El secreto del bosque (Cuento) H.B. WALLACE
…Bosques de Bazetin, Somme Francia, 1917…
"General Boelke…general Boelke!, despierte, los ingleses avanzan, han tomado la segunda línea, y de dirigen hacia nosotros por Thiepval!"
El Gral. Boelke finge estar dormido un minuto más, sin embargo medita cual sería la mejor ruta en medio del bosque, para retirar a su tropa de 5 hombres.
"Rudd!", exclamó el general, "municiones, con cuantas contamos", Rudd corrió rápidamente, hizo el saludo y repitió de memoria: "¡Dos fusiles, tres cargadores, doce granadas de mano, un lanza granadas y tres bayonetas mi comandante!".
Boelke volvió a recostarse, esta vez con la vista puesta en le densa niebla que llegaba la copa de los pinos que le cobijaban, y balbuceo: "Maldición soldado Rudd, estoy hablando de cuanta comida tenemos, whiskey y lo más importante, cigarros, y Ud. me sale con patrañas militares!". En realidad Boelke trataba de que sus hombres no pensaran demasiado en el poco arsenal con el que contaban, que pensaran que a él no le importaba si había o no municiones, les había guiado hasta aquí, habían derrotado ya tres flancos, dos ingleses y un francés, habían perdido nada más dos compañeros, y esto por desobedecer las órdenes rígidas y poco ortodoxas del general, pero ellos confiaban en su criterio y él lo sabía.
"Dos raciones grandes de comida, una botella de whiskey y dos cajetillas de cigarrillos mi general", exclamo Anton", esto y dos paquetes de goma de mascar americana que le robamos a los ingleses". Boelke levanto la cejilla en señal de molestia y comento: "¿Robamos?". Todos dieron un paso atrás, sabía que había problemas, "¿Robamos!?", dijo el general esta vez mas sobresaltados, "Muñequitas de celofán, maldita sea!, ¿Alguna de ustedes señoritas se da cuenta que esto es la guerra y que nadie roba botín? ¿Acaso somos unos malditos y sucios corsarios?, ¡Respondan manada de cachorritas en celo!".
Anton temblaba mientras Boelke caminaba hacia él, "Zap", una bofetada sobre el rostro de Anton, sin embargo no de Boelke, sino del sargento Ralf, el cual se interpuso entre Boelke y Anton. Ralf añadió: "Lo siento mi general, Anton seguramente quiso decir que las gomas eran pertrechos de guerra que aprovechamos al derrotar a nuestro débil enemigo inglés, y que era justo que dichos pertrechos fueran consignados como municiones". Boelke sonrió cínicamente y respondió "vaya, vaya, al fin un cadete en el baile de señoritas, bien dicho sargento, se ha ganado el derecho al turno de la noche, de usted dependerá que la tropa de valkirias durmientes pueda descansar sin temor al lobo feroz, ¿No es cierto?", "Si mi general!", respondió Ralf haciendo el saludo militar, "Descanse" añadió Boelke.
El general dio la vuelta y miro a todos con gélida mirada, y con la soberanía de un maestro impartiendo dictado a sus alumnos de primer grado, exclamo: "nosotros somos la fuerza imperial de la gran Alemania", los soldados repetían al unísono las mismas frases, con la gallardía de un cadete en plena cena de oficiales "El ejercito del general Fritz von Below se impondrá a los débiles Ingleses, y aplastará a los franceses", nuevamente el ejército respondió al unísono. Finalmente Boelke saludó a los muchachos y solicito romper filas, todos regresaron a sus puestos de vigilancia, y se prepararon para la tercera noche con nevada, al dia siguiente todo el bosque a su alrededor parecía una enrome sábana blanca, cubierta de blanco granizo, nieve y destellantes formaciones cristalinas alrededor de las tiendas, se dedicaron más a limpiar la zona y las vías posibles de escape, que a pasar revisión.
