- Introducción
- Una antropología del Sacramento de la Reconciliación
- La reconciliación una necesidad humana
- La realidad antropológica del Sacramento de la Reconciliación
- El paso del perdón hacia la reconciliación en perspectiva sacramental
- Conclusiones
- Bibliografía
Introducción
A través de la historia de la Iglesia, el sacramento de la penitencia como se le llamaba antiguamente, contenía en sí unas normas o directrices para seguir que le daban la validez a dicho sacramento. De tal manera, que este sacramento se convertía en un momento puntual en el cual los fieles se acercaban solo con el propósito de "ser perdonados", es decir que a través de unas penitencias "tarifadas" se le daba absolución a la persona. Es así como el sacramento de la penitencia no generaba un proceso en el ser humano, sino que se convertía en un sacramento que tenía su eficacia por el cumplimiento de las penitencias, dichas penitencias dependían de la gravedad del pecado cometido. Y de esta forma el penitente se acogía de nuevo a la comunidad.
Por tanto, el sacramento de la Penitencia se convirtió en una tabla de salvación para el pecador bautizado. Por eso a cada pecado le correspondía su penitencia adecuada, plena y justa donde se fijaban unas obligaciones penitenciales como la vida mortificada, ayunos, limosnas.
Por consiguiente, hasta que el penitente no fuera reconciliado, no podía acercarse a la Eucaristía. Se entendía entonces, el proceso penitencial visto como la reconciliación con la Iglesia, y como signo de la reconciliación con Dios.
Es así como surge la necesidad de replantear la concepción no sólo teológica, sino antropológica de dicho sacramento; ya que se ha visto desde una concepción de prerrequisito para el cristiano para alcanzar la salvación. Y en esta medida se pierde el sentido del sacramento de la penitencia, o mejor, del sacramento de la Reconciliación.
De tal manera, que el sacramento de la reconciliación ha de ser un medio que propicie el encuentro consigo mismo, con los demás y con Dios. Pues si no éste quedará abocado a simplemente un requisito, un paso más dentro de la liturgia sacramental.
Es necesario tener presente que en este sacramento ha de permitir una visión diferente del mismo. Es decir, enfocándolo como un sacramento de reconciliación social que se logrará por medio de una vida reconciliada en la fraternidad, en el amor y en el servicio mediante la toma de conciencia de una urgente conversión que implique no solo lo personal, sino lo comunitario. Vamos viendo que el centro del sacramento no es el pecado, ni la culpabilidad como tal; pues éste solo es el punto de partida; sino, la reconciliación y el perdón son el punto de llegada. Por eso no es posible continuar colocando la razón de ser del sacramento de la reconciliación en señalar al pecador, sino en el logro de una vida reconciliada, pues lo que cuenta no es ni la culpabilidad ni el remordimiento, lo importante, es la conversión permanente al Evangelio que se da en la comunidad misma a través del encuentro.
Una antropología del Sacramento de la Reconciliación
Las bases del sacramento de la Reconciliación tienen su fundamento en lo antropológico, lo cual tiene su razón de ser en el hombre. El hombre se convierte en la pieza fundamental de éste sacramento, ya que sin él, no tendría sentido hablar de un sacramento de la Reconciliación. Por ende, el sacramento de la Reconciliación cobra sentido y dinamismo, desde su objeto, es decir, desde el ser humano; y tiene horizonte de sentido dicho sacramento en la correspondencia que se dé entre el sacramento y el hombre; entre Dios y el hombre; entre el Otro y el hombre. Esto tiene como consecuencia una dialéctica que logra integrar la realidad humana con el ser del sacramento. Lo cual ha de ocasionar que el sacramento sea una necesidad para el ser humano, se convierta en algo intrínseco para él, que le ayude a dinamizar su vida con los demás, que sea necesario y vital para su existencia.
La reconciliación una necesidad humana
Si bien es cierto que en nuestra naturaleza humana aparece la división, el conflicto, la desreconciliación, el egoísmo, la envidia, el odio, y demás situaciones que nos generan una experiencia de no totalidad. De tal modo, que el hombre sintiéndose en medio de un mundo alienado y alienador, a través de múltiples mecanismos y estructuras condicionantes, viene a percibir que su no-totalidad y su no-inocencia no dependen exclusivamente de él, sino también de "lo otro" circunstancial[1]Por eso, no hay duda que podemos pasar de dicho estado, en el cual nos hemos visto abocados a otro que nos permitirá comprender mejor lo que realmente somos, es decir, que nos podemos auto- reconciliar.
