El ingeniero norteamericano de adopción William Lubbeck, nacido en Alemania como Wilhelm Lübbecke, fue reclutado por la Wehrmacht en agosto de 1939 con 19 años, y como miembro de la 58ª división de infantería recibió su bautismo de fuego durante la campaña de Francia de 1940. El 22 de junio de 1941, su división entró en la Unión Soviética por el flanco izquierdo -septentrional- del Grupo de Ejércitos Norte -en alemán, Heeresgruppe Nord- en la Operación Barbarroja. Participó en el asedio de Leningrado, donde resistió las sucesivas embestidas soviéticas hasta que en 1944 se sumó a la retirada alemana. Alcanzó el grado de capitán -en alemán, Hauptmann- y obtuvo la "cruz de hierro de primera clase" -que entre los soldados alemanes de la época era designada por su abreviatura "EK-Eins" ("Eisernes Kreuz Erster Klasse")-. El 8 de mayo de 1945, en el último esfuerzo por alcanzar el oeste y escapar de los soviéticos, logró ser evacuado en un destructor alemán. Tras su liberación de un campo de internamiento británico, se casó con la que había sido su novia de toda la vida. Para escapar de las penurias de la postguerra en Alemania, acabó emigrando a Norteamérica junto cons su esposa, y en 1961 ambos se convirtieron en ciudadanos de los EE.UU. Con la ayuda de David B. Hurt, licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Florida, William Lubbeck -o Wilhelm Lübbecke- recurrió a cartas, papeles varios y escritos de su propiedad procedentes de la década de 1940, y sobre todo a sus recuerdos personales, para relatar sus cuatro años de experiencias en el frente ruso de la segunda guerra mundial. La exposición de esos recuerdos se concretó en un libro titulado "A las Puertas de Leningrado", en el que Lubbeck y Hurt ofrecen una perspectiva fresca y directa de la realidad cotidiana del combate en el 'Ostfront', el Frente Oriental alemán entre 1941 y 1945.
El protagonista
"Al contar mi historia no deseo impresionar a nadie ni presentarme como un héroe. Al igual que millones de soldados y oficiales que estuvieron en los frentes de la segunda guerra mundial, yo sólo fui un militar que obedecía órdenes y cumplía con sus obligaciones. Los verdaderos héroes fueron aquellos de mis compañeros y contrincantes que nunca volvieron a casa, y a menudo quedaron insepultos en campos situados a miles de kilómetros de sus hogares. Dios tenía otros planes para mí y decidió que yo sobreviviera a todo aquello. Este testimonio de mi experiencia es un homenaje al espíritu de servicio y a la capacidad de sacrificio de los soldados que no volvieron de la segunda guerra mundial." [1]
El libro de Lubbeck y Hurt también está dedicado a Anneliese Lübbecke, su esposa, que sirvió en la Deutsches Rotes Kreuz -en alemán, Cruz Roja Alemana– en hospitales de campaña alemanes; asistiendo a los militares heridos durante los dos últimos años de la guerra. Para William, las palabras no bastan para expresar su eterna gratitud por la vital esperanza que le proporcionó su amor de mujer durante los largos años de guerra; y por las muchas décadas felices de matrimonio que disfrutó con ella tras la guerra. Durante un viaje a Alemania en el verano de 2003, una hija de William descubrió su correspondencia de guerra con su mujer, Anneliese. La lectura de estas cartas produjo a William emociones agridulces, pero contribuyó a darle cierta sensación de intimidad. También se sintió aliviado al poder compartir sus experiencias de guerra con su familia y con el público en general:
"Espero que este relato sirva para que el público conozca y comprenda mejor lo que fue la segunda guerra mundial, sobre todo en el brutal frente oriental. Los estadounidenses en particular no suelen comprender las motivaciones de los militares alemanes que lucharon en la segunda guerra mundial. La mayoría de las clases de suboficiales y tropa no estaban especialmente entusiasmados con Hitler y el régimen nazi, sino que sencillamente eran alemanes patriotas que querían servir a su país para que fuera fuerte e influyente a nivel internacional. Me siento muy en deuda con el pueblo de Estados Unidos por haberme aceptado con mi familia y con ello hacerme partícipe del sueño americano. Espero que esta historia pueda ayudar a los ciudadanos de mi país de adopción a comprender mejor la experiencia plural de los inmigrantes en Norteamérica." [2]
El redactor
La lectura del relato de un soldado que participó en la invasión de Rusia con la Grande Armée de Napoleón en 1812 sirvió al redactor del libro, David B. Hurt, para personalizar aquel conflicto distante de un modo que no había conseguido a través de la historiografía general. Para cuando terminó de leer aquellas memorias, "Diario de un Soldado" de Jacob Walter, ya estaba convencido de que un veterano más reciente de la guerra en Rusia, William Lubbeck, debía narrar sus propias experiencias como soldado alemán en la segunda guerra mundial. [3] Mientras que desde la posición ventajosa de la actualidad solemos percibir que el pasado ha seguido un curso más o menos inevitable hacia la situación presente, Lubbeck vivió el desarrollo de esa lucha sin saber qué sería de él o cuáles serían las consecuencias en términos más generales. Debido a su humildad, costó mucho convencerlo de que compartiera su excepcional historia, pero acabó concluyendo que el testimonio de un soldado alemán superviviente serviría para honrar el recuerdo de sus compañeros caídos. Además, las memorias podrían ayudar a desarrollar una perspectiva más amplia sobre una guerra cada vez más remota.
