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Los misterios de Albiña


    Albiña, pueblo sin corbata blanca – Monografias.com

    Albiña, pueblo sin corbata blanca

    Era invierno, una tarde de sol refulgente y polvoriento.

    Las hojas y ramas de los árboles estaban hastiadas de polvo y yacía adherida en ellas tanta quietud que parecían no tener vida. Esto era a causa de la poca presencia de viento que soplaba en los días de agosto en el Albiña.

    Valentina Mejía sentada en una rústica butaca que miraba frente a su casa Observaba celosamente las flores de un gran árbol de Ceiba de tallo voluminoso y frondoso. Sus hebras blancas interrumpían sutilmente su visión pero ésta con un soplido de su aliento las apartaba sin quitar la mirada del gran árbol. Veía por un momento bajo la presencia de un milagroso viento cómo caían al suelo algunas hojas y flores de él. De repente dirigió su mirada al otro extremo de la Ceiba, directamente hacia un par de azulejos que con cantos de alegría construían su nido de amor. Recordaba los momentos más felices de su vida, en los que construía su sueño con el ser amado. Era tanto el encanto en esa hora que su mente huyó de su realidad, sus ojos parecían como de culebra hambrienta y su piel se erizó.

    Evocaba el tiempo en el que vivía en San Urrutia, su tierra de origen, en la cual vivió muchos años hasta llegar a Albiña. Trajo a la memoria los abrazos de su madre que tanto amó y de su hija Elvira quien fallece cuando solo tenía 39 años.

    Inmortalizaba su primer amor, las salidas a escondidas con sus amigas, sus buceos en la ciénaga sanurrutiana, su llenura de pescado frito y guisado, los volcanes de vela que alteraban en fuego con agua. Advertía como todo era encanto en su vida de juventud. Se observaba tomada de la mano con su primer novio caminando por la orilla de la ciénaga diáfana con una gran lumbrera rosada parada al final de las aguas con una figura de corazón que proyectaba en conjunto con un gran arco iris multicolor. Sus rostros estaban tan florecientes y llenos de gracia que parecían Ángeles recién descendidos de los cielos.

    De repente escucha una voz remota que decía:

    -"Se quema el arroz Valentina, el arroz se quema" -a ella le parecía familiar esa voz, pero no quería renunciar a aquel hechizo. Sintió que su hombro era sacudido desesperadamente y nuevamente la voz que insistía:

    "-se quema el arroz Valentina, el arroz se quema. -Era su esposo, Luís Arrieta, de cabello liso y blanco, estatura baja y pecho hundido. Usaba unas abarcas de cuero con plumas desgastadas, una camisa sin bolsillos y una rula en su vaina.

    Valentina corrió exasperadamente a retirar el cardero de arroz del fogón de adobe. Mientras atravesaba la calle tropezó con una piedra y calló boca abajo. Llena de mucha ira se levantó con una de sus chancletas de caucho reventadas y su pollera de varias telas de colores diferentes llenas de aquel polvo amarillo. -mira lo que me pasó por hacer lo que tu no eres capaz de hacer, ¿acaso no podías quitar el cardero del fogón? ¿Qué clase de marido tengo? -El señor luís con su humor insaciable replicó

    -No es bueno alisar la calle con la barriga, déjale ese trabajo a las cata pilas. Valentina exhaló profundamente para aminorar su ira, se dio vuelta y entró a su casa sin pronunciar palabra alguna, pues su vergüenza era única, algunos de sus vecinos presenciaron el hecho.

    Al llegar al patio hasta el fogón de adobe, todo estaba lleno de humo, Valentina entonces, retiró el cardero y lo dejó caer de inmediato.

    — ¡ay carajo me quemé! Saliendo de entre el humo con sus pupilas rojas y lacrimosas. Luís al verla lanzó una carcajada a los cuatro extremos de la tierra mostrando sus dientes picados y sus caninos de color platina señalándola con el dedo índice

    –¡ay Vale, pareces una burra trasnochada! -Impotente y ante la burla de su esposo, Valentina le lanzó una leña ardida en fuego arrebatándole el tabaco de su boca cayendo éste en una butaca llena de moscas.

