En definitiva, ante la perspectiva de que la muerte representa la destrucción de cualquier obra o de cualquier objetivo que el hombre se proponga, en cuanto el escritor de Eclesiastés tiene la convicción de que no hay un "más allá de la muerte", una nueva vida que de algún modo confiera pleno sentido y valor a cuanto hacemos, en esa medida son muchos los pasajes en los que se repite esta frase cargada de nihilismo, que se sigue repitiendo todavía en nuestros días: "Todo es vanidad", que viene a significar que no hay nada por lo que valga la pena luchar o esforzarse, pues con la muerte todo termina y se desvanece.
2.3. "Carpe diem"
Sin embargo y en contraposición con los planteamientos nihilistas anteriores, en esta misma obra, Eclesiastés, y en algunas otras, aparecen planteamientos, similares a los del "carpe diem" de la Edad Media, que se rebelan contra el nihilismo y se aferran a esta vida terrena buscando vivir intensamente cada momento, precisamente como consecuencia de la comprensión de su misma fugacidad, de que con la muerte todo termina, tal como se indica en los textos siguientes:
-"Todo lo que encuentres a mano hazlo con empeño, porque no hay obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el abismo a donde vas"[62].
– "Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir… Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella"[63].
Por ese mismo motivo en los textos siguientes aparece una valoración positiva de todo aquello que contribuye de algún modo al disfrute de los placeres de la vida. De ahí proviene ese elogio tan llamativo del vino en el siguiente pasaje: "¿Qué es la vida si falta el vino?", que sugiere claramente que sin los placeres cotidianos, la vida carecería de sentido. En efecto se dice en Eclasiástico:
– "El vino es bueno para el hombre, si se bebe con mode-ración. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del alma"[64].
Igualmente el pasaje siguiente representa una generalización del anterior al afirmarse en él que "la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar", de manera que no hay que hacer nada confiando en un "más allá", haciendo depender el valor de lo que hacemos de su relación con tal supuesto, ya que es ésta la única vida de que disponemos:
-"…yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol"[65].
2.4. Vida eterna para los fieles a Yahvéiiiii
Sin embargo, con el paso del tiempo algunos de los autores bíblicos se atrevieron a olvidar aquellas teorías acerca de la muerte como destino del hombre y tuvieron la audacia de introducir en sus doctrinas la idea de la vida eterna, aunque sólo para quienes hubieran sido fieles a Yahvé, mientras que los impíos morirían para siempre.
Y finalmente se completó este proceso de osada fantasía afirmando ya la inmortalidad también para los impíos, pero una inmortalidad ideada con la finalidad de mostrar al impío un castigo infinitamente superior al de su misma muerte y a la de sus descendientes hasta la tercera y cuarta generación, ya que se trataría de una inmortalidad ideada con el fin de amedrentar a quienes no obedeciesen a Yahvé –o más exactamente a sus sacerdotes, los dirigentes del pueblo de Israel– con la amenaza de que su sufrimiento no tendría fin sino que sería eterno. Y así, si en otros libros del Antiguo Testamento la venganza de Yahvé sólo podía alcanzar hasta la muerte del impío o hasta la de su descendencia hasta la tercera y la cuarta generación, ahora por fin los escritores bíblicos habían encontrado el medio más refinado de que Yahvé pudiera aplicar su venganza mediante un castigo superior a cualquier otro imaginable, un castigo que nunca tendría fin.
En efecto, como antes se ha dicho, en algunos pasajes de los últimos libros del Antiguo Testamento comienza a surgir la idea de que la recompensa de Yahvé a quienes hayan seguido sus preceptos será la vida eterna, y esta idea es la que será pos-teriormente adoptada por los dirigentes de la secta cristiana de manera definitiva.
Así, en Daniel, escrito a mediados del siglo II antes de nuestra era, se habla de la resurrección y de una vida eterna en ese doble sentido, buena para quienes han sido fieles al "Señor", y mala para quienes han vivido al margen de sus leyes. No obstante, el texto es algo ambiguo en cuanto no habla de la resurrección de todos sino de la de "muchos", como si el autor de esta obra todavía dudase acerca de cómo sería aquel más allá sobre cuya posibilidad habían comenzado a fantasear algunos autores bíblicos y su duda le hubiese llevado a reducir el número de los que resucitarían dejándolo en "muchos" pero no en "todos", dejando sin explicar el motivo de tal restricción, y no especificando por el momento en qué consistiría ese castigo eterno. En efecto, se dice en dicho libro:
"Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno"[66].
