Descargar

Rulfo, Sábato y Rivera

Enviado por xaraumireia


    "La vorágine" de J. E. Rivera

    y el instinto.

    "Pedro Páramo" de Juan Rulfo

    y la magia.

    "El túnel" de Ernesto Sábato

    y la razón.

     

    El tema del descenso a los infiernos, la autodestrucción, la degradación del individuo, física y moral, es muy recurrente, tanto en literatura, como en las artes en general. Se podría hacer una lista inacabable de obras que lo tienen como tema central o secundario, y tipificarlas en las diferentes variantes expositivas y de contenido. Las tres novelas objeto de éste análisis serian representativas de forma muy clara de la primera gran clasificación que podría iniciar la supuesta tipología: "La Vorágine", la novela del instinto, "Pedro Páramo" la novela del espíritu, "El túnel", la novela de la razón. Es decir, las tres tienen en común el sumergir al lector en un mundo gobernado, casi con exclusividad, por uno de estos tres centros de la condición humana. Dentro de este marco se desencadena una lucha violenta, en la que los protagonistas masculinos son detonantes, los personajes femeninos son víctimas o verdugos y el desenlace es de destrucción absoluta.

    Esta madeja, que constituye cada novela, envuelve a un personaje-narrador que narra en primera persona sus vivencias (en "Pedro Páramo" hay una alternancia con otra voz narrativa en tercera persona, en el marco de la cual aparece el personaje de Pedro Páramo, quien tendrá un papel muy importante en la degradación expuesta en la novela). Estos personajes narran de forma subjetiva una realidad que se les escapa y en éste descontrol está el camino hacia la autodestrucción. Los tres toman en algún momento conciencia del proceso que están viviendo pero no tienen la capacidad de evitar el final fatal. Los protagonistas son hombres y las mujeres tendrán un papel significativo en ése camino hacia el infierno; como también lo tendrá la violencia, una violencia inherente a la condición humana, con la muerte siempre presente. Aunque en las tres novelas su tratamiento será muy diferente en relación con esos tres tipos de mundo que describen: en "La vorágine" la violencia surge del mundo salvaje y bárbaro de la selva, como también nace en el interior instintivo del protagonista que él descontrola; en "Pedro Páramo" la violencia forma parte de la idiosincrasia de un pueblo y de su forma de vida, está arraigada en el espíritu de cada individuo y de la sociedad entera, es mito; en "El túnel" la violencia nace del mal uso de la razón y de la incapacidad de entender a través del espíritu.

    Asimismo, tanto José Eustasio Rivera, como Juan Rulfo, como Ernesto Sábato han tenido la intención de reflejar una realidad social. "La vorágine" refleja las condiciones infrahumanas en que viven los obreros de las caucherias del Amazonas. "Pedro Páramo" simboliza cierta orfandad, cierta humillación y cierta sumisión del pueblo mejicano. "El túnel" es hipérbole de cierta esquizofrenia que vive la sociedad desarrollada y descreída del siglo XX, donde la razón prevalece sobre todas las cosas, y la lectura espiritual se ha dejado a parte (María Zambrano diría que la sociedad contemporánea es huérfana de la fe). El proceso que viven los protagonistas se convierte en metáfora de estas situaciones sociales. Así pues podemos hablar de dos niveles de degradación: el personal y el colectivo o social. En las tres novelas, éste segundo nivel tendrá más o menos importancia; de la misma forma, a pesar de la clara tipología citada inicialmente, a pesar de que cada una de las novelas muestran el reino de lo primario, el reino del mito y el reino de la lógica, respectivamente, en cada una de ellas, como en la realidad, los otros dos reinos también tendrán su espacio. Estos mundos tienen un marco geográfico concreto, en absoluto escogido al azar: la selva, el medio rural, el medio urbano.

    Cada uno de los cuatro protagonistas de la novela es huérfano a su manera (siguiendo la tradición de la Odisea). Al mismo tiempo que cada uno de ellos busca sus orígenes, su lugar en el mundo, también sigue un consecuente viaje de crecimiento interior, pero no tiene en cuenta alguno de los tres elementos de la condición humana y eso le pierde.

