El escritor y el camino hacia la profesionalización. Leopoldo Lugones
Enviado por Gabriel Cocimano
"El primer Lugones -dice Jorge B. Rivera1– vive tangencialmente el aura de la bohemia modernista, y extrae de ella algunos de los puntos de asentimiento y confirmación que le servirán para completar su imagen literaria; y si no se lo puede señalar como bohemio, es él, precisamente, quien cumplirá con mayor notoriedad el tránsito paradigmático que conduce desde la marginalidad petardista hasta el amoldamiento burocrático a los marcos del sistema".
De aquel joven poeta llegado de Córdoba en 1896 con fama de 'terrorista' intransigente, que publicaba escritos feroces contra "burgueses, pelucones, eunucos clásicos y cuanto no fuera socialismo y decadencia"2, a aquel profesional domesticado por "La Nación" y mentor intelectual del golpe uriburista de 1930, deambuló Lugones por todos los campos del espíritu, precisamente en el momento en que en Argentina se configura en forma definitiva la imagen del escritor profesional, es decir, su inserción en la industria cultural.
Dicha inserción "provocará diversos tipos de reacciones y de respuestas: para unos (escritores) será la crisis de las 'ilusiones perdidas', con sus secuelas previsibles de anulación, marginación y suicidio intelectual. Otros, por el contrario, se 'realizarán' precisamente a través de esa industria y de esas nuevas condiciones materiales de producción, adaptándose a sus inéditas exigencias"3. En Lugones, la inserción fue compleja y contradictoria como su personalidad: "su mesianismo, su ciega confianza en el poderío de la escritura y en el señorío de la inteligencia, le hicieron pensar en un destino intelectual de proporciones cesáreas"4.
Sin embargo, protegido del poder -que le prodigó los más infinitos halagos, desde Roca a Mitre- este brillante autodidacto deberá contentarse con un modesto destino burocrático (el de director de la Biblioteca del Maestro, que ejercerá hasta su muerte), quedando atrapado finalmente bajo el influjo de "La Nación".
El suicidio de Lugones -ocurrido en una isla del Tigre el 19 de febrero de 1938- contribuye, no obstante, a su canonización: la industria cultural lo restituirá a su sitial de poeta nacional, volviendo los ojos sobre el viejo Lugones, e instituyéndose el 13 de junio, fecha de su nacimiento, como Día del Escritor.
El contexto en la transición
En el período comprendido entre la última década del siglo XIX y el ascenso del radicalismo al poder, sobreviene una etapa de transformaciones profundas en nuestro país que destruye definitivamente los cimientos de la Argentina tradicional. A grandes rasgos, se consolida la oligarquía en el poder y surge una nueva clase media, producto del caudal inmigratorio; la Argentina crece y se moderniza al tiempo que se plantean agudos conflictos obreros, en virtud de la presencia de un proletariado anárquico cada vez más numeroso.
"El impacto demográfico de la inmigración -sostiene Jorge B. Rivera5– y los primeros resultados de la política de alfabetización impulsada por el liberalismo dan origen a un público con apetitos y necesidades hasta entonces desconocidos". Coexiste así un público con tradición literaria junto a otro nuevo, consumidor de folletines, novelas y cuadernillos gauchescos.
A lo largo del siglo XIX, la literatura cumplió en nuestro país un papel netamente político y social pedagógico, de carácter práctico y militante. Es a partir de 1880 cuando se acentúa el carácter autónomo del discurso literario. Y en esto tiene mucho que ver el carácter técnico del periodismo diario, "que ha pasado del viejo tono predicativo y partidista a un tono eminentemente informativo y recreativo"6.
Es precisamente el Modernismo el que aporta la idea -hasta entonces inusual- de una literatura puramente artística: sus intelectuales parecen relativamente divorciados de la idea del poder. "Rebasados por un medio que sienten fundamentalmente como utilitario, sensualista y antiartístico (…) los jóvenes intelectuales modernistas abjuran el papel de mentores del proyecto burgués"7.
"La historia de Leopoldo Lugones -dirá Jorge Luis Borges8– es inseparable de la historia del modernismo, aunque su obra, en conjunto, excede los límites de esta escuela".
El Lugones socialista y anarquista de fines de siglo va a publicar el polémico y combativo periódico "La Montaña", que dirigirá junto a José Ingenieros, denostando por igual al Ejército:
Pedro el murguista
Mi viejo amigo,
Viste su mono de coronel"9
y a la burguesía:
-"¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!, exclamé, sabiendo que estas palabras son el santo y seña de toda especie de canalla"10.
Pero, paralelamente a esto, publicó por esos años un número apreciable de cuentos de diversa índole: "maravillosos, extraños y fantásticos -según su clave sobrenatural, racional o ambigua-, etiológicos, sentimentales, éticos, etc"11, lo que muestra a las claras su intención de escritor militante al mismo tiempo que autor de piezas destinadas a un público más heterogéneo y diversificado, en el que priva lo específico del hecho literario o artístico.
Lugones y la bohemia
Para Rivera, la bohemia "expresa en forma simultanea la crisis del papel cumplido tradicionalmente por los intelectuales, la marginalidad como reflejo de un medio utilitario (…) y el carácter incipiente del proceso de profesionalización del escritor (…) incapaz todavía de asegurar a los intelectuales una relativa autonomía económica"12. La bohemia es –hacia fines de siglo- el reflejo de una realidad signada por el cambio: la constituyen intelectuales que llegan "con un disconformismo ético y estético"13.
Con la llegada del poeta Rubén Darío (1893) se profundizan los lineamientos de la vanguardia modernista, y se genera un clima intelectual inédito hasta entonces: en torno de Darío, se origina un cenáculo bohemio e informal, que tendrá como cuartel general –o uno de ellos- al restaurante Aue’s Keller. Lo frecuentaban figuras de distintas convergencias literarias –y políticas– del Buenos Aires de entonces: allí recaló, como tantos otros (Payró, Ghiraldo, Becú, Lamberti, Fernández Espiro) Leopoldo Lugones.
En ese ambiente de bohemia, donde se conversaba y se bebía, se leía y se comentaba, Darío no sólo postula una nueva estética, sino que también pregona la necesidad del trabajo metódico y disciplinado, y una actitud más reflexiva frente a la literatura. "Para algunos la influencia de Darío, su ejemplo y las lecturas y frecuentaciones que concita, será positiva y creadora, como lo demuestran los casos de Carlos Becú y Lugones (…). Otros quedarán apresados por la retórica, por el artificialismo y las extravagancias del bazar modernista, sin terminar de sintetizar adecuadamente los aportes reales y renovadores del movimiento"14.
Fue solo en ese corto lapso que Lugones se vinculó al ambiente de la bohemia, para tomar rápidamente otros caminos. Pero, entre tanta crítica ‘antiutilitaria’, existía ya en estos intelectuales la idea en potencia del escritor activo, la imagen en configuración del escritor profesional. En carta a Lysandro Galtier, Charles de Soussens, el bohemio "impenitente", le refiere un hecho acontecido en 1896: "En efecto, una noche, Rubén Darío, Payró, Lugones, Ghiraldo y yo nos hemos juramentado para no colaborar gratuitamente en ninguna publicación"15.
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