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El hombre en busca de sentido (Viktor E. Frankl)

Enviado por NATALIA JIMENEZ


  1. Resumen de la obra
  2. Fase uno, "El internamiento en el campo"
  3. Fase dos, "La vida en el campo"
  4. Fase tres, "Después de la liberación"

El hombre en busca del sentido, es una obra que logra que el lector reflexione sobre sus valores, sus propósitos y sus planes: ¿Puedes ver hacia el futuro y responderte a ti mismo qué quieres ser, y cómo hacer para lograrlo?

Porque, el hombre, en verdad, es el ser que siempre decide lo que es.

En esta obra, en modo autobiográfico, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Es la historia íntima de un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. No se ocupa de los grandes horrores suficientemente descritos por otros personajes, el autor cuenta esa otra multitud de pequeños tormentos para pretender dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente del prisionero medio?

Resumen de la obra

Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él —que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio—, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla ?

En los campos de concentración habían dos tipos de prisioneros diferentes, a saber: el prisionero corriente, que sufría los trabajos más duros y recibía la crueldad de los soldados y los denominados "capos", prisioneros que actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales, los cuales menudo trataban a los otros prisioneros peor que los mismos soldados¸ para este trabajo se elegía únicamente a los más brutales.

Los "capos" se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácter hacía suponer que serían los indicados para tales procedimientos, y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos, inmediatamente se les degradaba. Pronto se fueron pareciendo tanto a los miembros de las SS y a los guardianes de los campos que se les podría juzgar desde una perspectiva psicológica similar.

Selección Activa y Pasiva

Nada más llegar al campo de concentración, que en este caso era el de Auschwitz, a los prisioneros se le despojaban de toda identidad y objetos personales, resumiendo su vida a no más que a un simple número de lista. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros: mantenerse con vida para volver con la familia que los esperaba en casa y salvar a sus amigos.

El proceso de selección era la señal para una abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contra otro.

Los prisioneros eran divididos de acuerdo a las capacidades que tuvieran para trabajar; se hacía una selección que para algunos tendría un destino fatal: agrupaban a los enfermos, deformes, débiles o que tenían algún defecto para trabajar y los enviaban a algunos de los campos centrales, donde se encontraban los crematorios y cámaras de gas.

A los prisioneros que realizaban trabajo forzoso, en algunas ocasiones les otorgaban una recompensa en forma de cupón, equivalente a una docena de cigarrillos, los cuales podían intercambiar por una ración de sopa. Normalmente los cupones se guardaban para la sopa, pero, gracias a ellos se podía distinguir cuando un prisionero perdía las ganas de vivir, ya que se fumaba sus cigarros para "disfrutar" de sus últimos días de existencia "De modo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba".

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico

Este relato trata sobre las experiencias del autor como prisionero común, pues es importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuvo trabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas. era un prisionero más, el número 119.104 y la mayor parte del tiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril.

Únicamente el que ha estado dentro sabe lo que pasó, aunque sus juicios tal vez no sean del todo objetivos y sus estimaciones sean quizá desproporcionadas al faltarle ese distanciamiento. Es preciso hacer lo imposible para no caer en la parcialidad personal, y ésta es la gran dificultad que encierra este tipo de obras: a veces se hará necesario tener valor para contar experiencias muy íntimas… Decidí expresar mis convicciones con franqueza, y por esta razón me abstuve de suprimir algunos de los pasajes, venciendo incluso mi desagrado hacia el exhibicionismo.

El autor divide la vida en el campo en tres fases, con las que intenta describir las reacciones psicológicas de los prisioneros, durante su estadía, en los campos de concentración: la fase que sigue a su internamiento, la fase de la auténtica vida en el campo y la fase siguiente a su liberación.

Fase uno, "El internamiento en el campo"

Caracterizada por el síntoma de shock, donde lo incierto los hacía digerir cada momento en el instante, con la constante pregunta ¿y ahora qué sigue?

En esta fase los prisioneros son trasladados en tren a Auschwitz, en donde un grupo de prisioneros, que parecían bien alimentados y hablaban todos los idiomas de Europa, les da la bienvenida, de manera de crear empatía con los recién llegados, lo que les daba la ilusión de que sus días no estaban contados y de que podían depositar confianza en ellos para contarles su situación; ya que la sola vista de las mejillas sonrosadas y rostros redondos de aquellos prisioneros resultaban de gran estímulo. Luego se sabría que era un grupo especial de prisioneros que hacían las funciones de comité de bienvenida.

