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Ciencia Espiritual vs Ciencia materialista (página 2)


Partes: 1, 2

Si religión es "reunificación" (del latín religare) del ser humano con lo divino, en el sentido de  revelación de la sabiduría que nos permita entrar en contacto con las fuerzas espirituales del mundo suprasensible, el estudio de la Ciencia Espiritual está basado en el conocimiento y descubrimiento de la esencia del Yo humano y en el desarrollo de la Consciencia del Yo, que únicamente puede adquirirse durante nuestra vida en el mundo físico, mediante la transformación del hombre en órgano de conocimiento superior. Si el Yo humano es la adquisición fundamental de la evolución terrenal, la Consciencia del Yo es el objetivo a conseguir y consumar, a través fundamentalmente del camino inciático, concepto tan peregrinamente manoseado por la llamada "Nueva Era", y que sintéticamente no es otra cosa que el proceso científico que lleva al hombre moderno a la vivencia de la resurrección interior, en el encuentro con Cristo como arquetipo cósmico del Yo, y la unión a ese "Yo Soy" divino de Cristo. Tal sendero comienza por medio del pensar, precisamente a través del estudio de la Ciencia Espiritual que aquí nos ocupa, después con la ampliación al mundo del sentir, y luego al de la voluntad, para lograr que sea real el dicho de San Pablo "no yo, sino Cristo en mí", y eventualmente conduzca a aquella parte de la Humanidad que sea digna de ello a su plena autorrealización como 10ª Jerarquía de LuzAmorLibertad.

Mientras el hombre permanece en su cuerpo físico, y por tanto en vida en la tierra, a fin de alcanzar lo que constituye el objetivo esencial de su encarnación en la tierra, que no es sino la adquisición de la autoconciencia de ese Yo individual, busca elevar su dignidad y averiguar cuál es su verdadero sentido, y lo hace a través de algo que trascienda el mundo de la materia, elevando su mirada hacia el espíritu, mediante la intuición, el sentimiento y el conocimiento del mundo espiritual. Ese papel de proporcionar el necesario e imprescindible alimento espiritual que tradicionalmente venía correspondiendo a las religiones, en las que básicamente su tarea consistía (y sigue consist¡endo) en una tendencia a la vuelta a aquel pasado en que el hombre, sumido en las vagas intuiciones de su conciencia, se sentía sutil y somnolientamente unido a lo espiritual porque lo percibía de forma indefinida pero indudable en su vida cotidiana, ahora en la modernidad contemporánea,  a pesar de que a las mentes materialistas y pragmáticas les parezca absurdo y quimérico, tal rol lo toma la comprensión de la Ciencia Espiritual con sus precisos conceptos resultantes del estudio e investigación del iniciado cristiano que ha logrado introducirse en el mundo suprasensible, de manera que al fin y a la postre solo los que investigan el contenido real del mundo espiritual y realizan un desarrollo interior profundo, mediante la elaboración consciente de ideas y conceptos, tendrán acceso al verdadero alimento y sustento espiritual.

La concepción materialista del mundo, de matiz personal, se produce fundamentalmente a mitades del siglo XIX, como efecto de la expulsión por el Arcángel Micael de las huestes ahrimánicas de los cielos (el mundo espiritual) a la tierra, reiterándose una lucha similar de tiempos remotos que ha venido repitiéndose cíclicamente. Las llamadas ciencias económico-políticas, y en general toda la Ciencia Materialista, son pensamientos de los ángeles rezagados ahrimánicos anidados en cerebros humanos, que fueron derribados, la última vez, en el año 1879 por actuar en rebeldía y por no cumplir su misión, por lo que se hallan en un plano inferior en un grado al que les correspondía. Tales potencias ahrimánicas se sienten muy incómodas si avanza la Ciencia Espiritual, porque ésta abarca al hombre entero y su estudio e investigación hace cambiar nuestro sentir, nuestro querer y nuestra visión del mundo, y por el contrario se sienten a sus anchas en cerebros henchidos de ciencia ahrimánica, hasta el punto de que les espantan tenebrosamente los cerebros impregnados de sabiduría espiritual, pues contienen un fuego devorador e inmolador para tales potencias espirituales rezagadas. Lo ahrimánico está atado a  determinadas enfermedades humanas (sobre todo microbianas e infecciosas a lo largo de la historia) y a concepciones basadas en la materia y en sentimientos de egoísmo. Su fundamento está sobre todo en el prejuicio-ignorancia-temor a la vida espiritual, y por ello lo que preconizan en su lugar es la concepción científico-natural del mundo, puramente ahrimánica, y toda una serie de principios como el racionalismo a ultranza o el "humanismo" liberal anticristiano, valores y conceptos que el investigador espiritualista más que prohibir, habrá de aprovechar, conocer y constatar, en su camino de Conciencia del Yo y de consecución de mayores ámbitos de libertad.

