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Las victorias relámpago alemanas (1939-1940)


Partes: 1, 2

  1. Polonia: nace el mito
  2. La guerra se traslada al oeste
  3. Gran Bretaña: cae el mito
  4. Notas
  5. Bibliografía

La segunda guerra mundial estalló al iniciar las tropas alemanas la invasión de Polonia, en las primeras horas de la madrugada del día 1 de septiembre de 1939. La niebla existente aquella mañana impidió emprender acciones aéreas a gran escala, pero cuando ésta se disipó al comenzar la tarde, la Luftwaffe hizo acto de presencia sobre aquel primer escenario de la guerra. Los alemanes habían reunido casi 1.600 aviones de combate para esta campaña, estando concentrados en gran parte en las flotas aéreas (Luftflotten) I y IV. En un principio, los principales objetivos de la aviación fueron los aeródromos militares polacos, que sufrieron el ataque continuado de los bombarderos en picado y de vuelo horizontal de Alemania. Los pilotos polacos que lograron despegar para salir a interceptar a los invasores pronto hubieron de constatar que sus anticuados cazas PZL P-11 no podían competir con los más modernos, rápidos y maniobrables Messerschmitt Bf 109.

Con un despliegue de sólo 397 aviones de primera línea al comenzar la invasión alemana, de los que 159 eran cazas y 154 bombarderos, la fuerza aérea polaca poco pudo hacer para detener a la aviación alemana. Al cabo de dos días, cuando Gran Bretaña declaraba la guerra a Alemania y se enzarzaban las grandes potencias en una guerra que acabaría siendo mundial, la Luftwaffe había conseguido la supremacía casi total en los cielos polacos. Liberados así de su principal responsabilidad, los comandantes de las unidades de vuelo alemanas pudieron poner manos a la obra en su siguiente cometido: proporcionar apoyo aéreo a las tropas de tierra en su avance por territorio enemigo. Cualquier movimiento de las tropas polacas era observado desde el aire e inmediatamente atacado; las comunicaciones por carretera y ferrocarril fueron atacadas sistemáticamente en las zonas a retaguardia de los ejércitos polacos en campaña. Pronto éstos quedaron aislados, cortadas sus comunicaciones, e imposibilitados de realizar movimientos de despliegue durante las horas de luz diurna. Mientras tanto, los continuados ataques que efectuaban los bombarderos en picado sobre las tropas polacas, sus vehículos y piezas de artillería, ayudaron a las tropas alemanas a deshacer todos los puntos fuertes de resistencia polacos, sus baterías antiaéreas y sus concentraciones de efectivos. El general Tadeusz Kutrzeba [1], comandante en jefe polaco del Ejército de Posnania, comentó sobre la efectividad de los ataques aéreos alemanes sobre sus tropas:

"Constantemente toda concentración de tropas, y todas las rutas de marcha, sufrían el devastador efecto del fuego aniquilador que venía del aire… Era como si el infierno se echara sobre la tierra. Los puentes fueron destruidos; los vados, bloqueados; la artillería antiaérea y parte de las otras fuerzas de artillería fueron aniquiladas… Continuar la lucha no significaba más que resistir, y mantenernos firmes en nuestras posiciones era quedar expuestos a la inminente amenaza de que la fuera aérea alemana convirtiera el escenario en un inmenso cementerio, ya que carecíamos de la más elemental pieza de artillería antiaérea".

El 17 de septiembre de 1939, el ejército polaco ya no era capaz de operar como una fuerza bélica coordinada, y para los alemanes el fin de la campaña de Polonia estaba ya a la vista. La caída de Varsovia parecía inminente, por lo que comenzó la retirada de las primeras unidades de la Luftwaffe para reforzar el débil despliegue defensivo que se enfrentaba a franceses y británicos en la región del Rhin, al oeste de Alemania. Pero debido a un imprevisto recrudecimiento de la resistencia polaca, conquistar Varsovia se reveló mucho más difícil de lo que se había previsto en un principio. A continuación de un infructuoso esfuerzo propagandístico, realizado sobre todo mediante el lanzamiento desde el aire de millones de octavillas intimando a la capitulación, los alemanes planificaron y ejecutaron un bombardeo masivo, artillero y aéreo, sobre la capital polaca el 25 de septiembre de 1939. El general Wolfram von Richthofen, responsable máximo de las misiones de bombardeo aéreo de aquel día, puso en servicio unos 400 aviones, muchos de los cuales realizaron varias salidas en el transcurso de las horas de luz diurna. Desde un puesto de observación estratégicamente escogido y camuflado, con vistas a todo el perímetro de Varsovia, un alborozado Adolf Hitler observó durante todo el día la orgía de destrucción que se abatió sobre la ciudad. Cuando cayó la noche, la capital polaca estaba envuelta en llamas de punta a punta. Al día siguiente los defensores de Varsovia cesaron en su desesperada y unilateral lucha, ofreciéndose a capitular. Al día siguiente, 27 de septiembre, la campaña de Polonia había llegado a su fin.

