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Sobre los alcances del método freudiano: en los límites de la histeria (página 2)

Enviado por Rodrigo Barraza


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ENTRE LA SUGESTIÓN Y LA RESISTENCIA: HACIA LA TRANSFERENCIA

Freud aborda inicialmente la histeria con el método hipnótico en el marco de un tratamiento psíquico. El trabajo propuesto supone tratar al paciente desde la psique, en vez de tratar la psique del paciente, por medio de la palabra como instrumento esencial, buscando de esta forma incidir sobre lo sintomático corporal (Freud, 1890). En este contexto juega un papel importante el ‘efecto de masas’ en tanto prestigio del médico o hipnotizador: más famoso, más exitoso resulta (Freud, 1890). En este sentido "el genuino valor terapéutico de la hipnosis reside en la sugestión que durante ella se imparte" (Freud, 1891) como sustento de la influencia verbal. Por lo tanto Freud acentúa en el método la relación que se establece con el médico, más que los modos de intervención que si son efectivos es por medio de la sugestión y la palabra. En este sentido la efectividad del hipnotizador pasa por la creencia de infalibilidad que le suponga el paciente a su método; por tanto"toda vez que se eleve una fuerte resistencia a ella, es preciso renunciar a este método" (Freud, 1891). La condición de posibilidad de tal relación es la confianza que el paciente deposite sobre el médico: "mejor será ganarse primero la confianza del enfermo, conseguir que se amortigüen su desconfianza y su crítica" (Freud, 1891).

Posteriormente, en colaboración con Breuer, Freud abraza el método catártico en donde se le indican cosas al paciente ubicado en un estado ‘transhipnótico’, de manera tal que se facilite el recuerdo de vivencias y la consecuente descarga afectiva (Breuer, Freud, 1893-95). Por tanto se abandona la sugestión como medio de intervención explícita por una posición que interroga desde el no saber. Luego Freud dará otro paso dejando la hipnosis, por razones prácticas y teóricas, incluyendo como giro técnico la presión en la cabeza. Esto tiene por fin facilitar el estado declarativo del paciente en la medida que emergen recuerdos asociados al evento reprimido. Por lo tanto más que la remoción del síntoma por una indicación externa, el método busca interrogarlo y sus herramientas técnicas buscan ampliar el estado de conciencia. De esta forma se reproducen artificialmente las condiciones afectivas que permitan la descarga emocional de una vivencia pasada donde dicho afecto fue sofocado: el síntoma es removido por la convocación del recuerdo y el afecto concomitante.

Sin embargo el método se topa con ciertas dificultades. Ya en su historial de Elisabeth von R. nos señala Freud la existencia de unas "resistencias que la enferma mostraba a reproducir sus recuerdos, y a compilar con cuidado las ocasiones a raíz de las cuales aquella se denunciaba de un modo particularmente llamativo" (Breuer, Freud, 1893-95). Resulta interesante destacar que además del aspecto clínico, Freud utiliza el término resistencia para denotar el impedimento de la difusión general y pareja de la excitación (Breuer, Freud, 1893-95). En este contexto la confianza de la relación de trabajo permite doblegar las resistencias que pueda mostrar el paciente a recordar, ya no al modo infalible del hipnotizador. Dicha confianza, condición básica del método, puede perderse, entre otras cosas, cuando "la enferma se espanta por trasferir a la persona del médico las representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis" (Breuer, Freud, 1893-95). Esta trasferencia ocurre sobre el médico por medio de un enlace falso que aunque sustentado en la relación de confianza, se vuelve en contra de ella. A esta temprana pero certera de noción de trasferencia se puede agregar que en tanto el analista actúe en consecuencia de lo que se le trasfiere, es posible hablar de contratrasferencia.

La noción de resistencia pasa a ser uno de los fundamentos de la teoría freudiana en la medida que da cuenta de las mismas fuerzas psíquicas que originan la represión (Freud, 1904[1903]), y por tanto compelen al paciente a rechazar ciertos temas relevantes para la comprensión de su enfermedad. En la medida que más grande es la resistencia, mayor es la desfiguración del material que accede a la conciencia. El procedimiento busca acceder desde las desfiguraciones a lo desfigurado, para lo cual Freud desarrolla el ‘arte de interpretar’ (Freud, 1904[1903]). En este sentido, la interpretación opera de forma efectiva cuando el paciente se encuentra ‘cerca’ de lo que se le quiere mostrar y que ha sido reprimido por él, y cuando su apego al analista es tal que no se presente una huida (Freud, 1910-2). En otras palabras que se hayan aflojado las resistencias y que exista un cierto estado de la trasferencia.