El proceso de redacción supuso horas y horas de entrevistas grabadas, así como períodos aún más largos transcribiendo las cintas. Los recuerdos no se presentan en orden cronológico, así que a medida que fue revelándose la historia se hizo necesario extraer más detalles y llenar las lagunas. En esa tarea, el hallazgo de la correspondencia cruzada durante la guerra entre Lubbeck y su esposa ya fallecida, Anneliese, tuvo un valor incalculable para ayudarle a recordar sucesos, así como para rememorar sentimientos personales en distintas fases de la guerra. Una historia sobre la 58ª división de infantería escrita por Kurt von Zydowitz, "Die Geschichte der 58. Infanterie-Division 1939-1945" (Kiel, 1952) también resultó inestimable para orientar a Lubbeck en la cronología más amplia de los diversos acontecimientos que iba recordando. [4] Tras vivir muchos años en EE.UU., Lubbeck solía mencionar las medidas sin emplear el sistema métrico decimal, acostumbrado al anglosajón. Para mantener la coherencia, Hurt mantuvo el uso estadounidense de yardas, millas, grados Fahrenheit y demás en todo el libro, calculándolas en ocasiones a partir del propio sistema métrico decimal. A menudo utilizó también la sintaxis norteamericana en otras observaciones, pertinentemente adaptadas. Las distinciones entre los rangos militares las hacía en alemán, y en el libro se incluyeron entre paréntesis.
"Aunque Lubbeck adquirió de manera natural una perspectiva general mucho más amplia sobre la guerra que cuando servía en ella, tomó la decisión consciente de limitar su relato a experiencias personales de la época, en vez de dar opiniones generales, hacer críticas o ponerse a especular sobre lo que podría haber pasado. Se centró exclusivamente en sus acciones, observaciones y emociones, durante aquellos años tumultuosos. Pese a que no había hablado en profundidad sobre la guerra desde su llegada a Norteamérica -de hecho, se mostraba reticente a hacerlo-, la cantidad de información revelada a medida que avanzaban nuestras entrevistas me impresionó mucho. Las décadas fueron desvaneciéndose cuando fue recordando su vida anterior como ciudadano y soldado de Alemania, de manera que el vigoroso joven de las fotografías apenas quedó oculto tras el erudito ingeniero norteamericano jubilado." [5]
En el período anterior y coincidente con la segunda guerra mundial, la percepción del pueblo alemán de lo que estaba sucediendo era diametralmente opuesta de la estadounidense. Permitirse considerar estos hechos desde un punto de vista distinto no implicó para Hurt socavar la motivación moral fundamental de la causa por la que lucharon los EE.UU. y los aliados occidentales, sino que intentó con ello ayudar a comprender mejor por qué alemanes de educación humanitaria y cultura occidental estuvieron dispuestos a luchar y morir bajo el régimen nazi. El relato que hizo William Lubbeck de aquellos años explicó, según Hurt, cómo el éxito inicial del régimen nazi al restablecer el poder y el prestigio de Alemania le sirvió para obtener un amplio apoyo social. Pero Hurt también sostiene que de todas maneras muchos alemanes desconfiaron de los nazis y reconocieron un lado oscuro y oculto en la dictadura de Hitler. Esta contradicción plantea la pregunta crítica de por qué muchos alemanes se mostraron dispuestos a luchar, aunque a menudo tuvieran serias dudas sobre la moralidad de su gobierno y sus autoridades delegadas.
