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Dos historias de la milicia


  1. El salto
  2. La sospecha

Son dos historias verídicas de una persona que, cuando joven, fue cadete del Colegio Militar de la Nación

El salto

El cadete del Colegio Militar de la Nación debía rendir las exigencias para pasar a tercer año de la carrera militar.

Eran muy duras. Loa exámenes teóricos no significaban nada para él, pues, modestamente, su capacidad intelectual le permitía estar tranquilo al respecto.

Pero las exigencias físicas eran muy diferentes…los requerimientos a alcanzar eran en verdad un desafío para él. Porque si bien era cierto que su capacidad intelectual le permitía una relativa tranquilidad para el nivel académico, no podía decir lo mismo de su rendimiento físico.

Él era (y es), por naturaleza, una persona físicamente endeble.

Aún así, los inmensos esfuerzos por alcanzar los niveles de exigencias necesarios le hizo aumentar su capacidad de resistencia física, y su temple adquirió una firmeza no imaginada por él.

De a poco fue convirtiéndose en un "duro".

Él no podía dejar de percibir que algunos de sus compañeros de carrera eran por naturaleza fuertes y aguerridos.

Lo llevaban en sus genes.

A ellos no les costaba nada alcanzar los requerimientos de rendimiento físicos.

Pero también era cierto que esos compañeros eran unos "maderas" en el aspecto académico.

A veces él debía socorrerlos en preparar una materia o estudiar para una prueba. En este punto se equilibraba la balanza.

Pero así estaban las cosas.

En determinado nivel de su carrera debió pasar por la prueba del salto en paracaídas.

Siempre pensó que no sería un problema para él realizar el salto.

Se preparó junto a sus camaradas.

Realizó las prácticas en la escuela de Infantería en Campo de Mayo.

Se tiró por el bombín del simulador.

Preparó su equipo.

El día señalado estaba junto a otros cadetes a las puertas del avión Fiat bimotor de la Aviación del Ejército.

El salto de bautismo sería en la isla Mazaruca, en la provincia de Entre Ríos.

Subió a la nave (era la primera vez que volaba de verdad), se acomodó en el asiento de carga de pasajeros y esperó.

Sintió rugir los motores y vibrar la nave.

Un sacudón violento y de repente estaba en el aire.

Se asomó por la ventanilla redonda del avión y vio como todo era empequeñecido por la altura.

Cada vez más pequeño se veía todo. Cada vez más alto subía el avión.

Respiró hondo. Intentó relajarse.

Para distraerse se puso a observar a su alrededor con más detalle.

Las caras de los camaradas eran una mezcla de ansiedad e impaciencia.

Al lado suyo, como una aparición, estaba sentado un comando paracaidista instructor.

Era un tipo duro, curtido por cicatrices y muy parco en sus gestos y palabras.

Estaba todo camuflado con pintura y ramas.

Un loco de la guerra.

El cadete notó que el hombre solo tenía el paracaídas principal.

El otro, el de emergencia que se llevaba siempre por si fallaba el principal, brillaba por su ausencia.

Cada loco con su tema, se dijo.

Se puso a mirar por la ventanilla de avión nuevamente, esta vez se impresionó de veras.

Desde donde estaban volando, el puente de Zárate Brazo Largo era una astillita en el mapa.

Del bolsillo de su campera de abrigo sacó una maquina de fotos que había conseguido pasar en forma clandestina.

Con la mayor discreción tomó unas fotos desde la ventanilla hacia el puente de Zárate.

Aún hoy día conserva esas fotos.

Cuando terminó de fotografiar el paisaje guardó la cámara y se acomodó en su asiento.

Como el tiempo pasaba y nada fuera de lo normal ocurría, no tuvo mejor idea que ponerse a conversar con el comando que estaba a su lado:

_¿Faltará mucho?

_No tanto…

_Que alto que estamos

_…(El comando lo miró con gesto entre sorprendido y disgustado)

_Dígame…¿Porqué usted no lleva paracaídas auxiliar?

_¿Para qué?…si te tenés que morir te vas a morir aunque llevés veinte paracaídas…

_Claro, pero siempre es un poco más difícil…

_Pibe…si nos caemos de acá arriba, teta nos hacemos…

_Seguro.

_Jua jua jua…cagón…¿a que no te animás a tirarte con un solo paracaídas?