Por su parte, en 2 Macabeos, obra de finales del siglo II antes de nuestra era, se habla de una vida eterna para quienes han sido fieles a Dios, pero, a diferencia de lo que se dice en Daniel, no se habla de un castigo eterno para quienes no lo han sido, lo cual parece indicar que, al igual que en otros libros bíblicos, a los malvados simplemente les espera la muerte en un sentido definitivo:
"…tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por su ley"[67].
En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, coincidiendo con el autor de 2 Macabeos, se habla de la inmortalidad, referida en exclusiva a quienes siguen los mandatos de Dios, y nada se dice respecto a una posible resurrección de quienes no le hayan sido fieles, aunque dicha resurrección tuviera como finalidad la de ser torturados con el fuego eterno o con cualquier otro tipo de castigo. Parece evidente, pues, que en el pasaje citado el autor todavía no cree en la vida y en el castigo eterno para quienes no hayan vivido de acuerdo con la ley de Yahvé:
"Conocer los mandatos del Señor es fuente de vida; los que hacen lo que le agrada obtendrán los frutos del árbol de la inmortalidad"[68].
2.4.1. Vida eterna para todos
Finalmente, ya en el Nuevo Testamento, la atrevida y fantástica doctrina de la existencia de una vida eterna es asumida de manera definitiva y en su doble sentido: Vida eterna de felicidad para quienes creen en Jesús como hijo de Dios y siguen sus preceptos, y vida eterna de castigo en el Infierno para quienes no creen en Jesús como Hijo de Dios o no cumplen sus preceptos.
En efecto, en este sentido y en relación con el futuro de quienes han vivido alejados de los preceptos divinos, se dice en Mateo:
"Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán al horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes"[69].
Sin embargo, tal como se verá a continuación, el evangelio de Juan representa una importante excepción en la que no sé si alguien ha reparado, pues mientras de un modo claro y evidente defiende la idea de la vida eterna en un sentido positivo para quienes hayan creído en Jesús y hayan puesto en práctica sus enseñanzas, sin embargo, de acuerdo con el punto de vista de 2 Macabeos y de Eclesiástico, no defiende la existencia de una vida eterna en el Infierno para quienes no hayan creído o no hayan cumplido los preceptos divinos, sino que en este último caso, aunque haya algún pasaje algo ambiguo si se lo considera al margen de los otros, juzga que el único castigo para los malvados consistirá en su muerte definitiva, pues efectivamente Juan el Anciano, autor de este evangelio, contrapone la vida eterna de los creyentes con el perecer o con la "condena" de los incrédulos, diciendo que "el que no cree en él, ya está condenado", pero sin aclarar en ningún momento en qué sentido utiliza el término traducido como "condenado". Éste puede significar simplemente que no recibirá la vida eterna, como sucede en los textos de 2 Macabeo y de Eclesiástico antes citados, donde en diversas ocasiones se niega la vida eterna para el malvado, consistiendo su castigo en morir para siempre, o en que, aunque resucite, será para ser "condenado" al fuego eterno del Infierno. Ahora bien, en el evangelio de Juan nunca se menciona el Infierno y en ocasiones se contrapone la vida eterna a la muerte, pero no a una vida igualmente eterna en el Infierno[70]Tal vez Juan el Anciano comprendió que, si la bondad divina era compatible con la gracia de una vida eterna y feliz, era incompatible con la absurda idea de un castigo eterno que no iba a ser de ninguna utilidad, salvo la de representar una continuidad de la Ley del Talión, pero elevada a la máxima potencia e incompatible por tanto con la supuesta bondad infinita de Yahvé.
Veamos a continuación algunos pasajes que pueden servir para confirmar el valor de lo que aquí se comenta:
"…el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna […] El que crea en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado"[71].
Como ya se ha comentado, aquí aparece el verbo "perecer", que significa simplemente morir, pero también aparece la palabra "condenado", que podría significar "condenado a morir" o "condenado al Infierno"; sin embargo, ninguna de ambas especificaciones aparecen en el texto.