La propaganda nazi tuvo un importante en la formación de la opinión pública alemana, ya que se dedicó a manipular convicciones sociales muy arraigadas sobre la justicia del orden social e internacional. Al final, la mayoría de los alemanes aceptaron que la guerra era necesaria para revocar las injusticias que se creía que el Tratado de Versalles de 1919 había infligido a su país, y para eliminar la amenaza que suponía el comunismo estalinista para la civilización europea. Aunque Lubbeck estaba de acuerdo con la reconstrucción del poder económico y militar de Alemania, y creía en la justicia de la causa de su país, se oponía al carácter represivo del régimen nazi y sus extremismos radicales. Pero, pese a desconfiar de Hitler y no tener fe en la ideología nazi, estaba dispuesto a enfrentarse a seis años de guerra. Como ocurrió con la mayoría de los militares alemanes de antes de 1945, su lucha se vio inspirada por el amor patriótico, un profundo sentido de la responsabilidad nacional, y un deseo básico, tanto de sus compañeros como de él mismo, de tomar parte en la monumental aventura que suponía una guerra internacional.
Datos biográficos
Nacido en 1920, Wilhelm Lübbecke se crió en la granja que su poseía su familia en la localidad alemana de Püggen, situada al noroeste del país. Durante los años treinta fue testigo del ascenso de los nazis y de su consolidación en el poder con sentimientos encontrados. No obstante, como la mayoría de los demás alemanes, estaba concentrado en hacer carrera y disfrutar de su tiempo libre, más que en la política. Lübbecke se trasladó de Püggen a la ciudad de Lüneburg a principios de 1938 y empezó a trabajar de aprendiz de electricista, para lo cual se exigía a los estudiantes que cursaran un programa universitario abreviado de ingeniería eléctrica. Tras conocer a Anneliese en 1939, inició con ella una relación amorosa que le dio una esperanza fundamental durante los oscuros años de guerra que vinieron a continuación. El ejército -en alemán, Heer– lo reclutó cuando estalló la guerra en septiembre de 1939, y Lübbecke entró en una compañía de armas pesadas de la 58ª División de Infantería. Tras presenciar por primera vez la Blitzkrieg en Francia, fue destinado con las fuerzas de ocupación de Bélgica. En la primavera de 1941 su división fue transferida al Heeresgruppe Nord para prepararse a participar en la invasión de Rusia.
Al iniciarse la Operación Barbarroja en el verano de 1941, Lübbecke fue destinado a servir de observador avanzado para los obuses de su compañía. Tras penetrar en los suburbios de Leningrado, su unidad fue repelida de inmediato hacia las afueras de la ciudad. Allí se sumó a otras fuerzas alemanas que, obedeciendo órdenes del "OKH" u "Oberkommando des Heeres" –el Mando Supremo del Ejército alemán, con jurisdicción sobre todas las fuerzas alemanas desplegadas en el Frente Oriental– dictadas por Hitler, iniciaron el asedio de Leningrado a comienzos del brutal invierno de 1941. Mientras que las fuerzas soviéticas fueron ganando en efectivos y capacidad militar durante los dos años siguientes, Lübbecke luchó en una serie de batallas cada vez más desfavorables para las armas alemanas en el Río Volkhov, cerca de los voluntarios de la "D. E. V." -"División Española de Voluntarios, popularmente conocida como "División Azul", formada por la España del general Franco, e integrada en el Heer como 250ª división de infantería [6] -, junto al corredor de escape de la Bolsa de Demyansk, en Nóvgorod, y cerca del Lago Ladoga.
Poco después de recibir la cruz de hierro de primera clase a finales de 1943, Lübbecke entró en un programa de formación militar para aspirantes a oficial en territorio alemán, en retaguardia. Volvió al Frente Oriental a finales de la primavera de 1944, asumiendo el mando de su antigua compañía, que se abrió paso en su desesperada retirada de un año a través de los Países Bálticos hasta Prusia Oriental. Tras ser liberado de un campo de prisioneros británico al acabar la guerra, Lübbecke se tuvo que esforzar a fondo para poder salir adelante en la calamitosa situación económica de la Alemania de postguerra. Como había hambre, su esposa y él -recién casados- se vieron obligados a arriesgarse a cruzar el Telón de Acero para poder llegar a la granja de sus familiares en Püggen, que había quedado en la zona de ocupación soviética. Tras seis años de penurias y dificultades, finalmente se decidieron a emigrar fuera de Alemania.
