Problemas Antropológicos en Psicología: Nietzsche, Marx y Freud (página 2)
Enviado por Jonathan Rosenthal
Marx nos muestra que los objetos no sólo se comportan como valores de uso: éstos tienen una cierta metafísica impresa en ellos. Es decir, que existe un "carácter místico de la mercancía"[3] independiente del carácter físico del objeto mismo. Para él, es un efecto de las relaciones sociales entre los hombres concebir a los objetos útiles como valores, como productos subjetivizados. Pero al mismo tiempo que estos objetos adquieren propiedades fantásticas y se tornan fetiches, las relaciones sociales en las que participamos se objetivizan: las condiciones sociales de trabajo toman una apariencia material.
Entonces tenemos un movimiento dual: la humanización de las cosas, que se complementa con la cosificación de las relaciones sociales de producción e intercambio. éste fetichismo, cabe aclarar, es propio del modernismo. Antes de constituirse el modo de producción burguesa como el modelo económico dominante, la producción no se encontraba velada por el misterio; los productos no se hallaban confeccionados en jeroglíficos. La magnitud del valor de los productos, determinada por el tiempo de trabajo invertido en su elaboración, resultaba evidente e incuestionable. Cualquiera podía constatar con sus propios ojos el tiempo de trabajo requerido para la elaboración de cualquier producto.
Es con el modo de producción capitalista que los productos adquieren su matiz de mercancías. Es también éste sistema el que instituye la idea de que es posible que un individuo produzca aisladamente en sociedad. ésta "robinsonada", sabemos, no existe ni puede existir en el marco de ningún grupo social. La producción nunca es una acción particular y asilada. Está determinada por el consumo, que fija la demanda, y por la distribución, que regula la repartición de los instrumentos de producción y de los trabajos entre los integrantes de la sociedad. La producción, entonces, es propia de un organismo social, de un sujeto social. "Por eso, cuando se habla de producción, se está hablando siempre de producción en un estadio determinado del desarrollo social, de la producción de individuos en sociedad"[4]
El modo de producción burguesa, que aparece con el advenimiento de la modernidad, presenta a la producción como regida por leyes naturales. De ésta manera, se ha naturalizado como la forma de producción por excelencia, adquiriendo un carácter a-histórico y universal. Privando a la realidad de su historicidad, lo último se constituye en lo primero, lo perpetuo, lo inmutable. éste sistema se encuentra sustentado en el más implacable racionalismo de todos, disolviendo la realidad concreta en unidades abstractas y reglándolas bajo principios teóricos supremos. Pero la realidad no es un mero producto del pensamiento; una construcción que se crea y se reproduce a sí misma en las fábricas de la abstracción.
Marx elabora un nuevo método de economía política, con el que invierte el pensamiento hegeliano. En éste nuevo y revolucionario método, no es la idea la creadora de lo real, sino más bien, son las condiciones de realidad las que determinan los modelos de pensamiento. El recorrido parte de un concreto real caótico, pasando por abstracciones cada vez más pulidas, para finalmente volver a armar un concreto del pensamiento, pero ahora ordenado. La realidad para Marx no se encuentra determinada por principios universales y atemporales. La realidad, es síntesis de múltiples determinaciones, producto de condiciones históricas particulares que poseen validez solo dentro de un momento y lugar específicos.
Freud
"Mientras menos sepa uno sobre el pasado y el presente, tanto menos será el juicio que pronuncie sobre el porvenir"[5]
Nuestra vida de vigilia conciente conforma tan solo la punta del iceberg de nuestro psiquismo. Estamos gobernados por poderes y fuerzas que escapan de nuestro dominio racional. Lo inconsciente es introducido por Freud como aquello a lo que no nos es dado acceder voluntariamente, y que sin embargo determina nuestra existencia. Gobernado por leyes y procesos que difieren de aquellas reglas que rigen nuestro razonamiento, el inconsciente se presenta como una instancia psíquica en la cuál no existe ningún tipo de temporalidad ni oposición entre representaciones contrarias; subvierte los principios lógicos más puros e inmaculados del ser humano.
Es en nuestros sueños, donde podemos atisbar someramente nuestro escabroso e intrincado mundo interior, conformado por enigmáticas tendencias, deseos escandalosos y reprimidos, y toda clase de incógnitas sin respuesta. La idea del ser, como una unidad permanente e inmutable, al igual que todas las aparentes evidencias de nuestra razón, resultan ser nada más que una ilusión, al igual que lo son otros de nuestros más preciados patrimonios culturales, por los cuales regimos nuestra vida.