De nuevo en el texto siguiente aparece la palabra "condenado", que no aclara a qué tipo de condena se refiere: ¿Condenado a morir definitivamente?, ¿condenado al Infierno? Pero el Infierno no se nombra en ningún momento en el evangelio de Juan, ni siquiera para referirse a él como la morada del demonio. Se dice en este pasaje:
"El que en él [= el Hijo] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado"[72].
En el pasaje siguiente se contrapone la vida eterna a su negación, es decir, a la muerte, al decirse que "el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida". El añadido "la ira de Dios está sobre él" no tiene por qué significar otra cosa que la referencia al motivo por el cual quien no cree "no verá la vida", es decir, no gozará de la vida eterna:
"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él"[73].
Puede observarse nuevamente en este pasaje el antropomorfismo infantil que supone hablar de la "ira de Dios", pues la inmutabilidad divina es incompatible con esos cambios de humor que sufrimos los humanos. Y lo que ya es el colmo del orgullo o de la ignorancia es suponer que esos supuestos cambios pudieran estar provocados por la actitud o por el comportamiento del hombre, como si un ser perfecto pudiera ser afectado por lo que el simple ser humano hiciera o dejase de hacer, por lo que el hombre creyera o dejara de creer. Es evidente que el dios judeo-cristiano, por muy poderoso que nos lo presenten, está muy lejos de la perfección del dios aristotélico y más lejos todavía de un dios que se identificase con la perfección absoluta, pues la perfección de ese dios sería incompatible no sólo con su relación con el hombre sino también con el hecho de haber creado el Universo como si le faltara algo o como si hubiera sentido el deseo –es decir, cierta forma de necesidad- de crearlo, pues sólo se desea aquello que el propio organismo necesita, pero un ser perfecto no necesita nada y, por lo tanto, nada desea, y, si nada desea, nada hace.
2.5. La vida eterna como premio
Los pasajes que a continuación se exponen tienen el interés especial de referirse en exclusiva a aquéllos a quienes Jesús concederá la vida eterna por creer en él o por cumplir con sus preceptos, mientras que nada dicen respecto a quien no crea o no cumpla tales preceptos. Este hecho es muy significativo en el sentido de que para el autor de este evangelio Dios premia a unos con la vida eterna, mientras que a quienes no creen en Jesús o no cumplen sus preceptos simplemente les deja que sucumban a la muerte, que por sí misma es ya suficiente condena:
a) "Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero"[74].
b) "El que cree en mí tiene vida eterna"[75].
c) "Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera"[76].
d) "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre"[77].
Los pasajes que siguen a continuación son especialmente importantes en un sentido similar al de los anteriores, pero son todavía más claros, pues en ellos se contrapone de un modo explícito la vida eterna, con la que Dios premia a quien cree y sigue su palabra, y la muerte eterna, que representa simplemente la negación de la resurrección para la vida eterna a aquellos que no han creído en Jesús o no han cumplido sus preceptos:
a) "…el que guarda mi palabra, nunca verá muerte"[78].
b) "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás"[79].
c) "Le dijo Jesús [a Marta]: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente"[80].
d) "Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente"[81].
En los dos pasajes que siguen a continuación se habla de "condenación", de "resurrección de vida" y de "resurrección de condenación", pero sigue sin aclararse el sentido en que se emplea la palabra traducida como "condenación", pues la "resu-rrección" hace referencia al momento del "fin de los tiempos" en que todos serán juzgados, para bien o para mal, para vida eterna o para muerte eterna. Sin embargo, teniendo en cuanta la serie de pasajes antes citada, en la que ni una sola vez se hace referencia al Infierno, sería realmente aventurado suponer que en estos momentos, cuando Jesús habla de "condena", se esté refiriendo al Infierno y no simplemente a la muerte definitiva, a que hacía referencia en los anteriores pasajes, y con mayor motivo si se tiene en cuenta que a continuación, en el siguiente texto a, se establece un paralelismo entre el par de conceptos "vida eterna" y "condenación", y el par "vida" y "muerte". Por otra parte, el hecho de que en el texto b se hable de "resurrección de condenación" no implica necesariamente que se resucite para vivir eternamente condenado al Infierno, sino que, desde el momento en que en diversas ocasiones, como especialmente en el Apocalipsis, se ha hablado de un "juicio universal" al final de los tiempos, para que éste se produzca es necesario que todos resuciten, aunque luego sólo los fieles a Jesús, reciban la vida eterna, mientras que los "condenados" regresen al polvo del que proceden, a la muerte eterna. De hecho, al final del texto a se dice: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió […] ha pasado de muerte a vida", y un momento antes se ha referido al tipo de vida que tendrá: "vida eterna".
