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La vida después de la muerte según la Biblia


Partes: 1, 2

  1. La mortalidad del hombre según el Antiguo Testamento
  2. Negación de la vida más allá de la muerte

Según los dirigentes de la secta católica, después de la vida terrenal, para bien o para mal, hay una vida eterna. Pero, en contradicción con tal doctrina, según la mayoría de pasajes del Antiguo Testamento, ¡tan palabra de Dios como el nuevo!, la vida del hombre termina de manera definitiva con su muerte terrenal.

La doctrina según la cual más allá de la muerte terrenal del ser humano existe otra vida de carácter inmortal es uno de los pilares fundamentales de la secta católica y, por eso mismo, tiene especial interés analizar el origen y el fundamento de esta doctrina, ya que la creencia en ella no ha sido constante a lo largo de la historia del judeo-cristianismo sino que, por el contrario, la doctrina opuesta, la de que con la muerte el hombre regresa al polvo del que procede, es con mucha diferencia la idea dominante en el Antiguo Testamento, es decir, en la antigua religión de Israel, de la que surgió la secta cristiana.

La doctrina de la existencia de una vida eterna se fue introduciendo en algunos autores bíblicos que en ocasiones llegaron a contradecirse defendiendo ambas ideas aunque en pasajes distintos, quedando asumida de modo definitivo a partir del Nuevo Testamento, incorporado por los dirigentes cristianos a su Biblia.

Pero, en cuanto los dirigentes de la secta católica consideran que la Biblia en general, tanto el antiguo como el Nuevo Testamento están inspirados por el "Espíritu Santo" y que por ello representan la "palabra de Dios", y en cuanto, según los pasajes que se tengan en cuenta, en unos se afirma y en otros se niega dicha inmortalidad del hombre, la única conclusión que puede extraerse de esta contradicción es que el supuesto "Espíritu Santo" se encontraba bastante perdido por lo que se refiere a esta cuestión que a continuación se analiza. En cualquier caso y al igual que en otras ocasiones, la simple existencia de una contradicción es una prueba evidente de que los dirigentes de la secta católica se equivocan o mienten –o ambas cosas- cuando afirman que la Biblia representa "la palabra de Dios", pues su supuesto dios, como "el camino, la verdad y la vida", en ningún caso incurriría en contradicción alguna. Y, desde luego, es igualmente absurda su pretensión según la cual son ellos los únicos legitimados para interpretar la supuesta "palabra de Dios", pues no hace falta tener un intelecto especialmente clarividente para interpretar adecuadamente los contenidos bíblicos[1]

Paso a continuación al análisis del problema objeto de este estudio.

La mortalidad del hombre según el Antiguo Testamento

La idea de la inmortalidad referida al hombre aparece en Génesis en relación con Adán y Eva antes de su desobediencia a Dios. Fue precisamente en el momento de su expulsión del Paraíso cuando Yahvé habría colocado a "los querubines" como guardianes del "árbol de la vida" a fin de evitar que Adán y Eva comieran de él y se hicieran inmortales, tal como se narra en Génesis:

"Así que el Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén […] Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida"[2].

Posteriormente y en coherencia con este pasaje, a lo largo de una extensa serie de momentos lo que se asume como un hecho es que la vida humana termina definitivamente con la muerte, aunque en algunos momentos comienza a plantearse la idea de la existencia de un regreso a la vida y de una inmortalidad para quienes vivan de acuerdo con los preceptos divinos, y más adelante todavía surge la idea de que también el malvado tendrá una vida interminable, pero una vida de sufrimiento perpetuo. Pero, en general, en el Antiguo Testamento son muy pocas las ocasiones en que se defiende la existencia de otra vida más allá de la muerte física del hombre, y, en su lugar, suele hacerse referencia al sucedáneo de una mayor longevidad personal para quienes hayan sido fieles a Yahvé, junto a la promesa de una amplia descendencia –como los granos de arena del mar o como las estrellas del cielo-, o, en otros momentos, la de gozar de la "tierra prometida".

1.1. Larga vida, pero no inmortalidad

Por lo que se refiere al premio de una larga vida como recompensa por la fidelidad al "Señor", puede verse en pasajes como el siguiente:

– "[Yahvé, dirigiéndose a Salomón, le dice:] "Si caminas por mis sendas y guardas mis preceptos y mandamientos, como hizo tu padre David, te daré larga vida"[3].