Huidos de su tierra natal prácticamente sin nada, su familia y él pasaron las décadas siguientes comenzando una nueva vida, primero en Canadá y luego en Estados Unidos. Su triunfo sobre la adversidad y la integración en una nueva sociedad como inmigrantes ya es de por sí un relato extraordinario, y le proporciona una perspectiva única desde la que relatar sus experiencias como soldado alemán. David B. Hurt hizo todos los esfuerzos posibles por narrar los sucesos de las memorias de Lubbeck con exactitud, con la esperanza de que pudieran contribuir al conocimiento histórico general. Además de añadir información nuevamente recopilada, de relevancia indudable, sobre las experiencias de los soldados alemanes en la primera línea de frente durante la segunda guerra mundial, el relato de William Lubbeck reveló cómo la personalidad de un hombre, su profundo sentido de la responsabilidad política e individual, y el amor por una mujer y por su familia marcaron el curso de su vida, y le permitieron sobrevivir y prosperar en medio de grandes adversidades durante y después de la guerra.
El contexto: la invasión alemana de la URSS
El 22 de junio de 1941, tras cuidadosos preparativos, las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética. El dispositivo militar alemán funcionó como un reloj, eliminando toda oposición mientras el mundo entero contenía el aliento. Tras los éxitos de la primera semana de operaciones, por parte alemana había seguridad en la victoria. El 2 de julio de 1941 llegó a manos de Hitler un informe secreto de Turquía que afirmaba que Stalin y Timoshenko habían manifestado su disposición a renunciar a Leningrado, Minsk, Kiev y Moscú; y otro, procedente de la embajada norteamericana en Moscú, especificaba que el Kremlin estaba trasladando las reservas de oro del banco central soviético hacia el este. Sobre aquellas bases, el sábado 5 de julio Hitler pudo considerar que pasaría a la Historia como el "destructor del bolchevismo". Tres días después, el martes 8, el "Führer" -en alemán, "guía" o "caudillo", título que se arrogó Adolf Hitler al acumular la jefatura del Estado en Alemania como "Reichspräsident" (presidente del Reich) y la del gobierno como "Reichskanzler" (canciller del Reich) en 1935- ordenó al mariscal Brauchitsch que detuviera el envío de tanques al frente ruso, al considerar que no serían necesarios allí. Y en su afán de asegurar la administración de los territorios conquistados, el 16 de julio se reunió con Göring, Bormann, Rosenberg, Keitel y Lammers, en su cuartel general de Rastenburg. Galitzia y Crimea serían anexionadas al territorio del Reich, y el resto de las áreas ocupadas hasta la barrera de los Montes Urales serían parceladas y gobernadas con vistas a su óptima explotación económica. Tales decisiones vieron la luz en forma de Decreto, y la administración de aquel vasto imperio quedó en manos del Reichsminister para los Territorios Ocupados del Este, el inexperto administrador e ideólogo nazi Alfred Rosenberg. [7]
Las operaciones bélicas prosiguieron. El 12 de julio de 1941 el Heer -ejército de tierra alemán- rompió la "Línea Stalin" en un amplio frente entre Rogachev y Vitebsk. [8] En el centro del ataque, el Panzergruppe Guderian progresó por el eje de la carretera Minsk-Moscú, y entró en Smolensk el 16 de julio; pero, en el ala norte, el de Hoth fue detenido por los pantanos y la lluvia, lo que obligó a cancelar una operación proyectada para aislar y cercar a grandes fuerzas rusas, cifradas en 500.000 hombres. Entre tanto, en el plano de lo diplomático se fraguó la alianza anglo-soviética contra Alemania. Así, el 7 de julio, Churchill prometió a Stalin hacer todo lo que "el tiempo", "la geografía" y los "recursos británicos" permitieran para ayudar a Moscú. Acorde con ello, el día 10 sugirió al almirantazgo británico que enviase una flotilla al Océano Ártico, "para establecer contacto y operar junto con fuerzas navales rusas". Entre tanto, Stalin propuso al embajador británico Stafford Crips una declaración conjunta, basada en dos puntos: ayuda mutua y negativa a concertar una paz separada. Enterado, Churchill reunió a su gabinete de guerra, que votó a favor de la propuesta. Acto seguido hubo intercambio de notas oficiales entre los respectivos ministerios de asuntos exteriores, y la alianza quedó definitivamente concertada.