    -eso es para que respetes. -pronunció Valentina.

    -perdóname mi Vale, profirió Luis acompañado de una sonrisa astuta entre sus dientes.

    Siendo las seis de la tarde se sentaron a cenar. – ¿sólo yuca con suero?

    –¿Es que acaso tu bajaste el cardero de arroz cuando se estaba quemando? -Respondió valentina aun enojada, ¡ves jáctate de burla!.

    En la noche, a las diez, Luís no paraba de carcajear y burlarse recordando lo sucedido al medio día con Valentina quien Profundamente molesta dijo:

    –en vez de ser tan charlatán y hacerme volar la piedra porque más bien no piensas que en este pueblo tan maluco y pequeño ya van seis muertos en sietes noches y no hay nada de nada del que está matando. La policía de San Urrutia ha llegado mil millones de veces aquí pero no hace nada, se ponen es a comer frito donde Rodrigo. A ellos no les importa nada de eso. Somos nosotros los que debemos más bien cogernos a ese matón. Toda la gente de aquí ahora recoge sus chemelecos tempranos y se encierran en sus casa porque tienen miedo; y ¿qué hace la policía?, ¡pues nada! El señor de los fritos, ya no se queda hasta las diez de la noche como antes vendiendo sus fritos, la señora Aura ya no saca a sus nietos a pasear al parque y nuestra gran vecina ya no anda de casa en casa soplando chisme.- Dichas estas palabras, reinó un silencio profundo y solo se escuchaba el canto de los sapos y grillos.

    –tengo calor– dijo Luís.

    – Te la aguantas porque no podemos abrir la ventana con tantas cosas malucas que están pasando. Yo también tengo calor y me la aguanto, ¿acaso no eres macho para aguantar más calor que yo? -Concluyó con un tono irónico. Luís permaneció callado por un largo momento agitándose impaciente es su cama sin toldo, escuchando el zumbido de los mosquitos en sus oídos. De repente afirmó: –yo voy a averiguar quien ese matón desgraciado y estoy más que seguro que es de este pueblo. Mi compadre Rodrigo solía decirme que aquí hay una persona que siempre ha estado inconforme con su gente y costumbres, que es un hombre enfermo y antisocial, y que probablemente sea el matón. Incómodo con el calor y las picaduras de los mosquitos abrió una puerta de la ventana.

    -No lo hagas Luís, acuérdate cómo está el pueblo. -Seguro de sí mismo, Luís le respondió: –te juro y garantizó que no pasará nada,

    — ¿y cómo puedes estar tan seguro?

    –pues, porque no logro sentir la mala hora, pues tengo el poder de sentir el bien y el mal. -Valentina musitó casi en silencio:

    -Eso es lo malo de llegar a viejo.

    Por un instante miraron el cielo el cual estaba gris y una gran luna algo nublada admirándolos compasivamente. Sentían que ella respiraba al ritmo de ellos. De esa manera, se quedaron dormidos.

    Valentina tuvo pesadillas y despertó turbada:

    — ¡Luís, Luís! – grito, pero Luís no respondía. Tentó en la oscuridad toda la cama pero él no estaba. Nuevamente lo llamó, pero persistía el espeso silencio. Se levantó y la asustó un enorme sapo que pisó al pie de la cama.

    -Malditos sapos, — dijo para sí misma, lo tomó con una bolsa en sus manos y lo arrojó por la ventana. Luego encendió un mechón e iluminó por toda la casa. Salió nerviosamente al patio y alumbró el baño imaginándose que posiblemente Luís estaría en él. Pero no lo encontró. Solo escuchó al fondo, al otro lado de la cerca de alambre púa algo que atropellaba la paja con su cuerpo. Valentina temió en gran manera y un solitario sudor frío bajó de su pela diente derecho el cual se disolvía a medida que acariciaba el inicio de su cuello arrugado. Entró a la casa, alumbró el reloj. Eran las 4 de la mañana. –¿dónde estará metido Luís? – se preguntó. En esa espera se quedó dormida.