a) "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida"[82].
b) "…y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación"[83].
Finalmente en el pasaje siguiente se menciona la muerte de modo explícito como castigo y destino de aquellos que no crean que Jesús provenga del Cielo:
-"…si no creéis que yo soy de arriba [del Cielo], en vuestros pecados moriréis"[84].
En consecuencia, parece claro que Juan el Anciano no habla en ningún caso del Infierno –al que sí hacen referencia los otros evangelios en múltiples ocasiones-, sino sólo de la "muerte eterna" como castigo divino para quienes no han creído en Jesús.
Resulta digno de destacar que sea éste el único evangelio que no mencione el Infierno, a pesar de ser el más tardío de los cuatro evangelios canónicos, escrito hacia el año cien. Parece que la formación de Juan el Anciano en la cultura griega pudo ser determinante de esta diferencia de enfoque con respecto al de los demás evangelistas, al margen de que tuviera la prudencia de no decir de manera expresa nada en contra de la existencia de ese castigo eterno manteniendo cierta ambigüedad en sus escritos.
2.6. Resurrección y vida eternai
La idea de la resurrección y con ella la de la bienaventuranza eterna o la del castigo eterno del Infierno se generalizan a partir del Nuevo Testamento, y son las que han prevalecido en el cristianismo, a pesar de que, en teoría, tanto esta doctrina como la de que la muerte terrenal es una muerte definitiva, a pesar de ser contradictorias entre sí, aparecen ambas en la Biblia.
Como se ha podido ver, la doctrina de la bienaventuranza eterna no era algo totalmente nuevo, surgido a partir del Nuevo Testamento, pues, a pesar de que la doctrina dominante en el Antiguo Testamento era la de que la muerte representaba el regreso del hombre al polvo del que procedía y, por ello mismo, el fin absoluto de su limitada vida, ya en varios libros de esta parte de la Biblia algunos autores tuvieron la audacia de comenzar a defender la existencia de una vida eterna, tal como sucede en algún pasaje de Isaías, de Daniel o de 2 Macabeos. Hay que señalar además la existencia de una diferencia entre estos pasajes del Antiguo Testamento y los del nuevo, diferencia consistente en que mientras en los primeros –al menos en Daniel- se habla de castigo eterno sin especificar de qué tipo de castigo se trata, en el Nuevo Testamento, alcanzando la fantasía terrorífica de los escritores bíblicos su máximo nivel de audacia, se especifica ya claramente que ese castigo consistirá en el fuego eterno.
Así, se dice en Isaías:
"Pero revivirán tus muertos, los cadáveres se levantarán, se despertarán jubilosos los habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu rocío, y los muertos resurgirán de la tierra"[85];
igualmente se dice en Daniel:
"Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno"[86];
y, del mismo modo, se dice en 2 Macabeos:
– "[Judas Macabeo] actuó recta y noblemente, pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera creído que los muertos habían de resucitar, habría sido ridículo y superfluo rezar por ellos"[87].
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la creencia en la resurrección y en la vida eterna, para bien o para mal, se presenta de un modo ya generalizado, tanto en los evangelios como en el conjunto de sus libros en general, tan esenciales para la fijación de la dogmática del cristianismo.
Dicha vida eterna aparece ya claramente asociada o bien con la idea de la bienaventuranza eterna, que viene generalmente relacionada con la fe en Jesús como Hijo de Dios así como también con las acciones del hombre, aunque valoradas por algunos autores importantes, como Pablo de Tarso o como Martín Lutero, de modo secundario, o bien con la eterna condenación en el Infierno, defendida ya definitivamente en el Nuevo Testamento, y defendida igualmente como dogma de fe por la secta católica, con la probable excepción ya mencionada del evangelio de Juan, donde se defiende la bienaventuranza eterna para quienes creen en Jesús y la condena a la muerte eterna para quienes no hayan creído.
