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Género sin sexo hace trapo al sujeto

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    Sobre los cambios que se han dado a lo largo del último siglo en las relaciones entre los seres hablantes en materia sexual y amorosa, y su retroalimentación con lo ejercitado en los planos sociales, laborales y económicos entre otros, se ha hablado mucho y se lo seguirá haciendo. Se intenta dar cuenta de la relación compleja, espasmódicamente fallida, que hace millones de años soporta la existencia de la especie, sus deseos y su reproducción. Es un enigma imposible de develar, tan imposible como pretender que dicha relación no exista o no nos muerda los talones.

    El análisis de los artículos "¡Uy, me olvidé de casarme!" y "De la prenda de paz al desmatrimonio" de Irene Meler, publicados en Página 12, el 6 de diciembre de 2007, y, "Yo soy trabajador como mi mamá" y "La identidad no es idéntica a sí misma" de Mabel Burín, del 13 de marzo de 2008, tal vez nos sirvan para tratar de ubicar algunas razones de aquellas prácticas sexuales y sociales, en qué han cambiado y qué es lo que, a pesar de las apariencias, sigue funcionando de igual forma.

    Comienza el primer artículo diciendo: "Asistimos a un nuevo tipo de consulta, donde mujeres jóvenes, atractivas, educadas y exitosas, recuerdan de pronto que el tiempo pasa y… ¡han olvidado casarse! Esta postergación del propósito de constituir una pareja estable y de tener hijos revela hasta qué punto el vínculo amoroso, pese a los reclamos manifiestos, ocupa un espacio psíquico secundario en el sistema de ideales propuestos para el yo de las nuevas mujeres. Vemos, entonces, una modalidad de malestar cultural propia de la modernidad tardía. Hoy en día, los jóvenes educados e insertos en el mercado laboral coinciden, en términos generales, en considerar que su construcción como sujetos socialmente autónomos es una prioridad con respecto al establecimiento de relaciones amorosas. En el caso de los varones, esta tendencia no hace sino continuar con un criterio que ya estaba en vigencia a comienzos del siglo XX. Un hombre debía formarse e insertarse en el mundo social y productivo, antes de decidir que estaba en condiciones de casarse y de tener descendencia. Lo novedoso es que hoy muchas mujeres elaboran, de modo implícito, un proyecto de vida semejante. La construcción de una subjetividad compleja, apta para competir en el sofisticado mercado de las empresas transnacionales, lleva tiempo y esfuerzo."

    éste primer párrafo marca su línea de pensamiento y, a nuestro modo de ver, los límites del aparato conceptual en que se apoya. Deja de lado la lógica del goce sexual y sus derivados articulados al deseo inconciente, para reducir los fenómenos a una dinámica yoica. Nótese que en todo el párrafo, no se hace referencia en ningún momento al sexo ni al erotismo. Sí a distintos valores (atracción, educación, éxito, relaciones amorosas). Lo que sí da cuenta es de cierto cambio a nivel de los ideales burgueses: las relaciones amorosas parecen venir en baja respecto de las relaciones laborales. El ideal de autonomía aparece encubriendo la dependencia a la organización laboral. Dependencia que como señala Meler el hombre debía lograr, ya en el siglo XX, para transformarse en un buen partido, es decir, convertirse en el objeto idealizado por la cultura para poder así seducir a una mujer. Esta dinámica más compleja es la que se le escapa a la autora como a muchas/os feministas, cuando idealizando a los hombres, los creen autónomos. Lo que I.M. señala como novedoso vendría a ser la construcción de cierta subjetividad femenina por identificación con el hombre idealizado.

    "Durante la modernidad, mientras que el trabajo fue el gran asunto de los varones, el amor era preocupación central de las subjetividades femeninas. Esta actitud no resulta sorprendente, ya que la ubicación social de las mujeres dependía por partes iguales de su nacimiento y de la alianza conyugal que lograran concertar. El camino de los logros personales estaba cerrado, y conquistar a un varón exitoso hacía de ellas "la esposa del doctor, del ingeniero o del empresario", una forma de compartir el estatus alcanzado por el marido, cuya carrera sostenían con convicción, ya que formaba parte de una sociedad conyugal indisoluble."

    La idealización del amor femenino pareciera velarle la función del goce de sentirse representando al falo por el atajo de compartir blasones (ser la esposa de…). El amor, sin relación al sexo, se reduce a su dimensión narcisista. La dependencia económica de la esposa suele ser directamente proporcional a la dependencia que genera en el marido su ingreso al mercado de la explotación interhumana. El amor situado solamente así, resultaría efecto del sacrificio realizado por aquel que se ofrece como objeto de intercambio por fuera del matrimonio a dicha explotación, lo que incluiría por lo tanto, una buena dosis de sadismo femenino. Históricamente el hombre ha estado más capacitado para trabajar gracias a su mayor fortaleza muscular. El desarrollo tecnológico ha reemplazado la primacía del desarrollo muscular por el intelectual, facilitando el ingreso de las mujeres al mismo. Esta posibilidad de desarrollar mayor cantidad de relaciones por fuera del ámbito familiar, seguramente les ha facilitado a muchas mujeres el no tener que sentirse obligadas a mostrarse "vocacionalmente amorosas" ni a tener que volcar la agresión sobre sí mismas, ubicándose sacrificialmente en una posición victimizada que al costo de un gran sufrimiento le rinda algunos beneficios secundarios.

    El análisis de las relaciones humanas reducido a sus variables económicas, amorosas y de poder las vuelve "demasiado" comprensibles. Hombres y mujeres, de esta forma, parecen formar duplas complementarias (trabajo– amor; autonomía-dependencia; poder-sumisión, etc…).

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