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Raíces – Crónicas de un viaje a mi sangre Americana

Enviado por onatoba


     ¿Cómo empiezan las aventuras?

    Estoy a punto de iniciar un nuevo viaje. Este me llevará a visitar el norte de Argentina, lugar que no había visitado, pero que es muy importante ya que, parte de mi familia es de la zona. Inclusive, parte de mi sangre es de aborígenes de la zona.

    Que espero de este viaje, aun no lo sé, pero siento que es importante para mí desde el comienzo, al ir a reconocer, parte de mi historia; no discuto que tengo miedo, y es igual al que sentí al viajar al Perú, pues no sé que ocurrirá, y no sé si saldrán cosas como surgieron en aquel viaje tan vivido y apasionado, tan importante en su contenido.

    Creo que las aventuras surgen al tener la primera idea de realizar algo, es allí donde comienzan, y no es necesario que sea, en selvas intransitables o desiertos abrasadores, sino en lugares tan comunes que la mayoría de la gente toma como natural y poco importante, a nivel espiritual. Tal vez la mejor aventura es buscar nuestros orígenes y no sólo hablo de encontrar a parientes lejanos o lugares en donde vivieron, sino al contexto en donde se desarrollan las culturas, que luego nos marcarán una senda a seguir, según nuestra elección. Encontrarnos con nosotros mismos, con nuestro ser. Maravillarnos con lo que nos expresa la naturaleza, con lo que nos muestra el universo. Una aventura no sólo es poner en peligro la vida, aunque nos llene de adrenalina tal o cual hecho, por supuesto que es gratificante salir airoso de algún encuentro cercano con lo que nos pueda producir un daño físico, pero creo que también es sentir esa adrenalina sintiéndonos en armonía con lo que nos es ofrecido a nuestros ojos y demás sentidos.

    Así como en el Camino Inka, realicé un viaje a un pasado posible y lejano, estoy conciente que hoy comienzo un viaje a mi pasado más cercano, ya que he tenido últimamente, experiencias que marcan claramente la unión con mi parte india, mi unión con la Pacha Mama.

    Parto hacia Jujuy y Salta, Dios dirá lo que ocurrirá.

    Es viernes de Semana Santa, bajo del bus que demoró 13 horas en llegar a San Salvador de Jujuy, con las ganas propias de cualquier persona que desea conocer lo nuevo, los lugares aún no conocidos. Las calles están casi vacías debido al feriado, pero estoy contento de haber realizado el primer paso de mi recorrido. Mi mochila y mi viejo sombrero, serán mis compañeros mudos, por varios días. Siento que las montañas que veo a la distancia, me llaman, para mostrarme todo su encanto. Un pequeño recorrido, me permite ubicarme, pero el cansancio del viaje, me invita a relajarme para poder tomar el aliento necesario y así estar atento a lo que pueda ver o sentir y lamentablemente no encuentro a un amigo, nacido aquí y que no veo desde hace mucho tiempo.

    Al oscurecer, me dirijo hacia la catedral y, o casualidad, está por realizarse el Vía Crucis, por las calles de la ciudad, mucha gente en la Iglesia, a la cual se le pide ayuda para transportar las tres imágenes que saldrán en las doce estaciones. La Virgen Dolorosa, El Cristo Crucificado y San Juan Bautista, adornadas

    con flores amarillas y blancas. Me uno a la peregrinación, la cual no había realizado desde niño, cuando mi madre me llevaba, no sin antes alguna regañada, la cual era comprensible ya que a esa edad es difícil mantener la atención en lo místico. Por momento me siento compungido, hacerlo por convicción es distinto. Las estaciones están en cada esquina rodeando la catedral, pero a ella se unen, distintas paradas en donde los vecinos colocaron pequeñas mesitas con crucifijos y algunas velitas, pidiendo al sacerdote su bendición, la cual es otorgada buenamente, y agradecida con la mayor humildad. Al llegar nuevamente a la Catedral pido por mi viaje, para poder entender lo que viva en él. Este entorno me recuerda a Sevilla, a la cual tuve suerte de visitar, también en Semana Santa.