Aunque resulta evidente, conviene reparar en que el hecho de que Yahvé prometa "larga vida" en un contexto como éste, sólo tiene sentido desde el supuesto de que el autor de este escrito, ¡inspirado por el Espíritu Santo! [?], no llegase ni siquiera a imaginar y mucho menos a creer en la posibilidad de la existencia de una vida eterna.

1.2. Multiplicación de la propia descendencia, pero no inmortalidad

Respecto a la recompensa relacionada con la multiplicación de la propia descendencia para quienes hubieran mantenido esta misma rectitud ante las leyes de Yahvé, puede verse en textos como los siguientes:

– "Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados"[4].

– "El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo"[5].

– [Yahvé dijo a Jacob:] "Tu descendencia será como el polvo de la tierra"[6].

– "[Así dice el Señor todopoderoso] Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré tu reino"[7].

– "Que el Señor multiplique vuestra descendencia […] No alaban los muertos al Señor, ni los que bajan al silencio"[8].

– "Como las estrellas del cielo que no pueden contarse, o como la arena del mar que no puede medirse, así multiplicaré yo la estirpe de mi siervo David y la de los levitas mis ministros"[9].

Como se ha podido comprobar, a lo largo de estos pasajes no se habla del "más allá" sino sólo de la multiplicación de la descendencia de quienes se mantienen fieles a Yahvé.

Tiene cierto interés reseñar cómo en el último pasaje citado se incluye a los levitas, es decir, a los sacerdotes de Israel, en el número de los elegidos. Esta referencia a los levitas-sacerdotes tiene un sentido especial en cuanto fueron ellos quienes dirigieron durante siglos al pueblo de Israel, y fueron algunos de ellos quienes escribieron o estuvieron especialmente relacionados con los autores de la mayor parte de los libros que constituyen el Antiguo Testamento, atribuyendo a órdenes divinas las decisiones que ellos tomaban para conseguir ser obedecidos por su pueblo, decisiones relacionadas con sus propios intereses y con su obsesión por mantener un control férreo sobre su propio pueblo.

1.3. "La tierra prometida" como recompensa, pero no la inmortalidad personal

Y, por lo que se refiere a la recompensa divina de "la tierra prometida", relacionada con la alianza de Yahvé con Israel, se dice igualmente:

– "Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepasados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos"[10].

– "los malvados serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra"[11].

– "los que el Señor bendice heredarán la tierra, los que maldice serán exterminados"[12].

Al igual que en los pasajes anteriores, puede observarse que tampoco en éstos se habla de otra vida sino sólo de la posesión de "la tierra prometida" o de "la tierra" –en un sentido algo más ambiguo o simplemente más general- para quienes se mantienen fieles a Yahvé, mientras que, en contraposición a éstos, se dice en Salmos 37:22 que aquéllos a quienes el Señor maldice "serán exterminados".

Negación de la vida más allá de la muerte

En otros momentos la vivencia de que con la muerte todo termina no queda compensada con la idea de una larga vida, ni con la de una extensa descendencia, ni con la de alcanzar la "tierra prometida", sino que se describe con un sentimiento de simple resignación, o, en otras ocasiones, con un matiz más o menos explícito de angustioso nihilismo.

2.1. Algunos pasajes bíblicos

Así, en ese primer sentido de resignación o sin expresar emoción alguna, puede hacerse referencia a los pasajes siguientes:

– "Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado porque eres polvo y al polvo volverás"[13].

En este pasaje, relacionado con el castigo divino por la desobediencia de Adán y Eva, se hace referencia explícita al trabajo como una parte de la condena, mientras que la muerte aparece como el fin natural de la vida, una vez que el hombre ha perdido el privilegio inicial de la inmortalidad con el que, al parecer, Yahvé le habría creado. Pero en este momento ese regreso a la tierra –o muerte definitiva- no es valorado como nada negativo en sí mismo. Por otra parte, pasajes como el anterior, que hay bastantes, han influído en la mentalidad de muchos cristianos con escasa formación cultural llevándoles a rechazar el evolucionismo, al interpretar de modo literal -y muy probablemente de manera fiel- la serie de ocasiones en que se dice en la Biblia que el hombre fue creado por el dios judeo-cristiano directamente del barro de la tierra.