    Despertada por el canto de los pájaros que tenían enjaulado, se levantó. -Luís, Luís.

    -aquí estoy, ¿qué pasa?

    — ¿dónde estabas?

    –estaba arrancando un majado de yuca.

    –¿a las 4 de la mañana?

    — si, si, es que decidí arrancarlo a esa hora porque a esa hora ya no tenía sueño.

    Media hora después se sentaron a la mesa ya habitada por una cantidad de moscas. El café estaba servido en la mesa. Luís lo probó y ligeramente lo escupió.

    –¡ay carajo, me quemé la lengua! -Valentina soltó una risotada.

    –Eso es para que respetes, acuérdate cuando me quemé las manos en el fogón y tú te burlaste de mí.- Luís no pronunció nada al respecto y dijo para sus adentros:

    –esa me las paga. Media hora después:

    –Valentina te buscan en la puerta.

    –¿Quién es?

    –La señora Aura, –dijo mintiendo. Al salir ésta a atender supuestamente a la señora Aura, Luis atravesó el pie y valentina calló boca abajo. Inmediatamente soltó una algazara que tal vez se escuchó en toda Albiña. Furiosamente Valentina se incorporó y tomó entre sus manos una escoba de barbasco. Luis al ver que su esposa le iba a lanzar la escoba se apresuró a salir del patio muerto de la risa y en vano Valentina se la arrojó, pues hasta mató unos pichones de cotorras que tenía en un recipiente de totuma.

    –Un día de estos te arranco las muelotas brillantes que tienes en tu puerca boca.

    Después del desayuno el señor Luís salió a buscar la comida del día. Él era trabajador de oficios varios. Sabía levantar cercas de patios, cortar el sucio de la hierba, ordeñar, entre otros oficios propios de un hombre de sus características.

    Llegada las nueve de la mañana se encontró con Rodrigo Domínguez, fritanguero, quien ya no salía por las noches a hacer su trabajo por temor. Éste era conocido en el pueblo por su gran sombrero vueltiao, sus abarcas rojas, su camisa desbotonada a la altura del ombligo presiona por el volumen de su estómago. Además lo diferenciaban por sus saludos matinales mientras vendía su producto.

    — ¿Cómo ha pasado viejo Luís? -saludo Rodrigo Domínguez dando tres palmaditas en la espalda de Luis.

    — muy bien y mal.

    — ¿y por qué bien y mal?

    — bien porque estoy vivo y porque como no tenía nada para comer hoy ya me encontré un cerdo.

    –¿cuál cerdo?

    –pues uno que me acaba de golpear la espalda hace un minuto. Rodrigo Domínguez un tanto ofendido distorsionó el comentario y pregunto:

    — ¿y por qué mal?

    — porque salí desde las seis y media de la mañana a rebuscarme algo por ahí y no he encontrado nada de nada.-

    – vez al Bar de Billar y averíguate ahí si el dueño está buscando a alguien que alimente a sus cerdos, me parece haber escuchado que él está necesitando a alguien que le haga ese trabajo.

    –Está bien voy a ir para ver como es la vaina — concluyó Luís replicando a musitadas un poco desanimado por el trabajo.

    Atravesando el parque principal vio debajo del árbol de Ceiba un grupo de vecinos como discutiendo sobre algún asunto. Entre ellos estaba la señora Enriqueta, la señora Aura, el hijo del propietario del Bar de Billar y su esposa Valentina. Se acercó curiosamente y escuchó que hablaban acerca de los misteriosos asesinatos. De un momento a otro el hijo del propietario del Bar de Billar con sus ojos llenos de amargura se puso en pie sobre la butaca y emitió la siguiente alocución:

    –todos escuchen, reuniré a todos los hombres de éste pueblo para agarrar al desgraciado asesino, ¿están conmigo?

    –¡si! -respondió el pueblo a una sola voz.

