En pocos días, todo el aforo quedó absolutamente vendido. Las aportaciones ciudadanas de la fila "0" habían sobrepasado cualquier especulación. Ahora sólo faltaba, y no era poco, que el concierto de Patrick resultara un éxito. Él, junto a Alma, que también se había ofrecido para actuar fuera de programa, lo había preparado a conciencia con la intensidad y disciplina que lo caracterizaban. Se sentía a la vez preparado e ilusionado. Muchas veces se había preguntado el porqué de tanto esfuerzo, para qué le serviría dejar de aporrear el piano hasta hacerlo hablar con los matices más selectos del lenguaje musical. Hoy tenía una primera respuesta y estaba orgulloso de ella: para ayudar a los demás.
Los ensayos y las pruebas de sonido supusieron una nueva experiencia. Adriana había ordenado trasladar el piano del salón de su casa hasta el escenario del teatro y Carlos Velázquez, afamado afinador de pianos, había repasado cada una de las cuerdas con mimo, casi con devoción religiosa, hasta dejarlo con alma propia. Su limpia sonoridad había superado con creces las pruebas de grabación. Los técnicos de "Fórum", avezados como estaban en su trabajo, perplejos quedaron al escuchar los registros de prueba.
César, siempre inquieto y movido por el resorte de la amistad, no había cesado en darle vueltas al acontecimiento. Una mañana, de improviso, se había acercado hasta las instalaciones de Catalunya Radio.
– ¡Buenos días! Vengo a una entrevista para la emisora.
– ¿A quién tengo que avisar? Interrogó el guardia de seguridad.
– Al señor Xavier Chavarría, de Cataluña Cultura.
Obtenido el permiso se adentró en las dependencias de la emisora. Subió unas amplias escaleras enmoquetadas hasta el segundo rellano. Allí le esperaba el musicólogo con amplia sonrisa por reencontrarse con un antiguo alumno. Después de los saludos:
– Verás, Xavier. Resulta que todos andamos trajinando porque se ha organizado un concierto de piano para beneficio de la residencia de ancianos de Sant Just. Patrick es el concertista.
– ¿Y qué deseáis de mí?
– Hombre, si no es mucho pedir… Cuando escucho tu programa, anuncias, en la agenda cultural, los actos que van a realizarse durante la semana. Si quisieras incluir el nuestro… – y le entregó uno de los carteles anunciadores del concierto con el programa-.
Xavier lo leyó con detenimiento y con cierto asombro. Un programa dedicado a los nocturnos de Chopin entraba de lleno en la programación que estaba realizando la emisora. "Noche romántica" era un título suficientemente atractivo como para interesarle. Además, ¿quién le niega un favor a un alumno para una causa benéfica?
Después de fruncir el ceño mostrando cierta reticencia, cogió por los hombros a César y acompañándolo hasta la puerta le dijo:
– Contad conmigo. Haré lo que me solicitas y, si queréis, presentaré yo mismo la velada. Estaré encantado de volver a veros. Os dejé cuando erais alumnos de primaria y ahora sois unos jóvenes llenos de vitalidad y entusiasmo.
No cabía de contento dentro de sí. Al llegar al teatro comunicó el resultado de su atrevida ocurrencia a sus compañeros. Todos aplaudieron su iniciativa a la vez que cayeron en la cuenta de que no habían pensado en las presentaciones. Desde luego, la presencia de Xavier Chavarría, prestigiaba aún más el acto. Ese sello de calidad que pretendían, se afianzaba con la activa participación de musicólogo. El anuncio a través de la emisora rubricaba aún más su puesta a punto, pero tal vez innecesaria puesto que todas las entradas que se habían puesto a la venta estaban agotadas. De momento el éxito económico estaba más que garantizado. Ahora todos los esfuerzos se centraban en el resultado musical del evento.
Toda la familia de Patrick se hallaba sentada para la comida dominical. Hermanos, abuelos y padres ocupaban sus asignadas sillas cuando su hermana le dio un ligero puntapié en el tobillo como indicándole que aquel momento era el instante apropiado para la comunicación.
– Tengo que daros una noticia.
