El jazz es, ante todo, improvisación, vida, expresividad, evolución constante. El verdadero jazz se encuentra en el Mississippi, brota de las manos del pianista de un bar de Storyville, o en medio de los hombres de una banda de músicos que tocan para acallar la violencia de un ajuste de cuentas en Chicago. El jazz es también la voz de un clarinete que exalta la vida, y es también una plegaria a Dios.
Un nacimiento original
La historia del jazz es una de las más originales de la música. Sus personajes y estilos, su fuerte individualismo, la hacen enormemente atractiva, y aunque algunas tendencias exijan una alta preparación por parte de los aficionados, es sobre todo música para escucharla con los pies.
– El jazz perdurará mientras la gente lo escuche con los pies y no con la cabeza -, dijo hace tiempo el director de orquesta norteamericano John Philip Sousa. Y así fue durante los años 30, con las bandas de Nueva Orleáns – Buddy Bolden – o con las de los hombres de Austin High en los bares ilegales de Chicago. Se tocaba música para que la gente bailara.
A partir de los años 40. el público comenzó a escuchar jazz con la cabeza en vez de con los pies. Pero es que las nuevas formas – bebop. cool, free – dejaron un poco de lado el ritmo para atraer al intelecto, y como consecuencia a reducidos grupos de vanguardia. A pesar de todo y contradiciendo los malos augurios de Souse, el jazz perdura y el público lo sigue con extraordinario entusiasmo. ¿Cuál es el secreto? : su gran vitalidad.
Desde el corazón del Africa Americana
Hablar del jazz como – música afroamericana – sería simplificar demasiado
las cosas. Jazz es – una forma de expresión espontanea ú individual que se crea en el momento -. Es improvisación, libertad, canto de protesta y de marginación. La crearon los negros de los estados esclavistas del Sur -Alabama, Louisiana, Georgia – mientras trabajaban en las plantaciones de algodón. Sus blues y sus – spirituals – fueron la semilla. De ella nacerían los primeros sonidos del auténtico jazz, último género popular en la historia de la música occidental. Un tipo de expresión urbana que empezó a afianzarse en los cafés de los negros de Nueva Orleáns a finales del siglo XIX y principios del XX.
Según las estadísticas, el mercado de esclavos africanos tuvo un saldo de 15 millones de hombres, mujeres y niños, vendidos en distintas zonas del mundo. La mayor parte de esta cifra fue a parar a América. Los campos de algodón y tabaco exigían mucha mano de obra. El negro africano era fuerte y trabajaba por un pequeño jornal: comida y choza. Fuera de eso, nada poseía, excepto el recuerdo imborrable de las danzas y cantos de su Africa natal. La música era fundamental para el africano. Y la música, agradecida, iba a ayudarle a soportar la angustia de la esclavitud. A fin de cuentas, el equipaje de un esclavo solo contenía ritmo y melodía.
Los negros africanos, poseedores de un gran sentido religioso, aceptaron con facilidad el cristianismo. Pero, acostumbrados como estaban a iniciar sus ritos religiosos con canciones y bailes, pronto empezaron a introducir palmas y movimientos rítmicos en las vehementes reuniones de los campamentos del Sur, a finales del siglo XIX. Las voces negras, desgarradas y de un timbre muy peculiar, cantaban melodías realmente conmovedoras. De manera espontánea, los negros de las comunidades protestantes fueron hilvanando himnos religiosos: los spirituals.
A estos temas de oración y súplica se agregaron las canciones de trabajo. ¿Por que? El esclavo se dio cuenta de que era mucho más fácil trabajar cantando. Los peones, los estibadores, los presos. los obreros portuarios y del ferrocarril cantaban. Un guía improvisaba y los demás respondían con murmullos o gritos
La sencillez de estas frases -debida probablemente a su escaso conocimiento de la lengua de los Colonos fue evolucionando hasta convertirse en poesía vigorosa, tierna, desesperada a veces. Tanto que Jean Cocteau llegó a afirmar que las letras de los blues eran – la última aparición de una poesía automáticamente popular -. Y los blues eran ya un género típicamente jazzistico
Los estados unidos, buscando su cultura
El jazz fue para Estados Unidos una de sus mejores tarjetas de identidad y todos los historiadores musicales coinciden en señalarlo como su contribución más importante al mundo de la cultura.
Este proceso de identidad cultural fue relativamente corto. Comenzó a raíz de la independencia de las colonias. Pero…, ¿Qué tenían éstas para crear su patrimonio cultural? Por un lado, la herencia europea y los elementos autóctonos: descendientes de los antiguos colonos, nuevos inmigrantes, Por otro, el negro americano, ciudadano al fin tras una larga esclavitud. Y con el negro, su música.
Llega la protección oficial
Los gobernantes tomaron conciencia, enseguida, de ese nuevo fenómeno musical. Tanto, que el Departamento de Estado organizó y protegió, desde el principio, los giras internacionales de los "jazzmen" norteamericanos. Louis Armstrong, Duke Ellingtong, Dizzy Gillespie, Jack Teagarden, Mahalie Jackson, Stanz Getz, Keith Jarrots y otros han mostrado su peculiarisimo estilo en todas partes. Han actuado delante de reyes y reinas, Louis Armstrong fue recibido por el Papa en el Vaticano y Benny Goodman y su orquesta actuaron en Rusia, durante el verano de 1962. La ovación fue sorprendente, incluso Nikita Kruschov aplaudió, entusiasmado, de pie.
