La verdad revelada y escrita sustituyó con Moisés a la transmisión oral de la voluntad de Dios, puesto que muchas veces fue adulterada y puesta en olvido, ya fuera por descuido, por ignorancia o de manera voluntaria. Ahora Dios se la ha entregado por escrito, inspirada por su Santo Espíritu (2 Pedro 1:21). Dios ha dado instrucciones precisas desde el principio, y es imposible humanamente que podamos tener en un libro, aunque sea la Biblia, todos los detalles que el hombre de la antigüedad conocía respecto de la mente de Dios en materia legal u otro asunto.
La Biblia es la historia del mundo en síntesis, la cual se escribe en detalles en los periódicos de cada día, y en los libros y enciclopedias de todos los tiempos. Toda la sabiduría verdadera, juiciosa y correcta contenida en todas las bibliotecas, encuentran su esencia en la Biblia. Todo procedimiento de justicia que es auténticamente fiel, necesariamente encontrará su mejor punto de referencia en lo que Dios ya ha dicho en su Palabra. Por eso, la esencia del Decálogo es la más alta institución dada al hombre, que tiene vigencia universal y eterna.
Esta Suprema Ley ha recibido la aprobación de nuestro Señor Jesucristo, el cual la exaltó en sus alocuciones, colocándola en una dimensión positiva jamás concebida por mortal alguno. Jesús nos ha dejado un extracto de los diez mandamientos al resumirlos así: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente…y a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22: 37,39); y en el versículo 40 concluye: "De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas". Así que Jesús es quien nos presenta propósito final de Dios al darnos la ley.
El principio de toda ley humana debe estar regido por las leyes de Dios. Enseñar a cumplir el primer y fundamental principio es tarea de las iglesias cristianas en el día de hoy. Los gobernantes y legisladores, junto a los magistrados deben velar por un cabal cumplimiento de estos principios, como siervos de Dios que han sido colocados en puestos de eminencia para cumplir un propósito divino (Romanos 13: 4). Es el temor de Dios lo que constituye la única garantía en el cumplimiento del derecho para todos los hombres (Proverbios 1:7). Donde no hay temor de Dios no existe la ley.
El Beneficio de las Leyes de Dios
Lo que Dios hace es siempre bueno, perfecto y provechoso. Hoy en día podemos ver la importancia de hacer caso a las leyes de Dios. Como muestra, miremos el siguiente panorama: Tristemente, son muchos los millones de seres humanos que han fallecido por causa del Sida, una enfermedad que se multiplica como producto de la promiscuidad sexual. Lo asombroso del caso es que en vez de favorecer esta estadística para un freno en las relaciones sexuales ilícitas, hay un mayor índice de promiscuidad. Siguiendo este mismo pensamiento, es importante reflexionar que, los crímenes y los criminales aumentan cada día en el mundo, a pesar de la pena de muerte. Por esta causa es obvio que la ley, si bien procura dar lecciones de moral o de conducta y mostrar al hombre el conocimiento del pecado (Romanos 3:20), no menos cierto es que está encaminada básicamente a cobrar las transgresiones. La ley tiene el deber de castigar, de imponer sanción, independientemente de los resultados en la conciencia de los individuos propensos a delinquir. Por eso la Biblia dice que ¨la ley mata irremisiblemente ¨ (Hebreos 10:28).
El hombre en pecado se encuentra en una abierta rebelión contra Dios, aun cuando su mala conducta le traiga graves perjuicios. La humanidad hoy vive en la búsqueda del placer aunque ese placer le lleve a la muerte. El hombre ha deificado el goce carnal, y le ha asignado una categoría fuera del orden correcto. Esta actitud del corazón humano se manifiesta en todas las acciones de su cotidianidad. El irrespeto por las instituciones es notorio. Para el hombre de hoy no existen verdades absolutas; todo encaja bien en su mundo de relatividades, y así se calma la conciencia cautiva.
En nada parecen preocuparle al hombre las consecuencias de sus malos actos. Los graves males que ocurren no le sirven de escarmiento; más bien, "como animales irracionales" (Cito al apóstol Pedro en 2 Pedro 2: 12 1), se entregan a la consecución de sus deseos egoístas. Esta condición del hombre le lleva a desconocer e ignorar voluntariamente la ley de Dios, deleitándose en la maldad en perjuicio de sus semejantes.
