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Los Hornos de Hitler

Enviado por cdarkk


    1. La llegada
    2. La Barraca 26
    3. Las primeras impresiones
    4. La llamada a lista y las selecciones
    5. La Enfermería
    6. Un nuevo motivo para vivir
    7. El depósito de cadáveres
    8. El Ángel de la Muerte contra el Gran Seleccionador
    9. "Organización"
    10. Nacimientos malditos
    11. En el carro de la muerte
    12. La libertad
    13. Todavía tengo fe
    14. Conclusión

    Corría el año 1944, casi cinco después de que Hitler invadió Polonia. La gestapo lo gobernaba todo , y Alemania se estaba refocilando con el botín del continente, por que tercios de Europa había quedado bajo las garras del Tercer Reich.

    Nos contaban que los alemanes nunca usaban las palabras asesinato, o muerte por gas. Simplemente se concretaban a escribir a lado de los nombres de sus prisioneros las aparentemente inofensivas definiciones de "Tratamiento Especial, Liquidación , Recuperación, Experimentación , Solución Final , etcétera." Cada una de estas definiciones significaba una muerte horrible.

    Una mañana fue un día fatal para la familia Lengyel, habían citado a una junta medica en la estación de policía al doctor Lengyel. El doctor pensó que podría ser una trampa y nunca volvería a volver jamás. El doctor se despidió de su familia y se dirigió a la puerta y salió.

    Después la doctora Lengyel recibió una noticia que su esposo sería deportado para Alemania inmediatamente. La doctora Lengyel fue a investigar, y le habían dicho que tal vez que como el doctor era un buen cirujano y en Alemania había escasees de médicos seguramente lo pondrían a trabajar en un hospital metropolitano. Después la doctora tomo la decisión de ir a buscar a su esposo. Cuando de pronto cayeron en la cuenta que la estación estaba rodeada por soldados , en las vías esperaba un tren. No estaba formado para pasajeros sino de vagones de ganado , atestados de candidatos de deportados , los soldados empezaron a acércaseles y a empujarlos se les condujo como ovejas a subir al tren vacío de ganado. Ya adentro del tren los vagones se empezaron a mover, noventa y seis personas habían sido embutidas en ese vagón en donde solo cabían ocho caballos, sin embargo no era aquello lo peor.

    Además a medida de que fue pasando la primera y la segunda hora iban cayendo en la cuenta que los detalles mas fundamentales de la existencia se estaban poniendo extremadamente complicada. Ni hablar de retretes o cosa parecida. Afortunadamente algunas personas habían llevado bacinicas para sus hijos y después podían basearla por la única y diminuta ventana que había, pero no disponían de agua con que limpiarlas. Un sol abrasador socarraba las paredes del vagón, hasta que el aire se hizo irrespirable. El interior estaba casi totalmente a oscuras, por que la luz del día que se filtraba por la ventanilla solo iluminaba aquel rincón. Al cabo de cierto tiempo decidieron que aquello era lo mejor. La escena se estaba poniendo cada vez mas repulsiva.

    Luego un guardia especial de la S.S. amenazando con su pistola que quería 30 relojes de pulsera inmediatamente si no los matarían, luego otro impuesto de los alemanes dijeron "vengan las joyas y les traeremos un caldero de agua fresca" Un caldero de agua para noventa y seis seres humanos , de los cuales treinta eran niños pequeños. Aquello equivalía a unas cuantas gotas para cada uno , pero iban a ser las primeras que probaran en veinticuatro horas. Ahora tenían mas enfermos en el vagón había 2 torturados por ulceras de estomago otros con escarlatina y podían contagiar a todos , la única manera de contraer esas enfermedades podría ser dando les las espalda a los enfermos y estar apartados de ellos.

    Después un señor murió y después y después el ten hizo su primera parada y entro un saldado y el hijo del que había muerto dijo "tenemos un cadáver entre nosotros se ha muerto mi padre.

    Pues quédense con su cadáver y pronto tendrán mas replico el soldado.

    Ya habían pasado siete días. Por fin , al terminar el séptimo día, el vagón de la muerte se detuvo. Habían llegado todos se preguntaban ¿Pero a donde? ¿Era aquello una ciudad? ¿Qué nos iría a pasar?

    La llegada

    Cuando llegaron ellos esperaban ser sacados del vagón sin mas demoras, pero tenían que pasar todavía la octava noche en el vagón . Por fin amaneció pálidamente el día y se oyó la orden seca y pretoria: ¡salgan!