Las pérdidas de la aviación alemana habían sido muy escasas durante su primera acción real, comparándolas con los resultados obtenidos: 413 tripulantes de vuelo muertos o desaparecidos, más 126 heridos. Se perdieron 285 aviones y sufrieron daños de diversa consideración otros 279. De entre los primeros, 79 eran cazas, 78 bombarderos de vuelo horizontal, y 31 bombarderos en picado. Los Junkers Ju 87 obtuvieron un rotundo éxito en Polonia, un éxito explotado al máximo por la propaganda bélica alemana. Sin apenas oposición, tanto en el aire como desde tierra, los pilotos de los Stuka habían podido poner en práctica lo mejor de sus habilidades, así como las prestaciones de sus aviones en los bombardeos en picado. El efecto de esta forma casi individual de ataque fue devastador para la moral combativa de las tropas terrestres polacas, que no estaban preparadas para este nuevo método de guerra y sus inauditos efectos destructores. La leyenda de los Stuka —abreviatura del término alemán Sturzkampfflugzeug, que significa genéricamente bombardero en picado, y que no era usado en exclusiva para designar al modelo Junkers Ju 87—, anunciada durante la Guerra Civil Española (1936-1939), se vio materializada como una aterradora realidad: había nacido el mito de la invencibilidad alemana en el aire y su correlato, la irresistible fuerza de la ofensiva alemana en tierra.

Después de su victoriosa campaña sobre Polonia, las unidades de combate de la Luftwaffe se retiraron a sus bases de retaguardia en Alemania para reponer bajas y reorganizarse. Tanto para los alemanes como para sus adversarios británicos y franceses, el otoño y el invierno de 1939 supondrían un compás de espera que precedería a las grandes batallas que el año 1940 traería consigo. Este período fue conocido entonces como el de la "guerra ficticia". Mientras las tropas terrestres se enfrentaban en tímidas operaciones de tanteo a pequeña escala, a lo largo de un frente estático, los estados mayores estaban muy lejos de permanecer inactivos. Para los alemanes, el esfuerzo principal de la próxima campaña iba a ser una ofensiva coordinada de invasión sobre los Países Bajos, Bélgica y Francia, que se iniciaría a finales de la primavera de 1940. Pero antes, Hitler insistió en que se invadiera Dinamarca y Noruega, a fin de asegurar el flanco septentrional del espacio geoeconómico alemán y, como él mismo repetía con inaudita clarividencia, "anticiparse a la acción de los británicos n Escandinavia y en el Báltico". Efectivamente, Churchill había iniciado en secreto un plan para controlar militarmente Noruega, diseñado para estrangular el vital comercio de suministros estratégicos —menas metálicas, carbón y otros minerales imprescindibles para la industria militar— que Suecia y la Unión Soviética realizaban con Alemania a lo largo de las costas bálticas y escandinavas. Esta clarividente anticipación de Hitler sobre las intenciones bélicas de los aliados occidentales sería una de las últimas "proezas" estratégicas con las que conseguiría deslumbrar a los estrategas profesionales, mucho más preparados que él, situados en los altos estados mayores de las fuerzas armadas alemanas.

2.1. Dinamarca y Noruega.

El 9 de abril de 1940, sin declaración de guerra previa, los alemanes invadieron Dinamarca y Noruega, países neutrales y ajenos al contencioso existente entre aliados y alemanes desde septiembre de 1939. Mientras las fuerzas acorazadas alemanas avanzaban, casi sin oposición, a través de la península danesa de Jutlandia, y las unidades de la Kriegsmarine, la armada alemana, conseguían desembarcar tropas en las ciudades noruegas de Oslo, Kristiansand, Bergen, Trondheim y Narvik, unidades paracaidistas de la Luftwaffe eran lanzadas sobre los principales aeródromos militares daneses —Aalborg— y noruegos —Sola, cerca de Stavanger, y Fornebo, cerca de Oslo—. El complejo aeroterrestre de Aalborg, puntal de la defensa nacional danesa, no tardó en rendirse, víctima de un plan maestro en la explotación del factor sorpresa, brillantemente ejecutado por los alemanes; la capital danesa, Copenhague, quedó aislada y rodeada por tropas alemanas sabiamente desplegadas, empleando a fondo igualmente el factor sorpresa y la movilidad. Antes de que cayera la noche del 9 de abril, la Corona danesa se veía en la dolorosa situación de tener que rendirse a los alemanes, sin haber podido organizar una resistencia digna de tal nombre; la fulminante invasión alemana, llegada por tierra, mar y aire, había superado con creces los recursos defensivos nacionales. Sin duda, rendirse era la opción más sensata; tratar de luchar habría supuesto un sacrificio inútil de vidas, tanto militares como civiles.