El corazón de Joana se encogió. Lo inesperado suele producir sobresaltos. Cuando éstos provienen de un adolescente, inquietud.
– El día de San Luis, ya finalizados todos los exámenes, voy a dar mi primer concierto en el teatro municipal e Sant Just. Es a beneficio de la residencia de ancianos.
Su hermana y su hermano mayor aplaudieron la noticia. Sus padres y sus abuelos tardaron algo más en reaccionar. La incredulidad y el asombro labraban túneles oscuros en su interior. ¿Patrick delante de un público? ¿De dónde había obtenido la suficiente bravura para aparcar su natural timidez? ¿Era atrevimiento o se había preparado a conciencia para el evento? Alma, cómplice de la decisión de su alumno, no les había comunicado nada a sus padres. Cuando su padre lanzó su pregunta, todos enmudecieron:
-¿Cómo ha sido esto?- preguntó preso de admiración a la par que de su preocupación.
Su hermana le asistió ante el envite que se le presentaba:
-Ese Javier y Adriana han logrado el milagro de que Patrick abandone la timidez y empiece a hacerle frente a la vida. Tantos años de práctica musical bien merecen un concierto en el teatro de Sant Just. Llegará el día en que deberemos engalanarnos para el debut de mi hermano en el Liceo o el Palau de la música, ¿no os parece? Y, por cierto, yo tengo las entradas del concierto para todos. Con lo despistado que es, seguro que ni había pensado en este detalle. Así que, cuando me enteré del asunto ( y puso los dedos índice y corazón señalando comillas) enseguida me puse en contacto con Adriana y le compré las entradas. Así que me debéis el importe de 10€ cada uno de vosotros. Mis fondos de reserva se han agotado y necesito reponerlos lo antes posible.
– ¿Y qué vas a tocar en el concierto?
– El anuncio del concierto lo titula como " Noche romántica". A las once de la noche, bajo la claridad de la luna, diez de los diecinueve "Nocturnos" de Chopin llenarán con sus armonías los regalados oídos de los presentes – apostilló Nila, en un tomo absolutamente teatral que complació a toda la familia-.
EL CONCIERTO
Al nerviosismo que ocurre en cada estreno había que sumar el de Patrick en su primer concierto. El estreno de cualquier prenda enorgullece a su propietario por el lucimiento que le proporciona. La inquietud del resultado, de la aceptación sumerge al artista en un estado cercano a la histeria.
Tanto nerviosismo, tanto ajetreo sólo se desvanece con la seguridad en uno mismo y con la repetida práctica de lo que se va a ofrecer. Así pues, aquella mañana, Patrick desconectó de todo y de todos y se encerró en su habitación ensayando una a una todas las partituras que por la noche debía interpretar ante un público que esperaba una excelente interpretación.
La música de Chopin es sencilla, espontánea, pero producto siempre de un increíble trabajo de perfeccionista. La improvisación formaba parte de su bagaje, pero después iba añadiendo detalles especiales. Rememorar el recuerdo de lo que le surgía en las improvisaciones le llevaba a veces a desesperarse y a padecer verdaderos ataques de nervios.
Patrick lo tenía muy claro. Lo había discutido con su profesora , Alma, y estaba decidido a no caer en adornos ajenos al compositor. Estaba dispuesto a que prevaleciera la forma sobre el color. La técnica debía estar al servicio de la forma musical, el amaneramiento con que pianistas de renombre adornan los momentos mágicos que la música sugiere le irritaban. "Nunca el músico debe estar por encima de la música". Lo había leído en la biografía de Artur Rubinstein y tardó en entenderlo.
No pretendía plantear una revisión personal del mundo chopiniano, sino transmitir toda la sensibilidad de mundo romántico en sus altibajos emocionales: suaves y delicados en el intimismo; vehementes en el desencuentro. Comprendía cómo podía llegarse a amar, pero ignoraba la letanía de la tragedia que supone dejar de amar a una persona. Chopin lo había percibido emocionalmente y lo había transcrito en melodías y variaciones musicales. El abismo de la sensibilidad es el silencio de las emociones. No puede obligarse a nadie a sentir lo que no está escrito en la partitura. Le sobraba dignidad para reconocerlo. Dignidad, orgullo y disciplina eran componentes de su personalidad labrados a base de tiempo y esfuerzo.