    Las mujeres fueron colocadas a un lado y los hombres al otro de 5 en fondo y al salir del vagón a los niños y a los ancianos se les mando a que se formaran a la izquierda. Y después la doctora se entero de que su madre estaban condenados a morir.

    La carretera estaba bien reparada. Era a principios de mayo y una brisa fresca nos traía un olor peculiar y dulzon, muy parecido a la carne que se quema aunque no lo identificábamos como tal. Aunque nos recibió a nuestra llegada.

    El campamento ocupaba un basto espacio de nueve kilómetros , estaba rodeado de postes de cemento, de una altura de tres a cuatro metros y de un espesor de cerca de cuarenta centímetros con una doble red de alambradas entre si. En cada poste había una lámpara eléctrica, un enorme ojo brillante enfocado sobre los presos y jamás apagado. Dentro del inmenso recinto había muchos campamentos cada uno de los cuales estaba designado por letra.

    De pronto apareció aquel rebaño humano una mujer corpulenta y bien vestida. Con una garrote macizó, soltaba golpes a diestra y siniestra sobre las que se interponían en su camino.

    No podíamos dar crédito a nuestros ojos. ¿Quiénes eran aquellas mujeres? ¿Qué crimen habían cometido?

    Después de esperar unas dos horas frente a un edificio de grandes proporciones aunque construido muy toscamente nos quedamos completamente heladas. Luego un pelotón de soldados nos metió a empujones. Nos encontramos en el interior de una especie de hangar de 8 a 10 metros de ancho por unos 30 de largo . A empellones los guardianes nos convirtieron en un grupo tan compacto que era verdaderamente doloroso tratar de moverse. Se cerraron las grandes puertas . Unos veinte soldados la mayoría parte de los cuales estaban borrachos se quedaron dentro. Nos miraron despectivamente e hicieron a gritos comentarios sarcásticos.

    Por fin, nos llevaron en formación a otra parte. Pasamos por delante de un bosque encantador en cuyo lindero se levantaba un edificio de rojos ladrillos . De la chimenea salían grandes llamaradas. Aquel olor extraño dulzon y mareante que nos recibiera a nuestra llegada se intensifico mas poderosamente . A lo largo de cerca de cien metros había leños apilados contra las paredes . Preguntamos a una de las guías prisionera veterana para que era aquel edificio.

    Es una panadería del campo _ contesto.

    Nos lo tragamos sin le menor sospecha. Si nos hubiese dicho la verdad lisa y llana no le habríamos creído. Aquella panadería de la que emanaba el olorcillo repugnante era el crematorio al cual iban a parar por igual los pequeños los viejos y los enfermos y al que todos estaban destinados.

    La Barraca 26

    Llegamos frente al recinto al cual habíamos sido destinadas. Los resplandores reflectores instalados sobre la alabarda con púas que rodeaba el campo indicaba que los alambres estaban cargados de corriente de alta tensión.

    Nuestra vida pasada quedaba del otro lado de aquella portalada. En adelante ya no íbamos a ser mas esclavas, enteramente hambrientas y heladas a merced de los guardianes y sin menor destello de esperanza. Había lágrimas en todos los ojos cuando seguimos a nuestra guía hasta nuestro nuevo hogar la "Barraca 26"

    La ingrata tarea de tratar a los que pronto iban a ser cadáveres, y más tarde cenizas estaba confiada al grupo llamados "kommandos"

    La barraca 26 era un gran hangar de maderas toscas que habían sido unidas para formar un a especie de establo. En la puerta había una placa de metal que expresaba el numero caballos destinados a ocupar aquel portalón.

    En el interior estaba dividido en dos partes por una gran estufa de ladrillo. De mas de un metro de alto. A cada lado de la estufa había tres filas de camastros . Para hablar con exactitud, eran jaulas de madera que llamábamos "Koias"

    No todas la ocupantes podían dormir al mismo tiempo que la falta de espacio era extrema. Algunas tenían que pasarse la noche entera en cuclillas y en las posturas mas extrañas. Una vez dentro de la koia, era tremendamente complicado hacer cualquier movimiento por pequeño que fuese porque requería la participación , o por lo menos el acuerdo de cuantas dormían allí.

    La suciedad de la barraca excedía a la imaginación mas poderosa. Nuestra principal tarea consistía en conservarla limpia.

    Solo que no se nos permitía ir a los retretes dos veces al día. ¿Cómo íbamos a poder aguantar? Por apremiante que fuese nuestra necesidad, si salíamos por la noche corríamos el peligro de ser atrapadas por la S.S. quienes tenían órdenes de disparar primero y preguntar después.