Los desembarcos efectuados en los puertos noruegos habían sido sincronizados con ataques aéreos a los principales aeródromos de la pequeña fuerza aérea noruega, que fue prácticamente aniquilada en tierra. A continuación los aeropuertos de Sola, en Stavanger, y Fornebo, en Oslo, fueron capturados por paracaidistas de la Luftwaffe, que las habilitaron rápidamente como bases avanzadas para los Stuka y los cazas bimotores de largo alcance alemanes, enviados a continuación a realizar ataques de apoyo a las tropas terrestres que progresaban hacia el norte por el abrupto territorio noruego. Durante la invasión de Noruega, los alemanes hicieron uso de su flota de aviones de transporte para el traslado de tropas del Heer (ejército de tierra alemán) y personal de tierra de la Lufwaffe; se dispuso de unos 300 Junkers Ju 52 para las operaciones programadas, un tercio de ellos procedentes del mando aéreo de transporte, y los dos tercios restantes, sacados de las escuelas de entrenamiento avanzado del mando de adiestramiento. La posibilidad de trasladar tropas en gran número a zonas de combate alejadas de Alemania y prácticamente inaccesibles por tierra, fue decisiva en el éxito que los alemanes cosecharon al conseguir establecerse firmemente en el sur de Noruega, lo que les permitió proseguir su avance hacia el norte, que planteaba dificultades logísticas y de refuerzos prácticamente insuperables para las posibilidades tecnológicas y organizativas de aquella época.

Cuando las primeras tropas británicas y francesas desembarcaron en Noruega, en Narvik, Namsos y Andalsnes, en los días 15, 16 y 17 de abril respectivamente, los alemanes habían asegurado firmemente sus posiciones en el sur de Noruega. Ahora la Luftwaffe se dedicó a actuar enérgicamente sobre los puntos de desembarco aliados y contra la navegación marítima que aportaba tropas de refuerzo. Tanto los bombarderos en picado como los bombarderos de vuelo horizontal ejercieron una presión constante sobre sus enemigos en tierra y, faltando una oposición aérea digna de tal nombre, fue mucho el daño que causaron. Mientras tanto, continuaba el incremento de la presencia aérea alemana en Noruega, y a principios de mayo de 1940, el 10º cuerpo aéreo o Fliegerkorps X contaba con 710 aviones de los siguientes tipos: 360 bombarderos de vuelo horizontal, 120 hidroaviones, 70 cazas bimotores, 60 aviones de reconocimiento, 50 bombarderos en picado y 50 cazas monomotores. La R. A. F. británica no podía intervenir de manera efectiva contra una fuerza aérea tan numerosa. Cualquier intento británico por establecer bases aéreas en el norte de Noruega aún bajo control aliado, ea invariablemente advertido por los aviones de reconocimiento alemanes, y las pistas de aterrizaje eran inmediatamente bombardeadas hasta quedar totalmente inservibles.

En tierra, los alemanes su avance de manera constante hacia el norte de Noruega; a principios de mayo las tropas francesas y británicas enviadas en apoyo de los defensores noruegos tuvieron que ser evacuadas de los puertos de Namsos y Andalsnes, en el tramo central del territorio noruego. Los últimos elementos del cuerpo expedicionario francobritánico, concentrados en torno al puerto norteño de Narvik, también hubieron de ser evacuadas el 10 de junio. Noruega había caído en su totalidad en poder de los alemanes. Desde el comienzo de la campaña de Dinamarca y Noruega, la Luftwaffe desempeñó un importante papel para garantizar el éxito alemán. La captura de los aeródromos de Sola y Stavanger fue posible gracias el empleo de tropas paracaidistas y aerotransportadas en planeadores. Y una vez asegurados éstos, los bombarderos y cazas de largo radio de acción que operaban desde ellos, pudieron interferir seriamente la entrada de tropas británicas y francesas hacia el interior de Noruega. Más adelante, cuando se generalizó la batalla en tierra, el dominio del aire demostró ser una ventaja tremendamente decisiva en un país como Noruega en que las comunicaciones eran pobres, y a menudo consistían solamente en una estrecha carretera o línea férrea que discurría entre montañas. Pero incluso antes de que hubiera terminado la invasión alemana de Noruega, que duró apenas dos meses, los alemanes dirigieron su poderoso alud bélico hacia los Países Bajos, Bélgica y Francia.

2.2. Francia, Bélgica y los Países Bajos.

La invasión de Francia, proyectada para el verano de 1940, representaba para los alemanes importantes riesgos. En lugar de las maniobras de tenaza a pequeña escala que tan positivos resultados habían dado durante la campaña de Polonia, el ejército alemán (Heer) decidió introducir una poderosa cuña de fuerzas acorazadas, de más de 350 km. de extensión, entre los grupos de ejércitos septentrional y meridional que defendían el nordeste de Francia; una vez alcanzada la costa del Canal de la Mancha, y manteniendo aislados los dos grupos de ejércitos enemigos, podría emprenderse la reducción de cada uno de ellos por separado, de manera sucesiva. El plan operativo de invasión alemán asumía altos riesgos, porque sólo tendría éxito si las fuerzas acorazadas de vanguardia podían mantener un rápido ritmo de avance y penetración; si los carros de combate alemanes llegaban a quedar separados en algún momento de los cuerpos de infantería que los seguían, proporcionándoles apoyo y suministros, podrían quedar aislados, agotar su combustible y ser fácilmente capturados por las fuerzas de defensa francesas y sus aliados británicos.