Para Freud la cultura se expresa a través de dos vertientes: a través del poder de dominio del hombre sobre la naturaleza y por medio de la regulación de los vínculos recíprocos entre los integrantes de un grupo social. El trabajo es la forma por la cuál el hombre alcanza el control sobre los elementos naturales, y la renuncia de sus satisfacciones pulsionales, resulta la condición necesaria para permitir la convivencia en sociedad. Pero precisamente, son éstos dos requisitos que habilitan a la cultura los que generan en el hombre unas tendencias antisociales, destructivas. "Todo individuo es virtualmente un enemigo de la cultura, que, empero, está destinada a ser un interés humano universal"[6]
Para Freud, entonces, el ser humano se haya ocupado por persistentes mociones violentas dirigidas en contra de la cultura a la cuál integra, ya que para formar parte de ésta, se le exige resignar y reprimir sus propios deseos de satisfacción personal. No en todos los hombres hallarán igual expresión éstas tendencias. Mientras que algunos lograrán conquistar sus instintos más elementales, otros pasarán a constituir una verdadera amenaza para la sociedad.
Por otro lado, el psiquismo humano ha evolucionado, de alguna manera, a lo largo de la historia. No ha permanecido inmutable y fijo a través del desarrollo filogenético de nuestra especie. El surgimiento de una nueva instancia, el superyó, da cuenta de la introyección de las normas morales y sociales, y en éste sentido, marca un progreso en la capacidad del hombre para vivir en sociedad. Tal avance puede ser constatado en el desarrollo ontogénico de los seres humanos, en el que los niños, al salir del complejo de Edipo, interiorizan la ley de la prohibición del incesto, y con esto, la posibilidad de llevar una existencia sujeta a las normas que impone una sociedad.
Para Freud, aunque vivir en el seno de una cultura exige un esfuerzo permanente y arduo, es preferible éste sometimiento que el anterior estado de naturaleza en el que se hallaba el ser humano: "Es verdad que la naturaleza no nos exigía limitar en nada nuestras pulsiones, las consentía; pero tiene su modo, particularmente eficaz de limitarnos: nos mata, a nuestro parecer de una manera fría, cruel y despiadada, y acaso a raíz de las mismas ocasiones de nuestra satisfacción(…) la principal tarea de la cultura, su genuina razón de existir, es protegernos de la naturaleza"[7]
Respecto a su relación con los elementos naturales, en la medida en que éstos se le aparecen como fuerzas impredecibles e indomables, el ser humano debe encontrar la forma para calmar su angustiante impotencia y su narcisismo lacerado. Lo logra a través de una de las grandes ilusiones de nuestra cultura: La religión. Con ella, el hombre dota a la naturaleza de cualidades humanas y paternalistas, para protegerse de su propia angustia mortal, al igual que un niño. Los argumentos racionales se encuentran gobernados por los deseos pulsionales, los cuales se imponen por sobre toda evidencia de la razón "lo mismo despiertos que dormidos".
Bibliografía
Marx Karl, El Capital, Tomo I, secc. 1, pto.4: "El fetichismo de la mercancía y su secreto", pág. 36 a 47, Fondo de Cultura Económica, México, 1968.
Marx Karl, Introducción a la Crítica de la Economía Política, pág 21 a 51, Ediciones Carabela, Buenos Aires, 1980
Freud, Sigmund,"El porvenir de una ilusión" En "Obras Completas", Tomo 17, pág. 2961 a 2992, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1988.
Freud, Sigmund, "El fetichismo", En "Obras Completas", Tomo 17, pág. 2993 a 2996, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1988.
Freud, Sigmund, La Interpretación de los sueños, Cap. VII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976.
Nietzsche, Friedrich, El crepúsculo de los ídolos, "El problema de Sócrates" y "La razón en la filosofía", pág. 17 a 33, Alianza, Madrid, 1984
Nietzsche, Friedrich, Genealogía de la Moral, "Tratados 1 y 2", pág. 27 a 110, Alianza, Madrid, 1987.
[1] Nietzche, Friedrich, El crepúsculo de los ídolos, "El problema de Sócrates" y "La razón en la filosofía", Alianza, Madrid, 1984. Pág. 5
[2] Nietzsche, Friedrich, Genealogía de la Moral, "Tratados 1 y 2", Alianza, Madrid, 1987. Pág. 88.
[3] Marx Karl, El Capital, Tomo I, secc. 1, pto.4: "El fetichismo de la mercancía y su secreto", Fondo de Cultura Económica, México, 1968. Pág. 37
[4] Marx Karl, Introducción a la Crítica de la Economía Política, Ediciones Carabela, Buenos Aires, 1980. Pág. 23.
[5] Freud, Sigmund,"El porvenir de una ilusión" En "Obras Completas", Tomo 17, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1988. Pág. 2961
[6] Freud, Sigmund,"El porvenir de una ilusión" En "Obras Completas", Tomo 17, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1988. Pág. 2962
[7] Freud, Sigmund,"El porvenir de una ilusión" En "Obras Completas", Tomo 17, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1988. Pág. 2968
Autor:
Jonathan Rosenthal
Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires
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