En psicología, existe un estado de ánimo llamado "La ilusión del indulto" en la que el condenado a muerte a punto de morir, concibe la ilusión en la que sería indultado.

Lo mismo les pasaba a éstos prisioneros, se agarraban a los últimos jirones de esperanza que les quedaba.

La primera selección

Si nos enviaban a la derecha ("desde el punto de vista del espectador") significaba trabajos forzados, mientras que la dirección a la izquierda era para los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban a otro campo. Ese juego del dedo se trataba de la primera selección, el primer veredicto sobre nuestra existencia o no existencia .

La desinfección

Llegó el momento de la desinfección, donde les quitaron todos sus objetos personales, Frankl perdió un manuscrito de alto valor, les afeitaron todo el cuerpo y les dieron una pastilla de jabón.

La única posesión: la existencia desnuda

A partir de ese momento lo único que tendrían aquellos prisioneros seria su existencia desnuda, incluso sin un pelo, no había ningún enlace material hacia su vida anterior.

Las primeras reacciones

Después en la ducha a todos los prisioneros los embargó un humor macabro; Supimos que nada teníamos que perder como no fueran nuestras vidas tan ridículamente desnudas. Cuando las duchas empezaron a correr, hicimos de tripas corazón e intentamos bromear sobre nosotros mismos y entre nosotros. ¡Después de todo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!….

Aparte del humor, otra sensación se apodero de ellos: la curiosidad, que suele aparecer ante ciertas circunstancias extrañas. Se tenía ese ánimo como medida de protección, todos deseaban saber que pasaría a continuación.

"Lanzarse contra la alambrada"?

La amenaza de muerte continua (día tras día, hora tras hora,minuto tras minuto), lo desesperado de la situación y el preguntarse quién sería el siguiente abrigaba en ellos el pensamiento de suicidarse o "lanzarse contra la alambrada", como decían ellos. Seguidamente un colega de Frankl salió de su barracón a pesar de la prohibición y les dio unos consejos alentadores, como el de tener una apariencia joven y lozana. Puesto que a los que parecían enfermos y demacrados por fuera y por dentro eran los que más probablemente fueran derechos a la cámara de gas, se les llamaba musulmanes.

En la primera fase del shock, el prisionero de Auschwitz no temía la muerte. Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían para él todo su horror; al fin y al cabo, le ahorraban el acto de suicidarse.

Fase dos, "La vida en el campo"

La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno no le importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en la segunda etapa de las reacciones psicológicas del prisionero y lo que, eventualmente, le hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos.

Las reacciones de la fase anterior empezaron a desaparecer a los pocos días; a los prisioneros los invadió un síntoma de apatía, en la que se llegaba a una especie de muerte emocional, desaparecen sus sentimientos ante la visión de cosas tétricas que ocurren todos los días (como el niño al que se le hielan los pies y se medio arranca los dedos con unas tenazas), hasta que al final esas escenas se hacen habituales y se acostumbraban a ellas. Esta apatía era un mecanismo necesario de autodefensa, ya que el prisionero olvidaba todo dolor y sufrimiento y se centraba en un único objetivo, el conservar la vida propia y la de otros compañeros.

Era típico oír a los prisioneros, cuando al atardecer los conducían como rebaños de vuelta al campo desde sus lugares de trabajo, respirar con alivio y decir: "Bueno, ya pasó el día."

Los sueños de los prisioneros

Los deseos más primitivos de los prisioneros, como comida, un baño caliente, cigarrillos, etc. se hacían ver en sus sueños. En una ocasión, Frankl pretendía despertar a un compañero que estaba teniendo una pesadilla. Pero al final lo dejo porque por muy horrible que fuera la pesadilla siempre sería mejor que la realidad en el campo.

El hambre

Debido al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el deseo de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se centraba la vida mental. La mayoría de los prisioneros que trabajan uno junto a otro y a quienes, por una vez, no vigilan de cerca. Inmediatamente empiezan a hablar sobre la comida.

Siempre consideré las charlas sobre comida muy peligrosas. ¿Acaso no es una equivocación provocar al organismo con aquellas descripciones tan detalladas y delicadas cuando ya ha conseguido adaptarse de algún modo a las ínfimas raciones y a las escasas calorías? Aunque de momento puedan parecer un alivio psicológico, se trata de una ilusión, que psicológicamente, y sin ninguna duda, no está exenta de peligro.