En ese momento el cadete supo que había cometido un error al ponerse a conversar con el comando…

_Y…no…la verdad es que no me animo…

_¿Porqué?, ¿Tenés miedo de que no se te abra?…Jua jua jua

_No señor…pero es antirreglamentario.

_Pero acá el reglamento lo administro yo…que soy el encargado de la operación…

_No lo sabía señor…

_Ahora lo sabe recluta…le ordeno que se saque el paracaídas auxiliar…y que dé el ejemplo de macho y de tener huevos al resto de sus compañeros…a no ser que tenga miedo…

Sin palabras…se había terminado de arrepentir de haberse puesto a conversar con ese hombre.

El cadete se quedó anonadado…no se movió.

El comando, ahora en el rol de jefe del cadete, levantó la voz y le dijo:

_¿Qué espera reclutón?…¡sáquese el paracaídas auxiliar ya!

El cadete obedeció al instante pues percibió que de negarse se ganaría un enemigo formidable.

Ya sin paracaídas auxiliar, el cadete era ahora el centro de la atención de todo el plantel que volaba en la nave.

Sintió los ojos de todos sus compañeros posarse en él.

_Atender acá todos…(el comando encargado llamó la atención de todos), ahora vamos a realizar el salto de bautismo…el cadete que está a mi lado tomará la iniciativa de arrojarse antes que todos, él va a saltar primero, porque es muy valiente…tan valiente es que se tirará con un solo paracaídas…¿No es verdad cadete?…

_…………(silencio)

_…¿No es verdad cadete?…

_Sí señor.

_Ahora sí que estamos sonados, pensó el cadete.

Sus compañeros lo observaban entre divertidos y temerosos.

No sea cosa que algún otro tuviera que imitarlo y sacarse el paracaídas auxiliar.

Ninguno hizo comentarios al respecto.

La luz de alerta se encendió.

El cadete, junto al resto de sus compañeros, se puso de pié y comenzó a revisar su equipo…todos aprontaban el paracaídas principal…él también.

Todos revisaban el paracaídas de emergencia…él no.

En ese momento se dio cuenta de cuál era el verdadero estado de su condición.

Se percató de lo vulnerable de su situación.

Si algún paracaídas principal no llegaba a abrirse, todos tendrían una segunda oportunidad…pero él no la tendría.

Al despojarse de su segunda oportunidad de salvación, el cadete quedó a merced de su destino y de Dios.

_¡A prepararse!

Todos engancharon el paracaídas principal en el dispositivo de apertura…él también…salvo que se tiraría primero que todos.

Se puso en primera fila y se aprontó para el salto.

A la orden de ¡Ahora!, los cadetes se aproximaron a la puerta.

El cadete que iba a ir primero respiró hondo y al acercarse a la abertura sintió una voz detrás suyo que le dijo:

_¡Acá va el macho!

Inmediatamente recibió una patada en el culo que lo envió de un golpe hacia el exterior.

El comando lo había lanzado vertiginosamente hacia el vacío.

El cadete sintió un vértigo indescriptible y fue tragado por la nada.

A medida que caía, todo daba vueltas en torno de él.

No supo cuando ni en que momento su paracaídas se abrió.

Hubo un tirón fuertísimo y se estabilizó en la caída.

Flotaba en el cielo del Paraná.

Tuvo tiempo de apreciar el paisaje.

La magnificencia del cielo contrastaba con la geografía de la tierra.

Hasta donde podía ver, un paisaje de postal se extendía por abajo.

Otros paracaídas se abrieron en torno de él.

Varias flores blancas como la suya pendían sobre el cielo.

Sintió nauseas.

El estómago se le revolvía sin parar.

No pudo contenerlo más.

El vómito salió despedido como un chorro a presión por boca y nariz.

Más arcadas y más vómitos.

Un grito se dejó oír en el aire:

_¡hijo de puta, pará de lanzar!…

sus compañeros estaban recibiendo el producto de sus jugos estomacales allá, más debajo de él.

El cadete estaba descompuesto de veras.

No percibía muy bien lo que le estaba pasando.

Pasó un tiempo indescriptible y el cadete sintió roces en su cuerpo.

La somnolencia que lo envolvía se disipó.

Los roces que sintió eran producto del choque con las ramas de los árboles más altos de la isla.

Hubo un tirón.

El movimiento de descenso había terminado.

Pero el cadete, aunque terminó de descender, no había tocado el piso.

Estaba pendiendo de un árbol a unos tres metros de altura.

