas con sus propios modelos y que o bien se coleccionaban o bien servían para enviarlas a otras cortes europeas, donde a modo de figurines permitían que las damas estuvieran al corriente de la moda francesa y pudieran encargar a Rose Bertin los últimos y más elegantes vestidos.
LUIS XVI:
La Revolución adoptó una manera de vestir como objeto de propaganda ideológica de la nueva era. Aquellos que todavía vestían ropas de seda extravagante y de vivos colores eran considerados antirrevolucionarios. De esta manera, el vestido camisero, llamado así por su parecido con una camisola de ropa interior, se convirtió en la moda dominante. Su simplicidad marcaba un fuerte contraste con los complicados vestidos rococó de la época anterior.
. Zapatos de ante color verde, decorados con aplicación de cintas de seda en ligamento de gros de Nápoles, dispuestas en paralelo. La pala es alta, con forma de oreja trapezoidal, y la puntera muy pronunciada. Se cierran con hebilla rectangular de dos uñas, enriquecida con cristales que imitan diamantes de talla antigua, engastados sobre cuatro garras. El tacón, muy alto, y la suela son de cuero y están pespunteados en hilo de algodón color blanco. Los zapatos femeninos del período rococó se caracterizan por su elevado tacón, situado en la combadura del pie para dar mayor estabilidad. Durante el siglo XVIII no hay diferenciación en la horma entre el pie derecho y el izquierdo
Mitones cortos tejidos en seda azul y enriquecidos con hilo metálico plateado en las costuras y en la decoración de los costados. La boca del mitón se remata con una decoración de punto calado. La pala muestra un brocado en lámina de metal dorado con motivos vegetales esquemáticos. Rococó
Guantes largos hasta el antebrazo realizados en piel de cabritilla y con la boca recortada a tijera. Son de color beige y llevan decoración bordada en hilo de seda con motivo floral a modo de ramo asimétrico ascendente.
Abanico tipo "esqueleto" con país doble: en el anverso representa una escena campestre con un paisaje acuático, mientras que en el reverso reproduce una escena galante de tres parejas en una fuente. En las guardas está embellecido con un medallón con una figura femenina. El varillaje, calado, está grabado. Tiene calvillo de remache sobre la virola de metal dorado. Francia Estilo Luis XVI
Pequeña bolsa rígida con base circular y boca fruncida mediante cordones de seda de color rosa con borlas. Está realizada en tafetán de seda color beige y con forro de tafetán de lino color rosa. Se decora con bordado erudito floral simétrico en torno a una flor de ocho pétalos, en sedas polícromas, hilo metálico dorado y lentejuelas.
Chupa en tafetán de seda de color azul. Los delanteros están cortados en una pieza, cuerpo y faldones; éstos con perfiles rectos. Lleva cuello a la caja y bolsillos con carteras. La chupa fue una prenda imprescindible en el traje "a la francesa". Se vestía sobre la camisa y debajo de la casaca. Su estructura la sitúa cronológicamente alrededor de 1760. .
Referencias
Desconocido (s.f.) Rose Bertin. Recuperado en http://es.chateauversailles.fr/es/history/court-people/epoque-louis-xvi/-en-es
Desconocido (s.f.) Rose Bertin. Recuperado en https://www.google.com.ec/search?gs_rn=19&gs_ri=psy-ab&tok=QN9AhrxYxlcsG-hzLHiddQ&cp=8&gs_id=u&xhr=t&q=rose+bertin&bav=on.2,or.r_cp.r_qf.&bvm=bv.48705608,d.eWU&biw=1708&bih=739&um=1&ie=UTF-8&hl=es&tbm=isch&source=og&sa=N&tab=wi&ei=Un3bUdj1HY6c9QTf1YGgDw#facrc=_&imgdii=_&imgrc=X4sp3dWWzqBsYM%3A%3BoIOhhpEoKvu71M%3Bhttp%253A%252F%252Fupload.wikimedia.org%252Fwikipedia%252Fcommons%252Fthumb%252Fe%252Fe7%252FRosebertinportrait.jpg%252F200px-Rosebertinportrait.jpg%3Bhttp%253A%252F%252Fes.wikipedia.org%252Fwiki%252FRose_Bertin%3B200%3B252
Gill, G. (2005) La pasión por la moda en la era de María Antonieta. Recuperado en http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/8192/pasion_por_moda_era_maria_antonieta.html
Autor:
Andrea Bechan
2do bachillerato NA
18/07/2013
LENGUA Y LITERARURA
INVESTIGACION (IMAGENES Y TEXTO)