Era ahora cuando los bombarderos de la Luftwaffe iban a tener realmente la oportunidad de demostrar de lo que eran capaces. Si podían proporcionar un fuerte y concentrado apoyo aéreo, eliminando obstáculos al avance de las vanguardias panzer (acorazadas), es decir, actuar como una especie de barrera de artillería volante, había muchas posibilidades de que el plan operativo alemán alcanzase el éxito. Sin embargo, antes de emprender la invasión de Francia, los alemanes consideraron necesario —de manera similar a lo hecho en Dinamarca y Noruega— consolidar la seguridad del flanco septentrional de su eje de avance, mediante la invasión de dos estados hasta entonces neutrales: Bélgica y los Países Bajos. Igual que en el caso escandinavo, la rapidez en la ejecución de la maniobra ofensiva era vital para poder desarticular los dispositivos de defensa belga y neerlandés, antes de que una intervención británica o francesa fuera de alguna ayuda. Para eliminar los obstáculos al paso de las vanguardias panzer, los alemanes decidieron hacer uso una vez más de sus paracaidistas y tropas aerotransportadas —pero a una escala mucho mayor que en Dinamarca y Noruega— para capturar puntos de paso vitales (puentes) antes de que pudieran ser interrumpidos por los defensores. Había además otro problema que los alemanes tenían que resolver antes de poner en marcha su plan operativo: la captura o destrucción de las red de fortificaciones terrestres de Bélgica, relativamente moderna y potente, cuyo centro neurálgico estaba en el complejo fortificado de Eben Emaël. El elemento más importante de las defensas fijas belgas, situado en la confluencia del río Mosa con el Canal del rey Albert. En este empalme fluvial, el ejército belga había levantado una fortaleza muy bien diseñada e impresionantemente defendida y artillada, el Fuerte Eben Emaël, dotado de un importante número de cañones de 75 mm y 120 mm que cubrían con sus fuegos todo el sector.

Para despejar tan gigantesco "obstáculo", la Luftwaffe había reservado un arma secreta que iba a ser empleada por primera vez: comandos aerotransportados en planeadores, que podrían entrar en acción dejándose caer dentro del complejo fortificado. Durante la ofensiva en el oeste, el papel de la Luftwaffe iba a desarrollarse en tres fases principales. En la primera tendría que neutralizar las fuerzas aéreas belga y holandesa, a base de potentes ataques contra sus aeródromos, y batidas de caza contra los aviones que consiguieran despegar para repeler la invasión. En la segunda llevaría tropas aerotransportadas a sus objetivos, entre los que destacaba el Fuerte Eben Emaël. En la tercera limpiaría de obstáculos el eje de avance de las tropas terrestres tanto en su dirección principal, hacia Francia, como en sus ejes secundarios, hacia los Países Bajos y a través de Bélgica. Para garantizar el éxito de tan ambicioso plan operativo, la Luftwaffe puso en pie de guerra una colosal fuerza de 4.000 aviones: 1.300 bombarderos de vuelo horizontal, 860 cazas monomotores, 640 aviones de reconocimiento, 475 aviones de transporte, 380 bombarderos en picado, 350 cazas bimotores y 45 planeadores de asalto.

La ofensiva alemana dio comienzo a primeras horas de la mañana del 10 de mayo de 1940, lanzando los ataques aéreos programados contra todas las instalaciones aéreas militares belgas, neerlandesas y francesas situadas en el área de operaciones. Las modestas fuerzas aéreas de Bélgica y los Países Bajos quedaron fuera de combate, mientras que las unidades aéreas francesas y británicas con base en el norte de Francia fueron seriamente diezmadas: de esta forma, los alemanes gozaron de plena superioridad aérea desde los mismos comienzos de la campaña. Mientras tanto, los aviones de transporte de tropas y los planeadores depositaron su carga en tierra al amparo de la oscuridad nocturna, desencadenando una serie de feroces combates a escala local al luchar los paracaidistas alemanes por la captura y conservación de sus objetivos, a la espera de que las vanguardias terrestres llegaran para relevarlas. Los tres aeródromos militares de La Haya fueron tomados en rápida sucesión, junto con el Puente del Moerdijk, copando los accesos a la ciudad de Rotterdam. La operación montada para la toma del Fuerte Eben Emaël obtuvo un completo éxito. La fuerza asaltante, compuesta por 85 hombres, distribuidos en 11 planeadores, había despegado en plena noche. Dos planeadores se soltaron de sus trimotores de remolque durante el vuelo hasta el objetivo pero, al no advertirlo, el resto de la misión aérea continuó hasta el objetivo lanzando sus planeadores en el punto previamente determinado. Explotando al máximo el elemento sorpresa, los alemanes se dispersaron inmediatamente para entrar en acción. Armados con cargas de demolición especialmente preparadas, los atacantes emprendieron la tarea de destruir las bien defendidas torres artilleras de la fortaleza. Donde éstas resultaban inaccesibles, eran suficientes unas cuantas cargas de sólo 1 kg de explosivo de gran potencia para acallarlas. Atrapada la mayor parte de los 750 defensores belgas de la fortaleza bajo tierra, poco pudieron hacer el trabajo de demolición que tenía lugar a nivel del suelo.

