Luego, ¿qué es la verdad? No cuál es, sino qué es. Doblada, la lengua de la filosofía se imagina fuera de la lengua. Es una imagen, sólo eso. ¿Hay algo real en medio de todo este doblarse, desdoblarse, redoblarse, etcétera? No lo sé, y, peor tantito, no sé si en realidad me importa. No hay la verdad, entonces déjenme ejercitar mis modos de hablar. La verdad es según yo necesite decirla (o fabricarla). ¡Qué ilusión! La verdad –o, más bien dicho, lo real– es lo innegable, lo insoportable. Lo incontorneable. <<Lo real, en el sentido de Lacan>>, acota Jacques Alain Miller, <<es completamente otra cosa: lo que no se logra negar, que, eventualmente, soportar. real, precisamente, eso encuentra. El mejor ejemplo de él es la alucinación psicótica. sujeto está acuerdo con ustedes en declarar tiene su lugar, esa percepción, ella ningún sentido, constituye un escándalo. Pero, puede impedirla, hace falta reconozca allí. le hizo signo, signo. Como ustedes, reconoce hay ninguna razón para Señor haya elegido a misión fundamental. ¿qué hacer, cuando ya allí?>>(1) . Nada. ¿Nada, de verdad?
En esa imposibilidad extrema –menos en el "asombro" que en la alucinación psicótica– nacen los dos, el psicoanálisis y la filosofía. De creer a Lacan, la segunda es un poco más cobarde. Se miente a sí misma (y miente a los demás) creyendo que ha descubierto la verdad –y que sólo ella ha aprendido a decirla. ¿Qué ha ocurrido? El psicoanálisis (al menos el de Lacan) ha soñado algo: casar a Hegel con Heidegger. ¿No es acaso el mismo lugar aquel donde se reúnen (o han de hacerlo) el sujeto/sustancia del saber absoluto y el Dasein abandonado en alta mar? Lo sería si el goce pudiera garantizarse. La filosofía persiste en este sueño; el psicoanálisis, ya no. Tomando el atajo de la terapia, qué ironía, sólo ha avanzado un paso más en dirección a la tragedia.
El goce. La jouissance. ¿No hay un goce en el pensar? ¿En la escritura? ¿No hay un placer del texto? ¿Se nos ha escamoteado finalmente la experiencia interior que haya sitio en el erotismo? ¿La verdad era siempre la verdad del goce, que no es para nadie?
DOS
LA DIFERENCIA ENTRE GOCE Y DESEO CONCIERNE AL REGISTRO EN EL QUE TIENEN LUGAR. NO HAY DESEO FUERA DEL ORDEN SIMBÓLICO. PERO NO HAY GOCE EN ESE REGISTRO.
El deseo nace de la mediación; el goce, de su anulación. Hay sujeto (y objeto) del deseo, pero en el goce no hay ninguno de los dos. ¿Nadie goza? No, yo no, nunca goza un yo. El goce es efecto ineludible de la remoción del yo. Para bien y para mal, es decir, con total independencia de ellos. El goce da la espalda al sujeto gramatical, al sujeto neurótico, al sujeto ideológico, al sujeto cognoscente, al sujeto técnico –al sujeto en general. Ni tú ni yo, eso es todo. Ni siquiera un nosotros. ¿Una experiencia sin sujeto? Pero, ¿es que algún sujeto tiene experiencia, es capaz de experiencias?
En el artículo citado, JacquesAlain Miller sugiere que el psicoanálisis ha traumatizado a la filosofía. Y lo ha hecho en un sentido preciso: ha insertado en su interior un agalma, un objeto propio al tiempo que inaccesible. Le ha inoculado un átomo de real. Es su triunfo, su modesto pero enormísimo mérito. Difícil no estar de acuerdo con ello, pero de cualquier forma surge un problema. Alojado ese agalma en su cuerpo, la filosofía por fin se encontraría en condiciones de gozar. Pero el psicoanálisis parece resuelto a impedírselo. ¿Por envidia? ¿Por egoísmo? ¿Por traumado? ¿Por sabiduría?
