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Género sin sexo hace trapo al sujeto (página 2)


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En franca contradicción con lo anteriormente expresado en otro párrafo la autora presenta lo ya descrito como tradicional como una novedad de la época: "Cuanto mayores sean los logros personales en la educación y el trabajo, más caro se vende el sujeto en el mercado matrimonial. Esta tendencia se observa sobre todo entre algunos jóvenes varones exitosos, que requieren un proceso terapéutico que los ayude a superar, ya no, como antes, la represión del deseo sexual, sino la desestimación del afecto."

Se vuelve a desvalorizar la importancia del deseo sexual en la economía libidinal del hablante para sustituirla por una vaga psicología sentimental. A los varones que han invertido su libido en la educación y el trabajo a fin de obtener valor en el mercado matrimonial no les será difícil conseguir mujeres que los admiren por sus logros e incluso les ofrezcan algún servicio sexual a cambio de la renta mensual que perciben (algunos matrimonios funcionan como un ejercicio encubierto de la prostitución). Lo que probablemente les cueste es conseguir mujeres con las cuales gozar realmente del sexo, sin que justamente lo real quede elidido por la transacción comercial. Indicio de esto es el éxito que han tenido los medicamentos para las llamadas disfunciones eréctiles, usados por gran cantidad de jóvenes impotentes, principiantes asustados o apostadores a la potencia eréctil como valor fálico único.

Porque éste es uno de los efectos de lo que I.M. llama haber cuestionado el prestigio del amor-pasión y haber reflotado la racionalidad para la elección de pareja. Como ella misma lo decía anteriormente no había amor-pasión en esos matrimonios sostenidos por la costumbre idealizada de la época. Se habían reducido a un intercambio simbólico. Y la supuesta reflotada racionalidad de los "individuos posmodernos que intentan ser razonables como una estrategia para evitar los traumas derivados de las rupturas amorosas, con los que estos hijos de la generación del divorcio se han familiarizado. Los fracasos conyugales de la generación de sus padres los han traumatizado y ellos son cautelosos a la hora de comprometer sus afectos y desplegar ilusiones. No es necesario que haya existido un divorcio maligno entre sus padres. En muchos casos, la experiencia de amigos o parientes basta para alertar a esta generación contra los padecimientos derivados de las ilusiones totalizadoras, y el odio que con frecuencia surge cuando éstas claudican." Meler interpreta que lo racional se juega en la experimentación previa con distintas parejas que pueden disolverse fácilmente antes de encontrar aquella con la cual formalizar. La necesariedad traumática del sexo se ve aquí reducida a la contingencia del divorcio parental y hasta de algún amigo o pariente. Reducir lo real del sexo, los puntos de imposibilidad de la relación con el otro sexo, al efecto de la inclusión del hablante en el linaje familiar, es leer las estadísticas reduciéndolas a sus causas simbólicas y circunstanciales. Cabe señalar que allí donde el deseo sexual se encuentra realmente jugado, suelen hacerse presente con fuerza entre otros, afectos como el amor y el odio, que nunca marchan separados. Las relaciones que I.M. llama desafectivizadas suelen ser efecto de una fuerte represión y transformación de lo más singular del deseo sexual. Dicha represión no impide que la persona mantenga variadas relaciones sexuales con una o más parejas, siempre y cuando no ponga en juego sus goces más íntimos. Vale en este punto la anécdota de la actriz porno que interrogada por el director de la película sobre lo que estaba dispuesta a hacer delante de las cámaras, contestó: "de todo", y cuando le fue pedido que se masturbara se negó rotundamente diciendo que eso era muy íntimo. La actriz porno en un punto, resultó tan reprimida como cualquiera.

Sigue Meler: "El amor se nutría, tal como lo describió Freud, de la satisfacción de las grandes necesidades vitales. Los sujetos hegemónicos se mostraban remisos a comprometerse, ya que su capital simbólico era elevado. Las mujeres, bien lejos de la inaccesibilidad narcisista descrita por Freud en 1914, sostenían la institución conyugal con su dependencia y con la idealización de su proveedor."