Por si esto fuera poco, llegaron fuerzas de infantería alemanas en ayuda de las tropas aerotransportadas, y los sorprendidos defensores del Fuerte Eben Emaël se vieron obligados a rendirse. Las pérdidas entre los alemanes se limitaron a 6 muertos y 15 heridos, mientras que los defensores belgas, diez veces superiores en número, fueron sólo de 23 muertos y 59 heridos. Nada puede resultar más expresivo en cuanto al valor del factor sorpresa como arma de guerra. Eliminados de su camino los obstáculos más importantes, las vanguardias panzer alemanas penetraron a toda velocidad en el interior de los Países Bajos y Bélgica. En el cielo, los aviones de la Luftwaffe hacían un amplio uso de su primacía para asegurarse de que no se daba tregua ni respiro a los defensores. El 15 de mayo, después de un intenso bombardeo sobre la ciudad de Rotterdam —en el que murieron 900 personas y redujo a cenizas el centro histórico de la ciudad— el gobierno neerlandés ofreció la capitulación a Hitler. En aquellos momentos también los belgas estaban pasando por graves dificultades, pero ya el centro de gravedad de la ofensiva se había trasladado hacia el sur, pues los alemanes habían desencadenado su ofensiva contra Francia.

Exactamente a las 16:00 horas del 13 de mayo de 1940, la primera oleada de aviones —Junkers Ju 87 de bombardeo en picado— llegaba a la orilla occidental del Río Mosa, para dar comienzo al "ablandamiento" de las posiciones francesas allí establecidas. Ocupando las todavía no terminadas fortificaciones de campaña estaba el X cuerpo de ejército francés, formado por soldados de la llamada "clase B", reservistas en su mayor parte; el área de Sedán era considerada por el alto mando francés como un "sector de bajo riesgo". Una vez más el silbido de las bombas procedentes de de los bombarderos en picado minó la moral de los hombres en tierra. Como escribiera más tarde un general francés:

"Los artilleros dejaron de disparar para echar cuerpo a tierra. La infantería se refugió acobardada en las trincheras, aterrorizada por el estallido de las bombas a su alrededor y por el espeluznante aullido producido por las sirenas de los bombarderos en picado; no había desarrollado aún la reacción instintiva de correr hacia sus cañones para devolver el fuego recibido del adversario. Su única preocupación era mantener la cabeza lo más agachada posible contra el suelo."

Desbaratada la artillería francesa, y con la infantería acobardada en el interior de sus trincheras, la 1ª división panzer del general Heinz Guderian pudo asegurar una cabeza de puente en la margen occidental del Mosa con tan sólo bajas de escasa envergadura. El cuerpo de ingenieros del ejército alemán pronto construyó un puente de pontones, por el que empezaron a cruzar los primeros carros de combate. Al caer la noche, los hombres de Guderian habían capturado las colinas de Marfey, habiendo aniquilado las líneas principales y secundarias de las posiciones francesas para llegar hasta allí. El 14 de mayo de 1940 los puentes de pontones tendidos sobre el Mosa en las proximidades de Sedán se convirtieron en la clave de la invasión de Francia, y ambos bandos así lo entendían. Aquel día la RAF envió todos los bombarderos medios y ligeros de que disponía en la zona, y la fuerza aérea francesa un contingente similar, con orden de destruir los puentes a toda costa. Para escoltar a los bombarderos se enviaron todos los cazas que se pudieron reunir. Pero en el objetivo, las defensas antiaéreas y los cazas alemanes estaban preparados, y en la feroz batalla que se libró, la fuerza francesa fue literalmente barrida del aire y los británicos perdieron 40 de los 71 bombarderos comprometidos en la misión. Los puentes de pontones alemanes quedaron intactos.