    El nuevo día marca mi partida hacia las montañas y veo la selva que rodea a la ciudad y sobre todo llama mi atención la gran cantidad de ceibos en flor que se encuentran a la vera del camino. Poco a poco el bus sube y comienza a cambiar la vegetación, se comienza a ver en las cumbres, la falta de ella. Me excita el tener tan a mano, los lugares escuchados desde niño en los recuerdos de los que vivieron o pasaron por estos lugares. Pasamos por Tumbaya con sus calles adornadas y su iglesia pintada de amarillo fuerte, a donde llega la Virgen de Copacabana, que es traída desde los cerros, a 22km de distancia, en peregrinación. Mi destino es un pequeño pueblito, Purmamarca. Comienzo a ver el increíble color de los cerros; Dios vistió de fiesta al desierto, ocres, verdes, azules, rojos, todos están, todos visten las montañas, cada una con un color, pero uno sobresale, uno que los posee a los siete, unidos al celeste profundo de un cielo imponentemente límpido, comienzan a transportarme. Primer visita la iglesia, ya monumento nacional, con su techo de madera de cardón y sólo algunos cuadros muy antiguos, según sé de la escuela cuzqueña, una hermosa imagen de la Virgen de Santa Rosa de Lima, patrona de Purmamarca y un pequeño crucifijo, pero eso basta para no poder retirarme por aproximadamente 30 o 40 minutos, sentado en uno de sus bancos de cardón transportándome quién sabe donde. Pienso que mi bisabuela, la conocida como Mamita Juana, casada con el Papá Olegario, arriero el hombre, estuvieron en este mismo lugar. Si bien yo era muy chico cuando ella murió, mi recuerdo quedo viéndola sentadita en una silla de madera bajo un árbol, en Córdoba. Lamento no haber podido hablar con ella, pero sé que me acompaña constantemente. La costumbre de llamar papá o mamá a los mayores, en nuestro norte, Bolivia y Perú, es conservada aun hoy, aunque esas personas sean desconocidas. Realmente me llena de emoción y ternura estar en donde mis antepasados estuvieron, jugaron y vivieron lo que tuvieron que vivir. Trato de imaginar, como sería todo hace 100 años, como vivían, cuales eran sus inquietudes y sus sueños, en que pensarían por las noches antes de dormir, en un pueblo rodeado por montañas de colores y los sentimientos envueltos en los tonos del universo.

    Los tiempos cambian, hay luz, una plaza llena de artesanía, gentes por todos lados, vehículos 4×4, pero la esencia, el adobe, el cardón, la piedra, el río no cambian, como tampoco su iglesia, la cual con toda su pobreza y humildad, con su atrio sin retablo, dice más que las grandes catedrales del mundo. Acá se siente la unión entre la cultura aborigen y la fe a un Dios que les fue impuesto, pero posteriormente adorado por convicción. Tal vez sea un lugar para pasar los últimos días y allí morir en completa paz, creo que esa es la "magia" de Purmamarca. Tal como la traducción de su nombre lo indica "lugar de descanso".

    Las campanas llaman a misa de sábado de resurrección, con su fogata de inicio, en donde se encendió el Cirio Pascual, la renovación de los votos del bautismo, la comunión junto a estos desconocidos, todo esto quedara en mi recuerdo, por el sentimiento puesto y sentido en él, y tal vez porque sirvió para unir al gran respeto que tengo para con los indios y su cultura y mi convicción cristiana. Sentado en un banco de su plaza, veo sus estrellas, busco las conocidas, ahí están todas, parecen faroles prendidos mostrando su belleza. Tal vez la Mamita Juana esté contenta de verme en este lugar. Mi plan es estar un día en cada pueblo que visite; muchos hacen todo el recorrido en un fin de semana. Pero tener la posibilidad de gozar de esta paz, es más de lo que puedo pedir. Siento mi vocecita interior que me dice Huacalera. Sé que es un pueblito más al norte, pero ¿por qué siento que tengo que detenerme sí o sí?

    Al salir de Purmamarca tomo la decisión de hacerlo a pie, son 22 Km los que unen este lugar mágico con Tilcara, tal vez sea una locura, pero creo que el viaje merece el esfuerzo. Al principio hablaba de aventura, de sentir y este trayecto me provoca la adrenalina suficiente como para lanzarme al camino. Las cosas se ven distintas, cuando se transpira la camiseta.

    El río Grande desciende a la par del camino, su color es el de la Pacha Mama, la tierra baja por él. Se ve como las montañas son surcadas por profundas grietas, producto de los grandes aludes de agua, barro y piedra. Los cardones parecen penitentes que suben a las cimas, inmutables; pequeños sembrados me recuerdan al Valle Sagrado de los Inkas, cuyo río Vilcanota o Urubamba, da fertilidad a su valle. Las montañas superan largamente los 2000 metros por donde va el camino, mete miedo el desierto; perderse en estos lugares, puede ser algo serio. El sol a pleno, comienza a castigar, alguna nube me protege de su fuerza. Tomo un pequeño descanso, aflojando las cinchas de mi mochila, me recuesto a la sombra de un árbol, pitando un tabaco observo como las nubes y las montañas tienen su propio baile de luces y sombras. Estoy llegando a Maimara, pero no me detengo, sólo la observo desde el camino. Su cementerio, al igual que en Purmamarca, muestra pequeñas cruces, algunas de metal, algunas de madera, de pie o caídas, con tumbas cubiertas de piedra que marcan el lugar santo. La banquina es polvo y piedra pero los pequeños sembrados muestran que aún en el desierto, todo puede florecer.

    Pero el camino sigue y poco a poco me acerco hasta mi segunda posta, Tilcara.