    – entonces nos reuniremos mañana en este mismo lugar a las 9 de la mañana para planear como agarrarlo. Así que vayan craneando ideas para escoger las mejores, ¡Ha! Una vez en nuestras manos no tendremos compasión de él. ¡Lo quemaremos vivo!

    A lo lejos Luís capturó la atención de Valentina y con una seña la hizo venir hasta él.

    — ¿y tu que haces aquí? -Preguntó Valentina,–pensé que estabas trabajando. -concluyó-.

    –voy para el Bar de Billar a hacer un trabajo y como no tenemos nada para comer esta tarde y en la noche voy a apresurarme.

    — ¡Bien!, pero cuando llegues a la casa te voy a decir lo que está sucediendo últimamente.

    — ¡listo! Respondió Luis saliendo de entre la gente.

    Al llegar al Bar de Billar encontró la puerta cerrada. Era una puerta roja con un enorme candado de hierro entre las bisagras platinas. Con un gesto insípido golpeó el suelo con sus abarcas pero reaccionó inmediatamente acordándose que sus plantillas estaban sumamente deterioradas y que desde hacían 4 años no compraba unas nuevas. En las que usaba se descubría parte de sus talones y la parte posterior de éstas estaban amarradas con pita chinú. Por un instante evocó la situación por la que atravesaba su vida sumergida en la pobreza y la miseria, testigo de ellas, la triste Albiña.

    Trajo a la memoria los años de su vida en San Urrutia. En él tenía un sustento estable. Vivía con su esposa Valentina y un nieto de tres años llamado Alberto. La casa en la que vivían era propia y aunque eran pobres no atravesaban la desdicha en la que hoy día vivían deprimidos. Ese recordar lo había chocado contra aquella realidad inhóspita, de la cal quería escapar. El sol apretó con mayor ímpetu su calor y a lo largo de la calle veía la tierra llena de vapor, como hirviendo y al final de ésta se formó inesperadamente un remolino que se paró entre dos pimientos y huyó luego dejando a su paso hojas secas volando inocentemente a la altura de un poste.

    Él sabía que desde muchos años anteriores había trazado su destino. Cuando era joven le nacieron tres hijos con una sobrina suya, quienes hoy día lo rechazan al no aceptar que su madre sea su propia sobrina. Y los que actualmente tiene con Valentina se fueron muy lejos, pues, ellos fueron quienes presenciaron aquella escena en la cama con su sobrina engañada por él mismo. Durante considerable tiempo el trató de que éstos callasen, pero un día cualquiera cuando ya eran de edades razonables huyeron de su casa dejando una carta a la familia más cercana de Luís, quienes enterados de la noticia se apartaron de él. Con la única que contaba era con Ramona, su nieta adoptiva quien vivía regularmente cómoda en San Urrutia y que le ayudaba en todo cuanto podía. Ramona realmente los auxiliaba no por él, sino por su abuela Valentina, madre de su madre.

    Un día desesperado viajó a Barranquilla mintiéndole a Valentina explicando que viajaría a María navaja a hacer un trabajo.

    En Barraquilla conocía a un viejo amigo de la infancia quien le había propuesto venderle una casa en esa ciudad por un precio menor a la que tenía en San Urrutia. Éste le había prometido un trabajo en el que pagaban bien.

    Fue así como Luis cerró trato con su viejo amigo.

    De regreso a San Urrutia le contó la verdad a Valentina a quien le fue difícil aceptarlo, sin embargo, terminó resignándose.

    Vendida la casa, Ramona le pidió prestado un dinero que le devolvería 10 días después. Luis se lo prometió diciéndo que mandara a uno de su hijo por él al amanecer siguiente, un día antes de su partida a Barraquilla.

    Muy temprano de mañana, Ramona envió a su hijo por el dinero como se lo pidió Luís. El niño tocó varias veces la puerta y un vecino que escuchó los golpes le dijo que dejara de insistir porque Luis y Valentina habían viajado muy temprano en un camión a Barranquilla con todas sus pertenencias.