En otro orden de cosas, a mediados de julio la situación bélica mostraba al Heeresgruppe Mitte –Grupo de Ejércitos del Centro– en disposición de lanzarse sobre Moscú; en el norte, Von Leeb desplegada sus fuerzas en torno a Leningrado, al tiempo que hacía frente a contraataques desesperados; y en el sur, Von Rundstedt había quedado rezagado. Hitler se inclinó por un cambio de planes imprevisto, transmitido en su Directriz nº 33, de 19 de julio de 1941: Guderian se desplazaría hacia Ucrania, para ayudar a Von Rundstedt a cercar a los ejércitos rusos desplegados al oeste del río Dniéper; Hoth marcharía al norte, para apoyar el ataque sobre Leningrado. Con ello privó a Von Bock de sus tanques, por lo que el ataque sobre Moscú quedó limitado a la acción de la infantería y la artillería. Por su parte, Halder observó que la dispersión de fuerzas llevaría a la paralización de la ofensiva; pero el estado mayor general fue incapaz de reorientar la situación: Brauchitsch hizo valer su condición de comandante supremo del ejército de tierra (Heer), y únicamente logró un descanso para las divisiones acorazadas. En todo caso, en el cuartel general imperaba el nerviosismo, y el 20 de julio de 1941 el almirante Wilhelm Canaris, jefe supremo del Abwehr, el servicio de inteligencia militar del mando supremo de la Werhmacht (fuerzas armadas alemanas) manifestó en privado que se multiplicaban los signos de que no se produciría el esperado colapso enemigo con la rapidez pronosticada. Ese mismo día, Hitler escribió a Mussolini:
"Considero fuera de toda duda que el mando ruso logrará volver a traer fuerzas considerables a través del [río] Volga, o incluso desde las regiones al este de los Urales. En cualquier caso, estoy determinado a perseguir al ejército ruso hasta su total destrucción y aniquilamiento." [9]
En el cuartel general alemán siguieron varias semanas de indecisión. Brauchitsch y Halder insistían en la necesidad de retomar la ofensiva contra Moscú, para conquistar la ciudad antes de la llegada del invierno. Quizá para desembarazarse de aquella presión, Hitler visitó a los jefes de los tres Grupos de Ejércitos (Heeresgruppen) en sus cuarteles generales: a Von Leeb, el 21 de julio; a Von Bock, el 4 de agosto; y a Von Runstedt, acompañado por Antonescu -jefe de Estado (dictador) y comandante en jefe de las fuerzas armadas de Rumanía- el día 6 de agosto. Sobre la reunión con Von Bock escribió Guderian:
"Todos los generales dictaminaron coincidentes que era decisiva la continuación de la ofensiva sobre Moscú. Hoth señaló la fecha del 20 de agosto como la más adelantada para su comienzo: yo señalé el 15 de agosto. Luego empezó a hablar Hitler en presencia de todos. Señaló como su primer objetivo la región industrial alrededor de Leningrado." [10]
Halder estaba harto: "La constante interferencia del Führer se está convirtiendo en una molestia crónica" anotó el 14 de julio; y "vuelve a jugar al señor de la guerra [en alemán, "Feldherr"], y nos importuna unas ideas tan absurdas que nos hace correr el riesgo de perder todo lo que nuestras operaciones han conseguido hasta el momento" escribió días después, en una carta privada. Mientras tanto tenía lugar una cruenta batalla al este de Smolensk, y en la noche del 21 de julio la Luftwaffe bombardeó Moscú por vez primera -los paralelismos con Londres se hicieron inevitables-. Pero de un total de 200 aviones, menos de 20 lograron burlar las defensas antiaéreas, estructuradas en tres anillos concéntricos alrededor del núcleo urbano, y arrojar su carga de bombas sobre el centro de la ciudad. En la noche siguiente se repitió el bombardeo sobre la capital soviética, y las incursiones con su descarga de bombas incendiarias y de alto poder explosivo se sucedieron hasta principios de agosto. Aquellas acciones destructoras se sumaron a una alarmante escasez de suministros, alimentos y medicinas, que obligó a imponer un drástico racionamiento de bienes de primera necesidad en toda la ciudad.
