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Historia, política y novela negra (página 2)


Partes: 1, 2

Dejó de llorar, y descansó en mis brazos, sin decir nada. Luego se puso a hablar casi como en un susurro. ­ No es dichoso. Estará mejor…muerto. ­ ¿De veras? ­ No lo crees, ¿verdad? ­ Desde su punto de vista, no lo creo. ­ Sé que no es verdad. Me lo digo siempre. Pero hay algo en mí, no sé qué. Tal vez estoy loca. Pero hay algo en mí que ama la muerte. A veces creo que la muerte soy yo misma, envuelta en una mortaja escarlata, flotando en la noche. ¡Me veo tan hermosa entonces! ¡Y tan triste! ¡Y tan ansiosa de hacer que todos sean felices arrastrándolos conmigo en la noche, lejos de toda preocupación, de toda desdicha!… Walter, esto es lo más horroroso. Sé que es terrible, y me lo digo constantemente; pero a mí no me parece terrible. Es como si yo hiciera algo…lo que a él más le conviene; pero él no lo sabe. ¿Me entiendes, Walter? ­ No. ­ Nadie puede entenderme. ­ Pero vamos a hacerlo. ­ ¡Vamos a hacerlo! ­ Sin andar con medias tintas. ­ ¡Sin andar con medias tintas! *18 Apenas cruzadas las vías del ferrocarril, me volví hacia atrás, recorriendo un trecho de Riverside; doblé, dando la cara a Los Feliz, y detuve el coche. Paré el motor y apagué las luces. Eran exactamente las 12.27. Me di vuelta y miré, viendo mi propio coche a unos noventa metros detrás de mí. Miré el pequeño claro entre los árboles. No se veía ningún automóvil. Phyllis no había llegado. Saqué el reloj y lo tuve en la mano. La aguja pasó por las 12.30. Seguía sin llegar. Guardé el reloj en el bolsillo. Crujió una rama…allá lejos, entre los arbustos. Di un salto. Bajé el vidrio de la ventanilla derecha del coche y me quedé allí, mirando entre las ramas para ver qué era. Debí haber estado mirando fijamente al menos un minuto. Crujió otra rama, esta vez más cercana, Después vi un fogonazo, y algo me dio de lleno en el pecho, como si Jack Dempsey hubiera descargado en él toda la fuerza de sus puños. Era un tiro. Comprendí lo que había sucedido. Alguien más había calculado que el mundo no era bastante grande para dos personas que comparten esta clase de secretos. Había ido a matarla, pero ella me ganó de mano. *19 ch) En cuanto al ambiente, en general, se torna de lo exótico y alejado a lo conocido y próximo. Bien lo expresa Piglia (op. cit ) que sobre lo tratado conoce bien: el espacio preferido es la ciudad y – más aún – la ciudad de noche.

De la urbe se eligen calles desoladas o de extramuros. También el puerto, fábricas desmanteladas, depósitos vacíos, garitos, bares clandestinos, night clubs ; es decir: radios marginales donde la corrupción y el delito son moneda corriente, de cambio.

Por esas ciudades ya sin nombre, ya identificadas. Pequeñas, importantes, de provincia o insignificantes deambulan con sus conflictos a la espalda los héroes o, mejor, antihéroes que pueblan esta narrativa. Y, en las sombras , sus figuras se corresponden con sus caracteres nunca del todo claros y casi siempre poco previsibles.