    Las primeras impresiones

    Hasta dos días después de quedar instaladas en las Koias recibimos nuestra primera comida matutina… que sólo era una taza de cierto liquido insípido y negruzco, al que pomposamente llamaban "café". A veces nos daban té. A decir verdad , paneas se advertía diferencia entre las dos bebidas. No estaban azucaradas, aunque en eso consistía toda nuestra comida sin una miga de pan , mucho menos en un miserable mendrugo.

    Al mediodía timábamos sopa. Era difícil averiguar cuales eran los ingredientes que integraban aquélla pócima. En circunstancias normales hubiese sido absolutamente imposible tragársela. Su olor resultaba repugnante. A veces no teníamos mas remedio que taparnos las narices para poder consumir nuestras raciones. Pero había que comer y teníamos que dominar nuestro asco. Cada mujer se tragaba el contenido de la vasija que le tocaba de un golpe… porque, dicho sea no teníamos cuchara… como niños que pasaban una medicina amarga.

    Además de la ración diaria de pan recibíamos por la noche un poquitin de compota de remolacha o una cucharada de margarina.

    Apareció corriendo una mujer con uniforme de la S.S. Empuñaba una fusta con correas de cuero a alambres de hierro.. Reconocí a Hasse, una de las comandantes mas temidas del campo. Un criminal alemán extendió una mano para protegerme ¡No le pegué!– . Es una recién llegada . Esta buscando a su hijo. Se lo llevaron ayer del otro lado de las vías. El criminal se le hizo una seña y la comandante pareció calmarse. Todo lo que tenia ella de gorda y fea, lo tenia el otro de atractivo físicamente. Se olvido de mi y miro con interés al criminal. A su mirada asomó una expresión de voracidad y deseo. Aquellas cosas se comprendían perfectamente en el campo . El penado llevaba un traje de preso relativamente limpio y cosa rara no tenia afeitada la cabeza. Pero claro no era prisionero político sino un criminal homicida.

    La mujer se echo a reír y se acerco mas a el. Yo corrí pero de momento me había ahorrado un vapuleo. Mi hermosos protector masculino había conseguido gracia para mi una mujer de la S.S. El mundo creado por los alemanes no tenia pies ni cabeza.

    La llamada a lista y las selecciones

    Ya sabía que había en el campo de concentración "selecciones periódicas" para mandar a nuevas victimas a los crematorios. Sin embargo, ignoraba todavía que la llamada a lista se utilizaba también para diezmar a los prisioneros.

    A primeras horas de la madrugada, tirábamos de frío especialmente cuando llovía, cosa que ocurría con frecuencia. Durante el invierno, se citaba a lista siempre bajo a las mismas condiciones, independientes de si nevaba o helaba. Procurábamos frotarnos unas con otras como ovejas de un rebaño pero nuestros guardianes, bien abrigados por cierto, estaban alerta. Teníamos que mantenernos en posición de firmes y observar las debidas distancias.

    Los mismos centinelas se equivocaba. Nos contaban y recontaban una y otra vez. Otros iban y venían a toda prisa en sus bicicletas entre la oficina del comandante y las barracas. Algunos registraban las Koias. A todo el campo de concentraciones pasaba la señal de alarma.

    En nuestro campo de concentración había unas cuantas internadas muy jóvenes y muchachas prácticamente niñas. Se les obligaba a presentarse a las formaciones. Los alemanes les permitían vivir un poco y aquellas chiquillas de trece o catorce años compartían todas las penalidades de la vida del campo. Pero sin embargo podían considerarse como privilegiadas en comparación con las niñas judías de la misma edad que eran inmediatamente mandadas a las cámaras de gas.

    Las selecciones se hacían generalmente en aquellas paradas. Asistían a ellas las mujeres de las S.S. Hasse e Irma Grise o el doctor Mengerle el doctor Klein y otros jefes nazis . Cada vez escogían cierto número de internadas indudablemente con el fin de un posible traslado.

    Antes de conocerlos ya había oído yo hablar a las internadas mas antiguas de aquel doctor Mengerle e Irma Grise eran los amos del campo que ambos eran bien apreciados. Pero a pesar de todos me quede verdaderamente sorprendida al ver lo bellos y atractivos que eran.

    Todas las veces resultaba este espectáculo tan trágico como humillante. Consistía una humillación no solo parea las pobres sacrificadas si no para toda la humanidad. Porque aquellos seres desgraciados que eran conducidos al matadero seguían siendo personas humanas… como usted y como yo.