    A lo lejos veo pircas, como corrales y otras construcciones de piedra, ¿será el Pucará?. Los autos y camiones pasan a mi lado, levantando el polvo de las banquinas, creo ser el único caminante, en este momento; me hace pensar en si podré realizar, algún día "el Camino de Santiago", peregrinación a Santiago de Compostela en España. Me admiro de todo lo que pasa por mi mente, pienso en mi familia, en mis perras Ona y Toba, en mi caballo Juan Truco, no siento cansancio, es como si la energía de las montañas me cargara a cada paso, los recuerdos ganan mi espíritu y me transportan en tiempo y espacio. Pero hoy estoy a 1 km de Tilcara, ya puedo ver sus álamos que se elevan al cielo azul celeste, como perdonando a la Pacha Mama con sus pequeñas sombras y frenando los fuertes vientos. Como en todo el norte las construcciones pobres, son mayoría y marcan el olvido de la gran capital.-

    Entrar a pie al puente que me separa del poblado, me enorgullece, es como una peregrinación que ayuda a limpiar un poco, mi espíritu.

    Me detengo a comer unas humitas en chala, comida esta que degusté al menos una vez al día en mi viaje. Pocas cuadras y encuentro la plaza principal, atiborrada de artesanos, algunos del lugar, otros nómadas que se desplazan de lugar en lugar, de fiesta en fiesta. Pero en sus ojos, no veo queja. Tal vez la sequedad de la zona, no da lugar a ellas, tal vez y solo tal vez, el desierto enseña paciencia, perseverancia. Ya ubicado en un albergue sólo quiero reconocer el lugar. Conozco su iglesia, en donde se encuentra una imagen de la Virgen de Copacabana y a su frente, cruzando la calle, un busto del Sargento Antonino Peloc, soldado de la independencia y según viejas anécdotas, pariente lejano de mi familia. Mis raíces surgen a cada paso, en cada curva, en cada paso siento que este desierto vivo comienza a contar mi historia.-

    Subo al Pucará, que en queshua significa fuerte, el cual fue reconstruido y limpiado en parte. Siguiendo las indicaciones, llego hasta "la Iglesia de los Antiguos", como le llamaban los lugareños al ser preguntados por los arqueólogos que comenzaron con los trabajos de restauración, este era su templo. No me cabe ninguna duda que sus divinidades fueron el sol y la luna. Se nota la influencia queshua, sobre todo en una de las paredes laterales del altar mayor, en donde hay una hornacina, como para depositar algo. Tomo un descanso, para observar mi alrededor, sentado en una de las pircas que formaban las paredes laterales, cierro los ojos y sin quererlo veo en mi mente a una mujer con su hijo, sus cabellos eran negros y lacios y su vestimenta, una simple túnica, su conducta era calma, como jugando con su hijo. Agradezco esta visión y continúo recorriendo el lugar. Es increíble como las construcciones se asemejan a lo visto en Perú, pequeñas, sin ventanas, sus puertas que aquí eran de madera de cardón también pequeñas, para que el intenso frío no entre, sus techos de paja, barro y pedregullo daban el aislamiento superior. Pero hay algo que no me cierra del todo, algo que aún no descubro. Me llama la atención que todo está en un lugar, templos, casas, cementerio, pero las zonas de cultivo y los corrales están bajo el cerro, a la vista, todo está a la vista, entonces ¿qué es lo que veo mal?.

    Plano del Pukara de Tilcara – Ultimo cacique Viltipoco – 1594

    Instituto Interdisciplinario Tilcara

    Bajo al cementerio, huecos en la tierra, cubiertas sus paredes con piedras y una gran laja servía como tapa. La duda sigue y no logro descifrar ¿qué me molesta, que es lo que no veo?, ¿Que es lo que me mostró esa mujer?. Veo a mí alrededor, estoy en la cima del cerro en donde está enclavado el Pucará, los cerros de alrededor son muchísimo más altos, algunos casi inexpugnables, este es indefendible y como si fuera poco, los atacantes se adueñarían rápidamente de los alimentos y del agua. La mujer me mostró paz. Comienzo a reconocer mi error, no lo veo como un fuerte, lo veo como una ciudad que tenia su vida en paz. Los Tilcaras o como seria realmente, los Fiscaras eran pastores y agricultores, de querer esconderse o defenderse de sus agresores, creo que hubieran buscado los cerros aledaños, tal vez me equivoque, pero ahora si todo me cierra, ahora si puedo bajar. No dudo que pelearon contra el invasor, pero hay otros lugares, un poquito más al norte y pienso que es allí en donde realmente tenían sus defensas, verdaderas atalayas fortificadas. Mi idea está formada, por mas que los estudiosos digan lo contrario.

    Comienza a bajar el sol y por ende la temperatura, los 2460 mts comienzan a notarse. El día fue largo, sólo deseaba comer algo y dormir.

    ¡ Dios, qué ganas de escuchar un sikuri, que me transporte al infinito!