En el norte, la situación no era menos dramática. Las tropas alemanas irrumpieron a través de Kunda sobre el Golfo de Finlandia; el 7 de agosto llegaron al este de Tallinn -quedando cortada la retirada soviética- y el día 19 desencadenaron ataques decisorios contra la ciudad, defendida por unos 20.000 soldados, más 25.000 civiles movilizados a toda prisa. Mientras tanto, la industria pesada soviética era velozmente desmantelada y cargada en trenes hacia el este, pero escaseaban los neumáticos y toda clase de piezas de caucho, fundamentales para el esfuerzo bélico comunista. Stalin solicitó caucho a Churchill, quien le prometió un pronto envío de 10.000 toneladas por mar. Paulatinamente, las materias primas industriales fueron llegando a Murmansk y a Archángelsk en buques británicos, que debían burlar la intercepción submarina alemana.
El 4 de agosto de 1941 Churchill viajó a los Estados Unidos para entrevistarse con el presidente Roosevelt, y el 12 de agosto vio la luz la "Carta del Atlántico", por la que quedó sellada una alianza anglo-americana con el fin de destruir a la Alemania nazi; en el artículo 6º del texto quedaba explícito ese fin: "Una vez destruida definitivamente la tiranía nazi…"; en el 8º, se establecía la necesidad de desarmar a cuantas naciones amenazaran o pudieran amenazar la paz mundial. El día 13 Roosevelt y Churchill redactaron un mensaje dirigido a Stalin que sugería el envío de representantes a Moscú para discutir los términos de la cooperación soviético-americana.
Entre tanto, la guerra se complicaba para Alemania: el incremento de la resistencia soviética exigió, a finales de julio de 1941, registrar un primer retraso sobre el calendario de operaciones previsto; que, a su vez, obligó a cancelar operaciones ofensivas en Egipto y el resto de frentes anglo-alemanes en el Mediterráneo. Y la lentitud del avance alemán en Rusia durante el mes de agosto forzó a extender las cancelaciones sobre proyectados ataques a Gibraltar y al noroeste de África. Halder, obsesionado por la toma de Moscú, logró que Brauchitsch reuniera todos sus argumentos en favor de un rápido ataque en un memorándum preparado el 18 de agosto, pero Hitler, tras leerlo, respondió el día 21 que no concordaba con sus intenciones. Ese mismo día reconoció ante Mussolini que sus servicios de inteligencia habían fallado, al no detectar que "Rusia disponía de un ejército excelentemente armado y equipado, y formado en su mayor parte por fanáticos que, a pesar de su heterogeneidad, se baten con ciego encarnizamiento". [11]
En aquellas condiciones, a partir de septiembre de 1941 la lucha en Rusia iba a embrutecerse hasta extremos inimaginables; cuando el jueves 4 de septiembre Brauchitsch y Halder visitaron a Von Leeb en su cuartel general, le informaron de que Hitler había decidido aislar Leningrado y reducir la ciudad por hambre. Leeb, partidario de tomarla al asalto y de permitir que los civiles fueran evacuados por el pasillo militar de Schlüsselburg, manifestó que era un gran error no proceder a una conquista rápida y decidida. Ese día, la artillería de sitio alemana abrió fuego por vez primera: se inició para los petersburgueses una pesadilla que duraría más de dos años. Casi 3.000.000 de civiles, tres ejércitos rusos al completo, y parte de un cuarto, se hallaban dispuestos a resistir el asedio tras 550 km de fosos antitanque y 250 km de trincheras, dotados de 5.000 ametralladoras; estas obras de campo constituían un colosal sistema defensivo, estructurado en profundidad en varias líneas, como un cinturón segmentado en varios anillos. Pero el fantasma del hambre amenazaba a sus defensores: se había decretado un primer racionamiento, al que pronto iban a seguir otros cuatro, cada vez más rigurosos; el frío, sin reservas de carbón ni de petróleo para calentarse, también se cernía sobre los defensores como un peligro mortal.
