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José Millet: un santiaguero en Coro

Enviado por José Millet


Partes: 1, 2

    1. ¿Quién eres tú, santiaguero?
    2. ¿Un descubrimiento nuestro?
    3. Mi familia
    4. Hijo de la Revolución Cubana
    5. Camino al mundo de la cultura
    6. Un hombre de letras
    7. ¿Te quedaste sólo al nivel de la escritura?
    8. Tengo entendido que has ganado algunos premios en concursos…
    9. Y, ¿ningún premio literario?
    10. ¿Qué es lo más significativo de lo que has publicado?
    11. ¿Y tus últimas publicaciones en Venezuela?
    12. ¿Algún otro mensaje?

    El gran poder existe en la fuerza irresistible del amor.

    Simón Bolívar

    La muerte, su paso breve… hace poco ha hecho estragos entre varios de mis más que entrañables amigos y compañeros de trabajo, hermanos de lucha de estos años de Revolución cubana. Parecería que las situaciones extremas conducen al ser humano a una reflexión sobre el alcance de su vida y es, justamente, en lo que se ha visto envuelto en tiempo reciente, sin quererlo ni temerlo tampoco. Alguien dice que cuando los allegados mueren a tu derredor, es síntoma de que te pisa los pies la edad provecta. El le responde: la muerte no es verdad cuando se ha cumplido con la obra de la vida. Confiesa que su vida ha consistido en una gestación personal atenta para encarar este evento postrero, natural e inevitable. De todos modos, resulta útil el balance de lo hecho hasta un punto de la existencia y, como las páginas del diario Nuevo Día ofrecen un espacio dominical para tratar el tema "los que llegaron para quedarse", lo aprovecha para hacer su presentación formal ante la comunidad falconiana. Aunque aclara haber brotado del fondo del Mar Caribe y su esperanza y voluntad de "ser sembrado en cualquier punto de la parte líquida o sólida de nuestro planeta, siempre que sea útil".

    ¿Quién eres tú, santiaguero?

    El ser del individuo está dado por el sitio donde nace y es fruto, en medida casi determinante, de la relación con quienes convive desde la cuna y luego crece. Al filo de la segunda mitad del siglo XX, emergí a la luz en el extremo oriental de una Isla—Cuba–, en el seno de una familia formada por un inmigrante francés y una hija de un peón de labranza, al fin ambos hombres sin bienes, que eso significa proletario. En un barrio rodeado de muchas personas que sufrían dobles vejámenes: la discriminación por el color negro de su piel y la explotación por su condición de gente pobre a la que no le quedaba otro remedio que vender su fuerza de trabajo. Eros guiñó un ojo cuando me fijé por primera vez en la hija de una pareja de esa doble condición social que vivía al lado de mi casa. La madre de mis hijos también es una mulata, de pelo negro y lacio, a la que muchos atacaron cuando anuncié que la había elegido para casarme; causa de la embestida: el color de su piel. Varias décadas después me ha vuelto a suceder lo mismo al tener amores muy tormentosos con otra mulata, lo que evidencia que los prejuicios raciales son complejos y difíciles de eliminar porque se instalan en lo más profundo del alma. La conciencia de esa situación de marginalidad y discriminación racial marcaría la orientación de mi pensamiento y de mi existencia desde aquella fecha temprana y a lo largo del tiempo que llevo sobre la tierra.

    Nacido al Norte del extremo oriental de la Isla, en una ciudad catalogada de "blanca", me tocó descubrir la magia del Caribe en otra situada al Sur de esta misma porción: Santiago de Cuba, ubicada en lo que un demógrafo cubano denominó "la franja negra" de Cuba, por la alta densidad de población de origen negro africana que se concentra en ella y en Guantánamo. A flor de piel estaba algo que muchos habían pasado por alto: la pertenencia a la cultura de una región cultural que había pasado desapercibida hasta por los espíritus más acuciosos del país, como el del sabio Don Fernando Ortiz, considerado como el Padre de la Antropología del Caribe. Reflexionando en un equipo de intelectuales egresados de la Universidad de Oriente acerca de la personalidad cultural del santiaguero, terminamos por desembocar en el reconocimiento de nuestra condición de ser caribeños, lo que en otros términos ha sido definido como la caribeñeidad o identidad caribeña, tan discutida en los medios académicos de los países de la región y en otros vinculados a ella. Llegamos incluso a publicar un tabloide con el claro nombre del Caribe…

    ¿Un descubrimiento nuestro?

    Esto nos fue ocurriendo a lo largo de la década de los setenta, pero ya para ese tiempo unos académicos polacos, geógrafos que habían ido a estudiar y a investigar a Cuba, habían publicado dos libros pioneros en este tipo de estudios: Premisas geográficas para una integración socioeconómica del Caribe y Atlas Regional del Caribe. En lo personal, fueron ellos quienes me enseñaron la importancia de los estudios regionales, enfoque que para entonces tenían pocos especialistas seguidores en mi país; entonces, es justo mencionar aquí al entrañable amigo, el doctor Andrej Dembicz, quien encabezó ese importantísimo proyecto en fecha tan temprana como la antes referida. También el Centro de Estudios del Caribe, de la prestigiosa Casa de las Américas, le había dado una especial atención a la literatura de los pueblos del Caribe.

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