El momento más terrible de las 24 horas de la vida en un campo de concentración era el despertar, cuando, todavía de noche, los tres agudos pitidos de un silbato nos arrancaban sin piedad de nuestro dormir exhausto y de las añoranzas de nuestros sueños.

Sexualidad

El hecho de la desnutrición que sufrían y que la ausencia total de sentimentalismo provocaba también que el deseo sexual fuera nulo; Incluso en sueños, el prisionero se ocupaba muy poco del sexo, aun cuando según el psicoanálisis "los instintos inhibidos", es decir, el deseo sexual del prisionero junto con otras emociones deberían manifestarse de forma muy especial en los sueños.

Ausencia de sentimentalismo

En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuerce de tener que concentrarse precisamente en salvar el pellejo llevaba a un abandono total de lo que no sirviera a tal propósito, lo que explicaba la ausencia total de sentimentalismo en los prisioneros.

La huida hacia el interior

Pero a pesar del primitivismo físico y mental. Los prisioneros llevaban una profunda vida espiritual. Las personas de constitución débil y que habían llevado una vida espiritual profunda parecían llevar mejor la vida en el campo que las personas fornidas. Esto se debe a que se retrotraían a una vida de riqueza interior y de libertad espiritual. Eso sí, no cabe duda de que estas personas de complexión endeble sufrieron muchísimo.

Para aliviar el sufrimiento de los prisioneros se crearon una especie de terapias de grupo basadas en el humor. Se parodiaba todo aquello que había en el campo y por muy horrible que fuera siempre se reían de ello.

Juguetes del destino

La suerte de Frankl se fue incrementando poco a poco. Fue trasladado desde trabajos en el exterior a las cocinas y posteriormente se presentó voluntario para trabajar en un campo destinado a enfermos de tifus desempeñando tareas sanitarias.

Una cosa anhelada por el prisionero era la soledad. Dado que vivían en una sociedad comunitaria impuesta, no tenían ocasión de estar a solas consigo mismos. Frankl encontró un lugar destinado a ello cuando lo trasladaron a un campo de reposo.

Los prisioneros eran un juguete del destino. Lo que les hacía más inhumanos de lo que las circunstancias habrían hecho presumir. Se observaba a los musulmanes -prisioneros enfermos y demacrados- con curiosidad para ver si sus zapatos eran mejores que los de uno y los prisioneros solo eran un simple número, no contaban con personalidad.

El canibalismo hizo aparición justo cuanto Frankl fue destinado a otro campo. Frankl relaciona este hecho con el relato de "Muerte en Teherán". Donde un persa rico sorprendió a un joven criado suyo intentando robarle un caballo. El persa lo sorprendió y le pregunto por qué lo hacía. Este le contesto porque se le había aparecido la muerte y lo había amenazado. El persa rápidamente le dio dos caballos y lo mando hacia Teherán. Poco después el amo se encontró con la muerte y le preguntó por qué había amenazado a su criado, a lo que la muerte contestó "No lo amenacé, solo mostré mi asombro al verlo aquí cuando mis planes eran verle en Teherán esta noche."

Planes de fuga

Los prisioneros temían tomar cualquier tipo de decisión y deseaban que el destino lo hiciera por ellos. Este querer evitar el compromiso se hacía más patente cuando el prisionero debía decidir entre escaparse o no escaparse del campo. Frankl junto con otro compañero tuvo oportunidad de escapar en un momento, pero por algunas dificultades no pudo. Sin embargo en ese intento se agenció una mochila y un cuenco. Mientras poco a poco se acercaba el día en que escaparía del campo. El frente de guerra avanzaba y el campo se disponía a ser evacuado aquella tarde. Tendrían que marcharse incluso los pocos prisioneros que quedaban. Pero los camiones aun no aparecían y se empezó a ejercer una vigilancia férrea sobre el campo para evitar cualquier intento de fuga. Sin embargo Frankl tenía un plan que podía funcionar. Llevarían afuera tres cadáveres de prisioneros. Llevarían uno en cada viaje y por turnos llevarían una mochila, seguidamente la otra y después tratarían de evadirse. De pronto y cuando se disponían a realizar el tercer viaje apareció un camión color aluminio con una gran cruz roja pintada que empezó a descargar medicinas y alimento. Ya no merecía la pena escapar. Después llegaron los camiones de las SS diciéndoles que serían enviados a un campo en Suiza para ser canjeados por prisioneros de guerra. El medico jefe empezó a hacer grupos de trece para los camiones, sin embargo Frankl y su compañero no estaban entre ellos. El medico jefe dijo que con la fatiga y los nervios no se había fijado. Desilusionados se fueron a dormir.