Respecto a los textos que siguen a continuación hay que señalar que en los dos primeros se habla del polvo como el lugar al que el hombre regresa con la muerte, ya que fue del polvo de donde Yahvé lo formó:

– "Tú haces que el hombre vuelva al polvo"[14],

– "Recuerda que me amasaste con arcilla, y que al polvo me has de devolver"[15].

En el tercero se hace referencia al abismo como la morada del hombre, y, en el siguiente, se indica la equivalencia entre bajar al abismo y hundirse en el polvo, o, lo que es lo mismo, regresar al polvo del que Yahvé creó al hombre. En estos dos últimos pasajes, pertenecientes al libro de Job, no existe duda ninguna de que con la muerte todo termina para el hombre.

– "El abismo es mi morada"[16].

– "Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo"[17].

Los cinco pasajes siguientes, pertenecientes a Eclesiástico, insisten igualmente en la misma idea de la limitación de la vida humana.

a) El texto a, al igual que uno de los textos de Job, expone de modo natural la idea de que el hombre volverá a la tierra, de donde fue formado por Yahvé, idea reforzada en su parte final con la referencia explícita al hecho de que Yahvé asignó a los hombres días y tiempo limitado:

"[Yahvé] La cubrió [la tierra] con toda clase de vivientes, y todos volverán a ella. Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo. Asignó a los hombres días y tiempo limitado"[18].

b) El texto b proclama de manera concisa y totalmente clara, sin admitir ninguna otra interpretación, que el ser humano no es inmortal:

"…el muerto, como quien ya no existe, ignora la alabanza […] el ser humano no es inmortal"[19].

c) El texto c es una exhortación a no dejarse llevar por la tristeza ante la presencia de la muerte, tomando conciencia de que es el destino de todo ser humano y de que de nada sirve al muerto la tristeza que se le quiera manifestar, pues además sólo es cuestión de tiempo el que le sigamos al mismo lugar:

"Recuerda que no hay retorno; no aprovecha al muerto tu tristeza y te harás daño a ti mismo. Ten presente que su muerte será también la tuya: "A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy" "[20].

d) Igualmente el texto d afirma el carácter perecedero del hombre y de todo lo que contenga un hálito vital, pues, según se dice en Eclesiástico:

"Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve"[21].

e) El texto e es igualmente claro en su afirmación de que la muerte es el destino que Dios ha fijado no sólo para el hombre sino para todos los vivientes. Este pasaje tiene una importancia especial porque en él se niega de manera implícita lo que en otras ocasiones se afirma al considerar que habría sido Eva -a quien en esta ocasión no se la cita- quien introdujo la muerte en el mundo, pues, en efecto, según se dice en este texto de Eclesiástico, la muerte "es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente":

"No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán. Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente. ¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo? Aunque vivas diez, cien, mil años, nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida"[22].

Los dos pasajes que siguen pertenecen a Job. En el primero (f) se insiste en la idea de que la muerte es para siempre, mientras que en el segundo (g) Job manifiesta su extrañeza y desconcierto ante el hecho de que el hombre impío muera con la misma paz que el piadoso, regresando ambos al "abismo", es decir, al polvo de donde surgieron, sin diferencia de trato:

f) "…el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño"[23].

g) "Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo"[24].

2.2. Pesimismo ante el carácter efímero de la vida

Por otra parte, de manera progresiva la simple aceptación de la muerte como fin natural de la vida vino acompañada de alguna reflexión negativa acerca de su valor por su carácter efímero, quizá teniendo en el pensamiento el anhelo de que tuviera una duración más larga, quizá indefinida, para que así tuviera un sentido pleno en lugar de perderlo definitivamente con la muerte.

Sin embargo, el autor de los dos textos siguientes, perteneciente a los siglos IV-III antes de nuestra era, no parece haber imaginado todavía la posibilidad de que su dios pudiera prolongar la vida humana indefinidamente, a pesar de que en Génesis parece considerarse, aunque no de modo claro, que el hombre habría sido creado con el don de la inmortalidad para cuya consecución sólo le faltó comer del "árbol de la vida":

"El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto"[25];

pero el hombre no habría llegado a alcanzar la inmortalidad en cuanto no habría llegado a comer de dicho árbol y en cuanto, al expulsarle del Paraíso, Yahvé le habría negado definitivamente esta posibilidad poniendo a sus querubines como guardianes para impidírselo.