    La Enfermería

    En la barraca No. 15, probablemente que estaba en peores condiciones de todo el campo, iba a instalarse el nuevo servicio. La lluvia se colaba entre los resquicios al techo, y en las paredes se veían enormes boquetes y aberturas. A la derecha a la izquierda de la entrada había dos pequeñas hitaciones. A una se la llamaba "enfermería", y a la otra "farmacia".

    El mobiliario de nuestra enfermería se componía de un gabinete de farmacia sin anaqueles una mal parada mesa de reconocimiento que teníamos que nivelar con ladrillos y otra mesa grande que cubrimos con una sabana para colocar en ella los instrumentos. Poco mas era lo que teníamos y todo en lamentable estado.

    Nos levantábamos a las cuatro de la madrugada. Las consultas empezaban a las cinco. Las enfermas , que a veces llegaban mil quinientas al día , tenían que esperar a que les tacase su turno en filas de cinco. Se le abría a uno las carnes al ver aquellas columnas de mujeres dolientes bajo la lluvia , la nieve o el rocío. Muchas veces ocurría que se les agotaban las ultimas energías desplomaban a tierra sin sentido como un témpano mas.

    Cierto día fui testigo en aquel hospital de una escena particularmente patética. Una joven y bella muchacha judía de Hungría , llamada Eva Weiss, que era una de las enfermeras contrajo la escarlatina atendiendo a sus pacientes. El día que se entero de que estaba contagiada los alemanes acababan de abolir las medidas de tolerancia. Como el diagnostico fue hecho por un medico alemán, la pobre muchacha sabía que era inevitable su traslado a la cara de gas. Pronto llegaría una falsa ambulancia de la cruz roja a recogerla, lo mismo que a las demás enfermas seleccionadas.

    Un nuevo motivo para vivir

    A veces, venían también hombres a nuestra enfermería. Generalmente eran internados que trabajaban en los campos de mujeres. Cuando regresaban a sus barracas por la noche, encontraban su enfermería cerrada. No podíamos negarnos a atenderlos, aunque estaba estrictamente por los alemanes. Pero sus lesiones precedían de accidentes de trabajo.

    Entre ellos llego un día un francés ya entrado en años, a quien designare como la inicial "L". La herida que tenía en un pie lo convirtió en un visitante asiduo de la enfermería.

    L. era una persona encantadora, y lo recibíamos con verdadera alegría. Todos los días nos traía noticias alentadoras de la situación militar y política de Europa. Mientras le curábamos sus lesiones, el calmaba nuestro espíritu atribulado.

    Al principio, los condenados a muerte de Birkenau eran fusilados en el bosque de Braezinsky o ejecutados por gas en la infame casa blanca del campo de concentración. Los cadáveres eran incinerados en una fosa. Después de 1941, se pusieron en servicio cuatro crematorios , con lo que aumento considerablemente el "rendimiento" de esta inmensa planta exterminadora. En los primeros tiempos. Judíos y no judíos eran enviados por igual al crematorio sin favoritismo ninguno. A partir de junio de 1943, la cámara de gas y los crematorios estaban reservados exclusivamente a los judíos y gitanos. Como no fuese por error o por algún castigo especial los arios no eran mandados allá. Pero generalmente , estos eran ejecutados por fusilamiento. Horca o inyecciones de veneno.

    En el momento en que llegábamos a la estación entraba en vías un transporte. Los vagones de ganado estaban siendo vaciados de los seres humanos golpeados y enclenques que habían hecho el viaje juntos. A base de ciento por cada vagón. De aquella espesa y desgraciada turba, surgía gritos desgraciados en todos los idiomas de Europa, en el francés, rumano, polaco, checo. Holandés, griego, español, italiano etc

    Los alemanes dejaban con vida cada vez a unos cuantos miliares de deportados, pero únicamente con el objeto de facilitar el exterminio de millones de otros. A estas víctimas las obligaban a desempeñar a los "trabajos sucios". Eran parte del "sonerkommando". De tres a cuatrocientos atendían cada crematorio de la cámara de gas y, después de efectuado el asesinato en masa, debían abrir las puertas y sacar los cadáveres. Eran preferidos los médicos y dentistas para ciertas operaciones, los últimos, por ejemplo, para rescatar las dentaduras postizas de los cadáveres y aprovechar los metales preciosos de que estaban hechas. Además los miembros de sonderkommando tenían que cortar el pelo a la s victimas, lo cual suponía otra ganancia para la economía nacional socialista.