    • Arturo Cova, el protagonista de "La vorágine", viaja hacia el interior de la selva en la búsqueda de gloria, pero también en la búsqueda del padre, del mentor y guía; se siente perdido. En la novela se muestra el mundo interior y la particular percepción de los hechos narrados por parte de Cova, un ser excesivamente idealista y con una escala de valores desproporcionada, que en su búsqueda de gloria fracasa hasta ser «devorado por la selva». Cova no puede «leer» lo que éste mundo de lo instintivo ofrece, porque está atrapado en su particular mundo de lo ideal (para luego ir traspasando al mundo de la locura). Cae una y otra vez en las trampas del instinto, pero incluso en su relación con diversas mujeres idealiza sus experiencias, las deforma, las exagera, las desvirtúa.
    • Juan Pablo Castel, el protagonista de "El túnel", es huérfano de la fe, del mito, del espíritu; está encerrado en el túnel de su raciocinio y es incapaz de comunicación, incapaz de amar a María. Es el personaje donde la dualidad interna es más evidente, es un esquizofrénico que ha separado su razón del resto de su persona; ésta es la que gobierna y no hace caso ni al instinto ni, sobretodo al espíritu. Castel será un loco de principio a fin, encerrado primero psicológicamente, para acabar encerrado físicamente.
    • Juan Preciado y Pedro Páramo son los protagonistas de "Pedro Páramo". Se podría decir que esta novela es diferente a las otras por el echo de que su enorme ambigüedad y simbolismo dificulta la conclusión de un sentido claro de la novela. Pero a su vez, toda esa irrealidad y toda esa magia, y los continuos cambios del mundo de la muerte al mundo de los recuerdos, contribuirán ha establecer ése reino de lo espiritual, tan difícil de materializar. El primer personaje viaja literalmente en busca de su padre, a quien no ha conocido y lo que encuentra es muerte. El segundo, su padre, que se mueve en el mundo de los recuerdos es un prepotente terrateniente que destruirá Comala, su mundo, a causa de la profunda tristeza que le produce su única impotencia: el amor de Susana San Juan. Aquí el mito es el patrón que rige los hechos: el mito que Susana supone para Pedro Páramo provocará la destrucción de Comala; el mito que la madre de Juan Preciado crea en torno a su padre, Pedro Páramo, provoca la destrucción de Juan Preciado; la ilusión es la que ha movido los pasos de cada uno de los personajes de la novela.

    Las tres novelas tienen una estructura muy abierta: el lector goza de cierta libertad de movimiento dentro del mundo que evocan y se le delega el papel de interpretar el sentido, de entender lo que los protagonistas no entienden. Cada una de ellas relaciona la forma con el contenido. Se podría decir que la primera novela es la más realista, o la más convencional; sigue unos patrones considerablemente próximos al modernismo y sus categorías narrativas son relativamente sencillas. En "La vorágine" ya hay suficiente vorágine como para complicar la lectura. De la misma forma, "Pedro Páramo" es una novela mágica, donde aparentemente nada es convencional ni realista; su estructura entrelaza dos historias de naturaleza mítica, íntimamente relacionadas; lo que, sumando el estilo sobrio del texto, sumerge al lector en lo más hondo de la espiritualidad. Es éste un mundo en absoluto comprensible bajo la lógica racional y por éste motivo el lector queda bastante desorientado durante la mayor parte de la lectura. La tercera novela, "El túnel", es un texto de razones, de indagaciones, de reflexiones desmedidas, es el monologo interior de un ser gobernado y traicionado por su razón, por su lógica aplastante.

    Como ya se ha dicho, en cada una de las novelas prevalece uno de los tres elementos de la condición humana (el instinto, el espíritu y la razón), pero los otros dos tienen un papel relevante. De hecho, sin los otros dos no se puede explicar uno. Los modernistas tuvieron muy claro el recurso de enfrentar en lucha directa y abierta las parejas de opuestos. Y es que a menudo hay muchas cosas de las que no se puede ofrecer una explicación racional y mucho menos explicarlas por si solas. ¿Porqué Juan Pablo Castel es incapaz de comunicarse con la mujer a la que ama, quien padece de la misma forma que él? ¿Quiénes son, o qué son, los personajes con quien se encuentra Juan Preciado en Comala? ¿Qué fuerza misteriosa empuja a Arturo Cova a dejarse engullir por la selva? ¿Porqué Pedro Páramo destruye Comala?