El paracaídas se había enganchado en la copa de un Ñandubay gigantesco.

_Menos mal, pensó el cadete, allá abajo el suelo no se ve muy firme que digamos.

Así era, desde donde él estaba, el terreno se percibía como un lodazal interminable.

Un pantano.

El cadete pensó, que si no se hubiera enganchado en el árbol, ahora estaría todo embarrado, mojado y tal vez hasta ahogado.

Con cuidado procedió a desengancharse del paracaídas para poder descender.

Su situación era delicada.

Si cometía algún error podía caer mal y lastimarse, o quedar empantanado.

Aflojó los correajes y se balanceó para caer lo más cerca posible del tronco del árbol.

Cuando creyó estar listo se soltó y cayó limpiamente al lado del árbol.

Cayó de pié y bien parado.

Su equipo estaba completo salvo el paracaídas que no pudo sacarlo.

Debería informar de ello para luego poder venir a recuperarlo. Comenzó la marcha hacia el sitio de reunión.

Debió cuidarse de los lodazales que aparentaban ser musgo o pastito.

Ya su tío del campo le había prevenido acerca de que esos musguitos ocultaban traicioneras arenas movedizas.

Al poco tiempo de andar encontró a sus camaradas y contó su anécdota.

Pero algún que otro compañero le reprochó haber recibido durante la caída el vómito sobre el uniforme.

El comando que le había ordenado tirarse con un solo paracaídas, lo llamó y delante de todos lo felicitó por su coraje y sus huevos.

El cadete realmente suspiró aliviado que esta aventura haya terminado bien.

La sospecha

Corría el año 1976.

El joven, ingresó como cadete del Colegio Militar de la Nación y estaba cursando su primer año en la Compañía de Arsenales de dicha institución.

Era un bípedo.

Ese primer año fue muy duro para él.

La disciplina militar no cuadraba todavía bien con su educación y con sus ideas particulares del mundo y de la vida.

Él estaba decidido a soportarlo.

Había elegido esa carrera y no era de echarse atrás ni de arrugar así porque sí.

Pero eran tiempos difíciles.

En 1976, cundo ocurrieron estos hechos, el cadete ingresó como aspirante en el Colegio Militar en tiempos de democracia.

Fue el 8 de marzo de ese año.

Luego, al poco de ingresar, el 24 del mismo mes, se produjo el golpe de estado y el surgimiento del Proceso de Reorganización Nacional.

Se inició la etapa más oscura y triste de la historia argentina.

Los grupos armados Montoneros, ERP, FAR, etc., estaban en guerra contra el gobierno de Isabel Perón y, luego del golpe de estado, la guerra continuó contra el gobierno de Videla.

Ya el poder ejecutivo había ordenado a través de los mecanismos democráticos la aniquilación total del aparato subversivo.

Los militares continuaron con esa orden pero ya sin los debidos frenos y contralores de la legalidad democrática.

Desaparecía gente, pero eso aún no se sabía oficialmente.

Al poco tiempo de ingresar a esa institución militar, el cadete fue vacunado en la enfermería del Colegio Militar.

Era una vacuna particular que el ejército daba a sus hombres en esa época.

Se aplicaba en la espalda y brindaba inmunización contra todas las pestes imaginables.

El cadete, muy blando aún, no lo soportó.

Inmediatamente después de serle colocada la vacuna en el despacho de sanidad, cayó en cama con fiebres altísimas.

Fue internado en la enfermería del Colegio Militar con pronóstico reservado. Tan fuerte le había pegado la vacuna.

No solo a él, sino a un grupo numeroso de otros cadetes que, como él, estaban estudiando en esa institución.

El hecho es, que se pasó unos días de reposo en la enfermería del Colegio Militar de la Nación junto a otros camaradas.

Lo atendían bien.

A horas estipuladas por el médico de la enfermería, pasaba el enfermero (un soldado que cumplía esa función) y le administraban los medicamentos y controles pertinentes.

Le traían los alimentos a la cama y controlaban su salud en una planilla, con celo profesional.

Pero estar internado no significaba descansar.

Debían despertarse a la hora de Diana como todo el mundo, estudiar, hacer las tareas académicas, realizar la actividad que el médico ordenaba.

Por lo que no era realmente un descanso.

Aún así, se estaba mejor que haciendo instrucción.

En esas tareas en la enfermería estaba el cadete, cuando un día el dispensario amaneció convulsionado.