Estaba tratando de decidir hacia dónde debía dirigirme. No podía correr nuevamente el albur de los trenes o de los caminos que salían de la ciudad o de los barcos que navegaban por el río. Había llegado a un punto en el cual todas estas soluciones resultaban demasiados peligrosas. Ahora que estaba en Filadelfia, debía permanecer allí. Era una ciudad suficientemente grande. Lo que debía hacer era buscar una zona donde les resultara difícil encontrarme, y donde pudiese esperar hasta recuperar las fuerzas. Conocía Filadelfia porque hacía mucho tiempo había pasado un par de años en la Universidad de Pennsylvania, y en aquella época había sido un muchacho impresionable al que le había gustado vagar y husmear las cosas. Durante esos dos años había recorrido gran parte de Filadelfia, ya había descubierto que dentro de la ciudad existían otra muchas ciudades. Germantown formaba una unidad por sí sola, lo mismo que Frankford. Del otro lado del Schuylkille estaba Filadelfia Oeste, con su Universidad. Y como la ciudad estaba dividida tan terminantemente, pensé ahora que lo que debía hacer era alejarme del centro y cruzar algunos límites. Me pregunté si se cometían muchos delitos en Germantown. Si la situación no había cambiado, allí no encontraría mucha actividad policial. […] Pero ahora no podía abandonar nada: sólo podía huir. Había una gran diferencia entre abandonar un lugar y huir de él. […] Se volvió y miró y todo lo que vio fue la calle y las casas de ambos lados de la misma, y las veredas desiertas. *20 Sentado, sentado, sentado; había estado sentado desde que volviera de la sala del tribunal, solo, sin amigos y asustado en la ciudad más aterradora del mundo, contemplando desde la ventana esa raquítica palmera que hay en el centro del patio del bungalow, pensando "Mona, Mona, Mona" y preguntándome qué iba a hacer sin ella, eso y nada más: "¿qué voy a hacer sin ti?", y de repente se hizo de noche (sin violetas ni rosas ni malvas), noche oscura y profunda, y entonces me levanté y me fui a pasear, sin un rumbo determinado, sólo a pasear, para salir de la casa donde vivía con Mona y donde su fragancia persistía por doquier. Hacía horas que quería salir, pero el sol me lo había impedido. Tenía miedo del sol, no porque fuera ardiente, sino por lo que podía hacer a mi imaginación. Sintiéndome de aquel modo, solo y sin amigos, con el futuro muy negro, no quería salir a la calle y ver lo que el sol iba a mostrarme, una ciudad barata llena de tiendas baratas y de gentes baratas, como la ciudad que había abandonado, idénticamente igual a cualquiera de otras diez mil ciudades pequeñas del país – no era mi Hollywood, no era el Hollywood sobre el cual se lee ­. Esto es lo que ahora me daba miedo, no quería arriesgarme a ver algo que me obligase a desear haberme quedado en casa, y ésta es la razón de que esperase la llegada de la oscuridad, de la noche. A esa hora es cuando Hollywood tiene realmente encanto y misterio y uno se alegra de estar aquí, donde suceden milagros por doquier, donde hoy no tienes un céntimo y nadie te conoce y mañana eres rico y famoso… *21 ­ Saben que estoy en Filadelfia. Es indudable que vigilan todas las estaciones de trenes y de ómnibus. ­ El puerto – exclamó ella, haciendo castañear los dedos ­. Tengo amigos en el puerto. ­ Parece interesante. El problema consiste en que en casos como éste, la ley no olvida el puerto. Estarán vigilando todos los muelles. *22 A veces se elige el ámbito rural: se lo utiliza, en especial, como contraste con la urbe – cuya vida tensionante, desdichada, excluyente – trae la nostalgia de lo vivido o figurado del campo. Lugar, se sabe o supone, apacible, feliz, contenedor.

d) El investigador, el enigma y el delito sufren también, un tratamiento muy diferente al que les prodigaba el policial clásico. Así, el detective medular, oxidado, previsible; de clase alta o media alta, aficionado y diletante es sustituido por un profesional – que puede ser policía o reo, víctima o victimario – activo, violento, imprevisto, codicioso; de clase media, baja o marginal cuya inclinación se centra, siempre, no ya en el modo del ilícito sino en la causa.

En esta narrativa el enigma (si existe) carece de importancia y el delito privado, distinguido, lejano se torna público, violento, cercano.

El investigador (si lo hay) no se preocupa por destejer la intrincada trama – para el común indescifrable, esotérica – lo cual permite al lector dejar de ser mero espectador (asombrado pero aburrido) del cientificismo decimonónico – aparente e inocente solución de todos los obstáculos de la humanidad – para "participar" de hechos que identifica con su realidad cotidiana.

Más claro aún: El detective nunca se pregunta porqué sino cómo se comete un crimen […] Los relatos de la serie negra vienen justamente a contar lo que excluye y censura la novela policial clásica. Ya no hay misterio alguno en la causalidad: asesinatos, robos, estafas, extorsiones, la cadena es siempre económica. El dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única razón de estos relatos donde todo se paga [..] El crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista desde el crimen […] Todo está corrompido y esa sociedad es una jungla. (Piglia, Ricardo, Op. cit ).