En una primera instancia, debemos reconocer que nuestra propia limitación no es totalmente negativa, sino posibilidad de descubrimiento del valor de la existencia humana, de la verdadera condición del hombre, como ser creado, indigente de Dios. Puesto que el hombre un ser inacabado llamado a perfeccionarse. Por tanto, la posibilidad de la reconciliación para el hombre está en la auto-reconciliación con su propia posibilidad y no en la absolutización de la situación.
Siguiendo este enfoque, la reconciliación es una posibilidad para poder ser que se convierte a su vez en necesidad humana. Por consiguiente, la reconciliación es un camino vital que sirve como una especie de "arquetipo"[2] que puede ayudarnos a construir nuestra realidad humana. Por este motivo, la reconciliación en el ser humano tiene la facultad de poder unir lo dividido, de dar sentido a lo que está en conflicto.
En otras palabras, diríamos que la reconciliación se convierte en un imperativo categórico, por el cual cada ser humano de distinta manera, tiene la necesidad y la obligación de reconstruir su realidad, con el objeto de ser una persona abierta consigo misma, con el Otro, con una comunidad, y en esta perspectiva pueda ser más humano en un mundo lleno de diferencias, de divisiones, de conflictos, y de sin sentido. Desde ésta visión, la reconciliación no sólo se centra en sí misma, sino que es un proceso abierto a los otros. Como diría Borobio, "es un acto interpersonal en el que el acento se pone en el encuentro, la comunicación, la paz, la amistad". A modo conclusivo, es una necesidad humana desde la perspectiva del encuentro con el Otro, la cual es parte vital de nuestra existencia que tiene como punto de partida el reconocimiento de sí para dar paso al reconocimiento del Otro.
La realidad antropológica del Sacramento de la Reconciliación
El sacramento de la Reconciliación cobra sentido y razón de ser, sí tiene como propósito fundamental convertirse en herramienta de reconciliación para el ser humano, generando procesos reconciliadores entre la persona, la comunidad y Dios. En este punto, dicho sacramento tendrá sentido para la vida de la persona. Por eso lo antropológico será vital para llegar a comprender la esencia del sacramento.
El ser humano se convierte en el eje transversal del sacramento de la Reconciliación. Puesto que el hombre es la causa por la cual el sacramento da sentido a la vida cristiana. En este caso el ser humano no sólo es un ser individual, sino que hace parte de una comunidad, que a su vez se distingue de los demás, pero que tiene la capacidad de relacionarse con Otros. Esto genera que el hombre sea a la vez unidad plural y comunitaria, en la cual, la diferencia entre el yo y el otro se convierte en diferencia consigo mismo[3]Dicha diferencia consigo mismo hace parte del entramado antropológico del sacramento, de igual manera presupone una relación intrínseca entre la realidad humana con la realidad del sacramento.
La realidad antropológica del sacramento de la Reconciliación nos remite a una realización del ser humano con los demás a todos los niveles de la vida. Como lo manifiesta muy claramente Teilhard de Chardin al sostener que "la persona humana no encuentra su realización sino en la más profunda comunión del yo y del tú en nosotros cada vez más amplio, en cuyo horizonte, esencialmente inacabado e inacabable". Es así como el sacramento de la Reconciliación posee un horizonte de sentido que es amplio y abierto al ser de la persona, a su realización como tal. Por tanto se convierte en un sacramento con hondas raíces liberadoras y humanizadoras.
En donde si bien partimos de una realidad primigenia del ser humano des-reconciliada, en conflicto como tal, éste sacramento tiene su objeto de ser en que puede reconciliar dicha división, la cual ha de reconfigurarse de nuevo, o mejor dicho en reconstruir lo que ha sido demolido por ejemplo, por el egoísmo, la envidia, el odio.
Este proceso de restauración comienza en el interior del hombre y conduce a una explicitación comunitaria en dicho sacramento. Es a partir de un proceso netamente personal de carácter interno, donde la reconciliación empieza a dar sentido a la persona, y como correspondencia al sacramento mismo, en este aspecto el sacramento tiene eficacia en el ser humano y se convierte en liberador y salvífico.
El sacramento de la Reconciliación tiene un hondo enraizamiento antropológico, existencial y social, en el sentido de que viene a responder a la necesidad que el hombre siente de recuperar el ideal perdido y la convivencia deseada. Esto quiere decir, que el ser humano tiene la necesidad antropológica de restaurar los lazos de amistad, de amor, de fraternidad. En este punto éste sacramento se convierte en parte existencial de la persona, que a través de una dinámica constante de reconciliación tiene la finalidad de unir lo que estaba dividido, de restaurar lo que se encontraba destruido.
Por eso, cuando nos referimos a la reconciliación como una necesidad inherente al ser humano, se insistencia en que su ser se encuentra enmarcado primero; como parte constitutiva del ser humano; y segundo como una condición de posibilidad del convivir entre hombres. Así pues, el sacramento de la Reconciliación tiene una total apertura al ser humano, en cuanto crea un dinamismo al ser de la persona en su totalidad. Esto ocasiona que dicho sacramento restaure las situaciones humanas, generando armonía tanto interior como al exterior de la persona.