A continuación se muestran algunos pasajes del Nuevo Testamento en los que se habla de la condenación eterna[88]
– "Te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno"[89].
– "Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los echarán al horno del fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes"[90].
– "Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde […] el fuego no se extingue"[91].
– "Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lazaro en su seno. Y gritó "Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas". Abrahán respondió: "Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás aquí atormentado […]"[92].
– "Apartaos de mí, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles"[93].
– "En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los depravados, los criminales, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y los embusteros todos, están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, que es la segunda muerte"[94].
Igualmente y por lo que se refiere a la bienaventuranza eterna, existe una referencia a ella en algunos pasajes del Antiguo Testamento, pero es especialmente su afirmación inequívoca en el Nuevo testamento lo que determinará que dicha doctrina quede fijada como uno de los dogmas centrales del cristianismo. Veamos algunos ejemplos:
– "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber […]"[95]
-"Jesús le dijo:
-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso"[96].
-"el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga la vida eterna"[97].
-"si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás"[98].
-"Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo"[99].
-"Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá"[100].
-"el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley"[101].
-"Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobreabundancia de la gracia y del don de la salvación"[102].
Con la introducción de las ideas fantásticas de la eterna salvación y de la eterna condenación el cristianismo alcanzó los máximos extremos de osadía en su búsqueda de doctrinas sugerentes para realizar su acción de proselitismo entre los israelitas y, sobre todo, entre los gentiles, donde el cristianismo, apoyándose en la esperanza de la bienaventuranza eterna y en el temor al castigo eterno del Infierno, se abrió camino en poco tiempo hasta llegar a convertirse, a finales del siglo IV, en la religión oficial del imperio romano.
Autor:
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
[1] Pues, aunque sólo he manejado dos traducciones de ellos, dichas traducciones han sido aprobadas por la propia secta católica a través de la autodenominada “Conferencia Episcopal Española”.
[2] Génesis, 3:23-24.
[3] 1 Reyes, 14.
[4] Deuteronomio, 8:1.
[5] Génesis, 26:2-4.
[6] Génesis, 28:14.
[7] 2 Samuel, 7:12:
[8] Salmos, 115, 14-17.
[9] Jeremías, 33, 22.
[10] Deuteronomio, 6:18-19.
[11] Salmos, 37:9.
[12] Salmos, 37:22.
[13] Génesis, 3:19.
[14] Salmos, 90:3.
[15] Job, 10:9.
[16] Job, 17:13.
[17] Job, 17:16.
[18] Eclesiástico, 17:1. La cursiva es mía.
[19] Eclesiástico, 17:28. La cursiva es mía.
[20] Eclesiástico, 38:21-22. La cursiva es mía.
[21] Eclesiástico, 40:11. La cursiva es mía.
[22] Eclesiástico, 41:3-4. La cursiva es mía.
[23] Job, 14:12
[24] Job, 21:13.
[25] Génesis, 1:8-9.
[26] Génesis, 26:2-4.
[27] Génesis, 28: 14.
[28] 2 Samuel, 14:14:
[29] 1 Crónicas, 27:15.
[30] 2 Reyes, 20:1. Yahvé se refiere aquí a la ciudad de Jerusalén. La cursiva es mía.
[31] Salmos, 39:14.
[32] Salmos, 90:10.
[33] Salmos, 103:14-15.
[34] Salmos, 144:4.
[35] Isaías, 2:22.
[36] Job, 7:16.
[37] B. Pascal: Pensamientos.
[38] Job, 10:7-9.
[39] Job, 10:20-22.
[40] Job, 14:5-6.
[41] Job, 14:10.
[42] La cursiva es mía.
[43] Eclesiástico, 18:9-12. La cursiva es mía.
[44] Salmos, 39:14.
[45] Salmos, 116:15.
[46] Isaías, 2:22.
[47] Ezequiel, 31:14.
[48] Job, 7:9.
[49] Job, 17:15-16.
[50] Ezequiel, 26:19.
[51] Job, 7:9.
[52] Job, 21:23-25.
