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Vacíos desde el nacimiento hasta la muerte (página 7)


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Él dijo: «¿Qué quieres decir con "no les escuches"? Si tuvieran razón estaría perdido para siempre. No puedo permitírmelo. Por eso, aunque sepa perfectamente que la persona puede estar mintiendo, tengo que volver compulsivamente a comprobar el cerrojo. En alguna parte se que lo he comprobado, pero ¿quién puede estar seguro?».

La mente no está segura de nada.

Si estás entre las polaridades de la mente, en un limbo -siempre

entre el hacer o el no hacer- te volverás loco. iEstás loco! Antes de que esto ocurra, da el salto y echa una mirada a la mente desde fuera…, esto es lo que te digo continuamente.

Se consciente de la mente: de su lado brillante, de su lado oscuro, de su aspecto correcto, de su aspecto equivocado. Sea cual sea la polaridad, simplemente toma consciencia de ella. De esa consciencia saldrán dos conclusiones: una, que tú no eres la mente, y dos, que la consciencia tiene una decisión que la mente nunca tiene.

La mente es básicamente indecisa, y la consciencia es básicamente decidida. Por eso cualquier acto consciente es total, pleno, sin arrepentimiento.

En mi vida nunca he dudado de nada, nunca he pensado que otra opción habría sido mejor. Nunca me he arrepentido. Nunca he pensado que había cometido un error porque no queda nadie que pueda decir estas cosas. Yo he actuado desde mi consciencia, desde todo mi ser. Ahora, ocurra lo que ocurra, es lo único que puede ocurrir.

El mundo puede decir que esto es correcto o que está equivocado, pero eso es asunto suyo, no es mi problema.

Por eso la consciencia te sacará del limbo. En lugar de quedarte suspendido entre las dos polaridades de la mente, saltarás más allá de ambas y verás que las dos polaridades sólo son polaridades si estás en la mente. Si estás fuera de ella, te sorprenderá ver que son las dos caras de la misma moneda; no se trataba de tomar una decisión.

Con la consciencia tienes claridad, totalidad, abandono: la existencia decide dentro de ti. No tienes que pensar lo que está bien o lo que está mal; la existencia te toma de la mano y te mueves relajadamente. Es el único camino, el camino correcto. Y esa es la única forma de mantenerte sano; de otro modo seguirás embrollado.

Soren Kierkegaard era una gran mente, pero como era cristiano, no tenía ni idea de la consciencia. Podía pensar, y pensaba con gran profundidad, pero no podía quedarse en silencio y observar. El pobre hombre nunca había oído hablar de cosas como observar, ser testigo, consciencia. De lo único que había oído hablar era de pensar, y puso todo su genio en ello. Produjo grandes libros, pero no pudo producir una buena vida para sí mismo. Vivió en una miseria completa.

Amado Osho,

Hablaste la otra noche de la honesta verdad. Los místicos han hablado a menudo de la «verdad última o definitiva». ¿Puede la verdad ser otra cosa que definitiva?

La verdad no puede ser más que definitiva.

Pero los místicos han tenido que hablar de la «verdad última» por

cierta razón. La razón era que los filósofos han hablado de la «verdad relativa», y han resaltado el hecho de que cada verdad es relativa. En este siglo, Albert Einstein llevó el concepto de relatividad a las verdades científicas que antes se consideraban definitivas: devinieron relativas. Y tenía razón. Mahavira, Gautama Buda, todos ellos hablaron de la relatividad.

Una de las cosas que faltan es que nadie distingue entre verdad y

hecho. Los hechos son relativos y la verdad es definitiva, pero si te confundes y empiezas a pensar que los hechos son la verdad, entonces será relativa.

En primer lugar dos cosas: los hechos son relativos y tienes que entender exactamente lo que quiere decir relativo. Significa que algo puede ser verdad en cierta situación y lo mismo puede no ser verdad en otra.

Se dice que cuando vivía Albert Einstein sólo había doce personas en el mundo que entendían a qué se refería cuando hablaba de relatividad. Es una explicación muy delicada y sutil sobre el Universo. Cuando iba a algún club o restaurante, fuera donde fuera, la gente le preguntaba: «Dinos algo sobre la relatividad y dilo de tal forma que el hombre de la calle lo pueda entender.»