El fracaso de los contraataques aliados efectuados por tierra y aire constituyó el revés definitivo que inclinó la balanza en la Batalla de Francia del lado alemán. Con un número más que suficiente de tanques al oeste del Mosa, la avalancha acorazada alemana inició su empuje hacia la costa, y una vez se puso en marcha nada pudieron hacer ni franceses ni británicos para detenerla. Mientras la Luftwaffe bombardeaba continuamente los aeródromos aliados, nuevas formaciones de bombarderos en picado preparaban el camino para las vanguardias acorazadas. Tan pronto se recibían informes de los servicios de reconocimiento, aéreo o terrestre, sobre puntos de resistencia que dificultaban el avance de éstas, la Luftwaffe salía a atacarlos. Efectuando no menos de nueve salidas al día con sus bombarderos en picado, los alemanes consiguieron paralizar todos los intentos británicos y franceses por contener su avance.

El 18 de mayo de 1940 la vanguardia principal alemana alcanzó el curso alto del río Somme, y dos días más tarde, después de cubrir una distancia adicional de 100 km, llegó a la costa a la altura de Noyelles. El atrevido plan alemán había tenido éxito: los Grupos Norte y Sur de los ejércitos aliados habían quedado divididos. Era el principio del fin de la Batalla de Francia. La gran rapidez del avance alemán presentó algunos problemas serios de abastecimiento, especialmente para las unidades de corto radio de acción de la Luftwaffe. Las unidades de cazas monomotores, de bombarderos en picado y de aviones de reconocimiento en particular, estuvieron trasladando sus bases casi a diario. La mayoría de los suministros se llevaba por carretera, pero también se utilizaron los versátiles trimotores Junkers Ju 52 del mando aéreo de transporte para acelerar la llegada de suministros de primera necesidad, sobre todo carburante. Una vez llegados a la costa del Canal de la Mancha, los carros de combate alemanes pusieron rumbo al norte para rodear a las tropas aliadas. El 24 de mayo de 1940 las fuerzas de vanguardia alemanas habían dejado atrás la ciudad de Arrás, habían tomado Boulogne y habían llegado a Calais; al mismo tiempo, el Grupo de Ejércitos alemán que había avanzado hacia el oeste a través de Bélgica mantenía su propio avance, aunque algo retrasado respecto a las previsiones. La situación de las tropas británicas y francesas aisladas en el norte de Francia se hacía cada día más insostenible. El 26 de mayo por la tarde empezaron a ser evacuados los primeros hombres a través del puerto de Dunkerque.

En el lado alemán, las divisiones acorazadas que tan bien habían luchado estaban casi agotadas, pues no fueron pocos los los tanques que perdieron durante las acciones de las semanas anteriores. Unido a esto, Hitler temía ahora que un ataque con tanques a Dunkerque pudiera volverse en contra suya, a causa de lo blando del terreno que rodeaba la ciudad portuaria; además Göring no hacía más que pedir que se dejara a la Luftwaffe terminar con las tropas enemigas en una serie de ataques aéreos a gran escala. Aceptando la promesa de éste, de que la Luftwaffe podría destruir la bolsa de Dunkerque, y prefiriéndolo al hecho de tener que arriesgar sus preciadas y contadas divisiones acorazadas sobre un terreno poco propicio, Hitler ordenó al ejército que detuviera su avance cuando se encontraba a unos 20 km de Dunkerque. Ahora todo quedaba en manos de la Luftwaffe. Göring concentró una fuerza de unos 500 cazas y 300 bombarderos contra la reducida bolsa aliada y las embarcaciones que trataban de evacuarla. Sobre el papel la fuerza era impresionante, pero las unidades de caza y bombardeo operaban también después de varias semanas de intensa acción, y el desgaste había sido considerable. Además, las formaciones alemanas que se acercaban a Dunkerque a menudo eran objeto de los ataques de los cazas británicos que operaban desde las bases del sur de Inglaterra. A menos que contaran con una nutrida escolta de cazas, los bombarderos, y especialmente los de ataque en picado, sufrirían grandes pérdidas y no lograrían bombardear el objetivo. Por primera vez, la Luftwaffe entraba en acción contra una fuerza aérea que contaba con su mismo nivel de entrenamiento y moral combativa, y con equipo similarmente moderno. Los ataques aéreos alemanes originaron muchas bajas entre las tropas aliadas, y hundieron muchos de los barcos comprometidos en la tarea de evacuar a los supervivientes hasta las costas inglesas, pero no pudieron detener la evacuación. Cuando el último barco abandonó las playas de Dunkerque, la mañana del 4 de junio de 1940, habían sido rescatados en total 338.226 hombres, en su gran mayoría británicos.

Una vez terminada la evacuación de Dunquerke, el cuerpo principal de la Luftwaffe pudo volver su atención hacia el apoyo a las fuerzas terrestres que avanzaban hacia París. La capital francesa cayó el 14 de junio de 1940, y sólo once días más tarde, el gobierno francés capituló ante Alemania. La campaña de Francia había terminado 46 días después de su comienzo. Ahora sólo quedaba frente a Alemania uno de sus oponentes, Gran Bretaña, y una vez las casi invictas fuerzas armadas alemanas concentraran su ataque sobre ella ¿quién dudaba de que también sería derrotada? En aquellos momentos, casi nadie; la exitosa resistencia británica, que se prolongaría en solitario frente a una Alemania mitificada como invencible hasta la entrada en guerra de los Estados Unidos en diciembre de 1941, constituyó una sorpresa monumental y triunfó contra todo pronóstico.