    Ceno en un pequeño bar con aires criollos, un par de tamales, una cerveza y veo que comienzan a acercarse al lugar cuatro o cinco parroquianos, que se conoce son asiduos del lugar. Cada uno con distinta vestimenta, artesano, gaucho o con túnica negra. Algunos nativos, otros adoptados, todos mestizos. Se congregan alrededor de una de las mesas. Mi curiosidad me lleva a pedirles permiso y unirme a ellos. Dos pintores, un artesano, el dueño del bar y una guitarrero en sus primeras armas. La charla se basa fundamentalmente en mantener la identidad, la cultura y no ensuciarlas, dice un pintor en su jerga. Pienso que es difícil separar en muchos de nosotros a la parte europea que también llevamos en la sangre, lo mejor es tratar de armonizar las dos partes o mundos de los cuales venimos. Pero lo que más llama mi atención, es la razonable lógica de uno de ellos al tomar al pueblo Queshua, como un invasor, que también incluyó a estos pueblos dentro de su imperio. Si bien esta invasión sólo duró 50 años, hasta que llega el español, se nota la gran influencia que tuvieron. Esto era parte del Kollasuyo, la parte sur del imperio. Al salir del bar, la lluvia comienza a mojarme y siento nuevamente Huacalera.

    Aquí también como en todo el norte la religiosidad es importantísima. Toda la semana se hacen procesiones, hacia la montaña, acompañadas estas por bandas de Sikuris que son benditas a su partida de Tilcara. El domingo de Pascuas, luego de la misa se realiza la procesión por las ermitas, con el Cristo Resucitado y la Virgen del Abra de Punta Corral. Las ermitas son enormes cuadros hechos con flores, espigas de trigo, piedritas, granos de maíz, pegadas a una tabla, con imágenes de Jesús o de adoración. Son realizadas por los lugareños y posteriormente guardadas en un museo. Todo es tan cristalino, todo encaja perfectamente en la cultura andina, no hay resquicio por donde se introduzca la falta de fe. Sentirme parte, aunque más no sea por mis antepasados, ya es suficiente, aunque sea la primera vez que piso esta tierra.

    Al irme a dormir al albergue me informan que tengo compañero de habitación, un suizo que o casualidad es de Neyruz, pueblo que me ha sido recordado en mis dos últimos viajes y en el cual desde ahora tendré dos amigos. Con él quedamos en vernos en Humahuaca.-

    Placa de bronce – Pucará de Tilcara

    uevamente en el camino rumbo a Humahuaca, me detengo donde siento que no puedo pasar por alto, Huacalera en este lugar fueron descarnados los restos del Gral. Lavalle, para que no sea profanado por sus enemigos; me detengo en su capilla, es lo único que visito, lamento que esté cerrada. Aun no puedo entender el porqué de detenerme precisamente en su capilla. Pero al hablar por teléfono a Córdoba, me llega información, me entero que allí, precisamente en esa capilla fue bautizada mi bisabuela. La emoción que siento es tan grande, que algo se cruza en mi garganta. Un sentimiento muy profundo me embarga. No caben dudas de que ella me acompaña.

    Pero tengo que seguir, como siempre digo, Dios no tiene tiempo ni espacio, el ser humano sí. Ya en Humahuaca, me encuentro con el nuevo compañero de viaje, subimos hasta el monumento a la Independencia, el cual es sobrecogedor. Se nota que en todo el norte se vivió a sangre, fuego y lanza, la lucha por la independencia, mientras en la gran capital se comerciaba con el enemigo. A un costado y hecho en adobe, como un campanario custodiado por los cardones, el homenaje a los nativos del pueblo, muertos en esta gesta. Conmueve el pisar esta tierra. Mi acompañante me pregunta si valía la pena luchar por este desierto de piedra, pregunta que escuché, posteriormente, en el tren a las nubes, pero esta vez por un hombre nacido en la provincia de Buenos Aires, mi respuesta es que el gauchaje peleaba por su tierra y creo que cada uno de nosotros defendería su casa hasta la muerte si fuera atacada. Si Guemes escuchara estas preguntas, no me caben dudas que su sable probaría nuevamente sangre.

    Poco veo de lo precolombino, poco se habla del pasado, poco se sabe de las distintas tribus que habitaron estos valles y quebradas, pero puedo internarme en la montaña, puedo conocer como viven los alejados, no sólo de las grandes ciudades, sino de los pequeños pueblos. Esos lugares en donde el contacto y la contaminación son aún menores. Mañana iré a un pueblo perdido en el medio de la nada o del todo según se vea, Iruya. Aun no he sentido totalmente la fuerza de la montaña, tal vez ahora lo sienta, estoy abierto a lo que suceda, pero cabe la posibilidad de que nada ocurra. De todos modos el simple hecho de gozar viendo, provoca el lleno total de los sentidos.-

    Por la noche Humahuaca cambia su aspecto, las farolas que iluminan sus calles, le dan un aspecto totalmente romántico, largas hileras de luz me recuerdan a los pueblos españoles. Cenamos con mi nuevo compinche y él se retira a dormir. Caminando por las calles, siento en mi mente el sonido de una quena, la paz me envuelve y el aire fresco me invita a saborear un mate de coca antes del descanso. Entro a un bar y un perro, que según sus dueños era bravo, se recuesta a mis pies luego de una caricia, sé que mi contacto con los animales es sólido y natural.