A la mañana siguiente el atronador ruido de la guerra los despertó. Cuando amenguo el tiroteo y se alzó la bandera blanca se enteraron de que los compañeros que habían sido evacuados en los camiones el DIA anterior habían muerto abrasados encerrados en barracones. Frankl volvió a pensar en el cuento "Muerte en Teherán".

Irritabilidad

Aparte de ser un mecanismo de defensa, la apatía era el resultado de otros factores. El hambre y la falta de sueño contribuían a ella, también lo hacia la irritabilidad, que era otra característica del estado mental de los prisioneros. Aparte de las causas físicas estaban también las mentales. Todos los prisioneros tenían algún tipo de complejo de inferioridad.

La libertad interior

Tras explicar la psicopatología de los prisioneros del campo se puede sonsacar que el ser humano es una raza completamente influida por su entorno, que en este caso es el campo de concentración. Sin embargo había una única cosa que no se le podía arrebatar a un recluso de un campo de concentración, su libertad interior, su yo más íntimo. A pesar de las condiciones a las que se veían expuestos los prisioneros cada uno decidía que tipo de persona deseaba ser, y en esta decisión no influya ni el entorno del campo. Dijo Dostoyevski Solo temo una cosa, no ser digno de mis sufrimientos. Los prisioneros eran dignos de sus sufrimientos y la forma en que los aguantaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.

Lo que más preocupaba a los prisioneros era si sobrevivirían en el campo de concentración. Porque si no se preguntaban aquello sus sufrimientos no tendrían sentido puesto que era una vida cuyo único fin era superarla.

La observación psicológica de los prisioneros demuestra que solo aquellos a los que no le derribaba su sostén moral y espiritual caían víctimas de las influencias degenerantes del campo. Todos los prisioneros que han sobrevivido coinciden en que lo más angustioso de todo era el no saber cuándo iba a durar su encarcelamiento. Nadie les dio una fecha de liberación, es más, no tenía sentido hablar de ello. La vida en el campo podía denominarse "existencia provisional". Los prisioneros sufrían una extraña deformación del tiempo. Para ellos una unidad de tiempo menor como un día (lleno de torturas y de infamias) parecía tener mayor duración que una semana.

El destino, un regalo

El hombre tiene la peculiaridad de no poder vivir sin mirar al futuro. Esto a veces le salva en los momentos más dificultosos de su existencia. Cuando uno sufre se crea una fortaleza pensando que vendrán tiempos mejores y se imagina a uno mismo realizando cosas que satisfacen su psique. También suele refugiarse en cosas triviales del día a día. Decía Spinoza en su Ética: La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo. Puede decirse, que todo aquel que perdía la fe en su futuro estaba condenado, se desmoronaba su sostén interno y sufría una crisis, producida por el aniquilamiento físico y mental. Cuando la gente perdía la esperanza por vivir, eran presos de enfermedades, las cuales su cuerpo no rechazaba. Dijo Nietzsche: Quien tiene algo por qué vivir puede soportar cualquier como.

En el campo, no se estaba permitido impedirle a alguien que se suicidara. Por ejemplo, no se permitía cortar la cuerda del que se iba a ahorcar. Por ello había que impedir que se llegara a tal extremo. Para ello se usaba un método de psicoterapia o psicohigiene. Se le buscaba a la vida del individuo con ganas de suicidarse una meta, un fin que le diera sentido a esa existencia de sufrimiento, con ello la persona luchaba contra la adversidad del campo de concentración. Habían encontrado el por qué de su vida e iban a ser capaces de soportar casi cualquier como.

Esta segunda fase de internamiento en el campo concluye con un análisis psicopatológico de los guardas. En él se puede comprender que no todos los guardas eran gente cruel y despiadada. Cierto es que para este cargo se escogía de entre muchos a las personas más sádicas de todas, salvando algunas excepciones. Pero no solo los guardas del campamento eran crueles. En el libro se menciona al prisionero más antiguo del campo, que pegaba al resto a la más mínima falta. Con ello se distingue en toda la humanidad a solamente dos razas: la de los hombres decentes y la de los indecentes. Sin embargo no hay grupos humanos decentes o indecentes sino que estamos mezclados, y hay de todo en todas partes. Por ello se podía encontrar a gente decente entre los guardas del campamento. Finalmente se concluye con la respuesta a una pregunta que mucha gente se ha formulado pero que muy pocos han podido responder con tal exactitud: ¿Que es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.