Finalmente encontró la forma de hacerlo: dijo que si estás sentado sobre una estufa caliente, te parecerá que el tiempo pasa muy despacio; un sólo minuto te parecerán horas porque estás sentado sobre esa estufa. Tu estado cambia la concepción que tienes del tiempo.

Pero si estás sentado con tu novia, pueden pasar horas y parecerte que sólo han pasado segundos.

El decía: «Esto es a lo que me refiero cuando hablo de relatividad: el tiempo es relativo a cada situación particular. No hay un tiempo definitivo; así que hagas lo que hagas, el tiempo es el mismo. Siempre se ha sabido que cuando eres feliz el tiempo pasa deprisa y cuando eres desgraciado, el tiempo pasa muy despacio.»

Einstein estableció la relatividad de una manera tan profunda que

ahora está entretejida con todos los descubrimientos científicos. Sólo quiero que recordéis una cosa: él habla de hechos y les llama verdad. Y por eso los místicos tuvieron que usar términos como última o definitiva. Quieren expresar que hay una experiencia que está más allá de la relatividad. Eso es lo que quieren decir: la verdad es definitiva.

Por ejemplo, lo que yo he experimentado en estos últimos treinta y cinco años en distintas situaciones ha sido lo mismo, y se que ni siquiera en el momento de mi muerte será diferente. Esto es la verdad: lo que permanece igual, pase lo que pase a su alrededor…, el centro del ciclón.

Pero el mundo está lleno de hechos y los hechos son relativos. Tiene que quedar muy claro para los científicos que Einstein no estaba hablando de la verdad sino de hechos. Pero para la ciencia no hay otra verdad que la que ellos descubren. No aceptan la verdad del místico, porque el místico no puede ponerla delante del científico para que éste pueda diseccionarla y descubrir de qué está constituida: sus medidas, su peso y cosas así.

Es una experiencia, y es totalmente subjetiva. No puede hacerse objetiva.

Por eso, si insisten en llamar verdad a los hechos, tenemos que decirlo de esta forma: las verdades objetivas son relativas y la verdad subjetiva es siempre definitiva. Pero para no mezclar las cosas, los místicos le han llamado verdad última.

Toda verdad es definitiva. Pero hay verdades científicas que sólo son hechos. Por ejemplo: si estás sentado sobre una estufa caliente, la experiencia de que el tiempo pasa muy lentamente es un hecho de tu psicología; no tiene nada que ver con el tiempo. Pero nadie le dijo esto a Albert Einstein. Cuando estás sentado con tu novia y el tiempo pasa deprisa, eso tampoco tiene nada que ver con el tiempo; tiene que ver con tu mente.

El tiempo tiene su propia velocidad, no cambia; si no su medición crearía una enorme dificultad. Alguien está sentado en la estufa caliente y alguien está sentado con su novia, ¿qué va a hacer el pobre tiempo? ¿Ir deprisa o ir despacio? El tiempo sigue siendo el mismo; es tu mente, tu concepto de tiempo lo que es relativo.

Todas las verdades objetivas son relativas. No puedes decir que alguien es alto; esa afirmación no será correcta, porque la altura de la persona es relativa. ¿Alto en comparación con quién? Tienes que completarlo. Alguien es gordo, pero eso sólo no es correcto ni es completo. Tienes que dejar claro que es más gordo que Avirbhaba, o más delgado que Anando. No puedes usar términos relativos a menos que hagas una comparación.

Pero solemos usados. Como la gente usa palabras relativas, los místicos se han visto obligados a decir verdad «Última»; de otro modo con decir «verdad» sería suficiente, porque su naturaleza intrínseca es definitiva o última. Pero este término ha de repetirse porque de otro modo hay gente que se equivocará, que se confundirá: han oído hablar de verdades relativas y harán de tu verdad también una verdad relativa. Por eso hay que hacer una distinción. Para marcar esa diferencia se usa la palabra «Última»; involuntariamente.

Me gustaría no utilizarla porque es una repetición, una tautología.

«Lo último o definitivo» y "la verdad" significan lo mismo. Puedes usar cualquier de estos dos términos, pero usar ambos es una repetición innecesaria.