En cualquier caso y como ya se ha dicho antes, el pensamiento dominante en el Antiguo Testamento acerca de la duración de la vida es el de su carácter limitado. Desde esta perspectiva lo único que cambia según los pasajes que se verán a continuación es el matiz emotivo con que el hombre afronta la vivencia de la limitación de su vida, según sea de simple aceptación, de resignación, o de búsqueda del goce terrenal ante la conciencia de que es lo único positivo que podemos obtener mientras dure ("carpe diem"). Esta serie de vivencias dejará paso finalmente a un sentimiento de esperanza cuando de pronto la fantasía de los escritores de la Biblia alcance a vislumbrar la posibi-lidad de que el poder de Yahvé garantice una vida ilimitada para quienes sigan sus preceptos, y, posteriormente, esta misma inmortalidad para quienes tengan un comportamiento alejado de la obediencia a Yahvé, pero se trataría de una inmortalidad en la que lo esencial sería el eterno sufrimiento que la acompañaría.

Veremos a continuación una selección de pasajes bíblicos que muestran los diversos sentimientos que se acaba de indicar.

En primer lugar cito algunos pasajes en los que se afronta con fría resignación la idea de una muerte definitiva, pero con la ilusión de pensar que Yahvé, aunque no pueda alargar indefinidamente la vida del hombre, podrá multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo[26]o como el polvo de la tierra[27]sin dejar paso a otras ilusiones infundadas y aceptando la limitación de la vida como el sino de todos los seres vivos, en cuanto todos procedemos del polvo y a él hemos de regresar sin buscar un sentido especial a nuestra vida terrenal:

a) Se hace hincapié en el primer pasaje que presento en la idea del carácter irreversible de la muerte, utilizando la imagen del agua derramada "que no puede recogerse", mientras que en el siguiente la expresión utilizada, "sombra sin esperanza", es ya de por sí suficientemente significativa respecto a la vivencia de la insignificancia de la vida terrenal por su misma fugacidad. En ellos se dice:

-"…todos morimos y somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse"[28].

-"Nuestros días en la tierra pasan como sombra sin esperanza"[29].

b) En el pasaje siguiente la fantasía de su autor alcanza a imaginar que Ezequías logra que Yahvé, su dios, prolongue los días de su vida al menos quince años más. Este cambio puede parecer insignificante, pero parece que en realidad es el punto de partida que anima la audaz fantasía de los siguientes escritores bíblicos, extendiendo la duración de la vida no sólo quince ni cincuenta años sino, como se verá más adelante, de manera definitiva, pues se llegará finalmente a afirmar que, con la resurrección de los muertos, la vida del hombre, al menos la de los seguidores de Yahvé, tendrá una duración ilimitada. Pero, por el momento sólo tenemos esos quince años extra que Yahvé concede a Ezequías:

"Así dice el Señor: Arregla los asuntos de tu casa, porque vas a morir inmediatamente.

Entonces Ezequías se volvió contra la pared y oró al Señor así:

-Acuérdate, Señor, que he caminado fielmente en tu presencia, y que te he agradado con mi conducta actuando con rectitud.

Y rompió a llorar amargamente.

Aún no había salido Isaías del patio central, cuando el Señor le dijo:

-Vuélvete y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a devolverte la salud. Dentro de tres días subirás al templo del Señor. Alargaré tu vida quince años, te libraré a ti y a esta ciudad del rey de Asiria, y protegeré a esta ciudad en atención a mí mismo y a mi siervo David"[30].

Así que, aunque el autor de 2 Reyes no concibe todavía que Dios pueda extender su generosidad o su poder hasta conceder a Ezequías la inmortalidad, al menos ha podido darle esos quince años más de vida.