Ralf se encargó de racionar apropiadamente la comida y el whiskey, mientras Boelke se adueñó de los cigarrillos y repartió la goma de mascar, caminaron adentrándose al espeso bosque durante la tarde noche, buscando algún animal como liebres, venados, jabalíes, cualquier mamífero, incluso las zorras sonaban como un buen platillo para la cena, pero nada, no hubo suerte, solamente vallas silvestres, algunas nueces y agua de un riachuelo que parecía más una enorme hielera, ahí había una pequeña poza en forma de bóveda, completamente congelada. Al regresar dieron parte al general, el cual parecía indolente, frio, como si todo estuviese bajo control, así pasaron hasta tres noches continuas.
El ánimo de los muchachos comenzaba a decaer, y las vallas silvestres a desaparecer, el cablegrama anunciaba una inminente victoria de los Ingleses que avanzaban a la tercera línea del ejército imperial alemán, la caída de algunos aviones del invencible "Jasta 11" se convertía en espinas que desinflaban el pecho aun erguido de los soldados, sin embargo Boelke no cesaba de animarles a repetir su gastado credo todas las noches.
hasta que ese noche Anton se puso en pie frente al general, con su frente sudorosa, sus manos temblando de miedo y su voz entrecortada: "Ge-ge-general!…so.so..solicito su permiso pa-pa-". Boelke no se inmuto, solamente sacó su vieja navaja marcada con la cruza de hierro, y afiló lentamente un punzón de madera. Anton continuó nuevamente: "So-solicito permiso, para desertar General". Todos le veían como se ve a un hombre muerto, para el ejército imperial la deserción era sinónimo de traición, todos bajaron la mirada, no se atrevían a mirar los ojos del general Boelke, el cual daba termino al punzón de madera, mientras limpiaba su navaja en el pantalón y sobretodo pardo, respiro, y el aire se convirtió de inmediato en una estela de humo gris, que se desdoblaba en figuras y formas de anunciaban la misma ira de Odín, la guadaña de la muerte, la afilada lanza del jinete a punto de dar fin a su enemigo, toda forma de destrucción imaginable danzaba en esa estela de humo, como riéndose a carcajadas del ya sentenciado Anton.
Boelke hizo un giro rápido, fugaz, y el punzón se entre clavo fuerte y directo, en los pies de Anton, el cual se quedó impávido, quieto, sin decir una palabra, sabía que ese punzón era para él, pero no entendía porque el general lo lanzo a sus pies, y no a su pecho, un leve olor a orina se comenzó a difundir tan rápido, como el cálido liquido descendía sobre la pierna izquierda de Anton.
Todos guardaron silencio, "Entonces Antón?", murmuró Boelke, esta vez con una voz pausada, e interrumpida por los constantes humos del cigarrillo del general, "Entonces?, nos dejas eh?, dime Anton, que tanto te ha dado este batallón, contéstame!". Una sonrisa sarcástica se formaba en las mejías de Boelke y una llama de esperanza en los ojos de los soldados: "Dime Anton, ¿Acaso no te hemos dado todo?, ¿No hemos cuidado tu trasero de bailarina del Ballet de Viena?, acaso piensas irte sin darle algo a cambio a tus camaradas, eso no me parece justo!, no es así muchachos?".
Los soldados se relajaron un momento y pensaron, sin decirlo, que el general solamente estaba jugando un poco con Anton, y que al final solamente le daría una tarea para compensar sus años de servicio, al final, Boelke podría ser todo, menos un asesino a sangre fría.
"Teniente Ralf!", exclamo Boelke, "Díganos Ralf, ¿No es cierto que de noche los jabalíes y los ciervos salen a beber agua en los riachuelos?", "Afirmativo general!", respondió Ralf, Boelke insistió: "Entonces, díganme señoritas de la caridad, no les parece justo que esta noble damisela de nombre Anton, nos debería regalar una presa para nuestro desayuno?". Todos rompieron en risas nerviosos y que al mismo tiempo buscaban desahogar el siniestro momento, y respondieron que si, al unísono entre bromas de la misma calaña, algunos dando palmadas en la cabeza de Anton, y mofándose de su inesperada muestra de miedo en sus pantalones.
"Ok Anton, he ahí tu misión, si quieres desertar estás en tu derecho, pero debes regalarnos una pierna de ciervo o un jabalí para cuando salga el sol, de lo contrario yo mismo te usare de tiro al blanco, y el blanco será el ojete de tu blanco, pálido y mojado trasero!", dijo el General con un tono alegre. Todos rieron a carcajadas y a Anton pareció bien, Boelke le entrego la estaca en sus manos y le miró fijamente como dándole confianza para que llevara a cabo dicha misión.