    Al cabo de tres o cuatro meses en aquel infierno, los trabajadores del sonderkommando veían llegar su turno. Los alemanes los tenían previsto así. Perecían en la cámara de gas y luego eran quemados por los que habían venido a ocupar sus puestos . La planta exterminadora no podía dejar de producir, aunque cambiase el personal.

    Entonces tuve ya dos motivos para seguir viviendo uno era trabajar por el movimiento de resistencia y ayudar cuanto tiempo pudiese mantenerme sobre mis pies; el segundo era soñar y rezar porque llegase el día en que fuese libre y pudiese decir al mundo entero: "¡Esto es lo que vi con mis propios ojos! ¡No podemos consentir que vuelva a repetirse!"

    "Canadá"

    Teníamos en Aushwitz-Birkenau un edificio que no se por qué se llamaba "Canadá" . Dentro de sus muros se almacenaban las ropas y demás pertenecías quitadas a los deportados cuando llagaban a la estación, o cuando se iban a duchar, o en el vestíbulo del crematorio.

    El "Canadá" contenía una riqueza considerable, por que los alemanes habían animado a los deportados a que se llevasen sus objetos de valor. ¿No habían anunciado acaso en muchas ciudades ocupadas que no era "contra las ordenanzas" llevarse los efectos personales consigo? Esta invitación indirecta resulto mucho mas eficaz que si hubiesen indicado directamente las victimas que se llevase sus joyas. En realidad muchos deportados se llevaban a cambio de sus objetos de valor.

    En los equipajes se encontraban un poco de todo: tabaco, chamarras de piel , jamón ahumado y hasta maquinas de coser.

    El mercado negro me lleva de la mano a tratar del "Campo Checo", el cual fue, durante muchos meses , una fuente abundante de ropa.

    Los primeros rayos del sol revelaron, esparcidos por el suelo del campo checo, unos cuantos objetos abandonados: un rebojo de pan, una muñeca de trapo que quedo de la aldea checa de ocho mil almas, que tan corta vida había tenido.

    El depósito de cadáveres

    Aunque mi trabajo estaba en la enfermería, durante algún tiempo tuve que trasladar también los cadáveres del hospital. Pos si esto fuera poco, habíamos de limpiar los cuerpos, tarea horrible, porque se trataba de nuestras antiguas pacientes; y además. Porque se trataba de nuestras antiguas pacientes; y además, nuestro suministro de agua para lavar a los vivos era muy limitado, cuanto más para limpiar a los muertos. Cuando terminábamos el trabajo, teníamos que arrojar los muertos a un montón de cadáveres putrefactos. Y luego no contábamos con nada con que desinfectarnos, o lavarnos siquiera las manos.

    En muchos casos, las cautivas daban muestras de trastornos mentales. Perdían la memoria y la capacidad de concentrarse . Se pasaban largas horas mirando al vacío, sin dar la menor señal de vida. Finalmente , terminaban llevar a la cámara de gas en un estado de indiferencia casi absoluta. Este embotamiento facilitaba, claro esta, las cosas a los alemanes.

    Metíamos la basura en grandes bolsas. Eran periódicos de todos los países, latas vacías de sardinas, botellas rotas, juguetes, cucharas. A veces teníamos que cargar las piezas de equipaje de la estación hasta el Canadá, donde se apilaban en verdaderas montañas, Mi obligación era llevar las bolsas a las presas en cargadas de aquella misión, quienes las iban clasificando: tiraban las camisas al montón de camisas, los juegues en otro montón, y los desperdicios con la basura.

    Seguía todavía observando los transportes cuando vi, con gran asombro, que salían cuatro de las filas , vestidos con trajes deportivos. Eran rubios y esbeltos, aunque su apostura había quedado un poco abatida a causa del largo viaje. Los guardianes trataron de empujarlos hacia atrás, pero ellos insistieron en que querían hablar con el "comandante"

    Los norteamericanos—me explico — no son mas que combustible para los crematorios. A los ojos de los alemanes no son sino enemigos, los mismos que nosotros. Es de matar nunca fue un problema para los alemanes. Se los llevan al bosque y los ejecutan. Ese es el campo americano.

    El Ángel de la Muerte contra el Gran Seleccionador

    Si Irma Grise hubiese sido menos curiosa yo había perecido. Pero , por lo visto , estaba demasiado interesada en averiguar por el doctor Fritz Klein, medico de la S.S. encargado del campo de mujeres de Auschwitz y después de Bergen-Belsen, había creado un puesto expresamente para mí, aunque estaba convertida en una piltrafa humana , rapada la cabeza, sucia, harapienta, y con dos zapatos de hombre, que no pertenecían al mismo par, en los pies. Gracias a que quería enterarse, me salve de morir.