La cuestión, aquí, es ponderar el efecto del psicoanálisis, tan peculiarmente reluctante a la filosofía, en el discurso y en la sensibilidad de los filósofos. Recuerdo una ocasión en la que, en mis cursos de doctorado, en Madrid, el llorado Eugenio Fernández García discutía las objeciones de Deleuze y Guattari (en El Antiedipo) a Lacan y al psicoanalismo reinante. El curso era de filosofía, pero desde luego estaba lleno de psicoanalistas. Sudamericanos, en su mayoría. A mí se me ocurrió reír un poco pues el ambiente estaba increíblemente enrarecido. Dije algo acerca del gusto del analista por el dinero, y su resistencia a devolverlo si de todos modos comprendía que el tratamiento era incapaz de curar. ¿Qué podría significar eso del "tratamiento interminable" si no? Sólo fue una broma. Pero una broma nunca es una broma para un psicoanalista. Uno dice "buenos días" y el analista piensa: "¿qué me habrá querido decir?". Chiste viejo, y bastante malo. De todas maneras, una psicoanalista porteña, ya mayor, me asaltó, literalmente, al final de la clase: ¿tenía yo un problema? No, ninguno, esa cuestión del plus de goce me parecía bárbara (en el buen sentido). Ese día me acompañaba un paisano, que se asombró de mi pusilanimidad. "Yo, la verdad, le hubiera partido su madre".
Hay una singular agresividad en el psicoanálisis, no se podrá negar. Pero la filosofía no se va de chinitas en ese mismo respecto. La agresividad podría ser divertida, pero casi nunca se da ese lujo. El filósofo medio tampoco resiste muchas dosis de humor. Pero tengo la saludable impresión de que es precisamente lo que siempre les anda haciendo falta a ambos. Y ello a pesar de que un psicoanalista como Miller ha comprendido que lo propia e inexcusablemente filosófico es la ironía, y que por ella el psicoanálisis ha entrado al relevo de la filosofía tal como se ejercía entre los antiguos. Ojalá todos los psicoanalistas (y los filósofos) recordaran eso de vez en cuando.
De creer en todo esto, el psicoanálisis aprende de la filosofía lo que ésta tendría que reaprender, en su etapa moderna, tan demasiado severa, de aquél. Y, ¿cuál es la asignatura pendiente que como un examen mal respondido se anda pasando de mano en mano? Naturalmente, la risa. Sólo que, irónicamente, ya se nos olvidó cómo, cuándo y en qué sentido hacerlo. Pues la risa es un arte. Preguntando a Nietzsche, la saludaríamos como la manifestación perfecta de lo divino. Jamás una evasión, a menos que aquello de lo cual se escape merced a la risa sea no de otra cosa sino de la imbecilidad. El psicoanálisis cura a la filosofía de su anclaje en ella. Pero la filosofía también le devuelve, si es que se deja, la posibilidad de un mismo desanclaje al psicoanálisis.
Risa o llanto, extremos de lo mismo. Que en ambos estados se derramen lágrimas no parece casual. Y bien, manifestaciones –simétricas– de la jouissance. El goce es extático (el software corrige automáticamente: estático) o no será. Todo esto, con perdón del comprensible orgullo de Miller, y de Lacan, es Hegel, es Bataille, es Heidegger. Qué bien, después de todo, que se acuse una recepción –aunque relativamente ingrata– de sus desvelos. Lo cual, dicho sea de paso, equivale a decir que el psicoanálisis infecta a la filosofía de un real –de un agalma– que ha encontrado primeramente en ella misma. Que allí lo ha hallado en posición indigente, silenciada, "forcluída", pero que estaba presente desde un comienzo.