Cuando una pareja se hallaba tan tomada por el ideal cultural que ello hacía obstáculo al juego de los deseos de ambos partenaires, la cuestión podía hallar algún paliativo haciendo entrar amantes o prostitutas. Si el hombre hubiera sido tan hegemónico como se lo imagina no hubiera temido poner en juego su capital simbólico. He aquí uno de los puntos capitales de la teoría freudiana que Meler parece desconocer: el falo en tanto significante no es un atributo masculino, como lo ejemplificó Juanito, al atribuírselo a la madre. La imaginarización del mismo que aporta el pene hace que se crea que los hombres lo tienen y las mujeres carezcan de él. Pero si se lo tiene se lo puede perder (nuevamente Juanito nos guía), lo cual puede volver a un obsesivo tan impotente como a una histérica, sea como frígida o como "multiorgásmica", es decir, cortándole al hombre el goce de sentir que hace gozar a una mujer, o mostrándole "que su goce es mucho mayor que el de él". Lo que pareciera haber sucedido mayoritariamente es que el capital libidinal de los hombres se hubiera invertido en el trabajo y/o en el deseo sexual y/o amoroso por otras mujeres, convirtiéndose el matrimonio en una transacción comercial en el que se intercambiaban dinero y apariencias, mientras el goce erótico se lo practicaba "cama afuera". La inaccesibilidad narcisista no es otra cosa que cuidado de la identificación al falo.

"Los ideales laicos que consistían en utopías de paridad social se han revelado difíciles de alcanzar. El mundo del mañana se parece de modo algo siniestro al de ayer, en tanto las relaciones de dominación, de explotación y su versión innovadora, la exclusión, continúan generando pobreza. Un correlato de esta situación se observa en el campo de las relaciones amorosas. El lema de las mujeres anarquistas, "Ni Dios, ni patrón, ni marido", parece cumplirse, y como todo sueño, presenta en ocasiones ribetes de pesadilla."

No se ha cumplido el ideal de la igualdad entre los sexos, ya que si bien el falo no es el pene, su presencia o ausencia juega una función en el modo en que el ser hablante se relaciona al deseo y a las distintas modalidades de goce. Lo que no los hace ni mejores ni peores, solo distintos. Una de las formas de reaseguro narcisista frente al complejo de castración, sobre todo para las mujeres, ha sido y sigue siendo tener hijos. Este es un elemento de importancia señalado indirectamente por el título del artículo de Meler y luego en el primer párrafo. Las mujeres se hallan más limitadas por el tiempo para procrear. El "me olvidé de casarme" de la mujer de treinta y pico de años se encuentra fuertemente influido por el límite que la biología le marca para tener hijos. En la vorágine de completar su carrera profesional muchas mujeres reprimen éste deseo y revelan así que aquella puede ser muchas veces un desplazamiento de éste. Descubren, éstas mujeres, que el mercado laboral no es asunto de seres autónomos y soberanos y que cuando la actividad laboral no se anuda sinthomáticamente[1] al deseo inconciente, puede ser una carga muy difícil de soportar. Cómo conjugar el deseo materno con el acceso al mercado laboral y su consecuente disposición de uno de los significantes fundamentales de la cultura como es el dinero, hete ahí una de las encrucijadas más arduas que les toca afrontar a la mayoría de las mujeres.

"En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de soledad es una especie de reciclado de la subordinación de género acotada al ámbito privado. Así como algunas jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos fálicos de lo que sus aspiraciones demandan."

No resulta difícil interpretar que si una mujer se toma el trabajo, a la hora de seducir a un hombre, de disimular sus credenciales universitarias es porque éstas han tomado un tipo de valor fálico que imaginariamente siente que la masculiniza. Siguiendo la lógica complementaria de Meler es esperable que busque un hombre imaginariamente castrado, tan castrado como puede haberse presentado ella ante la universidad que prodiga credenciales fálicas.

Los errores a los que conduce el someter el psicoanálisis a los prejuicios de género, hallan alguna explicación en el supuesto que I.M. sostiene apoyándose en Jessica Benjamin. Dice en su segundo artículo: "la fuente de la socialidad deriva del vínculo primario que se establece entre la madre y el hijo. La prematuración de los niños en nuestra especie obliga a una relación madre-hijo prolongada, debido a la necesidad de cuidados maternos. La construcción de las sociedades humanas se funda, según esta perspectiva, en la indefensión y en la necesidad de asistencia que caracteriza los inicios de nuestra existencia. No se trata de un pacto concertado entre sujetos ya constituidos, sino de una precondición para la humanización de la especie y para el advenimiento de la subjetividad. Ambos modelos no son incompatibles, porque el vínculo madre-hijo funda la relación inicial con el otro, pero los arreglos sociales del mundo adulto se establecen entre los sujetos hegemónicos, ansiosos de olvidar su origen y remisos a pagar la deuda material y simbólica con la madre."