Anton tomo la estaca y se adentró en el bosque, luego de eso, todos volvieron a sus tiendas y otros a la vigilia. La noche pareció transcurrir rápida, nadie se dio cuenta que el general Boelke se levantó más temprano de lo normal, aunque al verle preparando el fuego, dieron por entendido que Anton logró su misión con éxito y que, como era el estilo del general, le había despedido a solas, para que no pasara más vergüenza. Olaf recostado en un pino caído, percibió el olor de la carne recién comenzada a quemarse a las brasas, todos salieron con una sonrisa que había tardado más de un mes en llegar a sus rostros. "Al parecer la damita hizo al fin un buen trabajo" murmuro Boelke a sus hombres, "miren, una pierna de ciervo bien cocinada".
Boelke cortaba los gajos de carne con su vieja navaja y los tiraba sobre las piedras que servían de hornilla, Al mismo tiempo les invitaba: "Que esperan rameras? Que yo les sirva la carne?, vengan por su parte perras". Todos se acercaron alegres, con el rostro lleno de esperanzador encanto, bebieron whiskey en la tapadera de sus gastadas cantimploras y volvieron a sus labores del dia, cantando "Anton, Anton, Sie gaben uns aber waren ein Bastard", (Antón, Antón, nos has dado alegría aunque eras un cabrón!).
El buen ánimo regreso a ellos como por arte de magia, y los cablegramas de una que otra victoria de Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen (Barón Rojo), parecían aderezar un dia como si fuese el de la misma victoria sobe los Ingleses, el ánimo fue tan duradero como lo fue la pierna de siervo, la cual se racionó para que durase al menos tres días al pequeño grupo. Al cuarto día Boelke, antes que el ánimo volviese a decaer sugirió: "iré por la otra pierna del ciervo", todos le miraron y hasta entonces recapacitaron. Olaf pregunto: "General, pero y que acaso no estará ya perdida la carne del ciervo?". Boelke les miró a todos y cada uno, con la sonrisa cínica de siempre y respondió: "Nuevamente mis hermanas carmelitas me demuestran que no tienen ni un ápice de inteligencia, son unos inútiles, pensaron que dejaría perder la carne de una presa tan importante?!!!! Respondan cerebros de ardilla!". Todos se le quedaron viendo con la vergüenza tatuada en el rostro.
Boelke encendió otro cigarrillo y camino en el bosque en dirección del riachuelo, nadie se atrevió a preguntar si le acompañaba por temor a una represaría más, el teniente Ralf sugirió: "Seguramente sumergió al ciervo en los hielos de la pequeña poza, la carne ha de estar muy bien conservada, y de seguro utilizo la última sal que quedaba para preservarla aún mejor, que idiotas somos, tenemos un gran líder", todos asintieron y esperaron al general encendiendo la fogata para el nuevo festín, esta vez el general llevo la pierna y algunas viseras como hígado y corazón.
"Este debe ser el ciervo más grande que haya visto jamás", exclamo Rudd con asombro, "Mi padre y yo cazábamos siervos y jamás vi un corazón tan grande". "Lo que pasa es que tu cerebro ha de ser más pequeño que tu pito Rudd", añadió Hanz, todos rieron nuevamente. Así pasaron de cinco a seis días más, devorando al ciervo de tiempo en tiempo, nadie hacía preguntas, solamente se preocupaban de mantener el buen ánimo del batallón.
Luego de ese pequeño emotivo intermezzo, las provisiones volvieron a escasear, pero la nevada comenzó a ceder, y el fluir del rio significaba que pronto también habría manera de pescar, o al menos que más animales se acercarían a beber y que la comida no sería un tema del cual preocuparse.
Sin embargo, esa noche el batallón sufrió una emboscada, un grupo de soldados ingleses que llegaron por agua atacaron la posición, la niebla espesa se convirtió de pronto en la estela de la pólvora y los escombros dejados por el fuego cruzado. Lograron dispersar y batir a sus enemigos, pero Rudd cayo gravemente herido. Boelke les felicitó uno a uno por su desempeño en la batalla, recogieron el armamento enemigo que podían cargar, y se desplazaron por la rivera del rio, hasta encontrar otra poza similar a la anterior, está aún estaba congelada, buscaron un claro y levantaron el campamento.