Sin embargo los efectos reales resultantes del conocimiento y estudio de la Ciencia espiritual, en el sentido preconizado por el Cristianismo, ya sea en su vertiente Gnóstica, o Rosacruz, o Antroposófica, son esenciales en el camino evolutivo e inciático, sobre todo para poder acercarse a Cristo y llegar a impregnarse de su sagrado impulso. Y en tal sentido uno de sus principales efectos resulta tras el oscurecimiento de la consciencia directa de los mundos espirituales de las antiguas civilizaciones y razas, sin el que el ser humano no habría alcanzado la plena consciencia de su Yo, en el sentido de llegar a constatar "Yo soy un Yo". Mediante la formación dentro de su cuerpo físico de lo que Steiner denominaba el cadáver fantasma, formado por los restos necróticos resultantes de nuestras percepciones sensoriales, así como de nuestros pensamientos y sentimientos, lo cual viene a representarse por el proceso de envejecimiento y eventual muerte, se fue produciendo paulatinamente en la evolución humana un opacamiento creciente del cuerpo físico, que tuvo su culminación en el Misterio del Gólgota. Anteriormente Dios, Jehová, pensaba dentro del hombre, y el ser humano, siendo el escenario de los pensamientos divinos, decía y constataba: "dentro de mí piensan los dioses", pero paulatinamente fue penetrando la oscuridad en sus visiones, pues ese cadáver fantasma interior, constituído por todos los restos letales que la acción del hombre iba dejando en su cuerpo, se fue haciendo más fuerte y a la vez la entidad divina que pensaba a través de la entidad humana sentía que su consciencia se hacía cada vez más oscura. Siempre que los hombres estamos frente al mundo físico, y tenemos abiertos nuestros órganos sensorios, estamos acogiendo en nosotros los restos necróticos de nuestras propias percepciones, algo muere en nosotros, como si fueran una especie de espectros que recibimos en nuestro ser interior. Esa incrustación material, el llamado cadáver fantasma, nos oculta y mata el impulso hacia la ascensión y espiritualización inmediata que nos conduciría a la aspiración al máximo ideal humano-divino.

 Tales oscurecimiento y opacamiento de nuestros cuerpos, producidos por las percepciones y pensamientos generadores permanentes de un verdadero proceso de muerte, y esa necrosis generalizada resultante, únicamente podrán ser compensados y revivificados por medio de la Ciencia Espiritual y de la devoción que hacen al hombre dirigir su mirada consciente y constante hacia lo suprasensible y lo divino, de manera que supondrá una auténtica resurrección  al llegar a revitalizar lo que permanecía muerto. Al culminarse en su aspecto más intenso ese proceso de oscurecimiento y necrosis en el hombre en la época histórica en que se encarnó en la tierra Cristo hace dos mil años, en la entidad divina pensante en el hombre surgió el anhelo de despertar una nueva forma de consciencia: el Cristo, el Hijo de Dios que viene a crear la Consciencia de Dios en la entidad humana, la consciencia crística que será necesaria para comprender y reasumir, revivificándolo, todo el transfondo de muerte procedente de nuestras percepciones sensoriales, de las oscuridades de nuestros pensamientos y de lo nacido de nuestros sentimientos y voluntad.

