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Superstición (página 2)


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Las religiones provocan levantamientos colectivos, para imponer como leyes sus especulaciones religiosas. Consideran como crímenes las opiniones contrarias a ellas y las castigan como graves atentados contra la autoridad. Pero no es la salud pública de un estado, sino el odio y la crueldad de los inquisidores los que necesitan victimas. La libertad de cultos, la libertad individual de pensar son necesarias para conseguir y mantener la paz y la salud de un estado.

En la esclavitud y en la salvación

El principal interés de los gobiernos religiosos consiste en el engaño, para hacer creer los mandatos de implantar la religión, el temor que ellos necesitan, y así mantener a la población en la servidumbre y en la creencia de que luchar en favor del gobierno, es luchar por su propia salvación, cuando en realidad están defendiendo su propia esclavitud. Cómo es posible que las religiones convenzan a sus pueblos, de que lo más glorioso es servir y dar la vida por algún tirano?. Cómo es posible que en tales estados se diga que se lucha por la libertad?. Nada más contrario a la libertad, que cohibir con prejuicios religiosos el libre ejercicio de la razón individual y nada más reprobable que propagar estas ideas. Es necesario eliminar los prejuicios residuales de la esclavitud, fundamentados en la religión o en los poderes soberanos.

En los clérigos

Los clérigos muy tranquilamente se entregan a toda clase de maniobras para apoderarse del poder y del velo de la religión, con el fin de sumergir al pueblo de nuevo en la esclavitud. Ese pueblo aun extraviado por la religión, no bien curado de la superstición pagana, ni de la obediencia ciega a poderes, declarados como legítimos. Las religiones se presentan como promotoras de paz, de buena fe, de continencia, de bondad y de amor. Sin embargo los creyentes se combaten mutuamente con tal violencia y se persiguen con fiera saña entre sí. Tanto han llegado a parecerse las religiones entre sí, que un judío, un cristiano, un musulmán, o un pagano, no se diferencian en sus vidas prácticas. Para distinguirlos hay que averiguarles qué iglesia frecuentan.

El pueblo al creer que la religión consiste en los honores tributados a sus ministros, ha permitido que ellos introdujeran tantos abusos en sus iglesias. Quienes se inclinan por el sacerdocio, lo hacen más por las ventajas materiales y las dignidades alcanzadas, que por los deberes para con sus feligreses. Muchos hombres oportunistas se apoderan del sacerdocio y cambian el celo en la propagación de la fe, por escandalosa ambición y sórdida avaricia. Convierten los templos, donde deben instruir al pueblo, en teatros donde se hacen aplaudir y admirar, y donde cautivan a las personas y las sorprenden con novedades raras y cosas extraordinarias. Entre ellos las disputas, las envidias y los odios implacables son pan de cada día.

Como resultado la religión no es más que un culto exterior, adulación más que homenaje a dios, prejuicios y fe o credulidad. Prejuicios y credulidad parecen forjados deliberadamente para extinguir y sofocar la razón humana, para embrutecer a las personas y quitarles su capacidad de razonar, de discernir lo falso de lo verdadero. Las religiones se han convertido en un conjunto de misterios absurdos. Sus ministros dicen estar iluminados por la luz divina, pero están es inflados con un orgullo insensato, son quienes más desprecian la razón, los que más rechazan el entendimiento y lo acusan de estar corrompido en su propia naturaleza. Pero si tuvieran algún destello divino, honrarían a sus dioses con mayor prudencia, se distinguirían por sus sentimientos no de odio sino de amor, y no perseguirían con tanta animosidad a los que no comparten sus opiniones, o no se preocupan por ellos.