    Después con lentitud calculada Irma Grise , saco un revolver de su mesa y avanzo hacia mi. Formábamos un rudo contraste: yo, con la cabeza rapada, andrajosa, sucia, empapada de lluvia , y ella con el pelo magníficamente peinado y cuidado, con su vestido hecho a la medida realzaba su figura.

    -¡Puerca! –silbo entre dientes.

    Me aparte , encogida , del cañón frió de su revolver cuando me lo pasó por la sien izquierda. Sentí su cálido aliento.

    -Con que tienes miedo ¿no?

    De pronto , descargo la culata de su arma sobre mi cabeza, una y otra vez.

    Probé el sabor de mi sangré. Me tropecé y fui a caer sobre la piel de lobo.

    Cuando abrí los ojos , estaba tirada en el barro, bajo la lluvia, que seguía cayendo. La campana del campamento tañía, llamando a otra "selección". Herida, cubierta de sangre, me levante y corrí hacia mi barraca para no faltara la formación. Al volverme, vi a Irma Grise que tenía del Fuhrerstube, látigo en mano , para designar el nuevo grupo que iría a cebar la cámara de gas. Por que no me "selecciono", o me pegó un tiro, o me mató de alguna otra perversa, manera, es algo que no sabré nunca.

    "Organización"

    Durante los largos días que siguieron , me pregunte muchas veces que significaba la palabra de "organización" . ¿Qué había que organizar? Me llevo bastante tiempo todavía componer el verdadero sentido de "organización" . Fui atacando cabos sueltos. El consejo del viejo picapedrero, mas las recomendaciones de otras internadas , me dieron la respuesta. "Si no quieres morir de habré, no tenia mas que un remedio: robar".

    De pronto lo entendí "Organizar" significaba robare.

    Lo que sucedió después vino a confirmar mi interpretación. Sin embargo, el vocablo "organizar" contenía una matiz que no cale durante algún tiempo. Quería decir robar, pero robara expensas de los alemanes . De aquella manera , el robo se convertía en una acción noble.

    Así ocurría. Parapetadas tras esas palabra , algunas prisioneras hurtaban a sus vecinas sus miserables raciones, acuciadas por el hambre. Muchas que andaban mal vestidas, se robaban los míseros harapos de otras en los lavabos.

    Este incidente me alarmo por el provenir de estas internadas si algún día salían vivas de los campos de concentración. Sin embargo, de momento, teníamos que hacer lo que pudiésemos para vivir cada día.

    Tuve la debilidad de acceder. Sin embargo, en nuestro corazón sabíamos que no había derecho para aquello. Por que las medicinas estaban tan escasas en la enfermería que teníamos que reservar la aspirina para casos mas graves que un simple dolor de oídos. Aun guardando la cola , era dudoso que la Califactoka recibiese una tableta. Pero eso no hacía al caso: la habíamos abusado en beneficio propio del puesto que ocupábamos en el campo. En circunstancias normales , dudo que tanto mi amiga como yo hubiésemos caído tan bajo. Pero estábamos en Birkenau-Aushwitz, y nos moríamos de hambre.

    Con sumo cuidado , mi amiga deslizo las dos tabletas de aspirinas para que las cogiese la Califactorka. Ella a su vez, partió un plazki en dos con sus sucias manos y nos lo paso furtivamente.

    Nacimientos malditos

    El problema mas angustioso que teníamos al atender a nuestras compañeras era el que nos planteaban los alumbramientos. En cuanto nos llevan a la enfermería a un recién nacido, tanto la madre como la criatura eran mandados a la cámara de gas. Así lo habían dispuesto nuestros amos. Solo cuando el bebe no tenía probabilidades de seguir viviendo o cuando nacía muerto , se perdonaba la vida de la madre como la criatura eran mandadas a la cámara de gas.

    Luego las enfermeras para ayudar a las madres y a sus hijos a que no los mandaran a la cámara de gas, decían que los niños estaban muertos y las madres cubrían al bebe con sabanas o cobijas y lo llevaban a su barraca y lo escondían.

    Nuestros amos no esperaban a que los nacimientos se impusieran en Auschwitz. De cuando en cuando –porque todas las medias que se adoptaban eran intermitentes sin excepción y estaban sujetas a cambios caprichosos- mandaban a todas las mujeres en estado a la cámara de gas.