Todo eso que muere en nosotros, eso que se oscurece y opaca, y que se sumerge en nuestro subconsciente, es acogido por el Cristo en nosotros, que nos devuelve la vida, de manera que todo lo que vertemos en nuestro interior como proceso de muerte, lo estamos vertiendo sobre la entidad de Cristo, que vive en nosotros e impregna la evolución humana desde que Él vivió el Misterio del Gólgota. En Él sumergimos la muerte que hay en cada persona y el oscurecimiento del pensar, pues introducimos nuestros pensamientos opacados en la luz solar espiritual de Cristo. Cuando franqueamos el portal de la muerte, penetrando en el mundo espiritual, o alternativamente por la vía de la Iniciación, nuestros sentimientos y voliciones no nacidos  penetran también en la sustancia de Cristo, y allí comienza ese proceso de resurrección y revivificación que culminará en su momento con la creación de un nuevo cuerpo resucitado. Solo se podrá producir sana y eficazmente dicho proceso, si durante su vida el hombre ha sentido y ejercitado su creencia/encuentro con lo crístico a través del estudio y aplicación de los conceptos y sabiduría deducidos de la Ciencia Espiritual.  

Pero la Ciencia Espiritual, como instrumento de acceso a los mundos espirituales en la búsqueda de la sabiduría y como vía de acceso a lo crístico en nosotros, no ha de acogerse mentalmente o de memoria, sino que ha de convertirse en una especie de sangre vital espiritual en nosotros, pues quien la asume e integra haciendo que vivan en su interior los conceptos científico-espirituales, transformará su alma, y constatará que se modifican en él sus instintos e impulsos más subconscientes, otorgándonos nuevas simpatías, principios y actitudes, al tener acceso a una nueva luz que nos hará más seguros y más hábiles en nuestra vida cotidiana. El creador de la Antroposofía, Rudolf Steiner, decía que quien se ha impregnado de la ciencia del espíritu implanta en su alma, además de un especial olfato para encontrar la verdad en las relaciones y acontecimientos de su vida práctica, un instinto que le ayuda a contraponer a la enfermedad y a sus propias debilidades las correspondientes fuerzas curativas y fortalecedoras.

 La principal riqueza y don que nos puede proporcionar la Ciencia Espiritual será la consecución del impulso y la fuerza interna para penetrar creativamente en el mundo espiritual, tanto a través de la muerte como de la Iniciación en vida, lo cual solamente se podrá conseguir si encontramos la relación correcta con el Cristo. Y precisamente Cristo es la entidad que no se deja demostrar por la lógica del intelecto, y solamente se muestra y realiza  en nosotros al adquirir el conocimiento espiritual. Y es por eso que cuando queremos entrar en el mundo espiritual de una manera sana (que no es sino muriendo para el mundo físico, o a través del paso del umbral iniciático), nos hace falta un vínculo con el mundo que solo adquirimos cuando nos relacionamos adecuadamente con el Cristo. Y entender a Cristo solamente a partir del conocimiento solo es posible a través de la Ciencia Espiritual que nos introducirá en las regiones que recorre el hombre cuando muere, ya sea por muerte simbólica o iniciática en las que se sale del cuerpo físico para que el alma se descubra fuera del cuerpo, o por fallecimiento. En el momento en que hay que abandonar el cuerpo físico (repetimos que ya sea por muerte o por la iniciación) lo importante es que nos encontremos de forma correcta con aquella entidad que vino al mundo para que lográsemos encontrarnos con ella. Por ello se dice que a Dios Padre se le puede encontrar en vida, pero a Cristo lo encontraremos cuando entendamos adecuadamente la muerte, la entrada en el espíritu.