Hacia el reconocimiento del perdón
En muchas ocasionas el sentirnos seres frágiles y en conflicto, ocasiona que se nos dificulte perdonar, si a esto le agregamos que no reconocemos lo que realmente somos, la complejidad del conflicto aumenta. En cambio es mucho más fácil tomar otros caminos como lo son la venganza, el odio, el egoísmo, la envidia, el rencor por nombrar algunos de ellos. Aclarando que la situación de conflicto se agrava y crea barreras a distintos niveles en la naturaleza humana.
Así, surge la necesidad de buscar herramientas que nos permitan salir de esa situación de no-totalidad, a fin de que podamos a través del perdón reconciliar nuestra vida. Por consiguiente, podríamos perdonarnos a nosotros, si pudiéramos percibirnos a nosotros mismos, si somos considerados incapaces de perdonarnos a nosotros mismos, es "porque dependemos de los demás, ante quienes aparecemos con una singularidad que somos incapaces de percibir"[4]. Es decir, que para poder perdonar algo o alguien, el primer paso a dar está dado por el reconocimiento y aceptación de lo que soy como persona. De lo contrario, el camino hacia el perdón se verá fragmentado y no será útil para nuestra vida, ya que en vez de liberarnos nos puede esclavizar aún más.
Otro aspecto que hace parte del camino hacia el perdón tiene que ver con la reparación, entendida esta como la capacidad que tiene todo ser humano de restaurar aquello que ha sido fraccionado por alguna situación. Para conseguir ésto, es pertinente ante todo tener un cambio de actitud que permita en el ser humano replantear sus concepciones. En este caso, la capacidad de preocuparse de otra persona y el deseo de reparación son de vital importancia para formar el perdón, formando una dialéctica, primero, hacia sí mismo; y segundo, hacia los demás. En este punto radica la base para construir un verdadero camino hacia el perdón que permeado por el sacramento de la Reconciliación en óptica liberadora, se convierta en necesario para la libertad del ser humano.
En este sentido el perdón logra transformarse en un constructo procesual que parte del reconocimiento de lo que somos, y que logra cimentarse en la restauración del mismo. De lo contrario nos veremos abocados a ver al perdón como algo que nos sana de algo, pero que en el fondo no logra transformar nuestra realidad.
Con base en lo anterior, el verdadero perdón está adherido a "la aceptación de las propias imperfecciones y de la impersonalidad de muchas vicisitudes de la existencia"[5]. Esto quiere decir, que se trata de reconocer a la comunidad entre sí mismo y los demás mediante la capacidad de sintonizar con el Otro, con el propósito de buscar la alteridad como camino que permita la reconciliación tanto individual como comunitaria. En esta perspectiva, el perdón se convierte en un proceso de carácter voluntario que tiene como finalidad buscar mecanismos que permitan reconciliarme con el Otro. Partiendo del hecho de que en una primera instancia es un proceso interno, que desemboca en el Otro, y que genera diálogo, apertura, solidaridad, amor, y entrega hacia los demás.
El paso del perdón hacia la reconciliación en perspectiva sacramental
Teniendo presente que el perdón hace parte de nuestra humanidad, y por ende es un proceso, que se origina desde el interior de nuestra realidad humana para desembocar en lo exterior, es decir, como tal hace referencia a nuestros comportamientos y actitudes consigo mismo y con los demás; y como consecuencia se encuentra relacionado con lo sacramental, específicamente referido a nuestra relación con Dios. Así, quien perdona libera al ofensor de su mal comportamiento y lo ve en su valor real como persona humana; así mismo, pone de manifiesto el valor del otro, el perdón se convierte en un acto revelatorio. Esto quiere decir, que el perdón se convierte en un acto creador, donde la persona tiene la capacidad de trascender una ofensa o dificultad, transformándola en amor y solidaridad. Lo cual ocasiona un verdadero paso hacia la reconciliación sacramental.
Dicho paso a la reconciliación sacramental, tiene en el perdón un elemento imprescindible a su razón de ser, que es el amor. Puesto que el amor nos da la capacidad de aceptar al Otro tal como es, con el atenuante de que el amor restaura los lazos de las relaciones a distintos niveles. De igual modo, "la mutua aceptación es lo que hace posible la reconciliación. Esta aceptación se basa en la capacidad de ambas partes para aceptarse y para reconocer el hecho de que se ha roto la relación"[6]. Como consecuencia de esto, no hay duda de que la mutua aceptación puede transformar la ofensa y se puede convertir en fundamento para una nueva relación, mucho más sólida y armoniosa. Entonces, vemos que la culminación de este proceso del perdón es la reconciliación.