Fase tres, "Después de la liberación"

Por último está la fase caracterizada por el desahogo, que es la constante del prisionero, de desahogarse de diferentes maneras de todo lo vivido durante el tiempo de encierro; debido a que esta etapa es después de la liberación.

Con torpes pasos, los prisioneros nos arrastramos hasta las puertas del campo. Tímidamente miramos a nuestro derredor y nos mirábamos los unos a los otros interrogándonos. Seguidamente, nos aventuramos a dar unos cuantos pasos fuera del campo y esta vez nadie nos impartía órdenes a gritos, ni teníamos que apresurarnos en evitación de un golpe o un puntapié.

Después de ser liberados, el prisionero, por extraño que parezca, no se sentía feliz. Habían perdido el sentimiento que llamamos felicidad, y lo tendrían que ir recuperando poco a poco.

Desde el punto de vista psicológico, lo que les sucedía a los prisioneros liberados podríadenominarse "despersonalización".

Por el contrario, el cuerpo, que tenía menos abstenciones que la mente. Comía vorazmente cualquier cosa que le dieran y a cualquier hora. Era increíble la cantidad de comida que podían tragar. Otro aspecto era que tenían que hablar de lo que habían pasado, a veces durante horas y horas.

Por último, y no por ello el menos importante, debo recalcar en esta tercera fase un sentimiento que podía llegar a hacer al -podemos llamarlo ya- ex-recluso, hacerlo sufrir mucho más que cuando estaba interno. Este sentimiento era la desilusión. Desilusión que llevaba al prisionero a la casa con la que tanto había soñado y había descubierto que, aquello por lo que había mantenido la esperanza durante tanto tiempo, ya no estaba allí.

El desahogo

El camino que partía de la aguda tensión espiritual de los últimos días pasados en el campo (de la guerra de nervios a la paz mental) no estaba exento de obstáculos. Sería un error pensar que el prisionero liberado no tenía ya necesidad de ningún cuidado. Considerando que un hombre que ha vivido bajo una presión mental tan tremenda y durante tanto tiempo, corre también peligro después de la liberación, sobre todo habiendo cesado la tensión tan de repente.

Durante esta fase psicológica se observaba que las personas de naturaleza más primitiva no podían escapar a las influencias de la brutalidad que les había rodeado mientras vivieron en el campo. Ahora, al verse libres, pensaban que podían hacer uso de su libertad licenciosamente y sin sujetarse a ninguna norma. Lo único que había cambiado para ellos era que en vez de ser oprimidos eran opresores. Se convirtieron en instigadores y no objetores, de la fuerza y de la injusticia. Justificaban su conducta en sus propias y terribles experiencias y ello solía ponerse de manifiesto en situaciones aparentemente inofensivas.

En una ocasión paseaba yo con un amigo camino del campo de concentración, cuando de pronto llegamos a un sembrado de espigas verdes. Automáticamente yo las evité, pero él me agarró del brazo y me arrastró hacia el sembrado. Yo balbucí algo referente a no tronchar las tiernas espigas. Se enfadó mucho conmigo, me lanzó una mirada airada y me gritó:

"¡No me digas! ¿No nos han quitado bastante ellos a nosotros? Mi mujer y mi hijo han

muerto en la cámara de gas —por no mencionar las demás cosas— y tú me vas a prohibir que tronche unas pocas espigas de trigo?"

La amargura tenía su origen en todas aquellas cosas contra las que se rebelaba cuando volvía a su ciudad. Cuando, a su regreso, aquel hombre veía que en muchos lugares se le recibía sólo con un encogimiento de hombros y unas cuantas frases gastadas, solía amargarse preguntándose por qué había tenido que pasar por todo aquello.

Pero para todos y cada uno de los prisioneros liberados llegó el día en que, volviendo la vista atrás a aquella experiencia del campo, fueron incapaces de comprender cómo habían podido soportarlo. Y si llegó por fin el día de su liberación y todo les pareció como un bello sueño, también llegó el día en que todas las experiencias del campo no fueron para ellos nada más que una pesadilla.

Sin embargo para todos los liberados llego el día en que todo el dolor y el sufrimiento tanto mental como físico habían llegado a su fin y no sería más que la más cruenta de las pesadillas. Ya no había nada que temer excepto -según Frankl- a Dios.

 

 

Autor:

Natalia Jimenez

edu.red

UAM – Derecho Humanos