    Son las 9,30 hrs, un solo bus recorre en tres horas los 70 Km, que nos separan de mi próximo destino y lo hace una vez al día y no todos los días de la semana. Partimos hacia el nordeste, Iruya está en la provincia de Salta, pero únicamente se accede desde Jujuy; por lo que veo el bus sirve de correo, camión de carga y transporte. Pocos km de pavimento y comienza el camino de tierra, el cual comienza a ascender y también se va enangostando poco a poco, por momentos transitamos por sobre las vías del tren, cruzando varias veces por el lecho de los arroyos, buscando el lugar para pasar, se puede apreciar que las crecientes son fuertes y se llevan la huella cada vez que ocurren. Con tristeza veo una vieja estación de tren abandonada. Las construcciones comienzan a cambiar, ya no tienen techos de adobe y piedra, ahora son de cortadera. Pircas y corrales de piedra, encierran ovejas y cabras. Los caracoles del camino marcan claramente el camino de montaña. Poco a poco nos acercamos a los 4.000 mts, debemos pasar por "El Abra del Cóndor", en donde muy amablemente, el chofer del trajinado bus se detiene permitiendo que los dos turistas saquen sus fotos, mientras el pasaje espera pacientemente. Aquí no existe el apuro.

    Es la segunda vez que mis pies pisan los 4.000 mts, la primera fue con la mochila al hombro realizando el "Camino Inka", cruzando el paso de "Warmiwañusca" o Paso de la Mujer Muerta a 4.200 mts. Al fondo se ven los sembrados, realizados a 3.000 mts, pero no en terrazas como en Perú, ya que las bases de los cerros, en donde se realizan, son de menor pendiente; de todos modos, en la parte superior, sería imposible realizarlas. Luego de una pequeña planicie, comenzamos el descenso por los caracoles. En algún paraje alguien baja y alguien sube, con un perro o gallina a cuestas, con una bolsa de maíz, que quien sabe a donde llevarán, pero no se ven casas alrededor, estarán en alguna quebrada cercana. Las capillas que pasamos se ven tan solitarias en semejante paisaje, que resulta increíble que los días de misa se llenen de creyentes. Estoy entrando a la vida pura, con gentes que cultivan pequeñas porciones de tierra con maíz, trigo, alfalfa. Su color es el de la tierra; en los ancianos, en los surcos de sus rostros, se conoce la dureza del clima; sus labios, en algunos casos, están teñidos de tanto mascar coca; pero sus ojos son especiales, tienen el brillo de una vida simple, dura pero simple, sin contaminación, sin el bombardeo cotidiano que recibimos en las ciudades. No caben dudas de que son duros, no vacilarían en marcarte el lomo a lonjazos llegado el caso, pero sus contestaciones y trato son por demás amables y humildes. El lugar está al final del camino, a partir de allí, a los caseríos que existen, sólo se llega a pie o mula. En uno de los cruces del río, como una aparición, a lo lejos veo la capilla, para esconderse al instante, por varios kilómetros. Comienzo a emocionarme poco a poco, Iruya esta cada vez mas cerca; la quebrada por donde descendemos, me muestra construcciones aisladas, pero la pregunta es ¿de qué viven?, no todos tienen majadas o hatos, no todos tienen donde cultivar.-

    Recorremos con Cristophs, mi acompañante suizo, las empedradas calles, los pocos turistas que llegan para Semana Santa, ya no están, el pueblo está totalmente en paz. Una pequeña usina da luz a todo el pueblo, al fondo, el cementerio, con tumbas de 1.890 y otras más antiguas, pero sin fecha, con una pequeña capilla, creo, de responso, ya derruida por el tiempo.

    En estos lugares el tiempo no existe. El pasado, presente y futuro se conjugan en las altísimas montañas, en su arroyo, en la piedra, así como la vida y la muerte conviven naturalmente, todo está a la vista.-

       Hablando con algunas personas, que habitan estos pueblos, Iruya, Humahuaca, Purmamarca, que llegaron a ellos casi por casualidad y se quedaron, repito algunos, hablan de volver a la civilización, como si esto fuera un lugar apartado de ella y realmente esta no ha llegado en su totalidad y eso provoca que mantengan ese encanto especial, que nos permite esclarecer, si es mejor calidad de vida o cantidad. Creo que mi elección es clara. Por supuesto que hay que aclimatarse y sacar de nuestro interior lo contaminante, para así poder armonizar plenamente con el todo. Es difícil, pero no imposible, depende de nosotros mismos el lograr ese estado y no sucumbir a la vorágine de lo inaudito. Vivir y sentir, creo que es la consigna. Dicen que Dios nos dio el libre albedrío y creo que la mejor forma de usarlo es en la elección de vivir y no ser esclavos de un sistema.-

    Iruya, enormes tus montañas, profundas tus quebradas, serena tu gente, tu pobre río de piedras sólo muestra la vastedad del universo del cual sólo somos un pequeñísimo fragmento, aquí no hay magos ni brujos que puedan con tu entorno, sólo voluntad y fe logran sacarle algo a la Pacha Mama, sólo el confiar en que el sol saldrá al otro día, realiza el conjuro para vivir, sólo el amor en donde nos encontramos a nosotros mismos, provoca la magia de pertenecer. Y yo por ahora sólo sé que pertenezco a las montañas.