­Tú dijiste que lo hiciste por dinero – intervino ella­ . Y eso te convierte en profesional. Si lo hubieses hecho por otros motivos, no habría sido un trabajo profesional. La mayoría de los asesinatos son estrictamente productos del odio. O del amor. O de algo que uno hace en un minuto de locura y que luego lamenta. Pero cuando uno lo hace por dinero, es puramente un transacción comercial; te coloca en un renglón especial, te convierte en un auténtico profesional. […] Ella había encontrado una falla en mi historia de lo ocurrido en New Orleans, y le bastaría con susurrar algo al oido de Charley, y éste haría algunas averiguaciones y descubriría que él le había contado una pequeña mentira. Le había dicho que había matado a su hermano por dinero, y Dios sabía que no había sido por dinero, y cuando Charley descubriese que él no era un profesional le dedicaría una sonrisa amable, una suave despedida, y le metería un plomo rápida y piadosamente. *23 Ahora bien, como se ha visto esta ficción inspira sus argumentos, primordialmente, en el contexto histórico de la vida norteamericana de la primera mitad del siglo XX y lo hace en radical disidencia con cualquier conformismo político y con cualquier optimismo social.

Además, logra con algunos de sus rasgos estilísticos renovadores y desacartonados, poner en crisis las convenciones éticas y estéticas del policial clásico y – de paso ­provocar en el lector un estado de tensión que desarticula sus puntos de referencia, sus certezas y convicciones pues esta literatura conlleva una íntima solidaridad entre el tratamiento y la temática lograda a través de la descripción behaviorista de los personajes, del dinamismo de los diálogos, de la narración densa pero fragmentada y de la manifestación de los aspectos más sórdidos de la sociedad de la época.

Todo esto conduce a crear una altísima presión psicológica, una situación de estrés que, posiblemente, sea el atributo más emblemático de estas ficciones. Inclusive, la mayoría de las ocasiones la resolución del conflicto es insatisfactoria y revela la amargura del éxito, el pesimismo de averiguar una verdad o de advertir la presencia de la muerte como destino liberador y consecuencia de una existencia en creciente deterioro moral de hombres y mujeres en el límite; saturados por el disconformismo, asediados por la alienación, sacrificados en el altar del éxito por un sistema despiadado, por la proyección de un estado de cosas en el cual toda boya referencial ha concluido por disiparse entre la niebla.

Esto lo escribo en mi camarote. Son más o menos las nueve y media. Ella está en el suyo, preparándose. Se ha puesto la cara completamente blanca, como recubierta de tiza, con círculos negros en torno a los ojos y rojo vivo en los labios y en las mejillas. Se ha vestido con aquella prenda roja. Tiene un aspecto horroroso. No es más que un gran rectángulo de seda roja, con el cual se envuelve; pero no tiene agujeros para pasar los brazos, y las manos, debajo, parecen muñones cuando las mueve. Se diría que es la misma siniestra figura que vino a echar los dados para apoderarse de las almas, en la rima del antiguo marinero. No he oído abrirse la puerta del camarote; pero está aquí a mi lado, mientras escribo. La siento. La luna. *24 Después de todo – dijo Emmerich – el crimen es la consecuencia de un concepto equivocado de la vida. *25 Sin duda hay excepciones. Sin embargo no es fácil encontrarlas. Véase una de ellas:

