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Escepticismo y pragmática (página 2)

Enviado por Emiliano Aldegani


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De este modo se despliegan las dos dimensiones en las que opera el lenguaje: La dimensión del Habla, compuesta por las redes de significaciones imaginarias sociales que forman el magma de significaciones que atraviesa y es encarnado por una sociedad; y la dimensión del Código en referencia al ordenamiento identitario en conjuntos de los elementos que forman el sistema. Este segundo elemento será efectivamente el que garantice la referencia biunívoca entre los elementos de diferentes conjuntos como se da en el caso de la designaciones nominales. Ya sea que se trate de correspondencia con cosas, procesos, estados, individuos, clases, el código garantiza una relativa biunivocidad respecto del uso.

Pero a su vez, el Código también avanza en el terreno de las significaciones, sin llegar nunca agotarlas. Pues al garantizar la estabilidad de los usos de los signos y los parámetros de la comunicación, garantiza la unidad de una significación consigo y permite que se opere con ella dentro de parámetros estables. Aún cuando el carácter significativo del Habla nunca pueda ser capturado por la lógica de conjuntos que opera en el Código, sólo puede establecerse sobre la base de esta.

El signo y su objeto como sensibles sin materia:

Ahora bien, hablamos del Legein como un conjunto de operaciones y estas pueden enumerarse de un modo general como la capacidad de: distinguir – elegir – poner – reunir – contar – decir, que posee una sociedad. Pero esta caracterización no logra captar la especificidad de sus operaciones, sino que más bien muestra el producto final de la acción conjunta de los esquemas operadores que se articulan en el Legein social.

Precisamente, la operación nuclear que contiene el conjunto de operaciones que se desarrollan dentro del Legein es la designación. Pero la misma designación requiere para postularse que se hayan puesto en marcha otro tipo de operaciones que proporcionen el grado de individualización y distinción de elementos, necesario para poder establecerla. Operaciones que serán caracterizadas principalmente como la realización de tres esquemas operadores, necesarios para la construcción del signo y de su objeto.

Por empezar, el esquema operador de la reunión. Postulado como el proceder efectivo de las operaciones mediante las cuales un conjunto de elementos indisociables entre sí, se reúnen como una unidad, e internamente se reúnen como elementos. Y a su vez, se reúnen coparticipando de un elemento nuevo. (Puede pensarse en estos elementos como en merismas, grafías, caracteres, etc.). De este modo, el esquema se constituye como el conjunto de operaciones mediante las cuales se realiza la creación del signo o del objeto como conjunto de elementos que coparticipan, mediante la construcción de la unidad de los elementos extrayéndolos de una multiplicidad indistinta.

En segundo lugar, aunque necesariamente en simultáneo, Castoriadis propone la existencia del esquema operador de la discreción/separación; que permite desde un principio la distinción y separación de los conjuntos reunidos. Es decir, para poder considerarse a un conjunto de elementos como reunidos y coparcipando de una unidad o elemento mayor, en necesario poder distinguirlos y separarlos del resto de los conjuntos, elementos y de la multiplicidad indefinida. Y a su vez, el poder considerarlos de un modo atemporal como apartados del devenir y del cambio. Sólo así puede establecerse el signo como un elemento esencialmente invariable e ingresar a una sintaxis de operaciones determinada y predeterminada donde tendrá sentido.

Y en tercer lugar, articulando los esquemas anteriores se constituye el esquema operador en cuanto a…; como la operación por la cual el signo o el objeto se reúnen como un conjunto de elementos y se separan a su vez del resto "respecto de…", "en cuanto a…", "en vistas a…" determinada operación que se realizará con ese elemento. Y nunca como una reunión o separación en sí misma, incitada por el estrato natural o inmotivada en la esfera social.

Precisamente, será esta relación de todas las operaciones del Legein a un esquema en cuanto a…, lo que atraviese todas las operaciones vinculadas a la coparticipación tanto del signo como del objeto, y en torno a ella se realiza el vaciamiento de contenido y especificidad de ambos elementos que los constituye como creaciones genuinamente sociales.

Esto se observa efectivamente en el carácter del signo como noema, que supera cualquier emisión particular y su inevitable especificidad, y a su vez, en tanto que refiere a una operación que se realiza de un modo estable indistintamente de la nomenclatura, el código o idioma específico en el que se manifiesta[2]Sin embargo, esta doble condición de noema de los signos, en tanto sensibles sin materia que se construyen como una configuración particular de lo perceptible, construida en cuanto a… determinadas operaciones, no se agota en la caracterización del signo, sino que se aplica también a la construcción del objeto.

Es decir, el objeto designado por la relación signitiva que se establece con un signo, también debe hallarse vaciado de sus rasgos específicos de aparición, pues sólo de ese modo logra establecerse entre el signo y el objeto una correspondencia biunívoca, en la medida que el objeto pueda configurarse como una coparticipación abstracta de elementos respecto de… las operaciones que establecen en torno a determinado signo. Y será sólo en la medida que se realice este vaciamiento que el signo y el objeto podrán someterse a todo el conjunto posterior de operaciones en las que se inserten.

Así la sustituibilidad y la iteración necesarias para la articulación de todo lenguaje se proyectan sobre este vaciamiento y esta copartipación. De modo que fenómenos diferentes puedan sustituirse entre sí, y a su vez, que un mismo signo pueda mediante la iteración significar algo diferente en determinadas ocasiones. Pese a no existir un listado exhaustivo de los esquemas operadores en la propuesta de Castoriadis, puede comprenderse a estos últimos dos (iteración y sustituibilidad o equivalencia) como los cinco principales entre los nueve esquemas que menciona.

