En efecto, Memorias de la rosa nos entrega algunas claves de lectura que desafían e introducen un saludable desorden en la leyenda de Saint-Exupéry.
A la luz de este material, la redacción de El principito, parece motivada por un periodo de balances profundos de la equívoca conducta afectiva, desordenada y caprichosa, de su autor.
Por entonces en Antoine de Saint- Exupéry, un hombre que frisaba los 42 años de edad, se había despertado la necesidad de desembrollar su agitada vida afectiva y, particularmente, la relación que estaba llevando con su esposa la cual, desde la fecha en que se conocieron en Buenos Aires en 1930 y a lo largo de los catorce años de matrimonio, había generado, al lado de fugaces momentos de felicidad, numerosos remordimientos y penas debido al incansable donjuanismo de Saint-Exupéry.
Por la fecha en que había empezado la redacción de El Principito, y hacia el sexto mes de su tercera estadía en Nueva York, Saint-Exupéry recibió de su esposa Consuelo la solicitud de divorcio. Los familiares de ésta se alarmaban de que vivieran en direcciones distintas.
Hacia 1940, después de nueve años de casados, Saint-Exupéry seguía siendo la pareja dispareja. A propósito de la última estadía en Nueva York, su esposa se queja hasta el agotamiento. Cuando Consuelo llega a Nueva York, Saint-Exupéry fue a recibirla a la pasarela del barco pero no como un gesto de dulzura, sino para evitar que le tomaran fotos y que alguna de sus amigas reconociera a la esposa legítima, pero, además, se queja Consuelo: "Tonio, me invitaba a almorzar o a cenar, pero nunca se presentaba a las citas… Hacía caso omiso de mí" o llegaba al colmo de dejarla olvidada a la salida del teatro la primera vez que aparecían juntos en público, después de seis meses de estar viviendo en apartamentos separados.
Volvamos por un momento al piloto que dejamos apenas varado en la arena del desierto, con "martillo en la mano y los dedos llenos de grasa", haciendo esfuerzos para reparar el avión. Con los últimos destellos del día disminuyen sus posibilidades de arreglar el motor. De repente el calor deja de sentirse. Se resigna a esperar que el sol vuelva a irradiar su luz. Penetra en la cabina de acero y después de beber un poco de agua consigue desenchufarse mentalmente del problema. Agotado, se sumerge en un profundo sueño. Es la primera noche del aviador en el desierto, la introducción de Saint-Exupéry en su primera oscuridad.
La primera noche en el desierto es el inicio de un proceso de introspección que Saint-Exupéry expresará relacionando los tres elementos mencionados, la avería, la caída y el singular encuentro, con el nivel más profundo de sí mismo.
La introspección se cumple a través de tres fases que son: el "viaje-hacia", la "caída-en" y el "encuentro-con" su "vagabundeo sentimental".
El desierto, su frecuente y a veces intolerable lugar de aterrizaje, donde el escritor de El Principito experimentaba su soledad afectiva, él que vivía solicitado por tantas mujeres y donde ahora el piloto se encuentra solo, inmovilizado en la arena, es el lugar donde Saint-Exupéry acude para considerar sus personales tormentas atmosféricas.
El desierto se relaciona con la situación emocional de Saint-Exupéry, quien pese a su crónico desbordamiento afectivo, en el fondo "era un ser huraño y solitario", extremadamente sensible, al punto que fácilmente se alteraba. El desierto es, pues, el lugar donde vislumbra sus contradicciones existenciales "el francés más melancólico de Nueva York".
Como indicador de las frecuentes turbulencias o sea del temperamento fogoso y volitivo de Saint-Exupéry, basta referir cómo procedió en su primer contacto con su futura esposa, en un hotel de Buenos Aires: "fui abordada abruptamente", refiere Consuelo.