Al hombre de alma ahrimánica de nuestros días y de estructura mental básicamente materialista, sea ateo militante o agnóstico escéptico,  le resulta imposible, no solo creer en el mundo espiritual y en las Jerarquías divinas que lo constituyen, sino aceptar los principios esenciales y básicos en que se apoya la Ciencia Espiritual: que el hombre es un ser esencialmente espiritual, de procedencia, vocación y destino absolutamente espirituales, y que, en su desarrollo y evolución hacia ese destino, su paso por la tierra constituye solamente una pequeña –pero transcendental- parte de su proceso evolutivo. Es doloroso observar que grandes intelectuales y artistas de nuestros tiempos, sinceros en su búsqueda de su identidad esencial, no puedan tener acceso a su verdadera realidad, y se tengan que refugiar únicamente en su limitado intelecto como único arma de entendimiento de la realidad. Mediante el desarrollo en esta vida de las enseñanzas de la Ciencia Espiritual se puede lograr dar al alma el impulso espiritual que la hará fecunda nuevamente, impregnándola de todo aquello que no procede de la ilusión y maya de los sentidos, sino de lo que emana del espíritu mismo, y su consecuencia se plasmará en próximas encarnaciones al permitirla que viva en el mundo de la realidad espiritual. Por ello hay que volverse más y más activos anímicamente, en reacción contra la apatía del mundo actual, el desecamiento y la anemia espiritual que mecaniza y automatiza todos los valores internos, precisamente para poder engendrar las condiciones que en la siguiente encarnación le permitan al hombre que ha estudiado la Ciencia Espiritual ver el mundo de manera más espiritual.

Steiner anunció clarividentemente que en el porvenir próximo irían naciendo seres humanos que carecerían de toda predisposición para comprender la Ciencia Espiritutal, por faltarles algo esencial. Su propia alma, tras la muerte, les permite observar lo que será su próxima vida en la fase correspondiente de vida postmortem dentro del mundo espiritual, y contemplando ese estado germinal de su próxima existencia en la tierra, descubren que estarán exentos de ese impulso y vena espiritual y que ya no se lo podrán proporcionar a su próximo cuerpo, pues tal cosa depende totalmente de lo que vivió y desarrolló en su encarnación precedente, de manera que han de vivir la impotencia de efectuar un trabajo de preparación de un cuerpo que saldrá indefectiblemente imperfecto, pero que están condenados a hacerlo así, pues la vida espiritual y el acercamiento a la Ciencia espiritual solo se puede hacer en la tierra, y no lo hicieron. Es por esa constatación del alma, durante ese período, que el amor y dedicación a la misión de la Ciencia Espiritual nos viene precisamente del período de vida entre la muerte y el nuevo nacimiento.

Todas las filosofías religiosas llegan a la conclusión de que todos los seres y fenómenos del mundo están integrados por un fundamento divino que todo lo impregna e interpreta armónicamente. Pero esa concepción de ese ser divino se parece al Dios hebreo monoteísta que en el Cristianismo llamamos Dios Padre, mientras que a Cristo no se le puede encontrar por medio de ninguna filosofía basada en el pensar. Entre el Padre y el Hijo existe una relación parecida a la que hay entre causa y efecto, pues de alguna forma se puede encontrar en el Padre la causa del Hijo, pero ese efecto es libre, más allá de que todos los filósofos deduzcan lo posterior de lo anterior y de que la causa no necesita generar ningún tipo de efecto para seguir siendo ella misma. Y es que Cristo es una creación libre que no se genera directamente del Padre, sino que el Hijo ha sido dado al mundo como un acto libre de la Gracia, en libertad, por el Amor que se entrega libremente a su creación.

Por eso no se puede llegar a la concepción o entendimiento de Cristo por medio de la filosofía que se llega a Dios Padre. Para llegar a Cristo es necesario añadir la a la verdad filosófica de la cadena de causas y efectos, y es por eso que Cristo puede pasar inadvertido a las almas humanas si no sienten el impulso interior que les permite decir: "Sí, ese es Cristo", pues el reconocimiento de Cristo es y ha de ser un acto libre. Y para llegar a ello, o tenemos fé o empezamos a investigar el mundo espiritual con la ciencia del espíritu, la Ciencia Espiritual. La verdad superior que reconoce al Cristo es la verdad que crea como acto libre, la verdad sin coacción, y tal conocimiento surge de la investigación espiritual.

 

Por

Emilio Sáinz Ortega

Director de Redacción de

  

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