-" ¿Quién sabe hacia dónde corre el tiempo?" se preguntaba retóricamente su abuelo.
Sólo el amor por la belleza nos permite controlar el mundo de los sentimientos. Cuando éstos envejecen, se abre delante de nuestra vida la puerta del infierno. Sólo la dignidad es la que decide. Por eso estaba dispuesto a ofrecer la dignidad de la fidelidad. Hoy, más que nunca, se sentía intérprete de las emociones del polaco parisino.
Quedamente, unos golpecitos suaves perturbaron la atmósfera de sensibilidad con que había colmado la estancia de su habitación.
-¿Quién es? Preguntó con voz cansada.
-Patrick, Adriana ha venido a verte –contestó su madre detrás la puerta.
Se levantó impulsado por resorte de la sorpresa y abrió la puerta.
-¿Dónde está?
-Abajo en el salón. He pensado que no te gustaría que viera el desorden de tu habitación.
– Has hecho bien mamá. Te prometo que cualquier día de estos voy a dejarla limpia como una patena. Pero no, no me importa que Adriana sepa que convivo con este orden desordenado. Vamos a buscarla.
Bajaron las escaleras, pero a Patrick los latidos de su corazón se le aceleraron por momentos.
-¡Hola, Adri! ¿Qué te trae por casa?
Su madre, siempre prudente, había hecho mutis por el foro y los había dejado solos.
– Vamos a mi habitación. No te sorprendas. Ya sabes que soy un poco desordenado y hoy no he dejado entrar a Jacinta para que aderezara…
Adriana no le dejó terminar la frase.
-Nada puede cambiar la opinión que tengo de ti. He venido para estar un ratito contigo y mostrarte todo mi apoyo.
Nada le dijo que lo más le apetecía era estar con él. Era celosa de sus sentimientos y prefería que fuera él quien diera los pasos pertinentes. Parecía que iba a aplicárseles el refrán castellano: "Unos por otros, la casa sin barrer." La receptibilidad de ambos estaba asegurada, pero ninguno de los dos daba el paso decisivo.
Las horas iban desgranándose del reloj y el tiempo del concierto se aproximaba. Toda la familia de Patrick estaba ya dispuesta para subir al coche y dirigirse a la sala de conciertos.
– Marchad todos juntos. Ya bajaré en la moto.
– Pero ten mucho cuidado. Mucha gente está pendiente de ti. Sólo faltaría que… – la abuela cogió del brazo a su hija y no le dejó finalizar la frase -.
Adriana sonreía. De pie, en el amplio portal de la casa esperaba y se interrogaba sobre su presencia en el portal precisamente en aquellos momentos. Así que…
– Esperadme. Voy con vosotros. Hasta luego, Patrick. Tengo que bajar hasta el teatro para revisar los últimos preparativos. Ponte muy guapo…
El joven pianista había dejado que su madre y su abuela hicieran cábalas sobre el concierto y sobre el vestido más apropiado. Él tenía decidido de antemano que la camisa negra y los pantalones del mismo color serían su indumentaria para el concierto. Jacinta los había dejado preparados en el blanco armario de su habitación.
Treinta minutos antes del inicio del concierto, el ronroneo de la motocicleta de Patrick cesaba en su rugir en el aparcamiento próximo al teatro municipal de Sant Just. La plaza que da entrada al teatro estaba repleta de gente. En las terrazas de los bares que lo circumrodean no había silla vacía. Todos aguardaban la hora del inicio. Muchos se habían sumado al acontecimiento por ser una obra benéfica, otros atraídos por la novedad. Sólo unos pocos tenían en ánimo preparado para ser seducidos por la música.
– ¡Hola! ¿Cómo va todo? ¿Preparado?
Se limitó a saludar con la mano y entró acelerado al interior del teatro. La sala ya estaba medio llena. Cabía aún esperar unos largos instantes para el inicio del concierto. Se refugió en una habitación que le hacía de camerino. Absorto en sus pensamientos repasaba mentalmente las partituras a la vez que golpeaba la mesa con los dedos en un inexistente piano. En estas cábalas se hallaba, cuando entraron el camerino Adriana, Javier y el exprofesor de música del colegio en que había pasado toda su vida escolar, y presentador de la gala.