Puede observarse una vez más, al margen de la cuestión central que se está analizando, el antropomorfismo que supone, en primer lugar, que de pronto Yahvé, ante los lamentos de Ezequías, cambie sus planes supuestamente eternos y omniscientes, cediendo a la compasión puntual que surge en él como consecuencia de los lamentos y oraciones de Ezequías; y, en segundo lugar, lo absurdo y ridículo que resulta el nuevo antropomorfismo del autor al escribir que Yahvé dijo a Isaías: "protegeré a esta ciudad en atención a mí mismo […]", como si, a pesar de ser perfecto, a Yahvé pudiera afectarle lo más mínimo lo que le sucediera a la ciudad de que habla, especialmente teniendo en cuenta que, de acuerdo con su omnipotencia, todo, absolutamente todo, sucedería de acuerdo y como consecuencia de su voluntad, de manera que es una estupidez suponer que Yahvé fuera a proteger esa ciudad en atención a sí mismo –y la de suponer que el "Espíritu Santo" hubiera inspirado tales palabras tan ridículas-.

c) En el texto siguiente sólo se pide a Yahvé "un momento de respiro" antes de la muerte definitiva, antes de que "deje de existir", frase que expresa cierta obsesión ante la idea de la muerte definitiva, todavía dominante en los escritos bíblicos:

"No te fijes en mis pecados, dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir"[31].

d) A continuación, tiene interés observar en el siguiente texto más que el anhelo de otra vida, que por el momento nadie imagina como posible, el pensamiento nihilista de que los afanes de esta vida son "fatiga inútil", pues con la muerte todo se desvanece, por lo que cualquier ilusión carece de sentido:

"Setenta años dura nuestra vida, y hasta ochenta llegan los más fuertes; pero sus afanes son fatiga inútil, pues pasan pronto, y nosotros nos desvanecemos"[32].

e) En los textos siguientes, procedentes de Salmos, Isaías y Job, lo que se recalca de manera especial, junto a la limitación de la vida humana, es su fragilidad, que se compara con un simple soplo y que se muestra con especial tristeza precisamente por su carácter fugaz:

– "Él [Yahvé] sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba; florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir"[33].

– "El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella"[34].

– [Visión que tuvo Isaías] "No confiéis más en el hombre cuya vida es apenas un soplo sin valor"[35].

– "[Dice Job a Yahvé:]…déjame, que mis días son un soplo"[36].

De nuevo se insiste en la idea del absurdo de la vida humana cuando se dice que sus días no dejan huella o que son un soplo sin valor, lo cual, frente al posterior optimismo de Pascal, equivale a considerar que el hecho de que el hombre haya exis-tido durante un breve periodo de tiempo no tiene ninguna trascendencia, pues la muerte aniquila cualquier valor que el hombre haya pretendido conceder a la vida, o cualquier proyecto o finalidad que haya podido perseguir.

Posteriormente, ya en el siglo VXII, Pascal, quizá pensando en éste o en algún otro pasaje similar, pudo pretender dar una réplica al pesimismo que aquí aparece, viendo en la capacidad de pensar y de pensar bien el principio que confería un valor especial al hombre frente a aquello que le mataba, escribiendo en este sentido:

"El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para destruirla; un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero, aún cuando el universo le aplaste, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento"[37].

Sin embargo y a pesar de estas palabras que nada demuestran en relación con esa misteriosa "dignidad" del hombre, es bastante probable que su optimismo a la hora de valorar al ser humano frente al resto de la Naturaleza fundamentándolo en su capacidad de razonar, Pascal se estuviera apoyando de manera especial en sus creencias religiosas, entre las cuales se encontraba la creencia en la vida eterna.

f) Los dos pasajes siguientes, perteneciente al libro de Job, representan una queja de Job ante los sufrimientos a que Yahvé permite que el demonio le someta como consecuencia de una cruel apuesta entre su dios y Satanás. Job había llevado una vida fiel a Yahvé, y también próspera, como consecuencia de su laboriosidad. Pero, de pronto, Yahvé permitió al demonio que pusiera a prueba su fidelidad. Estas pruebas, realmente salvajes y absurdas, hacían que la protesta de Job tuviera pleno sentido, especialmente teniendo en cuenta que él no esperaba ningún tipo de recompensa en otra vida sino sólo vivir apaciblemente esta vida terrena que aceptaba a pesar de su carácter efímero, pero de la que protestaba por esos males injustificados que Yahvé permitía, y, mucho más, teniendo en cuenta que con la muerte todo terminaba. Se dice así en Job:

– "Sabes muy bien que yo no soy culpable y que mi vida está en tus manos. Tus manos me han plasmado, me han formado, ¡y ahora me quieres destruir! Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver"[38].