Saint-Exupéry la sujetó y la empujó al sillón para obligarla a permanecer un rato más en el hall y conversar con ella. En esa misma ocasión, a pocos minutos de conocerla, la forzó a aceptar una invitación para ver el Río de la Plata desde las nubes. Durante el vuelo, Saint-Exupéry apagó el motor varias veces y se divirtió soltando y agarrando la palanca de mando hasta que exigió a Consuelo, a pocas horas de conocerla, de darle un beso: "O me besa o nos vamos al agua" y, seguidamente, a que se casara con él: "Amo sus manos. Quiero tenerlas para mi solo…Ya verá como se casa conmigo".Y añade: "Estaba tan enfada que mordía mi pañuelo.¿Por qué tenía que besar a ese hombre al que acababa de conocer? Lo consideraba una broma de mal gusto. – ¿Es así como consigue que le besen las mujeres? -le pregunté-. Pues conmigo ese sistema no funciona. Estoy harta de este vuelo. Aterrice, por favor. Acabo de perder a mi marido y estoy triste".
Es terrible caer en la desolación y aridez del desierto. La caída en el desierto obliga a ser rescatado. El acontecimiento decisivo, en el primer amanecer en el desierto, cuando despunta la luz del nuevo día, fue el encuentro del aviador con un hombrecillo enigmático.
Tal vez una de las mejores figuras de la introspección es la plasmada por Saint-Exupéry al describirnos el diálogo entre el piloto y un niño de mirada grave y escrutadora, que "no parecía perdido, ni muerto de cansancio, ni de hambre, ni de sed, ni muerto de miedo".
En otras palabras, uno de los componentes del yo de Saint-Exupéry, el niño que alberga todo ser humano, y que en el caso que consideramos es el que más se parece a su autor, es contactado en una etapa en que el escritor siente la necesidad de considerar la fase en que vive exiliado en la ciudad de la grandes avenidas, absorbido por sus disertaciones en público (su libro Tierra de hombres, publicado en 1939, lo había vuelto más conocido y admirado), enteramente ocupado por sus actividades a favor de la liberación de la Francia ocupada por los nazis, que vivía, además, envuelto por las contiendas burocráticas que se oponen a su reincorporación a la guerra y, por supuesto, en medio de festines y salideras con "todas las rubias y millonarias americanas", como reveló Therese Bonet a Consuelo, mientras ésta pasaba hambre en el municipio Oppéde, en Vaucluse, al S.E. de Francia, donde se había retirado con un grupo de amigos huyendo de los rigores de la guerra en París.
Podemos comprender entonces por qué Saint-Exupéry, afirme que el caballerito "no tenía en absoluto el aspecto de un niño perdido en el desierto". Al contrario, entra en escena bien al corriente de la trama existencial que está viviendo la personalidad compleja de su autor.
Se pudiera deducir entonces que el contenido o el material que va a fluir en el diálogo entre el aviador y el niño no es de orden físico. Las necesidades que apremian al autor del cuento son fundamentalmente de orden emocional. A ello apunta la reparación del avión.
Sin ninguna presentación previa, el misterioso personaje irrumpe en la escena planteando una demanda y con ella, igual que en una sesión terapéutica, provocando un gradual proceso de exploración. Pide un dibujo, o sea, que se trace una figura, que se manifieste y describa algo oculto o callado. Pide la figura de un cordero. Su petición implica una postura mental. ¿De qué puede ser signo el cordero? ¿A qué aspecto de la vida de Saint-Exupéry puede corresponder el requerimiento del niño?
El cordero es una figura que cuenta con una simbología muy rica y muy antigua, que se remonta a la cultura judaico-cristiana. El cordero personifica, entre otras cosas, la mansedumbre, la docilidad; es la imagen de la humildad y de la resignación, de la pureza y de la redención. Todo lo contrario a la perversión moral, a la corrupción de las costumbres, a la disolución afectiva, al deterioro interior. El dibujo del cordero sugiere que en el proceso de disgregación afectiva típica de Saint-Exupéry, se plantea y se experimenta un nivel de exigencias desde donde puede escucharse o formularse la pregunta sobre el resultado de la propia vida emocional.