Cuando el ejército alemán empezó a planificar la invasión de Inglaterra, poco puede sorprender que el asunto fuera llevado en la misma forma que la ruptura del frente del Mosa, pero a mayor escala. Ambas operaciones exigían el cruce de una barrera de agua; la diferencia era solamente de magnitud. Al igual que en el primer caso, los bombarderos en picado podrían reemplazar a la artillería para mantener agachados a los defensores, pero antes de esto, la Luftwaffe habría de alcanzar el dominio del espacio aéreo sobre el escenario de la batalla. Göring estaba dispuesto a admitir que aniquilar a la RAF británica, el arma aérea más poderosa con que se había enfrentado la Luftwaffe hasta el momento, podía llevarle mucho más tiempo que sólo dos días, los que habían sido suficientes para borrar del espacio aéreo a sus anteriores oponentes europeos; la tarea podía durar incluso más de dos semanas, exigiendo una campaña aérea estratégica de larga duración.

Durante el mes de julio de 1940 se sumaron más y más unidades de caza y bombardeo a las Luftflotten II y III basadas en la zona del Canal de la Mancha y, el 17 de julio, las dos Luftflotten sumaban un total de 2.600 de los siguientes tipos: 1.200 bombarderos de vuelo horizontal, 760 cazas monomotores, 280 bombarderos en picado, 220 cazas bimotores y 140 aviones de reconocimiento. Además estaba la Luftflotte V en Noruega, con un total de 190 aviones de los siguientes tipos: 130 bombarderos de vuelo horizontal, 30 cazas bimotores y 30 aviones de reconocimiento.

3.1. Acciones preliminares.

Durante las proyectadas operaciones de invasión de Inglaterra los principales objetivos de la Luftwaffe eran la eliminación de la RAF como fuerza bélica efectiva y el estrangulamiento del comercio exterior británico, vital para el Reino Unido, mediante el ataque a sus puertos marítimos y a la navegación en general. Los alemanes iniciaron su ofensiva a mediados de julio con pequeños ataques de prueba y misiones de minado de embocaduras portuarias. Fue durante una de esas misiones cuando el Hauptmann (capitán) Hajo Herrmann, comandante de la 7ª Staffel (escuadrilla) del 30º Kampfgruppe (ala), y cuatro de sus tripulaciones, despegaron del aeródromo alemán de Zwischenahn en el oeste de Alemania la tarde del 22 de julio de 1940. Cada uno de los Junkers Ju 88 de la escuadrilla llevaba dos minas marinas magnéticas de 495 kg cada una, con destino al puerto de Plymouth.

Arrojar minas al mar desde el aire era en 1940 una tarea difícil y arriesgada. Tenían que ser soltadas cuando el avión volara a menos de 317 km/h, pues de otro modo el paracaídas que sujetaba cada mina podía romperse, con la consiguiente destrucción del delicado mecanismo de la mina al chocar contra la superficie del mar en caída libre. Era necesario también dejar caer las minas certeramente en aguas poco profundas y en canales de gran densidad de tráfico, pues las que fueran a parar a cualquier otro sitio podían considerarse como desperdiciadas. Esta necesidad de eficacia exigía una altura máxima de 90 m para su lanzamiento.

Antes de despegar, Herrmann y sus hombres habían estado estudiando el objetivo detenidamente. Se había decidido que se acercarían al puerto desde el nordeste a una altitud de crucero de 4.870 m. Una vez ya sobre Plymouth descenderían hasta una altitud de sólo 90 m, dejarían caer sus minas en el canal más occidental de la boca del puerto y escaparían hacia el mar hacia el sudoeste. Herrmann llegó a la altura del objetivo a la hora fijada y observó la línea de la costa y el puerto mismo a la luz de la luna. Fuera del alcance de su vista, dada la oscuridad reinante, le seguían las otras tripulaciones. El piloto alemán se situó sobre las barrios periféricos ubicados al nordeste de Plymouth poniendo rumbo hacia el sudoeste. A continuación redujo gases (quitó potencia a los motores) y accionó los frenos de picado (flaps), situados bajo las alas de su Junkers Ju 88, al mismo tiempo que nivelaba el avión. De esta forma hizo que el Ju 88 adoptara una postura totalmente horizontal, descendiendo a muy poca velocidad, sin apenas hacer ruido, con un ángulo de descenso de 45º. Herrmann esperaba que poniendo en práctica esta táctica pasaría más tiempo hasta que fuera advertido por las defensas del puerto.