En la reconciliación se restablecen los lazos de amor, de amistad, de solidaridad entre el yo y el Otro. Ahora, la reconciliación sacramental restaura los lazos entre el yo, el Otro y Dios. En este punto vemos, que la reconciliación no es automática porque implica un contexto relacional de invitación divina y acogida humana, es una invitación que se dirige a la libertad humana. Por tanto, la reconciliación con Dios pasa por la reconciliación con el otro.
Por ello, la reconciliación no consiste en la vuelta a una situación anterior, sino la creación de una nueva[7]Siendo la reconciliación una creación nueva, es dinámica, procesual, permanente. Sin embargo para que esto se dé es indispensable primero, perdonar como camino seguro hacia la verdadera reconciliación, porque en el perdón encontramos cómo acoger al Otro en nuestro corazón sin esperar nada a cambio, es decir, a través de un amor incondicional.
Esto nos sirve para recordar la parábola del "hijo pródigo", en la cual "sólo cuando recuerdo que soy el hijo amado soy capaz de acoger a aquéllos que quieren volver a mí con la misma misericordia con la que el Padre me acoge a mí"[8]. Claramente, se ve el paso del perdón a la reconciliación sacramental como fundamento de la vida cristiana, donde el sacramento es creador y dinamizador de sentido a la comunidad, a la persona, convirtiéndose éste en parte vital y reconciliadora de nuestra limitación.
A manera conclusiva, podemos decir que como primer aspecto para destacar, la experiencia del perdón alude a que es un don; de tal manera que nos revela a Dios como acontecimiento de misericordia. Y como segundo aspecto, los gestos del perdón se actualizan en una praxis de carácter sacramental. Esto nos lleva necesariamente a la reconciliación sacramental como punto de convergencia entre el perdón y la reconciliación, donde los lazos de amistad, de amor entre unos y otros son restablecidos, y en este sentido el perdón se convierte en liberador.
Conclusiones
A manera conclusiva, digamos, que el sacramento de la Reconciliación es el punto de partida para la consecución de la Teología del encuentro, donde el Otro es parte vital- existencial de la práctica pastoral y por lo cual, Dios a través de Jesucristo, revela el encuentro sacramental a toda la humanidad.
En la revelación de Dios al ser humano, la Teología del encuentro contiene un carácter tanto revelatorio como liberador, donde la comunidad eclesial ante todo es manifestación del encuentro que Dios nos ha mostrado en la historia humana.
La pastoral hoy, será liberadora y reconciliadora con los demás, en especial con aquellos que son excluidos, y discriminados de la sociedad. En esta perspectiva, dentro de la praxis pastoral, ante todo tendrá un carácter profético, donde el encuentro con el Otro será su razón de ser, con el fin de buscar la comunión de la comunidad, y por supuesto la comunión con Dios Padre.
Bibliografía
Borobio, Dionisio. El sacramento de la Reconciliación Penitencial. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006.
Borobio, Dionisio. La penitencia como proceso, De la reconciliación real a la Reconciliación sacramental. Madrid: Ediciones San pablo, 2004
Borobio, Dionisio. "Reconciliaciones y Reconciliación. Sugerencias y diálogo sobre el sacramento de la Reconciliación". Phase 146, (1983).
Grun, Anselm. La penitencia, celebración de la Reconciliación. Madrid: Ediciones San Pablo, 2002
Nouwen, Henri. El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Madrid: Colección sauce, 2004
Ricoeur, Paul. Finitud y culpabilidad. Madrid: Editorial Trotta, 2004.
Schreiter, Robert. El ministerio de la Reconciliación. Santander: Sal Terrae, 1998.
Autor:
Welfred Ruiz
Licenciatura en Ciencias Religiosas
Universidad Rafael Landívar
Facultad de Teología
Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas
Guatemala de la Asunción, 24 de mayo del 2012
[1] Borobio, El sacramento de la Reconciliación Penitencial.
[2] La alusión a que la Reconciliación se convierte en arquetipo, tiene pertinencia en la medida que ésta se transforma en un sistema o modelo que logra reconstruir la vida de la mujer y del hombre; esto es configura la vida misma de la persona.
[3] Ricoeur, Finitud y Culpabilidad. 156
[4] Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Argentina: Fondo de cultura económica, 2004.
[5] Studzinski, Recordar y Perdonar.
[6] Grun, Anselm. Creer en la transformación. Navarra: Ediciones Verbo Divino, 2009.
[7] Lerner, Salomón, et al. Verdad y Reconciliación. reflexiones éticas. Lima: FEDEPAZ, 2002,
[8] Nouwen, Henri. El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Madrid: Colección sauce, 2004.