    Detrás de todas estas preguntas hay realidades infinitamente complejas, muy poco alejadas de la realidad cotidiana y difíciles de comunicar. La lucha de opuestos establece un contraste óptimo para dar con ésta comunicación. No se trata de la lucha entre el bien y el mal, dónde la guerra deviene espectáculo y vehículo de dogmatismo. Sí se trata de violencia, pero una violencia inherente a la condición humana, que se desata en el interior del individuo, en el interior de una comunidad, la violencia del día a día. Se trata del enfrentamiento entre dos fuerzas que cohabitan en un mismo espacio, y que a menudo son tan distintas que son iguales (o viceversa); como ocurre con los tres elementos de la condición humana, que forman parte de la misma persona, pero que se contradicen y se complementan; que chocan y desencadenan una lucha interna.

    Se establecen en las novelas parejas de fuerzas que se enfrentan y se necesitan al mismo tiempo; se aman tanto que se odian tanto, se atraen y se repelen, se desean y se rechazan (morbosidad), se necesitan. El enfrentamiento es buscado y provocado como forma de definición a través del contraste; no se puede explicar el uno sin el otro; a través del confrontamiento se da la definición; nada es nada por si solo, si no en contraste.

    Esto es lo que ocurre claramente entre Arturo Cova y la Jungla (y la mujer formando parte de ella), en "La vorágine", y entre Juan Pablo Castel y María Iribarne, en "El túnel". En "Pedro Páramo", tal vez se pueda encontrar el mismo fenómeno entre Comala y Pedro Páramo, la tierra y su cacique; pero sobretodo se encuentra entre la Vida y la Muerte. El viaje de crecimiento personal tantas veces descrito en literatura, es una aventura llena de obstáculos y de luchas con fuerzas opuestas; es un proceso violento en el que, a pesar de conseguir un éxito o un fracaso, siempre se crece inevitablemente, se toma conciencia de uno mismo. Estas tres novelas son un viaje que acaba en fracaso, pero son sobretodo la narración de una gran batalla.

    Juan Pablo Castel y María Iribarne inician una relación amorosa cuando descubren que ambos se sienten solos y desesperados. Ella está casada y desde el primer momento decide no eludir sus responsabilidades para con su esposo ciego, y manifiesta su certeza de que la relación no será fácil. Pero, a pesar de que los celos son una obsesión para él, esto no es la causa de la incomunicación entre ellos. Ambos se encuentran en un estado emocional difícil y doloroso, por lo tanto la relación también será difícil, pero hay una diferencia entre ellos. María sí es capaz de comunicarse y lo intenta con Juan Pablo, incluso toma un papel maternal; se podría decir que da de ella misma lo mejor que puede dar (del que recibe queda la función de valorarlo). Esto queda patente con la reacción del marido ciego cuando Castel le comunica el asesinato de María y su posterior suicidio: a pesar de todo, hay algo en María que le compensa; justamente a un ciego, el símbolo del sabio y el visionario. Al contrario que María, Castel toma una actitud del todo destructiva.

    Castel descubre a alguien que sufre como él, que es como él, y siente una atracción irreprimible. Él es quien se lanza en su búsqueda necesariamente. La encuentra y se reconoce en ella, pero tal vez equivoca el grado de similitud que existe entre los dos: a pesar de su esquizofrenia y sus desvaríos, de su soberbia y de su orgullo, Castel se conoce a si mismo, conoce su mezquindad, y piensa que María es igual; la juzga con los mismos patrones que se juzga a él. La ama y la odia porque se parece a él, odia lo que reconoce de sí mismo en ella.

    Castel no odia a María, sino que se odia a sí mismo, o bien la odia porque se odia. Juzga y rechaza aquello que al mismo tiempo admira y desea. Pero él está sumido en la soberbia de la razón (solo en su túnel) y no puede alcanzar la humildad del espíritu, como tampoco puede alcanzar el goce de una relación apasionada con María. Ella se convierte en motivo de su definitiva autodestrucción: destruyéndola a ella se destruye a si mismo. Se convierte en una suerte de justificación o de vehículo hacia la autodestrucción.