[53] Eclesiástico, 37:25.
[54] Salmos, 30:10.
[55] Salmos, 39:6-7.
[56] Job, 7:9.
[57] Eclesiastés, 2:16.
[58] Eclesiastés, 2:13-16.
[59] Eclesiastés, 3:19-20.
[60] Eclesiastés, 6:12.
[61] Eclesiastés, 11:8.
[62] Eclesiastés, 9:10.
[63] Eclesiástico, 14:16.
[64] Eclesiástico 31:27-28.
[65] Eclesiastés, 8:15.
[66] Daniel, 12:2. La cursiva es mía. Lo que en este texto desconcierta es el pronombre “muchos”, que designa a una parte importante del pueblo de Israel -o incluso de la humanidad-, pero excluye a otra sin explicar el motivo de tal exclusión, que parece relacionado con la inseguridad del autor acerca del valor de sus propias palabras.
[67] 2 Macabeos, 7:9.
[68] Eclesiástico, 19:19.
[69] Mateo. 13, 49-50.
[70] Por lo que se refiere a la cuestión relacionada con la existencia de supues-tos endemoniados y a Jesús expulsando tales demonios, relatos que tantas veces aparecen en los otros evangelios, en el evangelio de Juan sólo aparece una vez de manera imprecisa en referencia a Judas, de quien el mismo Jesús dice que es diablo (Juan, 6:70); también se nombra al demonio en alguna ocasión (por ejemplo, en Juan, 8:44 y en 17:15), y en otras los enemigos de Jesús llegan a decir de él que está “poseído por un espíritu malo” (Juan, 10:20).
[71] Juan, 3:14-15.
[72] Juan, 3:18. Traducción de Reina-Valera (1960). La cursiva es mía.
[73] Juan, 3:36. La referencia a la ira de Dios es un caso más de antropomorfismo, pues la idea de que todo un Dios perfecto pueda tener sentimientos negativos que además puedan depender y estar subordiandos a algo humano, como el creer o no creer en él, implica una visión muy limitada e imperfecta de ese Dios y, desde luego, es incompatible con su hipotética omnipotencia e inmutabilidad.
[74] Juan, 6:40.
[75] Juan, 6:47
[76] Juan, 6:50.
[77] Juan, 6:51.
[78] Juan, 8:51. La cursiva es mía.
[79] Juan, 10:27-28. La cursiva es mía.
[80] Juan, 11:25-26. Cuando aquí se dice que quien cree en Jesús “no morirá eternamente” se está diciendo de manera implícita que el castigo de quien no cree consistirá en que sí morirá eternamente. La cursiva es mía.
[81] Juan, 11:26. La cursiva es mía.
[82] Juan, 5:24.
[83] Juan, 5:29.
[84] Juan, 8:24. La cursiva es mía. Puede observarse cómo en este pasaje, al igual que en muchos otros, la salvación queda supeditada a la fe en Jesús.
[85] Isaías, 26:19.
[86] Daniel, 12:2. Como ya se ha comentado en páginas anteriores a propósito de esta misma cita, lo que en este texto desconcierta es el pronombre “muchos”, que designa a una parte importante del pueblo de Israel o incluso de la humanidad, pero excluye a una parte –ya que “muchos” no es “todos”- sin explicar el motivo de esta exclusión.
[87] 2 Macabeos, 12:43-44.
[88] Un estudio más amplio de esta cuestión aparece en el capítulo correspondiente de este mismo libro.
[89] Mateo, 5:29.
[90] Mateo, 12:49-50.
[91] Marcos, 9:47.
[92] Lucas, 16:23-25. Como en muchas otras ocasiones el autor de este evangelio habla de toda una serie de “sucesos” (?) como si hubiera sido testigo presencial de ellos, a pesar de que, dado el carácter de tales sucesos, tal presencia era realmente imposible.
[93] Mateo, 25:41.
[94] Apocalipis, 21:8.
[95] Mateo, 25:34-35.
[96] Lucas, 23:43.
[97] Juan, 3:14-15.
[98] Romanos, 10: 9.
[99] Gálatas, 2: 16.
[100] Romanos, 1: 17.
[101] Romanos, 3: 28.
[102] Romanos, 5: 17.
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