Los oficiales iban y venían, los soldados de guardia montaban operativos de seguridad.

El propio Director del Colegio Militar se apersonó en el lugar.

Nadie explicaba nada.

Los internados tampoco entendían nada de lo que estaba pasando.

Hasta que el cadete sintió ganas de orinar y fue al baño.

No pudo acercarse.

En la puerta del baño estaban apostados dos guardias de las SS del Ejército Argentino que le impidieron ingresar.

Lo derivaron a un baño de servicio que estaba en la otra punta del edificio.

No le dieron explicaciones.

No lo dejaron ver el interior.

Algo realmente grave estaba ocurriendo.

Después de hacer pis, el cadete se dispuso a emplear su tiempo en estudiar algunos temas de la materia Armas y Materiales, que debía rendir ese mes.

Cuando estaba leyendo su carpeta aparecieron algunos guardias de seguridad junto a los SS y personal de Inteligencia del Ejército.

Sin decir agua va, comenzaron a requisar y revisar todas las pertenencias particulares y privadas de los cadetes allí internados.

Era la primera vez que el cadete sentía miedo en ese lugar, pues mientras el personal de inteligencia le revisaba sus pertenencias, los SS les apuntaban con sus fusiles.

Hasta las cartas enviadas por la familia y las fotos le revisaban.

Esto ocurrió con todos los cadetes internados, no solo con él.

Finalmente, los oficiales le pidieron que les entregue su carpeta de estudios.

No los apuntes de fotocopias, sino sus notas manuscritas.

_Necesitamos llevarnos sus apuntes, luego se los devolveremos.

_Señor, tengo que rendir un examen, por eso los tengo conmigo.

_No se preocupe, se los devolveremos pronto, puede conservar los libros y las fotocopias para estudiar.

El cadete sintió que era impensable negarse, así que puso en manos del oficial de guardia su carpeta de estudios, notas, apuntes y demás material manuscrito que tenía en su poder.

Luego de retirar sus notas y las de todos los cadetes presentes, el grupo de oficiales y las SS se retiraron del lugar dejando una fuerte custodia en el mismo.

Un silencio de pesadez invadió todo el recinto.

Los cadetes parecían no estar internados sino ya prisioneros a la espera de algún fallo o evento extraordinario.

A la mañana siguiente cambió la guardia y con ella los centinelas de custodia.

En ese cambio de guardia apareció un amigo de cadete, quién, en la primera oportunidad, lo fue a visitar.

Se saludaron con gran alegría, pero el que estaba de guardia notó la preocupación en el rostro del amigo internado, quién a esta altura, ya tenía asumido su cautiverio.

_¿Qué está pasando?…tengo miedo.

_Ahora no te puedo explicar, pero esta noche, si puedo, voy a mostrarte algo que te va a dejar helado….cuidado, no menciones que estuvimos hablando porque tenemos prohibido conversar con los internados….ya te vas a dar cuenta porqué, después vengo.

El amigo se retiró visiblemente nervioso.

Las palabras que utilizó preocuparon más aún al internado, pero supo esperar hasta la noche.

Después de la cena, hubo un momento de relax, se podía ir a mirar televisión a la sala de estar, pero al toque de silencio, todos se fueron a acostar.

El cadete fue al baño de servicio del fondo a hacer sus necesidades y cuando salió, su amigo lo estaba esperando.

_Vení, seguíme.

En medio de la difusa luz azul de sueño, los amigos se dirigieron al baño prohibido.

En un susurro apenas audible para el cadete, el amigo le dijo:

_Ojo, después de que veas esto te vas a dar cuenta el porqué de tanta persecuta. Lo único que te pido es que jamás menciones que lo viste, sino ya sabés lo que puede pasarme.

El cadete asintió y acto seguido ingresó al baño.

No estuvo mucho tiempo, lo suficiente para percatarse el porqué de tanto despliegue de seguridad.

En la puerta del baño alguien había pintado unos graffitis.

Pero no esos que suelen verse en los baños.

Con un fibrón rojo, una estrella de cinco puntas presidía la siguiente leyenda:

edu.red

El cadete estaba petrificado.

En el corazón del emblemático Colegio Militar de la Nación, orgullo del Ejército Argentino, alguien había escrito provocadoras leyendas subversivas.