    La crueldad, o violencia, que Castel ejerce sobre María surge de la vertiente instintiva y espiritual de él, que rápidamente la vertiente racional analiza, juzga y justifica (éste desdoblamiento del personaje es referido por él mismo en diferentes puntos de la novela). Al mismo tiempo, María padece en silencio e intenta reconducir las situaciones. El capítulo XXVII, en el que juntos miran el mar es significativo e ilustrativo, como muestran los siguientes ejemplos:

    • «El cielo, tormentoso, me hizo recordar el del Tintoretto en el salvamento del sarraceno» en algún lugar de su conciencia Castel reconoce su condición de náufrago y su posibilidad de superación.
    • «Yo no decía nada. Hermosos sentimientos y sombrías ideas daban vueltas en mi cabeza, mientras oía su voz, su maravillosa voz. Fui cayendo en una especie de encantamiento. La caída del sol iba encendiendo una fundición gigantesca entre las nubes del poniente. Sentí que ese momento mágico no se volvería a repetir nunca. "Nunca más, nunca más" pensé, mientras empecé a experimentar el vértigo del acantilado y a pensar qué fácil sería arrastrarla al abismo, conmigo.» Mientras María habla de ellos: la doble dimensión de la psicología de él, la admiración por ella, la convicción de que su plena relación es imposible y la reacción violenta hacia ella; el no la escucha, está encerrado en si mismo, en su túnel.
    • «… pero, aunque yo sabía hasta que punto era yo mismo capaz de cosas innobles, me desolaba el pensamiento de que también ella podía serlo, que seguramente lo era.» Castel juzga a María con sus mismos patrones.
    • «Y un sordo deseo de precipitarme sobre ella y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello hasta ahogarla y arrojarla al mar iba creciendo en mí.» Violencia arraigada en la parte no racional que no puede controlar.
    • «Me pareció que María me había estado haciendo una preciosa confesión y que yo, como un estúpido, la había perdido» Solo Castel no es comunicativo. Si se toma las últimas palabras «yo, como un estúpido, la había perdido» se podría deducir que no es la confesión lo que se ha perdido, si no que ha perdido a María. Más adelante dice: «… también ella parecía estar sola.»
    • «Después sentí que acariciaba mi cara, como lo había hecho en otros momentos parecidos.» A pesar de su dolor, María le ofrece su cara más amable.

    Sábato subraya nunca y seguramente por lo que parece ser una voluntad del autor de resaltar el equívoco de los juicios que hace Castel sobre María. Un equívoco que vuelve a subrayarse con el grito de ¡Insensato! del ciego al final de la novela. La lucha entre opuestos de "El túnel", aunque se hace tangible entre Juan Pablo y María, de hecho se da dentro de Juan Pablo, entre las dos vertientes de su personalidad. Lo que parecía ser la misma cosa (Juan Pablo y María, por un lado, y Juan Pablo, por otro) resulta ser dos cosas distintas.

    En "La vorágine" se recurre a la oposición civilización y barbarie: la lucha entre razón y instinto; pero sobretodo se da una lucha entre el individuo y su ambiente, la naturaleza, la selva y su barbarie: lo que primero son dos cosas separadas y distintas, acabarán siendo la misma cosa: «¡Los devoró la selva!». El reino de lo instintivo en la naturaleza humana está muy cerca del mundo natural y esto es lo que atrae necesariamente a Arturo Cova hacia la selva. Pero Cova está inmerso en su mundo ideal y no puede entender los susurros de la jungla, ni conocer a las mujeres que ama. La violencia surge de la naturaleza, indomable y desbocada, que progresivamente va invadiéndolo todo, pero también se encuentra en Arturo Cova.

    El primer párrafo del relato de Arturo Cova:

    «Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.»

    El personaje explica su dificultad de entrar en el mundo de los instintos pasionales, se define como autoritario y mezquino, y revela su sentimiento de superioridad. Y sigue confesando que a pesar de todo busca un «amor ideal» que alimente su alma, como «la llama sobre el leño que la alimenta»; ésta última imagen sugiere la idea del padre o mentor. Así pues, Cova confiesa que le falta algo, que va en busca de algo.

    Es importante la primera frase: coloca al mismo nivel la pasión amorosa y la violencia; lo que debió ser amor y deseo sólo fue violencia. Arturo Cova atribuye el hecho al azar. Se debería suponer que Cova utiliza el término azar en el sentido tradicional y para dar alguna explicación a lo que no entiende. En su nota, Ordoñez explica que en Colombia se memoriza y se cita esta primera frase de la novela. Por lo tanto, se debe entender que ha pasado a formar parte de la cultura colectiva; ha pasado al reino del mito por su valor universal. Algún tipo de fuerza desconocida une pasión y violencia hacia la fatalidad. Sexo y violencia se encuentran en los instintos humanos, por lo tanto están vinculados. Lo que los une en un mismo destino fatal es cierta incapacidad masculina para comprender a la mujer. A partir de esta situación la mujer reacciona de diferentes maneras, pero fácilmente se desencadene la consabida lucha de sexos. Otra vez lucha de opuestos.