<<Hay goce en el nivel que comienza a aparecer dolor>>, observa Lacan, en un texto canónico(2) . A mi juicio, Lacan realiza con Freud una operación muy similar a la que, por su parte, Heidegger lleva a cabo con relación a Kant. Su respectivo "retorno" al Padre Fundador (del psicoanálisis, de la metafísica) tiene por objeto menos una repetición ritual o un afán de actualización y complementariedad que una radicalización: la meta es avanzar exactamente allí donde aquellos han retrocedido. ¿De qué se trata, en ambos casos? De llegar al punto en el que un hombre, por ser simplemente hombre –y no filósofo, o psicoanalista– retrocede: <<Nos aproximaremos al auténtico filosofar de Kant>>, puntualiza el filósofo, <<tan sólo a condición de preguntarnos, cada vez con mayor decisión, no lo que Kant dice, sino se realiza en su fundamentación. (.) ¿Cuál es el verdadero resultado la fundamentación kantiana? imaginación trascendental constituya fundamento establecido, ni esta convierta una pregunta acerca razón humana, Kant, al revelar subjetividad del sujeto, retrocede ante ha establecido>>(3) . Un retroceso que no es una inconsecuencia o un error, sino un signo de lo que ha de ser proseguido. Lo que sigue, lo que procede, es excavar allí donde un hombre se detiene. <<Kant, en el curso de su fundamentación, socava la base sobre la cual apoyó su Crítica, al principio>>. El filósofo intenta fundar algo sobre suelo firme, pero en su limpieza del terreno se sorprende desastrosamente limpio de superficie alguna. <<La investigación que penetra en la subjetividad del sujeto>>, continúa Heidegger, <<la "deducción subjetiva", conduce a lo oscuro>>. El arquitecto, desolado, contempla la profundidad de la zanja abierta para echar unos cimientos que a la postre serán esencialmente problemáticos.
<<No se trata>>, concluye el filósofo en la misma página, <<de buscar la respuesta a pregunta por lo que el hombre es, se trata ante todo de preguntar cómo es posible en una fundamentación metafísica pueda y deba preguntarse>>. Cuando Lacan vuelve a Freud, lo hace para penetrar en esa oscuridad ante la cual también Kant se vio forzado a retroceder. El ser para Heidegger, lo real para Lacan. No es que designen la misma cosa con palabras distintas. No es la misma cosa; es más bien eso que no alcanzan ni las palabras ni las cosas. De ahí su "oscuridad". <<El ente nos es conocido –¿pero conocemos el ser? ¿No sobrecoge un vértigo cuando tratamos de determinarlo o siquiera aprehenderlo en sí mismo? (.) La pregunta como tal conduce hasta borde más completa oscuridad>>(4) . A fin de cuentas, el filósofo se impone la obligación de no retroceder: puedo preguntarme qué soy, pero no puedo poner en duda que soy.
TRES
EL RETORNO DE LACAN A FREUD PRESUPONE ESTA RENUNCIA AL RETROCESO. "REPETIR" A FREUD ES PERMANECER ATENTO AL RESULTADO DE SU TRABAJO, QUE HA DEBIDO QUEDAR NECESARIAMENTE INCONCLUSO.
No hay, aunque así lo parezca de pronto, nada qué edificar. No es cuestión de respetar los planos y proseguir con la obra. Es cuestión, esencialmente, y no sin malicia, e incluso desazón, de seguir levantando las tapas de las alcantarillas. No construir un luminoso templo encima de las lápidas, sino removerlas para que lo oscuro quede –¿de una vez? ¿por fin?– libre.
Este movimiento, en cualquier caso, se reconoce ya en el Maestro. Freud lucha contra sí mismo. Se le va a ver desprendiéndose trabajosamente de la institución médica. Se le sorprenderá sintiéndose cada vez más incómodo con su antaño tan a la medida traje burgués. ¿Quién está sano? ¿Aquel que permanece imperturbable? ¿Ese que ya ni siquiera escucha a su propio cuerpo? La salud poco a poco va dejando de ser, como creo que todavía, en general, imagina la medicina actual, <<el silencio de los órganos>>. El vocablo que va haciéndose su propio lugar en estos desprendimientos tarda en dar toda la cara. Freud aludirá a ello con esa misma palabra: Ello (Es). Saludable ya no es aquel que se encuentra parapetado y –según él– a salvo de su asalto. Todo lo contrario.
Veremos más o menos puesto de cabeza el ideal terapéutico. La cura no puede ir ya en el sentido de una homeostasis, de la imposición de un equilibrio y una paz. A la fuerza no se le doma. De hacerlo, obtendremos no un hombre realmente sano sino un autómata. La obediencia deja en verdad mucho qué desear. La salud se va asemejando peligrosamente a la no conformidad, ni consigo mismo ni con el entorno. ¿Qué es un sujeto? El difícil trayecto que conduce desde la experiencia de la zarza ardiente hasta las Tablas de la Ley. Pero ese tránsito es factible sólo a condición de haber alojado en lo más íntimo del sí mismo (y nunca en virtud de dulce aquiescencia) un <<oscuro núcleo>> inasequible a las manipulaciones de la lengua (y de la imagen). No es, de cuerpo entero, "lo inconsciente". Es una especie de exiliado interior. El sujeto gira en su torno. Existe, pero sólo en su pérdida.