Mi padre insistía mucho en recibir una carta mía cada lunes mientras estuviera en la universidad. Yo le dije: «Si algo va mal, si hay algún problema, si caigo enfermo, te informaré. Pero no hace falta escribir lo mismo una y otra vez, no tiene ninguna justificación.»

Él dijo: «Justificación o no, no voy a entrar en tus argumentos. Después de esperar siete días me voy sintiendo preocupado por ti. No me preocupo por que estés enfermo; me preocupo por lo que haces, por lo que está pasando. Puedes meterte en problemas en cualquier momento. Por eso cada sábado tienes que enviar una carta para que yo pueda recibida el lunes. Si no la recibo el lunes, entonces tendré que recorrer doscientas millas para ir a la universidad sin que haga ninguna falta.»

Entonces lo que hice fue…; tenía una carta escrita: «Todo me va bien por aquí. No tengo ningún problema. No tienes que preocuparte.» Y en las demás cartas sólo añadí la palabra «ídem». Se enfadó mucho. Cuando me vio, me dijo: «¡Tengo ganas de darte una paliza! ¡Escribir "ídem" en las cartas!»

Yo le dije: «Esa es exactamente la situación, porque tengo que escribir lo mismo cada vez. ¿Y crees que escribo cada sábado? He pedido a una mecanógrafa que escriba la primera carta y otras cien con el «ídem». Se las he dado a un compañero muy particular

-porque yo podría olvidarme, y para que no vengas innecesariamente- y le he dicho: "Tienes que enviar una de estas cartas 'ídem' cada sábado." Y es una persona tan particular que cuando le dices que haga algo, lo hace.» Era un estudiante que vivía en la misma residencia.

Pero mi padre se enfadó mucho: «¿Has oído de alguien que escriba en la carta solamente "ídem"? ¡Espero ocho días y acabo recibiendo una carta cuyo único mensaje es "ídem"! Ni siquiera la firma, porque la palabra "ídem" implica que todo es igual a la primera carta: véase la primera carta. Cuando te llega una carta ídem tienes que volver a leer la primera.»

La vida no es matemática; no es lógica, no es ciencia. Es algo más, y ese algo más es lo más valioso.

Los místicos han llamado a ese algo más «verdad última.» Se les puede perdonar por llamarla «Última.» Pero tienes que entender que le llaman última porque hay gente que dice que todas las verdades son relativas; no sólo los científicos, no sólo la gente que trabaja con la materia.

Mahavira dice que la verdad misma es relativa: no propone una verdad última. Buda tampoco propone una verdad última. De nuevo, la dificultad reside en que Buda y Mahavira pueden ser malinterpretados cuando dicen que no hay verdad última sino que cada verdad es relativa: puede ser una cosa en una situación y otra cosa en otra situación, y como la verdad está relacionada con las situaciones, no puede ser definitiva. Esto va en contra de todos los grandes místicos.

Sólo Mahavira y Buda, dos personas… Pero conozco a ambos y les entiendo mejor que sus propios seguidores, porque ninguno de sus seguidores ha sido capaz de encontrar el sentido de su mensaje: ¡O todos los místicos están equivocados o Buda y Mahavira están equivocados!

Yo digo que nadie se equivoca. Mahavira dice es que la verdad tiene siete aspectos y Buda dice que la verdad tiene cuatro aspectos. En realidad ellos se están refiriendo a la expresión de la verdad. La verdad, según Mahavira, puede decirse de siete formas distintas. Mahavira es verdaderamente un lógico. Pero lo que dice no se refiere a la verdad; ha sido malinterpretado. Lo que dice se refiere a la verdad expresada, no a la verdad experimentada. Cuando la experimentas, la verdad siempre es definitiva, pero en el momento en que la expresas, se hace relativa. En el momento que la llevas al lenguaje se hace relativa, porque en el lenguaje nada puede ser absoluto. Toda la construcción del lenguaje es relativa. Buda no es un gran lógico, por eso se detiene en cuatro, pero la situación es la misma.

No están hablando de la verdad que se experimenta en el silencio, más allá de la mente. Sobre ella nada puede decirse. En el momento en que dices algo sobre ella, la arrastras al mundo de la relatividad y entonces todas las leyes de la relatividad le serán aplicables.