Rudd no cesaba de quejarse, al llegar la noche Boelke y Ralf debieron tomar una decisión al respecto. Todos sabían, aun el mismo Rudd que la única forma de que el batallón, o lo que quedaba del el sobreviviera, era sacrificándose, pidió al general Boelke que se acercara un momento a solas, Boelke sorprendido por la gallardía del joven soldado solicitó a todos que le dejasen con el, "lléveme a la poza general, necesito beber un poco de agua, ahí podremos hablar", el general asintió, le montó en una pequeña carretilla hecha con pertrechos de rifles viejos, y le llevo al pozo.
"Acérquese general, debo decir algo antes de morir", Boelke se acercó con el cuidado de no causar más daño al cuerpo de su protegido. "Yo conozco su secreto general". Boelke le miró con terror pero aun firme. "Nosotros recorrimos el bosque, de arriba abajo, y he cazado ciervos toda mi vida", repitió Rudd. Su voz se comenzaba a desquebrajar, así como la dignidad de Boelke, que se fundía más rápido que las bloques de hielo en el rio.
"Conozco el color y sabor de la carne de ciervo, y en nada se parecía a lo que Ud. nos dio…por eso fui a la poza, y saqué el cadáver de Antón, para que nadie supiera que Ud. lo sacrifico…pero no lo juzgo general. Usted solo quiso salvarnos la vida, y ahora yo debo dar mi cuota, así que sacrifíqueme…mi carne aún está caliente…sacrifiquemm.…". Los latidos del corazón de Rudd disminuían a medida que la navaja del general le penetraba el pecho, los ojos hinchados de Boelke se inundaban en lágrimas de rabia y orgullo, con cada respirar de Rudd agonizante, se le venían abajo los años de doctrina bajo el régimen militar Alemán, y con ello toda virtud y rastro de dignidad dentro de él, ese paso de ser general, a asesino, de hombre a animal, de un virtuoso estratega a un vil monstro que buscaba la supervivencia, se convirtió en su propio enemigo, aun así, le sobrevivió el deber por sus hombres.
A la mañana siguiente todos se sentaron junto a la fogata, en el fuego y las brasas se cocinaban tres pescados, uno para Ralf, otro para Olaf y otro para Hanz, Boelke los pescó en el rio ya descongelado, pero para él, cocinaba a parte las vísceras de un supuesto jabalí que encontró moribundo la noche anterior.
Mientras, en el rio, el cadáver vacío de Rudd, flotaba con la corriente, transformando el riachuelo, en una ola de tinta carmesí, en su pecho, la navaja del General yacía enclavada, en su boca un cigarrillo humedecido entre sus dientes y en su frente la cruz de hierro del General adherida al cadáver con goma de mascar Americana…
Fin.
"La mano del tiempo descansó sobre la marca de la media hora, y a lo largo de toda la vieja línea del frente de los ingleses vino un silbido y un llanto. Los hombres de la primera oleada escalaron los parapetos, en tumulto, oscuridad, la presencia de la muerte, y habiéndose hecho con todas las cosas agradables, avanzaron sobre la tierra de nadie para comenzar la Batalla del Somme."
John Masefield
Bubok Publishing S.L., 2013
1ª edición
ISBN:
Impreso en España / Printed in Spain
Editado por Bubok
Dedicatoria
..a todos por los que por curiosidad, cariño o por no tener nada mejor que hacer, dedicaron algunos minutos a leer las ideas maltrechas de este aficionado de aprendiz o aprendiz de aficionado, a todos ustedes gracias por las ideas, correcciones, críticas e intromisiones , sin ustedes no tendría nunca el firma animo de llegar a conquistar sus mentes con alguna que otra historia, y de encender la chispa de la imaginación con la que ustedes, en más de una ocasión, han logrado encender la mía, a todos ustedes, héroes míos llamados amigos, muchas gracias por querer leerme… (Harold Cartagena)
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Harold Cartagena