Lo que exige el hombrecito al aviador, el dibujo de un cordero, parece transparentar, además, el estado de ánimo sereno en que acontece la introspección, sin embargo, eso que pide es también un ajuste de cuentas, una autoconfrontación, lo que el aviador no puede realizar o pintar en ese momento por lo cual respondió, malhumoradamente, "que no sabía dibujar".
Ante la firmeza del niño, el piloto hace cuatro intentos, tres de las cuales no tienen éxito. Uno fue el dibujo de un cordero enfermo (¿tendrá que ver algo con los numerosos accidentes del ideador del cuento y su secuela de daños: fractura del cráneo, molestias en el hígado, problemas de la vesícula?), otro dibujo es el de un carnero ("tiene cuernos" exclama el niño refiriéndose tal vez a las infidelidades de Consuelo), en el tercer dibujo el aviador figura un cordero demasiado viejo es decir, un cordero prácticamente en fin de vida o, al menos, obsoleto para los fines de la renovación.
Al fin, después de tres intentos fallidos, ya impaciente, el cuarto dibujo es un cordero virtual, diríamos hoy, un cordero que sólo existe en la intención del pintor, porque, qué lástima, está oculto dentro de una caja con tres hoyos. Y sólo se ocultan las cosas feas o que causan vergüenza. Sin embargo, curiosamente, el dibujo que no deja ver al cordero corresponderá a las expectativas del niño: "Es exactamente como lo quería". Y sólo entonces el niño termina haciéndose claro y evidente al piloto y fue cuando éste "conoció al principito".
Reconociendo la existencia del principito, Saint-Exupéry admite que su propia infancia es lo más real de su existencia y que aun perdido en el desierto afectivo que parece caracterizar su enmarañada vida social, ese espacio es el único que le proporciona su identidad más profunda.
De todos los personajes que intervienen en el cuento y que identifican un aspecto de Saint-Exupéry (un astrónomo, un perezoso, un rey, un vanidoso, un bebedor, un hombre de negocios, un farolero, un anciano geógrafo, un guardagujas, un vendedor), el principito es lo entrañablemente más parecido a Saint-Exupéry, como lo deducimos de su relato de la rosa y del texto escrito por Consuelo.
Si Saint-Exupéry declara la infancia "ce grand territoire d’ou chacun est sortie", queremos suponer que hay, entre otras, por lo menos dos razones válidas para hacer esa tajante afirmación.
Una primera razón, porque en medio de la polvorienta vida que está llevando, la infancia es el lugar amado que lo nutre de fantasías que lo libran del decaimiento y de la aridez del embrollado mundo adulto, donde dominan las matemáticas, es decir, el cálculo, el juicio, el árido análisis, en otras palabras, lo racional: "Pero es natural, nosotros, que comprendemos bien la vida, nos burlamos de los números" .
Y, una segunda razón, porque desde su infancia, su "país", como fue declarada por Saint-Exupéry, puede resistir a la mentira que esta viviendo. En realidad, "para aquellos que comprenden la vida", la infancia es el estado que hace surgir la creatividad. Pero no la creatividad meramente literaria o artística, como se suele entender con esta palabra, y de la cual Saint-Exupéry estaba bien dotado, sino la creatividad entendida como capacidad de innovarse y reorientarse. La "infancia" (el mundo de la intuición) posibilita la orientación y con ella el sentido, en otras palabras: el renacimiento.
La petición del dibujo del cordero es la prueba de la vuelta a la "niñez": "La prueba de que el principito existió consiste en que era un hombrecito encantador, que reía y quería tener un cordero: querer un cordero es prueba de que existe". Aunque también hay que resaltar que la existencia de un cordero, como veremos más adelante, requiere vigilancia. En un descuido fatal aun un manso cordero puede arrasar con la flor más amada.