    Ramona, única nieta incondicional con quien ellos contaban no podía creer lo que su abuelo le había hecho y desplomándose de la tristeza lloró amargamente. Ella no cuestionó a su abuela porque sabía que no tenía nada que ver en el asunto. Valentina solo era victima de su esposo que junto con su nieta Ramona nunca tuvieron de acuerdo con la mudanza.

    Dos meses después tocaron la puerta de Ramona y cuando ésta abrió se llevó una sorpresa.

    — ¿Y qué hace usted aquí? -preguntó Ramona extrañadísima.

    — nos engañaron, –respondió Luis mirando al suelo, con una mirada perdida.

    Ellos habían enviado el dinero de la casa cuatro días antes de la mudanza. Llegados a Barranquilla no encontraron rastro de su aparente viejo amigo, ni casa, ni trabajo, ni alimento. De suerte uno de sus hijos que había huido de ellos los alojó pero, al cabo de unos meses les dijo que debían regresar porque la situación económica no le era favorable. Al despedirse de su hijo, éste les dijo que no quería tener más en su casa unos pobres arrimados.

    Ellos habían regresado a San Urrutia absolutamente sin nada. Lo que se habían llevado lo vendieron para poder sostenerse. Acabado todo, se les obligó regresar.

    Luis rogó a Ramona para que ellos se quedasen allí por un tiempo mientras solucionaban su situación. Ella con todo el dolor de su corazón les negó el favor.

    Luis desesperado, con su rostro lánguido no hallaba que hacer. Sin familia, sin dinero, sin alimento, sin casa y ahora sin el respaldo de Ramona.

    Su nieta percibiendo la precaria situación, habló con el alcalde para que los ayudara. Después de un tiempo el alcalde resolvió ubicarlos en Albiña. Luis aceptó con pocas ganas la ayuda ya que no quería vivir en aquel pueblo, pero no tenía otra opción.

    Fue así como llegaron a Albiña, pueblo sin calles pavimentadas y poco a poco fueron adaptándose a ella.

    Luís y Valentina habitaban allí desde hacía 15 años. Su nieto Alberto a sus 19 viajó muy lejos en busca de mejores destinos.

    Luís era muy conocido de todo el pueblo por su insatisfecho sentido del humor, constantemente sobresalía por su gran sonrisa la cual adornaba su rostro. Hacía bromas con todos en Albiña, se reía, divertía. Por las mañana salía a saludar a sus vecinos y éstos le recibían con totumitas de café.

    Todos quienes lo conocían, lo apreciaban mucho. En los concursos de chistes que se realizaban todos los años en el pueblo, en Julio, él participaba y había ganado muchos de ellos.

    Una triste nostalgia se apoderó de Luis. Extenuado y con ánimo enjuto huyó por un instante de su apenada realidad. Lo despertó un repentino viento solano que golpeó su pecho. –¡maldita sea!, –dijo. ¿Para qué existo, para que Dios me creó? Yo no debería estar viviendo esta vida de miserable que Dios sabía que iba vivir. –¿por qué me creaste Dios? ¡Maldita sea esta vida tan pobre!

    Sentado en la terraza del piso bruto del billar escribía con su dedo índice sobre la tierra el nombre de su madre, a quien tanto amó con furor. Era tanto el amor que sentía por ella que cuando vivían bajo el mismo techo, él no le permitía a ella que hiciera oficio hogareño alguno, ni siquiera que lavara sus propios interiores. Por las mañanas al despertarse, él le llevaba el desayuno a la cama y todo el aseo ya estaba hecho. Ella no tenía necesidad de tender su cama, pues, él se la tendía, incluso, tampoco transportaba el agua del poso al baño para bañarse, todo se lo hacía él, producto de ese amor inefable de hijo a madre. Desde el día que murió, Luís nunca fue el mismo hombre fructuoso, dadivoso y transparente. Aunque habían pasado 30 años de su muerte aun la recordaba como si hubiera muerto el día anterior y la lloraba inundando su cántaro de lágrimas y ahogándose en ellas y la contemplaba y le expresaba a solas: MAMÁ TE AMO.