Las líneas de sus mejillas se hicieron más agudas y su mano se alzó lentamente, como un miembro artificial movido por alambres; sus dedos se cerraron poco a poco y con rigidez alrededor de la piel blanca del cuello del pijama, apretando con fuerza la piel contra su garganta. Después se quedó mirándome. – Dinero – aulló – . Supongo que quiere dinero. ­ ¿Cuánto? – intenté no decirlo con desprecio. – ¿Quince mil dólares? Asentí. ­ Estaría bastante bien. […] ­ ¡Hijo de perra! – me gritó. ­¡Bah, bah! Soy un tipo muy despierto. Carezco de sentimientos y escrúpulos. Todo lo que tengo es el prurito del dinero.. Soy tan interesado que, por veinticinco billetes diarios y gastos, principalmente gasolina y whisky, pienso por mi cuenta lo que hay que pensar; arriesgo todo mi futuro, me atraigo el odio de los policías y de Eddie Mars y sus compinches, hurto el cuerpo a las balas y aguanto impertinencias, y digo: "Muchísimas gracias. Si tiene usted más dificultades, confío en que se acordará de mí; le dejaré una de mis tarjetas por si surge algo." Hago todo esto por veinticinco billetes diarios y quizá, en parte, por proteger el poco orgullo que un anciano debilitado y enfermo tiene aún en sus venas, pensando que su sangre no es veneno y que aunque sus hijas son un poco locas, como muchas buenas muchachas de hoy, pero no son perversas ni criminales. Por esto soy un hijo de perra. Muy bien, no me importa. Eso me la ha dicho gente de todos los tamaños y formas, incluyendo a su hermanita. Me dijo cosas peores por despreciarla en mi cuarto. He recibido quinientos dólares. Puedo conseguir otros mil por hallar a míster Rusty Regan, si pudiera encontrarlo. Ahora me ofrece usted quince grandes. Esto me convierte en una persona importante. Con quince grandes podía tener un hogar, un nuevo coche y cuatro trajes, e incluso tomarme unas vacaciones sin preocuparme de si perdía un caso. Resulta estupendo. ¿Para qué me lo ofrece usted? ¿Puedo seguir siendo un hijo de perra, o tengo que transformarme en un caballero como el borracho que estaba inconsciente en su coche la otra noche? – Estaba silenciosa como una mujer de piedra – .Muy bien – proseguí con voz ronca ­. ¿Se la llevará usted? ¿A un sitio lejos de aquí, donde pueda manejarla y no tenga revólveres, cuchillos y bebidas exóticas a su alcance? ¡Demonios! Podría incluso curarse, ¿sabe usted? Es posible. […] ¿Qué importaba donde una yaciera una vez muerto? En un sucio sumidero o en una torre de mármol en lo alto de una colina. Muerto, uno dormía el sueño eterno, y esas cosas no importaban. […] En el camino de la ciudad paré en un bar y me tomé un par de whiskys dobles. No me hicieron ningún bien. Todo lo que hicieron fue recordarme a Peluca de Plata. Nunca más volví a verla. *26

1918­1929

1930­1939

1940­1949

1950­1960

Sucesos bélicos, políticos y económico­sociales

Presidencias de W. Wilson (1913­1921).

Primera Guera Mundial (1914­1918).

EEUU beligerante (1916 ).

Ley Volstead – Enmienda 18 (1919).

Presidencia de W. G. Harding (1921-1923).

Presidencia de C. Coolidge (1923­1929).

Desarrollo capitalista.

Prosperidad inusitada.

Mitología del éxito.

Los dorados años veinte.

Corrupción generalizada.

Gangsterismo.

The Jazz singer (1927).

Caída de la Bolsa de Valores de Nueva York (1929).

Crack bancario y financiero.

Presidencia de H.C. Hoover (1929­1933).

Rearme militar EEUU: Arsenal de la Democracia.

Comienzo de la Gran Depresión. Presidencias de F. D. Roosevelt (1933 – 1945)

New Deal.

Derogación Ley Seca (1933).

Procesos judiciales a jefes mafiosos (1933).

Código Hays (1934). Represión política, sindical y social.

Intervención del FBI (J. E. Hoover)

Incremento del bandolerismo, la prostitución, la droga y el gangsterismo.

Tensiones sociales. Racismo.

Asesinatos de fiscales.

Ejecución de Sacco y Vanzetti.

Guerra Civil Española (1936­1939).

Inmigración de intelectuales europeos.

Invasión de Austria (1938). Segunda Guerra Mundial (1939­1945).

Guerra de Corea (1950­1953). Presidencias de D. D. Eisenhower (1953­19 61 ).

Recuperación renta real per cápita de 1929.

Pearl Harbour (7­12­1941) .

EEUU beligerante

Muerte de F. D. Roosevelt.

Presidencia de H. S Truman (1945­1953).

Rendición de Italia y Alemania.

Hiroshima y Nagasaki.

Rendición de Japón.

Fin S. G. Mundial.

Incremento corrupción y delincuencia juvenil.

Desempleo. Inflación.

Mayoría republicana en el Capitolio (1946).

Tensión racial. Limitación del poder sindical.

Ilegalización del Pdo. Comunista.

Comité de Actividades Anti Americanas (1947).

Militarismo. Intervención del FBI (J. E. Hoover).

J. MacCarthy denuncia infiltración de comunistas en el Departamento de Estado.

Guerra Fría. Miedo nuclear. Aumento del delito.

Muerte de J Stalin (1953). Maccarthysmo

Represión Ideológica

Emigración de intelectuales

Renuncia de MacCarthy.(1954) Prosperidad y paz.