Naturalmente, los spirituals y los blues evolucionaron hasta crear su propio lenguaje: el del jazz. ¿Cómo es ese lenguaje? Uso de la síncopa, insistencia rítmica, timbres instrumentales insólitos – difíciles de encontrar en otro tipo de música -, improvisación, y, en cuanto a las voces, desgarro de las mismas. Todo ello impregnado de una palabra mágica: swing. El alma del jazz. Algo que va más allá de la propia interpretación.
"El swing no existe en el texto musical, solo puede darse en la ejecución", afirmaba constantemente Duke Ellingtong.
Efectivamente, el jazz era y es una peculiarisima manera de entender la práctica musical por el negro norteamericano. Una práctica llena de expresividad, original, vitalista cien por cien. Una música para expresar amor, dolor. Una música para contar la vida del héroe, las amarguras y desencantos de cada día. El jazz primitivo era una válvula de escape emocional ante las frustraciones del hombre negro en el mundo del hombre blanco.
La alegría de vivir en Nueva Orleans
El nombre de – Nueva Orleáns – será la clave mágica que nos ayude a descubrir, conocer y amar el jazz. En esa ciudad, construida y habitada principalmente por franceses y españoles, el ambiente era muy distinto al de otros estados. El índice cultural era mayor – muchos de sus habitantes eran aristócratas y burgueses del viejo continente -, había más refinamiento y, naturalmente, buenos restaurantes y bonitas casas. Las gentes que fueron a poblar el estado de Louisiana, llenaron los barcos de vela de muebles delicados, candelabros de cristal, cubiertos de plata, libros, partituras de música y diversos instrumentos para alegrar las cálidas veladas de primavera: claves, violines, flautas, etc. La ciudad conservaba todavía la muralla para repeler los ataques de los indios, defendida por una guarnición de soldados franceses que, ¡cómo no!, poseía una banda para tocar marchas militares.
A medida que desaparecían los peligros por la supervivencia, Nueva Orleans se hacia más alegre y confiada. En sus calles se palpaba una bulliciosa vitalidad: se gozaba con las cosas buenas – la comida, la música, las reuniones, los bailes -. Era, a fin de cuentas, una ciudad tolerante. En todos los aspectos, incluso en su relación con los negros, El criollo fue buen ejemplo de esta – comunicación – vitalista del hombre blanco con el negro.
La Guerra de Secesión introdujo grandes cambios en el estado. Los negros, abolida la esclavitud, llegaron a las ciudades para trabajar en ellas. Y con los negros, sus canciones: los blues y los spirituals.
En Nueva Orleáns, los antiguos esclavos descubrieron las tiendas de instrumentos musicales y la posibilidad, al fin, de comprar lo que veían. Antes habían tenido que fabricarse sus propios instrumentos con calabazas, huesos, ralladores, palanganas de metal. Ahora, además de su banjo y la armónica, podían acariciar un trombón, una corneta, un clarinete, un tambor. El problema estaba en que el ex esclavo no tenía ni idea de lo que era una partitura, ni solfeo, ni notas. Desconocía cualquier tipo de técnica musical. Solo sentía la música y, eso sí, era capaz de improvisar.
El problema de la ignorancia musical tenía difícil solución. Pero el negro tuvo una idea: tocar como cantaba. ¡Eso es! Los instrumentos musicales serían una extensión de su voz. Empezó el largo aprendizaje. Un aprendizaje que hizo posible el milagro del jazz, cuyos sonidos no pueden escribirse.
Si la banda militar salía a la calle para desfilar, el negro se ponía en primera fila y a escuchar con atención. Si iba a la iglesia, pues a no perderse estrofa de la música sacra. Poco a poco fue mezclando unos ritmos y otros, añadiendo el batir de palmas, el golpeteo de los pies. Luego incorporó sus spirituals y blues de la esclavitud. Su música empezaba a nacer. Salía del alma y era delicadamente poética.
La vida ciudadana aportó al hombre negro posibilidades desconocidas. Sobre todo, una cierta protección por parte de aquellas entidades benéficas, o sociedades, que ofrecían a los antiguos esclavos una vida social y una determinada tranquilidad económica, especialmente a la hora de morirse. Los asociados pagaban una pequeña cantidad mensual y la compañía organizaba un entierro a bombo y platillo. Nunca mejor dicho. Los especialistas afirman que fue en los funerales negros donde empezó a sonar el jazz.
Desde 1980, los funerales tenían música. Se organizaba una larga procesión al cementerio, con abundante acompañamiento de familiares, amigos y vecinos. Y una banda: la de la sociedad benéfica, que acompañaba al muerto tocando himnos lentos y tristes. Todo muy solemne. Al regreso, la banda comenzaba a tocar de nuevo: marchas de rápido movimiento(de 2/4), melodías y ragtime, un tipo de música sincopada que no era sino jazz, improvisación. ¿ Falta de respeto? Nada de eso. porque la opinión general era que el muerto estaba en el cielo y había que regocijarse con él. Además, hacia falta relajación después de tantos suspiros y emociones. Naturalmente, el jolgorio de estas bandas a la vuelta de un entierro era inefable. La gente se apiñaba alrededor de ellas para obligarlas a repetir los temas, para jalearlas o para acompañar sus melodías con canciones.
Autor:
Miguel Candegabe