De acuerdo con el pasaje anterior, lo que domina en éste es, por una parte, el sentimiento positivo del valor de esta corta vida frente a la región de la muerte, "donde la misma claridad es noche oscura", pero, por otra, la protesta de Job por los daños absurdos e inmotivados que está recibiendo de Yahvé, teniendo en cuenta especialmente que el autor de Job considera que la vida tiene una duración limitada y que no existe otra vida más allá que de algún modo pudiera compensar los sufrimientos de ésta. Y, por ello, Job suplica a Yahvé:

"Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura"[39].

Estas mismas consideraciones son las que aparecen en el siguiente pasaje de Job: Puesto que los días del hombre "están contados", ni siquiera le pide a Yahvé la inmortalidad, sino sólo que le deje vivir apaciblemente, "que como un jornalero acabe su jornada". La vida terrena sigue teniendo valor, pero lo que parece inasumible es que vaya acompañada de sufrimientos absurdos que además –aunque de modo indirecto- hayan sido enviados por la propia divinidad sin motivo alguno, de manera que en el siguiente pasaje ni siquiera se pide a Yahvé ninguna gracia especial sino sólo que no añada sufrimientos sin sentido a la vida del hombre, que se olvide de él, que le deje vivir en paz el tiempo de vida que le quede:

"Puesto que están contados ya sus días [los del ser humano], y has establecido la suma de sus meses y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que como un jornalero acabe su jornada"[40].

En el siguiente pasaje, perteneciente también a Job –e inspirado por el "Espíritu Santo", según dicen los dirigentes católicos- se afirma de manera explícita y algo obsesiva el carácter limitado de la vida humana: No hay más allá para el hombre. Dice así:

"Pero el hombre, cuando muere queda inerte, ¿a dónde va cuando expira? […] el hombre que yace muerto no se levantará jamás, se gastarán los cielos y no despertará, no volverá a levantarse de su sueño"[41].

g) En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, se compara la vida terrena con la eternidad y el autor adopta una perspectiva claramente nihilista ante la brevedad de la vida y ante el hecho "miserable" de la muerte, considerando que Yahvé perdona al hombre en muchas ocasiones por la compasión que le inspira su vida tan desventurada, de manera que aquí no sólo no se plantea la posibilidad de otra vida más allá de la muerte sino que ni siquiera se presenta una visión positiva de esta vida.

Por otra parte, quizás el hecho de que en este texto se hable del "descanso eterno" haya podido influir en la composición de la oración y cántico de la misa de difuntos de la secta católica, que comienza con las palabras "Requiem aeternam[42]dona eis, Domine" ("Dales, Señor, el descanso eterno"), palabras relacionadas con la muerte entendida como "descanso eterno", como regreso al polvo del que procedemos, al margen de que en estos momentos tal descanso no tenga para los cristianos aquel sentido, aunque es evidente que, considerado en sí mismo, "el descanso eterno" no es un concepto equivalente al de "vida eterna", pues este último concepto está muy lejos de ser entendido como simple descanso, ya que se asocia con una "felicidad eterna", la cual tiene un sentido claramente activo, a diferencia del concepto de "descanso" que tiene una evidente connotación de pasividad en contraposición con los trabajos y penalidades de cada día de la vida. Es muy posible que quien escribió tal oración o bien no llegó a captar el significado auténtico de aquel "descanso eterno", en cuanto la oración continúa con el deseo de que la luz perpetua brille para ellos ("et lux perpetua luceat eis"), es decir, que gocen de la vida eterna en cuanto la luz es vida y la oscuridad muerte, mientras que en el mero hecho de descansar o de dormir no parece haber goce ninguno –aunque tampoco dolor-. Y así, dice el texto de Eclesiástico:

"Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno es para todos imprevisible y son muchos [los años de vida] si llegan a cien. Una gota del mar, un grano de arena, eso son sus pocos años junto a la eternidad. Él [= Yahvé] ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez"[43].

