- La motivación para vivir nos la dan los demás
- Morimos por falta de afecto
- El diálogo tónico
- La indiferencia y el maltrato
- Los estados de ánimo
Ya hemos proclamado que la cualidad psicosocial del ser humano es inseparable de su condición de ser humano. No se puede ser humano sin ser social. Si el ser vivo es ambiental por naturaleza, el ser humano es también social por naturaleza.
Si todos los organismos vivos nacen y conviven con otros organismos, sin los cuales ellos no habrían tenido las posibilidades de ser ni de vivir, si en un principio, el organismo nació del ambiente y fue este el que le propició las condiciones y posibilidades de desarrollarse, generándole órganos, sentidos, capacidades y comportamientos, el ser humano depende absolutamente de los demás seres humanos. Sin ellos no habría nacido, no podría desarrollarse físicamente, ni tampoco psíquicamente, adquiriendo una personalidad propia.
La motivación para vivir nos la dan los demás
La principal motivación para vivir reside en la relación con los demás. Son ellos los que nos enseñan a vivir y a ser. Aprendemos a ser, a construir nuestra identidad, en la relación y la comunicación con los otros. Los demás son nuestro estímulo y nuestro modelo. Y es en contra de ese modelo o buscando otros modelos más satisfactorios como crece la identidad personal. Los demás nos dan sus afectos y su cuidado, cuando al nacer somos incapaces de hacerlo. Todo lo que hacemos es hecho para, por y con los demás. Para obtener su afecto o su valoración, para llamar su atención, para demostrarles que estamos vivos y presentes.
Lo peor es la indiferencia. Ser indiferente para los demás es no existir, por ello es mejor existir valorándonos mal que no existir. Aquellos que se han sentido profundamente indiferentes para los demás, hacen cualquier cosa para demostrar su presencia y su existencia, desde ser dadivosos en extremo, resultar atosigantes o invasores, hasta cometer fechorías, trastadas, delitos, etc. Lo importante es ser tenido en cuenta por los demás. Muchos niños problemáticos, lo son por esta razón y pueden llegar a ser delincuentes de mayores.
Se puede morir por falta de afecto, como lo ha demostrado la investigación de Spitz con los niños diagnosticados por síndrome de "hospitalismo". El mayor trauma, la mayor depresión que le puede acaecer a una persona mayor es la pérdida del afecto, también. Una pérdida de este tipo lo constituye la jubilación, que significa la pérdida de la valoración como ser productivo y válido, acompañada de la pérdida de los amigos y compañeros de trabajo, con el consiguiente aislamiento. Pero sobre todo, las pérdidas más graves a esas edades avanzadas, lo constituye el abandono de los hijos u otros familiares, de la que cabe destacar la muerte del cónyuge.
Esta última está considerada por los expertos, como el más grave desencadenante de estrés, depresión y pérdida de las ganas de vivir, que puede conducir a un proceso más o menos largo concluyendo en la propia muerte. Para vivir solo y sin afecto, mejor es morirse, deben sentir esas personas en su aislamiento y pérdida de los seres queridos.
La primera forma de comunicación que Ajuriaguerra denominó "diálogo tónico", viene definida por el "diálogo" o relación que se establece entre la madre y la criatura a través del contacto mutuo, que se lleva a cabo en todas las tareas que la madre realiza con su cría con objetivos diversos, como amamantarle, asearle, cambiarle de ropa, levantarle en brazos, mecerle, jugar con él, etc. Winnicott asegura que la integración del yo depende de la forma que tiene la madre de sostener (holding) al lactante.
Aunque las tareas y los objetivos sean distintos, el medio con el que se llevan a cabo es el mismo: el contacto corporal a través de las manos o del cuerpo de la madre, de modo que ese medio –el contacto corporal- llega a ser más importante y primordial que el fin u objetivo propuesto: el aseo o la comida. El medio define al fin. El modo como se lleva a cabo la tarea define la calidad de la relación.
Todos afirmaríamos, sin duda, que, es vital que a la cría se le alimente, pues de lo contrario moriría, (vemos que el niño depende completamente de la madre o de la persona que cumple esa tarea, lo que es un rasgo ineludible de su entidad social); que, es importante también que se le cambie de ropa y lave, de lo contrario ello sería la raíz de malestares e infecciones que podrían poner en peligro su vida. Sin embargo no nos cuestionamos la forma de hacerlo, con tal, quizá, de no hacer daño al bebé; aseguraremos que esto es secundario y, desde luego, no se considerará vital para el niño; pero no es así.