De pronto, en mitad del descenso, Herrmann vio con horror cómo un objeto en forma de enorme salchicha se silueteaban ante sus ojos a la luz de la luna: un globo cautivo de barrera. Instintivamente el piloto alemán intentó desviar su bombardero, pero sin resultado. El Ju 88 volaba muy despacio y los controles resultaban ineficaces a tan baja velocidad. Al cabo de unos segundos Herrmann había entrado en colisión con el globo. Aunque quizás "entrar en colisión" no sea la expresión idónea, pues debido al ángulo de descenso y a la posición horizontal de su avión, sería más exacto decir el bombardero se estaba deslizando por encima del globo.

Para los alemanes que iban a bordo del avión fue una experiencia de lo más aterradora. El globo, ellos lo sabían, estaba hinchado con una mezcla de gases con un alto contenido en hidrógeno, explosivo y altamente inflamable, pero a baja presión. Su envoltura era bastante resistente y soportó el roce del avión sobre ella, pero lo privó de su escasa velocidad y el bombardero quedó prácticamente parado sobre el globo. Ahora, el avión pegado a la parte superior del globo caía junto con éste hacia el suelo, a una velocidad lenta pero en rápido aumento:

"Duró sólo unos segundos, aunque a mí me pareció una hora [relató Herrmann posteriormente]. Entonces noté que empezaban a encenderse los reflectores ingleses. Nos habíamos desprendido del globo, pero seguíamos cayendo sin control, pues casi no llevábamos velocidad de desplazamiento horizontal. Trataba de hacer funcionar los mandos del avión, pero tenía la impresión de estar tocando un piano mientras caía desde un edificio de cincuenta pisos."

Herrmann cerró los frenos de picado con un fuerte golpe a los controles y abrió gases al máximo, pero los mandos todavía no "mordían". Parecía no haber otra alternativa que abandonar el bombardero, y el piloto gritó a sus tripulantes la orden de lanzarse en paracaídas. Un chorro de aire frío entró en el avión al desprenderse la escotilla de escape que comprendía la mitad posterior de la cabina. Entonces, casi en el mismo instante, los controles empezaron a reaccionar y el Ju 88 se estabilizó a muy pocos metros por encima del caserío de Plymouth. Justo a tiempo para los tripulantes alemanes, pues ninguno había podido aún saltar fuera del avión.

A pesar del resplandor de un reflector que había estado siguiendo todas estas evoluciones, Herrmann pudo dirigirse hacia el rompeolas del puerto. Estaban ahora, según sus propias palabras, "en la ratonera", volando bajo y despacio, entrando de lleno en la bien defendida zona portuaria, erizada de reflectores, cuyas defensas habían sido alertadas. Herrmann no podía pensar en otra cosa que no fuera apretar los dientes, mantener los motores al máximo de potencia y esperar lo peor. Cuando llegó al rompeolas soltó sus dos minas. De todas partes convergían torrentes de balas trazadoras de antiaéreos, pero el Ju 88 parecía estar defendido por una fuerza misteriosa y no fue alcanzado.

Una vez fuera del campo de tiro de las defensas antiaéreas, Herrmann hizo virar su avión y puso rumbo al este, aterrizando sin más novedad en el aeródromo alemán de Soesterberg, en los Países Bajos, tras un vuelo de regreso de dos horas con mucho frío en la cabina. De forma sorprendente, su Ju 88 no sufrió grandes desperfectos después del brutal trato recibido: los frenos de picado estaban doblados y la pintura del borde de ataque de las alas había desaparecido, pero eso era todo. El hecho de que las palas de las hélices no se hubieran doblado, ni tan siquiera rozado, hace suponer que el avión no llegó a entrar en contacto directo con el globo, sino que una bolsa de aire se interpuso entre éste y el avión.

3.2. La Batalla de Inglaterra.

Se sucedieron una serie de operaciones a pequeña escala como la de Hajo Herrmann, así como ataques a la navegación hasta el 13 de agosto de 1940, el Adlertag ("el día del águila") de Göring, fecha en que la acción hoy conocida como la "Batalla de Inglaterra" se inició en serio. Ese día la Luftwaffe puso en movimiento 485 bombarderos y 1.000 cazas para efectuar ataques a gran escala sobre Portland y Southampton, y también sobre los aeródromos de los condados de Hampshire y Kent. Estas acciones costaron 45 aviones a los alemanes y 13 a la RAF. Dos días más tarde la Luftwaffe atacó con una fuerza aún mayor: 1.266 cazas y 520 bombarderos, en un intento de inutilizar los aeródromos de la caza británica. La RAF reaccionó enérgicamente y derribó 75 aparatos atacantes a cambio de unas pérdidas de 34 cazas. Los alemanes volvieron a hacer el mismo intento el 16 de agosto, y perdieron 16 aviones; un cuarto intento dos días más tarde les costó 71 aviones.

Partes: 1, 2
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