Presidencia de J. F. Kennedy

(1961 ­ 1963) Desarrollo económico. Derechos Humanos Diálogo con la URSS

1918­1929

1930­1939

1940­1949

1950­1960

Novelas y autores tratados

Aparición de Black Mask (1920).

Dashiel Hammett

(1894­1961) Cosecha Roja (1927).

Dashiel Hammett

La maldición de los Dain (1929).

William R Burnett (18 99 – ?).

El pequeño César (1929).

Dashiel Hammett

El Halcón maltés (1930).

La llave de cristal (1931). James M. Cain (1892 ­1977).

El cartero llama dos veces (1934).

Dashiel Hammett

El hombre flaco (1934). Horace McCoy (1897­1955).

¿Acaso no matan a los caballos? (1935).

James M. Cain

Pacto de sangre (1936).

Serenade (1937). Horace McCoy

Luces de Hollywood (1938).

Raymond Chandler (1888­1959)

El sueño eterno (1939). James M. Cain

El estafador (1939).

Raymond Chandler

Adiós, muñeca

(1940).

William R Burnett

High Sierra

(1941).

James M. Cain

Wildred Pierce (1941).

Raymond Chandler La ventana siniestra (1942).

La dama del lago (1943).

David Goodis (1917­1967).

Dark Passage (1946) .

Al caer la noche (1947).

Horace McCoy Dí adiós al mañana (1948).

Raymond Chandler La hermana pequeña (1949).

William R Burnett

La jungla del asfalto (1949).

Horace McCoy

El bisturí (1952). Raymond Chandler

El largo adiós (1953).

David Goodis El ladrón (1953).

Viernes 13 (1954). La calle sin retorno (1954) . Disparen sobre el pianista (1956).

Raymond Chandler Playback (1958).

David Goodis

Un gato en el pantano (1958).

Citas

1­ Piglia, Ricardo, Crítica y ficción. Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1990.

2­ Hammet, Dashiell, Cosecha roja. Editorial Planeta, Barcelona, 1985.

3­ Cain, James M., El cartero llama dos veces. Editorial Bruguera, Barcelona, 1981.

4­ McCoy, Horace, Luces de Hollywood. Editorial Bruguera, Barcelona, 1981.

5­ Cain, James M., El cartero llama dos veces.

6­ McCoy, Horace, Luces de Hollywood.

7­ Chandler, Raymond, El simple arte de matar. en Cuentos de la serie negra. Selección y nota preliminar de R. Piglia, Cedal, Buenos Aires, 1979.

8­ Chandler, Raymond, Carta a Dale Warren. 7­1­45.

9­ Hammet, Dashiell, Cosecha roja. .

10­ Cain, James M., Pacto de sangre. E.D.H.A.S.A., Barcelona, 1956.

11­ Cain, James M., Pacto de sangre.

12­ Cain, James M., Pacto de sangre.

13­ Cain, James M., Pacto de sangre.

14­ Chandler, Raymond, Tristezas de Bay City. Unidad Editorial, Madrid, 1989.

15­ Cain, James M., El cartero llama dos veces.

16­ Chandler, Raymond, La ventana siniestra. Editorial Bruguera, Barcelona, 1981.

17­ Chandler, Raymond, Tristezas de Bay City.

18­ Cain, James M., Pacto de sangre.

19­ Cain, James M., Pacto de sangre.

20­ Goodis, David, Viernes trece. Ediciones Malinca, Buenos Aires, 1958

21­ McCoy, Horace, Luces de Hollywood.

22­ Goodis, David, Viernes trece.

23­ Goodis, David, Viernes trece.

24­ Cain, James M., Pacto de sangre.

25­ Burnett, William R., La jungla del asfalto. Ed. Planeta, Barcelona, 1981

26­ Chandler, Raymond, El sueño eterno. Editorial Bruguera, Barcelona, 1981. Bibliografía

Además de la citada en el texto puede consultarse:

1.­ Vázquez de Parga, Salvador, De la novela policíaca a la novela negra. Plaza y JanésEditores, Barcelona,1986.

2.­ Del Rosal, Juan.,Crimen y criminal en la novela policíaca .Editorial Reus, Madrid,1947.

3.­ Mira, Juan José, Biografía de la novela policíaca ( historia y crítica ). Editorial A.H.R., Barcelona, 1956.

4.­ Boileau,Pierre y Narcejac,Thomas, La novela policial .Paidós,Buenos Aires,1968.

 

 

Autor:

Ángel Gregorio Cabello

Partes: 1, 2
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