Se trata entonces, como sugiere el Evangelio desde su profundo conocimiento del ser humano, de acoger la vida a la manera de un niño pequeño, de recuperar la simplicidad de la vida, de volver a la condición de niños, lo cual requiere una gran honestidad y sinceridad consigo mismo. Para "aprender de nuevo la vida de todos los días" hay que volverse niño.
Aunque el principito es un "joven juez", su juicio no es riguroso, sino compasivo. La niñez está implantada en la intuición, no en la razón. Es como decir que las botitas del principito se apoyan sobre el terreno de la comprensión, no en el de la razón de donde surge la sentencia condenatoria.
La respuesta de aceptación y de conformidad de parte del principito revela que Saint-Exupéry atinó al confiarse a la instancia más sana, menos enjuiciadora y más compasiva de la estructura del yo. Como observará posteriormente el astrónomo, un "subyo" del mismo escritor: "Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores".
El piloto encuentra un aliado en el principito tanto en la avería de su avión como en la caída en el desierto, pues, en realidad, ambos caen del cielo, en el mismo desolado lugar.
-"¿Cómo?¿Has caído del cielo?"…pregunta Saint-Exupéry por boca del principito: "De qué planeta eres?"
Y por boca del aviador, plantea la misma pregunta:
-"¿Vienes de otro planeta?"
Pero a su vez, cada uno turba al otro. No cabe duda que en el proceso de autoexploración abierto por Saint-Exupéry, el piloto, o sea, el adulto, el serio, el que no quiere perder su tiempo en fábulas, ignora el origen del otro, del niño y éste, cuando no quiere crecer, desconoce al adulto. El aspecto maduro de la personalidad de Saint-Exupéry no parece bien relacionado con el aspecto infantil. En el cuento, sin embargo, encontramos una disposición a mejorar esa relación: "Aprendí bien pronto a conocer esa flor"
De aquí entonces la necesidad de Saint-Exupéry de encontrar un nexo, una coherencia, un sentido y una orientación a su vida. De aquí también que las personas mayores "siempre necesitan explicaciones", pues "los adultos nunca comprenden nada por sí mismos".
¿Y quien mejor para explicar a Saint-Exupéry su confusión emocional sino él mismo contemplándose desde su "infancia", condición que según el Evangelio permite renacer? De aquí que el principito, siguiendo la mayéutica socrática, "no dejaba de hacer preguntas", de poner el dedo en la llaga, de ahondar en la autoexploración.
Pero ahora, a través de los tres huecos de la caja, el cordero puede ver al niño y al piloto, y seguir el diálogo de ambos. El piloto no puede levantar la caja y ver directamente al cordero escondido. Está incapacitado para verlo ("Tal vez estoy envejeciendo"), pero no así el niño, que ve con el corazón. Sin embargo, con la realización del dibujo del cordero se han eliminado las primeras dificultades. De hecho, el "cordero se ha dormido", exclama el principito.
El tercer día en el desierto, el aviador conoció uno de los mayores temores del principito: su miedo a los "baobab". Bajo el símbolo de un árbol de tronco muy ancho y corpulento, originario de África, Saint-Exupéry pudiera aludir al drama de su propia infancia, a las malas hierbas que crecieron en su niñez, él que fue huérfano desde los cuatro años de edad, y que como ya vimos, fue definido por su esposa "el francés más melancólico de Nueva York". Las malas hierbas que durante la noche crecieron en su planeta de ensueños son los sentimientos de pena y de nostalgia por la deplorable perdida de un ser querido. Es posible que la pérdida de su padre haya originado en Saint-Exupéry una propensión a la tristeza: "¡Ah, mi principito!¡Cómo he ido comprendiendo poco a poco tu melancólica vida".