    Los médicos de barraca, quienes tenían la obligación de dar cuenta de las embarazadas, recibieron ordenes rigurosas. Sin embargo, mas de una vez vi yo a los médicos desafiar todos los peligros y certificar que una determinada mujer no estaba en estado, cuando sabían positivamente que era falso. El doctor G. Asistía al infame doctor Mengerle, director medico del campo, y negó todos los casos de embarazo que podían ser discutidos.

    El doctor Mnegerle no perdió una sola ocasión de hacer a las mujeres preguntas indiscretas e indebidas. No ocultaba la diversión que le producía enterarse de que alguna de las embarazadas no había visto a su marido soldado durante muchos meses.

    En el carro de la muerte

    Durante meses y mas meses, estuve haciendo lo posible por dar con algún rastro de mi marido. Cada vez que cruzaba por nuestro campo un transporte de hombres, me precipitaban a las alambradas con el corazón palpitante y pasaba revista con los ojos a todos los prisioneros que llevaban uniforme listado. ¿No estaría entre ellos? En mis sueños lo veía muchas veces trabajando en las minas, con los pies hundidos en el agua hasta las rodillas o desmenuzando piedra en la cantera. Yo creo que no fueron menos de cien veces que trate de mandarle algunas palabras hablándole de mi. Pero nunca supe si mis mensajes le llegarían. El caso es que jamás tuve respuesta.

    Era evidente que en mi plan había numerosos riesgos. En primer lugar, yo no tenía que ver con la barraca de los locos. Para ellos había enfermeras especiales a la mayor parte de las cuales conocían los guardianes de la S.S. Me arriesgaba indudablemente a ser sorprendida si me metía en lugar de alguna de ellas.

    Mientras se realizaban estos experimentos y los guardianes la la S.S. comían y bebían en la oficina del director medico alemán, logre reunirme otra vez con mi marido.

    Más tarde me entere de lo que había sucedido. Un prisionero francés liberado me escribió para decirme que el campo de Buna había sido evacuado y que se habían llevado a los internados para una larga jornada de mi camino. A pesar de la orden explicita de los alemanes, mi marido se inclino para ayudar a un internado francés que se había desmayado. Trato de dar al pobre hombre una inyección de alguna sustancia estimulante para que pudiese continuar andando. Pero un guardián de las S.S. disparo contra los dos matándolos.

    La libertad

    Los guardianes de la S.S. que nos rodeaban iban conduciéndonos como a un rebaño por la carretera de Auschwitz. Hacia un frió intenso, y el aire se nos clavaba como un cuchillo a través de nuestros andrajos. Sonaba tiros a lo lejos. El estruendo de poderosas armas de fuego fue haciéndose cada vez mayor. Las denotaciones parecían irse aproximado y se multiplicaban con rapidez. Surcaban el cielo de cuando en cuando las estelas encendidas de los cohetes. Los rusos estaban indudablemente desencadenando un asalto a fondo.

    Los guardianes de la S.S. estaban armados de ametralladoras y granadas de mando. Tenían ordenes de liquidar a las seis mil presas, en el caso de ser sorprendidos por un avance ruso, para que los rusos no pudiesen liberar a ninguna.

    El destino debía haber dispuesto que yo, quien había sobrevivido a los horrores de un campo de concentración y de su evacuación presenciase la retirada de la Wehrmacht en derrota. Jamás olvidare aquella noche en que llegaron a la casita polaca los últimos zapadores , extenuados y cubiertos con sus blancos capotes de capucha.

    Pasamos la tercera noche de nuevo en un establo. Los alemanes se tiraron sobre la tierra. Estaban bebiendo en su mayoría. Mi captor se conseguí unas cuantas botellas y empezó también a empinar el codo.

    A altas horas de aquella noche , mis tres días de roer constantemente las cuerdas fueron coronados por el éxito, porque, por fin, se me cayeron de las muñeca. Pero tenía las encías doloridas y sangrantes, y me rompí algunos dientes.

    Todo estaba en el mas profundo y cansado silencio y sus ronquidos se imponían a cualquier otro ruido. Intente escabullirme entre en grupo de los que dormían, pero el que guiaba el carro al cual había estado amarrada se incorporo sobre el codo. Estaba borracho, aunque todavía conservaba la lucidez suficiente para disparar si creía que estaba tratando de fugarme. Tenía que escoger entre su vida y la mía. Agarre una de las botellas que había por ahí y se la descargue con toda mi fuerza sobre la cabeza.