    Su mundo oculto y turbio era desconocido de todos los que le conocían, pues en su interior se aglutinaba una pena y quejares inmedicables como si tuviera incrustada una estaca es su pecho y luego siguiera viviendo así. La ausencia de su madre y la desgracia en la que se encontraba recóndito se aglomeraban con violencia en las paredes más susceptibles de su corazón. En realidad Luís sentía gigantes olas de melancolías ytristezas y mucho odio a la vida.

    Una solitaria lágrima por cada pupila cayó a tierra en el nombre de su madre y cada letra inscrita brilló como el sol del medio día, sus manos temblaban y sus ojos entonces no paraban de llorar. De repente el sol se ocultó entre las nubes, volvió el viento frío y solano, el cielo estaba gris y las aves cantaban con sufrimiento como si sintieran el dolor de Luís.

    Eran las 11 de la mañana.

    -va a llover, será mejor que me vaya.

    Cinco pasos recorría cuando a sus espaldas escuchó.

    -señor Luis, ¿cómo está?, ¿necesitaba algo?

    –si, si, dijo sonriendo y enjugándose las lágrimas. Es que estoy buscando una chambita por ahí y como por ahí escuché que usted está buscando a alguien que le hiciera un trabajo, entonces por eso yo vine.

    –si, si, en efecto, –respondió Eusebio Bracamonte, propietario del Bar de Billar.

    — ¿y en qué consiste el trabajo?

    — venga y vea. Lo llevó hasta el patio Y le señaló tres grandes cerdos yersis traídos de Europa.

    –¿ve los tres cerdos que están allá?

    — si señor, los veo.

    –bien, quiero que me les recoja la mierda, la meta en el saco que está en la puerta del chiquero y la bote al playón. Luís sintiéndose miserable, aceptó resignadamente.

    — ¿y los guantes?

    –no, no, señor Luís, yo no entrego esas cosas, quien me haga este trabajo se las tiene que arreglar como pueda. Por un momento pensó no hacer ese trabajo tan vil, pero instantáneamente recordaba que ya eran las doce de la tarde y no había conseguido nada para la comida del día.

    — está bien, – acepto Luís.

    Cuando fue la una de la tarde, terminó el trabajo.

    –Listo Don Eusebio, ya terminé.

    — ¡ajá! ¿Y cuánto le debo?

    –2.000 pesos.

    –¡qué!, si yo escasamente pago por ese trabajito 1.000 pesos y usted ahora me sale con que son $2.000, ¿de dónde saca usted eso hombe?

    –pero Don Eusebio, 1.000 pesos no alcanzan más que para una libra de arroz y un cuarto de manteca, y yo necesito para almorzar y cenar.

    — eso es lo que yo siempre pago, además, ese no es mi problema. Al final Luís aceptó el dinero ofrecido.

    — me tocó recoger toda esa mierda de cerdo casi que con las manos peladas, por unos miserables 1.000 pesos, más el olor que me tocó de soportar. Esto lo decía para sus adentros mientras se dirigía camino a su casa.

    Cuando llegó no entró por la puerta de la sala sino por el portoncito del patio. Acercándose al fogón de adobe, vio a Valentina comiéndose un plato de arroz con frijoles y yuca harinosa.

    — ¿Dónde conseguiste todo eso?, — preguntó extrañado el señor Luís.

    — Rodrigo Domínguez nos lo regaló junto con otros vecinos de su cuadra.

    –seguramente fue porque le dije que estaba buscando chamba para la comida de hoy y como presintió que no iba a conseguir nada en este día tan difícil nos regalo todo esto.

    ¡Gloria a Dios! Concluyó Luís con sus ojos húmedos.

    Valentina le sirvió a la mesa un plato con arroz, frijoles y yuca que éste consumió en menos de lo que canta un gallo.

    — ¿tenías bastante hambre verdad?