Pero también durante su vida ha luchado contra esas "terribles semillas", la tristeza y tal vez el remordimiento de su infructuosa relación afectiva con las mujeres.
El cuarto día el piloto descubre la manera como el principito combate la tristeza: contemplando las puestas de sol. Aunque no osamos descifrar el significado de las "puestas de sol", sin embargo, quisiéramos pensar que tal vez en una fecha cercana a su cumpleaños, ("Un día vi la puesta de sol cuarenta y tres veces"), en que el pequeño príncipe que aloja Saint-Exupéry "estaba muy triste", atravesaba una de las mayores crisis de su vida: ¿Sería acaso cuando Consuelo le pidió el divorcio, en la primavera de 1943, poco antes de la publicación de su poema, el seis de abril de ese mismo año?
Hacia el quinto día, el principito comienza a soltar su preocupación general por "la guerra de las flores y los corderos", y, en especial, su temor por que un corderito "sin saberlo" pueda comerse de un bocado una flor única en el mundo, "que sólo existe en su planeta".
Este parece ser el asunto que más preocupa a Saint-Exupéry. Después de esta confesión el principito "estalló bruscamente en sollozos": "La noche había caído: dejé mis herramientas y el martillo. El perno, la sed, la muerte, no me importaban ya. ¡En una estrella, en un planeta, en el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba consuelo! Lo tomé en mis brazos y lo mecí mientras le decía: -La flor que amas no corre peligro…Dibujaré un bozal para tu cordero y una protección para tu flor". Un bozal puede frenar las necesidades impulsivas del cordero y, por si no bastara, una "campana" protege aun más en casos en que el deseo o la necesidad del cordero se vuelvan incontenibles.
El planeta del principito cuenta con flores sencillas, que no ocupan un lugar particular y no molestan a nadie. Tantas mujeres que no han dejado huellas y que ahora carecen de importancia. No así, sin embargo, la flor que arranco sus lágrimas. Esta es única, "no se parece a las demás": es coqueta, limpia, hermosa, vanidosa, conmovedora, dulce, recelosa y miedosa de "las corrientes de aire" (¿accidentes de aviones?), lo único que puede asustar a una planta.
Todas estas notas le quedan muy cómodamente a Consuelo Suncin, a quien Saint-Exupéry ama sinceramente, pero con quien mantuvo una relación bastante tormentosa.
Esa flor perfumaba el planeta del principito. Consuelo es una mujer de "naturaleza excesiva…impulsiva y enamorada, ingenua y sumisa, rebelde y enérgica, fiel e infiel", pero no causaba el placer o la alegría que el principito demandaba de la vida:"Mi flor perfumaba mi planeta, pero no me producía placer", tal vez debido a que "es una flor demasiada complicada".
En el relato sobre su rosa Saint-Exupéry parece reconocer su dificultad para comprender el mundo femenino y su personal inmadurez afectiva en la relación con su pareja: "¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saberla amar"
Crecer en el amor es también madurar a la soportabilidad del otro, cuya existencia, en ocasiones, es fuente de sufrimientos. Aquí está probablemente la dificultad de Saint-Exupéry, que prefiere botar frecuentemente la toalla del compromiso: "Entonces no supe comprender nada. Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras.¡No debí jamás huir de allí; la flor me perfumaba y me iluminaba! Debí adivinar su ternura tras sus inocentes astucias"
En efecto, hay algo desacostumbradamente inmaduro en la relación del principito con las "flores", y en especial con la "rosa". Hay aspectos del pequeño príncipe que ostentan rasgos infantiles y que poco tienen que ver con la auténtica infancia a la que nos hemos referido. La infancia no se caracteriza por el amor centrado en sí mismo, sino por el amor generoso, sin "cuentas", (sin ratio, onis, razón, calculo) desinteresado.