Si bien es cierto que el hablante se encuentra en un estado de dependencia prolongada respecto de la madre y que la relación con ella dejará marcas indelebles en su cuerpo y mente, afirmar tan rápidamente que allí se encuentra la fuente de la socialidad es desacertado. El vínculo con la madre en sí, es incestuoso y la relación incestuosa atenta contra el lazo social. Es una relación de dos que se "basta" a sí misma. Si hay lazo social en el hablante es en tanto la madre ya está marcada por un más allá, que introduce el enigma de su deseo, y la puerta de salida del incesto. Recusar esto, es dejar de lado el fundamento del lazo social y quedar atrapado en una relación especular como la que se revela en I.M. cuando usa el término sujetos hegemónicos (hegemonía: supremacía de cualquier tipo). La preocupación por instaurar una escala jerárquica entre los sexos, invertida respecto de la que cree que es la dominante, la lleva en el intento de borrar cualquier rastro masculino a una regresión incestuosa de la teoría, en la que castrar imaginariamente al padre (Freud) es sentido como una modo de saldar la deuda con la madre. Es nada más que el fantasma de cambiar una dominación supuesta, por su inversa. Dicho de otro modo, no se aparta de la lógica de la dominación y explotación interhumana.

Con una lógica similar Mabel Burín en su primer artículo y criticando una versión errada y simplificada del planteo de Lacan, aunque sin nombrarlo, dice: "Para ciertos desarrollos teóricos, un vínculo de apego prolongado con la figura materna operaría, en los varones, como factor de riesgo para su masculinidad social y subjetiva: consideran que, en tal caso, el niño construiría el núcleo de su identidad sobre el modelo femenino materno; si bien esto se produce habitualmente en los vínculos tempranos con la madre, su prolongación más allá del segundo año de vida haría peligrar la identificación del niño con los rasgos considerados masculinos. La intervención del padre, o una figura similar que separe al niño de su madre, resultaría imprescindible, según estas consideraciones, para evitar que se produzcan semejantes efectos en el proceso de masculinización. Estas hipótesis suponen el vínculo con una mujer, la madre, que no desarrolla otros deseos más allá de su adhesividad libidinal a su hijo: el padre intervendría como figura salvadora de la masculinidad del hijo ante semejante amenaza de un vínculo fusional".

Uno de los errores es el de reducir los modos de goce a su versión simbólico-imaginaria que se daría por identificación. Se anula así lo más importante de la dinámica pulsional, la real, que anuda lo que viene del Otro y los otros a la respuesta del sujeto que allí innova. Es ese el punto en que se agotan las identificaciones y dónde masculino y femenino, activo y pasivo, instrumental y emocional o cualquier otro par no pueden dar cuenta de lo que allí sucede. La intervención del padre o algo en función similar no produce por sí misma separación alguna ya que su intervención será ineficaz si no fue invocado allí por la madre o sustituta. Su función será la de responder a ese llamado, si su deseo se halla causado por la función. En este sentido una madre atravesada por la castración ya se remite a un más allá y la presencia del padre no será "salvadora" sino que aportará al menos temporalmente la encarnación de ese más allá, que por su existencia, limita el goce devorador del incesto. Esta función permite al ser hablante ingresar en la cultura, haya nacido biológicamente hombre o mujer. Que sus modalidades de goce se aparten o no de los ideales de la cultura que habita es harina de otro costal. La existencia del deseo inconciente hará que nunca deseo e ideal coincidan del todo. La función paterna no "salva a la masculinidad" sino que en su articulación con el deseo materno sienta las bases para que se instale el deseo inconciente que le permita al hablante, en esos fugaces momentos de libertad que se le presentan a su ser de objeto, advenir sujeto.

Otro prejuicio de género lo hallamos en la lógica fallida del segundo artículo de Burín. Dice: "Cuando hemos hallado mujeres con habilidad en los rasgos instrumentales, también se preocupaban por cultivar los rasgos expresivos emocionales. La situación inversa no siempre se encontraba entre los hombres: si desarrollaban habilidades instrumentales en su carrera laboral, dejaban de lado los rasgos emotivos". En la lógica de la frase el "no" está de más. Si la premisa no es universal, no abarca a todos los hombres, no se entiende porqué la conclusión si lo es ("si desarrollaban habilidades instrumentales en su carrera laboral, dejaban de lado los rasgos emotivos"). Esta falla lógica puede ser interpretada como una negación que revela el impasse de muchas teorizaciones de género. Pese a lo que creen estar denunciando, o como diría Lacan gracias a ello, promueven la idea de que los hombres son personas que carecen de emociones, lo que nuevamente los colocaría jerárquicamente por debajo de las mujeres, que no carecerían de las mismas.

Continúa en: Psicoanálisis de-generado pero no incestuoso: un caso de transexualismo

[1] Relación gozosa en tanto cercana asintóticamente al deseo inconsciente, que de existir facilita sostener la estabilidad de la estructura de la subjetivación

Artículo publicado en El Sigma

Autor:

Alejandro del Carril

URL: www.alejandrodelcarrilpsicoanalista.blogspot.com

Escrito en colaboración con Sergio Rodríguez

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