Por lo tanto, si consideramos el desarrollo del método desde la noción de confianza como condición de posibilidad de trabajo terapéutico, es posible circunscribir el desarrollo de la trasferencia entre la sugestión y la resistencia. La trasferencia se sustenta en clisés que son el resultado de impresiones sufridas por el individuo que determinarán las condiciones de amor que establecerá en términos de satisfacción pulsional (Freud, 1912-1). En la medida que las condiciones externas y del objeto lo permitan, dicho clisé se pondrá en vigencia operando la trasferencia. En análisis tales condiciones son dadas por el encuadre del método que promueve el establecimiento de una neurosis de trasferencia; es decir, en tanto reactivación, la puesta en vigencia de la neurosis infantil. Lo interesante es que "la trasferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento" ubicándose a su servicio, siendo su intensidad expresión de esto (Freud, 1912-1). Sin embargo se debe distinguir una trasferencia «positiva» de sentimientos tiernos tanto concientes como inconcientes (sexuales), de una trasferencia «negativa» de sentimientos hostiles. De estas, resultan apropiadas como resistencias una trasferencia negativa o positiva sexualizada (Freud, 1912-1), en la medida que obstruyen el encuadre dificultando la asociación libre y restando toda posibilidad de objetividad por parte del paciente, quien ama u odia a su analista. Por ende la interpretación de las resistencias, y por tanto de la trasferencia, sólo guarda sentido en la medida que esta impida eficazmente el progreso del análisis hacia lo reprimido inconciente. En este sentido, la cancelación de la resistencia haciéndola conciente busca desasir del analista de esos dos componentes del acto de sentimiento, siendo la trasferencia positiva desexualizada, la que posibilita el éxito del tratamiento. Tal éxito se sustenta en una sugestión entendida como el influjo sobre una persona por medio de la trasferencia (Freud, 1912-1).

Por lo tanto la trasferencia constituye la condición del análisis en la medida que por una parte explica la sugestión (y no a la inversa) por su connotación tierna y sexual; posibilitando por otra el levantamiento de resistencias, señal de proximidad a temas relevantes para la comprensión de la enfermedad. En este sentido es posible pensar la trasferencia como una formación de compromiso entre las resistencias y el progreso del trabajo movilizado por la sugestión: una formación de lo inconciente que escenifica la neurosis infantil in situ.

CONDICIONES NECESARIAS DE LA TÉCNICA: A MODO DE CONCLUSIÓN.

¿Qué hay con el encuadre, expresión práctica de la técnica? Freud señala dos condiciones esenciales: la asociación libre del paciente, aparejada por la neutralidad del analista.

Como ya hemos visto, desde los comienzos de su obra Freud ha relevado la importancia de la palabra, la confesión y el estado declarativo. Como lo dijera más adelante "habría debido apreciar el «procedimiento catártico» de Breuer como un estadio previo del psicoanálisis y fijar el comienzo de este sólo en el momento en que yo desestimé la técnica hipnótica e introduje la asociación libre" (Freud, 1914-2). Tal regla tiene por objeto suspender todo tipo de pensamiento organizado buscando, por medio de la descripción sistemática de lo percibido en la conciencia, rebajar la censura y dar cuenta de los vínculos existentes con lo inconciente, desde el supuesto de un estricto determinismo que rige en lo psíquico (Freud, 1900). Por otro lado tal nivel de compromiso por parte del paciente, quien dice todo –literalmente– sin censura alguna, es posibilitado por cierto nivel de neutralidad por parte del analista quien en su silencio (no literal) se interesa en el relato sin juzgar aquello que se le confidencia. La neutralidad no sólo facilita la asociación libre, sino que condensa dos herramientas esenciales de la técnica: la atención parejamente flotante y la regla de abstinencia. La primera supone escuchar todo lo dicho con igual atención, evitando fijarse de antemano en alguna particularidad (Freud, 1912-2); la segunda supone que dicha escucha amerita intervenciones en las que el analista no se vuelva cómplice de la satisfacción del paciente, por ejemplo, dando consejos o imponiéndole exigencias más allá de las ya mencionadas.

Por lo tanto neutralidad y asociación libre parecen imbricarse en una relación dialéctica en la medida que cada una determina simultánea y recíprocamente a la otra. Sin neutralidad no hay asociación libre que se sostenga, y sin asociación libre no existe la posibilidad de ser neutral. Lo que nos parece relevante destacar es que, por una parte se posibilitan las condiciones de emergencia de la trasferencia y por ende del propio análisis; por otra que dicho encuadre mezcla cuestiones teóricas, técnicas y éticas.

Respecto el primer punto podemos decir que el encuadre como condición de la trasferencia, posibilita la producción de lo inconciente en el relato del paciente en la medida que es escuchado de cierta forma por el analista. Es en la actualización de la neurosis infantil que emergen desfigurados los contenidos inconcientes, levantándose las más variadas resistencias dentro de las cuales la propia trasferencia se instituye como la más relevante. Conjuntamente la posibilidad de injerencia sobre el conocimiento del conflicto del paciente, su saber, se logra por medio de la sugestión que el analista ejerce desde el lugar en que es investido. Solamente en este contexto adquiere sentido una interpretación.