_Ahora…¿Te das cuenta el porqué de tanta seguridad?…¿entendés porqué se llevaron los manuscritos?…están analizándolos expertos grafólogos para determinar quién es el autor…

Sentimientos ambiguos asaltaron al cadete. Sintió tranquilidad porque él no había sido el autor de esos escritos.

Sintió miedo y pena por aquella persona irresponsable que hizo aquello.

Y por lo que le sobrevendría.

Y sintió furia e indignación hacia el autor cobarde que no dio la cara. Y porque él, un cadete honesto, hijo de trabajadores decentes, había sido sospechado de ser un ideólogo subversivo.

No solo él, sino todos los internados en la enfermería.

Pero a él lo preocupaba su situación, no la de los demás, en donde tal vez se hallaba el responsable de todo lo que había pasado.

Agradeció al amigo el gesto y le dio su palabra de que no revelaría el hecho de que había visto aquello.

Luego se retiró a descansar.

Durmió muy tranquilo.

Al otro día, el mismo oficial que los había retirado, vino a su cama y le restituyó sus apuntes manuscritos.

No dio explicaciones ni el cadete tampoco las pidió.

Tal vez el hecho de saber la causa del zafarrancho y de que él no era el responsable lo hizo sentirse tranquilo y pudo estudiar todos los apuntes de la materia que debía rendir.

La tensión disminuyó gradualmente al punto de que al tercer día la guardia apostada en el interior de la enfermería fue levantada.

Tampoco hubo explicaciones.

Solo se retiraron.

La puerta escrita, sencillamente fue retirada del lugar y cambiada por otra.

La fiebre continuaba evolucionando favorablemente y uno a uno los cadetes iban siendo dados de alta.

La última noche que estuvo internado, antes de serle dado el alta, el cadete se despertó sobresaltado.

Un temblor intensísimo sacudió el edificio.

Un estruendo inimaginable se hizo sentir en todo el Colegio Militar de la Nación.

Una explosión.

Las alarmas y sirenas del cuartel sonaban sin cesar.

Los vehículos de la guardia de prevención pasaban por las calles interiores a gran velocidad.

Los hombres eran levantados a los apurones a aprestarse como para un combate.

No tuvo más noticias ni información en ese momento.

Volvió a dormirse. Lo que estaba ocurriendo estaba más allá de él.

Al otro día le dieron el alta de la enfermería y fue a cumplir con sus actividades normalmente.

Lo primero que hizo fue preguntar sobre los acontecimientos de la noche anterior. Le contaron que a la madrugada de ese mismo día, uno de los polvorines del Colegio Militar explotó.

No se sabía bien porqué, pero ocurrió, y dos suboficiales encargados del mismo habían muerto en el suceso.

Oyó que algunas bombas y explosivos salieron disparados del cuartel por la fuerza de la detonación y terminaron estallando en las zonas vecinas donde dos niños, hijos de las familias vecinas del lugar, habían perdido la vida.

Varias casas de las inmediaciones fueron afectadas por el hecho.

La explosión alertó a la guardia de prevención que, inmediatamente, realizó un despliegue de fuerzas.

Eso fue lo que el cadete había visto desde la ventana de la enfermería.

Ese día transcurrió sin contratiempos en toda actividad de la institución.

Si bien la voladura del polvorín fue un hecho dramático, esos eventos no son impensables en una unidad del ejército.

La cuestión es que fue tomado como un hecho desgraciado que pudo tratarse tan solo de un accidente.

Llegó la noche y al toque de silencio, los hombres se dispusieron a descansar hasta el otro día.

A la mañana siguiente, después del desayuno, el cadete fue a su curso a realizar sus estudios correspondientes, se abrieron las aulas y comenzó la jornada.

En el primer recreo los cadetes aprovechaban para ir a la cantina a tomar un refrigerio, ir al baño o simplemente charlar con sus camaradas.

El cadete se dirigió al baño del recinto de aulas, cuando ingresó en él, otros cadetes ya estaban allí, todos con la misma excitación.

Todos se encontraban absortos contemplando las paredes del baño.

El cadete sintió un repentino pánico al observar lo que allí había ocurrido.

Recuerda a la perfección, que todos los cadetes presentes estaban asustados y temerosos.

En las paredes del baño del edificio académico del Colegio Militar de la Nación, alguien, tal vez el mismo que lo hizo en la enfermería, había escrito la siguiente leyenda:

edu.red

No había comentarios…

No existían palabras…

El cadete percibió en sus camaradas toda la incertidumbre y el miedo que él tuviera en su primera experiencia en la enfermería.

