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El Mito del Caudillo (página 2)

Enviado por Felix Larocca


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Pero, gracias a nuestra presente estructura política, un mandatario de hoy, gobierna del modo descrito, en el párrafo anterior.

¿Pero, es del todo posible para un líder dirigir sin poseer el soporte y la seguridad de la fuerza aplicada? Ya que nadie obedecería a un líder tan arbitrario y egoísta.

Cuando un líder primitivo daba una orden, éste careciendo de los medios físicos con que hacer que se le obedeciera y del modo efectivo de castigar a quienes lo ignoraban, tuvo que ser paciente y esperar. Así que, al principio de su "gobierno", él líder emitiría muy pocos mandatos para evitar conflictos. Por contraste, el poder político de los "jefes" ya establecidos dependería totalmente en su habilidad de segregar o de castigar a individuos o grupos que les desobedecieran. Para ello, mantendrían respaldos militares o religiosos — o ambos, preferiblemente.

Pero, en sociedades paleolíticas bien integradas, todos son líderes y nadie está por encima de los demás. Ningún jefe de estado envía sus tropas (por razones egoístas o estúpidas), a pelear en suelos extraños — "guerras," que son políticamente convenientes (para ellos mismos) y esencialmente perjudiciales para sus naciones (o tribus). Este último sistema, con sus igualdades y simetrías, no es de mucho agrado a los políticos de hoy, o a nuestros militares y menos aún, a los sacerdotes.

Ejemplos

El deber de los líderes de las tribus Mehinacu del Brasil, no es la de conseguir, como escolta, un séquito de vehículos de lujo para impresionar al pobre con su uso. El cacique, es el primero que despierta y que comienza las labores del día, como conducta para los demás imitar. Como trabajador, éste labora como el que más, y cuando la caza del día se distribuye, elige una porción menor de la que toman los demás.

Este sistema de liderazgo decente se encuentra asimismo en otras tribus como los son los Seadi de Malasia, donde el caudillo mantiene la paz por medio del uso de la persuasión en lugar de la fuerza.

Para nuestros antecesores del Paleolítico Superior imaginar que algún día este mundo estaría dividido entre los aristócratas y los plebeyos, amos y esclavos, multimillonarios y los mendigos destechados, les parecería una situación improbable.

Leviatán

Los habitantes del período prehistórico no exigían acceso exclusivo a sus mansiones presidenciales, villas o playas privadas. Todo lo que había era patrimonio social y nadie tenía derechos que los otros no compartieran igualmente. Sólo con la llegada de algunos precursores de los caudillos políticos, los prelados y de los militares de hoy, esta situación cambiaría de un modo radical, definitivo y arbitrario.

Los sacerdotes (chaman) de entonces asignaban castigos (sin posibilidades de indultos) a quienes trataran de violar el deber sagrado de respetar el legado colectivo.

Pero, a medida que nuestras sociedades crecieran, así cambiarían nuestras necesidades y las características de nuestros estilos de gobierno. El sistema conocido como la "nueva distribución" adquirió un rol crucial durante la evolución progresiva de nuestras aplicaciones de leyes naturales.

La nueva distribución ocurre, cuando los miembros de la tribu depositan (como hacemos en los bancos) sus cosechas y otras cosas de valor para que éstas sean combinadas y redistribuidas para el beneficio de todos. El cabecilla tribal, en cargo de efectuar estas transacciones, no poseía ni la autoridad ni el derecho de acaparar porciones, de esos bienes, sustraídas para su uso personal — como tantos banqueros ahora acostumbran — con atroces consecuencias para el incauto depositante.

Un estudio antropológico clásico de las funciones del líder lo hizo Douglas Oliver entre las gentes del Siuai, una tribu que habita la isla de Buganvilia en el Archipiélago Salomón en el Pacífico del Sur. En el lenguaje Siuai el cabecilla se conoce como el mumi. La ambición de todo niño es la de algún día ser un mumi. El camino para llegar a este estado exaltado es el del trabajo duro, el matrimonio estable, la demostración de una frugalidad genuina y el deseo de sudar la gota gorda para el beneficio de todos sin esperanzas de remuneración alguna. (La obra de leer es: Penniless Politics por Douglas Oliver).

El mumi no adquiere el poder de forzar a otros a pagar impuestos coercitivos, a esperar que le rindan pleitesías, ni a vivir por encima del estándar de vida en que viven los demás. De hecho, el mumi consume, generalmente, menos comida que la que los demás consumen — por eso goza de vida longeva.

Comandante en Jefe…

Pero, nada es más sintomático de la diferencia existente entre la reciprocidad y la nueva distribución que la aceptación de la fanfarronería ostentosa, como esencial atributo del caudillo. Este tipo de comportamiento es manifiesto en el estilo personal de muchos de los políticos que ocupan la posición de cabeza de estado en algunos de nuestros países latinoamericanos, especialmente en el nuestro. (Para contraste saludable léase un resumen de los méritos que le merecieran el último Premio Nobel por la Paz, a Muhammad Yunus de Bangladesh, que en parte leen: "… por sus denuedos, avanzando las oportunidades económicas del pobre, especialmente de la mujer…"

Pero estos mismos gobernantes pueden preguntarnos: ¿Y qué hay de bueno para el mumi, en su sistema de liderazgo, si no se le permite que robe o que coloque a todos los miembros de su familia en la nómina del gobierno? (Véase mi artículo acerca del Nepotismo).