No es Otro (Sujeto); designa lo otro de todo sujeto. Pero no "fuera", sino en todo sujeto.
Ante ese otro de sí que es lo más propio de sí, ¿qué nos resta hacer? La institución se define por su voluntad de neutralización. La institución psicoanalítica ha debido forzarse a sí misma para escuchar la palabra que viene de los órganos, estrangulados por la institución misma de lo social. Que lo expulsado de la lengua diga su palabra, ¿no es una empresa destinada al fracaso? Lo sería si la palabra de aquello privado de palabra fuera el grácil vehículo de un sentido. Pero escasamente lo es. El inconsciente es el sombrío taller donde ese indecible goce araña el discurso.
El paso desde una noción homeostática, regida por la consecución y mantenimiento de estados de equilibrio, hacia una noción dinámica, donde el sujeto se sostiene a duras penas dentro de aguas turbias y turbulentas, fracturado por la persistente disociación del goce, del deseo y del placer, informa de las dificultades afrontadas por Freud para comprender el fenómeno humano. Pero la metáfora profunda permanece intacta: somos máquinas. No "reflejas", no "estáticas", pero máquinas al fin. La "hazaña" de Lacan consiste en llevar esa metáfora hasta sus últimas consecuencias. ¿"Quiere" el goce transcribirse en discurso? ¿Quiere pero no puede? ¿En qué cabeza cabe esta propensión? Es como pernoctar junto a la tumba de Lázaro. Como si ese cuerpo putrefacto quisiera resucitar. El sujeto lacaniano no es Lázaro. Es el alma bella que espera encontrar en Lázaro ese deseo de retornar.
¿Qué designa, en filosofía y en psicoanálisis lo oscuro?
Tomando en préstamo términos –y hallazgos– de Georges Bataille, en Lacan encontramos la conjunción semántica –y sintáctica– de lo imposible, lo real y el goce. Pero la zona arqueológica elegida no es la literatura, sino el trastorno psíquico. Lo real, el goce, lo imposible, no son datos previos: son efectos. Hay goce porque hay lenguaje –aun si lo hay precisamente a condición de no estar en el lenguaje. Hay lo real porque hay lo imaginario y lo simbólico –aun si lo hay precisamente a condición de no estar en ninguno de estos "registros". ¿Diría Heidegger que hay el ser –como resultado del mundo? ¿Cómo efecto del sentido?
¿Quiere el sueño ser descifrado? ¿Quiere el goce ser desencriptado? A mi juicio, ese "querer" viene de la zona contraria. El deseo del discurso es lo real, no al revés. Uno se está viniendo (¿"uno"?) y lo último es "decir" algo, llevar a la palabra eso indecible. La palabra, desastrada, podría venir después, como una espuma de mar una vez rota la ola. Esa espuma sí "quiere" algo: ser real. A lo real, al goce, a lo imposible, siempre le vienen sobrando las palabras. Le quedan o muy holgadas o muy estrechas. ¿Cómo iba a necesitarlas?
En la arqueología freudiana, el sujeto sigue siendo a pesar de todo un mecanismo. El inconsciente, como hemos dicho, es un taller: más concretamente, un telar. <<El inconsciente en su telar>>, dibuja Braunstein, <<urdiendo los sueños.>>(5) . El inconsciente trabaja. Más concretamente: traduce. Primero está el símbolo, que el sueño transpone en imaginería. Su trabajo es alegorizar (de acuerdo con Kant, la razón hará lo mismo pero en otra dirección: su "trabajo" será categorizar). Por su parte, la interpretación de los sueños recorrerá el camino en sentido inverso: partirá de la imagen para alcanzar el símbolo. Trabajo, trabajo y más trabajo. El sujeto es como esas pilas nucleares que dependen íntegramente del uranio pesado alojado en su interior –pero en inminente peligro de explosión.