¿El niño llora porque tiene hambre o porque está sucio? ¿Llora también para que le abracen? El bebé no hace nada conscientemente, es cierto, lo hace impulsado por su necesidad. Su organismo le puede dar la señal de su necesidad de comer, produciéndole un malestar que le alerta, del mismo modo que la irritación o escozor de la piel le alerta también de su incomodidad y por lo tanto de su necesidad de lavarse o cambiarse la ropa. ¿Pero qué le avisa de su necesidad de contacto? Quizá haya reacciones de la piel, de la temperatura, del sistema músculo – articular y de los órganos que avisan de un malestar indefinido que se subsana mediante el contacto corporal. Desde luego, no hay mejor remedio para tranquilizar a una persona, –o animal-, que el contacto corporal por la caricia, el abrazo, etc. El contacto corporal proporciona seguridad diluyendo los temores internos angustiantes provenientes de las propias pulsiones y necesidades y también los temores externos. Ante la disyuntiva entre seguridad tranquilizante y comida, las crías eligen la primera.
El diálogo tónico, ateniéndose a esa denominación, significa comunicarse mediante el tono. El tono, por su parte, ya hemos dicho, es considerado esa energía que puebla todas las fibras musculares del organismo permitiendo que se contraigan o dilaten como respuesta a diversos estímulos internos y externos. Los músculos están siempre en un estado de tensión, imprescindible para vivir, que expresa el estado emocional de la persona. El estado físico, aislado del estado emocional, no existe nada más que en la materia muerta. La tensión meramente física podría determinarse por un grado tónico más bajo o más alto. Sin embargo, el estado emocional viene determinado además, por un grado cualitativo de tensión muscular. Por calidades y matices muy variados de esa tensión, el cuerpo de cada uno está siempre impregnado de una calidad muscular especial que manifiesta su personalidad, su actitud, su carácter, a la vez que expresa todos los cambios emocionales y estados anímicos.
Algunas de estas expresiones son perceptibles a simple vista mediante las posturas, los gestos y los movimientos que se hacen, e incluso pueden ser absorbidos y mimetizados en la niñez. Otras manifestaciones del estado de ánimo son más sutiles, pudiéndose captar sólo a través del contacto corporal. La madre mantiene de esa manera un permanente diálogo o comunicación con su hijo a través de la calidad de su tono muscular. La calidad de la comunicación reside en la calidad del tono. El niño capta y se impregna del tono muscular de la madre mediante el contacto que ella establece con él aunque el contacto se ejerza para satisfacer otro tipo de funciones diferentes como son el cambio de ropa, el aseo, el baño, alimentarle, acostarle, etc., etc. A través del contacto en todas esas variadas funciones, se transmite el estado de ánimo, el placer o el displacer, la tranquilidad o la inquietud, la alegría o la tristeza, la atención o la dispersión, la deferencia o la indiferencia.
La cuestión que se plantea ante esta serie de datos es que debemos ejercer un control consciente de nuestro tono para no transmitir sensaciones desagradables ni emociones perturbadoras. Debemos educar nuestro tono, educar la forma de tocar, para transmitir ternura, disponibilidad, delicadeza. Hemos de aprender a ser delicados, amables y tiernos, no de palabra sino con la actitud, con el tono que es la raíz más profunda del estado emocional.
Lo más grave, a pesar de todo, quizá no sea transmitir desagrado, malestar, prisa, angustia, obligación, etc., mediante el contacto, sino, manifestar la indiferencia, provocando sensaciones de que ese niño o persona a la que tocamos, no nos importa nada, no sentimos nada por ella, es menos que un objeto. A un objeto se le puede querer y se puede disfrutar con él sintiéndolo, acariciándolo, percibiendo sus texturas y sus formas, manteniéndolo visible en un lugar de la casa. Uno debe querer sentir y percibir aquello que toca, más aún, si es una persona, y debe poner toda su atención en ello. A la vez que sentimos y disfrutamos de la persona que tocamos, la persona que es tocada disfruta también del contacto. Así debemos tocar al otro. A la vez que disfruto tocándole a él, permito que él disfrute también siendo tocado por mí. Yo siento su disfrute y él siente el placer que me causa sentirle a él.
