Lenin: del Estado a la revolución
Enviado por Luis Felipe López-Espinosa
- Preliminares a la lectura de Lenin y de El Estado y la revolución
- Del Estado a la Revolución
- Para concluir: Lenin en el siglo XXI
¿Por qué hay que leer a Lenin? ¿Por qué proponemos aquí una lectura de Lenin en vez de, por ejemplo, de Marx? La elección no es por supuesto arbitraria. Está claro que toda lectura de Lenin presupone una previa lectura de Marx, y especialmente del Marx de El capital. Más aún, toda lectura de Marx tiene que comenzar por El capital –para no caer en los humanismos de cierta lectura, por ejemplo la lectura otrora de moda de los Manuscritos de 1844.
Pero sí que podemos apuntar una idea, la de que Lenin añade algo a Marx: y es justamente lo que le añade lo que ha de ser objeto de estudio. ¿Por qué Marx ha podido ser «revisado», y Lenin no? ¿Cuál es el núcleo del pensamiento leniniano que, a pesar de los generales malentendidos, resulta claramente incontrovertible –imposibilitando toda tarea de asimilación y digestión de su trabajo–? O como diría Zizek, ¿cuál es el núcleo del pensamiento leniniano que toca lo Real (traumático)? Y es que, guste o no (y guste o no, en primer lugar, a sus intérpretes estalinistas), Lenin propone una cierta lectura de Marx, una lectura que pone en primer plano el elemental propósito emancipatorio del marxismo, que lo convierte en una magnífica herramienta de subversión: ni capitalismo, ni socialdemocracia, ni tampoco socialismo –sino comunismo. Pero vayamos por partes.
Derrida hablaba de cómo lo realmente incómodo de ciertos autores está en no atenerse a los registros esperados (y bien fortificados por la Academia): así el propio Derrida es incómodo al entrecruzar el estilo literario con el filosófico (al negar por tanto el límite entre literatura y filosofía), como Sade es incómodo no por escribir literatura libertina (que constituía todo un género en la Francia de su tiempo) ni por hacer filosofía (que de hecho suele plagiar a los ilustrados ateos), sino por mezclar de manera inquietante la pornografía más contundente con disertaciones sobre, verbigracia, la existencia de Dios.
Y Althusser es precisamente quien da en el blanco cuando en su Lenin y la filosofía nos pone sobre la pista: Lenin es incómodo por mezclar la filosofía y la política. Lenin hace filosofía, pero no hace la filosofía que se espera que haga un filósofo:
La verdadera cuestión se refiere justamente a esa práctica tradicional, que Lenin vuelve a poner en entredicho al proponer una práctica completamente distinta de la filosofía.
Una práctica de la filosofía que conlleva según Althusser un conocimiento, una Teoría (materialismo dialéctico) que tiene por objeto a la propia práctica teórica (incluida la misma filosofía, y es ahí donde le duele a ésta). Pero sobre todo, lo que colma el vaso es ¡¡que Lenin es un político!! ¿Cómo puede la filosofía soportar la idea de tener algo que aprender no ya de un filósofo, sino de un político? Y añadiríamos nosotros: lo peor del caso es que ni siquiera es puramente un político.
Cuando Lenin, el 4 de abril de 1917, lee sus famosas tesis, ¿quién habla, el político o el filósofo? ¿Un político que en medio de la explosión de libertades de la primera revolución de febrero parece volverse loco (no lo digo yo, lo dice la misma Krupskaya) y en vez de hacer lo que se esperaba de él, hacer «política» y luchar por unas «elecciones libres», presenta ¡unas tesis!, delirantes en palabras de Plejanov, en las que caracteriza esa misma libertad, la ausencia de violencia contra las masas, y «la confianza inconsciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, de los peores enemigos de la paz y del socialismo» , como los elementos constitutivos de la transición desde la primera etapa de la revolución (la de completa sumisión del proletariado) a su segunda etapa, la que pone todo el poder en manos del proletariado y el campesinado? ¿O un filósofo que «malinterpretó» la Lógica de Hegel y en vez de, una vez más, «hacer lo que cabría esperar» de un filósofo (al cabo, que se esté quietecito, que filosofe cuanto quiera pero no saque los pies del tiesto) tomó un tren sellado a través de Alemania para leer un panfleto que hablaba de revolución? Porque incluso así dicho, ni la filosofía del político ni la política del filósofo entran en los cánones preestablecidos.
El leninismo es un cuestionamiento de nuestras certezas más profundas, de aquellas en las que nos hemos criado: más que una identificación incondicional con no se sabe bien qué tipo de «extremismo», supone la «deconstrucción» del propio campo en el cual se distribuyen las distintas fuerzas en conflicto (y en el cual se puede clasificar lo normal y lo «extremo»). Un par de ejemplos. En El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, obra que todo el mundo cree conocer con solo leer su título, Lenin combate tanto el conservadurismo como el aventurerismo izquierdista; pero esto no significa que su propuesta sea, como rezaba la doctrina estalinista, que la línea correcta del partido tenga que oscilar entre una y otra desde una política «de centro». El verdadero mensaje del texto es que el plano en el que hay que disponer la práctica política no es el de la frívola elección entre «izquierda» y «derecha» (como quien escoge té o café, azúcar o sacarina). Contra la metáfora espacial, lo que Lenin rescata es la lucha de clases –el capital de un lado, los trabajadores de otro– y una consecuente toma de partido por los intereses de clase de éstos. El segundo ejemplo que hay que citar es el de El Estado y la revolución: como en el caso anterior, lo que tenemos es la abolición de toda moral abstracta y de todo apriorismo, y el uso del Estado como herramienta subordinada a los intereses de la clase trabajadora y la hipótesis de su extinción en la medida en que dejase de ser necesario para llevar a cabo su función.
En un caso como en otro, tenemos la plasmación más exacta de lo que Lenin, tal vez en un exceso, llega a llamar la «moral comunista» . Jacques Lacan formulaba la ética del psicoanálisis con el siguiente aforismo: no cedas en tu deseo. No dejes de ser sujeto deseante, no te rindas ante la satisfacción. La ética de Lenin, si se la puede llamar así, es justamente una ética del deseo, aunque se trate de un deseo revolucionario: no cedas en tus intereses de clase; sus últimos escritos, durante la etapa de la «edificación socialista», dedicados a proyectar el futuro desarrollo hacia la sociedad comunista, tienen que ver con esta ética que no se acomoda a los logros alcanzados –a la inversa, el periodo estalinista del «socialismo en un solo país» supone la vuelta a la autocomplacencia, tanto por conformarse con el socialismo (que no puede ser más que un medio más a tener en cuenta como tal, y por consiguiente imperfecto) como por regresar a las dimensiones de la política internacional clásica (basadas en el Estado-nación). Hay un interesante paralelismo entre la Escuela de Lacan y el Partido de Lenin: ambos personajes eran afectos a la escisión, a la disolución, incluso a ser excomulgados. Ambos lo fueron, de un modo o de otro, en vida o «en efigie», en lo cual tenemos que situarlos en la nada menospreciable compañía de otro gran excomulgado, literalmente hablando: Spinoza, el judío hereje de Ámsterdam. Persistir en el deseo significa que el objetivo no es alcanzar un equilibrio estable y satisfactorio, sino elevar el nivel del conflicto. Persistir en el deseo significa que la felicidad, la satisfacción, son imposibles; no hay descanso, no hay vacaciones: dejar de hacer política (rendirse en la consecución de esos intereses de clase) es perderlo todo, puede que por mucho tiempo.
Página siguiente |