Sobre el segundo punto nos parece que muchas de las condiciones y requisitos necesarios planteados por Freud para el método psicoanalítico exceden el plano puramente teórico, metodológico y por cierto investigativo tocando de lleno una dimensión ética. Esta afirmación pudiera parecer obvia pensando en la dimensión terapéutica del psicoanálisis, sin embargo el punto anterior nos permite ilustrar mejor el asunto. El método de Freud instaura como condición sine qua non de trabajo la instauración de la trasferencia, es decir, el enamoramiento (sea en el registro que sea) por parte del paciente de su analista. El modo en que la técnica salvaguarda tal impasse es por medio de la neutralidad, no sacando provecho de la situación; y por medio de la interpretación, fíjese usted en esto y no en esto otro, que como bien lo vislumbra Freud supone una sugestión. Sin embargo podemos decir que el analista introduce al sujeto a la dimensión inconciente de su deseo, en la medida que difícilmente la demanda de intervención fuera planteada o siquiera concebida en dichos términos. No creemos de ninguna forma que esto desautorice desde un plano ético la intervención, sino más bien que en tanto método sistematizado susceptible de utilización, dicha dimensión debe siempre considerarse. En este punto no nos referimos al problema del deseo del analista, que pareciera resolverse con el propio análisis, condición insalvable de trabajo. Sino que nos referimos a la constitución del método en cuanto tal, la forma en que se lo interpela, y como éste puede responder a dicho llamado.

En este sentido, ¿qué podemos decir acerca de los límites desarrollados por el método de Freud, incorporando a la discusión la dimensión de la historia y de la histeria?

La histeria es la medida del método en tanto fue creado, por decirlo de alguna forma, a su imagen y semejanza. Otra cosa resultó para las obsesiones y fobias; para que decir las perversiones y psicosis. En este sentido los desarrollos del psicoanálisis fueron posibilitados en gran medida por su método de investigación, señalando Freud sucesivamente cuáles eran sus límites de acción y abordaje teórico. De esta forma las reformulaciones teóricas permitieron dar cuenta de mejor manera de la multiplicidad del campo psicopatológico. Sin embargo el método no siguió el mismo camino debiendo reconocer cada vez más limitantes y excepciones a sus reglas. Por ende nos parece que no sólo conviene plantearse en qué medida el método constituye una posibilidad de abordaje de la psicosis o las perversiones, cosa por cierto discutida; sino además en qué medida constituye una posibilidad de investigación para tales cuadros en tanto dicha investigación ha mostrado ser fecunda en el campo de la neurosis, particularmente en la histeria. ¿Qué ocurre en la trasferencia del psicótico, el sádico o el masoquista? ¿Existe en ellos la posibilidad de trasferencia como se la plantea Freud y por ende la posibilidad de investigación, teorización e intervención? Son preguntas pertinentes a la hora de acudir al método en respuesta a demandas de acción judiciales o psiquiátricas, entre tantas otras, ya sea en un plano de acción terapéutica o en relación a cierto saber detentado por el psicoanálisis.

Por su parte la historia, en la medida que comporta la función del retorno de lo reprimido y la resignificación a posterior, circunscribe a nuestro juicio un plano específico de acción para el método psicoanalítico. Su intervención debe ser en función de lo que retorna y los efectos que dicho retorno comporta retroactivamente para el individuo; en otras palabras, no puede operar en el marco de un modelo preventivo. Si el método tiene por límite la resignificación histórica, sea cual sea el contexto en que se piense, por ejemplo el desarrollo de líneas preventivas para cualquier tipo de cuadro psicopatológico o para evitar la emergencia de conflictos en un ámbito familiar, excede por mucho su propio sentido. Por otra parte, recordando que las formas del retorno y su resignificación dependen esencialmente de la dimensión de lo sexual y el cumplimiento de deseo, el método psicoanalítico puede pronunciarse sobre lo particular y no acerca de lo universal. Esto no supone cierto impedimento de generalización teórica, sino más bien –como lo señala el término– la producción de proposiciones lógicas sobre la subjetividad de los individuos que anulen cualquier tipo de excepción; anudando el punto anterior, un saber totalizante. Si hay algo que nos señala el método de Freud es que la investigación y su consecuente teorización dependen en gran medida de lo que ocurra en la experiencia misma del trabajo analítico, es decir, caso a caso y sesión a sesión. Su misma constitución nos indica que esa es la forma de acceder al determinismo de lo psíquico, y en consecuencia, esa es la forma de intervenir desde lo psíquico.

Sólo resta por mencionar que, en el mismo espíritu de Freud y su método, el presente ensayo busca reflexionar, levantando la posibilidad de que emerjan nuevas interrogantes y sentidos, evitando caer en tentadoras pero peligrosas certezas totalizantes. Sin embargo pareciera que, en efecto, el inconciente de la histeria comportara tal particularidad que la construcción histórica de su deseo permitiera la escucha más clara y nítida por parte del psicoanálisis; otra cosa es su intervención.

BIBLIOGRAFÍA

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Rodrigo Barraza Nuñez

Licenciado en Psicología. Universidad de Chile Programa de Magister en Psicología Clínica, mención Clínica Adultos. Universidad de Chile Santiago de Chile Enero del 2008

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