No es posible que individuos de esa clase puedan desarrollar una sociedad de convivencia. Es por tal razón que se hace imperioso que el evangelio sea predicado a todas las personas, porque lo único que cambia a una sociedad de manera efectiva es que los que la componen tomen la decisión de hacer caso a los preceptos divinos.
La mala actitud humana para obedecer a Dios, es lo que ha hecho que el Señor permita leyes tan duras como la Ley del Talión en el Antiguo Testamento. El Señor Jesús dijo que muchas de estas disposiciones, como la del divorcio, fueron establecidas por Moisés por la dureza del corazón. Si el hombre hace caso a lo establecido por Dios, vivirá feliz y será dichoso. El creyente está llamado a ser el mejor ciudadano.
Los Magistrados como Siervos de Dios
En cierta ocasión tuve la oportunidad de visitar a un oficial judicial de mi provincia. El pasaje bíblico que compartí con él fue: Romanos 13: 1-7. Al leer y explicarle el concepto de la Palabra de Dios con respecto a su puesto de eminencia, fue de gran sorpresa para él descubrir la dimensión tan elevada de un ministro de justicia en el planteamiento evangélico. Se asombró aún más al darse cuenta del gran peso de la autoridad divina que le otorga el privilegio de ser un servidor de la justicia en la tierra, debiendo rendir cuenta a Dios de su labor. Todo magistrado debe meditar respecto de su posición desde esa perspectiva, debe saber que la Biblia enfáticamente destaca su labor como una tarea puesta al servicio del bien y en contra del mal.
Ciertamente, la justicia humana es sierva de Dios en cuanto cumpla con el verdadero rol de defensora de los inocentes y fiscal acusador de los culpables, castigando e infundiéndole temor al malo.
Cuando los magistrados, ya sea con la anuencia de los gobiernos o no, se prestan al soborno corruptor y al abuso de poder, se convierten en reos de la misma espada que ostentan.
Es imprescindible que exista un régimen que gobierne y establezca un orden que haga gobernable un país. Sin regulaciones pertinentes, se hace imposible la sobrevivencia pacífica. El maligno Satanás prefiere la anarquía donde tenga absoluta libertad para hacer con este mundo cuanto desee.
Es posible que lo que dice el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2: 6 que detiene al Anticristo, sea el orden político existente en todos los Estados de la tierra (como lo consignan muchos teólogos). Parece que llegará el día en que las sociedades serán apáticas a cualquier forma de gobierno. Entonces aparecerá "el hombre de pecado", el cual gobernará el mundo por un período relativamente corto, según Apocalipsis 13:5. Revelándose así de una vez por todas el gran misterio de la apostasía. Los hombres verán quién era que estaba detrás de toda la maldad; de toda desobediencia, terrorismo y barbarie. En este sentido adquiere mayor importancia el respeto al orden, ya que se nota su trascendencia.
Aunque han existido gobiernos y líderes políticos sanguinarios, antisemitas y ateos, éstos no han sido el Anticristo propiamente. Estos entran en la categoría que dice I Juan 2: 18: "han surgido muchos anticristos". Por eso, aún con todos sus defectos, los gobiernos de la tierra cumplen un papel determinado por Dios. Por tal motivo, siempre que no se viole ningún principio fundamental de ética bíblica, el creyente está en la obligación de cumplir a cabalidad con las regulaciones del Estado en que vive. Deberá ser respetuoso de los símbolos patrios, pagar impuestos, cumplir la constitución, votar para elegir al presidente y funcionarios del gobierno, y tener una conducta correcta para evitar el descrédito moral y la persecución de la justicia.
Romanos 13: 4 otorga poderes especiales a los tribunales de justicia, a fin de actuar con rigor en aquellas acciones malas que lo ameriten. En muchos países existe la pena de muerte para castigar crímenes horrendos.