Siendo que la personalidad de Saint-Exupéry presenta algunas contradicciones ocultas, nos preguntamos: ¿el comienzo del número nueve del poema no es acaso una alegoría erótica referida a la vida sexual de Saint-Exupéry con Consuelo o tal vez con Consuelo y otras mujeres? Es una pregunta atrevida, pero si nuestra hipótesis original de que El Principíto es una mirada sobre la propia afectividad, la pregunta planteada se vuelve entonces una conjetura bastante acertada. Esto ocurre en el contexto de la despedida entre Consuelo y Saint-Exupéry, en ocasión de una nueva separación y cuando presumiblemente el divorcio parece irreversible, cuando ya no hay más reproches que prodigarse.
El principito habla del planeta donde creció la rosa como de un lugar de volcanes y sabemos que el término "volcán" lo aplicaban a Consuelo en los medios sociales de París. Es presumible entonces que al hablar de volcanes, en plural, Saint-Exupéry por medio del principito se refiera, según nuestra hipótesis, a sus amantes: "poseía dos volcanes activos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno. También poseía un volcán apagado" y en este caso insinué su gastada relación con Consuelo, el "volcán apagado". En otra interpretación, tal vez menos probable, se refiera al alivio que le producen los senos de sus esposa, quien en otro plano permanece apagada, sin deseos.
El principito se dio a la tarea de limpiarlos antes de viajar (aprovechando "una migración de pájaros silvestres" –¿un raid aéreo?-) porque "si están bien limpios de hollín, los volcanes arden suave y regularmente, sin erupciones", diríamos, sin que tales relaciones amorosas provoquen disgustos, fastidio, enfado.
Pero cuando "regó" por última vez la flor, el principito sintió ganas de llorar. El divorcio no se consumó. Los trámites legales fueron abandonados, al estilo imprevisible de Saint-Exupéry: éste termino discutiendo con su abogado, en defensa de Consuelo de quien entonces quería separarse: "Mi marido se levantó y me dio un beso en la boca. Era el primero que me daba en los seis meses que llevaba en Nueva York. Me enfadé y le dije que no se portaba con seriedad"
"Lo que hace bello al desierto -dijo el principito- es que esconde un pozo en alguna parte…" y este es el propósito de Saint-Exupéry con la redacción de su poema: dar con el lugar donde pueda encontrar agua, pues el piloto "apenas si tenía agua de beber para ocho días". Pronto padecerá la sed.
El agua es lo que puede hacer que el desierto florezca y de árido e improductivo volverlo fecundo. La falta de agua conduce a la muerte. Pero Saint-Exupéry sabe que también el exceso de agua conduce a la muerte. Demasiada agua puede devastar un terreno y volverlo asolado y echar a perder la riqueza de la tierra y sus frutos. Sobre esto parece que ha versado su meditación figurada en El Principito. Su conflictiva vida afectiva es el origen de la ingobernabilidad de la nave y de la caída del piloto.
El agua además de vivificar, purifica también. Devuelve al hombre no sólo su limpieza corporal, sino su pureza moral. El agua alcanza lo más profundo de la tierra, el mismo corazón del hombre De aquí que el desierto en algún lugar esconda un pozo -este es su atractivo- y sea necesario hallarlo.
Poco tiempo después de terminar la redacción de El Principito, consiguió lo que tanto había batallado: obtener la autorización para enrolarse, pese a su edad, en la guerra contra Alemania. Saint-Exupéry vivió por entonces uno de los momentos más sereno que pasara al lado de su esposa.
A la vigilia de su última migración, Saint-Exupéry no podía todavía consolarse por no haber dedicado El Principito a su esposa: "Dame tu pañuelo para escribir en él la segunda parte de El Principito. Al final de la historia, dará este pañuelo a la Princesa. Ya nunca más serás una rosa con espinas, sino la princesa de ensueño que siempre espera al Principito.
Tonio hizo a su rosa la última promesa: "Mi casa está en tu corazón, y allí me quedaré para siempre".
Ricardo Peter
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