    Vuelvo a Humahuaca, aún no he tomado la decisión de volver a S.S. de Jujuy o seguir al norte, pero las tres horas de regreso me sirven para tomar la decisión de seguir y llegar al límite norte de mi país.-

     Ver la puna antes de La Quiaca, en donde el punto más alto del camino asciende hasta los 3.780 mts, es imperdible. Por momentos parece que estoy en los llanos del sur, pero las montañas, me marcan la diferencia. ¿Qué se siente en este lugar?. ¿Qué sorprende y a su vez nos muestra la dureza del lugar?. ¿Qué me carga de tal forma, que en un segundo cruza por mi mente el quedarme, aunque sea un tiempo?. La magnitud de su belleza me muestra claramente que se nos da lo que pedimos. Verla, es entrar en otra dimensión, es encontrar de frente el miedo a la soledad y al mismo tiempo, es encontrar la paz de comenzar a entrar en la plena armonía con el todo. La simpatía de ver las llamas pastar, un animal tan noble y antiguo que sirvió a los indios en lana, carne y transporte, usado y cuidado por todas las culturas andinas, aun antes de que el español llegara con su codicia y espada. La vastedad de la puna, su desierto, sus casas de adobe, su oxígeno puro, belleza por donde se mire, no hay palabras para acotarla, sólo un fuerte sentimiento que abarca al infinito.-

    Las culturas andinas, Aymarás, Humahuacas, Fiscaras, Quechuas, o como se llamen, algunas olvidadas, otras mantenidas escondiendo sus pequeños secretos, que llegaron a estos días por el boca a boca, y su Wiphala, con sus colores rojo, naranja, amarillo, blanco, verde, azul y violeta, que muestra la unión del pueblo andino en su lucha, creo sin temor a equivocarme, son las que más demuestran la vida en épocas prehispánicas, las que mas me demuestran mis raíces americanas y mi unión con la Pacha Mama. He llegado hasta Ushuaia, he llegado hasta La Quiaca, visto las ciudades más distantes y sé con total seguridad que todos los habitantes originarios, todos los aborígenes de las distintas regiones, sea valles o montañas, sean desiertos o selvas. Mas allá de la igualdad en las distintas deidades, sean animales como el cóndor, puma o serpiente o elementos de la naturaleza, o lo que sea, solo tuvieron un sentimiento por la madre tierra y fue respeto.-

    Me despido de mi compañero, prometiendo contarnos por carta, donde andamos.-

    Ahora si vuelvo a San Salvador de Jujuy, al encuentro con un amigo con el cual no hablo hace 16 años y quiere Dios que lo encuentre a mi regreso, cuando ya conozco su provincia, cuando ya puedo entender su forma. Él con su historia, yo con la mía y así poder contarnos y decirnos, lo importante, lo que necesitamos saber uno del otro.-

    Hace tres noches que sueño con la muerte (¿?) y creo que esta marcado en los cementerios que sin querer he visitado, mi buen amigo me lleva a ver el desfile del 19 de Abril, día en que se funda San Salvador de Jujuy, el gauchaje tiene su mayor reconocimiento al desfilar cerca de 30 asociaciones, luego a comer un asado en casa de un criollo, que ofrece su humilde casa con total gusto. Se sabe que hay doma cerca y allá vamos, comienza a oscurecer, pregunto a mi amigo si no es muy tarde y si esto no pondría en peligro al jinete o al animal, él comprende y al ser dirigente de una de las asociaciones, se dirige a detener la jineteada, pero todo tiene su tiempo, en la última doma, muere el animal; no conozco ni al jinete ni al animal, solo conozco a mi amigo, las causa no importan pero no puedo contener mi llanto, solo quiero acariciar al animal, los desconocidos que me rodean se dan cuenta y tres de ellos me retiran del lugar, explicándome que este noble ser fue un buen pingo y que murió en su ley. De nada sirve, no entiendo como el afán del hombre en vanagloriarse y llegar a estos extremos, yo lo hice hace mucho tiempo y gracias a Dios aprendí. El "Chato" Elías me muestra su hombría de bien, yo no tengo consuelo. ¿Porqué tuve que presenciarlo?. Mi amigo, hombre que ama a los caballos profundamente, queda impresionado al ver como pudo causarme tanto daño este hecho, si se quiere, fortuito. No es lindo todo lo que se ve.-

    En la cena hablamos mucho, me cuenta de sus hijas y de su nieto. Por mi parte le comento de los sentimientos que me rodean últimamente, quedamos en no perder contacto en el futuro, yo debo partir continuando mi viaje.-

    El bus me deja en Salta, junto a mis dos mudos compañeros, mi sombrero y mi mochila, esperando para realizar un viaje hace mucho esperado "El Tren a las Nubes". De un pueblo cercano, Guemes, es oriunda mi madre, mujer golosa y querendona de todo este norte. La ciudad es linda, pero como siempre los grandes conglomerados de gente que visito, no me producen ninguna excitación. Visito su cabildo, me impresiona el interior de su Catedral, inaugurada en 1806, imponente; su exterior, cambiando su color me recuerda a la de Qosqo, en Perú, con sus dos campanarios a los lados y el gran portal en su centro. Paso por la Iglesia de San Francisco (1882) y allí agradezco todo lo bueno que estoy recibiendo en este viaje, sus colores llaman la atención, ladrillo fuerte y amarillo.