    Alicia, al igual que María Iribarne, confiesa un amor pasado por un primo y la imposibilidad de construir una relación. Ambos personajes se parecen mucho: son mezquinas pero sinceras y son víctimas de la percepción deformada de ellos. Las dos, y junto a Susana San Juan, inician una relación amorosa con los personajes masculinos, no permiten que sea una relación plena, y son víctimas de la imposición y la violencia que ellos ejercen sobre ellas: Cova desprecia a Alicia, Páramo secuestra a Susana y Castel asesina a María.

    Tradicionalmente (estas tres novelas lo demuestran) el hombre es el protagonista y toma el papel activo. El hombre es vanguardia y estandarte dentro de la sociedad. La mujer tiene el rol pasivo y, como en las novelas, a menudo el de víctima. La mujer recibe y por tanto es en apariencia prudente y pasiva. Pero no se debe olvidar que son convenciones socialmente establecidas y que actos diferentes son considerados escandalosos, por lo cual se hace uso de discreción y la sutileza. La mujer es sutil necesariamente: está en lucha con una sociedad que la oprime (su particular lucha de opuestos). Así pues, lo que parece pasividad debe ser considerado responsabilidad. Los personajes femeninos no están tan perdidas como los masculinos: inician una relación que saben que no tiene posibilidades, no son capaces de evitar la fatalidad y fracasan junto a ellos.

    Las mujeres de "La vorágine" son colocadas en el lado de la selva en la lucha de Cova contra la naturaleza: así pues su papel es destructor. La fuerza y el misterio de la selva son paralelos a los de la sexualidad femenina. Ambas desencadenan en el protagonista una relación amor-odio; el hombre necesita de la jungla y de la mujer para llevar a cabo su introspección. La madona Zorayda será el elemento de fusión entre la selva y lo femenino (como señala Ordoñez); más que la selva, Zorayda será el opuesto a Cova. Ella tiene lo que el desea, poder y dinero, es independiente y su sexualidad es libre y plena. La lucha entre ambos se manifiesta en sus relaciones sexuales: ella lo absorbe y el se deja absorber.

    La descripción de Cova de los hechos sigue ése patrón demagógico de la lucha entre el bien y el mal: en un bando está él y en el otro está la selva, y sus habitantes, las mujeres, Zorayda, Barrera. Sus opuestos son la selva y todo lo que se le relaciona, el mundo del instinto donde se enmarca la violencia que destruirá a Cova.

    La violencia en la obra de Rulfo surge del interior más profundo del espíritu del pueblo mexicano; forma parte de la cultura, la mitología y la idiosincrasia de una sociedad. Joseba Zulaica publicó en 1990 un estudio titulado "Violencia vasca, metáfora y sacramento" en el cual, desde la antropología, es decir desde la ciencia, sigue en cierta forma el mismo proceso que Rulfo. Zulaica intenta, como vasco no como antropólogo, indagar en los orígenes de su pueblo y enfrentarse cara a cara con la situación social de violencia que lo degrada. Su conclusión es que la violencia se enmarca, más allá de lo simbólico o poético, en lo sacro, en la convicción, en la fe. La novela hace la misma indagación a través de la literatura y, sin lugar a dudas, se puede concluir que el sentido global de la novela es que la violencia forma parte del mito, la vertiente espiritual del individuo y de la sociedad.

    Pero más que esto, "Pedro Páramo" es la novela del mito por el hecho de que cada uno de los personajes es movido por sus ilusiones (buscar al padre, amar a Susana San Juan, tener un hijo). Es la ilusión la que mueve la voluntad, y ésta la que genera las acciones. De alguna forma es la causa primera de la vida; por lo tanto también lo será de la violencia y la muerte. Muerte y vida unidas y enfrentadas, ambas forman parte de la misma realidad en la novela. Por otro lado está el mundo de los recuerdos, el mundo de la ilusión, en el que todo el tiempo llueve. Este es el tiempo pasado, el principio del final, el punto de partida del proceso de degradación de Comala, que acabará, destruida, convirtiéndose en el paraíso perdido, en un mito: el fracaso de las ilusiones. En la escena en que aparecen Preciado y Dorotea conversando en la tumba que comparten, ella habla de sí misma y también de la ilusión.

    Juan Preciado (como Juan Rulfo y como el antropólogo) siente la necesidad de volver a sus orígenes que desconoce. En ese proceso, Preciado se enfrenta a un mundo de recuerdos y a un mundo de muerte, ambos bañados en violencia: la revolución mexicana, la injusticia social, la miseria y el dolor que ofrece la vida. Preciado acude a Comala cumpliendo una promesa que hizo a su madre, quien da una versión mítica, tanto del lugar como del padre y cacique del pueblo, Pedro Páramo. Al llegar al pueblo, no sólo no encuentra ni el paraíso descrito, ni al padre buscado, sino que lo que encuentra es un infierno donde las almas deambulan y el ambiente está lleno de susurros y ecos. Preciado dialoga con este mundo de muerte mientras, progresivamente y de forma entrelazada, va apareciendo el mundo del recuerdo. Él no entiende nada, hasta que se da cuenta de que él mismo está muerto también. Hay queda el último eslabón de ese descenso a los infiernos que expone la novela; consecuencia de todo un linaje, de toda una Historia de todo un pueblo. Preciado era huérfano y, a pesar de que resuelve con éxito su indagación en el pasado, ya es demasiado tarde, ya está muerto.

    Pedro Páramo ejerce de cacique en toda regla, utiliza su poder sin preocuparse por las consecuencias: somete al pueblo y recurre desde la injusticia a la barbarie. Solo hay una cosa que no puede alcanzar: el amor de Susana San Juan. Dentro de Pedro Páramo, frío y calculador, ansioso de poder, hay un amor eterno e infinito; se trata pues de otro personaje desdoblado. Sus actos no son muy contradictorios: para conseguirla, mata al padre de ella, en cierta forma la secuestra y la retendrá hasta que ella escapa con la muerte. A raíz de la muerte de Susana, Pedro se derrumba y deja que el pueblo se derrumbe con él. Como Castel y María en "El túnel", Pedro Páramo y Comala son, de algún modo, la misma cosa, en lucha constante, en humillación reiterada del uno contra la otra; cuando cae uno debe caer la otra. Se puede llegar a creer que Comala se derrumba con Pedro, como él se derrumba con la muerte de Susana. Hay una necesidad del uno respecto al otro. Es decir, el uno es, se define, respecto al otro, a través del contraste y del enfrentamiento.

    La vida y la muerte, a través de esa violencia inherente a la condición humana y a todas las sociedades, están en lucha constante. Son una de las grandes parejas de opuestos, tal vez de la que mejor se conoce su amor-odio (la morbosidad). Este símbolo, en cierto modo, engloba todos los enfrentamientos anteriormente descritos. En cualquier lucha entre opuestos, existe una relación atracción repulsión, que afirma y define a los enfrentados; provocada por ellos mismos (o por uno de los dos) para encontrarse a sí mismos, su lugar en el mundo; y para crecer y avanzar con éxito (como individuo o como colectivo) o para caer irremediablemente en los infiernos y autodestruirse. Este final trágico por el que se decantan las novelas nace de la voluntad crítica y constructiva de la obra literaria: la plasmación de un proceso vital (y también social) infinitamente complejo, donde se muestra el camino equivocado para denunciarlo.

    Bibliografía:

    GONZÁLEZ BOIXO, J.C. (1983): Claves narrativas de Juan Rulfo. Universidad de León.

    PREDMORE, J.R. (1981): "Introducción", "El Túnel: estudio de dos imágenes centrales", "El túnel: sus limitaciones filosóficas" en Un estudio crítico de las novelas de Ernesto Sábato. José Porrúa Turanzas, S.A. Ediciones.Madrid

    "Ernesto Sábato". Revista ANTHROPOS, 55, 56. Extraordinario 8/1985.

    ZULAICA, J.(1990): Violencia vasca, metáfora y sacramento. Nerea. Madrid. En especial: "Epílogo segundo"

     

     

    Autor:

    Mireia Xarau