    — si, hoy tuve un día muy difícil de trabajo. Ten estos 1.000 pesos para mañana.

    — ¿dónde los conseguiste?

    — Amarrando una cerca, –respondió mintiendo.

    –¡Aja vele! ¿Qué era lo que me ibas a decir?

    –¡Ha!, qué… -fue interrumpida por la señora Aura parada en medio de la entrada:

    ¡Qué desgracia Dios mío, acaban de encontrar muerto al hijo de la señora Dolores cerquita al Caño.

    –¡Qué! ¡Eso no puede ser posible! ¿Por qué le hicieron eso a ese pobre muchacho que no se metía con nadie? —y maldijo al asesino caminando hacia la terraza.

    –Me duele y me da tristeza la muerte de toda esta gente inocente.

    –¿y qué podemos hacer? -preguntó Valentina.

    –pues nada, ni la policía ni nada pueden hacer algo porque a ellos no les importa nuestras vidas en este pueblo, pero si se tratara de la familia del alcalde hay si se preocuparan o la de don Vergara Pénate, el de la 19 de San Urrutia — ¡Bueno ya!, — interrumpió Valentina, —mejor durmamos un rato para reposarnos la comida.

    Afuera en la calle pasaba el carro de la policía con el cadáver del hijo de doña Dolores en su interior. Había un sinnúmero de habitantes de Albiña que gritaba unánimemente por la parte trasera del carro policial: –¡justicia, justicia!;¡ agarren y maten al asesino!

    Luís se levantó y se animó y se unió a la protesta. Toda la tarde fue de reproche hasta las 6, porque a esa hora todos se encerraban en sus casas y en las calles de Albiña no se percibía la presencia ni siquiera de un alma.

    Siendo las 10 de la noche Valentina extendía su toldo a la altura de una persona medido desde la faz de la colchoneta.

    Luís trataba de dormir. Escuchaba los susurros de los rezos de su esposa.

    –Ya duérmete Vale.

    — Ya casi termino, no te preocupes, rezo para que no maten más gente en Albiña.

    El amanecer, fue interrumpido por los gritos de angustia de la señora Aura, su hija y la de su yerno. Todo el pueblo los consolaba. Luis preguntó a uno de los que estaba en el parque lo que sucedía. El joven le respondió que habían matado a los nietos de 5 y 7 años de la señora Aura. Ellos no podían concebir el hecho. Se acercaron a la señora Aura y en medio de abrazos, dolores y lágrimas la consolaron.

    No era fácil soportar el asesinato de los niños inocentes y menos para su abuela y padres.

    Aun se lamentaba la precariedad en el parque cuando el pueblo vio llegar el carro de la policía con el cadáver del hijo de Eusebio Bracamonte. Su cuerpo estaba acribillado con más de 20 puñaladas. Detrás de la brutalidad de su muerte se ocultaba la crueldad de su asesino. Tal homicidio quizá obedecería a lo pronunciado por éste en el parque.

    Ya eran 11 los muertos y lo más curioso era que todos habían sido muertos con un arma blanca muy afilada y larga.

    Dada esta situación la policía decidió establecer un pequeño comando policial hasta que fuese necesario.

    Al siguiente día se efectuó el sepelio de los nietos de Aura y del hijo de Eusebio Bracamonte quien no cesaba de llorar. Ese mismo día se cumplía la primera noche de velorio.

    Albiña era ambiente sepulcral. Podía percibirse el olor a muerte, a tristeza, a luto, a venganza, a perfume de infierno. El dolor era tan grande que el duelo se burlaba de la alegría y la muerte censuraba a la vida.

    El 16 de agosto se vestía de ornamentos grises teñidos por el sereno incansable del invierno. La policía inicia requisas de casa en casa en busca del o los responsables de las precariedades en el pueblo o al menos pruebas o abducciones que los condujeran a éstos.

    En esta tarea hallaron varios cuchillos con las características del que usaba el antisocial.