En las escrituras

Cuando los clérigos popularizan la explicación de las escrituras, parten siempre del principio que las escrituras son verídicas y divinas. Más que la fe los guía una extremada autocomplacencia. En lugar de predicar un examen severo de las escrituras, las cuentan como sueños. Como resultado, lo que estos libros enseñan, siempre es mejor que todos los inútiles comentarios que hacen sobre ellos. Los escritores de los libros sagrados pusieron en boca de sus profetas los sueños insensatos de los griegos. Los filósofos religiosos posteriores acomodaron a las escrituras las especulaciones de Platón y Aristóteles, para ser tratados como discípulos de los filósofos idealistas y no de los paganos.

Las escrituras desprecian los conocimientos emanados de la naturaleza y en muchos casos son fuente de impiedad. Las ficciones humanas se aceptan como revelaciones divinas. Exigen fe o credulidad. Las controversias de los filósofos religiosos han suscitado pasiones ardientes en los pueblos, el nacimiento de odios, discordias y sediciones, que han acarreado un sinnúmero de males a la humanidad.

Es conveniente hacer un examen de las escrituras con espíritu libre y sin prejuicios, sin afirmar y reconocer nada como doctrina santa, sino únicamente lo que la escritura claramente enseña. Con esta interpretación de los libros sagrados se debe dar contestación a las preguntas: ¿Qué es profecía? ¿Cómo se rebeló dios a ciertas personas? ¿Por qué las escogió dios a ellas y no a otras?. Al contestar estas preguntas es fácil establecer que la autoridad de los profetas no tiene verdadero fundamento, a pesar de su experiencia de la vida y de la práctica de la virtud, y que por tanto sus opiniones carecen de verdadera importancia.

Dependencia de la superstición

David Hume (1711-1776). Filósofo escocés. A partir de sus análisis ya no fue posible hablar con la misma seguridad que antes de los milagros y el diseño del universo. Hume muestra los orígenes humanos de la fe y su dependencia de la superstición. Somete las pretensiones milagrosas a un interrogatorio con el cual deja al desnudo su naturaleza espuria.

Es una buena razón decir que la práctica de la moralidad es más fácil que la de la superstición. La reconciliación con la virtud y su práctica resultan agradables. Las supersticiones son siempre odiosas y onerosas. Sin embargo existen persistencias excesivas en ellas.

El ramadán de los islamitas, durante el cual multitud de crédulos permanecen sin comer ni beber, desde la salida hasta la puesta del sol, a lo largo del día, en los meses más calurosos del año y en los países más cálidos del mundo. Los moscovitas prefieren practicar cuatro cuaresmas por un periodo y no la humildad y la benevolencia continuamente.

Los deberes que una persona cumple con sus compañeros, o un padre con sus hijos, son instintos naturales del reino animal, que obligan a ejecutarlos sin ningún esfuerzo o trabajo, y no implican ningún mérito religioso. Incluso el civismo, el deber filial, la templanza y la integridad a escala humana se consideran como un deber a la sociedad y a nosotros mismos.

Ni siquiera una persona supersticiosa considera que estas prácticas sean realizadas por amor a su dios y que le retribuirá favores especiales y protección divina.

Las personas no consideran que deban promover la felicidad de sus criaturas desfavorecidas y servir a dios. Consideran que por devolver un favor o pagar una deuda, su dios no se siente agradecido, porque son actos que por justicia estaban obligadas a realizar, aunque no existiera ningún dios en el universo.

Pero si hace un día de ayuno o se flagela, eso sí agrada a su dios y con estas muestras de devoción esperan lograr la atención divina y recompensas como protección y seguridad en este mundo y felicidad eterna en el otro.

Las personas para llamar la atención de su dios, para disipar los temores y terrores que las atormentan, buscan acciones que no benefician a los demás, sino que las atormentan a ellas mismas. Las prácticas que mortifiquen sus vidas, que se opongan fuertemente a sus inclinaciones naturales, las usan para pagar favores divinos, en lugar de rechazarlas.

Sacrifican parte de sus comodidades, de su tranquilidad, porque creen estar haciendo algo meritorio que puede generarles alguna recompensa.