El 6 de septiembre de 1941 Hitler dispuso en su Directriz nº 35 que el Heeresgruppe Mitte debería finalmente lanzarse contra las fuerzas rusas de Timoshenko al este de Smolensk, "Operación Tifón", y acto seguido, atacar Moscú. Para ello contaría con el apoyo de parte de los tanques de los Heeresgruppen Nord y Süd, y de aviones del Heeresgruppe Nord. En el frente norte, la toma de Schlüsselburg el 8 de septiembre completó el bloqueo por tierra de Leningrado; que, gracias a fuertes contraataques, logró conservar incólume el acceso al Lago Ladoga. Paralelamente, la Luftwaffe recrudeció los bombardeos aéreos, de manera que ya el 10 de septiembre había destruido los principales sistemas de suministro de agua. Ante la gravedad de la situación, el día 11 el general Georghi K. Zhukov fue destinado a la dirección de la defensa a ultranza de la ciudad por Stalin, quien tenía en él a su mejor general. El lado alemán confiaba en la acción de los tanques, pero el 12 de septiembre fueron reclamados por Halder para la ofensiva contra Moscú, acorde con las últimas directrices de Hitler. [12]
El gran éxito alemán llegó el 17 de septiembre, con la toma de Kiev, pero a costa de ralentizar el avance hacia Moscú. Reemprendido el día 30, el frío comenzó a hacer mella entre los soldados alemanes, carentes de equipos de invierno. En una lucha contra reloj, tomaron Glukhov y Orel el 2 de octubre y emprendieron batallas de aniquilamiento contra grandes bolsas de resistencia rusas en Briansk y Viazhma, al oeste de Moscú. Pero cientos de kilómetros al sur, tras una campaña de tres días y al precio de 22 muertos y 42 heridos, a finales de agosto fuerzas británicas habían obligado al exiguo ejército iraní a rendirse incondicionalmente. La ocupación anglo-soviética de Teherán a mediados de septiembre, y la abdicación impuesta del shah en favor de su hijo dieron el control del inmenso país petrolero a los británicos. Ello, a la postre, escribió Churchill a Stalin, permitiría "formar una barrera contra la penetración alemana en oriente, y dejar expedita una ruta directa para los suministros angloamericanos a la cuenca del Caspio."
En cuanto a dichos suministros, el 4 de septiembre Stalin solicitó 30.000 toneladas de aluminio y un socorro mensual mínimo de 400 aviones y 500 tanques. Churchill retransmitió la petición a Roosevelt, y se comprometió a proporcionar la mitad del armamento solicitado y a suministrar parte de las materias primas -el aluminio, además de caucho, textiles y otros productos industriales-. El 28 de septiembre llegó una misión angloamericana a Moscú, dirigida por Lord Beaverbrook y Averell Harriman, dispuesta a cumplir el compromiso de proveer a la URSS de los tanques y aviones no asumidos por Gran Bretaña directamente entre octubre de 1941 y julio de 1942.
Fragmento: "últimas órdenes" (16-18 abril 1945).
"Era el fin: era el fin de mi compañía; era el fin de la 58ª división de infantería. Y puede que fuera el fin para Alemania y para mí. En los cuatro años transcurridos desde la invasión de Rusia, el 16 de abril de 1945 fue el peor día de la guerra para mí. En las últimas horas, la compañía de armas pesadas bajo mi mando sencillamente había dejado de existir. El desastre en el principal cruce de carreteras de Fischhausen no era una batalla, sino más bien un clímax catastrófico por el bombardeo soviético incesante que nos había obligado a retirarnos hacia el oeste durante las semanas previas. Finalmente, al quedar atrapados en una masa congestionada junto con otras unidades alemanas cuando intentábamos desplazarnos por la única carretera principal hacia aquella población de Prusia Oriental, ya no hubo manera de avanzar. Concentrándose en este cuello de botella, la artillería de cuatro ejércitos soviéticos, combinada con varios centenares de aviones, acometió un ataque devastador. Los que no lograron escapar a una de las calles laterales fueron aniquilados en un cataclismo de cohetes, obuses y bombas. Un avión de combate soviético que bombardeó las afueras occidentales de Fischhausen me perforó la cara con fragmentos de bala, y casi perdí la vista por la tierra y la sangre, pero me di cuenta de que había tenido suerte por el simple hecho de haber sobrevivido a la matanza.