En este sentido, el sujeto es una formación reactiva que extrae toda su fuerza de algo que en absoluto tendría la forma de un sujeto. <<El espíritu es un hueso.>> decía Hegel. El sujeto como quiste. ¡Y como chiste! Pues se trata de una articulación imposible con lo imposible. A menos que el cuerpo quiera, en efecto, ser sublimado en el cuerpo del discurso. Sólo que si algo hace que el discurso sea discurso es, justamente, el hecho de jamás ser un cuerpo. <<Que la palabra tome cuerpo, que el cuerpo>>(6) . Lo primero lo creo posible; lo segundo, sólo me suena a un (mal) chiste.
¿Cómo podría un cuerpo querer hablar? Sería tanto como desear no ser. Y ni siquiera eso, puesto que "no ser" es sólo una representación, una imagen, un efecto del hablar mismo. ¡Y también "ser"! Afirmar que el ser quiere ser es introducir a trasmano a un Divino Demiurgo: es instalar –o intentarlo– al Sujeto en el lugar donde en absoluto podría durar. ¿Quiere algo el fuego? ¿Quiere algo el inestable núcleo del plutonio? ¿Quieren algo las estrellas? Es en extremo dudoso. No lo es, sin embargo, el fenómeno del lenguaje. El sujeto sí quiere algo, siempre: quiere, naturalmente, aprender a no querer –eso que tan bien les sale a las cosas que inocentemente reposan en sí mismas.
<<El goce está prohibido al que habla como tal>>(7) . Sí, pero es "el que habla" quien se lo ha prohibido. El goce no se ha impuesto a sí mismo la prohibición de tocar a "el que habla". "El que habla" sabe, en primer y en último lugar, que no es un cuerpo. Si lo fuera, simplemente no podría hablar. Hablaría, tal vez, como perico. Sí, los hemos oído. Pero hablar, lo que se llama hablar, eso sólo es posible si se ha logrado la hazaña de segregar de sí mismo un cuerpo. En la palabra pervive el cuerpo –pero como muerto. La palabra es, literalmente, la muerte del cuerpo. Por eso digo que, desde la palabra, es posible desear (ser) un cuerpo. Pero el cuerpo no ha deseado la palabra, el cuerpo se ha retirado, como Eurídice, de la última mirada de la palabra, de la mirada y del reclamo de la última palabra.
Es la palabra quien se prohibe el cuerpo y a la vez se promete a él. La muy pérfida y ladina.
CUATRO
EL "TRAUMATISMO" QUE MILLER RECONOCÍA COMO EL APORTE PROPIAMENTE PSICOANALÍTICO A LA FILOSOFÍA, COMO SU MUY PECULIAR BENDICIÓN, Y QUE SE RELACIONA CON ESA PÉRDIDA DE LA CONFIANZA DE LOS HUMANOS EN EL PODER DE REVELACIÓN DE LA VERDAD, SE MANIFIESTA IGUALMENTE EN LA PÉRDIDA DE LA CONFIANZA EN EL PODER DE LA RECONCILIACIÓN "DIALÉCTICA" DEL SER HUMANO CON UNA SUPUESTA ESENCIA PERDIDA.
Es increíble que durante un tan prolongado período se haya esperado algo "positivo" de la unión del discurso marxista con los resultados de ese aguafiestas que fue Sigmund Freud. El amor es francamente sospechoso, y la felicidad todavía más. El fantasma de Schopenhauer revolotea por encima de todos los divanes.
La efigie de este ente, en la imaginería psicoanalítica, es desalmada. Un animal inverosímilmente dependiente, que es por completo incapaz de sostenerse a sí mismo. Imaginemos a Descartes, recién nacido. ¿De verdad, Renato, piensas y en consecuencia existes? Lo primero –pues de lo contrario sería lo último, todos lo sabemos, es el berrear del cuerpo expósito. Mamo, luego existo. El sujeto sólo se predica de un mamífero. ¿Qué humano, en su origen, o, lo que es lo mismo, en su final, depende de sí? Ninguno. Es natural que la madre sea el germen y el molde de lo Sagrado. Después vendrá el germen y el molde de lo Divino: el Padre (castrador). Rizando el rizo, vendrá la abstracción extrema de la Ley Moral, epítome de lo Santo. Somos seres religiosos, qué ironía, porque, nos guste o nos repugne, somos animales (y animales confiados íntegramente, en el origen, y en el final, al Otro).