Esto explica que los mayores crímenes y genocidios se hayan cometido creyendo interpretar la voluntad divina, y que las personas no justifiquen la práctica cotidiana de los preceptos morales como importantes. Más aún, monstruosidades de las peores se han usado para producir terrores supersticiosos e incrementar así el fervor y el celo religiosos.

Quienes acometen la empresas más criminales y peligrosas son por lo general los más supersticiosos. En ellos su fe y devoción religiosas crecen con sus miedos. No se contentan con las prácticas y ritos comunes y sus temores los llenan de ansiedad y los hacen buscar nuevas invenciones, que no llegan a la imaginación de ciudadanos obedientes de sus preceptos.

Después de cometer los delitos, en los criminales surgen remordimientos y terrores secretos, que no dan reposo a sus mentes y los llevan a recurrir a ritos y ceremonias religiosas estrafalarias, como expiación de sus ofensas.

Cualquier cosa que altere o debilite el estado de ánimo, favorece la superstición. Una voluntad firme y recia nos protege de los funestos accesos de la melancolía y nos enseña a soportarlos. En mentes en estado de paz nunca aparecen espectros de falsos dioses.

Cuando nos abandonamos a las sugerencias indisciplinadas de nuestros caprichos o sentimientos, se originan en nuestras mentes los terrores que nos agitan, y entonces hacemos uso de procedimientos de barbarie, nos servimos de ellos para apaciguar a nuestros dioses.

Las características dominantes de los dioses en las religiones son el capricho y la barbarie. Los religiosos en vez de tratar de corregir esas depredadas ideas, se dedican a fomentarlas y a alentarlas, porque cuanto más terriblemente representen a sus dioses, más dócil y sumisamente se conducen las personas con sus ministros. Y cuanto más irracional sea la aceptación de sus explicaciones, más necesaria se hace olvidarnos de nuestra razón y someternos a la guía y dirección espiritual de ellos.

Las raíces de nuestras debilidades se encuentran en lo más profundo de nuestras mentes, son parte de las propiedades esenciales y universales de la naturaleza humana. Las estratagemas para contrarrestarlas las agravan y las convierten en locuras.

Orígenes de las religiones

Estados de pánico. Una parte de la religión surgió del miedo y de la ansiedad por lo que nos puede suceder en el futuro. Cuando las personas están dominadas por recelos tenebrosos, imaginan poderes invisibles y desconocidos. Estos a su vez generan imágenes de venganza, severidad, crueldad y malicia, que aumentan el espanto y el horror que domina a los aterrados devotos. Una vez que el pánico se apodera de sus mentes, su fantasía multiplica los objetos terroríficos y, en esa penumbra o profundidad oscura verá algún espectro divino, bajo experiencias terribles, dioses de crueldad perversa inimaginable. Estos son los productos de una religión concebida en estado de pánico.

Estados de elogio y alabanza. Cuando las personas están inmersas dentro de un estado de elogio y alabanza, atribuyen a quien veneran todas las virtudes y todas las excelencias imaginables. Ninguna exageración será suficiente para engrandecer a sus divinidades, para describir las perfecciones de las que están dotadas. Como consecuencia crearán imágenes grandiosas de las divinidades que veneran y adoran. En cada deidad concurren por lo tanto dos partes contradictorias: un dios diabólico, malicioso, producto de temores, y un dios excelente y magnífico pletórico de virtud. Según su estado de ánimo en cada persona predomina la influencia del dios malo o del dios bueno.

Origen del fanatismo religioso

Las personas religiosas exaltan a sus dioses acrecentando su poder y conocimiento pero no su bondad. Con ello aumentan los temores de otros, a quienes persuaden de que ninguna actuación secreta puede ocultarse a su escrutinio y que hasta los sentimientos más profundos de su corazones son conocidos por ellos. Pero tales conductas en los dioses, al contrario de lo que pasa en los humanos, no deben ser censuradas, ni desaprobadas. Por el contrario deben ser encomiables, ya que procuran los estados de embeleso y éxtasis en las personas que creen ser objeto de ello. Por esta concepción es que puede afirmarse que las religiones son una especie de demonismo o creencia en el demonio u otros seres maléficos.