Nada, como dijéramos antes, el mumi es un individuo cuyo destino de abnegado servicio público (como la del mártir) es una decisión propia basada en principios. La necesidad de enriquecerse a costa de las miserias de otros no es una posición ni digna ni exaltada…

Nuestros políticos, industrialistas y banqueros creerían, si esto pudiesen leer, que el mumi es un loco rematado.

Pero, mientras más riqueza existe para acaparar, más individuos movidos por la ambición ciega del "servicio público" y del poder de la banca, de la industria, de la iglesia institucionalizada y del uniforme militar emergerán para separarnos del usufructo de todos y para sustraer nuestros dineros en cuentas bancarias, de su propiedad, depositándolos en playas lejanas.

Pero, ¿es el dinero (invención relativamente reciente) la base fundamental para que existan todos estos problemas? No, el ser humano posee una necesidad atávica por la obtención de amor, poder, posesiones, aceptación y soporte emocional. Entendiéndolo así, entonces lograremos razonar los motivos extravagantes del mumi. Motivos que no fueran simplemente masoquistas ni esencialmente idealizados, sino que éstos eran de una naturaleza intrínsecamente humana — para el beneficio de su estirpe. Porque, aunque tantos no lo crean, la decencia instintiva existe… (El libro aquí: The Selfish Gene por R. Dawkins).

El mumi, entonces sería una adaptación idealizada, pero: enfrentemos la realidad: una adaptación transitoria, por parte de la Naturaleza.

Sería el genio de Freud quien nos hiciera entender que el amor, el dinero y el poder son expresiones simbólicas de los mismos afectos. Pero no sería hasta que Thorstein Bunde Veblen acuñara el acertado término del "consumo conspicuo" para describir esta condición tan favorecida por los políticos, el banquero y el clero, cuando su sentido fuese enteramente asimilado.

Lo antedicho, puede resumirse de esta manera: "Todos anhelamos prestigio porque todos tenemos una urgencia innata de creer que podemos ser superiores…" (Véanse mis trabajos; Ser Superior. Y Credos y Sabiduría: Los que nos Hace Sentir que Somos Seres Señalados. En la sección de Religión en monografias.com).

Pero, ¿por qué todos anhelamos ser especial? Porque todos deseamos ser el hijo único y preferido de nuestra mamá. (Véanse mis ponencias al respecto).

Un estudio de las dinastías tradicionales (y de las que no lo son, como la de Corea del Norte) con sus árboles de genealogías ilustres y espurias, o con sus fugas hacia la irrealidad cuando atribuyen sus orígenes especiales a actos de comunión con dioses — por sus fantasías creados — nos confirman el hecho de que aún quienes pudieran considerarse exaltados, todavía insisten en ansiar ser más especiales… aún después de la muerte — con sus mausoleos, pirámides, estatuas y monumentos — símbolos (vivientes) de su inmortalidad. (Véase mi ponencia al respecto: La importancia de entretejer la historia personal: El hechizo fascinante de la coherencia del ego).

La progresión de mumi a gran jefe, tuvo su proceso paralelo a la institución de comunidades urbanas que siguiera rápidamente a la domesticación de animales, el dominio sobre el fuego, la adopción de los sistemas agrícolas y eventualmente la Revolución Industrial. De canoa a bote, de bote a crucero, de mumi a primer ministro… a rey, a emperador… El ser humano estaba enriqueciendo más rápidamente que lo que sus cajas de zapatos y colchones podían almacenar. Entonces desarrollamos los métodos de seguridad que nos permitirían salvaguardar nuestras preciosas posesiones.

Pero, con la llegada de las riquezas depositadas en manos de otros los instintos más bajos del ser humano se expresaron en su esplendor supremo. Con el invento de la filosofía barata, expresada por un gobernante ya ido, de que el "poder es el poder" y de que por medio del uso de ese mismo poder, la riqueza infinitamente mal habida fuera garantizada — entonces sería el instante cuando, el honor y la decencia se ausentarían, para nunca más retornar.

En resumen

En este breve ensayo de la evolución del poder del caudillo, hasta el nivel en que hoy existe, hemos dejado, por falta de espacio, todos los aspectos del dominio que se obtiene por el uso del fraude o de la fuerza. Aunque el fraude y la fuerza son asuntos de interpretación tan libres como relativos — todavía muchos recuerdan los "cementerios votantes" de nuestras elecciones pasadas y la primera escalada de George W. Bush a la presidencia de su país por medio de un proceso tan tortuoso como lleno de cuestiones.

Pero, basta con decir, que el caudillo no es una necesidad constante al destino de las sociedades humanas. Que el caudillo es un anacronismo, que no nos confiere beneficios adaptivos. Fenómeno caduco, éste, que traza sus raíces a un pasado muy distante y primitivo; y que como la institución despótica/familiar que hoy refleja, carece del sello de aprobación de la Naturaleza — Y, finalmente, que como tal, vive en espera de su extinción final, donde quiera que aun exista.

Honi soit qui mal y pense…

Bibliografía

Se suministra por solicitud.

 

Dr. Félix E. F. Larocca

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