    Era febrero. El río arrastraba grandes témpanos de hielo. Además ya empezaba a alborear. Pronto sería demasiado peligrosos, porque me verían nadando. Pensé en Aushwitz. Allí siempre había estado dispuesta a aventurarme a cualquier cosa. Por fin, fui bajando hacia la orilla. Si había sobrevivido a las cámaras de gas, bien podría sobrevivir al río.

    Según fui descendiendo, la buena campesina se santigui y se cubrió los ojos con las manos. Completamente vestida y tal como estaba, me tire a las aguas heladas del río.

    Cuando llegue a la otra margen, ya había casi amanecido. Todavía no estaba liberada la aldea , pero los alemanes la abandonaban, y aquella casa tan brillantemente iluminada estaba vacía. Más tarde me entere que sus habitantes se habían escondido en cuevas, porque su pueblo, situado en medio de un bosque, era el centro de un fuerte ataque y tanto los alemanes como los rusos estaban cañoneándolo. Siguió una batalla terrible y encontrada, pero no llegó a su punto álgido sino al caer la noche. Los rusos tiraron sus "velas de Stalin", y por un momento, el lugar quedo bañado de luz.

    El amo de la casa, quien me había visto acercarme, fue a recogerme. Estaba seguro de que había muerto en el bombardeo. Cuando los campesinos empezaron a emerger de sus cuevas con las mejillas rojas y los ojos insomnes, creyeron al verme que tenía pacto con el diablo y miraron a otro lado. Yo no intente explicarles lo que significaba para mi haber sido testigo de una victoria sobre os alemanes.

    Todavía tengo fe

    Inmediatamente cambio el aspecto de la aldehuela. No hacía mucho que habíamos visto a la Wehrmatcht y a las unida desde la S.S. dando por todas partes órdenes en alemán. Ahora escuchábamos un idioma nuevo, un idioma extraño para nosotros, y estábamos delante de gente a quien jamás había visto…¡Pero nos habían obsequiado con el mejor regalo que la vida puede dar…la libertad!

    El 31 de diciembre de 1944 , el Alto Mando de las S.S. pidió al campo de Birkenau que le mándese un informe general sobre los niños internados. A pesar de las selecciones originales, quedaron todavía muchos de estos pequeños que habían sido separados de sus familias. Los alemanes resolvieron que tenían que desaparecer… y que había que hacerlo rápido y a bajo costo.

    Pero los alemanes siempre tenían recurso para todo. Recibimos la orden de "bañar a los niños. En Birkenau no se discutían las ordenes. Había que cumplirlas, por repugnantes e innobles que fuesen.

    De repente, volvió a nevar. Los niños se tambaleaban en su marcha hacia la muerte, con sus harapos cubiertos de blancos copos. Guardaban silencio bajo los latigazos, un silencio tan profundo como el de los pequeños duendes de la nieve. Y seguía adelante, titiritando, incapaces ya de llorar, resignados, exhaustos, aterrados.

    Unos minutos más tarde, sin jabón ni toallas, teníamos que "bañar a los niños en agua helada. No podíamos secarlos. Les pusimos otra vez sus andrajos sobre sus cuerpos chorreantes y los mandamos en columnas, como siempre…parque esperasen. Tal fue la manera que los ingeniosos alemanes discurrieron para "resolver" el problema de los niños.

    Después se les ordeno regresar. Cuando regresaron se ordeno que tirasen sus cuerpos de los niños muertos a la basura.

    En Birkenau, como en la sociedad alabada y enaltecida por los filósofos nazis, prevalecía la teoría de que "el poder crea el derecho"

    Cada campo, cada barraca , cada koia era una pequeña jungla separada de las demás, pero todas ellas estaban sometidas a los patrones y la ley de la selva virgen, de devorarse los hombres a otros. Para llegar a la cima de la pirámide en cada una de aquellas selvas vírgenes, había que convertirse en una criatura a imagen y semejanza de los nazis, carente de todo tipo de escrúpulos, pero sobre todo de sentimientos de amistad solidaridad y humanidad.

    -FIN-

    Conclusión

    Es un relato de una sobreviviente de los campos de concentración de Aushwitz y de Birkenau Dantesca visión de cinco chimeneas arrojando el humo la carne quemada de centenares de miles de seres humanos.

    Y todas las terribles cosas por las que tuvieron que pasar los internados en el campo de concentración como la cámara de gas, los crematorios, los grandes castigos, los duros trabajos y difíciles tareas.

    Pero después llegan los rusos y liberan a los sobrevivientes de los campos de concentración y por fin se liberan de todo lo malo que habían vivido durante mucho tiempo.

     

      

     

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