Muchos han criticado este proceder, indicando que esto no evita el que otros practiquen los mismos crímenes, y es cierto en muchos casos. Pero a mi juicio, aunque bien pudiera ser un escarmiento para algunos el que se ejecute la pena de muerte, lo más importante aquí es el castigo en sí por causa del crimen, independientemente de los resultados que tenga en los que pudieran tener malignas y criminales intenciones. Como decíamos con relación al Sida, lujuriosamente las personas se vuelven más propensas a una vida sexual irresponsable a pesar de las consecuencias de esta enfermedad. Esto demuestra que el problema está en el corazón humano, que está por encima de toda razón y que domina la voluntad del hombre, haciéndole un esclavo de las bajas pasiones sin importarle el corolario de fatalidades que sus malos actos pudieran traerle.
Las disposiciones legales requieren el cumplimiento del castigo al margen de los resultados paralelos. Además, cuando la justicia castiga ejemplarmente el crimen, evita los sentimientos y acciones de venganza. En este sentido, la justicia realiza una labor de verdugo que cobra por la ofensa cometida, atiende la voz de la sangre que clama por vindicación. En este sentido le refiero al episodio de Génesis 4 que nos relata la muerte de Abel por parte de su hermano Caín. Generalmente, las personas que se oponen a la pena de muerte, también se oponen a las guerras, a la formación de ejércitos y de policías, y al uso de las armas en sentido general. Quienes piensan así nos están diciendo que vivimos en un paraíso perfecto donde no cabe la maldad, y que por ende no debe haber quien la enfrente.
Pero creemos que se equivocan, porque sin la represión contra el mal ningún Estado podría subsistir. Aun Dios tuvo que echar del cielo con violencia, haciendo uso de sus ejércitos, al que se constituyó príncipe del mal en las regiones celestiales (Isaías 14: 12-15; Daniel 10: 13, 20; Judas 9). Dios mismo es llamado en la Biblia "Jehová de los ejércitos" (I Samuel 17: 45). La realidad es que hay fuerzas espirituales que combaten en la oscuridad motivando el mal y propiciando la violencia (Efesios 6:12). En este sentido, los gobiernos deberían tomar "toda la armadura de Dios" para ir contra el mal, porque sin Dios no es posible destruir la maldad, como dice el salmo 127: 1: "Si Jehová no guardare la ciudad; en vano vela la guardia". La iglesia tiene el deber de orar por los que están en eminencia, por el presidente y funcionarios, para que podamos vivir en relativa calma hasta que Jesús venga (I Timoteo 2:1,2). El crimen sólo prospera en una sociedad donde los que están llamados a combatirlo hacen causa común con los criminales, este es el caso del narcotráfico en todo el mundo.
Mientras esperamos la venida del Señor, como ciudadanos de este mundo debemos cumplir con lo que el mismo Señor ha establecido con relación a los gobiernos humanos. Satanás es el dios de este siglo porque la mayoría de las personas han dado la espalda al verdadero Dios. Pero es bueno recalcar que quien tiene el verdadero control del mundo es Dios (Salmo 24: 1). El orden político que existe debe ser respetado y apoyado en todo aquello que no atente contra el deber cristiano.
El apóstol Pablo en su carta a los Romanos dio estas instrucciones a los creyentes, en un tiempo en que gozaban de cierta libertad religiosa, pero más adelante el emperador romano Nerón y otros más, con saña malvada persiguieron, torturaron y mataron a miles de cristianos. La historia nos registra que el propio apóstol perdió su vida por la causa de Cristo en el gobierno del imperio romano. Por esos factores, a muchos les cuesta aceptar como válido el respeto y cumplimiento en un gobierno dictador, por ejemplo.
Pero pese a todo esto la Biblia es clara en cuanto a la necesidad de la existencia de autoridad en el mundo.
La posición de un cristiano en el mundo siempre será de riesgo, puesto que los seguidores de Jesús estamos en el mundo pero no somos del mundo (Juan 15: 19; 17: 14).
Aún en medio de situaciones conflictivas y amargas podemos ser leales a los principios de nuestro Señor Jesucristo. Se puede ser abogado honesto, funcionario público incorrupto, policía cumplidor del deber, soldado digno de la patria, presidente que salga del palacio con la frente en alto.
Autor:
Leandro González
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |