El caso de un paciente residente de una de las grandes metrópolis norteamericanas. Asediado por las fuerzas tormentosas de un trastorno bipolar de ciclos rápidos, el paciente viajaba sin control alguno el tobogán de la montaña rusa de sus afectos circulares y extremos. Sin preámbulos, en un instante se sentía que estaba cargado con energía psíquica electrizante, expansiva, gloriosa y prodigiosa; seguido por períodos de melancolía paralizadora, durante los cuales las luces de las calles se obscurecían en pleno día, y mientras los mismos duraran, su reflexión en el espejo se tornaba irrealista, deformada y fantasmagórica. Este paciente, un escritor talentoso, solía utilizar (cuando la parálisis mental de la que padecía no se lo impidiese) sus talentos creativos para consignar sus experiencias penosas a un diario secreto que mantenía, ocultando su agonía a todos los demás. (Aquí recomendamos: Darkness Visible: A Memoir of Madness por W. Styron).
Fue, en una ocasión, cuando habiendo comenzado a responder al tratamiento específico para su condición, que empezara a ponderar con amarga resignación los tantos problemas serios que infestan a su ciudad: el crimen, la corrupción, la suciedad y el abandono urbano. Las drogas y la pobreza, la falta de un sistema coherente de salubridad pública, las injusticias socioeconómicas, los políticos y los policías dedicados a la malversación (en caso de que haya dudas, en este punto, y para clarificar confusiones: la ciudad es Chicago). Todo en concierto gravitando robustamente contra sus esfuerzos a sanarse, o a ponerse bien (como se dice en "spanglish"). Porque es que, cuando la enfermedad mejora, cuando el paciente puede percatarse de las realidades inmensas con las que tiene que contender. Lo que significa, aunque no lo parezca, un paso en la dirección de curarse.
El iceberg como metáfora de la corrupción del político…
El otro caso es más inmediato en su proximidad física. Se trata de una joven depresiva cuyo tratamiento procedía en una trayectoria irregular, con muchos desvíos y con retrogresiones frecuentes. Se quejaba, de que además del hecho de "tener que aparentar ser feliz" para complacer a otros, de que ella se había "tragado", con la resignación estoica y característica de su medio ambiente, todas las miserias, similares a las que se refería el paciente de Chicago además de la local, e injustificada, falta crónica de la energía eléctrica — Esta última carencia, el paciente de Chicago, consideró una situación insólita cuando se la mencionáramos a él. (Véase mi ponencia en los Efectos Físicos y Psicológicos de los Apagones).
Puede que tengamos la evidencia necesaria y suficiente, para decir que una ambliopía o ceguera parcial forma parte intrínseca de la alegoría enfermiza, dominicana, cuando se habla, metafóricamente de la enfermedad de la reelección — de la que nuestros políticos padecerán para siempre — ya que todos anhelan retornarnos al "trujillato" de otrora. (Véase mi artículo: El Plexo "Soliar").
Es todo.
Ahora continuaremos con esa otra metáfora revestida como enfermedad.
La Obesidad una Aflicción Pertinaz y Terca
Dr. Félix E.F. Larocca
Julieta, una paciente a quien conozco por unos años y quien reside en el bello y frígido estado de New Hampshire se comunica conmigo vía el Internet. Me escribe "…luego de retornar a mi casa, yo seguí adhiriéndome al ‘Plan’ de comer que Ud. me prescribió. Caminaba a paso rápido por lo menos dos kilómetros al día, visitaba el gimnasio por una hora —- tres veces a la semana y seguí perdiendo más peso, del que perdiera, cuando estuve bajo su supervisión directa hace ya unos tres meses. En total, cuando salimos para Inglaterra a ver a los parientes de mi marido, ya había perdido 62 lb. Entonces pasó algo que debo confesar con mucha vergüenza. Utilicé el pretexto de que sería poco cortés no aceptar los manjares y golosinas que se nos ofrecían, donde quiera que estuvimos, y comencé a comer, a tomar vino con las comidas y a no caminar o hacer ningún ejercicio — en cuatro semanas ya he recuperado casi 20 lb. Estoy fuera de control y no puedo parar. ¡Ayúdeme por favor! ¡Ayúdeme antes de que sea muy tarde!"
El tono y el contenido de esta carta son muy tristes (pero comunes) para quienes sufren del sobrepeso; así lo es, porque expresa, de modo elocuente cuán difícil es el perder el peso adquirido, de modo permanente y final.
Nuestro sistema y nuestro Plan para controlar el sobrepeso toman en cuenta el hecho de que nuestra afinidad y apetito por ciertas comidas representan por lo menos dos millones de años de selección adaptadora para nuestra especie. No solamente son nuestra capacidad de comer (y nuestro estilos) predeterminados, sino que también (paradójicamente) lo es nuestra capacidad para el sobre-comer — como lo atestiguan las tendencias universales de dar banquetes y de celebrar festividades gastronómicas para toda ocasión.
De acuerdo con los números suministrados por el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud de los Estados Unidos de Norteamérica, casi 64.2% de los hombres adultos y 67.1% de las mujeres adultas en los EE.UU. pesan más de un 20% de lo que se considera prudente. Pero, lo que es verdaderamente extraordinario — como tanto repetimos — es que la obesidad persista a pesar de "estándares" de moda y de belleza que menosprecian a los gordos. A pesar de los esfuerzos intensivos de educar a poblaciones susceptibles de los peligros de la gordura, y a pesar de una industria de billones de dólares anuales dedicadas a la aptitud física y al control del sobrepeso.
Puede que todo estos esfuerzos hayan fallado porque por la mayor parte del tiempo durante el cual nuestra especie ha campeado en este planeta, lo que evitó en realidad que engordáramos fue la falta de comida.
Ya que la comida siempre solía ser escasa — en tiempos pasados — nuestro cuerpo desarrolló una eficiencia adaptiva extraordinaria por medio de la cual convierte el exceso de comida en grasa, la que deposita en sitios designados como en los senos, el abdomen, las caderas, la región glútea y en los muslos.
De ese modo nuestro organismo ahorra (y retiene) 98% de las calorías que no son usadas para las necesidades metabólicas inmediatas.
Si careciéramos de qué comer, entonces, el fenómeno descrito en el párrafo anterior no tendría lugar.
Fernando Botero
Lo peor que nos sucede es que el cuerpo del ser humano está dotado con la habilidad de volverse más eficiente desde el punto de vista del metabolismo convirtiendo comida en depósitos grasos cuando la cantidad de alimentos es reducida.
En otras palabras, que, de una manera perversa, también podemos engordar como consecuencia de pasar hambre.
Por esa razón el acto de ponerse a dieta condiciona al cuerpo a transformarse en una máquina más eficiente en la distribución de sus alimentos. En consecuencia, las personas que hacen dietas persistentemente se hallan a sí mismas empujando una roca cuesta arriba — una roca más pesada cada vez… (Véase El Sistema Fiduciario publicado en este importante boletín).
En los tiempos paleolíticos nuestros antepasados carecían de reservas comestibles constantes. Ellos tenían que caminar, correr, excavar y cargar para extraer los frutos de la Naturaleza. Lo que acoplado al hecho de que nuestros animales domésticos eran más delgados y los vegetales más pequeños reducían la cantidad excedente de calorías consumidas siguiendo nuestra estrategia alimenticia.
Nosotros, hoy, hemos perdido la razón primordial para comer en exceso. Porque tenemos más comida de la cuenta.
Durante las Pascuas, los dominicanos, como tantos otros hacen, no emergen de un período de meses de escasez de comida y de hambre, necesitando comer críticamente para rellenar las reservas agotadas. Nosotros llegamos a las pascuas muy bien alimentados. Y, hablando en sentido nutritivo, las festividades de pascuas y navideñas, las celebraciones de bodas, los cumpleaños y los banquetes en general, constituyen ocasiones durante las cuales se eleva nuestro consumo de comida de: más de lo bastante, a demasiado por encima, de lo necesario… con las consecuencias negativas de la gordura. (De esto ya hemos hablado en El Conflicto de las Pascuas).
Yanomamis. Encuentren los gordos…
La razón por la que nuestra especie parece engordar tan fácilmente puede que sea muy simple:
La selección natural nunca tuvo una oportunidad para disponer y descartar a aquellos que tendían a comer tanto que se volvieron obesos y dañaron sus arterias y su corazón. (Véase: Our Kind por M. Harris).
La tendencia a engordar puede percibirse como un defecto hereditario en nuestro cuerpo que ha persistido en un período de mayor pasividad y sedentarismo, y en una época en la cual la densidad y el contenido calórico de nuestra comida se han incrementado enormemente.
Hagamos un paréntesis y hablemos de lo que realmente nuestro cuerpo necesita para ajustar y vivir:
Además de aire y de agua, nosotros tenemos que consumir 41 substancias:
- Un hidrato de carbono que pueda ser digerido y transformado en el azúcar glucosa,
- Una grasa conteniendo ácido linoleico,
- Diez aminoácidos, los matrices de las proteínas,
- Quince minerales,
- Trece vitaminas, y
- Fibra para ayudar a evacuar el colon intestinal.
La naturaleza (actuando de un modo distinto de lo que ha hecho con animales que se llaman "especializados") nos ha dado a nosotros libertades extremas para obtener los elementos esenciales para sobrevivir. Para eso nos hizo omnívoros. Nosotros combinamos una variedad de hojas, vegetales, frutas y carnes para subsistir.
Nuestra vida se complica. Nosotros sabemos que la estrategia alimentadora de ciertos grupos humanos se adapta de modo eficaz a las condiciones climáticas y ecológicas locales. Los esquimales viven casi exclusivamente de la grasa animal, del pescado y de la carne. Los habitantes del desierto Kalahari viven casi exclusivamente de raíces y de vegetales. Los japoneses y los habitantes de la Polinesia consumen mucho pescado y arroz. Los habitantes de algunos países europeos consumen leche y lacticinios en abundancia. Los chinos consumen mucho arroz, no leche y poca carne. Los rusos en algunas regiones mucho trigo. En la República Dominicana — con la variedad inmensa de vegetales — la profusión de frutas, la presencia de pescados y crustáceos (tanto de agua dulce como del mar), con tantas aves y con tantas hojas verdes que crecen todo el año; uno puede concluir que nuestra dieta es abundante, estable y que engordar tomaría mucha dedicación y esfuerzo — pero se logra — ya que el dominicano prefiere las "sopitas", los dulces y las grasas por encima de cualquier otra forma de comer.
Ninfas rellenando la cornucopia: Metáfora del comer…
Así resulta todo en la obesidad del ser humano. Para tratarla uno tiene que entender que las personas afligidas con esta condición sufren de de-regulaciones hipotalámicas y que el insistir de ellas que dejen de comer o que reduzcan su dieta pueda conducir a resultados paradójicos y negativos.
La prevención sería el primer paso, luego la educación y, finalmente el habilitar al obeso con los instrumentos y con los medios de soporte necesarios para lograr su meta.
Lo que no siempre es fácil, porque perder de peso, es como aprender otro idioma…
Bibliografía
Se suministra por solicitud.
Dr. Félix E. F. Larocca
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