En los dos pasajes siguientes, pertenecientes al libro de los Salmos, se niega, de manera explícita en el primero y de manera implícita en el segundo, la existencia de vida más allá de la muerte, afirmándose igualmente la fugacidad de la vida terrena, a la que se califica como "un momento de respiro". En el segundo además parece que a su autor no se le pasó por la cabeza la idea de que Dios hubiera podido evitar la muerte definitiva del hombre, dándole la inmortalidad, de cuya posibilidad, por otra parte, ya se había hablado en Génesis, aunque curiosamente más como una posibilidad mágica derivada de comer del "árbol de la vida" que de la acción directa de Dios otorgando al hombre el don de la inmortalidad. Precisamente por ello se dice en Génesis que, al expulsar Yahvé a Adán y a Eva del jardín de Edén, puso a los querubines de guardia para que evitasen que Adán y Eva comiesen del citado árbol, lo cual presuponía que la inmortalidad dependía de que consiguieran comer o no de dicho árbol y no de la voluntad de Dios-, o quizá consideró, siendo consecuente con el pasaje correspondiente de Génesis, que la expulsión del Paraíso implicaba la pérdida definitiva de tal posibili-dad. Por otra parte, el sentimiento que inspira la muerte terrenal es de tristeza, la cual tiene su sentido a partir de una valoración positiva de la vida a pesar de su carácter limitado.

Se dice en estos pasajes:

– "…dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir"[44].

– "El Señor siente profundamente la muerte de los que le aman"[45].

El último pasaje, el salmo 116:15, es especialmente contradictorio con la idea de un Dios omnipotente que todo lo ha predeterminado. ¿Cómo puede decirse que Yahvé "siente profundamente la muerte de los que lo aman", cuando esta muerte habría sido predeterminada por él? ¿Cómo puede decirse que Dios sienta profundamente, es decir, se entristezca, por aquellos sucesos que sólo son la expresión de su voluntad? El autor de este texto, poco atento a la inspiración del "Espíritu Santo" –si es que algo le hubiera podido inspirar- parece como si hubiera querido dar a entender que Yahvé no podía hacer nada para evitar dicha muerte, que su poder no era infinito y que, por eso, lo único que podía hacer era entristecerse por la muerte de quienes le amaban. Y así, dicho pasaje refleja que, en la mentalidad de la época en que se escribió, la idea de la resurrección para volver a una vida inmortal todavía no había surgido en la fantasía del pueblo de Israel ni en la de sus dirigentes: Su dios, Yahvé, seguía teniendo en aquellos momentos un poder limitado, pues, si hubiera sentido la muerte de quienes le amaban y su poder hubiera sido ilimitado, habría tenido muy fácil saber qué debía hacer: Haberles concedido la vida eterna.

h) En los cuatro pasajes siguientes, pertenecientes a Salmos, Isaías, Ezequiel y Job, coherentes con el pasaje anterior, se menosprecia la vida humana viéndola como "un soplo sin valor", como una "nube que pasa y se disipa", que conduce al "abismo", "al país de los muertos", lo cual es una forma evidente de reconocer que no existe otra vida, que la muerte significa "hundirse en el polvo" del que el hombre fue formado:

– "[Visión que tuvo Isaías acerca de Judá y Jerusalén] No confiéis más en el hombre, cuya vida es apenas un soplo sin valor"[46].

– "Todos están destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los muertos"[47].

– "Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver"[48].

– "¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo"[49].

En el siguiente texto, de Ezequiel, se relaciona la muerte con las "profundidades de la tierra" y con "el país de la eterna soledad", forma metafórica de referirse a la tierra, lugar donde se considera que de manera definitiva van a parar los muertos. En efecto, en relación con la ciudad de Tiro, dice Yahvé:

"Te arrojaré con los muertos, con las gentes del pasado y te haré habitar en las profundidades de la tierra, en el país de la eterna soledad"[50].

Igualmente, en el siguiente pasaje, del libro de Job, se habla de la muerte en términos similares a los del texto anterior así como de la fugacidad de la vida con la conciencia clara y lúcida de que con la muerte todo acaba para siempre:

"como una nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver"[51].

En el siguiente pasaje, perteneciente también al libro de Job, se habla de la vida terrena sin elogio especial alguno, considerando en general que ésta, aunque limitada, es en términos generales valiosa, a pesar de que tal valor depende también de cómo haya transcurrido para cada uno y, aunque al final, como sucede en las coplas de Jorge Manrique, todos quedamos igualados por la muerte, presentada negativamente como muerte definitiva mediante la referencia al polvo y a estar cubiertos de gusanos:

"Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos"[52].