Cuando un niño siente que su presencia y su ser es indiferente a la otra persona, hará cosas, provocará actos para que el otro se dé cuenta de que él existe, para que por momentos al menos, su presencia se imponga. Si los actos que realiza buscan el agrado de la otra persona para hacerse ver y sin embargo, no dan el resultado perseguido, llegará a darse cuenta de que hay otros actos que disgustan a la otra persona, pero que mediante ellos, el otro le muestra atención, él toma importancia. A partir de entonces provocará esos actos, aunque éstos sean castigados, porque mediante ellos, él se siente atendido y de algún modo, importante. Lo esencial es que él exista para los demás, que se le tenga en cuenta. Si portándose bien no lo consigue, se portará mal y así adquirirá un valor aunque sea en contra del otro.
Para el niño y para todas las personas en general, quizá sea más importante, que les traten mal a que no les traten de ninguna manera porque esto significa la indiferencia. Tratándoles mal, ellos se sienten como seres vivos; sino les tratan de ninguna manera o de modo indiferente, es como si no existiera, no se sienten como seres vivos. De todas formas ese maltrato tiene un límite, a partir del cual ya será inaguantable. No quiero decir tampoco, de ningún modo, que sea más importante pegar o utilizar el castigo que no pegar. Digo tan sólo, que esos actos tienen esos resultados. Afirmo que hay que mantener un buen trato. Por otra parte, cuando una persona maltrata a otra, es porque maltratando se siente importante ella también. Cuando una persona ejerce la fuerza sobre otra, es, primero, porque tiene más fuerza que la otra, y segundo, porque carece de recursos para dialogar con la otra persona y a través del dialogo ayudarla a comprender lo que hace. Nadie puede justificar el uso de la fuerza sobre otra persona o personas, ni el padre sobre los hijos, ni el marido sobre la esposa, ni el profesor sobre los alumnos, ni el presidente de un país sobre los ciudadanos, ni un Estado sobre otros Estados de otros países. En todos los casos existen carencias de recursos y complejos de inferioridad, que es una de las raíces del autoritarismo. El maltratador ha aprendido a ser persona con el maltrato, y a través del maltrato sobre otros, expulsa su rabia, su impotencia, su odio o su frustración, esa energía que se quedó bloqueada en él cuando le maltrataron, generando una impotencia y una manera de ser de otra manera. El maltrato, por otra parte, no tiene por qué ser exclusivamente físico, puede ser psicológico, moral, o social y siempre utilizará mentiras y racionalizaciones para justificarlo.
Como el tono indica el grado de tensión muscular, además de expresar la calidad y los matices de las emociones, nuestro tono define una actitud personal, un modo de ser. Nuestra estructura corporal es la materialización de nuestra personalidad y define en todo momento las fluctuaciones y variaciones de esa personalidad, las situaciones anímicas por las que se pasa. Como siempre existe un estado de ánimo, de lo contrario estaríamos muertos, nuestro tono manifiesta siempre una calidad anímica. El ánimo no se materializa en la mente, se materializa en el cuerpo, por ello no existe nunca un cuerpo meramente físico, sino es estando muertos. Las emociones, las vivencias, los placeres, las desgracias, las inhibiciones, las inseguridades, las decisiones, las impotencias, las frustraciones, las ansias, los odios, las ilusiones… todo queda materializado en los músculos. Algunas de esas emociones, por su intensidad o sorpresa, quedan enquistadas para siempre en los músculos, limitando la expresión y la vivencia de otras emociones, impidiendo que el pensamiento fluya, encorsetando la expresión y anquilosando el movimiento. Si no quedan enquistadas, las vivencias emocionales siempre quedan marcadas y marcan a su vez la personalidad y el modo de ser. Las emociones modulan el tono, si son ricas, variadas, sentidas, expresadas. El tono se hace a su vez, rico, plástico y variable, mientras que el movimiento, la comunicación y el pensamiento pueden ser fluidos, y flexibles.
Cuando tocamos a otro ser humano, a través de nuestro tono le estamos transmitiendo muestro estado emocional. Esto ocurre sin pretenderlo, pero debe ser consciente, para saber cómo es nuestro tono y qué estamos transmitiendo mediante el contacto. Debemos aprender a modular ese tono, a controlarlo, para no transmitir nuestros estados tensionales a los demás, sobre todo cuando se trata de niños pequeños en los que su tono y emoción se están formando, pero también con enfermos o ancianos porque estando en situaciones de riesgo nuestro contacto crispado las pueden agravar.
Cuando estamos en calma, tranquilos, sosegados, nuestro tono lo está indicando con su grado y su calidad; puede ser visible en la actitud y en el movimiento y puede ser sentido mediante el contacto corporal. La tranquilidad transmite tranquilidad, se manifiesta por un tono suave, lento, apacible, equilibrado.
Autor:
Joaquín Benito Vallejo