El punto es que Freud se sitúa, según algunos, al abrigo de estos tres órdenes. ¿De verdad? El sujeto se encuentra atravesado y sostenido por el otro. Pero también amenazado. Hay sujeto al borde de esta indecisión. Sólo dentro de ella, aunque en su límite. Braunstein lo expresa inmejorablemente: <<En el comienzo. Im Anfang war das Ding, pero cuando está la Cosa no hay sujeto que pueda juzgar sobre ella. Perdida (y goce del lado de así como deseo Otro), establecida una disparidad insalvable con objeto, puede llegar a haber un sujeto. En huella, estela Cosa. perdido, es causa>>(8) . De Descartes a Kant: no: <<Pienso, luego existo>>, sino: <<Debo, luego existo, luego pienso>>. Y a Heidegger: <<Exsisto, luego estoy arrojado, luego hablo, luego (pero no sé cómo, ni cuándo) pienso.>> Sucesivas heridas a nuestro –al cabo, muy artificial– orgullo de seres racionales.
Nuestro orgullo de sujetos racionales. Porque el favor que el psicoanálisis le ha hecho a la filosofía pasa por el más severo desmontaje que se había producido a propósito del "sustrato", del hypokeímenon: del "sujeto" del conocimiento, de la acción, del deseo. La filosofía ha hecho de la conciencia (y de la autoconciencia) el soporte del sustrato, la tierra firme de todas sus edificaciones. De Descartes a Husserl, pasando por Kant pero remontándose hasta Aristóteles, la filosofía aspira a la transparencia. Y la conciencia es lugar y condición de esa transparencia. El sujeto, para esta tradición, designa el poder de discernir lo propio y lo ajeno, el sí mismo y el otro. Hay sujeto en el instante en que es discernido un objeto.
Pues bien, el psicoanálisis ha dado con un sujeto oscuro. Por vez primera se toma, como exigencia de un saber confiable de sí, la opacidad que mancha, aun si constituyéndolo en cuanto tal, al sujeto del saber. Ese sujeto iluminado en la situación analítica tiene en verdad muy poco de la omnipotencia de la conciencia reflexiva que orienta al discurso de la metafísica. El hombre no es como el Dios que según él le ha comandado un altísimo destino. No es ni siquiera un diosesillo. Su imagen más adecuada, después de todo, es la de un pobre diablo.
Un pobre diablo en manos del Otro. A ello alude la expresión <<Sujeto del inconsciente>>. ¿Que el sujeto de la tradición filosófica no es dueño de sí? No sólo eso. Está esclavizado a lo otro que (inconscientemente) se halla alojado en su más íntima verdad. Hay sujeto en la exacta medida en que hay castración. Pero si hay sujeto es porque hay saber de esa circunstancia. ¿Qué ha hecho Descartes sino describir (inconscientemente) a ese sujeto que a fin de cuentas es insostenible sin la remisión al Otro Absoluto, al Dios de la filosofía pero también al de la religiosidad judeocristiana?
(1) JacquesAlain Miller, "Filosofía n Psicoanálisis", en Psikeba. Revista de psicoanálisis y estudios culturales, trad. María Inés Negri, 2006
(2) Jacques Lacan, "Psicoanálisis y medicina" (1966), cit. en Néstor Braunstein, Goce. siglo veintiuno editores, México, 1990, p. 17
(3) Martin Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, tr. Gred Ibscher Roth, FCE, México, 1996, p. 181. Yo subrayo.
(4) Ibíd., p. 190191
(5) Néstor Braunstein, op. cit., p. 23
(6) Ibíd., p. 24
(7) Ib, p. 26
(8) Ib, p. 31
Autor:
Sergio Espinosa Proa
Doctor en filosofía, antropólogo social, especialista en investigación educacional y ensayista
Universidad Autónoma de Zacatecas
http://www.psicoterapeutasdeenlace.com/artinvitados/index.html
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