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La disritmia paraguaya. A dos años de la elección presidencial de Fernando Lugo

Enviado por Andrés Criscaut


Partes: 1, 2

  1. Sobre la tectónica imperial
  2. Un Partido, un Estado
  3. La espada de Damocles
  4. El deshielo tropical
  5. Poncho Juruicha
  6. Bibliografía

El pasado 3 de febrero la democracia paraguaya cumplió su mayoría de edad al celebrarse los 21 años de la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). Sin embargo, el acto organizado en la sala bicameral del Congreso para conmemorar esa fecha estuvo marcado por la baja concurrencia: no más de 50 personas asistieron al debate titulado "¿Qué queda de la dictadura, y cómo superar su legado?". Responder a este interrogante es el gran desafío de la administración de Fernando Lugo, ex obispo, seguidor de la teología de la liberación, cuya victoria en los comicios presidenciales de abril de 2008 generó expectativas difíciles de cumplir.

"Con un ritmo lento y cansino de letargo y aislamiento, Paraguay ocupa en América Latina más o menos el mismo lugar que el de hace cien años." Así sintetiza el investigador y escritor Alfredo Boccia Paz la actualidad de su país, aunque aclara que "en las últimas dos décadas, desde la caída de la dictadura de Stroessner en 1989 y de esa supuesta "transición democrática", han ocurrido y hemos descubierto más cosas que nunca".

En 2011, cuando los paraguayos festejen el bicentenario de una independencia inusualmente poco cruenta, que derivó –al menos en su inicio– en uno de los países más estables de América Latina, también estarán recordando la impronta autoritaria que signó gran parte de su historia, y que quizás recién haya comenzado a disolverse realmente hace dos años, con la victoria del ex obispo Fernando Lugo en las elecciones presidenciales. Ya que si se suman los gobiernos de Gaspar Rodríguez de Francia (1816-1840), Carlos Antonio López (1844-1862), su hijo Francisco Solano López (1862-1869), y Alfredo Stroessner (1954-1989), casi la mitad de la vida independiente paraguaya estuvo marcada por ese gran espectro, tan bien amalgamado por Augusto Roa Bastos en su libro Yo el Supremo (1), de déspotas ilustrados, patriarcas, caudillos, patrones y dictadores.

A contrapelo de la mayoría de los países en la región, Paraguay tuvo una evolución y un desarrollo que lo llevó muy tempranamente a una estabilidad administrativa y a una pronunciada identificación nacional, pero también a un tardío proceso de apertura democrática y participación cívica masiva. Ante cuatro paredes tapizadas de libros de su estudio en las afueras de Asunción, la socióloga Milda Rivarola explica que "este país, en donde se dan tiempos históricos muy lentos y particulares, tuvo un desarrollo muy precoz de dictaduras totalitarias que dejaron actualmente una sociedad disgregada y apática, parecida a la de los países de la ex Cortina de Hierro. En tal sentido, como dijo mi colega Francisco Delich, "Paraguay es el cementerio de todas las teorías socio políticas", si no ¿cómo entender que con tanta pobreza no exista una marcada presencia de movimientos de izquierda o una fuerte tradición revolucionaria?".

Sobre la tectónica imperial

Ya desde la fundación de Asunción en 1537, centro neurálgico y "Madre de Ciudades" de la que partirían varias de las corrientes que poblaron la región virreinal, pueden rastrearse ciertos factores estructurales que aún hoy persisten: aislamiento, unidad identitaria, concentración de poder, carencia de movilidad social y de renovación de los actores políticos. Con la independencia, de marcada oposición a la revolución de Buenos Aires de mayo de 1810, ya comenzaba a hablarse de una identidad "paraguaya" por sobre la americana.

Pero la "insularidad" mediterránea de Paraguay –Roa Bastos afirmaba que era "una isla rodeada de tierra"– se encuentra inmersa en un mar geoestratégico de sólidas tensiones y dinamismos. Tanto Asunción como Montevideo formaban parte de una estrategia colonial española de contención del imperio portugués en América, un equilibrio de poder que luego se traduciría en una rivalidad brasileño-argentina por definir áreas de influencias y "espacios vitales". Dentro de este "Gran Juego" rioplatense, tanto Uruguay como Paraguay tuvieron un cierto rol de buffers o amortiguadores de ambas ambiciones: las ahora utopías federalistas de José Gervasio Artigas o de José Fructuoso Rivera fueron en su momento muy reales y pretendían formar un "Gran Uruguay" con Paraguay; la Mesopotamia argentina y los farrapos secesionistas de Río Grande del Sur y su República de Piratini (2).

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