    Sentado en la plaza principal, frente a la Catedral comienzo a recopilar mi viaje y creo que este me ha definido que aun no sé realmente cual es mi lugar, pensé que encontraría la magia necesaria para encontrarlo y ella a llegado para decirme "busca, busca que si existes también existe ese lugar tan preciado, tu lugar". Como la mayoría de las cosas que deseo o busco, tardan un poco en llegar, pero de repente y ya sin presionar en la búsqueda, aparecen cual fantasma, como que Dios las pone delante de mí y es decisión solamente mía, el aceptarlas. Si el descubrir nuevos lugares, el transitar el camino en mi búsqueda me subyuga, si a cada paso me estoy acercando más a mí mismo, ¿cómo será encontrar el lugar a donde pertenezco?.

    Antes de dormir, encuentro un bar en donde comer algo, es una mezcla de viejo galpón y exposición de fotografías, pregunto por el fotógrafo y me presentan a una morocha encantadora que me cuenta como realiza su trabajo, gracias a Dios, siempre conozco gente que está dispuesta a compartir conmigo sus gustos y deseos más profundos.

    7,15 de la mañana, aún oscuro, el tren comienza su movimiento, mis compañeros de asiento, 3 jubilados….., pero la impresión es equivocada, resultaron tres personajes con los cuales compartí las casi 15 horas que lleva el recorrido de ida y vuelta. Charla, mate y empezar a reírse con las anécdotas. Poco a poco el tren comienza a subir, las nubes cubren el bajo, pero sé que a la altura que iremos no las tendremos. Argentinos, alemanes, yanquis, franceses comienzan a admirarse del paisaje, gatillan sus maquinas fotográficas constantemente, aún el verde predomina. Cruzamos el primer viaducto, no muy alto, y automáticamente todos comienzan a asombrarse. Pequeñas casas se ven a los lados de las vías, junto a alguna capilla. Vamos por la quebrada del río Toro, su nombre se puede deber a dos cosas, por aquí se llevaba ganado y muchos animales morían en el trayecto; al comenzar los trabajos de construcción del tren llama la atención a los ingenieros y bautizan así al río; la otra es que en quechua, Turu significa barro y el color del río es el de la tierra que surca.

    Hay taperas, en casi todo el recorrido, a veces cerca de las vías, otras más alejadas, algunas son de pobladores de la zona que las abandonaron, otras de los empleados del ferrocarril que trabajaron en su construcción. Ya la vegetación comienza a cambiar y en el fondo de alguna quebrada sorprenden los verdes de los sembrados, como si no correspondieran a este lugar, la tierra es casi arena, su color es blanco-grisáceo y combina perfectamente con los distintos tonos de las montañas. Por momentos el tren hace zig-zag para ganar altura y fuerza, curvas, túnel, rulos todo vale para ganar altura y no perderla en todo el recorrido.

    Fiel a mi costumbre, hablo con los que trabajan en el tren y así logro comunicarme con uno de los guías de vagón, que a su vez hace trabajo comunitario, con los pequeños campesinos de la zona. Es la segunda vez en este viaje, que alguien me habla del tema. ¿Hay posibilidades de hacerlo?. ¿Cómo conseguir trabajo para poder estar cerca?. Preguntas que instantáneamente cruzan mi cabeza. Busco mi lugar lejos de las grandes ciudades, mier…. que decisión. ¿Se podrá hacer, cerca del campo que compre?

    Subimos constantemente, 2000, 2500, 2700, el tren recorre casi 220 km en todo su recorrido, todo en subida. Comienza a verse algún nevado. Las llamas elevan un OH!!! en el vagón. Al llegar a una estación, Chorrillos a 2100 mts, en donde antes se recargaba agua para la máquina, los niños salen a saludar con sus manitos sucias. Como no pensar ante esos ojitos que me observan sonrientes. Tal vez la diversión mas grande es ver pasar estos vagones, cargados de gente rara, de turistas. Me acuerdo del refrán "como vacas mirando al tren", pero esta vez las vacas están en el tren. Todos suspiramos ante tanta ternura. Qué seguros nos sentimos cuando estamos en el tren, qué vanagloriada estupidez el sentirse en el camino y no al costado. Pero el convoy sigue su marcha, continua ganando altura, llegando hasta la estación del Abra Muñano a 4000 mts, en donde se realiza en paso de la máquina que nos tiraba, hacia atrás pasando a empujarnos. Al detenernos se produce el primer contacto, se arremolinan las manos en las ventanillas, todos ofrecen sus mercancías, son minutos para vender lo que se pueda, para salir corriendo a encontrar al tren en otro punto.