– ¡Hola, artista! ¿Todo dispuesto y preparado?
– Por supuesto. Tengo ya ansias de que empiece. ¡Gracias por venir!
-¿Has leído el programa? ¿Sabes qué corresponde a cada momento, cuando debes entrar y cuando debes salir del escenario?
– No. Javier y Adriana estarán entre bambalinas y ya me indicarán lo que corresponda en cada momento.
– No habrá ningún problema en eso.
-Bueno, dentro de cinco minutos nos vemos. El teatro empieza a bullir de gente. En breve cerrarán las puertas.
-De acuerdo, ahora mismo subo.
Adriana retrasó su salida del camerino y cerró la puerta por dentro. Se fue a por Patrick. Lo abrazó y dulcemente juntó sus labios contra los suyos en un beso delicado, cariñoso.
– Tú sabes que te quiero.
– A mí las palabras me cuestan, pero esta noche te lo diré con mi música. Nada me hace más feliz que saber que cuento contigo.
La hora era vencida y las luces de la platea menguaron en su intensidad hasta palidecer. Se hizo el absoluto silencio y apareció en el proscenio la directora de la Residencia. Expresó las gracias a todos los asistentes y les informó de los avatares en la organización del acto. Destacó la entrega del grupo de amigos y colaboradores del colegio Ramdian que tomaron las riendas desde el primer momento en que surgió la necesidad de recaudar fondos. Hoy, gracias a la generosidad de unos y a la entrega de otros, se intuía un año sin dificultades económicas.
Seguidamente el musicólogo Xavier Chavarría presentó el acto en una enumeración, mezcla de biografía y características técnicas, del genio polaco. Y sin más dilaciones Patrick apareció en escena. Pocas veces sucede que encontramos en el cuerpo de un artista la metáfora perfecta de su talento sin tener que recurrir al artificial puzle de lo estereotipado. Su gesto frágil, casi delicado. El pelo, negro, abundante y largo; palidez en el rostro, ojos con la profundidad del surco. Cierta rigidez que provenía del combate permanente contra su insatisfacción. Las manos de aristócrata, de marcado hueso, con las curvas necesarias para pulir las notas que , almacenadas en su cabeza, reproduciría en cada una de las teclas del piano.
Se sentó en el taburete e inició el Estudio nº 12 "Revolucionario". Las redobladas octavas parecían cantar re-vo-lu-ción. Las súbitas modulaciones elevaron el ánimo de los espectadores. Dosificó su energía en los movimientos rápidos de las interminables corcheas de la mano izquierda y mostró toda la delicadeza en los lentos de sofisticación creciente en varias fases paralelas. Los sentimientos hechos notas envolvieron a los oyentes en un mundo fascinante, sofisticado, melancólico. Trasladó las mentes de quienes se dejaron envolver por la música a los palacios parisinos hechos salas de concierto. La presencia de Chopin se hizo evidente. El poder del pianista hizo resucitar al genio. La mezcla de pasión, amor, desesperación, individualismo, suspicacia, temperamento exacerbado, propio del romanticismo, salieron de las teclas del piano de Adriana alimentando los sueños con una melancolía vital. En último acorde le prolongó lánguido en un ocaso lleno de filigrana. El silencio cortaba el aire del teatro. Patrick permanecía sentado, recreándose en el pasaporte de gloria con que el aplauso inicial de Alma y Xavier agradecían la emoción vivida en aquel inicio del concierto. Adriana con los ojos cerrados imaginaba que sólo tocaba para ella.
El musicólogo de Cataluña Cultura tomó la palabra:
– Creía que iba a encontrar en Patrick a un músico académicamente correcto, musicalmente en formación. Estoy a punto de replantearme mi juicio .