Ludwig Wittgenstein, uno de mejores lógicos de esta era, quizá tenía razón cuando dijo: «Lo que no puede ser dicho, no debería ser dicho.» Ésta es una afirmnci6n extraña. Destaca en toda la historia del pensamiento, es única y original: «Lo que no puede ser dicho no debería ser dicho», porque si lo dices, te estás contradiciendo. Primero dices que no puede ser dicho y luego lo dices. A continuación puedes expresar todo tipo de condiciones: «Cuando lo digo ya no es lo mismo; cuando lo digo, se vuelve falso.» Entonces, ¿para qué decirlo?

La afirmación de Wittgenstein aclara que tanto Buda como Mahavira estaban hablando de la verdad expresada, y por tanto relativa. Y los místicos que hablan de la «verdad última» hablan de la verdad experimentada, pero no llevada al mundo del lenguaje y de los objetos. Por eso creo que es mejor permitirles el uso de la palabra «última», aunque sea una repetición, porque la mantiene separada.

Amado Osho,

¿No es cierto que por el hecho de poder formular una pregunta tenemos en alguna parte un indicio de la respuesta, aunque no seamos conscientes de ella?

Me parece una situación paralela a la del doctor que examina a su paciente: el hecho de que el doctor plantee al paciente ciertas preguntas y no otras indica que tiene cierta idea respecto al diagnóstico; otro tanto ocurre con la respuesta.

Es verdad. Cuando planteas una pregunta, en algún lugar, en lo profundo de ti, tienes un indicio de la respuesta, pero está en las partes oscuras de tu consciencia. Por ti mismo no puedes sacarla de allí y traerla a la consciencia.

La pregunta reside en la consciencia y la respuesta está en el inconsciente: es vaga, una sombra, sin certeza, pero el indicio ciertamente está presente.

La función del maestro es exactamente tal como Sócrates la definió: el maestro sólo es una comadrona. Ayuda a traer todo lo que está oculto en ti a la consciencia. Cuando la pregunta desaparece, eso significa que se ha traído la respuesta del inconsciente al consciente.

Hay que recordar que ésta es la diferencia entre el maestro y el profesor: el profesor te dará una respuesta que no traerá tu propia respuesta desde el inconsciente. Forzará una respuesta sobre tu consciencia, reprimiendo la pregunta. Complicará la situación todavía más. En principio sólo tenías una pregunta, y si hubieras esperado en silencio, si hubieras meditado, quizá la respuesta inconsciente habría salido a la superficie y la pregunta habría desaparecido. Y una vez que la pregunta desaparece, la respuesta ya no tiene relevancia; también desaparece, y sólo queda un puro vacío.

Pero el profesor fuerza una respuesta en tu mente y complica más la situación. Ahora tienes una pregunta y una respuesta que no ha sido capaz de disolver la pregunta, sólo la ha reprimido. Y tu respuesta inconsciente aún permanece latente, esperando ser liberada para que puedas descargarte. El profesor te carga, te complica la vida.

El maestro nunca te da una respuesta que te cargue.

Cada una de sus respuestas es una descarga. Él trae tu propia respuesta inconsciente a la superficie, donde primero desaparece la pregunta y después desaparece también la respuesta, tras lo cual no queda ni rastro de ellas.

Esto es la comunión real.

Esta es una vía muy clara, un criterio que permite hacer la distinción entre el profesor y el maestro.

En Occidente no parece haber distinción. En Oriente el profesor simplemente repite un conocimiento heredado; no le importas tú, le importa su propio conocimiento.

El maestro no tiene nada que imponerte; está vacío y silencioso.

Tu pregunta no le da la oportunidad de imponer algo sobre ti, sólo

le da la oportunidad de traer tu inconsciente a la superficie. Por eso, simplemente escuchando al maestro, poco a poco irás viendo que tus preguntas desaparecen… y lo curioso es que no tienes respuestas.

La gente suele pensar que cuando desaparece una pregunta la has sustituido por una respuesta. No, cuando la pregunta desaparece realmente, la respuesta no tiene relevancia. También desaparece. Y cuando te quedas sin preguntas y sin respuestas tienes una libertad inmensa…, sin cargas…, cielo abierto.

 

 

Autor:

Ma Gyan Darshana

Enviado por:

Ing. Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"?

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2016.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE, JUAN BOSCH Y ANDRÉS CASTILLO DE LEÓN – POR SIEMPRE"?

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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