    Pasamos por la mina Concordia a 4144 mts, de donde se extraía oro y plata, hasta que sus túneles se inundaron con una vertiente y dejó de ser explotada, como si la montaña hubiera dicho basta, no me lastimen más. Estamos tan alto, que ya ni el cardón se anima a llegar. Llegamos al viaducto La Polvorilla 4197 mts, por tercera vez mis pies tocan esa altura. Aconsejo a mis acompañantes que se muevan despacio, por la falta de oxígeno, después me darían la razón. Bajo del tren, ¿tiene regalo?, ¿tiene monedita?, ¿tiene caramelo?, los niños piden, pero ofrecen a cambio cualquier cosa, hasta una piedra levantada en el mismo lugar sirve para comerciar. Los grandes ofrecen sus tejidos. Por una pocas monedas se dejan fotografiar, son pobres y humildes, no sonsos. Encuentro a la fotógrafa salteña y comentamos lo que estamos viendo. El viaducto curvo sigue hasta el límite con Chile en donde se une con las vías chilenas. Nuestro convoy vuelve hasta San Antonio de los Cobres, y nuevamente todos salen corriendo para el encuentro final, allí es donde tendrán media hora para vender, para poner todo en el sartén, medias, chalecos, guantes, no hay que desperdiciar el poco tiempo.

    Al descender, se realiza una ceremonia muy emotiva, que tal vez en Buenos Aires, Córdoba u otra ciudad, no le daríamos importancia, pero aquí es distinto. Se realiza el izamiento de la bandera y se canta Aurora, emociona verla subir. Cuatro minutos dura la canción, y luego todo es ofrecer, todo es pedir, todo es aprovechar el poco tiempo para ganar algunas monedas. Sus rostros curtidos por los vientos y el sol. Pero ahí están sus ojos, atentos ante cualquier demanda, allí están los niños que con la mayor humildad piden algo, hay que tener el corazón muy duro, para ver el fondo de esos ojitos y no tener ganas de ayudar. El tren anuncia su partida, las mesas en donde se ofrecían los productos, comienzan a plegarse, nuevamente todo es en las ventanillas y en las puertas de acceso los vagones.

    La vuelta es larga y cansadora, pero lo que me llevo dentro es más que el cansancio, ver a esta gente quedarse en su lugar es hermoso y triste por igual. El orgullo que tienen por sus cosas me marca claramente su sangre es india.

    Viaducto La Polvorilla – 4.197 mts S. N. M. – Desde vías a base 63 mts

    Mi viaje está culminando y lo que más lamento, es no haber tenido más tiempo, pero como todo tiene un comienzo y un final, vuelvo a casa, las expectativas que había creado, están concretadas plenamente. Gracias a Dios nuevamente, un viaje, me muestra algo valioso. Mis raíces más cercanas, esas que nos marcan y que tarde o temprano, explotan en nuestro interior, esas que permiten encontrarnos y tomar las decisiones de elegir el futuro. Que aventura más grande puede haber, que saber de donde venimos y así encontrarnos a nosotros mismos. Lo mío son las montañas y mi ave el cóndor.

    Si Jujuy confirma mi idea de vivir en las montañas, Salta me dio la perspectiva de hacer trabajo voluntario en donde compre mi campo.

    La sensación, de haber estado en este norte, en estas montañas y con esta gente, es tan profunda que no puedo explicarla con palabras. Pero los sentimientos que van surgiendo día a día, me van mostrando que el camino recorrido no es en vano. Siento que todo va fluyendo a un punto, todo converge a un punto, mi centro, mi yo mas íntimo. Todos los senderos tienen un final; es como Iruya, esta al final del camino, al fondo de la quebrada, desde allí es a pie o en mula, pero es allí donde comienza el resto del tiempo a vivir. Si bien en las grandes ciudades escondemos nuestros sentimientos y los enterramos en lo más profundo, este viaje a mi posible historia mas cercana, los dejo a flor de piel. Es como sentir que voy limpiándome paso a paso de las estructuras que fui construyendo. Un gran escritor, valga la redundancia, escribió: "Si naciste sin alas, no hagas nada que impida que crezcan" (D. Chopra) y gracias a Dios, en mi búsqueda, estoy dejándolas crecer.

    Tomo mi bus hacia Córdoba, pero la copla de una vidala, me pinta claramente este Norte.

    Cara de roca

    Mastica coca

    Y se ilumina

    El seclanteño

    Lento camina

    Como sus sueños.

    (Ariel Petrocelli)

      PD: Un año después, vuelvo a Jujuy y por supuesto a Purmamarca. Sentado en uno de los bancos de cardón de la iglesia, descubro que la capilla es una puerta, una puerta hacia un universo sin límites y casi totalmente desconocido. Un portal hacia mí mismo.

     

     

    Juan Carlos Kufner