    Llegados a la vivienda de Don Eusebio Bracamonte encontraron un cuchillo con tales cualidades en la cocina con manchas de sangre. De esta manera fue capturado y llevado esposado al comando de la policía de San Urrutia. En su defensa Eusebio Bracamonte alegaba ser inocente bajo la afirmación de que las manchas del cuchillo era sangre de un gallo que había matado el día anterior, no obstante el comandante decidió trasladarlo ya que ponía en consideración la necesidad de una prueba en el laboratorio de la sangre adherida en el cuchillo.

    Transcurrieron varios meses. La tranquilidad había regresado y también Eusebio Bracamonte, a quien no le encontraron pruebas. Pese a esto, la policía decidió quitar el comando que había establecido en aquel pueblo.

    Quienes aún entristecidos poseían el corazón negro del luto, como la señora Dolores y la señora Aura, no estaban conforme con la decisión de las autoridades, pues, nada garantizaba la tranquilidad absoluta para el pueblo.

    Con sus ojos aceitados de lágrimas y teñidos de sufrimiento, manifestaron su inconformismo con la justicia del país. Al respecto, la señora Dolores afirmó:

    –Claro, como somos personas pobres y vivimos en este pueblo no le importamos al gobierno! Solo se interesan cuando los viejos esos políticos llegan a hacer politiquería, mostrándose buenos y cariñosos y prometiendo mentiras. Cuando ganan las elecciones no nos visitan ni por equivocación. Pero si ellos no hacen Justicia, nosotros si la haremos con nuestras propias manos-.

    Algunos que escucharon lo qué ésta decía sintieron resentimientos por la injusticia de la justicia y de la vida misma y prometieron no creer nunca más en ella, ni en políticos mentirosos ni en el gobierno. Fue tanta la influencia del discurso , que muchos de ellos se llenaron de un espíritu de resentimiento y odio hacia todo lo que oliera o pareciera gobierno. De ellos se supo que habían decidido incorporarse a grupos ilegales, al margen de la Ley. Nunca se supo la suerte de ellos.

    Una mañana cualquiera, unos varones jóvenes del pueblo se reunieron clandestinamente, y acordaron vigilar muchas noches por turno para atrapar a aquel misterioso criminal, pues, estos varones no dudaban que éste aparecería en cualquier momento. Tal vigilancia era desconocida del resto de la comunidad.

    Pasaron 2 meses de guardia. No pasaba nada en el pueblo hasta tal punto, que resolvieron desistir. Sin embargo, fue la última noche que se escucharon gritos horrorosos provenientes del llamado playón de Albiña. Los varones vigilantes se acercaron afanosamente al lugar de los hechos con escopetas en las manos. Un adolescente trataba de sobrevivir a la furia de un hombre que le propinaba tantas heridas con un cuchillo muy afilado. Los varones armados le dispararon varias veces vulnerando las fuerzas de aquel hombre misterioso, qué muy herido trataba de huir. En medio de la oscuridad provenía de su boca un brillo de luz que delataba su ubicación. Se quejaba de dolor. No podía un paso más y resignó su huida. Los varones, lo golpearon tanto como pudieron. No lograron reconocerlo dada a la espesa oscuridad que los circundaba y a su rostro cubierto. Uno de los jóvenes lo baño con gasolina y le prendió fuego con un fósforo. Éste agonizaba en medio de la turbulencia del ardor y el dolor de sentir que la piel es consumda en el fuego gritando: -perdónenme Albiña, perdónenme Albiña-. Con estas palabras expiró.

    El pueblo alegre por el suceso nunca dio parte a la policía y escupían el cadáver quemado del supuesto asesino. De él, únicamente se había rescatado el cuchillo y un librito con más de cincuenta pensamientos. Uno de ellos con manchas de sangre en la primera portada que decía: "Por tú muerte y mi desgracia, abandonado por mi propia suerte, me convertí en el Yo, aquel monstruo que mi alma detesta y que se metió en mí alma como demonio destructor que asecha con furor".

     

     

    Autor:

    Álvaro Villacob Ochoa.

    Licenciado en educación básica énfasis en Español e Inglés.