Ahora bien, sobre el status ontológico de estos esquemas es importante hacer algunas aclaraciones, pues no se encuentran contenidos en el sujeto (aunque este pueda contar claramente con un correlato que le permita identificarlos, utilizarlos, reproducirlos, etc.), ni constituyen características objetivas de la relación signitiva. Por el contrario, en tanto esquemas operadores, están dados en la esfera intersubjetiva en la que están encarnados; en el accionar concreto de los individuos que interactúan, no como un agregado o ideal regulador, sino en el accionar mismo efectivo en el que se realizan.

Cabe hacer sobre este aspecto algunas aclaraciones, a fin de no confundir el sentido de estos conceptos.

El signo y el objeto como productos imaginarios de la significación:

Ahora bien, explicadas las operaciones que determinan la construcción del signo y su objeto, resulta necesario explicitar como cabe interpretar su existencia. Pues, no puede dentro de la conceptografía del autor afirmarse que la existencia del signo y de su objeto se da en la esfera subjetiva, ni mucho menos como una característica objetiva de la realidad empírica. Por el contrario, su ser se sostiene en la relación signitiva a la que pertenecen y en su vínculo con una determinada significación imaginaria social, que se instituye y reproduce en la esfera intersubjetiva. Y así el conjunto de significaciones imaginarias que atraviesa una sociedad constituye redes de significaciones desde las cuales los individuos forman su percepción de un mundo intencional.

Por su parte, estas redes de significaciones se construyen por la interacción social conforman el imaginario social donde se encuentran el signo y su objeto. Como productos de un conjunto de operaciones, y a su vez, como un conjunto de parámetros que autodeterminan el modo en el que pueden emplearse e introducirse en la estructura sintáctica a la que pertenecen. Describiendo operaciones similares a las reglas de subcategorización estrictas y selectivas a las que refiere Chomsky, pero situadas fuera del ámbito subjetivo, como un conjunto de parámetros compartidos que constituye el Código sobre el que opera el lenguaje.

Precisamente, al situar a las significaciones dentro de la esfera intersubjetiva, Castoriadis advierte: Por un lado, que una significación no puede ser producto ni derivarse de la psique individual, sin importar el inmenso valor que posean las aportaciones que esta ofrezca al campo de la acción, en la medida que estas aportaciones deben ser siempre recuperadas y transformadas en la esfera intersubjetiva en la que se instituyen. Y por otro lado, que las significaciones no pueden derivarse o deducirse de la experiencia, en la medida que constituyen su condición de posibilidad[3]formando el esquema interpretativo mediante el cual el individuo interactúa con los otros y percibe su realidad.

De este modo, se elimina la posibilidad de considerar a las redes de significaciones como el producto de un lenguaje privado o sustentado en el sujeto, sin negar por otro lado la necesidad de considerar un correlato subjetivo o neurológico que permita al individuo fijar y reproducir estos parámetros de acción.

Efectivamente, la necesidad de atravesar un periodo de socialización o adiestramiento del individuo para poder introducirse en diferentes prácticas sociales, da cuenta de la necesidad de establecer un registro subjetivo de la estructura sintáctica con la que ésta se desenvuelve. Y a su vez, desatiende la posibilidad de considerarlas inmanentes a la realidad empírica, apoyando la posición de Saussure sobre la arbitrariedad de la asignación del significante y la idea wittgensteiniana de la arbitrariedad de las reglas de la gramática.

Sin embargo, parece desatender una idea defendida por este último, y es que las reglas no se apoyan en ninguna entidad metafísica. Pues se hace evidente que estas redes de significaciones que conforman el imaginario social sólo pueden ser catalogadas desde una lógica u ontología tradicional como entidades metafísicas, al no corresponder con categorías subjetivas ni objetos de la experiencia.

Aún con esto, puede interpretarse, como de hecho intenta mostrar este trabajo, que este imaginario social está dado en la ejecución efectiva de sus operaciones, sin necesidad de apoyarse en entidades metafísicas, sino que por el contrario, se manifiesta y agota como figura, en los conjuntos de interacciones que lo encarnan y reproducen. Y esta interpretación de su concepción de signo y el objeto puede defenderse en este aspecto, sin necesidad de ingresar en la controversia sobre el status ontológico de lo imaginario, en la medida que éste se halle siempre determinado a lo que el accionar efectivo que se realiza en la esfera intersubjetiva.

Bibliografía:

Cabrera D., Imaginarios de lo imaginario, (En: Fragmentos del Caos, Biblios, Bs. As., 2008)

Castoriadis C., Ciudadanos sin brújula, Coyoacán, México, 2005.

——————, Institución imaginaria de la sociedad, TusQuets, Buenos Aires, 2010

——————, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2001

——————, Sujeto y verdad, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2004

——————, Ventana al caos, Fondo de cultura Económica, Bs. As. 2008

Chomsky N., Aspectos de la teoría de la sintaxis, Gedisa, España, 1997

Gil J.M., Introducción a las teorías lingüísticas del siglo XX, Ril, Buenos Aires, 2001

Wittgenstein L., Investigaciones filosóficas, Crítica, Barcelona 2007.

 

 

Autor:

Prof. Aldegani Emiliano

Universidad Nacional de Mar del Plata

[1] C. Castoriadis, Institución imaginaria de la sociedad, TusQuets, Buenos Aires, 2010. Pág. 345

[2] C. Castoriadis, Sujeto y verdad, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2004

[3] C. Castoriadis, Ciudadanos sin brújula, Coyoacán, México, 2005.

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