Del centenar de hombres de mi compañía que había entrado en Fischhausen, era evidente que la mayoría había muerto en el bombardeo. La muerte de tantos de mis hombres me resultó desgarradora, aunque la pérdida de las vidas de los soldados se hubiera convertido en una tragedia cotidiana durante el transcurso de la guerra. Lo que más me impactó fue el hundimiento progresivo del orden militar, que se había iniciado antes incluso de que llegáramos a Fischhausen. Hasta entonces, aunque las circunstancias bélicas eran cada vez más desesperadas, la Wehrmacht había logrado mantener la disciplina y la cohesión entre sus unidades. Pero todo se había sumido en un caos total y absoluto. En nuestro desastroso estado, parecía imposible que tan sólo tres años y medio atrás aquellos mismos rusos que nos tenían acorralados hubieran parecido a punto de desfallecer cuando llegamos a los alrededores de Leningrado." [13]
Notas
[1] V. William Lubbeck (con David B. Hurt), A las puertas de Leningrado. Memorias de un soldado alemán en el frente ruso. Barcelona, Tempus, 2010, p. 9.
[2] V. Ibidem.
[3] Jakob Walter, The diary of a Napoleonic foot soldier. New York, Noble & Barnes, 1985.
[4] Kurt von Zydowitz, Die Geschichte der 58. Infanterie-Division 1939-1945. Kiel, Podzun, 1952.
[5] V. Ibid., p. 12.
[6] Entre 1941 y 1943, España aportó al ejército alemán en el Frente Oriental una división de infantería de unos 14.000 hombres, la llamada "División Azul". La Alemania nazi y la Italia fascista habían ayudado a Franco durante la Guerra Civil Española (1936-1939), y los tres regímenes compartían lazos ideológicos. Franco, que controlaba férreamente al partido afecto a su régimen militar, Falange Española, accedió a la petición de éste de enviar a la URSS una división formada por miembros de sus bases, aunque prohibió a sus dirigentes que se enrolaran. La fuerza del partido ultraderechista era mucho más aparente que real, y nunca llegó a controlar ni el reclutamiento ni la ideología en la división, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por lograrlo. Franco dispuso que los puestos clave de su plana mayor estuvieran en manos de militares profesionales, como lo era él, y en cuanto la situación bélica dejó de favorecer a Alemania, disolvió la unidad plegándose a la presión de Gran Bretaña, de la que dependía el suministro petrolero de España. Sobre esta "División Azul" se han escrito numerosos estudios en España; el más reciente es la tesis doctoral del académico catalán Xavier Frías, que muestra las limitaciones propias de la historiografía universitaria española: sectarismo ideológico izquierdista e ignorancia histórico-militar. Los mejores trabajos son los debidos a historiadores militares no universitarios como Carlos Caballero o Lucas Molina, surgidos fuera del ámbito académico, pero no por ello menos rigurosos ni completos en todos sus aspectos: V. Carlos Caballero Jurado, Atlas ilustrado de la División Azul. Madrid, Susaeta, 2008.
[7] Álvaro Lozano, Operación Barbarroja. La invasión alemana de Rusia. Barcelona, Inédita, 2006.
[8] Wladyslaw Anders, Hitler's Defeat in Russia. Chicago, Regnery, 1953.
[9] C. Barnett (ed.), Hitler's Generals. New York, Weidenfeld & Nicolson, 1989.
[10] O. Bartov, The Eastern Front 1941-1945: German troops and the barbarization of warfare. New York, N. Y. University Press, 1995.
[11] Nikolaus von Below, At Hitler's side: The memoirs of Hitler's Luftwaffe Adjutant. Londres, Greenhill, 2003.
[12] A. Axell, Stalin's war trhough the eyes of his commanders. Londres, Arms & Armour, 1997.
[13] W. Lubbeck y D. Hurt, op. cit., pp. 10-12.
7. Bibliografía.
Wladyslaw Anders, Hitler's Defeat in Russia. Chicago, Regnery, 1953.
A. Axell, Stalin's war trhough the eyes of his commanders. Londres, Arms & Armour, 1997.
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O. Bartov, The Eastern Front 1941-1945: German troops and the barbarization of warfare. New York, N. Y. University Press, 1995.
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Kurt von Zydowitz, Die Geschichte der 58. Infanterie-Division 1939-1945. Kiel, Podzun, 1952.
Autor:
JorgeBenavent Montoliu