Pero se apresuró a retirarse del lugar.

No era cosa de que los oficiales lo encontraran allí y lo relacionaran por segunda vez con el hecho.

La primera había zafado, pero la segunda…

Obviamente enseguida fueron informados de la situación las autoridades pertinentes.

Otro gran operativo de seguridad fue implementado en el Colegio Militar y ese fin de semana los cadetes no tuvieron su franco acostumbrado.

Los rumores corrían.

Se decía que no se sabía nada de los autores.

Se decía que ya los tenían identificados.

Se decía que era todo una maniobra de distracción para poner a prueba a los cadetes y personal de la institución.

Se decían muchas cosas.

Una mañana, después de desayunar, los cadetes no asistieron inmediatamente a clase, sino que fueron convocados en formación al patio de armas del instituto.

Allí un oficial de alta graduación explicó que, en los últimos días, habían ocurrido eventos atípicos y desgraciados que produjeron la inseguridad en el Colegio Militar y la muerte de dos subficiales en la explosión del polvorín, que dejó huérfanos a dos niños pequeños, hijos de los suboficiales.

También resaltó el hecho de que familias argentinas vecinas a la institución, estaban llorando la muerte de niños pequeños por la voladura de las municiones que cayeron y detonaron en las inmediaciones del Colegio Militar.

Pero, aclaró ese oficial, que los autores ya habían sido detectados, detenidos y "neutralizados".

Nunca se mencionó quienes podrían haber sido.

Pero los rumores corrieron por algún tiempo en el Colegio Militar de la Nación y a la larga todo se sabe.

El cadete se enteró, por comentarios y corrillos, que dos soldados que cumplían el Servicio Militar Obligatorio en el instituto fueron los autores del hecho.

Uno de ellos era estudiante universitario y estaba destinado a la enfermería, tal vez fuese el enfermero que atendió al cadete cuando éste estaba internado.

Pero él no se acordaba exactamente de esa persona.

Del otro no tuvo mayor información, salvo que cumplía tareas en el área de logística del Colegio Militar y tal vez por ello habría tenido acceso al polvorín que luego explotó.

El año continuó sin contratiempos y el cadete promocionó al curso siguiente.

Por eventos varios de la vida, el cadete no terminó su carrera en el Colegio Militar de la Nación, eso no quita que en su momento haya puesto todo de él por creer que ese era su futuro.

Eso es otra historia.

Hoy en día, después de casi cuatro décadas del suceso, el ex cadete recuerda que, con posterioridad al juicio a las juntas militares, el entonces Director de Colegio Militar, General Reynaldo Benito Bignone, fue enjuiciado por la desaparición de esos dos soldados que, ahora se sabe, sus apellidos eran Steimberg y García.

También vio en la plaza de Morón, en una placa de homenaje a los desaparecidos, el nombre de esos dos soldados.

Pero no vio el nombre de los dos suboficiales que murieron en la explosión. Ni el de los niños vecinos que volaron cuando explotó el polvorín.

Los de Derechos Humanos no dicen nada acerca de la muerte de los dos suboficiales en el polvorín, ni de los chicos vecinos muertos por el atentado ni de las casas destruidas, ni de las viudas y huérfanos que quedaron llorando a sus seres queridos, ni del acto de provocación que resultaron esas leyendas escritas en las paredes del Colegio militar, ni del hecho de que la Nación les brindó a esos soldados la oportunidad de servir a la Patria en su ejército, al que éstos soldados atacaron, siendo que en ese ataque destruyeron las armas y polvorines de la Patria y realizaron actos de sabotaje dignos de un enemigo declarado.

Ni los ingleses en la guerra de Malvinas habían volado un polvorín en el continente.

Pero ellos, dos soldados argentinos, sí.

También siente, al recordar lo sucedido, una suerte de mezcla de indignación, ofensa y bronca.

Nunca se olvidó que en un momento dado, él fue sospechado de ser el autor de esas inscripciones cobardes.

Justo él, un hijo de laburantes honestos.

Tal vez no haya sido lo correcto que esos soldados desaparecieran.

Eso fue un acto tan criminal como los que esos soldados hicieron.

Pero también es cierto que tampoco hay que provocar.

Esta historia es verídica.

Al autor le consta.

 

 

Autor:

Eugenio Martín Ganduglia