En el pasaje siguiente, perteneciente a Eclesiástico, se habla nuevamente de la limitación de la vida humana comparándola con la duración indefinida del pueblo de Israel, pero en ambos casos se habla de la vida terrena y de su carácter limitado para cada persona individualmente considerada, mientras que la vida de Israel, el pueblo de Yahvé, será indefinida a lo largo de sucesivas e incesantes generaciones, lo cual implica de modo indirecto pero evidente una valoración positiva de esa misma vida terrena. Es decir, no se trata de que los israelitas, considerados individualmente, vayan a gozar de la inmortalidad, sino de que el pueblo de Israel como tal vivirá a lo largo de innumerables generaciones, al margen de que cada una de ellas, en sí misma considerada, muera igual que las de los demás pueblos. La única diferencia consiste en que los demás pueblos perecerán mientras que Israel vivirá para siempre a lo largo esas generaciones suce-sivas e incesantes:

"El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número"[53].

i) Es especialmente en Eclesiastés y en algunos otros de los últimos libros del Antiguo Testamento donde se percibe más intensamente una perspectiva nihilista de la vida, tal como puede verse a lo largo de los textos que se exponen a continuación:

En el primero se piden explicaciones a Yahvé ante el hecho inexorable de la muerte, y su interés especial consiste en que esa especie de protesta da a entender que quien la escribió debió de pensar que la muerte no era un fenómeno inevitable sino que dependía de la voluntad de Yahvé y, por ello mismo, también la inmortalidad, de la que el hombre hubiera podido gozar si Yahvé lo hubiera querido:

"¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la tumba? ¿Te dará gracias el polvo o pregonará tu fidelidad?"[54].

El texto que sigue es un lamento ante la brevedad de la vida, que simplemente es "un soplo fugaz" que depende de la voluntad de Yahvé:

"Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa"[55].

Lo mismo se viene a decir en el texto siguiente, comparando la vida con una "nube que pasa". Se trata en los tres casos de comparaciones que sugieren no sólo la fugacidad de la vida sino también su carácter intrascendente:

"Como nube que pasa y se disipa, así es el que pasa al abismo para no volver"[56].

En el texto siguiente se muestra de nuevo la intrascendencia de la vida en cuanto "no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio", lo cual equivale a decir que ni lo bueno ni lo malo tendrán una consistencia permanente y definitiva, de manera que nada importa nada, y, en consecuencia, no importa cuál sea nuestro comportamiento ni nuestros intereses en la vida, pues nada quedará al final:

"…no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el necio"[57].

Finalmente, en Eclesiastés, se hace referencia a la vanidad de todo, en cuanto con la muerte todo se desvanece y nada permanece. Etimológicamente "vanidad" proviene de "vanus" (vacío), por lo que hablar de la vanidad de todo es justo lo mismo que hablar de su falta de consistencia, de su "vacío", es decir, de que no vale nada en cuanto la muerte implica la aniquilación de todo lo que se pretendió lograr durante la vida como si fuera a permanecer eternamente, lo cual evidentemente es una forma de nihilismo. El tema de la "vanidad de todo" es muy recurrente en Eclesiastés quizá por esa obsesiva vivencia de la muerte vista como la destrucción de cualquier objetivo que el ser humano haya tratado de lograr:

"Reconozco que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas: "El sabio tiene ojos abiertos, mientras que el necio camina a oscuras"; pero también sé que un mismo destino les aguarda. Entonces me pregunté si el destino del necio será también el mío. ¿Para qué, pues, me he hecho más sabio? Y pensé que también esto es vanidad. Porque no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el necio"[58].

El siguiente texto es similar al anterior, pero con la diferencia de que, en lugar de comparar las vidas del sabio y del necio, compara la de los hombres con las de los demás animales y juzga que el final es idéntico: Todos venimos del polvo y todos regresamos al polvo:

"…una misma suerte es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: Todos vienen del polvo y vuelven al polvo"[59].

El pasaje siguiente, perteneciente también a Eclesiastés, plantea de modo escéptico qué puede ser bueno para el hombre, considerando "los días contados de su frágil vida". Representa un pasaje igualmente nihilista según el cual el hombre parece quedar paralizado en cuanto no encuentra un bien o un fin por el que valga la pena luchar, teniendo en cuenta su frágil vida, que pasa como una sombra:

"Pues, ¿quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?"[60].

Y finalmente el autor de Eclesiastés presenta una generalización absoluta del anterior: No hay que buscar ni aspirar a nada, pues

"…todo lo que sucede es vanidad"[61].

Partes: 1, 2
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