Cuanto mayor sea fanatismo, más se eleva el poder y el conocimiento de una deidad y más disminuidas quedarán su bondad y benevolencia. Entre mayor sea el fanatismo religioso se sienten más falsas y contradictorias, las propias palabras y opiniones de los fanáticos. A medida que aumenta el fanatismo se justifican las venganzas crueles e implacables, aunque el entendimiento no las considere perfectas y el corazón las deteste en secreto. El esfuerzo y sufrimiento adicionales para aceptar estos dioses como perfectos y merecedores de adoración, agravan el conflicto interior y aumenta los terrores internos, que cada vez perseguirán y fanatizarán a estas personas, víctimas de su propia superstición.

La doble moral de dioses y humanos

Los dioses permiten epidemias, hambrunas, catástrofes, genocidios, aumento de la pobreza, de la miseria, de las enfermedades, torturas, sadismo, injusticias y violaciones. Las personas se cuestionan por qué a los dioses se les permiten estas acciones y a los humanos se le repudia y castiga por ellas. Donde están las virtudes de generosidad, indulgencia, imparcialidad y justicia en los dioses?. Si faltan a ellas son dioses barbaros. En qué principios divinos fundamentamos la ética y moral humanas?. Cómo podemos aceptar que gobernantes divinos o humanos encargados de regular la vida de las personas, violen los principios con los que quieren juzgar y castigar a los demás?. Existen dos morales?, una para los dioses o gobernantes y otra para los particulares?.

En toda religión muchos de sus fieles buscan con fervor éxtasis arrebatadores, no por medio de la virtud o la conducta moral, sino por medio de prácticas frívolas, celo inmoderado o creencia en opiniones absurdas o misteriosas. A pesar de que la parte más corta del Pentateuco está constituida por preceptos morales, es la que menos se tiene en consideración o se cumple.

La falsa moral de monarcas y dictadores

Nunca atribuyen las epidemias, o los sufrimientos del pueblo a sus vicios, y nunca piensan en arrepentirse y menos en enmendarse.

Nunca se consideran los principales ladrones del mundo, a pesar de que su ambición y avaricia asolan territorios y reducen pueblos ricos a la penuria e indigencia.

Crean un dios dictador para quien es justificable estas calamidades, y quién aplaca su cólera con estos procedimientos.

Genocidios y crímenes horrendos que monarcas y dictadores cometan, los atribuye a la voluntad divina para no ser castigados. La cruz, la horca, la espada, la guillotina, los fusilamientos son aplicados a particulares, por crímenes o faltas comparablemente menores, como el robo de un animal, de algo de comida, o las protestas contra injusticias o imposiciones absurdas.

Declaran que la moralidad es el único camino para conseguir el favor divino. Los clérigos tratan de inculcar esta opinión por medio de sus sermones diarios, utilizando el arte de la persuasión, los prejuicios y supersticiones arraigados en las gentes, que consideran esencial escuchar esos sermones, pero no practicar la virtud y la buena conducta. Ninguna religión ha logrado inspirar ideas más razonables acerca de la aceptación de la moralidad, que las que ya le eran familiares a los griegos. Esta observación tiene un valor universal. La gente en cualquier parte degrada a sus dioses y los hace semejantes a ellos mismos, al considerarlo como especies de criaturas humanas con algo más de poder e inteligencia.

Cualquiera haciendo uso de su razón natural, considera la virtud y la honradez como las cualidades más valiosas que una persona pueda poseer. Por qué las religiones no exigen a sus dioses también estas cualidades?

 

 

Autor:

Rafael Bolívar Grimaldos

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