Referente a los NOCTURNOS que nos ocupan esta noche baste decir que son suficientes para que un músico entre en el Olimpo de la gloria. En ellos Chopin transita por todos los estados del alma, desde la más profunda soledad hasta la banalidad de una conversación entre amigos. Su nivel expresivo, delator de su enorme creatividad, es sencillamente apabullante. La sonoridad, la armonía que se consigue con estas obras elevan a Chopin a la tríada de los prodigios del piano. En su estructura las repeticiones no son textuales, sino adornadas pero sin caer en el vicio del virtuosismo exagerado. Damos paso al segundo de los nocturnos.
Patrick se sentó de nuevo frente al piano del que había arrancado toda la expresividad posible. Se había fundido en uno con Chopin y trasladado las emociones del polaco a la caja de resonancia del piano.
El trac escénico le estaba llevando a no poder arrancar de una vez. Los artistas llegan a padecer tal grado de ansiedad cuando se enfrentan al público que son capaces de cualquier cosa con tal de evitar ese momento. La luminosidad de los ojos de Adriana y su sonrisa complacida le incitaron a iniciar los primeros compases.
La delicadeza de la melodía transportó a los oyentes a ese mundo de libertad que tantas veces había evocado Chopin. A esa atmósfera de ternura y delicadeza que hace presentes los sentimientos más íntimos; y de repente, sin solución de continuidad, Patrick sacudió a la audiencia con la vehemencia y ferocidad que es capaz de desplegar un "allegro agitato". Si tras la tormenta llega la quietud, la ternura y la mansedumbre volvieron a repetir la melodía inicial. Patrick dejó de tocar. El acorde final fatigado se esparcía por toda la sala y no se oía ni el aliento de la respiración. Apagado ya el acorde, la sala entera prorrumpió en un sonoro aplauso. Adriana se dio cuenta de que tenía los ojos húmedos y un nudo en la garganta que le hubiera impedido contestar a cualquiera que le hubiera interrogado en aquel momento.
El concierto prosiguió "in crescendo" de emoción. El público, profano de técnica musical, pero no de emociones y sentimientos, premió al joven intérprete con el calor de prolongados aplausos en cada una de sus emotivas actuaciones. Tras hora y media de indagar por el alma de los presentes con la música de F.Chopin, dio por finalizada su actuación. Ahora era el turno de Alma que aportaría su gran maestría con divertimentos jazzísticos de temas de películas famosas.
-Vámonos, Adriana. Tú y yo tenemos poco de qué hablar y mucho que explicarnos. Deja que la fiesta siga en paz. Nuestro compromiso con la Residencia está más que cumplido, holgadamente cumplido, diría yo.
-¿Adónde vamos?
-Sube a la moto que nos vamos a perder por Barcelona…
En pocos minutos llegaron a las inmediaciones de Santa María del Mar, en el barrio de Ribera. Músicos callejeros regalaban por plazas y esquinas melodías a los transeúntes, envolviendo aquellos recintos cargados de historia y de monumentalidad en un baño de romanticismo.
Los dos cogidos de la mano, paseando por aquellos andurriales, se prometieron seguir buscando emociones uno al lado del otro.
EL DESPERTAR
Patrick, despierta! Adriana está en la puerta esperándote
Voy enseguida.
Guardó todas las fotografías desparramadas encima de la cama dentro de la caja y la depositó en el mismo lugar que ocupaba en la estantería. Los propósitos de limpieza quedaban en eso, propósitos. Tiempo habría para cumplir la promesa o dar licencia a Jacinta para que se ocupara de la amplia estancia en sus quehaceres de limpieza. Hora era de avillarse porque Adriana esperaba en el coche a la puerta del garaje.
Soñaba que se habían enamorado y ahora acudía a su llamada.
-¡Hola! ¿Qué estabas haciendo?
-Soñaba cuando me enamoré de ti.
-¿Y…?
– Me han despertado para acudir a tu encuentro.
Enfilaron la gran avenida que da entrada a la Ciudad Condal por el oeste. Descendieron por la Vía Layetana hasta el aparcamiento de la Catedral y se perdieron por entre las callejuelas del barrio gótico celebrando a cada paso, en cada mirada y en cada gesto una eterna melodía de compases armoniosos.
FIN
Autor:
Marcos Prudenci Vidal
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